Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Miguel Sánchez de la Campa · La instrucción pública y la sociedad · 1854

Capítulo primero

Influencia que ejerce la instrucción pública en las ideas y en las costumbres de los pueblos. La instrucción pública es la síntesis de las opiniones sociales. Ojeada sobre el estado del país

En la introducción de esta obra queda demostrado qué es la instrucción pública y cuáles son las circunstancias a que debe satisfacer para que cumpla la humanidad con el objeto que la tiene sobre la tierra. El examen de la filosofía y de la historia, conducido por las vías trascendentes de la filosofía, ha determinado cuál es el carácter que preside a las acciones de la humanidad en el actual periodo histórico, y fijádolo en la lucha entre dos principios opuestos y en la negación de un objeto absoluto; y como resultado contingente, el que la instrucción pública debe ser libre, absolutamente libre, a fin de que por su medio y por la discusión de los sistemas que se disputan el imperio de la humanidad, puedan fijarse de un modo absoluto lo que tienen de verdadero, desecharse lo que en ellos hay de error, y conciliándose, constituir el principio de una nueva era, en cuyo término se encuentre el dominio absoluto de la verdad incondicional.

Estos resultados, presentados, como se ha hecho, pura y simplemente en el terreno de la filosofía y de la ciencia, condujeron a las preguntas con que termina la introducción, a saber: ¿podrán tener una ejecución positiva hoy? ¿podría sin inconvenientes admitirse en el terreno de los hechos y con aplicación especial a nuestro país la libertad absoluta de enseñanza? Desde luego y categóricamente puede y debe decirse que hoy es absolutamente imposible.

Cierto es que la humanidad a través de los siglos ha ido cada día adquiriendo mayor número de verdades, que se han presentado a su vista iluminando cada vez más su camino y descubriéndole nuevos horizontes; verdad es también que el poderío de la razón humana, por los recursos que en sí mismo ha descubierto y por sus aspiraciones, que pueden considerarse como intuiciones de origen superior, marcha en progresión ascendente. Pero también es cierto que este camino recorrido por la humanidad lo ha sido con dificultades inmensas; prueba evidente de la verdad de los principios absolutos que quedan consignados. Cada conquista de la razón humana, cada verdad demostrada aunque de un modo contingente, ha costado miles de esfuerzos y sido regada con torrentes de sangre. El examen imparcial y filosófico de la historia de los pueblos, en todas las épocas y en todas las naciones, lo demuestra.

También es cierto que hay derechos grabados en el corazón del hombre; derechos que, como se acaba de decir, son verdaderas intuiciones de divino origen; derechos que están muy en armonía con las palabras de la Escritura Santa cuando dice: «Deus creavit hominem similitudinem suam»; y que se podrían reasumir en los cinco siguientes:

1.º Libertad ilimitada de la prensa, como medio de discusión y de propagación de la verdad.

2.º Libertad ilimitada de conciencia, como medio de manifestación pública de los sentimientos e ideas religiosas.

3.º Libertad ilimitada de enseñanza, como medio de que los padres trasmitan a sus hijos las opiniones que tienen el derecho de considerar como verdaderas.

4.º Libertad ilimitada de la reunión, como medio de comunicación recíproca y de discusión íntima.

y 5.º Libertad ilimitada de asociación, como medio de producción pública y de conservación privada de todas las verdades u opiniones especulativas en un ramo cualquiera del saber humano.

Complemento de estos derechos es que la autoridad del gobierno debe ser absoluta para garantizar la investigación de la verdad: que la sumisión de los pueblos tiene lugar en vista de la libertad absoluta de investigar la verdad; y que el derecho de cada uno no tiene otro límite que el derecho de otro.

Ahora bien; si se examinan las condiciones en que se encuentran los pueblos a causa de los principios que han dominado y dominan en el mundo, se verá, que si bien la exactitud de los derechos acabados de establecer es incontrovertible, su aplicación inmediata es de tal naturaleza, a causa de su recíproco enlace, que no puede existir el uno sin el otro. Si el estado actual del mundo civilizado no permite hoy en la mayor parte de las naciones de Europa el establecimiento absoluto de algunos de ellos, resulta que no estando todos admitidos a la vez, falta al que se establece la base incondicional de su existencia.

Libertad de conciencia sin libertad de enseñanza, sin libertad absoluta de la prensa, sin libertad de reunión y asociación, es una cosa que no se concibe. Así mismo libertad de enseñanza sin libertad de conciencia y sin libertad de imprenta y de asociación, es una utopía.

La generación de hoy, acostumbrada a mirar en el estado un poder ante el que se han doblegado todas las aspiraciones del individuo y de la familia, lejos de pretender quitar a este atribuciones que mientras posea serán rémora para la sociedad y para el gobierno mismo, tiende por el contrario a sobrecargar al poder público de cuidados que nunca, ni la sociedad debiera pensar encomendarle ni él en aceptar. Prueba de esto son las elucubraciones de los que, parodiando las ideas del fundador de la Academia, pretenden convertir al hombre en una máquina, privándole de un modo absoluto de su libertad, ¡invocando para esto el mismo nombre de la libertad! Esto dice lo bastante para que se pueda nuevamente repetir que la libertad de enseñanza hoy, la libertad de enseñanza absoluta, es imposible, y con especialidad, en aquellas naciones que por el trascurso de muchos siglos no han hecho otra cosa que recibir las inspiraciones de sus gobiernos.

Una razón aun hay para esto, y es la posición en que se encuentran los partidarios representantes ostensibles de los dos principios opuestos que se parten el campo de la humanidad: los unos, a cuya cabeza figura la teocracia con todas sus consecuencias políticas; y los otros, que bajo el nombre de democracia aspiran al nivelamiento absoluto de las aspiraciones y de la inteligencia, hacen imposible el que la libertad de enseñanza se realice sin producir trastornos de la mayor consecuencia. Pero aún hay más: los principios democráticos, por fuertemente que se encuentren arraigados en algunos países, son aún muy débiles para impedir hoy el que la enseñanza de las nuevas generaciones fuese absorbida de un modo absoluto por el partido teocrático y para que el triunfo de este se asegurase en un plazo muy corto, desapareciendo en un instante las conquistas civiles que tanta sangre y tantos trabajos han costado a las naciones. A esto se llegaría, porque el partido teocrático, organizado y disciplinado ha muchos siglos, cuenta con elementos inmensos y con la acción directa que ejerce sobre las conciencias en las naciones católicas.{1}

En nada son tan trascendentes y funestos los errores como en la instrucción pública. Los errores en la enseñanza, por poco que duren, pervierten no solo a una generación, sino que esta los inocula en las que siguen; prueba evidente de esto hay en la España. La influencia que el rey don Alonso dio a la Santa Sede sobre el establecimiento literario que organizó, no habiendo bastado para que las rentas de las iglesias que se adjudicaban a la universidad de Salamanca fueran satisfechas, fue, sin embargo, muy suficiente para que los estudios eclesiásticos adquiriesen una preponderancia absoluta, y para que esta preponderancia, trasmitida de generación en generación y de época en época, llegase hasta nuestros días.

El hombre aspira siempre a ser algo más de lo que es; y cuando ve que la influencia y el poder se encuentran vinculados en una clase de la sociedad, a esa clase afluye la multitud, y esa clase absorbe a la sociedad entera. Esto sucedió efectivamente a consecuencia de la influencia que el rey don Alonso concedió a la Santa Sede sobre los establecimientos literarios españoles.

Multiplicáronse por doquiera las escuelas; estableciéronse universidades sin cuento; y en la historia literaria de Europa no se encuentra que de sus cátedras saliera otra cosa mas que algunos teólogos y canonistas.

La influencia que esta instrucción ejerció, hizo que el estado eclesiástico llegara a ser el único preponderante, y que los estudios que exclusivamente conducían a él fueran los que se difundieran por todos los puntos de la península; y mientras se agitaban las escuelas y la multitud corría a estudiar la moral y la teología, la agricultura y la industria, las ciencias y las artes yacieron en el abandono, a pesar de las lecciones elocuentísimas que recibieron los españoles de los árabes sus conquistadores.

El pueblo se agitaba al son de la trompa de guerra; y mientras las clases elevadas se postraban a los pies de la teocracia, no había en la corte de los Reyes Católicos ningún hombre bastante científico que pudiera dar una opinión sobre los proyectos del navegante genovés, sino arguyéndole con los textos de la Biblia.

Objetaráse quizá que, poco más, poco menos, sucedía en aquella época otro tanto en la mayor parte de las naciones de Europa, y que nunca han dejado de existir en España hombres que hayan figurado a grande altura en todos los terrenos científicos. La excepción nunca es la regla general: ¿y si no, fue la preponderancia de los estudios eclesiásticos la que causó muchos de los males que se acaban de reseñar? ¿y si no, tienen su punto de partida estos males allí donde se indica? ¿dígase si no por qué en el siglo de oro de la literatura española se ve predominar en todos sus escritores el pensamiento monacal; vense todas las obras atestadas de erudición sagrada, y no se descubre más que ligerísimos destellos de instrucción científica, y la imagen de un pueblo que se arrastraba en la abyección y en la ignorancia? ¿cítese cuál de las numerosas universidades españolas y cristianas adquirió fama, siquiera por el estudio del derecho? ¿cuántas corporaciones científicas han existido hasta el reinado de la casa de Borbón, y qué disposiciones se encuentran en los códigos cuyo objeto sea difundir entre la multitud conocimientos científicos o literarios?{2}

Lo dicho basta para probar que los errores de la instrucción pública se trasmiten de generación en generación, y que son los mas funestos de cuantos pueden cometerse en todos los ramos de la administración de los estados, a causa de la influencia que ejerce en las ideas y en las costumbres de los pueblos. Consecuencia de esto es la necesidad que hay de fijar en cada país sus condiciones de existencia hoy, sus aspiraciones del porvenir, para legislar en asuntos de instrucción pública. Esta necesidad es tanto mas imperiosa, e impone una obligación tanto mayor a los gobiernos, cuanto sus condiciones particulares los alejen más del punto en que puedan admitir la libertad de enseñanza.

Esta obligación imprescindible de los poderes públicos, es tanto más grave, cuanto más arraigadas se encuentren en la multitud las ideas que tiendan a vincular en una clase el dominio absoluto de la sociedad; cuanto más arraigado se encuentre en la mente de alguna de ellas, que serán siempre influyentes y poderosas, el pensamiento de constituir y sostener un estado dentro y a costa del estado, lo que no puede producir sino una cosa análoga a las ilusiones de los modernos utopistas, que pretenden nivelarlo todo y someterlo todo a reglas fijas e invariables.

La instrucción pública debe y puede considerarse en un país como la síntesis de su estado moral o intelectual, como la síntesis de sus necesidades y de sus aspiraciones; podrá decirse con más propiedad aún que debe ser la síntesis de estas necesidades y de estas aspiraciones, puesto que por su medio es como únicamente puede llegar a satisfacerlas. Pero las necesidades y las aspiraciones de una nación, en el estado actual de las sociedades y del mundo, es un problema complejo que no puede ser examinado aisladamente; ha de serlo por necesidad con relación a las de las demás naciones, a las de los demás pueblos.

La electricidad y el vapor han difundido por todas partes las ideas, y no es posible concebir de hoy más al género humano sino como una gran familia enlazada por vínculos estrechísimos, y por consiguiente obligados todos sus miembros a no quedarse atrás en el camino que la humanidad ha emprendido, ni negarse a tomar parte en la lucha en que se ventilan los intereses antinomios que aspiran a dominar el mundo, sin sufrir consecuencias tristísimamente lamentables.{3}

He aquí por qué la obligación de los gobiernos respecto de la instrucción pública es hoy de mayor importancia y gravedad que lo fuera nunca, y los errores que en ella se cometen adquieren una trascendencia mayor que pudo jamás imaginarse.

Un error cometido en la instrucción produjo los males que rapidísimamente se han reseñado: solamente la instrucción es capaz de curar las llagas que aquellos males produjeran: solamente la instrucción es capaz de dar al país los elementos que necesita para desarrollar, en el sentido que exigen las condiciones del mundo civilizado, sus fuerzas morales y físicas.

En vano será la existencia de códigos políticos; en vano la de reglamentos administrativos, si aquellos para quienes han de servir estos códigos y han de observar estos reglamentos, no tienen la instrucción suficiente para comprender la importancia y extensión de sus derechos, la naturaleza y carácter de sus obligaciones.

En vano será la existencia de los mayores recursos, si no se saben aplicar convenientemente, si no se sabe sacar de ellos el partido necesario. Solo la instrucción puede proporcionar esto, y sin ella el hombre, a pesar del origen divino de su inteligencia, se convierte en una máquina que no produce todo aquel efecto útil para que fue construida.{4}

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{1} Demócratas por convicción, no podemos menos de lamentar el que en circunstancias difíciles se pretenda resucitar teorías sociales completamente desacreditadas, y en cuyo fondo no se ve otro pensamiento que la tiranía social, la anulación del individuo y la formación del hombre-máquina. En nuestra opinión, tan absurdo es el pretender que la sociedad retrograde, y para esto borrar de su historia un tiempo dado, aunque no sea mas que un día, como el hacerla progresar a saltos, que no otra cosa es a lo que aspiran con el establecimiento de sistemas sociales, bien calculados si se quiere, muy convenientes y justos, pero del todo incomprensibles y exóticos para el mayor número, que no ve en ellos mas que sonidos de una parte, y de otra exigencias a que no puede suscribir, porque sus costumbres y su carácter están formados en un taller en donde no se conocían semejantes medios.

{2} No se pierden de vista las Partidas del rey don Alonso, ni se desconocen los reglamentos universitarios, ni todas las leyes del libro VIII de la Novísima Recopilación.

{3} Los españoles somos originales en todo: mientras unos quisieran hacer intransitable el Pirineo y aislarse de las demás naciones, no tienen los más un pensamiento propio; todo lo que piensan, hacen y producen no son más que míseras imitaciones. En filosofía, en instrucción, en ciencias y en literatura, en artes y en comercio, en religión y en política, por regla general, nuestros gobiernos y la mayoría de los que se titulan nuestros grandes hombres, no hacen ni han hecho otra cosa mas que traducir, y parodiar; la consecuencia de esto es bien manifiesta. Un estado, una nación con un pensamiento propio, es un pueblo diferente de los demás, tiene la conciencia de su valor, tiene el signo de la vida propia; pero cuando todo lo que ostenta es imitación, entonces no puede considerársele sino en un puesto muy subalterno, pues algún defecto orgánico de invencible resistencia debe existir en su organización social, cuando se niega a tomar parte en las luchas de la humanidad, en la marcha y en el movimiento del mundo, y que cuando lo hace, es tarde y como a remolque.

{4} En España hacemos una cosa que hoy se llama revolución gloriosa, pronunciamiento, alzamiento nacional, o cosa por el estilo; se mudan media docena o una de ministros, se proclama libertad, por activa y por pasiva, y se hace una Constitución. Ni la calificación dada al movimiento permanece la misma, ni la libertad proclamada se encuentra luego en otra parte que en las alocuciones que se dirigieron al pueblo, ni la Constitución se reduce a otra cosa que a unos cuantos principios más metafísicos que positivos, más teóricos que prácticos, más abstractos que concretos, consignados en un escrito que se llama código venerando y de quien nadie se cura, porque nadie lo comprende, porque nadie se toma el trabajo de demostrar las ventajas o inconvenientes de su observación, porque el país en su inmensa mayoría desconoce el idioma en que le hablan los que se llaman hombres políticos; y como nadie se ocupa de explicarles el lenguaje, y como por el contrario existen clases numerosas e influyentes interesadas en el descrédito de cuanto tienda a desterrar y corregir los abusos, el pueblo no ve ni entiende mas que una cosa que califica de farsa, calificación justa, porque su instrucción no le permite otra cosa, y nadie se ha ocupado ni se ocupa de proporcionarle los medios de salir de su mísero estado.

{Texto de las páginas 31 a 38 de La instrucción pública y la sociedad, Madrid 1854.}