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Filosofía en la Habana

por D. José Z. González del Valle

Cartera Cubana – Junio, 1839.

No han faltado a nuestra patria hijos ilustres, que si bien poco originales en razón a la carencia de teatro y de escuela por el puesto que ella obtiene, han seguido o procurado seguir, cuanto les era dable, el movimiento científico o literario de la culta Europa; sirviéndonos como de un eslabón por el cual nos enlazamos a ésta y tenemos en cuenta el entusiasmo que desde acá vemos encenderse allende los mares al advenimiento de cualquiera secta filosófica. Débil y tardío reflejo nuestro adelanto en este punto, del que manifiestan las naciones destinadas a promover las mudanzas y los descubrimientos de las grandes épocas, a tomarse la iniciativa, y a poner como si dijéramos la ley al mundo; no carecemos sin embargo en nuestra limitada esfera de los elementos que en otras partes dominaron las inteligencias, adquiriendo el auge [112] que los hiciera famosos. Las mismas causas han producido los mismos efectos, porque la humanidad es una; y si del seno de la Religión nace su hija la Filosofía, dado que el hombre es y tiene que ser primero espontáneo que reflexivo, si en Europa la iglesia señoreó antes los espíritus, saliendo la Filosofía de los claustros donde su primitivo empleo fue servir a la Teología, para emanciparse al cabo, secularizanse; nosotros, aunque en pobre y reducido espacio, por iguales caminos hemos llegado al propio paradero, porque aquí también se ha ofrecido el espectáculo de salir las letras de los conventos o congregaciones eclesiásticas para resultar luego que personas de otra clase las prohijaran y cultivasen con absoluta independencia.

El primer establecimiento erigido en esta capital para la enseñanza literaria, es la Real y Pontificia Universidad, instalada en 1728 bajo los auspicios de los RR. PP. Predicadores, en cuyo convento permanece regida por un doctor religioso de la orden. En la época de su fundación no se debió, ni pudo adoptarse otra filosofía que la escolástica; y de ello dan testimonio sus estatutos. Allí se halla pocas veces el nombre de esta ciencia, llamada generalmente Artes, y el último grado en la facultad, Maestría, y no doctorado, asignándose para cada curso el tiempo de tres años dividido en cuatro partes, de las cuales en la primera se cuentan [113] las Súmulas, en la segunda la Lógica, en la tercera los ocho libros físicos, y en la cuarta los dos libros de Generatione et Corruptione, de Anima y Metaphysica. Inútil se hace, al observar hasta la fijación de textos, añadir otras razones para comprobar que la escolástica tuvo su representante en la Habana, y que el fervor con que entonces reinaba en las Universidades de la Península a cuya imagen se constituyeron las de la isla de Santo Domingo y la Habana, cundió por acá, con exclusivo dominio en las aulas.

Vino el año de 1774 donde quedó establecido el Colegio Seminario de San Carlos, que conforme al concilio de Trento debía haberse instalado en esta Diócesis y no se hizo por falta de recursos, hasta que el Ilustrísimo Sr. Hechavarría, natural de Santiago de Cuba, aprovechó la coyuntura de la expulsión de los jesuitas, entre cuyos bienes se contaba el edificio que ocupa el seminario, y logró llevar a cabo lo que nuestra Sínodo diocesana encarecía. Las constituciones de este instituto formadas algún tiempo antes de quedar planteado, nos dan una prueba bastante a persuadirnos que no transcurrió en vano el tiempo para los literatos de nuestro suelo con cuya asistencia se formaron; y que hasta allí había reinado de tal suerte el peripatetismo que puso espanto al buen sentido de los hombres imparciales. En la sección destinada al estudio de la [119] Filosofía, se fijan también 3 años para cada curso. –«En el 1°, dice el artículo 2º, leerá (el maestro) Súmulas y Lógica; bien entendido que de la una y la otra se han de cercenar todas aquellas cuestiones reflejas y ridículas, que el mal uso acostumbra levantar sobre la cópula, el término y las segundas intenciones, y así de otras frioleras, que fuera de ser extemporáneas embarazan el sólido aprovechamiento en la Dialéctica, cuyo fin es engendrar en el entendimiento las ideas de lo verdadero y lo falso, de la afirmación y negación, del error y la duda, y especialmente de la ilación y consecuencia.»– Hemos subrayado algunas voces para que se note ser cierto que los extravíos de la escolástica habían saltado a los ojos de los que intervinieron en la obra de los estatutos, los cuales con mucha penetración deseaban una vida más científica y segura marcándola de paso, según la columbraron.

Todavía encierran dichos estatutos nuevas señales de progreso. Otro artículo hay que lejos de establecer texto fijo para la enseñanza, deja a los profesores en libertad de formarse uno adecuado a las circunstancias de su clase y de sus alumnos, encargándoles el limarle y mejorarle, según el aumento de sus luces y experiencias; y mientras no lo efectuaban, deberían enseñar «por Fortunato Bregia o Pedro Cailly, o en su defecto Goudin, sin jurar en las opiniones de ninguno, ni hacer particular [115] secta de su doctrina, sino enseñando las que les parezcan más conformes a la verdad, según los nuevos experimentos que cada día se hacen, y nuevas luces que se adquieren en el estudio de la naturaleza». –He aquí el germen de la independencia filosófica que luego había de brotar fecundo y ardiente bajo la pluma de un sacerdote distinguido que todavía es la honra del suelo en que nació, donde su nombre despierta dulcísimos recuerdos. El Colegio Seminario se inauguró, pues, con las mejores esperanzas. –Instalose bajo el reinado y anuencia de Carlos III, cuyo retrato se conserva en su aula-magna, junto con los de los Ilmos. SS. Hechavarría, Evelino y Espada. Sin embargo, estos no fueron, como vamos a tocarlo, sino destellos felices, albores de un nuevo espíritu y de las opiniones nuevas que en la Habana debían cundir y arraigarse más tarde. Influían aún sobre aquellos a quienes descontentara el peripatetismo, causas poderosas para inclinarlos necesariamente a la secta escolástica. Al fin y al cabo eran discípulos de ella y no estaba en su mano prescindir del ascendiente que en los ánimos tuvo una doctrina mamada en la leche, generalizada entre los hombres de letras así cubanos como peninsulares, máxime siendo nulas las comunicaciones con el extranjero, y la única que, si bien enfadosa e incompleta, cumplía el propósito de preparar los alumnos, dejándolos hábiles [116] para la argumentación, tan indispensable a la sazón en el estudio de las otras ciencias o facultades. Las primeras lecciones de filosofía escritas por el catedrático, y dadas como texto a los discípulos del colegio que hemos conseguido encontrar, se hallan en un cuaderno inédito consagrado solo a la Lógica, dispuesto por el difunto Presbítero Doctor D. José Agustín Caballero, natural de la Habana, con el que dio principio el curso de 14 de Septiembre de 1797. –Tenemos noticia que antes que él hubo otro catedrático, pero no de que formara un texto, debiéndose sin duda haber regido por los que propone el estatuto. Está escrito en un latín elegante y conciso: pertenece al dogma de Aristóteles, aunque se titula Filosofía ecléctica, reconócele por fundador de la lógica; pero separándose desde el prólogo de lo que afirma poder llamarse la basura de la ciencia, aquellas frívolas y estériles disputas que siembran los escolásticos como lo más evidente; con cuyo motivo copia lo que acertadamente pensó de ellas Melchor Cano.

Precede a las materias del cuaderno una noticia compendiosa de los sistemas antiguos y modernos, con corta diferencia igual a la del libro del Sr. Varela: y entrando en el asunto, así que divide la Lógica, según el estilo de la época, en natural y artificial, docente y utente; fija el orden con que ha de tratarla por el de las tres operaciones principales [117] del entendimiento, maravillando la claridad y el buen método con que el resto de la obra se mantiene fiel a este plan. ¿Y cuáles son esas operaciones? Las de la secta sensualista, las de un discípulo de los aristotélicos, a saber: la aprehensión llamada así mismo forma intelectual del objeto, imagen espiritual, ejemplar, especie impresa y voz de la mente o idea; el juicio, o conocimiento de una cosa afirmando o negando algo; y discurso por el cual de uno o muchos juicios deducimos otro. ¿De estas operaciones, alguna precede á las demás? –Sí: «el entendimiento comienza por aprehender o percibir el objeto formando ideas; en segundo lugar, juzga de él, afirmando o negando; y en tercero, infiere de uno o muchos juicios su enlace con otro.»

Ya contamos con las partes en que va a dividirse la Lógica: veamos como se conduce en cada una el hábil catedrático. Desde luego se engolfa en la cuestión resbaladiza y prematura del origen de las ideas; achaque común de la escuela de Aristóteles a que pertenecen Locke y Condillac, con todo de haber combatido la escolástica y quebrantando su yugo. –Dos grandes lumbreras brillaron en la época memorable de la filosofía griega: Platón y Aristóteles, el genio de la abstracción y el de la clasificación, según los llama Víctor Cousin, quienes llevados del nosce te ipsum socrático, sondearon, partiendo de un mismo punto, diversas y admirables [118] vías explicando cada cual conforme a su diferente modo de ver los fenómenos de la inteligencia humana; y así indicamos de paso que Locke y Condillac, aunque enemigos de la escolástica, son de la gran partida de los aristotélicos, porque militaron bajo la bandera de la observación exclusiva. Respecto al origen de las ideas, es una falta de método entrar en inquisición de él, cuando en un análisis acertado hay que proceder de lo conocido a lo desconocido, de lo actual a lo primitivo, siendo más lógico atender primero al estado presente de la conciencia para subir a tanta altura con esperanza de acierto.

El Señor Caballero divide las ideas por razón de su origen en adventicias, facticias e innatas: trata de las simples y las compuestas, de las universales y particulares, diciendo al hablar de las universales que se formaron por abstracción cuando el entendimiento sube de lo particular a lo general, con cuyo motivo afirma que los tipos universales de las cosas no existen en parte alguna, siendo otras tantas abstracciones. Aquí se toca el nominalismo en que también incurre Locke. Es positivo que un sin número de ideas generales son meras abstracciones; pero no vaya a comprenderse en ellas las conocidas hoy bajo el dictado de absolutas y necesarias, porque si es cierto que flor, árbol, estrella, no gozan como género de existencia [119] real, lo es así mismo que el tiempo y el espacio la tienen, y así lo patentiza la fe y la conciencia de los hombres. Distingamos las ideas abstractas generales de las llamadas conceptos absolutos y necesarios: aquellas no tienen más que una existencia nominal, y se explican y comprenden por los individuos de donde se sacaron, mientras que éstos existen indispensablemente y son la base fundamental de todos los fenómenos y de su inteligencia, sin recibir de ellos más que la ocasión de su nacimiento. Por eso Dios, no es una idea abstracta, sino un concepto absoluto, atento a que si Dios fuera una abstracción pura, no sería más que un nombre y tendría una existencia subjetiva.

Destina nuestro compatriota un capítulo, como era de presumirse, a las célebres categorías, a cuya cabeza coloca el ente, dividiéndole: –«en sustancia y accidente, o como dicen los modernos, en cosa y modo. Sustancia es lo que subsiste por sí; accidente lo que por sí no puede subsistir.»– Nada más claro ni que tanto revele el análisis severo que empleó Aristóteles para descubrir y clasificar los hechos interiores de la conciencia. Bien se conoce que él nunca exageró su sistema, ni se vio por tanto en aprieto de negar lo que extremando sus consecuencias habría negado. He aquí sin embargo lo que ha sucedido a muchos de los modernos, pues no alcanzando a derivar de los sentidos [120] el concepto de sustancia, suponen que es una palabra, una abstracción, una quimera, cuando el entendimiento humano les da un solemne mentís, porque él cree, al mirar colores y formas, al percibir propiedades en suma, que hay algo donde ellas residen como atributo y que no son cada una un objeto aparte, sino modos de ser una sustancia relativamente a nosotros, requiriéndose una unidad a quien referir aquel cúmulo de cualidades.

Entra luego el autor a hablar de las diferentes sustancias y traslada el ingenioso árbol Purchotiano, prosiguiendo la explicación de las diez categorías con las inacabables divisiones y subdivisiones de los aristotélicos que lo desmenuzaban y descomponían todo hasta el cansancio, acudiendo a distinciones puramente verbales en faltándoles asunto más sólido donde ejercitar su destreza; y acaba de esta manera el artículo: –«Pero casi todos los modernos han comprendido también y acaso con más sabiduría, cuanto hay en el inundo, en el siguiente dístico:

Mens, Mensura, Quies, Motus, Positura, Figura
Sunt cum Materia cunctarum exordia rerum»

Finaliza esta primera parte con un tratado de los signos, donde se apuntan las divisiones comunes sin tocar ninguna grave cuestión. [121]

La segunda se contrae a los juicios y a las proposiciones que los significan, expone las propiedades de estas definiciones y sus circunstancias, terminando con las faltas de los juicios y sus remedios. En este postrer capítulo hay un párrafo que traduciremos para gloria del doctor Caballero y muestra de su sana crítica. –«Por cuanto la mente usa mucho de los sentidos no como ministros cuyos defectos debe corregir, sino como nuncios en quienes confía demasiado, y más que en las reglas con que se mide el conocimiento de las cosas; nace de ahí que nuestros juicios se extravían y nos engañamos.»–

Consagrada la tercera parte enseñar lo concerniente al discurso o raciocinio y a la argumentación por cuyo medio se expresa, distínguese al hablar de ésta, la a priori de la a posteriori: en la primera, «el antecedente es la causa o raíz del consiguiente; en la segunda, al contrario»; se indican igualmente los principios de la argumentación positiva y negativa, y las diversas clases de ambas, entre las que se coloca como más usual y famosa la del silogismo, ilustrando el asunto de la materia y la forma y los tres términos o proposiciones. En esto nos parece que no son los escolásticos tan dignos de las amargas críticas con que se les denigró, y mucho menos quien como el Sr. Caballero tuvo la necesaria parsimonia para no incurrir [122] en extravagancias. El dice: –«Tocaba ahora hablar de las figuras y modos del silogismo, y de su reducción a uso de los escolásticos; pero no siendo esto preciso para argüir bien y estando sus reglas fabricadas ad libitum por sus autores que inventaron al efecto voces confusas y bárbaras; con mejor acuerdo las hemos dejado a un lado.» –El silogismo, a nuestro juicio, es un procedimiento muy apreciable de deducción que la inteligencia habrá de usar siempre obedeciendo a sus leyes, y el modo más convincente de probar una verdad; pues reduciéndola a tan severa demostración adquiere a los ojos de todo el mundo el último grado de evidencia. Con mucho eclecticismo, pues, ha dicho otro ilustre habanero a quien unen lazos de parentesco con el difunto catedrático del Seminario: –«El silogismo no es más que una forma del discurso o un medio para la deducción. Por consiguiente no decimos de él, ni todo el bien que le atribuyeron los escolásticos, ni todo el mal que le acumulan los modernos. El escolasticismo quedó derrocado; y una revolución verdadera siempre se excede en su primer fervor. El tiempo es quien de todo hace justicia.»

Sigue el autor discurriendo sobre la argumentación, da las reglas universales para conocer los buenos y malos silogismos, propone los vicios de aquella enumerando los célebres cuanto verdaderos de petitio principii, secundum quid &c.; y [123] concluye la Lógica dando una idea sucinta y compendiosa del método analítico y sintético o doctrinae tradendae, y del que ha de adoptarse en las disputas y en el estudio. Pero no acaba aquí, sino que por vía de apéndice pone enseguida infinitos argumentos en forma y en materia acerca de varios lugares de su Lógica y de la Filosofía. Nos contentaremos con traducir el asunto del último de todos, transcribiéndole para los efectos al latín, a quienes servirá de muestra este trozo por donde colegirán el correcto y elegante estilo del doctor Caballero.

De veri et falsi criterio

Sunt characteres nonnulli qui veritatis criteria vocantur, quod his verum á falso secernitur, de quo varié opinantur Philosophi. Tria Epicurus constituit criteria, sensum, anticipationiem, síve ideas á sensibus acceptas, passionem seu apetitum, quo moralia distinguuntur. Asclepiades solum sensum assignavit; mentem autem Anaxagoras et Pitagorici.

Plato, et plerique ea ejus sectatoribus, ingenitas ideas statuerunt, á quibus postea Cartesius suam opinionem mutuatus est. Ex sectatoribus Platonis, seu Cippus et Xenócrates criterium sensibilium sensum, et intelligibillium intellectum assignarunt: ita Aristóteles, sed intellectum docnit esse principale criterium. Cartesius hanc regulam statuit, [124] ut criterium: semel in vita de rebus certis et manifestis dubitandum. Deinde scribit omnis veritatis initium, et totius Philosophiae fundamentum hoe esse: ego cogito, ergo sum. Tamdem id constituit criterium: illud omne quod claré et distincté concipitur, verum est.

Aliqui recentiores, et Peripatetici criterium veritatis in evidentia, sive in hac propositione constituunt: quidquid in idea clara et distincta rei alicujus comprehenditur, id de ea re certissimé affirmandum est. Huet Dei locutionem criterium existimavit, sicut humanam rationem Spinosa; Malebranche mentem judicat Deo essencialiter conjungi, cumque in illo omnia videat, Dei lumen esse veritatis criterium. Nostra igitur sententia est haec: intellectus regulis logicalibus instructus satis idoneus est ad verum á falso distinguendum.

Traducción:
Del criterio de lo cierto y lo falso.

«Hay ciertos caracteres llamados criterios de verdad, porque sirven para diferenciar lo verdadero de lo falso, sobre los que es varia la opinión de los filósofos. Epicuro estableció tres, el sentido, las ideas recibidas por ellos, las pasiones o apetitos para lo moral. Asclepíades sólo puso el sentido. Anaxágoras y los Pitagóricos la mente. Platón y los más de sus sectarios fundaron las ideas innatas, reproducidas por Descartes; Cippo y Jenócrates [125] asignaron por criterio a las cosas sensibles los sentidos, a las racionales el entendimiento; así pensó Aristóteles, enseñando empero ser la inteligencia el principal. Descartes fijó esta regla: que en la vida había de dudarse aun de lo manifiesto y evidente; después escribió que el principio de toda verdad y de toda Filosofía, era: pienso, luego existo; estableciendo por último como criterio que cuanto clara y distintamente se concibiese era cierto.

Algunos modernos y los peripatéticos ponen en la evidencia el criterio, sentando que lo comprendido en la idea clara y distinta de alguna cosa, se debía certísimamente afirmar de ella. Huet tuvo por criterio la locución de Dios. Spinosa la razón humana; Malebranche juzga que la inteligencia se une esencialmente con Dios, y todo lo ve en él, siendo su luz el criterio de la verdad: pero nosotros pensamos que el entendimiento instruido en las reglas lógicas es bastante capaz para distinguir lo verdadero de lo falso.»

Hemos visto en esta breve reseña aparecer las primeras cátedras de Filosofía en la Habana bajo el ala protectora de la Iglesia: hemos hallado la escolástica pura y después reformada con acierto, aunque sin abandonar su lenguaje ni sus formas, preparándole el camino a la era más venturosa que con poco intermedio [126] comenzó en lo adelante. Tal vez otra ocasión, mostraremos los pasos preparatorios que faltan, el trastorno que sobrevino, y el estado presente de las cosas.

FIN.

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José Manuel Mestre De la filosofía en la Habana
Habana 1862, págs. 111-126