Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Contra la corriente {1}
Diálogo
Castilla, nº 5, septiembre 1917, páginas 117-123

 

Pensamos ensayar en unos cuantos artículos una crítica sin dogmatismos, sin pretensiones de sistematización. Su fin es inquietar los espíritus, suscitar ideas nuevas contra ideas viejas, sentimientos de rebeldía contra prejuicios y rutinas. Escribimos estos artículos para los lectores a quienes les agrade discurrir por cuenta propia, ya que lo que nosotros digamos será poca cosa, bastante, sin embargo, para hacer pensar al lector.
A fin de que a la variedad del fondo corresponda en cierta medida, la variedad en la disposición y en la forma, unos trabajos irán a modo de crónica, otros, dialogados, algunos, como artículos de polémica...
Asistemática, variada y ligera, pero «contra la corriente», será esta modesta labor que hoy continuamos con un

Diálogo

—Es V. muy benévolo, porque yo –y había en estas últimas palabras y en las que siguen, cierto dejo de fino sarcasmo, como dirigido contra sí propio– seguramente no he excitado nunca por ningún motivo la admiración de nadie.

—Eso obedecerá a que si es cierto que pocos pueden adoptar a sabiendas la clásica divisa nihil mirari, hay, en cambio, muchos, incapaces de adoptar la contraria por... falta de materia admirativa. En los primeros se ha secado por loa crítica, aunque sea por la buena crítica, un manantial que fue ubérrimo; en los segundos, no ha habido posibilidad ni de que la fuente exista. ¿No conoce V. muchas personas, a quienes el más grande descubrimiento, la idea más genial, la frase más lapidaria, la acción más sublime, las dejan frías, o les produce, en otro caso –los inventos suelen tener este privilegio– sólo un asombro infantil, de horizonte tan limitado, que se reduce a aquello, a aquello sólo, al coco que ha surgido, sin remontarse a las causas posibles, sin mirar las consecuencias probables, sin sentir el aleteo de lo genial, sin otra cosa, en fin, que la estupefacción de que es adecuado signo la boca abierta y los ojos parados del paleto, que ve por primera vez alguna cosa rara, chillona, sobre todo?

—¡Vaya si conozco gente así! Y más. Yo creo que, si no tanto, algo de eso que V. pinta le sucede a casi todos. Vale la humanidad muy poco. Consolémonos los que ahora vivimos, con que luego... valdrá menos, quizá.

—¿Cómo?...

—La degeneración, señor mío, la degeneración y, hasta independiente de ella, la civilización, o los males de la civilización.

—Su ideal de V. será sin duda, una humanidad sana, fuerte, inteligente, alegre.

—Si pudiera conseguirse... Pero ¡bah! yo no tengo ideales. ¿Qué son los ideales sino consecuencias desatadas de la cadena lógica de los hechos y lanzadas en el vacío? ¿Piadosas mentiras, que la inteligencia, guiada de la fantasía, elabora para acallar los lloriqueos del sentimiento y dormirse tranquila a su lado? ¡La humanidad fisiológicamente perfecta!... Para llegar a la perfección física, había que perfeccionar antes la voluntad y el intelecto y acrecentar y aquilatar la ciencia en grado enorme, y para lograr este perfeccionamiento, precisaría antes perfeccionar lo corporal. Y cuente V. que no nos referimos a un individuo, sino a la humanidad entera. Había, pues, que intervenir en los matrimonios, en la distribución de la riqueza, en toda la educación, es decir, en la vida toda. Y si este ideal es inasequible ¿cómo quiere V. que lo sean aquellos que suponen a este, o que debieran suponerlo, poco menos que realizado, o en vía segura de realización?

—Yo creía demostrado que el ideal de hoy –hablo de ideales progresivos– es la semilla de la realidad de mañana.

—Y eso ¿qué quita ni pone? Tantas cosas se han demostrado... que si todas fueran verdad... Aparte de que no sabemos lo que es la verdad, ni qué son ideales progresivos.

—En cuanto a lo primero, adecuatio intelectu...

—Sí, sí, ya sé. ¿Y qué es el intelecto? ¿Qué la realidad? ¿Y cómo sabemos que en tal adecuación no hay trampa?

—Por esos atajos no puedo seguirlo. Ya sabe V. que con «la verdad, según nosotros» y aún menos, con verdades provisionales nos va tan ricamente, incluso en las ciencias más rigurosas.

—No diga V. incluso, sino únicamente en esas ciencias. Las verdades provisionales en lo moral, lo jurídico y lo político, producen resultados desastrosos. Y como, al fin y al cabo, provisionales y no para todos, siquiera, tienen que ser... y además, como esas opiniones rigen la razón, así anda ella. Fíjese V. en que cuando un ideal ha sido realizado –y no se realiza nunca tal como fue concebido– ha muerto ya en las conciencias; ha sido sustituido por otro, que tarda, como el anterior, muchísimo tiempo en hacerse concreto, después de haber producido su luz caliginosa y cegadora raudales de lágrimas, alumbrado mares de sangre... y secado ¡ay! mares de tinta, mientras que lo ideal-real, elaborado por el espíritu colectivo y aprovechado bastardamente por los encargados de su mantenimiento, se corrompe, se pervierte, se prostituye. Ejemplo, nuestra democracia.

—Así se progresa. No satisfaciéndonos lo presente, procuramos que lo porvenir sea mejor.

—El cual porvenir, presente de los hombres que nos sucederán en la vida, no les satisfará a ellos tampoco. Así, pues, vuestro progreso es un engaño. ¿De qué sirve un progreso que a nadie satisface y en medio del cual y aun por el cual todos sufren, si no es los que injustamente gozan? El paralelismo entre el bienestar de los hombres y el progreso de la civilización no se probará jamás.

—Pero al menos, y prescindiendo de la felicidad individual, no me negará V. que la humanidad exige el perfeccionamiento sucesivo en los medios de satisfacer todas sus necesidades y que se perfecciona ella paralelamente a los indicados medios. Si el progreso no es un bien gratuito...

—No es un bien.

—...es una necesidad.

—¡Necesidad! Esa es la ley, la ley eterna, que, bajo diferentes aspectos, se ha llamado Destino, Fatalidad, Escritura ab eterno, Providencia, Mecanismo cósmico y psicológico... Esa es la cuerda que nos ata, lastimándonos, para ahogarnos al fin y que ustedes, los cándidos optimistas, revisten, creyendo ocultarla, de vanas flores de artificio palabresco.

—¿Vanas flores, dice? ¿Son vanas flores las obras de arte, que han hecho del planeta museo variadísimo, donde la línea, el color, el sonido, idealizan la materia y hacen perdurable la idea? ¿Son flores de artificio las invenciones científicas de nuestros días, las fórmulas políticas que consagran nuestros derechos, los imperativos cristianos, que informan la humanización de las actuales costumbres? ¡Cuánto se ha progresado!

—¿Y qué? Descuento la suma inmensa de cruelísimos padecimientos que esos partos de la inteligencia han producido. Supongo que las ideas progresivas han ido surgiendo espontáneamente, apoderándose en seguida de las conciencias de una manera pacífica; que los hechos beneficiosos se han realizado sin grandes ni pequeñas dificultades, proliferando luego indefinidamente, cubriendo la tierra de obras de utilidad y de belleza. No dirá V. que concedo poco. ¿Y qué tenemos? Sobre que nadie se cree feliz –y claro está que quien no se lo cree no lo es– las últimas palabras de la ciencia no pueden ser más desconsoladoras: el hombre entero, desde los movimientos fisiológicos más inconscientes hasta la superior actividad voluntaria, atado a la vida universal como intersección pasajera de fenómenos materiales; la inteligencia, condenada a perpetua ignorancia de lo esencial y a cambiante incertidumbre, a verdades provisionales ante lo fenómenico; el corazón, retorciéndose entre mil insaciables apetitos; la existencia, perturbada por mil desequilibrios orgánicos; la vida de relación, sometida a la dura «ley de la lucha»; impotente la educación para condicionar la espontaneidad –fatalidad disfrazada– del hombre que se va formando y condicionarla a su albedrío; insuficientes la agricultura y la industria para satisfacer, sin perjuicio de ninguno, las crecientes necesidades de todos... al par que se condena el neo-malthusianismo como un delito contra la especie; la máquina, convirtiendo en servidor automático suyo al infeliz obrero; desquiciando al cultivo del arte, o de la ciencia las funciones del «intelectual»; la degeneración produciendo cada día más seres insociables, por la herencia, que perpetúa lo pésimo, mientras anula o desvirtúa los plastídulos del genio; los sistemas económicos y políticos opuestos, determinantes, según la respectiva crítica, de males graves y cada cual mayores y los términos medios, ofreciendo la mescolanza de lo malo de los extremos, sin poder ostentar, o, si acaso, en pequeña parte, la síntesis armoniosa de lo que tengan bueno; el derecho, la realización de cuyo ideal fue consoladora esperanza de los que padecían, por sí o por los demás, hambre y sed de justicia, rebajado, quizá para siempre, a ser verbo de la fuerza, o ser por la fuerza escarnecido; la fraternidad universal, imposible entre los hombres, como es imposible en el resto de los seres el mutuo respeto a la vida, y en el Universo entero, la armonía, sin continuas disonancias, la luz, sin mayor cantidad de sombras, los focos de calor, sin inmensos espacios fríos. Es todo un desorden, que parece ordenado así, una anarquía sempiterna, un caos con alma, el dolor... El mundo ideal se resuelve, al pretender verificarse, en una serie de infinita de irresolubles antinomias, que en el espíritu del hombre se corresponden con esta otra: conformarse con la realidad, es limitación, bajeza, sanchopancismo; pretender modificarla, es ser un loco.

—Ni Quijotes, ni Sanchos, sino los ojos de este para ver la realidad y el idealismo de aquel para modificarla. D. Quijote no fracasó por querer encarnar en lo real sus ideales, sino por no saber percibir la realidad. La hubiese percibido como era y entonces habría intentado lo posible sólo.

—Esto es, nada.

—No, algo, algo él y algo sus descendientes espirituales...

Pero ese cuadro que ha trazado V. es demasiado negro, amigo mío, demasiado negro. Yo creo que la ciencia, sobre ofrecer los medios más eficaces, los únicos medios de prosperidad general, es profundamente religiosa y grandemente consoladora. Ella es el arma mejor de un D. Quijote con los ojos de Sancho.

—¡Consoladora!... Aparte del placer que proporciona su cultivo a los escasos sacerdotes de esa religión del desinterés, y aparte, en el otro extremo, de los progresos industriales que su aplicación determina –progresos que no modifican al hombre y que en muchos casos sólo benefician al industrial– ¿dónde están y en qué consisten los consuelos de la ciencia? Ella aumenta el poder del hombre... y acrece sus necesidades; perfecciona algunas formas de su actividad y desquicia el conjunto; lo dignifica, sin prestarle inmunidad contra lo indigno, contra la inmensa suma de pequeñas miserias, que lo rodea, que lo penetra y que muchas veces lo vence o lo sacrifica; excita el deseo, sin aumentar el poder de la voluntad; y aniquila las dulces quimeras de la fantasía, y agosta mil expansiones del sentimiento, y opone a la interrogación racional del «qué» y el «por qué» del hombre y del mundo una impenetrable muralla, vacío en sombra, de espesor infinito, dentro de la cual nos movemos, alumbrados por fuego de ensueño.

—¿Es, acaso, que debemos añorar la Edad de piedra?

—¡Nunca!

—¿Qué, entonces?

—Quizá la nada.

—Si no lo conociera tan bien, me atrevería a pensar que era V. malo.

Si V. no tuviese tanto talento, yo diría que era V. necio.


{1} Cuenta Pablo de A. Cobos en su Machado en Segovia que este Diálogo «surgió de una polémica que mantuvo con el doctor don Segundo Gila sobre optimismo y pesimismo. El punto de partida de la polémica estuvo en un artículo de Norberto Fernando Cerezo Marinero, a quien los dos polemizantes estimaban como dilecto.» p. 66, nota 7. Fue don Segundo Gila mecenas de la cultura en Segovia y posteriormente Presidente de la Diputación Provincial; Norberto Cerezo fue un maestro, muy amigo de D. Blas, que murió fusilado.
Efectivamente, se conservan dos textos manuscritos de D. Blas como precedentes de este artículo. El primero, fechado en noviembre de 1914, se titula Réplicas de Norberto. Está, numerado como II (no se conserva el I) donde, en 15 páginas retoma su concepción de la voluntad expuesta en El Heraldo Granadino, 6 marzo 1900, para fundamentar su visión pesimista de la vida. La fecha es, por lo demás significativa en los comienzos de la Primera Guerra Mundial.
El segundo manuscrito, titulado Placer y Dolor (controversia), está sin fechar, pero contiene los apuntes para este artículo. Concluye con estas reflexiones: «de aquí que se haya dicho que la intelección es una función de amor, concepción, al propio tiempo, sutil y profunda, de Platón, el divino.
Decía el Sr. Guillén Selaya que sólo la enfermedad engendra el pesimismo. Y yo digo...
El Sr. Selaya me da en su conferencia un argumento contra el mismo y contra el Sr. Gila, al recordar el profundo pesimismo que para lo terreno ostenta el Cristianismo: «Valle de lágrimas» es la tierra.» (N. del E.)

<<< >>>

La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
© 2001 filosofia.org
  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 226-231