Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

La Escuela de Criminología

José Guallart y López de Goicoechea

Profesor de la Universidad de Zaragoza,
miembro del Consejo Superior de protección de menores

He aquí el tinglado de la antigua farsa.

Una bella idea –la de que los funcionarios de Prisiones obren no por capricho o por rutina, sino según demandan las conclusiones de la Ciencia penitenciaria–, creó, en buena hora, para aleccionarlos en esas sus tareas, la Escuela de Criminología. Pero pronto sus maestros, mejor que servir esa noble finalidad que España depositó en sus manos, sirvieron una idea de secta y una ambición de grupo... Es la eterna táctica de la Institución Libre de Enseñanza –suave, callada, traicionera–, tan certeramente expuesta por otras plumas en los capítulos iniciales de este libro.

Fue una antigua aspiración. Pero hemos de llegar a nuestro siglo para que Rafael Salillas, sirviendo así sus fervores correccionalistas, concibiera la Escuela de Criminología, y para que don Eduardo Dato, a la sazón ministro de Gracia y Justicia, la llevara a las páginas de la Gaceta en marzo de 1903.

Las indiscreciones de la Historia

Se ha dicho que los capítulos más sugestivos de la Historia son los que dictó la indiscreción. Unas palabras indiscretas de Fernando de los Ríos, las que el maestro Rocasolano recoge en su capítulo, aclaran, a los que de otro modo no habrían tal vez de creerlo, cual sea el entronque de la Institución Libre de Enseñanza [204] con unas y otras obras; cual sea la táctica de todas ellas; cuán fecundamente hicieron «política» –con minúscula– y «posibilitaron el advenimiento de un régimen nuevo».

Otras palabras, indiscretas también, y también lanzadas en momentos que para los institucionistas fueron de euforia –1930; caída del dictador; promesas revolucionarias–, nos descubren, sin disimulos, cual sea el alma de la Escuela de Criminología, ¿Creeréis que un afán por servir la labor docente encomendada? ¿O una apetencia científica? Oídlas: «Se trata de una institución en que el «espíritu» dominaba sobre la finalidad instructiva, y, por ello no se cubrieron los cargos docentes por oposición o público concurso, sino que se designó a los profesores atendiendo a la notoriedad que en sus Ciencias gozaban». «Con valer mucho las enseñanzas de la Escuela, absorbidas por los estudiantes con singular avidez, lo más transcendental de la obra era el espíritu que iluminaba a Salillas y del que quedó penetrado el Instituto. Contagiados de él todos los profesores, la Escuela de Criminología era un Centro de educación en el que el régimen instructivo fue el medio de crear el «ánima». Los catedráticos de la Escuela rimaban con el director, y, así, ese organismo era una verdadera corporación en la que anidaba un espíritu». (Jiménez de Asúa, Al servicio del Derecho penal, Madrid, Morata, 1930, primera edición, páginas 139 y 141.)

El que sepa entender, entienda. Las palabras son lo bastante expresivas.

La ciencia de la Escuela

A confesión de parte, sabemos ya que la preocupación científica de la Escuela fue siempre, para sus directivos, secundaria. Para nosotros habrían de agregarse también notas de exotismo y de error. [205]

Un hombre exótico, Krause, desconocido en su patria alemana, la patria grande de los filósofos, llenó, por el contrario, toda la filosofía oficial de la España decadentista. Sanz del Río, que entroncaba fuertemente con la Institución a través del fundador y alma de ésta, nos lo había importado como la personificación de las más excelsas corrientes filosóficas germanas. Y Krause, el ignorado o el menospreciado de los suyos, reencarnó en toda una escuela de filósofos y pensadores y juristas españoles, y su lenguaje sibilino e ininteligible fue el lenguaje de la triste generación del 98.

Errónea filosofía krausista es la que concretada en el «Correccionalismo penitenciario», de Roeder, el discípulo, sirvió la Escuela de Criminología. Error y exotismo mediocre, cuando sin salir de la Patria nuestra pudo hallarse la verdad. Que los nombres clásicos de Bernardino de Sandoval, de Cerdán de Tallada, de Cristóbal de Chaves, de Sor Magdalena, de San Jerónimo, y, más cerca de nuestros días, los de Montesinos y Concepción Arenal, son lo sobradamente prestigiosos para formar con ellos el arranque de una escuela penitenciarista sólidamente científica, hondamente cristiana y castizamente española.

Así en las ideas penitenciaristas. Frente al problema de las causas del delito, error y exotismo, también. Doctrina de la Escuela fue el positivismo lombrosiano, el que hace creer fatal al delito; el que arroja el espíritu en el desánimo, al enfrentarlo con lo irreparable; el que, ante el crimen enfermedad, trueca los juristas y los penitenciaristas en médicos o enfermeros...

Pero la Ciencia fue lo secundario. Lo primordial –son sus palabras– fue , tomando el régimen instructivo como medio, forjar el «ánima». El ánima de la Institución. [206]

Autobombo y autoselección

Suma y sigue, la táctica institucionista.

Otros colaboradores de este libro tratan –¡cómo el tema es frondoso!– de lo que ha sido el régimen de oposiciones al servicio de la Institución Libre de Enseñanza. Nosotros no tenemos por qué hacer referencia de él. En la Escuela de Criminología el procedimiento designador del profesorado fue , ya que no más eficaz a la «causa», sí más fácil y expeditivo. ¿Oposiciones? ¿Concursos? ¿Garantías de selección? ¡Para qué! ¡Un grupo de amigos, modestamente, proclama la notoriedad de cada uno de ellos en sus disciplinas respectivas! ¡Y, para el mañana, se reserva la facultad de proponer, con carácter de exclusividad, los nuevos nombramientos! Así, con tamaño impudor, rezaban los artículos 5° y 7° del decreto inicial.

Las inquietudes de la Escuela

No las busquéis de orden cultural o pedagógico. Son más pequeñas; son inquietudes personalistas en torno, precisamente, a esta selección del profesorado. Ellas, mejor que inquietudes creadoras, perturbaron en mucho la labor de la Escuela.

Fue tan insólito, tan grave, el monopolio de la obra para proveer sus futuras vacantes que el ministerio de Justicia, celoso de su autoridad, buscó mermar atribuciones. El Estatuto Penitenciario de 1913, tímidamente, establece el concurso para ulteriores provisiones en el profesorado; aunque, complaciente, dejó también, para cuando se trate de personas de excepcional notoriedad científica y de indiscutible competencia, la propuesta de la Junta de profesores. [207]

Pese a tamaña concesión, sin concurso, sin propuesta siquiera, autónoma, erigida ya en cantón independiente, la Escuela formuló luego diversos nombramientos. Velaba en ellos porque no se rompiese la «unidad de espíritu»..., que tanto quiere decir en romance como que sólo de entre los contertulios fuesen los escogidos.

Y esta es la historia de la Escuela. Un ministro de criterio independiente –Burgos y Mazo– que anula nombramientos indebidos y anuncia el concurso legal, un concurso del que Jiménez de Asúa ha escrito con extraña ética y más extraño lenguaje diciendo que se realizó «infringiendo el alma de la institución» (¡!); y un monopolio que se rompe con el ingreso de nuevos profesores, «neófitos que no contaron con la aquiescencia del claustro existente, que sin rodeos manifestó su animadversión a la propuesta ministerial» (¡!), en lugar de aceptar como bueno el equilibrio de tendencias o el contraste de ideas del que pudiera nacer la verdad; y llegan luego normas legales –R. D. de 5 de octubre de 1917– con variaciones sobre el mismo vidrioso tema de los concursos y de las desarmonías entre Escuela y Ministerio; y, más tarde, cuando –vuelto a Dios– muere Rafael Salillas, «fuertes discrepancias con la superioridad»; dimisiones irrevocables..., así hasta que un ministro de tesón suspendió temporalmente la Escuela, bien que con la esperanza de hacerla retoñar, «cuidadosamente reorganizada», Real decreto del 17 de diciembre de 1926, refrendado por don Galo Ponte.

1930 año de revisiones

La obra de la Dictadura, sólo por serlo, veíase sometida a total revisión. De esta suerte, la desaparición de la Escuela de Criminología volvió a las columnas de la Prensa y de resucitarla se hizo una bandera más. [208] Marcelino Domingo, desde La Libertad, gritó contra la posible reorganización de aquella Escuela y pidió su restablecimiento tal como Galo Ponte la suprimiera.

También el inevitable Jiménez Asúa terció en aquella querella. Y puso ya sus ojos en la Escuela. «¿Restablecer la Escuela de Criminología como estaba? Bien, si ello significa protesta viva contra el atropello de Ponte; restauración de derecho. Pero, apenas resurrecta, hay que ir a su reforma, para que la Escuela de Salillas renazca de este colapso y de aquel remedo, casi peor que la muerte. (Ib., pág. 150.)

El Instituto de Estudios Penales

«Se ha dicho» que alguien que no logró en 1931 cartera ministerial, pese a sus intensos afanes revolucionarios, prostituyendo Universidad y cátedra, recibió, a cambio, como feudo, el Instituto de Estudios Penales.

De esta suerte, «sobre el recuerdo de la antigua Escuela de Criminalogía», nació, por decreto de 29 de marzo de 1932, el nuevo Instituto, «dedicado –observar el ensanchamiento de sus fines– a la preparación del personal del Cuerpo de Prisiones, a la ampliación complemento de estudios de otras carreras que se determinen y a la enseñanza libre de Ciencias penales» (artículo primero).

La plenitud de los tiempos

No es ya el favor de una política claudicante o traicionera que, a pretexto de pacificar espíritus o captar voluntades –fines nunca logrados–, pasábase con armas y bagajes al enemigo. [209]

Es, a partir de 1932, la plenitud de los tiempos institucionistas, vividos al compás de su propia política. Así, la historia del nuevo Instituto encarna en alegrías presupuestarias, signo de Frentes Populares. Y en la frondosidad en crear nuevos órganos –Anexo Psiquiátrico, Servicio de Biología Criminal– con sendas dotaciones y escasos rendimientos. Y en el afán de invadir la vida académica –táctica institucionista, igualmente–, excediendo la modesta y peculiar misión de una Escuela formadora del personal penitenciario, para llegar a querer ser más que la Universidad misma. Es también, ¡cómo no!, la libre designación del profesorado, dejada al arbitrio ministerial para la vez primera; a la propuesta unipersonal del Instituto, que vale tanto como su capricho, para los nombramientos sucesivos. Son poco edificantes, pero deben quedar recogidas las palabras con que el que fue director del nuevo Centro ufanábase luego en la Prensa de esta su personalísima selección del profesorado: «Quiero recabar para mi responsabilidad, la indicación de los nombres de quienes constituyeron el claustro del Instituto. No quisimos, al crear el Centro, someter la designación de sus docentes a concursos –que nada dicen, porque los méritos oficiales son harto falsos– ni a oposiciones que tan a menudo se amañan». (Jiménez de Asúa, Una Facultad de Ciencias Penales, en La Libertad, Madrid, 30 de mayo de 1935.) Así dice quien fue opositor afortunado, en la primera y única vez que como opositor actuara; quien ha sido, muchas veces, juez de oposiciones, y afortunado también en ellas, porque siempre fueron todos y solos sus auxiliares o ayudantes de turno quienes lograron los honores de escalafón universitario. ¡Oposiciones que tan a menudo se amañan! ¡Sincero testimonio de un experimentado que vale por todo un poema! [210]

Política de rectas intenciones

Tal fue la que el ministro señor Aizpún siguiera con el Instituto de Estudios Penales. A un decreto suprimiéndolo radicalmente, siguió, para llenar la necesidad docente, la creación, volviendo al viejo nombre, de una Escuela de Criminología; Escuela reducida en su finalidad y en sus presupuestos, a límites más modestos y más justos –de 61.000 pesetas consignadas antes, pásase a 33.000– siguió también la convocatoria de concurso de méritos para proveer los puestos del profesorado. No he de hablar de este concurso, porque mediante él me cupo el honor de conquistar una de las cátedras del nuevo Centro; tan sólo diré que quienes se arrogaron antes libérrimas facultades de nombramiento, rasgaron ahora sus vestiduras porque el ministro reformador, que pudo y no quiso apoyarse en tales extraños precedentes, tornaba por los buenos fueros del concurso de méritos.

La eficacia de esta política la frustró el gran delito electoral de febrero de 1936, que volvió las aguas al desbordamiento y el Instituto a sus institucionistas cuadros de profesorado, a su amplitud de fines, a sus frondosos órganos, a sus alegrías presupuestarias...

La lección del pasado

He aquí –en bosquejo histórico, porque la Historia tiene mucho de aleccionadora– lo que ha sido la Escuela de Criminología. He aquí el tinglado de la antigua farsa.

«Farsa» porque, apoyados en una ficción cultural, no ha sido Ciencia, sino una política revolucionaria y antiespañola lo que se ha servido. [211]

«Antigua» por pasada, porque si España ha de ser como todos queremos, la de las creencias y las virtudes tradicionales, la España libre –libre de torpes ingerencias–, nuestra Patria, alerta siempre, no caerá en ciudad alegre y confiada, a cuya sombra los Leandros y los Crispines viven, y, quedando sin cerrar el ciclo benaventiano, hará posible que de ella no pueda decirse más que, para destrozarla, vuelve el tinglado de la antigua farsa.

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 203-211