Capítulo XVI El siglo XVIII
§ II Escuela llamada crítica
Sentido crítico. – El P. Benito Feyjóo. –Carácter de sus escritos. –Sus obras. –Sus adversarios. –Opiniones de Menéndez y Pelayo y de D. Adolfo de Castro. –El P. Almeida.
Llámase escuela crítica, por llamarla de algún modo, la falange de hombres inteligentes que, atento el oído al movimiento cultural exótico, del cual apenas llegaban vagos rumores a la península, se hicieron eco de las innovaciones científicas y del espíritu liberal procedente de Francia.
Más por su talento crítico que por sus escasas condiciones literarias, el benedictino Benito Jerónimo Feyjóo (1676-764) ejerció positiva influencia, si no en el estilo, en [346] el pensamiento de sus contemporáneos. Su perspicacia comprendió el abismo que nos separaba del resto de Europa. Como dice oportunamente Ticknor, «no era un genio ni capaz de inventar nada»; pero era un hombre estudioso, de buen sentido, honradamente patriota, y sintió dolor inmenso al notar el aislamiento de España y la ignorancia en que yacía nuestro pueblo con relación al adelanto de los demás países. El generoso intento de sacudir la pereza intelectual española, que tal será siempre el mérito de Feyjóo, se tradujo en el Teatro crítico, reunión de disertaciones sobre puntos importantes de la filosofía y del estado social en las cuales predomina el pensamiento de los naturalistas. Feyjóo se presenta con sentido crítico, casi adoptando la actitud de un Bacon español, dispuesto a romper lanzas con la dialéctica y la cosmología de las escuelas y a ahuyentar las absurdas creencias o prejuicios que bullían en los cerebros de sus compatriotas. La natural reacción contra toda iniciativa, motivó la publicación de muchos trabajos contra la obra del P. Feyjóo. Al núcleo protestante pertenece el Antiteatro crítico, de Salvador José Mañer, «en que se impugnan 26 discursos y se le notan 70 descuidos». Más adelante, en 1731, el mismo autor, que sólo había impugnado los dos primeros tomos, se emplea en el tercero, señalando «998 errores, que podrían contarse por las márgenes».
El 1739 suspendió el P. Feyjóo la publicación del Teatro, cuando ya llevaba ocho tomos, y emprendió la de las Cartas eruditas, estudios de orden análogo al Teatro, pero más de carácter práctico por referirse con predilección a la moral y a los temas religiosos. La serie de Cartas se cerró en 1760 con el quinto volumen.
Feyjóo sería una figura simpática aunque fuera sólo por la libertad e intrepidez con que atacó las preocupaciones reinantes en aquel tiempo de postración y servilismo. No importa que las obras del benedictino hayan perdido su valor en nuestro siglo por los adelantos científicos modernos, ni que cometiese inexactitudes, ni que calcase los [347] diccionarios franceses, ni que su estilo descuidado pueda justificar la frase de «que se le debiera erigir una estatua y quemar ante ella todos sus libros». Al fin y al cabo, gran didáctico es el que destierra supersticiones y fomenta el amor a la ciencia. Feyjóo, en efecto, contribuyó como pocos a la saludable regeneración que se notó en los tiempos de Carlos III, y eso que no edificó nada en sustitución de lo que demolía. Su crítica, nada profunda, taló la maleza sin arrancar las raíces.
Ignoro en qué pudo apoyarse, sino en su apasionamiento vivista, Menéndez y Pelayo, para enlazar la crítica de Feyjóo, experimentalista, con la de Vives, impregnado del clasicismo helénico. Feyjóo nada supo de la antigüedad y se inspiró siempre en la Enciclopedia francesa y en el Diccionario de Bayle. Su falta de profundidad y de severo criterio filosófico, le tuvo en perpetua indecisión, y no obstante su predilección por Bacon y Newton, ni se decidió por la escolástica, declarándose «bien hallado con las formas aristotélicas», ni por los innovadores, sin perjuicio de oponer a la primera su acerba crítica del ergotismo y a la segunda su inquebrantable afirmación ortodoxa.
D. Adolfo de Castro opina que Feyjóo «no merece el nombre de filósofo. No hay un pensamiento original digno de su memoria, no hay una sentencia que merezca respeto». No combatió errores de sabios, sino preocupaciones vulgares. De todas suertes, su sentido práctico desembarazó de cuestiones lógicas inútiles y buscó los fundamentos metafísicos en las ideas religiosas. Y no sólo se propuso «depurar la hermosura de la religión» y alardeó de católico; llegó hasta escribir contra los hebreos, como un antisemita; a combatir a los protestantes, a los materialistas; no hallaba en Rousseau más que «continua sofistería, paradojismo anheloso de notoriedad», y tributaba ferviente adoración a la Virgen María, fundando en su amoroso patrocinio la esperanza de la eterna felicidad.
Misión análoga a la de Feyjóo, cumplió en Portugal el P. Teodoro Almeida (1722-803), del Oratorio de S. Felipe [348] Neri, cuya influencia, se dejó intensamente sentir en toda la península, merced a las repetidas traducciones de sus obras. Las Cartas físico-matemáticas de Teodoro a Eugenio, forman un tratado de Física, con algo al final de Cosmología y descripción de algunos aparatos especiales, todo enderezado a la divulgación de las ciencias físicas. Al mismo fin dirige su Recreación filosófica o Diálogos de Filosofía natural. No confiesa con sinceridad su dirección mental y, como Feyjóo, alardea de ortodoxia y, aunque en el preliminar escribe: «No he de ceñirme a escuela alguna, ni he de seguir ciegamente a autor alguno determinado, sino lo que sinceramente comprendiese que se acerca más a la verdad», en el compendio de Historia de la Filosofía que precede a las Recreaciones, se nota el desvío de la escolástica, y tanto en el título Filosofía natural, cuanto en la índole de las materias, su predilección al empirismo. En efecto, comienza exponiendo los conceptos de materia, forma, gravedad y peso; estudia los elementos, los sentidos, la fisiología de los brutos (el alma de éstos es pura materia), las plantas, astronomía y geografía físicas; sigue una Introducción a la filosofía racional (lógica, patología del entendimiento y dialéctica) y sólo en el último y menos voluminoso de los tomos aborda la metafísica sin tocar más que algunos puntos. Es, como el español, un pensador práctico o un filósofo con la menor levadura posible de filosofía.
|