Filosofía en español 
Filosofía en español


Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español

Segunda parte ❦ Estructura y dinamismo del pueblo español

§ II
Manifestaciones embrionarias

La cultura en los grandes núcleos de población.– España refractaria a la civilización.– A ras de tierra.– Languidez de la vida literaria.– Apostolado para difundir las ideas modernas.– Desorientación colectiva.– Autoengaño.–El estudio psicológico de los pueblos.– Causas de la anestesia española.– Manera de hacer estas investigaciones.– La superficialidad de los estudios sociológicos en España.– La defraudación del espíritu público.– El sopor general del país.– Fuerzas que alientan en el verbalismo.– Falta de tonicidad.– La atonía del pueblo español.– Carencia de propulsores.– La manía proyectista.– Inconsciencia de los políticos.– Abandono de las necesidades perentorias.– La obstinación en el error.– Ineficacia del partidismo.– El predominio de la indelicadeza en todos los órdenes.– Las derivaciones del letargo.– Sin ideal.– Dogmatismo e imitacionismo.– Aversión a los gobernantes.– La iniciativa individual sojuzgada por el misoneísmo.– La visión de los grandes pensadores.– La admiración de la ignorancia.– El esfuerzo de los innovadores.– El descontento de los espíritus superiores.– La inercia del pueblo.– La falta de matices en nuestra idiosincrasia.– El automatismo en la acción nacional.– Pobreza de ideal en las distintas esferas de la colectividad.– El trato antisocial.– El matrimonio por puro formulismo.– El encono en la familia.– El absolutismo en el hogar.– Hacia el progreso.– La misión de la mujer y los efectos de su desconsideración.– La oquedad y la frialdad ambientes.– Indagaciones de Unamuno.– El deber en los pensadores.– Los centros de enseñanza y el Profesorado: su desprestigio.– El sentido crítico del pueblo.– Selección del Profesorado.– Metodología inadecuada.– Tutela cultural del Estado.– Estadísticas comparativas de los Presupuestos de Instrucción.– Cualidades de la literatura española.– El sentimentalismo.– El éxito.– La irreceptividad colectiva.– La curva fatal.– Los eternos teorizantes: Azcárate y su obra.– Prescindiendo de la psicología colectiva.– Influencias metafísicas.– Lo que hubiese podido hacer Azcárate.– Los prohombres del republicanismo.– Labor infructuosa.– Los monopolios.– Las camarillas.– Trabajo positivo.– Intentos de renovación. La Unión Nacional.– El Regionalismo.– La Solidaridad Catalana.– La ficción del bloque de las izquierdas.– Indicios del despertar del país.– La selección literaria.– El movimiento literario en Europa.– Los literatos modernos y sus obras.– Los equívocos en la dramática.– Nuestros críticos.– El desaliento de los neoescritores.– La Escuela de Nietzsche.– Síntesis de un movimiento.– La conciencia en la multitud.– Los deseos de redención.– Labor de los directores.
 

LA CULTURA EN LOS GRANDES NÚCLEOS DE POBLACIÓN.– Los grandes centros de población en España no son, por desdicha, núcleos de cultura cívica ni de florecimiento integral, en la medida que pudieran serlo. Antes al contrario, en no pocos de ellos hallamos que, a las omisiones y a los defectos propios de las sociedades primitivas, hay que añadir todos los fermentos deletéreos de las aglomeraciones urbanas, tales como la sobreexcitación producida por el alcohol y la exaltación del celo animal, en esas formas torpes en que la sensualidad desenfrenada convierte al hombre en una fiera irritada, sin más acicate que el que le imponen el reflejismo medular, los apetitos brutales, el imperio de la carnalidad, en suma.

 
ESPAÑA REFRACTARÍA A LA CIVILIZACIÓN.– Aquí se da un fenómeno singular: los alientos modernos no penetran; el tono general de la civilización no se ha elevado sucesiva y gradualmente. Sólo se han, impuesto, de una manera ostensible, aquellas formas de la civilización que han de considerarse como una superfetación de la barbarie, ya que significan decadencia, postración y envilecimiento del carácter. ¿Cómo se comprendería, si no, el éxito enorme que ha obtenido la literatura folletinesca, la novelería torpemente fantástica, inverosímil y retorcida, sin otro propósito que el de exagerar las cualidades morales, sacando de quicio las dotes del individuo y exagerando las proporciones de los acontecimientos hasta caricaturizarlos sin ingenio?

Encontramos el origen de tales procesos psicológicos en el legado hereditario del exoterismo, que lentamente ha ido infestando al pueblo.

 
A RAS DE TIERRA.– Salta a la vista que la causa principal, si no la única, de que el ambiente social de nuestro país se renueve con tanta lentitud es, indudablemente, la falta de interés que aquí se siente por las ideas. En esta tierra, en que todo apasionamiento halla medios para expansionarse y cualquier quisicosa, producto de un raquítico magín puesto en prensa, halla eco, hace prosélitos y, lo que es peor, triunfa, es rarísimo que aun las gentes pseudoilustradas se preocupen, más allá de breves instantes, por algo que signifique meollo.

Es un padecimiento añejo la absoluta carencia de atención para todos los problemas que el espíritu de la contemporaneidad reclama a voz en grito. Por esto, aunque nos duela el confesarlo, es evidentísimo que hasta la hora presente el cultivo intensivo del espíritu, en España, apenas existe de una manera fragmentaria, esporádica y a intervalos.

Bajo cualquiera de los aspectos en que puede examinarse la dinámica del pueblo español, se advierte acá y acullá, en el centro como en la periferia, una indiferencia verdaderamente musulmana en cuanto atañe a los grandes affaires de la intelectualidad. Por esto se explica que la aparición de un libro no tenga ningún género de resonancia; que pase inadvertida y que apenas los periódicos den una noticia breve de lo que en otros países llega a constituir, casi siempre, un acontecimiento de singular transcendencia.

 
LANGUIDEZ DE LA VIDA LITERARIA.– Es preciso declarar sin ambages, llanamente, que la vida literaria se desenvuelve entre nosotros con una pobreza tal que raya en los límites de la miseria. De otra suerte no se concebiría este aplanamiento terrible de los espíritus aislados, sin otra excepción que los dos o tres centenares de solitarios que se consagran a leerse a sí mismos, en un estéril intercambio de productos intelectuales. A esto, o poco más, queda reducido el comercio de las ideas en esta tierra sin ventura.

Razones para hallar el fundamento de nuestra atonía espiritual, no faltan. Se ha debatido hasta la saciedad, desde Larra hasta Unamuno –por no remontarnos más allá en los fastos de la historia de la crítica–, el cómo y el porqué de la ausencia de las inquietudes y, por lo tanto, del afán inquiridor.

 
APOSTOLADO PARA DIFUNDIR LAS IDEAS MODERNAS. No son, pues, tópicos vulgares y frases hechas lo que la sinceridad exige del escritor. Hay que abordar con valentía, y si fuera necesario con arrogancia, el noble empeño de promover, por todos los procedimientos fáciles y eficaces, una campaña para hacer efectiva la obra de desentumecer la receptividad psíquica de todas las clases sociales. Ha de ser la mejor y más fecunda de las empresas la de libertar al pueblo de la modorra en que yace estúpidamente. De no llevar a cabo esta especie de apostolado laicista, para convertir el libro y la revista seria en artículos de primera necesidad, serán por completo ilusorias cuantas tentativas se realicen con el fin de mejorar la condición jurídica de los españoles. Quedarán reducidos a la nada todos los planes de reforma política que se intenten.

Llevamos próximamente un siglo de vanas agitaciones formales y la situación del país sigue siendo tan agobiante como en 1808. Y así seguiremos secularmente, si no ponemos un esfuerzo gigantesco al servicio de la divulgación de nuevas nociones que, al orear el pensamiento, lo dejen libre y abonado para que en él surja potente, avasalladora, la curiosidad indispensable para la acción integral que está encomendada a la generación actual. Urge, por consiguiente, dar contenido y finalidad a este pueblo, que en el momento presente no realiza ninguna misión substantiva en la historia de la civilización.

 
DESORIENTACIÓN COLECTIVA.– Prescindiendo de la ingénita crueldad que ha tenido su asiento en nuestras costumbres, hallamos que la Mitología, a medias comprendida, y los ensueños de iluminado, invadieron el intelecto español, determinaron nuestro pasado e hicieron que nuestra soberbia llegara al paroxismo. De ahí que todas las concreciones de la mentalidad hispana sonasen a hueco. En la actualidad, hemos decaído en todo; incluso nuestros defectos han perdido la grandeza que pudieron ostentar ante Europa, asombrada de la impetuosidad y del viril entusiasmo de una raza un tiempo indomable, y que en todos sus actos reflejaba la exaltación que acompaña al delirio de grandezas. Ahora, la sinceridad nos obliga a confesar que ni siquiera podemos parangonarnos con nuestros antepasados. Hay entre los españoles del siglo XVI y los del XX una enorme diferencia: aquéllos tenían un propósito, erróneo si se quiere, pero al fin propósito, empeño, aspiración; en cambio, nosotros carecemos de toda orientación; no hay en nuestro horizonte un faro luminoso que nos indique el rumbo que debe seguirse, ni tenemos vigor espiritual. Vagamos y bogamos en las tinieblas; por eso hallamos tantos escollos y arrecifes, y vamos de tropiezo en tropiezo, de tumbo en tumbo, como un frágil barquichuelo, perdido sin vela ni timón en la inmensidad de un océano tumultuoso, que no otra cosa es el vivir moderno. Y no es esto lo peor, sino que cuantas veces tratamos de concretar la actuación, apenas acertamos a cambiar de postura; lo cual es una prueba irrefragable de nuestra laxitud, de nuestra debilidad; porque, si sintiéramos una verdadera y honda conmoción interior, en vez de buscar, como los enfermos, en un simple cambio de postura un relativo bienestar, nos incorporaríamos de una vez, para lanzarnos a la lucha por los ideales que informan a la contemporaneidad.

 
AUTOENGAÑO.– Sensible es declararlo, pero la única realidad en España es la ficción, el mutuo engaño, la caquexia orgánica, que convierte a los pueblos en bandadas de beduinos. Mas cabe preguntar: ¿permite nuestra situación en lo psíquico y en lo económico vislumbrar algo que pueda significar alientos y propósito de enmienda? Realmente, apena y conturba la lectura de los estudios que acerca de la actualidad hispana han escrito científicos y sociólogos de espíritu imparcial, que han tratado de ahondar en nuestra manera de ser a la hora presente.

Seguimos siendo los prototipos de la afectación; perdura en nosotros el retoricismo; los prosistas rinden un culto excesivo a la sonoridad; se preocupan en demasía de ser artífices de la palabra y no forjadores de ideas. La petulancia nos lleva a hacernos creer que los españoles escribimos mejor que nadie, y que en la esfera de la oratoria nadie en Europa puede superarnos.

 
EL ESTUDIO PSICOLÓGICO DE LOS PUEBLOS.– Al proponerse estudiar la idiosincrasia, la contextura mental, el modo de ser íntimo de los grupos étnicos, que en la actualidad se designan con el nombre de naciones, es preciso tener en cuenta, no sólo aquellas manifestaciones externas que constituyen la forma corriente de expresión de las múltiples fases del carácter, sino también un sinnúmero de móviles internos, de modalidades orgánicas y psíquicas, que las más de las veces pasan inadvertidas y, sin embargo, son algo así como los gérmenes propulsores de la acción social. Por lo general, la psicología de los organismos colectivos suele hacerse grosso modo. En los pueblos latinos, y singularmente en España, se habla, de ordinario, por pura impresión. Al emitir los juicios, únicamente se tiende a salir del paso. Es defecto común a intelectuales y políticos el prurito de agradar, de quedar bien y cosechar el aplauso de la galería. La tónica de la mayoría de nuestros pseudosabios y politicastros ha quedado reducida a una deplorable ficción, en la cual el formulismo vacío de contenido lo es todo.

 
CAUSAS DE LA ANESTESIA ESPAÑOLA.– La ruindad de espíritu, como consecuencia de la deficientísima preparación, el saber a medias, ha hecho tales estragos entre los profesionales de la política y la Prensa, que en el momento histórico actual apenas se advierte en nuestro país el menor signo de la inquietud que en los pueblos contemporáneos ha sido fuente de todo progreso. A juzgar por las apariencias, por la despreocupación de los que tienen a su cargo las funciones rectoras y tutelares, cabría imaginar que vivimos en calma perpetua, como si hubiéramos escalado las cimas del bienestar y la prosperidad. Diríase que España es una nación que había sido cuna del resurgimiento de las disciplinas intelectuales y terreno abonado para que en él hubiesen hallado ambiente propicio el florecimiento y la expansión de las ideas.

 
MANERA DE HACER ESTAS INVESTIGACIONES.– Si sólo nos fijásemos en la consistidura, en lo que instantáneamente impresiona los sentidos y cautiva la curiosidad del espectador, seríamos víctimas de un fenómeno de espejismo. El más somero intento de análisis llevaríanos irremediablemente a un fracaso. Dentro de la esfera de los acontecimientos sociales, es indispensable que en la investigación presida un criterio amplio y libérrimo, predominantemente experimentalista. Para estudiar la evolución, el dinamismo y el proceso genético de integración de la mentalidad colectiva, es de todo punto incuestionable que se ha de apelar al método objetivo. Sin una labor de tanteos exploratorios, es ilusorio creer que cabe iniciarse en esa selva de la fenomenología del hacer social. De no ensayarse, poniendo cuidado especial en seriar y catalogar uno a uno los datos, es pueril y aun peligroso asomarse en el ámbito de las disciplinas sociológicas.

 
LA SUPERFICIALIDAD DE LOS ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS EN ESPAÑA.– La inextricabilidad de los hechos en cualesquiera de los puntos de vista en que los consideremos es evidentísima. Fijándonos exclusivamente en el aspecto intelectual y circunscribiendo el examen a la producción literaria actual, tras una asidua y no interrumpida tarea de cotejos y rectificaciones, se adquiere la convicción firmísima de que en España se han formulado los juicios, partiendo casi siempre de la mera suposición. Cuantas afirmaciones han sido lanzadas por nuestros hombres más insignes, se apoyan en bases deleznables. Fueron un producto de la inspiración del momento. Para obtener un triunfo inmediato cometieron el error crasísimo de fiar a la improvisación aquello que debió ser objeto del estudio sostenido y tenaz de meses y aun años de intensa meditación. Es defecto peculiar de la raza ese afán de sintetizar en un discurso o artículo de periódico los acontecimientos tendiendo, en la mayoría de las ocasiones, a conquistar el asentimiento de la generalidad, y para conseguirlo se apela a todo género de recursos, incluso a los afectismos más burdos.

 
LA DEFRAUDACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO.– El continuado e incesante predominio del retoricismo, ha ido atenuando paulatinamente la receptibilidad de las masas, que se han acostumbrado a los desplantes de los políticos y periodistas que fían los resultados de sus propagandas a la sugestión. Más de medio siglo de literatismo garrulo, amanerado y ramplón, es bastante para amodorrar a un pueblo, desviarle de su trayectoria y sumirle en el quietismo en que ahora yace. Durante los últimos lustros se ha acentuado, por modo considerable, la poquedad del espíritu público. Ni en una sola de las esferas de la actividad social se ha notado el más ligero soplo de acometividad. En aquella época de fiebre, de agitación, de descontento, en que todos los pueblos del continente se afanaban por afianzar su situación y entablaban luchas empeñadísimas en el orden económico, industrial y comercial, aquí permanecíamos indiferentes, aislados por completo, alejados de la concurrencia mundial y sin parar mientes en lo que ocurría, no ya en los pueblos del Norte de Europa y los Estados Unidos, sino ni siquiera en las naciones hermanas, Francia e Italia.

 
EL SOPOR GENERAL DEL PAÍS.– La falta absoluta de interés, como consecuencia del sopor que se había apoderado de todos los espíritus, incluso los que considerábanse y presumían de cultivados y despiertos, fue tejiendo la espesa malla que más tarde había de esterilizar y hacer imposibles los esfuerzos de algunos hombres insignes y abnegados, cuya audacia y generosidad fueron vencidas, de una parte, por la atonía general del país, y de otra, por las vacilaciones y quizás la torpeza y la cobardía de los que debían coadyuvar a la obra renovadora y ampliativa. La experiencia ha venido a demostrarnos que carecieron de energía y de civismo para afrontar con denuedo los rigores de la adversidad.

La mentalidad colectiva española ha atravesado un largo período, durante el cual la actividad se limitó al mero dilettantismo político. El último tercio del siglo XIX fue de una infecundidad tan abrumadora, que no se registra otro semejante en la historia contemporánea. Transcurrieron los años y las décadas sin que se operase ni un insignificante movimiento generador de algo que viniese a restaurar las energías del organismo nacional, cada instante más deprimido y aletargado. El confinamiento fue enseñoreándose de todos los intelectos y, lo que es aún peor, extendiendo los fermentos deletéreos del recelo y la desconfianza a todas las capas del cuerpo social.

 
FUERZAS QUE ALIENTAN EN EL VERBALISMO.– La no concentración de los distintos elementos que integran el sistema de fuerzas impulsoras y reguladoras, el abstencionismo de determinadas clases urbanas, la depauperación progresiva de los campesinos, el misoneísmo de la nación entera, la ausencia de idealidad, la falta de todo agente alentador que estimulase y vigorizase el psiquismo de nuestro pueblo; la pasividad, el enervamiento, la incredulidad, dieron origen al entronizamiento del verbalismo y al imperio de la frase, tan arraigado y antiguo en nuestra Península, que los célebres oradores de Iberia, y especialmente los de la Bética, llegaron a imponer su estilo ampuloso al pueblo más retórico del mundo, a la misma Roma. A este predominio de la forma sobre el fondo se reduce, en puridad, la vida del Parlamento. La inconsistencia, la superficialidad y el monoideísmo, han engendrado la crítica insubstancial que a nada práctico y útil conduce, ni a los que son víctimas de sus diatribas, ni tampoco a los desdichados que la esgrimen como arma de combate, para entrar a saco en el fondo de reptiles del Ministerio de la Gobernación. La discontinuidad en el esfuerzo, el mariposeo, las perfidias de los vencidos y de los cansados, antes de arribar a lo que ellos consideraron lugar abrigado y tranquilo, motiva en no pocas ocasiones el cuarto de conversión, el resellamiento y la claudicación misma. Los temores injustificados, la laxitud, el decaimiento, la versatilidad, son fenómenos que revelan la pobreza de vida interna, el aplanamiento que sufre el yo, el confinamiento mental de todo un pueblo, que no oye ni cabe que en mucho tiempo perciba las palpitaciones del espíritu distintivo de la contemporaneidad.

 
FALTA DE TONICIDAD.– La debilidad, el agotamiento, la fatiga, no es posible que en modo alguno propendan ni inclinen a la intensificación y robustecimiento de la acción. Es evidente que la multanimidad psicológica tan sólo cabe adquirirla cuando el individuo goza de cabal salud y su organismo se halla en la plenitud de sus facultades todas. En lo social acontece lo propio. La disociación es, sin duda, uno de los epifenómenos de la perturbación organodinámica. Los que propenden al dolce far niente, o la censura malévola, insidiosa y obstinada, es porque están convencidos de que carecen de aptitud, de vocación y de firmeza para realizar la acción propia y personal. La labor negativa suele ser atrofiante y lleva siempre consigo una honda tristeza íntima, que transciende y exterioriza en cuantos actos llevamos a cabo. Por esto un pueblo formado por gentes vacilantes y pusilánimes degenera, a la postre, en el servilismo más repugnante y odioso.

Tal es nuestra situación actual. El confinamiento mental nos ha conducido al estado presente de inacción y quietismo. La inmovilidad psicológica ha aherrojado las conciencias y castrado los caracteres.

 
LA ATONÍA DEL PUEBLO ESPAÑOL.– En España es sumamente difícil despertar la curiosidad de las gentes hacia los problemas de importancia excepcional y que conciernen al proceso interno de la evolución social de las naciones. Se explica, no obstante, el escasísimo interés que de ordinario se presta a los fenómenos sociales, y singularmente a aquellos que se refieren a la génesis y desenvolvimiento del psiquismo de la colectividad entera. Para nadie constituye un secreto que la actividad de nuestro pueblo es fragmentaria y más aparente que real. En todos los órdenes adviértese poca o ninguna intensidad en el desarrollo de las iniciativas y, sobre todo, que durante una centuria la preocupación constante de los Gobiernos, de las clases directoras y aun de los mismos intelectuales, se ha circunscrito a la política.

Y lo terrible es que aquí hemos considerado a ésta en su aspecto externo y formalista. Han sido muy contados, rarísimos, los escritores que tuvieron una concepción amplia y completa del significado y virtualidad de la organización del Estado, de su eficiencia en la Historia y de la necesidad de incorporar a las funciones del Gobierno algo que supusiera una concreción del espíritu de la época, del sentir y el pensar de todas las clases sociales.

 
CARENCIA DE PROPULSORES.– En España no pudo tener lugar el desenvolvimiento armónico, integral, porque es vulgar de puro sabido que el país jamás ha sentido hondamente las palpitaciones de la contemporaneidad. No hay para que empeñarse en creer a ciegas en la existencia de un factor importantísimo: los propulsores, elemento primordial para las conquistas políticas en todos los períodos históricos, ahora y siempre. Puede decirse que aquí apenas existe la aristocracia de la intelectualidad, llámense hombres representativos, como los designa Emerson, héroes, como los denomina Carlyle, o sugestionadores, como los apellida Pascual Rossi, y que, en suma, no son otra cosa que precursores, videntes, cruzados de un nobilísimo ideal más o menos remoto, pero indispensable para los pueblos que no se resignen a vivir de lo que fueron, de su pasado legendario o histórico. Y no sólo es incuestionable que carecemos de estos esforzados paladines del idealismo, encarnado en la conciencia ciudadana, sino que además es difícil, punto menos que imposible, llenar el vacío de la acción que realizan los grandes hombres. Ahora, en las presentes circunstancias, se nota más que nunca la carencia de un ideal motor, porque no podemos crearlo con la rapidez que exige el malestar que en todas partes se observa.

 
LA MANÍA PROYECTISTA.– De ahí que estén en lo cierto cuantos sociólogos califican de superchería y ahondando el escalpelo, quizás pudiera considerarse como un intento criminoso ese eterno afán de elaborar programas y fórmulas regeneradoras a que parece haberse entregado la mayoría de nuestros políticos. Cuando la más simple experiencia ha demostrado la ineficacia de todo género de tentativas de reforma parcial, es decir, las reorganizaciones meramente jurídicas, y aún más circunscribiéndolas a la esfera de las leyes, no se comprende la finalidad del eterno tejer y destejer. Aparte del error que supone semejante apreciación del modo de ser íntimo, de la estructura y vida del cuerpo social hispano, se incurre aquí, por lo general, en otro equivoco tan falso y funesto en resultados, como el de desconocer que las colectividades necesitan los efluvios alentadores de una creencia arraigada en lo vivo.

 
INCONSCIENCIA DE LOS POLÍTICOS.– La ausencia de sagacidad y de cultura en los propagandistas de los partidos históricos, se revela en múltiples ocasiones, y por esto vemos prescindir a aquéllos de un punto de vista de conjunto al concebir y planear los proyectos de reforma, cualquiera que sea su índole. Ni por casualidad se ha dado el caso de que ningún político se haya propuesto examinar de cerca y por cuenta propia las causas determinantes y ocasionales de tal o cual acontecimiento, calificado, sin embargo, siempre apriorísticamente por personalidades prestigiosas y que han conquistado reputación en el país. Así se comprende la esterilidad de las polémicas enconadas en los periódicos de mayor circulación y de los debates de ambas Cámaras.

 
ABANDONO DE LAS NECESIDADES PERENTORIAS.– En distintos momentos se ha patentizado la falta de tino en las decisiones adoptadas tras discusiones largas y reñidas. A pesar de que en los instantes actuales nadie se atreve a poner en duda la utilidad y la eficacia del método experimental llevado a las disciplinas sociales y, por tanto, a la Política, ni uno solo de los problemas candentes en España, v. gr.: el agrario en Andalucía; el del caciquismo en Asturias y en el Alto Aragón; el de la insalubridad en algunas zonas de Levante, Extremadura y Castilla; el de la sequía en las comarcas del Maestrazgo; el del bizkaitarrismo en Basconia; el del regionalismo (quizás sería mejor decir nacionalismo, ya que esta es su fase actual) en Cataluña, &c., ha sido estudiado con el detenimiento y la imparcialidad que cabría suponer y se tendría derecho a demandar de cuantos aspiren a intervenir en la dirección de los haceres públicos, ejerciendo las funciones inherentes a la gobernación del Estado, o bien desde la oposición aquellos otros que discuten, fiscalizan y sancionan con el voto en el Parlamento la aprobación de las disposiciones y medidas propuestas por los que ocupan el Poder.

 
LA OBSTINACIÓN EN EL ERROR.– Pues bien; es notorio que por ninguna parte asoma la más leve tentativa de enmienda en el modo de dictar los preceptos de gobierno. Con escasas e insignificantes variaciones, en lo que atañe en los detalles, los políticos que usufructúan, desnaturalizándola y como es fatal corrompiéndola, la misión rectora y tutelar que incumbe al Estado, prosiguen con la misma ligereza e igual desvío su torpe tarea de legiferadores impenitentes. Y de ahí los terribles efectos que en un pueblo ya exhausto de energías, produce esa insensata manera de considerar, malográndolo, el intervencionismo del Estado, que requiere una gran objetividad que únicamente es dable adquirir merced a la observación continuada, extendiendo el análisis a todos y cada uno de los problemas que la creciente complejidad de los fenómenos sociales plantea incesantemente en nuestros días, como obedeciendo a una ley biológica, fatal, indeclinable y a la que no hay más remedio que someterse.

 
INEFICACIA DEL PARTIDISMO.– Por esto resultan efímeros los sistemas empleados hasta la hora presente en España y que en rigor se han de calificar de menguados y contraproducentes. Ese temor a abordar, cual lo exigen los imperativos de la necesidad, las cuestiones, ahora tan traídas y llevadas, de la descentralización y el regionalismo, de la autonomía y el nacionalismo, acerca de las cuales se discurre y escribe más por impresión que por conocimiento, por móviles mezquinos y miras estrechas que por acariciar estos o aquellos principios o simpatizar con determinadas formas de organización política, sin entrar nunca en la médula del problema: ese temor es una cobardía manifiesta. Pero lo que no puede dudarse, a juzgar por infinidad de datos, es que la mayoría de los escritores y oradores que se han ocupado de los asuntos relacionados más o menos directamente con el movimiento político y social de las distintas regiones españolas, apenas aportan algo más de aquello que suele leerse en la prensa de información y de lo que se dice en los debates que alcanzan mayor resonancia en las Cortes.

 
EL PREDOMINIO DE LA INDELICADEZA EN TODOS LOS ÓRDENES.– El empleo excesivo de los lugares comunes, de las frases hechas, de los tópicos retóricos de relumbrón, de los ampulosos argumentos efectistas, de los latiguillos, de los párrafos huecos y rimbombantes y de otras zarandajas; el abuso de la lisonja; la prodigalidad de los epítetos despectivos, insultantes y alevosos; las exageraciones de toda especie, por un lado, y por otro la falta de discreción y de hondo sentido ético, al igual que una siniestra atracción por las cosas viejas y la simpatía hacia la erudición y la arqueología, han desviado por completo la trayectoria de la mentalidad hispánica. Aunque sea doloroso, hay que declararlo sin perífrasis, con la lealtad que cuadra en quien abrigue el propósito firme de no traicionarse a sí mismo. Los españoles llevamos grabada en nuestro espíritu la huella indeleble del prurito de teorizar; un estigma que en los tiempos actuales equivale a tanto, que constituye un título de incapacidad para toda labor intelectual seria, que ha menester, indispensablemente, temperamentos vigorosos que cifren el éxito en la continuidad del esfuerzo que forma los caracteres, al contrastarlos en la piedra de toque de la adversidad, acrisolando así el temple de las almas, y que al educarlos capacitados para las grandes empresas del día, que reclaman acometividad, decisión y audacia: la trinidad augusta y redentora de nuestra época.

 
LAS DERIVACIONES DEL LETARGO.– El ambiente letal, producto de la pasividad y de la indiferencia, ha convertido la política española en uno de los oficios más ruines, al engendrar el caciquismo en sus distintas fases; estúpido y malévolo en unas, homicida en otras: que lo puede todo, porque da lustre y dinero; que concede actas y otorga mercedes y es árbitro omnipotente de los destinos de este pueblo encanijado, ignorante y abúlico. ¿Cómo, si no, habría sido posible que el escepticismo burlón y acomodaticio llegase a hacer tantos prosélitos aquí, donde todos los grandes ensueños pasaron sin dejar el menor surco en la dura corteza de este suelo pedregoso y árido, imagen de la desolación y de la pobreza? ¿Se comprendería el lento y sucesivo adormecimiento de los espíritus, hasta el extremo de que entre nosotros no se conciben más que por excepción la frase viril y el gesto gallardo, y que únicamente asome a los labios trémulos de los sojuzgados y de los oprimidos el balbuceo de la queja y de la lamentación, que son signos inequívocos de la poquedad y la depresión que anidan en lo íntimo de la subconsciencia de este pueblo de mendigos trashumantes, superfetación de las hordas primitivas?

No habrá salvación para esta raza, que no ha sabido hallar el substitutivo del ideal religioso, en tanto no se la oriente por la única senda del progreso: la de la Ciencia, hecha carne y sangre, cerebro y músculo, dinero y trabajo, deseo y posesión; en síntesis: fuerza y confianza en sí mismo.

 
SIN IDEAL.– Es inconcuso, irrebatible, que el ideal colectivo está soterrado, y que en el alma española hace siglos que no alienta el estímulo indispensable para que nuestro pueblo realice una misión propia en la Historia. En la actualidad, apenas si de una manera debilísima puede advertirse algo digno de ser considerado como germen renovador. Lo cual no es de extrañar porque, escudriñando en el pasado con solicitud, se comprende que la Historia entra por mucho, como elemento primordial de gran alcance, para elaborar el presente y el porvenir. En este respecto, aun sin poseer una honda preparación ni un gran caudal de datos, se podría citar un cúmulo de acontecimientos que servirían para documentar la afirmación. Bastaría con recordar algunos que han puesto en evidencia varios de nuestros eruditos más prestigiosos, que consagran su esfuerzo a la rebusca en los archivos y las bibliotecas.

 
DOGMATISMO E IMITACIONISMO.– Está fuera de toda controversia que en España priva, de una manera casi constante, el prurito dogmatizante ejercitado sin medida y tendiendo siempre a la dislocación.

Cabe asegurar que la planta parasitaria del imitacionismo echó profundas raíces en el suelo hispánico durante el siglo XIX. Pretendimos, con jactancia desprovista de grandeza, seguir las corrientes ideológicas que entonces predominaban en Inglaterra, y sin haber preparado al pueblo, implantamos el régimen constitucional.

Nuestros impenitentes teorizantes, prototipos de soberbia, que sólo conservaban débiles huellas de esa hidalguía que nos atribuyen los que nos conocen, tuvieron la presunción ridícula de creer que podrían mejorar los principios que importaron de la Gran Bretaña. La realidad nos ha demostrado cuán erróneo era el concepto que nuestros publicistas y gobernantes tuvieron de la organización política que plantearon, del país y de sí mismos. Nos ocurrió con el régimen constitucional lo que con los demás principios de gobierno importados de tierras extrañas: los escoliastas no supieron incorporar a nuestra legislación más que la envoltura, la apariencia jurídica, sin acertar a infundir en las reglas dictadas la alta espiritualidad, el hondo sentido ético y la manera práctica de encarnar los postulados de la idea en la entraña de nuestro modo de ser privativo.

De ahí que el enorme éxito que en Inglaterra consiguió el régimen constitucional, fuese una lamentable equivocación en España. Y no podía ser de otro modo; el ambiente de libertad, que fuera de España era definitivo, aquí apenas existía entre un reducido número de hombres que poseían la capacidad y el fuego necesarios para vivir los nuevos ideales. Más que diferencias, producto de las circunstancias del momento, existen, entre los pueblos nórdicos y los latinos, grandes abismos que hay que achacar a motivos de índole geográfica y étnica; por lo tanto, constituye, más que un ensueño, un delirio de enajenado el pretender que los sistemas y las normas de Gobierno pueden trasplantarse, sin tener en cuenta motivos de mayor entidad que las llamadas razones de Estado y el afán snobista. Esto, en puridad, ha de reputarse como un dislate, ya que la climatología física y moral es un hecho que se ha observado y acerca del cual se han pronunciado palabras de valor inestimable, porque son un producto de la experiencia.

 
AVERSIÓN A LOS GOBERNANTES.– España es un pueblo atrasado, sectario y, para colmo de desdichas, con una terrible levadura anárquica, que en cien ocasiones se ha exteriorizado con caracteres de violencia, que revelan el fondo oculto de animadversión que está latente en cuantos núcleos sociales se agitan. Cuanto surge a la superficie, más que aspiración de conquista o dominio, significa odio a los que dirigen, a los que intervienen más o menos directamente en la gestión de los negocios públicos.

 
LA INICIATIVA INDIVIDUAL SOJUZGADA POR EL MISONEÍSMO.– Aquí y allá se ofrecen al investigador muestras inequívocas del imitacionismo, que ha sofocado un enorme cúmulo de iniciativas individuales que, bien conducidas, hubieran llegado a la plenitud y habrían sido capaces de labrar una relativa felicidad para tantos y tantos miles de ciudadanos que hoy son hombres sin ventura. En vez de robustecer y vigorizar el cuerpo social desmedrado, raquítico, se ha abusado durante más de un siglo del teoricismo huero, híbrido, plagiando los proyectos y los planes de reforma política y jurídica de Francia e Inglaterra, en lo que tenían de formal, y despreciando las cualidades y las virtudes que se hallaban adormecidas en el intimo substrato del genio español. La miopía de las clases llamadas directoras fue y sigue siendo infortunadamente tan grande, que no ha sabido descubrir en los recovecos de la multitud de la masa social, la fuente de inspiración perdurable, el motor ideal perenne de toda renovación.

 
LA VISIÓN DE LOS GRANDES PENSADORES.– Tan sólo un escritor sin par, una de las más genuinas glorias de la centuria pasada, el insigne buzo del alma española, el hombre-síntesis, Joaquín Costa, penetró, en los últimos intersticios, en la entraña misma de este pueblo motejado, escarnecido, pero inexplorado e incomprendido en su idiosincrasia.

Salaverría, en sus hondas y brillantes divagaciones, evidencia el temple férreo, la garra potente y hercúlea de la subconsciencia española, que permanece oculta en los repliegues del ser colectivo. El espectro de los recuerdos infaustos nos agobia y llega a constituir, para propios y extraños, una visión trágica. Es la obsesión que nos impide conocernos tal cual somos. La razón histórica abate los impulsos para la acción y nos imposibilita el avance, ya que impide que veamos, en la espiral de que habla Ludwig Sttein, el símbolo que encarna el progreso, la evolución natural que todos los pueblos realizan a compás de los descubrimientos de la Ciencia, los inventos aplicados a la Industria y cuanto signifique el esfuerzo individual anegado, fundido en el supremo interés colectivo.

 
LA ADMIRACIÓN DE LA IGNORANCIA.– Entre los que vivimos en un medio reacio al cultivo intensivo de la mentalidad, priva la falsa creencia de que cuando alguien habla del grandioso movimiento intelectual en los países de la Europa septentrional, exagera. A los espíritus apocados se les figura extraordinario e insólito el desarrollo enorme de la actividad psíquica de Alemania y Norte América. No conciben aquellas manifestaciones del energetismo, para las cuales precisa un impulso vigoroso y el constante ejercicio de las facultades todas del agente, llegadas a su total desenvolvimiento y regidas por principios éticos, que se han adentrado y forman, por así decirlo, parte integrante de la personalidad misma. Aquí, donde la inconstancia causa tantas víctimas, se hace muy difícil comprender la utilidad de la labor asidua y perseverante.

 
EL ESFUERZO DE LOS INNOVADORES.– En un país como España, en donde la indisciplina se ha enseñoreado y domina los ámbitos de la nación entera, no puede comprenderse el valor inmenso que en la hora presente ha alcanzado la continuidad de la acción. Y, sin embargo, los resultados que ofrece al mero espectador el trabajo silencioso, no pueden ser más elocuentes. Lo atestigua la piedra de toque de la experimentación, ante la cual hay que rendirse. No caben reservas cuando nos hallamos en frente de los hechos. La elocuencia del dato es incontrastable. Ante ella, las sonrisas del escepticismo cobarde semejan muecas de clown. La Estadística tiene la fuerza persuasiva por excelencia. No cabe poner reparos a las inducciones que se apoyan en columnas de cifras. El dinamismo de los pueblos es inocultable a las miradas escrutadoras del sociólogo. He ahí porque, en la hora presente, los negocios de Estado han dejado de ser afortunadamente un secreto.

Aquí no ha aparecido más que accidentalmente el atletismo intelectual, y por esto no hemos acertado a reobrar contra el ciego y brutal imperio de la sucesión de los hechos. Las pesquisas son siempre preferibles a las glosas. Es cierto que en los estantes de las Bibliotecas existen grandes riquezas, pero los mayores tesoros se hallan escondidos en el alma del pueblo.

 
EL DESCONTENTO DE LOS ESPÍRITUS SUPERIORES.– Precisamente ahora, España atraviesa una de las más terribles crisis del espíritu. La observación nos demuestra que la juventud española se halla desazonada, triste, agobiada y llena de anhelos de resurgimiento. Nuestro desaliento es extraordinario, inmenso, y en algunos instantes nos lleva a los lindes de la desesperación. Sentimos el acerbo dolor de haber nacido demasiado pronto, en este país que no se halla preparado para ninguna de las empresas emancipadoras, propias de la época. Todos los que tenemos menos de treinta y cinco años sentimos una intensísima vibración de nuestros nervios cuando llegan a nuestros oídos los ecos que agitan el alma contemporánea de Europa y vemos que nos encontramos desplazados. Una gran tristeza nos invade entonces al experimentar los efectos de la soledad. Todo aquí nos parece triste y desolado. Las ideas generales dominantes revisten un carácter ancestral, y no podemos avenirnos con el sentido del país. La juventud inteligente y entusiasta se ha connaturalizado mentalmente con los efluvios que de Europa le llegan, y la atmósfera de la madre patria le parece irrespirable de puro enrarecida.

Todos los espíritus cultivados son presa de una enorme aflicción, porque se sienten muy alejados de Europa, y sus imprecaciones llegan a la blasfemia porque no pueden soportar por más tiempo el quietismo que nos une a África. Los desgarramientos del espíritu, la turbación y el desasosiego invaden el ánimo de los luchadores, al ver a España tan hostil a las corrientes del pensamiento moderno. Además, sentimos la falta de la influencia externa del progreso en el orden material, y no podemos acomodarnos a la suciedad, al desaseo, al atraso, en una palabra. Y es tan profunda la amargura de la juventud, que el desaliento ha llevado al destierro voluntario a gran número de literatos, artistas y científicos que, puestos en el dilema de escoger entre la patria oprimida y la cultura, han optado por abandonar  nuestro solar y buscar en tierras extrañas el sucedáneo para su inquietud exacerbada, y no son pocos los que quieren seguir el mismo rumbo y no pueden.

 
LA INERCIA DEL PUEBLO.– Es incontestable que a medida que la gente se da cuenta del aplanamiento del genio de la raza, a medida que el malestar se hace consciente, las inquietudes crecen y la impaciencia devora las entrañas de la élite de nuestro país. Los espíritus abiertos, las almas grandes, se avergüenzan de ir ciegamente a remolque de la intelectualidad de Francia, de Italia, de Alemania o de Inglaterra, no por un patriotismo chauviniste, sino porque comprenden que su obra no transciende, que la colectividad permanece indiferente ante sus lucubraciones y que su esfuerzo apenas sí da resultado positivo alguno, toda vez que se pierde estérilmente, como la siembra en un erial. Los ideales que dirigen y predominan en toda Europa, en España, para la masa, resultan abstracciones, puesto que la pereza y la inercia hacen que no eche raíces, en lo íntimo de la colectividad, la cerebración de los espíritus selectos. y exquisitos. El gran desconsuelo de los hombres superiores estriba en que no les satisface el triunfo individual, aunque sea grande, que, por desgracia, no lo es.

La acción social hecha en vivo ha de ser grande, colectiva, de la nación entera, que al internacionalizarse, adquiera aquella diferenciación capaz de dar fisonomía propia y privativa a nuestro pueblo. Esta ha de ser la función de los intelectuales que anhelen de veras el resurgir de España, el florecimiento de la nueva civilización hispánica. Este es el gran empeño a realizar.

 
LA FALTA DE MATICES EN NUESTRA IDIOSINCRASIA.– El alma popular española está moldeada, como es notorio, por una gran ignorancia y por una mayor irreflexión. El colorismo ha hecho estragos. Nuestra retina, ineducada, sólo acierta a ver los manchones; el claroscuro, los matices y las sutilezas, pasan inadvertidos para nuestros ojos, cegados por el exceso de luz de nuestros paisajes. Como ejemplo de la carencia de transiciones en nuestra legislación civil y penal, podemos citar que dentro del concepto de la personalidad, no se hacen más distingos que la razón perfecta y la locura furiosa. Podría decirse sin exageración que el insulto, la imprecación y la blasfemia constituyen la trilogía de este pueblo esquinado, monoideico y sin panoramas internos. El exceso de color de nuestro cielo, junto con la pereza ingénita, nos inducen a la vida externa, contemplativa, sin altibajos ni ondulaciones, restándonos vigor espiritual para la concentración y el sondeo anímico.

 
EL AUTOMATISMO EN LA ACCIÓN NACIONAL.– El automatismo psicológico es de hecho el rector de las acciones humanas, y la impulsividad agresiva en no pocos casos ha de considerarse como un substitutivo de las leyes apriorísticas, que no distinguen, ni de una manera remota, la infinita gama de los estímulos e impulsiones de la actividad morbosa.

Podríamos trazar un paralelo entre la fase infantil del organismo humano, en el que predominan los reflejos puramente medulares automáticos, y la fase social caracterizada por esta impulsividad, netamente pueril, esto es, que nos indica un comienzo en la vida de la nación.

Las sanciones penales apenas sirven para algo más que para contribuir al trastorno y disolución de las sociedades contemporáneas. El único medio que puede preconizarse para atenuar las proporciones de la desmoralización, consistiría, en todo caso, en una labor meramente profiláctica, esencialmente educadora, cuya finalidad principal habría de dirigirse a acrecentar el poder inhibitorio en los individuos. Esta habría de ser una obra larga que exigiría tiempo y cuya base es la Pedagogía.

 
POBREZA DE IDEAL EN LAS DISTINTAS ESFERAS DE LA COLECTIVIDAD.– En España vivimos aferrados a las pseudotradiciones, y todo intento de renovación suena a hueco en nuestros oídos. El ambiente general es reacio a cuanto suponga tentativas innovadoras y ensayos que tiendan a remozar nuestra vieja y carcomida legislación. Pero hay que declararlo sin ambages, gallardamente: es ilusorio pensar que España pueda incorporarse súbitamente a la civilización mundial contemporánea. En tanto el hogar no se robustezca, no cobre la familia alientos y no sea lo que le corresponde, no habrá célula social. Mientras las corporaciones y las entidades de todo linaje se desarrollen con tanta pobreza, y en general la asociación sea una planta exótica y los núcleos profesionales carezcan de los más elementales vínculos de afecto y de mutualidad, la lucha por la existencia seguirá siendo cruel, y en algunas ocasiones, nuestra ferocidad será en el fondo bárbara, pero sin la grandeza de la primitiva, porque ésta se manifestaba a plena luz y cuerpo a cuerpo, y la de nuestros días es una ferocidad de encrucijada, en que la astucia ocupa un lugar principalísimo y substituye al valor: somos zorros disfrazados de leones.

 
EL TRATO ANTISOCIAL.– En España se hace sumamente difícil el trato. De ordinario, las relaciones se resienten de una marcada reserva, no afloran a la superficie los efluvios de cordialidad. Por esto, quizás, el individuo pocas veces descubre las analogías entre las almas, y de ahí que constantemente seamos víctimas del error. El desconocimiento en que vivimos respecto de nosotros mismos, imposibilita en gran parte la manifestación de nuestras ansias, y por lo tanto, el influjo de las preocupaciones malogra la expresión de lo inefable del sentimiento, impidiendo que se fundan en una sola, robusta y fuerte, las aspiraciones más íntimas, los anhelos acariciados en secreto. La confluencia anímica sólo se realiza de una manera cortical y sufre sensibles desviaciones cuando cualquier circunstancia fortuita distrae la atención individual, acabando por desorientar la corriente de efusión iniciada.

No es, pues, una afirmación gratuita el sentar el principio de que las iniciativas individuales, desperdigadas y sueltas, no encuentran su verdadero cauce porque carecen del nexo que constituiría su fuerza y aumentaría su virtualidad.

 
EL MATRIMONIO POR PURO FORMULISMO.– Y si esto es así, hablando en tesis general, ¡que no podrá decirse, refiriéndose a la falta de verdadera efusión en la vida conyugal! Hoy por hoy, en los países latinos, y más aún en España, en las clases sociales sin excepción y por distintos motivos, cuya enumeración y análisis nos llevarían muy lejos, la monogamia es una pura aspiración. Aun los mismos espíritus exquisitos, las mentalidades trabajadas por la reflexión y la desazón inquietante de inquirir, con dificultad logran adecuarse a una vida que signifique para ellos la exclusión de otro amor que no sea el consagrado por el contrato civil o la bendición sacerdotal. La deificación del cónyuge es un imposible real. Para muy pocos hombres y mujeres el compañero significa el alter ego. La sugestión y el raciocinio, en muy contadas ocasiones, realizan la obra de aunar el sentimiento; porque la libertad de amar, de que nos habla Ellen Key, es un fenómeno psicológico cuyos efectos experimentamos la inmensa mayoría de los seres.

No es preciso ahondar en el análisis ni tratar de que la investigación sea un modelo acabado y perfecto, para penetrar en la entraña del modo de ser de nuestro pueblo y explicarse las causas, los móviles internos que han hecho de nuestra raza un prototipo de la inflexiblidad; basta observar cualquiera de las modalidades con que de ordinario se manifiesta el carácter en las relaciones diarias y corrientes. Con sólo fijar la atención en lo que nos sale al paso, podemos, sin grandes esfuerzos, observar multitud de pormenores, nimios y triviales al parecer y que son, sin embargo, signos reveladores de lo íntimo, de la esencia, de aquello que es consubstancial a nuestro temperamento irritable, turbulento y monorrítmico.

 
EL ENCONO EN LA FAMILIA.– En el hogar, en las relaciones de familia, en el seno de lo que los ingleses llaman el home, vemos constantemente asomar, como característica primordial y única, la línea recta. Puede decirse, sin temor a que se nos tilde de exagerados, que en España tan sólo por excepción hay en el organismo primordial de la asociación, los efluvios de cordialidad que son la prueba fidelísima de la reciprocidad de las corrientes afectivas. Es incuestionable que falta esa mancomunidad de esfuerzos que hace de la casa el paraíso que tantas veces nos han cantado los poetas. Hay algo que emana de lo íntimo de las almas y que, a pesar de la hipocresía, nota peculiarísima entre nosotros, no hemos podido ocultar. Aun cuando la desviación del carácter empieza en la escuela primaria y preside a todas las enseñanzas, surge potentísima una protesta callada y tenaz, que hace imposible la coexistencia bajo un mismo techo a individuos unidos por los vínculos de la sangre y de la ley.

La falta de verdadero hálito de efusión sincera, de suprema condensación de los secretos impulsos del afecto, se echa de ver en la familia española. La disociación, el desvío y la hostilidad misma se advierten en multitud de ocasiones. La angulosidad propia y tan peculiar de los que habitamos en la Península, es notoria. En cualquier aspecto que consideremos y desde los múltiples puntos de vista que se enfoque el examen, nos conduce a los mismos resultados, nos muestra bien a las claras la absoluta carencia de los móviles que generan el fenómeno de la simpatía. Por esto son tan manifiestas la displicencia y el descontento con que aquí, generalmente, se realizan todas las funciones, aun las que por su esencialidad hemos de considerar básicas. Patentiza este estado de ánimo el hondo malestar, el disgusto profundo, la congoja inherente a cuanto supone la menor intensificación de las energías. Hay siempre, en el fondo de toda labor una desconfianza y un recelo que van en progresión ascendente, y ello significa que carecemos de un verdadero ideal. ¿Cómo podríamos darnos una explicación de la tristeza, del tedio y de la desesperación que pesan como ingente mole sobre el hacer de este pueblo?

 
EL ABSOLUTISMO EN EL HOGAR.– El predominio exclusivo de la imposición ha castrado por completo la espontaneidad y la impulsión genuinamente autopersonal. De ahí, que sea poco menos que imposible señalar en España esas individualidades potentísimas, que en un momento determinado integran el modo de pensar de una época. Y es obvio que no han podido romper el hielo de la indiferencia que circunda a cuantos, poseyendo una fuerza expansiva, dejan de proyectarla, precisamente porque no hallan medio adecuado ni propicio para verter el contenido de la personalidad.

Hay, por desgracia, pruebas inequívocas de que las interferencias dificultan sobremanera el cambio reciprocado de ideas. Sin duda, para la predisposición latente en los espíritus, resulta tan larga y enojosa toda tarea que exija colaboración. El confinamiento mental y el exclusivismo nos llevan, de ordinario, a desechar a priori aquellas ideas que pudieran, tarde o temprano, modificar una noción considerada como modelo de exactitud.

 
HACIA EL PROGRESO.– A medida que avanza la civilización, se socializan los productos del Arte, de la Ciencia, de la producción, de la Economía; la simpatía se desenvuelve, sentimos necesidad de transmitir nuestros afectos, fusionarlos con los de nuestros espíritus afines, amar nuestras acciones. La difusión de las ideas elevadas y el entusiasmo, siembran y propagan en todos los espíritus nobles los efluvios cordiales necesarios para levantar el monumento de la redención humana.

 
LA MISIÓN DE LA MUJER Y LOS EFECTOS DE SU DESCONSIDERACIÓN.– Analizando con mirada penetrante el medio social hispano, se advierte el doloroso influjo que ejerce por doquier la hembra con sus instintos y su prurito de agradar. La sugestión de la carne ocupa el lugar que debiera estar reservado a la exquisitez de la espiritualidad femenina, a los sentimientos que anidan en el alma de la mujer. Las continuas desgracias que han pesado en la civilización española de todas las épocas, son una consecuencia de la falta de rectitud en nuestros actos. No hemos querido reconocer el lugar preeminente que fatalmente le está reservado a la mujer que presta a la obra de la civilización humana el esprit y el encanto indispensables para que en lo íntimo de las civilizaciones exista la labor de confluenciamiento que hace grandes y duraderas las conquistas y que exalta en su justa medida cuanto tiende a promover el avance de las colectividades, asegurando el dinamismo de la sociedad en todos sus aspectos. La ocultación insidiosa, la hipocresía erigida en norma de conducta y la inmodestia del hombre, nos han hecho débiles, pacatos y rencorosos. La inferioridad mental que Moebius asigna a la mujer, puede, en mi sentir, aplicarse en España al hombre. La marcada tendencia que en todos nuestros actos denota el fondo de terrible inexorabilidad que impulsa nuestras acciones, es una prueba fehaciente de que todo el hacer de nuestro pueblo responde, única y exclusivamente, a la falta de amabilidad, y aun de cortesía, en el modo de producirnos y, como es consiguiente, en la obra del Derecho, que si bien tiene un fondo indígena, admirado aun por los extranjeros, en las supervivencias del Fuero Juzgo, de las Partidas y del Derecho Foral, típicamente nuestro por la lucha con los árabes, no supimos incorporarlo a la legalidad moderna, que es sólo un mosaico de las legislaciones extranjeras.

La presión de la opinión pública en nuestro país no ha surtido otros efectos que el de una sanción social, siempre dirigida contra el desvalido. Observemos, si no, el desprecio que se siente por la mujer caída, el desvío con que es tratada la madre soltera, y la atmósfera con que se rodea, por lo general, a la mujer que ha sido víctima de las asechanzas del infortunio. Sin duda por esto, en el cuadro de la criminalidad, el aborto y el infanticidio ocupan un lugar principalísimo y dan todos los años un contingente crecido, sin contar los casos que permanecen ocultos, que son muchos más que los descubiertos. Lo cual evidencia que la mujer, para conservar su honor, ha de convertirse en una delincuente y borrar una mancha con un delito.

 
LA OQUEDAD Y LA FRIALDAD AMBIENTES.– Acaso pueda reputarse como una de las mayores desdichas que pesan sobre el pueblo español, la ausencia de toda inquietud.

En cualquiera de los aspectos que se examine el desenvolvimiento de la actividad de nuestro pueblo, obsérvase el predominio de lo que Miguel de Unamuno llamó con gran acierto «la oquedad y la frialdad ambientes». El docto maestro, al divagar recientemente alrededor de este tema, que tiene singular importancia y siempre resulta de palpitante actualidad, discurría, con el ingenio y la penetración en el peculiares, acerca de uno de los problemas fundamentales de la Psicología étnica –que diría Letourneau– de los españoles.

 
INDAGACIONES DE UNAMUNO.– El artículo que Unamuno publicó en Faro, es la clara visión de la realidad hispánica en el presente, el fiel reflejo del desconsuelo que a una alma grande produce el triste espectáculo de este pueblo, imagen de la pobreza y la desolación en el momento actual. Unamuno, que está avezado a las más atrevidas indagaciones en la esfera del pensamiento y que, aparte de su honda intuición, domina la técnica exploratoria, y conoce a fondo el alma de la raza, y hace su disección con la seguridad de un expertísimo anatómico, es de esos contados autodidactos que se descubren a sí mismos, y el mayor propulsor que hemos tenido hace tiempo.

En su libro En torno al casticismo, en que el ingenio y la observación, la cultura y la sagacidad campean por igual, discurrió con amenidad y sin aparato científico, hace años, sobre todos y cada uno de los asuntos más transcendentales de la vida española. Fue ésta una de sus primeras obras, y quizás hay en ella mayor suma de atisbos y de certeras inducciones que en ninguna de las publicadas después.

Ahora que Unamuno ha entrado en la madurez, parece que vuelve a emprender la orientación que abandonó, en parte, por espacio de una década, en varios de sus libros. Afortunadamente, adviértese de nuevo en algunos de los recientes artículos del rector de la Universidad salmantina, aquella su acometividad que le hizo ser considerado como pensador audaz y un tanto iconoclasta por las gentes pacatas y mediocres, cuando, en realidad, es predominantemente un humorista profundísimo. Reviven en el eminente publicista sus cualidades de filósofo asistemático, y aun insistemático que tanto contribuyeron a que fuera discutido y vituperado por algunos de sus colegas de profesorado, que sólo saben ver lo externo de las doctrinas, la vestidura, porque carecen de agudeza para penetrar en aquello que era y vuelve a ser substancial en las ideas de Unamuno.

Motivo de legitimo júbilo es este renacer de la personalidad insigne del gran escritor, porque ahora más que nunca se nota la falta de sinceridad y de honradez. Padecemos los españoles todos una epidemia que reviste los gravísimos caracteres inherentes al aura psicopática, la cual sojuzga por completo los intelectos y acaba por aniquilar el carácter del pueblo entero.

 
EL DEBER EN LOS PENSADORES.– Si Unamuno, que es acaso el más grande de los prestigios con que contamos, se decidiera a emprender la acción social que aquí es preciso realizar para abrir nuevos horizontes a la juventud escolar, nuestra resurrección acaso sería un hecho. Hemos de procurar por todos los medios sacudir la pereza mental y despertar de su amodorramiento la conciencia de la nación. Y a Unamuno le compete principalmente esta obra propulsora, la más generosa de cuantas se pueden llevar a cabo.

Los pueblos que, como el nuestro, no han llegado a su mayoría de edad, necesitan andadores, al igual que los niños, para no desviar su trayectoria. En España, además, carecemos de entusiasmo, por la sencilla razón de que no hubo espíritus abnegados que lo elaboraran con desinterés y constancia.

Trabajemos por remozar el psiquismo nacional; hagamos patria, desechando la platitud intelectual que nos convierte en tímidos, hipócritas y fatuos. Mientras perdure la mezquindad y prive la literatura colorista y trivial, nada conseguiremos. Unamuno puede ser el gran apóstol del resurgir de España. Esta es la esperanza que nos infunden los acentos de vigor y la insólita franqueza que empleó en su hermoso artículo de Faro.

 
LOS CENTROS DE ENSEÑANZA Y EL PROFESORADO: SU DESPRESTIGIO.– En nuestros centros docentes, que habrían de ser los núcleos protogenéticos de la cultura, no existe, por parte de los encargados de elaborar el pensamiento, el ardor, el entusiasmo que es indispensable para que los organismos docentes cumplan con la finalidad que les incumbe. Nuestros establecimientos de enseñanza, en general, no responden a las necesidades de nuestro tiempo, ni realizan la misión educadora que les compete. El magisterio español carece de idealidad; vive amarrado a un presente de oprobio y no siente el ansia de hacerse superior a las miserias y a las tristezas de nuestra situación actual. Además, es evidente que nuestros maestros no trabajan con fe, ni asoma en ellos el más leve propósito de reobrar contra las circunstancias adversas, y por esto, sin duda, son todos, salvo honrosas excepciones, víctimas de la poquedad de espíritu. De ahí que merezcan los más enérgicos apóstrofes por la cobardía que en toda ocasión han demostrado. La escuela en España, en sus distintos grados, causa la impresión desoladora de una institución meramente burocrática: las exterioridades y los ornamentos lo son todo. Basta visitar cualquiera de los edificios destinados a la enseñanza, para convencerse de que no tienen ninguna nota característica y peculiar. Si no fuera por los rótulos, no se comprendería que se trata de centros educativos. Con ligeras variantes, la escuela española ofrece un aspecto semejante a cualquier otra dependencia del Estado y se observa en ella el mismo descuido, la falta de aseo y todos los demás defectos que son propios de los centros oficiales. Y ¿qué decir de los profesores? Lo mismo el maestro de escuela primaria que el catedrático de Universidad, revelan en todos sus actos la indiferencia glacial y el escaso interés con que llenan su cometido. Unos y otros parece que llevan sobre sí el peso de su insignificancia. Para ellos, la altísima misión de la enseñanza queda circunscrita a dar vueltas a la noria de un programa casi siempre pésimo. Por lo general, nuestro Profesorado oficial vive sumergido en un ambiente de rutina y de chabacanería. Son relativamente recientes y han corrido por nuestro pueblo anécdotas que, dándonos una sensación muy aproximada a lo que en realidad era el Profesorado, nos le presentaban como prototipo de la cursilería, que movía a risa más que a consideración. Hay que rendirse ante la evidencia: los hechos, con su elocuencia incontrovertible, nos afirman en la creencia de que los prestigios sociales no se pueden adquirir más que por medio de las luchas. Y cuando una clase social entera ha sido objeto de la burla, es porque no ha atesorado aquellos merecimientos que, rodeándola de la aureola de la simpatía, la hubiesen apartado del camino del menosprecio.

 
EL SENTIDO CRÍTICO DEL PUEBLO.– Los pueblos ejercen, de una manera como subconsciente, una especie de control, y a la postre, son veraces en sus juicios. Por esto es lógico que aquí no inspiren los encargados de la enseñanza aquella devoción que en otros países se rinde a los que sembrando ideales preparan la realidad del mañana. Nuestra plebe, con este sentido intimo que se llama intuición, está plenamente convencida de que el magisterio no realiza la misión rectora y tutelar que le está asignada. Y que es en el fondo cierta esta presunción, nos lo demuestran con sus actos los propios maestros. Lo que importa ahora es averiguar si es posible cambiar, o, por lo menos, modificar el concepto que en España priva respecto a aquéllos.

 
SELECCIÓN DEL PROFESORADO.– Examinemos, aunque sólo sea someramente, el modo como se reclutan, por el absurdo sistema de la oposición. Es notorio que lo mismo el maestro de escuela primaria que el profesor de Instituto o de Universidad, una vez posesionados de su cargo, se echan al surco, como vulgarmente se dice, y no tienen más aspiración que la de vegetar. Y así los vemos sin ilusiones, faltos de entusiasmo y convertidos en mecánicos repetidores de los libros de texto. No es maravilla, pues, que sus enseñanzas queden reducidas a un plagio perpetuo, ni que den a sus alumnos ideas anticuadas y rancios juicios, que vienen a ser para el educando como moneda falsa, puesto que cuando trata de poner en circulación sus conocimientos se encuentra con que el mercado los rechaza.

 
METODOLOGÍA INADECUADA.– Nuestros maestros no sólo no han acertado a dar a sus enseñanzas la intensidad indispensable para que la utilidad resulte inmediata, sino que en cuanto concierne a la extensión de las nociones, tampoco llegaron a colmar la medida impuesta por las exigencias del intercambio nacional de ideas. Y si alguien llegase a creer que estas afirmaciones son inexactas o exageradas, le bastaría, para convencerse de lo contrario, un simple cotejo de nuestros métodos didácticos con los que se emplean en los principales países de Europa.

Examinando, desde cualquier punto de vista, el valor social que en España alcanza la labor docente, veremos, por ejemplo, que las conferencias que aquí se dan son un remedo, de ordinario mezquino, de las que en Francia o en Italia tienen lugar a menudo. Y ¿qué decir del trabajo silencioso y circunspecto del gabinete de estudio o del laboratorio de experimentos? Y ¿qué de nuestros ridículos ensayos de extensión universitaria, cuyo fracaso ha proclamado la Prensa con lamentable unanimidad? Realmente, entristece pasar la vista por el índice analfabético de nuestro país. La provincia de Jaén cuenta con un 66 por 100, y la de Álava con un 20 por 100, de desdichados que desconocen en absoluto los rudimentos de toda cultura.

 
TUTELA CULTURAL DEL ESTADO.– Es absurdo pensar que pueda incorporarse a Europa un país que sólo gasta en las atenciones de primera enseñanza veintiocho millones de pesetas, contando con una población de diez y nueve millones de habitantes. Y la angustia crece cuando se piensa que sólo el municipio de Nueva York destinaba, hace siete años, veintiséis millones a sufragar los mismos servicios. Los datos valen y significan más que cuantas disquisiciones pudiera sugerirnos la triste contemplación de la realidad.

 
ESTADÍSTICAS COMPARATIVAS DE LOS PRESUPUESTOS DE INSTRUCCIÓN.– He aquí un cuadro comparativo bien elocuente por cierto: Prusia, con una población de 35.000.000 de habitantes, destina una suma de 334.000.000 de francos a la enseñanza, o lo que es lo mismo, 9'54 francos, aproximadamente, por habitante. Los analfabetos son allí 0'01 por 100. Suiza, con 3.350.000 habitantes destina una cantidad total de 34.000.000, o sea 10'25 francos por habitante. Los analfabetos son en la República Helvética 0'02 por 100. Francia, 38.900.000 habitantes, dedica 227.000.000 al presupuesto de Instrucción, o sea 5'50 francos por habitante. Los analfabetos son en la vecina república 4'20 por 100. Italia, con 32.475.000 habitantes, destina a la enseñanza, 75.000.000 de liras; esto es, 2'25 liras por habitante. Los analfabetos están allí en una proporción de 32'60 por 100. Este gran contingente de iletrados los da en el país del arte, el Mediodía, y singularmente las provincias de la región calabresa, y Nápoles, Sicilia y Cerdeña, entre otras. Rusia, con 106.800.000 habitantes, invierte en el presupuesto de cultura, 66.000.000 de francos, que vienen a ser, aproximadamente, 0'62 por habitante. Los analfabetos suman en el vasto imperio moscovita la aterradora cifra de 61'70 por 100. Hacemos gracia al lector de la estadística de España, que por desgracia se aproxima más a Italia y a Rusia que a las otras naciones citadas. Sobre que afianzar los razonamientos en los datos oficiales sería expuesto a incurrir en yerros muy graves, porque nuestra estadística no responde a la realidad. Con todo, puede asegurarse que pasan de 13.000.000 de analfabetos, en una población total que no llega a 20.000.000, según cálculos hechos por personalidades competentes.

Para darnos cuenta acabada de nuestro enorme atraso y de la crasa ignorancia que entre nosotros perdura, basta que fijemos la atención en las sumas que consagran a la instrucción algunas grandes ciudades:

Londres destina 81.000.000 de francos al sostenimiento de instituciones docentes, es decir, el Municipio londinense solo, gasta más que Italia, Rusia y España, respectivamente. Berlín emplea 32.000.000, más del doble que toda la Italia meridional e insular. Milán destina 4.000,000 de liras, Turín, 600.000, Palermo cerca 2.000.000 y Nápoles la misma cifra, aproximadamente. Estos datos demuestran que los Municipios de las principales ciudades italianas suplen en parte, con los recursos propios de una administración honrada, inteligente y previsora, las deficiencias de los Presupuestos generales del Estado. De suerte que en la península hermana existe en algunas grandes urbes la noción exacta del papel que les corresponde realizar a los organismos directores de los núcleos populosos, cuya misión propulsora en el orden educativo es independiente de la que incumbe al Estado.

¿No podrían hacer los Municipios de las ciudades más importantes de España, como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Coruña, Sevilla, Zaragoza, Málaga, &c., algo semejante a lo que han hecho las principales urbes no ya de Inglaterra, Alemania, Austria y la misma Francia, sino de Italia? ¿No sería posible que nuestros Municipios contribuyesen en la medida que les corresponde legalmente, y no ya moralmente, que sería mucho más, a subvenir a las atenciones primordiales de la Instrucción pública?

 
CUALIDADES DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.– Es, por desdicha, cierto que la producción intelectual de nuestro país, más que de pobre, puede calificarse de misérrima. Aunque mucho nos duela, hemos de reconocer que del tan decantado resurgimiento de la espiritualidad española, no se advierte otra muestra que una marcada tendencia a los estudios de erudición, llevados a cabo, de ordinario, con mejor deseo que acierto. Las disciplinas modernas y contemporáneas cuentan con exiguo contingente de cultivadores, y, en general, la labor de éstos pasa poco menos que inadvertida, no sólo para el gran público, sino también para los que blasonan de enterados y doctos en los aferes sociales, ahora tan en boga, y de los cuales los filisteos de toda laya y condición hablan con despego.

 
EL SENTIMENTALISMO.– La mentalidad hispana, sin distinción de regiones –Cataluña inclusive– está predominantemente influida por un sentimentalismo vacuo que la hace en ocasiones poco amable y afectuosa. Los cambios bruscos, los sonidos estridentes, los períodos retóricos largos en demasía, el abuso de la nota colorista, en fin, ha dado origen a una literatura enfática, presuntuosa y rígida. La falta de críticos de aguda percepción, de espíritu amplio y comprensivo, por otra parte, ha hecho posible que escritores mediocres y desaprensivos hayan alcanzado notoriedad y conseguido que su firma obtenga crédito y sea objeto de una cotización, siquiera aparente, en el mercado literario.

 
EL ÉXITO.– ¿Quién duda que entre nosotros las reputaciones se adquieren en la actualidad pronto y casi sin lucha? Pero ¿qué importa esto si todos somos poseedores de la clave para obtener los triunfos rápidos? Si nadie, ni los mismos que han contribuido a labrar la fama del escritor, creen en su mérito intrínseco, o se lo niegan en los momentos en que hablan confidencialmente, ¿qué valor puede concederse a los pseudoéxitos que a diario se celebran en los banquetes, con motivo de haber tal o cual autor estrenado un drama o publicado un libro? Es notorio que muy escaso o ninguno.

 
LA IRRECEPTIVIDAD COLECTIVA.– Nos agitamos en un ambiente de convencionalismo y de mentira que no tiene semejante en ningún otro país, y de ahí que para e nadie constituyan un secreto los medios a que se apela para llamar la atención y conseguir que el público se interese por las obras nuevas. En España podremos no poseer aptitudes para adentrarnos las conquistas de la civilización contemporánea, pero tenemos la cualidad singularísima de desnaturalizarlo todo, manufactura y sabiduría, Arte y Ciencia, Religión y Filosofía, cuando pretendemos osadamente importar alguna innovación del extranjero. La inhabilidad y la precipitación, hijas de nuestro atolondramiento, nos fuerzan a llevar a cabo los intentos sin preparación adecuada, lo que es causa del fracaso que subsigue fatalmente a todas las tentativas que realizamos.

 
LA CURVA FATAL.– ¿Cabe, pues, extrañarse de que en torno a los escritores que hacen su aparición o se presentan por segunda o tercera vez ante el público, se fragüe un ambiente de silencio y aun de hostilidad? Hemos de rendirnos a la evidencia. Dada la reserva con que se suele acoger al escritor o a aquel que sólo es conocido entre un reducido núcleo de profesionales, no queda otro recurso que aguardar pacientemente a que la obra vaya pasando por las etapas que forzosamente han de seguir todas las concreciones del pensamiento, hasta que a la postre se imponga por su propio valer, cuando haya vencido las resistencias opuestas por el medio a los que de veras aspiran al glorioso título de hacedores. Abrigar la necia pretensión de escalar elevadas posiciones forzando el curso natural de los acontecimientos, ha sido estéril en toda época y lo es mucho más actualmente en que, por el predominio del análisis, se asigna a las cerebraciones la valutación estética y ética a que son acreedoras. De suerte que, sobre ser inútiles los elogios desmedidos que los amigos incondicionales prodigan con una falsa noción de la realidad, surten efectos contraproducentes. En vez de afianzar el prestigio del filósofo o del literato y conquistar adeptos para sus sistemas o sus creaciones, los envuelven en una atmósfera de servilismo de resultados negativos, ya que revierte en ellos, cuando no en forma de desvío, en manifestaciones de menosprecio.

 
LOS ETERNOS TEORIZANTES: AZCÁRATE Y SU OBRA.– Uno de los órganos del famoso trust de periódicos de Madrid, el Heraldo, abrió hace tres años una información acerca de la «Crisis del liberalismo en España». La enquête no dejó de tener cierto interés desde determinado punto de vista, que no fue, seguramente, el que había adoptado la Dirección del gran rotativo. El primer personaje político interrogado fue el Sr. Azcárate. Y no cabe negar que el iniciador de la información tuvo un acierto. El ilustre profesor de Legislación comparada goza entre las gentes políticas de gran reputación. A pesar de sus ideas antidinásticas, el Sr. Azcárate ocupa la Presidencia del Instituto de Reformas Sociales a completa satisfacción del Gobierno, de los capitalistas y hasta de algunos leaders del socialismo que acaudilla Pablo Iglesias.

La fama del Sr. Azcárate es, en verdad, merecida, porque sus méritos son reales y efectivos. No es uno de tantos prestigios formados como por encanto, merced a los bombos a tanto la línea en los cuatro o cinco periódicos madrileños que poseen la hegemonía y la dirección total de los negocios públicos de nuestro país. Ha consagrado gran parte de su existencia a la labor obscura y silenciosa del Profesorado. Ha educado a dos generaciones de juristas. Ha desfilado por su cátedra la flor y nata del intelectualismo, y puede decirse, sin exageración, que ninguno de sus discípulos le ha superado, ni siquiera igualado, en cultura ni en rectitud de juicio. No se puede negar que D. Gumersindo de Azcárate ha puesto su actividad y sus singulares dotes de maestro, al servicio de la enseñanza universitaria. Y es evidente que no se ha concretado a una misión meramente docente en el aula. Ha trabajado con denuedo en la Escuela de Estudios superiores, creada en el Ateneo de Madrid; ha sido presidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de la corte, y desde hace más de veinte años, figura en el Parlamento, representando a un distrito propio: el de la vieja ciudad leonesa. No hay, pues, que regatear al anciano catedrático, títulos que le hacen acreedor a la simpatía de cuantos le conocen. El que esto escribe, se formó en la severa disciplina de sus libros, conferencias y discursos, y, por lo tanto, no trata de zaherir en lo más mínimo la consideración personal que merece el señor Azcárate, como todos los hombres de virtudes acrisoladas.

 
PRESCINDIENDO DE LA PSICOLOGÍA COLECTIVA.– Para los que han seguido de cerca la obra del ilustre tratadista, no es un secreto la marcada preferencia que siempre ha demostrado éste por las doctrinas de los publicistas ingleses de Derecho constitucional, y que ha sido tal vez su difusor máximo en España. No es, pues, extraño que en aquella ocasión el Sr. Azcárate, al expresar su opinión respecto a la hondísima crisis por que atraviesa el liberalismo español, nos diera una lección más de legislación comparada. Entonces, como antes y como siempre, se reveló como un teorizante diáfano y pulcro. Y era natural que así procediera el docto publicista. Nada hay que objetar a cuanto expuso al periodista del Heraldo, con sin igual competencia, como no sea que ha convertido el periódico en cátedra, pues la interviú es una verdadera disertación, más propia de la Academia que de la hoja diaria. Sentó el Sr. Azcárate, con agudo sentido crítico, las diferencias que existen entre el liberalismo rígido que en España se estila y la democracia moderna; puso de manifiesto los errores de May, al establecer la antinomia entre la libertad y la democracia; parafraseó conceptos de Tocqueville, Ríos Rosas y Mackenzie; esbozó a grandes rasgos, con sobriedad, los principios del Selfgovernment y trazó el ideal del programa del liberalismo español con discreción y acierto.

 
INFLUENCIAS METAFÍSICAS.– Indudablemente, desde el punto de vista doctrinal, resultó interesante y amena la causerie del señor Azcárate. Pero lo que se echaba de menos en sus palabras eran aquellos acentos de energía y acometividad que debieran salir de labios del jefe actual de la minoría republicana en el Congreso. En momentos como el citado, el tono empleado por el catedrático y diputado resultaba completamente inadecuado, fuera de lugar, puesto que no hizo otra cosa, llevado de su anglofilia, que ofrecernos una disquisición más. El Sr. Azcárate es, como todos los discípulos de Sanz del Río, un hombre abstraído que, cuando escribe y habla, nunca abandona su pose de sabio. Por esto resultaba lamentable que, en vez de recoger las palpitaciones del pueblo, se enfrascase en sutilezas que no venían a cuento. El Sr. Azcárate incurrió en una equivocación tan notoria, que, sin embargo, le dispensa su pasado de obrero dedicado a la ciencia social. Es uno de esos prototipos de intelectualismo que, a fuer de vivir la atmósfera enrarecida del gabinete de estudio, prestan débil atención a las quejas y las protestas que surgen en la calle. Es uno de esos espíritus doctos que aquí se estilan y que sólo pueden existir en España.

 
LO QUE HUBIESE PODIDO HACER AZCÁRATE.– Como todos los hombres austeros procedentes del krausismo, el Sr. Azcárate no presta toda la atención que debiera a la situación terrible y angustiosa de los que luchan en las ciudades, y en las aldeas para hacer triunfar en este desdichado país las conquistas de la democracia política y social. El Sr. Azcárate, en el Instituto de Reformas Sociales, se ha sentido siempre más profesor que hacedor; y en el Parlamento, en vez de ser un ariete contra el régimen, ha sido un colaborador de los partidos turnantes. Así, hemos visto que cualquier ministro de la Gobernación ha ganado su voluntad con la promesa de que se iban a introducir tales o cuales reformas en este o aquel ramo de la legislación. El Sr. Azcárate, que ha desoído constantemente las aspiraciones de sus electores, por creerlas, sin duda, exageradas, y a quien sus propios paisanos designaron con el epíteto de encasillado, que nada tendrá de halagador para un hombre de su mentalidad y de su civismo, dejándose llevar de una credulidad infantil, ha transigido en momentos culminantes con fórmulas de un convencionalismo falso y desmoralizador para la lucha entablada entre el régimen y los partidos de oposición. El Sr. Azcárate, que en sus libros ha sido el mayor propulsor de la soberanía popular, en los últimos años de su vida llegó a defender capítulos de un proyecto tan funesto como el de Administración Local, patrocinado por Maura. Parece increíble que un luchador experimentado y curtido en las lides parlamentarias, no haya roto con las prácticas consuetudinarias que aquí han desacreditado la labor política. Más que de criticar lo que podrían hacer los partidos liberales y democráticos dentro de la monarquía, debió el Sr. Azcárate haber sido el más decidido campeón de un movimiento que, encarnando en el alma popular, le hubiera puesto en condiciones de promover una fuerte corriente de opinión que habría acabado para siempre con la farsa representativa.

Pero el Sr. Azcárate, llevado de su espíritu contemporizador, ha preferido coadyuvar a una pseudo-obra legislativa, en vez de contrariarla y destruirla. Y ha sido verdaderamente sensible que no se decidiera, hace dos lustros, a ingresar en el partido liberal. Por su talento, su ilustración y su palabra, hubiera podido ser el jefe de la extrema izquierda del liberalismo y haber hecho, quizá, una obra fecunda.

 
LOS PROHOMBRES DEL REPUBLICANISMO.– Para el partido republicano fue una gran desgracia que ocuparan puesto preeminente en sus filas Azcárate, Labra, el difunto Muro y otros de menos notoriedad. Ellos han sido los responsables principales, y casi únicos, de que se hayan esterilizado por completo las distintas campañas de agitación que han tenido lugar y que, al llegar al momento culminante, no han encontrado quien acertara a condensarlas en un sentido afirmativo e inmediato. La Historia habrá de juzgar con dureza la conducta de estos hombres que, empezando por Sol y Ortega, y acabando por Melquíades Álvarez, sienten un terror pánico por las muchedumbres. Su aversión hacia el mar de blusas es notoria. En mil ocasiones han dispuesto de medios suficientes y contaron con opinión bastante en el país para canalizarla en una acción sostenida, con sólo interpretar el mandato de los electores, que en el periodo de las luchas en los comicios expresó de una manera categórica el deseo vehementísimo de ir derechamente al hecho de fuerza. Los prudentes consejos que el Sr. Azcárate creyó pertinente dirigir a los liberales y a los demócratas de la Monarquía, debió habérselos apropiado.

Resulta un tanto raro lo que viene ocurriendo en España desde la implantación de la ley del sufragio universal. Los leaders de todos los partidos políticos han seguido siendo esclavos de una táctica desacreditadísima y por demás contraproducente. En vez de fiar a la obra propia, a aquella que se funda en el hacer incesante de todos los días, sin perdonar esfuerzos y mirando sólo al triunfo, o por lo menos al afianzamiento del contenido doctrinal de sus respectivos programas, les vemos entregados a una crítica completamente negativa, esterilizadora y absurda.

 
LABOR INFRUCTUOSA.– No se concibe cómo hombres de mentalidad cultivadísima y de espíritu aristocrático como el Sr. Azcárate, puedan creer de buena fe en la utilidad y probable infuturación de prestar su aquiescencia y, lo que es más sensible, su concurso a cuanto se lleva a cabo en las comisiones intra y extraparlamentarias. Esta candidez, demostrada en múltiples ocasiones, patentiza la incapacidad y la falta de acometividad de los portavoces de la democracia republicana española.

Cuantos ocupan puestos elevados y llevan sobre sus espaldas la carga enojosa de dirigir las campañas de oposición dentro y fuera del Parlamento, han procedido, por lo general, desdichadísimamente. Ni por excepción, han sabido traducir nunca lo que flotaba en torno de sí mismos. Las voces de airada protesta, los rumores de la muchedumbre, no han sido expresados por estos pseudointelectuales, que tomaron siempre la política como un comodín y se sirvieron de ella como banderín de enganche. Unos, los más, para satisfacer menguadas ambiciones, y otros, como Azcárate, por una vanidad mal comprimida. Pero lo cierto, lo que no admite duda, es que el partido republicano se ha convertido en un instrumento de fácil manejo para las oligarquías que usufructúan el Poder.

 
LOS MONOPOLIOS.– Los intereses bastardos, las concupiscencias y los grandes negocios de las compañías que tienen arrendada la mayoría de los servicios del Estado y que se han erigido en dueñas exclusivas de la riqueza de España, apenas han sido combatidas por los diputados más conocidos y reputados del partido republicano. ¿No habría sido más útil y beneficioso a la causa que decían defender las sumidades de la democracia republicana, el haber evidenciado, ante la conciencia del país, lo peligroso y nefasto que resulta el predominio de estos monopolios para el desenvolvimiento gradual de las fuerzas económicas y de todo género, en vez de permanecer en una actitud equivoca, de oposición tibia y más aparente que real? Han sido terriblemente funestas para la nación las complacencias y las medias tintas de las minorías republicanas, que jamás han empleado el apóstrofe viril y la audacia para desenmascarar a los turiferarios que se han apoderado de la dirección del Estado español.

 
LAS CAMARILLAS.– La hegemonía entera está en manos de los desaprensivos y de los arribistas; nuestros grandes hombres, los amigos particulares de los ministros del régimen y de los burócratas más encopetados, se hallan convertidos en comparsas ridículos de la farándula política. No ha sido el Sr. Azcárate el único que se ha plegado a las llamadas prácticas parlamentarias, dejándose envolver en la tupida red de los eufemismos y de la fraseología ambigua y acomodaticia, sino que son casi todos los diputados republicanos que llegaron a sentarse en el Congreso. Y era fatal que así ocurriera, porque hasta hace muy poco, en el partido republicano, la derecha, los elementos conservadores prevalecieron sobre los avanzados, marcando casi siempre la tónica y dando la orientación a todo el movimiento. El partido republicano español ha fracasado en el Parlamento por las mismas razones que los demás partidos. Es ilusorio pensar que elementos esencialmente burgueses sientan las legítimas reivindicaciones que palpitan en las masas populares. El alma de la muchedumbre no es posible que halle un eco fiel en los antiguos políticos, llámense republicanos o monárquicos, porque por encima de esas filiaciones tienen un común denominador: el interés de clase. Por esto, aun los hombres más insignes, como Azcárate y algunos de sus discípulos, no podían portarse más que como teorizantes y de ningún modo como hacedores. Es imposible que los postulados de la democracia social, que condensan las aspiraciones del cuarto estado, de las multitudes proletarias, sean interpretados y vividos por los espíritus conservadores, que, necesariamente, han de ser oportunistas y tender a una política fragmentaria y evolutiva.

 
TRABAJO POSITIVO.– Más que de censurar con acritud a los políticos que actualmente se hallan en los puestos más codiciados en el dinamismo de los partidos que juegan un papel principal en la cosa pública, hemos de preocuparnos seriamente de encumbrar a los contados escritores y oradores que, teniendo un temperamento enérgico y osado, se hallen en condiciones de llevar a cabo una acción perseverante y vigorosa y no vacilen, ante la exigencia apremiantísima, de hacer tabla rasa de la mole inmensa de preocupaciones, conveniencias, formulismos y, en síntesis, miedo a socavar hasta los mismísimos cimientos en que se asienta la organización política de España.

La sinceridad, sin embargo, obliga a confesar que la misión reservada a los propulsores ha de ser larga y tenacísima; exige una fuerza de voluntad inaudita; reclama asiduidad y constancia especiales y ha de tener un carácter integral. No puede improvisarse y han de realizarla mancomunadamente los intelectuales que estén firmemente convencidos y penetrados de que han de ir a anegar toda su individualidad en el todo social, acentuando en cada instante el impulso acometedor. Sin el recíproco influenciamiento del cerebro y el músculo, iríamos a una nueva y quizás definitiva derrota, y la simiente no germinaría en este suelo pedregoso de España. Hay que convertir lo que hasta ahora ha sido un erial, en huerto frondoso, y para ello es preciso intensificar los esfuerzos y acrecentar el entusiasmo, la creencia en la eficacia de la acción y el anhelo en el ideal. Debemos, pues, los radicales, amar con todas las ansias la lucha y creer, sin fluctuaciones ni desmayos, en su virtualidad fecundante.

 
INTENTOS DE RENOVACIÓN. LA UNIÓN NACIONAL.– Concretando lo expuesto, es preciso trazar a grandes rasgos cuáles han de ser los estímulos que todavía podrían hacer revivir en España una idealidad realista y fecunda. A raíz de la catástrofe de 1898, el concepto que envolvía la palabra regeneración estuvo a la orden del día. Todos los políticos terciaron en debates y controversias, haciendo su profesión de fe. La Prensa, las asociaciones, explanaron sus programas; pero ninguno de los elementos que removían la opinión habló con la sinceridad que requerían las circunstancias apremiantes y dolorosas. Joaquín Costa, Basilio Paraíso y otros hombres de menor relieve, fracasaron en sus tentativas.

 
EL REGIONALISMO.– Los movimientos regionalistas de Cataluña y Vizcaya, primero, y la Solidaridad Catalana y el Nacionalismo, después, erraron en sus propósitos. Ninguno de los movimientos de opinión registrados en los trece años últimos, supo vigorizar el alma española. El pueblo ha seguido sin guías, porque esos políticos han evidenciado su falta de aptitud para realizar la ardua misión que les competía.

 
LA SOLIDARIDAD CATALANA.– Ya se sabe cuál fue su origen: el homenaje que Cataluña quiso dedicar a los diputados que habían combatido la monstruosa ley de jurisdicciones. Una conjunción formada por todos los elementos que guardan afinidad en sus principios, que tienen alguna relación en sus aspiraciones, tal vez hubiera sido la regeneración de España. Pero no fue así. Aquel movimiento lo aprovecharon los espíritus menguados que sienten odio inextinguible hacia la clase proletaria por sus conquistas sociales, y otros elementos que veían en la magnitud y grandeza del partido republicano catalán la causa de su decadencia. Lo que pudo ser, bien dirigido, principio de regeneración económica y social, fue un evidente fracaso, quedando reducido a un refugio de ambiciones mezquinas, de intereses egoístas y bastardos, de exclusivismos suicidas y de odios africanos.

La labor de Solidaridad quedó reducida a la división del partido republicano. Funesta habría sido su obra; menguada y perturbadora la que hubiese realizado en el Parlamento, si las concupiscencias, las envidias personales y la imposible coexistencia de los elementos políticos antitéticos que la integraron, no la hubieran reducido antes a la nada.

La Solidaridad Catalana no vino a defender las justas aspiraciones de la clase proletaria, porque en ella tuvieron nutrida representación los elementos principales de la burguesía catalana; ni a defender la libertad religiosa, política y del trabajo, porque aquel conglomerado lo integraban elementos católicos, carlistas y reaccionarios, de los cuales no le era dable prescindir; no vino a combatir al régimen centralista y a la monarquía, porque formaban en aquel movimiento personalidades decididamente defensoras de la dinastía y que poco antes habían convivido con el centralismo y recibido sus mercedes; no vino a destruir al caciquismo, porque así como, según el ilustre Almirall, el catalanismo es la última evolución del carlismo, la Solidaridad fue la última modalidad del caciquismo, patentizando esto último hechos recientemente ocurridos; no vino tampoco a levantar el nivel general de cultura del país, ni a conjurar la actual crisis agrícola, ni a proteger la pequeña industria, ni a fomentar las iniciativas individuales en el orden intelectual, de la producción, del arte, de la beneficencia, &c.

La Solidaridad Catalana obedeció al plan de acción de unos cuantos logreros, a quienes la preponderancia y la incipiente organización de la clase proletaria, les había infundido el temor de perder para siempre su dominio, o sea la inmunidad de usar y abusar a su antojo de personas y cosas. La suprema aspiración, la finalidad única, el ideal que persiguió la Solidaridad, era, en el fondo, el recabar del Gobierno una protección irritante para los intereses que representa el Fomento del Trabajo Nacional, que no son, ni podrán ser nunca, los del país productor: practicar sistemáticamente el favoritismo y erigir en personalidades a hombres hueros, vacíos, de inteligencia rudimentaria y exentos de virtudes cívicas.

 
LA FICCIÓN DEL BLOQUE DE LAS IZQUIERDAS.– Es vulgar, de puro sabido, que en España llevamos un siglo sin haber aportado a la esfera política el menor coeficiente substantivo que señale una modalidad propia, peculiarísima, reveladora del estímulo interno, generado por el genio autóctono, que infunde confianza al individuo y diríase que imprime carácter a la actividad de los pueblos. No porque parezca un tanto depresivo hemos de dejar de sostener en serio, que aquí no ha surgido nunca el más leve impulso renovador per se.

Ha habido, en distintas ocasiones, tentativas innovadoras que no llegaron a cuajar, tal vez por no haber afrontado con decisión las cuestiones transcendentales. Acá y allá espíritus clarividentes y fervorosos, pusieron toda su generosidad al servicio de este o el otro intento; pero se vieron en la triste precisión de sacrificar hasta la existencia misma en aras del ideal, sin pasar de precursores y mártires perpetua e ineficazmente inmolados por el atraso y la abyección de sus coetáneos. ¿Cómo negar que entre nosotros se han dado ejemplos aislados de civismo y de abnegación? Es cierto, y ha de reputarse como indudable, que en lo íntimo de la familia española aun anidan cualidades que, bien encauzadas, podrían ser elementos de la regeneración nacional tan suspirada; pero no asoman a la superficie, porque no son lo bastante fuertes para romper el cerco en que el convencionalismo nos confina.

La indisciplina misma, que ha sido condenada en todos los términos y tan arraigada está en nuestra entraña –pues, no sólo es privativa del individuo, sino que se observa en todas las variedades étnicas que pueblan las distintas regiones de la Península–, podría constituir el mayor elemento propulsor para levantar de su postración extrema al alma nacional. La experiencia nos demuestra, sin embargo, que en los últimos lustros los escritores más insignes, aquellos que, como Joaquín Costa, Macías Picavea, Alfredo Calderón, José Nakens, Roberto Castrovido, Maeztu, &c., habían conquistado, por sus envidiables dotes intelectuales, por su enorme cultura y por su gallardía en la exposición de las ideas, sólidos prestigios y gozaban de la respetabilidad indispensable para dirigirse al gran público, al pueblo en masa, no acertaron a transmitirle la ansiedad que les embargaba ni a lanzarle resueltamente hacia una dirección que ellos creían salvadora y única para la consecución del objetivo concreto y determinado, que era la cifra y compendio de sus aspiraciones y el amor de sus amores todos.

Si la campaña activísima, incesante y ardorosa del insigne Costa, no logró levantar la opinión española, sumida en el más espantoso de los quietismos, el de la inercia, ¿iba a conseguirlo después, cuando ya el país se había acostumbrado y como connaturalizado con una situación deprimente y agobiante, el puñado de arribistas y oligarcas, que apenas tenían historia política, o si la tenían era poco recomendable? No cabía inclinarse por la respuesta afirmativa, por la poderosa razón de que las circunstancias, en el momento en que se inició la campaña, eran quizás más difíciles aun, que lo fueron a raíz del desastre, cuando los efectos de la conmoción nacional sufrida constituían el mayor acicate para emprender la cruzada con algunas probabilidades de éxito. Tratar de infundir alientos, de despertar el amodorrado espíritu del país con los tópicos retóricos, con la fraseología banal derrochada en los mitines, tal como lo hicieron los panegiristas del bloque de las izquierdas, era hablar en balde y perder el tiempo lastimosamente. Apagada la pirotecnia de la oratoria florida y abundosa, y desvanecido el encanto –que tanto puede en el ánimo de las muchedumbres– de la mise en scène de aquellas reuniones aparatosas que se celebraron al son estruendoso de bombo y platillos, volvió la colectividad a sumirse en su letargo suicida. Y de tantas idas y venidas y de tantas palabras y de tantas promesas, solo restó, cuando los liberales consiguieron su primordial objeto –disponer de la Gaceta–, un desengaño más en el espíritu público y unos centenares de estómagos satisfechos.

En un acontecimiento todavía reciente en el orden político: el fracaso de la Solidaridad Catalana, se evidenció por, modo inconcuso la imposibilidad de que las conjunciones de fuerzas políticas distintas se hallen en condiciones de cumplir una común finalidad social. Los que en serio escribieron y hablaron en pro de la alianza liberal, fueron víctimas de un grave error que no sólo les ofuscó e impidió apreciar la verdadera situación del país, sino que les hizo creer –sin duda, de buena fe– que realizaban una campaña provechosa, cuando, en realidad, únicamente se agitaban en vano y empleaban esfuerzos laudables sin producir más que una excitación aparente en el cuerpo social. Bien pronto los acontecimientos les persuadieron de la ineficacia de toda labor que no vaya orientada en sentido opuesto al que se emplea en la propaganda política en España.

¿A qué resultados positivos podía conducir el verbalismo de que tanto abusaron los partidarios del bloque? La contestación es obvia, porque se desprende de la inseguridad y de las dudas que se transparentaban en las palabras de los oradores más significados y elocuentes que tomaron parte en los principales mítines. Está muy difundido en España entera el desvío hacia los asuntos que conciernen al Gobierno; y es evidente el menosprecio en que se tiene a los políticos militantes. Si no existieran otras concausas, acaso ésta sola hubiera sido bastante para que las gentes sencillas vieran con recelo aquella actuación y abrigasen fundadas sospechas acerca de la utilidad y eficacia del bloque para mejorar las costumbres públicas y sanear el ambiente en que se fragua la política. Para disminuir los efectos disolventes del escepticismo, es preciso prescindir de los recursos a que suelen apelar los que van en busca del aplauso y codician los goces del poder y sienten la nostalgia de usufructuarlo.

La pretendida alianza de los liberales no encontró eco en los intelectuales ni tampoco entre la clase obrera. Y, si no contaba con el cerebro que elabora el substrato nutritivo intelectual –el pan del espíritu– ni con el músculo vigoroso que ejecuta, ¿de qué elementos disponía? En España no existen más factores reales, que tengan vitalidad poderosa, que las mentalidades cultivadas y los núcleos de proletarios organizados. Sin la cooperación de los unos y el apoyo de los otros, no es posible emprender ninguna campaña con garantías de alcanzar la victoria.

Fue sensible que los campeones del bloque no se percataran de que la verdadera eficiencia sólo se consigue en la época contemporánea por medio de la acción educadora, que inspira y guía a la democracia universal, cuyo primer postulado se sintetiza en la difusión de la cultura. La obra del bloque fue, en consecuencia, efímera, porque a sus defensores les faltaban ideales y arrojo. No se habían adentrado los principios éticos que son esenciales en los partidos avanzados. El programa que exponían era pobre; carecía de contenido. La bandera del anticlericalismo que enarbolaban, sólo podía hacer mella en los ánimos apocados; pues la cuestión religiosa ha de abordarse en su integridad y resolverse con audacia... o no mentarla siquiera. Nada hay más temible que el criterio ecléctico, que es envilecedor, porque significa descreimiento y cobardía.

Tal cual están planteados los problemas en España, no se concibe otra línea de conducta que la señalada por Joaquín Costa en sus memorables manifiestos. La orientación sana, la que demandan los imperativos del honor nacional, ya fue indicada magistralmente por el solitario de Graus, interpretando el deseo del pueblo, constantemente desoído y burlado. Nada de alianzas con esos pseudoliberales que se engañaron a sí mismos y no comprendieron que el bloque era una ficción más, engendrada por la fantasía de nuestro ingénito meridionalismo. Cuantos se precian de amantes del progreso no podían aceptar pactos con los izquierdistas de nuevo cuño. Había que aguardar andando, prosiguiendo la tarea comenzada.

 
INDICIOS DEL DESPERTAR DEL PAÍS.– Para todo espíritu intensamente cultivado, resulta, en verdad, inconcebible la falta de un contenido substantivo en la producción literaria española. Llevamos cuatro siglos de depresión y parece como si en todo el hacer individual y colectivo de nuestro pueblo pesara un sino fatal que, aherrojando la mente, hubiese aniquilado todo germen de noble, de santa rebeldía. Sin embargo, mirándolo bien, se observan por doquiera signos inequívocos de que con lentitud, pero sucesivamente, va penetrando en el decaído cuerpo social un hálito restaurador. Aunque es evidente, y no cabe negarlo, que en España las fuerzas del organismo nacional se hallan en el instante actual depauperadísimas –debido a una serie de concausas de distinta índole, pero todas ellas consecuencia del predominio exclusivo que aquí ha tenido el catolicismo–, se observa desde hace dos lustros en todos los órdenes de nuestra existencia una mayor inquietud por parte de algunas personalidades que figuran en la aristocracia del intelecto.

 
LA SELECCIÓN LITERARIA.– Tarde, muy tarde, por desgracia, se ha operado el fenómeno característico de la época contemporánea: el que los intelectuales escogieran como asunto para sus novelas y dramas, problemas esenciales y los presentaran al público tal cual se ofrecen en la inagotable cantera de la realidad. Se ha dicho más de una vez que para apreciar la contextura mental, la idiosincrasia psicológica de un pueblo, bastaba conocer su teatro. El concepto es, aunque sólo en parte, exacto, ya que por muy grande y espléndido que sea el florecimiento de la literatura dramática, no podemos asignarle un valor tan excesivo que nos lleve a considerarlo como la manifestación única de la potencia creadora del psiquismo colectivo. Lo cierto, irrebatible, y que no admite duda de ninguna especie, es que el drama, por ser más asequible a las muchedumbres que la novela, tiene mayor poder virtual para llegar a las últimas capas de la sociedad. En este sentido, es admisible la afirmación antes citada.

 
EL MOVIMIENTO LITERARIO EN EUROPA.– Es claro, y por claro no cabe hacer objeciones, que el teatro moderno, o, dicho con más propiedad, la literatura dramática, en general, busca moldes más amplios en que verter la espiritualidad en todas sus fases, sin omitir uno solo de los aspectos en que se manifiestan los intrincados problemas de la conciencia. Para convencerse de que en los países más adelantados de Europa se ha realizado una transfusión de sangre nueva, que ha dado origen al arte social que ahora priva, basta fijar la atención en la corriente formidable, avasalladora, incontrastable, que no sólo ha minado los cimientos de la organización social burguesa, sino que nos ha hecho vislumbrar en lontananza el día feliz, y más próximo de lo que las gentes vulgares creen, en que triunfe el ideal de la Ciudad futura. Es, pues, un hecho que gran parte de nuestra tradición literatesca, aquella que era síntesis de la garrulería, del retoricismo amanerado, cursi y ramplón, ha pasado para siempre a la Historia.

 
LOS LITERATOS MODERNOS Y SUS OBRAS.– Cuantas tentativas de renovación se hicieron en épocas pasadas con éxito menos que mediano, parece, no obstante, que están ahora en camino de imponerse. El objetivo de los novelistas y comediógrafos pertenecientes a la nueva generación, está ya por completo modernizado, porque hemos roto el brutal cerco de hierro que impedía a nuestros literatos asomarse al otro lado de la frontera. Pero no significa esto que haya triunfado en toda su integridad el espíritu de franca europeización, por más que ya campea en las obras de algunos de nuestros ingenios más esclarecidos, como Galdós, Dicenta, Benavente, Linares Rivas, Marquina, los hermanos Quintero y algún otro, en el teatro, y Emilia Pardo Bazán, Palacio Valdés, J. M. Matheu, Baroja, Martínez Sierra, Pérez de Ayala, Sánchez Díaz, Gabriel Miró, Ricardo León, y singularmente Felipe Trigo, en la novela, nuestra incorporación al movimiento literario contemporáneo hállase en sus comienzos.

Los aficionados a la literatura enjundiosa y los educados en las exquisiteces y sutilezas de la orfebrería intelectual, habrán de reconocer de buen grado que las concepciones novelescas de Trigo, que son maravilla por su insólita originalidad y por su inusitado vigor, pueden parangonarse sin reservas de ningún género con las obras de Mirbeau, Margueritte, Rosny, Rachilde, Capuana, Gracia Deledda, Matilde Serao, Butti, Rovetta y otros. La acometividad que ha demostrado Trigo en sus novelas, Las Ingenuas, La sed de amar, La Altísima, La Bruta, El médico rural, La clave, y algunas otras, permite afirmar que es única en España. El insigne escritor extremeño ha tenido la audacia, que se necesita en un país de hipócritas, de sublimar con arte exquisito los goces supremos del amor. Ya era hora de que apareciese en nuestra novela la tendencia verista que tantos prosélitos ha conseguido en las naciones hermanas en latinismo.

En Francia y en Italia hay una pléyade de noveladores y cuentistas que fueron los mayores laborantes en la tarea ímproba de descatolizar a sus compatriotas. Aunque con menos intensidad, aquí también ha habido conatos, casi siempre frustrados, en este sentido. Veinte años atrás, López Bago, Alejandro Sawa y Zahonero, ensayaron el naturalismo enragé, pero sin gran originalidad y en cierto modo imitando a Zola. Felipe Trigo no sigue las huellas de ninguna escuela determinada, y por lo tanto, hay que convenir en que tiene una personalidad propia, puesto que le separan de la generalidad de nuestros escritores hondas diferencias no sólo de procedimiento, sino también en el modo de enfocar los asuntos. El propósito doctrinal es, a mi juicio, lo secundario en las novelas de Trigo. No se propone éste ejercer un apostolado ni realizar una acción meramente proselitista. Creo que va más lejos. Dirige la mirada a lo alto y busca la inspiración en la nosología del carácter, donde quiera que lo halle. Diseca uno a uno, con pulso seguro, los tejidos, y pone al descubierto la gangrena, sin preocuparse lo más mínimo de los efectos ulteriores que al hender la cuchilla en el cuerpo enfermo pueda ocasionar. Y como todos los espíritus inquietos y atrevidos, va a lo suyo y pone el alma en los puntos de la pluma.

Felipe Trigo ha roto, con un hermoso gesto de gallardía, la costumbre nefasta de recurrir al eufemismo y a la perífrasis para disimular la expresión. Su lenguaje es arrogante y enérgico, el que cuadra a los hombres que se han asimilado la noción de que las cosas sólo pueden expresarse del modo que el escritor las ha sacado de la realidad. Ha reobrado de una manera desusada aquí, y por esto da a las situaciones más culminantes de sus obras una sensación de vida como ningún otro escritor. Sus descripciones resultan espléndidas, y siempre acierta con la nota de color, llegando a producir en el lector todos los efectos de una visión caleidoscópica, en la cual va presentando uno a uno los diversos matices de la gama cromática.

Trigo, explorador infatigable, tiene un conocimiento profundo del ego subconsciente. Ha penetrado en lo más íntimo de la substancia nérvea. Es admirable su dominio del mundo de las sensaciones. La psicología fisiológica la posee de manera sorprendente. ¡Qué riqueza de detalles al hacer la filiación de un personaje! En pocas líneas muestra al lector las particularidades que caracterizan a un tipo. Diríase muchas veces que no sólo comprendemos la existencia de éste, sino que llega a producirnos la impresión de algo semoviente, como si estuviera en nuestra presencia el personaje descrito. En pocos trazos pinta Trigo el cuadro, el ambiente en que se desenvuelve la acción de sus obras, frescas y lozanas. Y en síntesis, en una frase pletórica y opulenta, condensa el pensamiento integral, el símbolo que emerge de la creación artística.

 
LOS EQUÍVOCOS EN LA DRAMÁTICA.– Es incuestionable que nuestro público ha permanecido indiferente y alejado por completo de la literatura, porque los escritores, en vez de buscar los motivos de inspiración en los hechos diarios y corrientes, se encastillaban en pedir a la imaginación lo que jamás puede ésta ofrecer cuando se empeña el artista en vivir en el ambiente confinado del gabinete de trabajo. Por lo general, se advierte en los dramas de Ayala, Echegaray, Sellés, Enrique Gaspar, Guimerá, Feliu y Codina, &c., una tendencia equivoca, fundada en principios éticos falsos. De la manera de planear y escribir sus obras se deduce el esfuerzo inmenso que les costó el engarzar las escenas, y adivinase que pusieron en prensa las facultades imaginativas para lograr por procedimientos artificiosos dar a la obra una apariencia de realidad. A la legua se descubre lo trabajoso de su hacer y el agotamiento de su potencia creadora, puesto que con deplorable facilidad caían en el plagio.

 
NUESTROS CRÍTICOS.– Clarín, con aquel agudo sentido de las cosas y la vehemencia con que en tantas ocasiones memorables fustigó despiadadamente a nuestras más insignes momias académicas, patentizó la vacuidad y la ñoñez de una gran parte de la producción literaria española. Martínez Ruiz, en sus comienzos, cuando todavía no aspiraba a ser un diputado de la mayoría conservadora y escribía impulsado por los, dictados de su espíritu indómito, enemigo irreconciliable de cuanto supusiese afectación y retoricismo relamido, fustigó con dureza la inflexibilidad de espíritu, considerándola como la causa predominante de que los literatos españoles se enquistaran y dejasen de interesarse por las cuestiones morales y sociales de nuestros días. También Ramiro de Maeztu escribió hermosos artículos poniendo en la picota a todos los falseadores del espíritu colectivo. Y, en fin, ¿quién no recuerda la cruzada que levantó entre la élite de la juventud intelectual el homenaje a Echegaray al concedérsele el premio Nobel?

 
EL DESALIENTO DE LOS NEOESCRITORES.– Y, a pesar de todo, aquellos jóvenes, al parecer entusiastas, pronto decayeron en sus arrestos y se contentaron con publicar una protesta en contra del ingenioso dramaturgo que tan funesto ha sido al desviar, durante un cuarto de siglo, la intencionalidad del público pseudoculto, con las hueras sensiblerías en que se asienta la reputación del laureado autor dramático.

 
LA ESCUELA DE NIETZSCHE.– Aun cuando algunos de aquellos escritores, que tanto prometían por sus radicalismos en la esfera de la crítica militante, sintieron muy pronto el desaliento y abandonaron su actitud gallarda, no por eso los nuevos ideales han dejado de tener paladines tenaces ni las tendencias ampliadoras e intensivas campeones denodados. Afortunadamente, las corrientes nietzscheanas de franca y abierta rebeldía, van poco a poco invadiendo a los espíritus más cultos y selectos, por lo que en algunas de las obras más recientes de nuestra juventud intelectual se vislumbra ya la influencia de las nuevas concepciones de la vida impregnadas del inmoralismo contemporáneo que, aguijoneando el espíritu, lo mantiene en tensión constante y lo moldea de tal suerte, que le presta la agilidad suficiente para permanecer en una continua vibración, precursora, en cierto modo, de lo que los psicólogos modernos llaman la multanimidad.

 
SÍNTESIS DE UN MOVIMIENTO.– Todo el que sea aficionado a reflexionar, adoptando como punto de mira los acontecimientos políticos más recientes, tiene elementos sobrados para formular un juicio, en cierto modo halagüeño, respecto a la situación de nuestro país. Evidentemente, los últimos sucesos desarrollados en las grandes ciudades de la Península, demuestran bien a las claras que en la opinión pública se ha operado un gran movimiento, que si hallase hábiles conductores podría dar mucho de sí.

 
LA CONCIENCIA EN LA MULTITUD.– El hecho de que masas de población se hayan manifestado de súbito, sin preparación de ningún género, con una espontaneidad pocas veces igualada, ha de considerarse como un signo altamente lisonjero. Sin embargo, a nadie que siga con algún interés la marcha de nuestra política puede sorprenderle el despertar de las clases sociales que se ven objeto de una preterición constante por parte de los gobernantes.

Lo significativo de la agitación última estriba más que en lo exteriorizado, en lo que ha permanecido oculto. Todos los que acostumbramos a comentar los acontecimientos políticos, sabemos a qué atenernos en cuanto concierne a la vida formal, más que real, de los partidos políticos que pretenden dirigir la opinión pública. Pero lo que de ordinario pasa inadvertido son los móviles generadores que alientan en toda protesta; y estos, estímulos internos merecen algo más que una glosa. Aunque nos hemos habituado a pasar como sobre ascuas al discurrir en torno a los problemas palpitantes, ha de convenirse que, a pesar de la banalidad en que siempre se desenvuelve la Prensa, en nuestro pueblo existen todavía energías latentes, fuerzas de reserva que, utilizadas con discreción, serían provechosísimas para restaurar el organismo del Estado y con ello modificar poderosamente las normas de Gobierno.

 
LOS DESEOS DE REDENCIÓN.– A un pueblo como el español, tan poco dispuesto para las luchas contemporáneas, le es sumamente difícil interesarse por lo que signifique acción colectiva. Lo más importante de los actos realizados a partir de 28 de Marzo de 1909, no es la manifestación propiamente dicha, que poco, a la postre, significaría. Lo transcendental es que millares de ciudadanos abandonaran sus hogares y sus quehaceres para tomar parte en una obra de colaboración, para sentirse laborantes del todo nacional.

 
LABOR DE LOS DIRECTORES.– Lo que incumbe, pues, a los portavoces y a los directores de la protesta iniciada, es sintetizar las aspiraciones, un tanto vagas, de la muchedumbre. Es indispensable dar un contenido ideal a los anhelos de los ciudadanos que supieron manifestarse. Cuando un pueblo vibra, la misión de los propagandistas de oposición ha de consistir en trocar la animadversión por lo existente en amor, entusiasmo y devoción hacia los propios ideales.

Para reconstituir la nacionalidad casi en ruinas, ha de hacerse algo más que censurar con acritud a los que ocupan el poder: se ha de trabajar para ponerse en condiciones o de escalarlo o de producir una agitación tan intensa en favor de las reivindicaciones del pueblo, que los oligarcas hayan de aceptar lo esencial del credo político que tenga más adeptos en la comunidad nacional.