Filosofía en español 
Filosofía en español

Francisco de Paula González Vigil 1792-1875

Vigil

«Mis padres fueron el señor don Joaquín González Vigil y la señora doña Micaela Yáñez. Era yo el primogénito de mis hermanos, y por esta circunstancia me dedicaron mis padres al estudio. Recibí la beca en el seminario conciliar de Arequipa el 16 de Julio de 1803, cuando era obispo el señor Chávez de la Rosa, insigne protector, padre del colegio. Estudié Gramática, Filosofía, Matemáticas y Teología. El 12 de Setiembre de 1812 me gradué de doctor teólogo en la universidad de San Antonio del Cuzco. Regresé por Arequipa a Tacna, donde estudié el Derecho Natural con el señor cura doctor don Juan José de la Fuente y Bustamante. En 1815 me invitó el señor obispo la Encina con el vicerrectorado y la cátedra de Teología en el seminario, si estaba resuelto a ordenarme. Emprendí mi viaje a Arequipa, entré a ejercicios en la misma casa del señor obispo; y aterrado a vista de lo que iba a hacer, me fugué la víspera de la ordenación. Después de algunos días, me presenté al señor obispo, quien me recibió con los brazos abiertos. Me dio la cátedra de Filosofía y Matemáticas en el colegio. En 1817 me enfermé gravemente, y me vino otra vez el pensamiento de ordenarme, lo que apoyó mi director espiritual el venerable padre fray Mateo Campló. Me ordenó de subdiácono en Diciembre de 1818, de diácono en Marzo de 1819 y de presbítero en Setiembre del mismo año el señor Goyeneche, que de antemano me nombrara vicerrector y catedrático de Teología. Fui a Tacna a decir la primera misa. En 1822 hice oposición a la silla magistral del coro de Arequipa. En 1823 me separé enteramente del seminario y volví a Tacna.» (Así comienza Vigil sus Apuntes acerca de mi vida, o breve autobiografía inédita redactada en diciembre de 1867, que va transcribiendo Manuel González Prada [Lima 1844-Lima 1918] en su libro Páginas libres, París 1894, páginas 97-98.)

Francisco de Paula González-Vigil Yáñez había nacido en Tacna el 13 de Setiembre de 1792, hijo de Micaela Yáñez y de Joaquín González Vigil de Molina, acomodado administrador de las Reales Rentas de Correos y Tabacos en Tacna, nacido en la península hacia 1749, allá por las Asturias de Oviedo. Un cuarto de milenio antes la zona de Tacna, en el extremo sur del Perú, había quedado españolizada por el adelantado Diego de Almagro en su expedición de 1536, donde permaneció una semana, y Diego de Ronzón propuso que se bautizase aquel territorio con locativo de su natal Asturias, de manera que allí quedaron para organizar los asentamientos Juan de la Flor y Velarde en Sama de Arriba (hoy Sama Grande) y Fernando Albarracín Pizarro en Sama de Abajo (hoy Tomasiri). En San Pedro de Tacna, ya constituido el Virreinato del Perú en 1542, se asentaron luego para su conquista espiritual los frailes Antonio Rendón Sarmiento y Francisco Ruiz Castellano, &c. Tacna formaba parte en 1792 del Corregimiento de Arica: el «Pueblo de Tacna, que está a 12 leguas [de Arica]: tiene 3 Conventos de Religiosos de San Francisco, la Merced y San Juan de Dios, muy pobres y maltratados: está 90 leguas N. O. de Atacames; long. 307 15, latit. merid. 18 26.» (coronel Antonio de Alcedo y Bejarano [Quito 1735-La Coruña 1812], capitán de Reales Guardias Españolas, Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América: es a saber: de los Reinos del Perú, Nueva España, Tierra Firme, Chile y Nuevo Reino de Granada, Madrid 1786, tomo I, pág. 154). «Tacna, Pueblo de la Provincia y Corregimiento de Arica en el Perú, es de apacible clima, y de sitio alegre y agradable, donde hay establecidas muchas familias de distinción que se han pasado de Arica, tiene una Iglesia Parroquial muy hermosa, a cuyo Curato están anexos otros cinco pueblos.» (Alcedo, Diccionario…, Madrid 1789, tomo 5, págs. 9-10.)

«Los Apuntes no derraman mucha luz sobre lo acaecido desde 1823 hasta 1826. Acaso esos tres años fueron una época de violentas crisis a lo Jouffroy o de interminables combates a lo Lamennais. ¿Por qué la separación misteriosa y súbita del seminario? ¿Por qué sólo venirle otra vez el pensamiento de ordenarse cuando se vio enfermo de gravedad, probablemente cuando el cerebro no estaría en el ejercicio libre de sus funciones? Esa fuga o escapada en 1815, la víspera de la ordenación ¿se explica por exagerado escrúpulo del buen creyente o por instintiva repugnancia del hombre sin fe a dejarse investir de carácter religioso? Quién sabe si Vigil se consagró a la carrera eclesiástica, no por inclinación espontánea, sino por una de aquellas vocaciones artificiales fomentadas en el seno de las familias católicas. Tal vez, la frase “me dedicaron mis padres al estudio” debe de interpretarse por “me dedicaron mis padres a la carrera eclesiástica”. Vigil calla prudentemente las circunstancias que rodearon su ordenación y ciñe sus confidencias a decir que se ordenó de buena fe; pero en otro lugar de sus Apuntes confiesa que desde su primer viaje a Lima, en 1826, se fue trasformando poco a poco, en ese nuevo teatro, al influjo de nuevas ideas. Y se concibe, aunque se concibe también que para la trasformación moral de un individuo no basta el poder del medio ambiente sin la docilidad del organismo. Con la entrada del Ejército libertador a Lima, se coló en el vetusto palacio de los virreyes una ráfaga del espíritu moderno, y la ciudad nacida, según la expresión de Edgar Quinet, “con las arrugas de Bizancio”, ostentó en su semblante la belleza y lozanía de la juventud. Hubo un impulso general de ir adelante, impulso que fácilmente se habría cambiado en estagnación o retroceso, si los españoles hubieran ganado la batalla de Ayacucho. Los hombres que sigilosamente, como practicando un delito, habían devorado un libro trunco de Voltaire o Rousseau, expresaban libremente su incredulidad y su liberalismo. Los realistas empedernidos se daban por republicanos de antigua data, los clérigos se afiliaban a las logias masónicas, y los poetas que habían sido cortesanos de virreyes y cantores de madres abadesas, se convirtieron en Apolos de Bolívar y Sucre. Nada extraño, pues, que en semejante atmósfera un hombre como Vigil perdiera la fe o acabara de perderla. El filósofo sucede al creyente; pero en los primeros escritos el político refrena los arranques del propagandista. Juzgando inconveniente y hasta perjudicial descubrir de improviso toda su manera de pensar, no ataca ningún dogma, y en sus disquisiciones canónicas y curialísticas se limita sólo a preparar el terreno para labores más radicales. Sin embargo, con sus actos revela lo que no dice con sus palabras: desde entonces, aunque conserva el hábito sacerdotal, no ejerce ninguna función eclesiástica y renuncia toda dignidad que en la Iglesia le ofrecen los Gobiernos. A pesar de su difícil situación pecuniaria, no acepta una canonjía en el coro de Lima ni el deanato en la diócesis de Trujillo.» (Manuel González Prada, Páginas libres, París 1894, págs 98-100.)

Vigil murió en Lima el 9 de junio de 1875. El joven malogrado Ricardo Dávalos y Lissón [1852-1877] le dedicó esta necrológica:

Francisco de Paula Vigil

El apóstol duerme el sueño de la inmortalidad. En torno de un sepulcro, regado con las ardientes lágrimas del dolor, se ha visto hoy a un pueblo entero, pagando su tributo de admiración y de respeto, al más preclaro de sus hijos.

Lima, que ayer gemía angustiada por la inmensa pérdida que acababa de sufrir, se ha erguido esta mañana, solemne y majestuosa, con la convicción de sus progresos, para cumplir el santo deber de la despedida.

Francisco de Paula González Vigil ha convocado a los hombres en derredor de sus cenizas inertes, pero siempre venerandas, como en otros tiempos convocaba a las conciencias para enseñarles el credo de la civilización.

Allí, en el augusto recinto de la muerte, donde parece que todo terminará para el mundo y donde apenas se interrumpe el eterno silencio con los quejidos del corazón, allí se ha conquistado una nueva vida para el espíritu nacional, se ha hecho la más alta apoteosis de la libertad humana.

Francisco de Paula González Vigil que consagró su existencia al culto de estos principios regeneradores, muere prestándoles el último, el más importante servicio. Sus restos desaparecen tras el mármol de la losa funeraria, las miradas del hombre no contemplarán ya de nuevo la vestidura terrena del patricio; pero en su lápida hemos leído todos y leerá el mundo, la fecha de nuestra emancipación moral, y la fórmula de una redención perdurable.

Hay hombres predestinados que burlan el anonamiento de la muerte y cuya alma se levanta sobre el pedestal del cuerpo inanimado para repetirnos sus últimas enseñanzas y darnos sus últimos consejos.

Una ley inexorable puso término a la existencia que guardábamos como preciosa reliquia de una generación bendecida; pero Vigil no era ni podía ser el súbdito de esa ley. Los hombres que pasan sin dejar huella, desaparecen y se aniquilan para siempre. Los hombres que trazan la estela luminosa de su virtud, de su talento y de su ciencia, dejan de vivir para sí mismos, pero comienzan para la posteridad y para la historia.

Vigil no ha pedido plazo para esta resurrección. Con el último suspiro de la agonía se anunció el primer soplo de una creación portentosa.

El ilustre anciano que predica la verdadera luz desde los rincones de su ejemplar modestia y que forjaba el rayo destructor de todos los despotismos, era el evangelio de la idea, el sacerdote de la democracia, el patriarca de la caridad. Pero aún no sabía, ni sabíamos nosotros mismos, si su misión estaba ya cumplida, si podía morir tranquilo, dejando cimentada la obra de sus desvelos.

En vida no quiso jamás medir los efectos de su propaganda bienhechora. Su humildad lo alejaba de esta prueba, y apenas hacía oír desde su elevada y prestigiosa tribuna, la elocuente palabra del maestro infatigable, del batallador victorioso, del patriota sincero.

Pero la revista de sus discípulos, de sus admiradores y de sus agradecidos, se ha pasado hoy al pie de su féretro sagrado. Vigil no quiso comandar legiones en la tierra y las legiones han ido a hacerle el juramento de la obediencia.

Jamás hombre alguno en el Perú recibió la ovación de que ha sido objeto el sabio americano.

No era el guerrero que deslumbró a las multitudes con el brillo fulgurante de su espada vencedora; no era el político a quien acompañaba sus conciudadanos, convocados por la pasión o el interés de secta; no era uno de esos falsos ídolos que adora el fanatismo, y que lleva en sus hombros para desafiar el imperio de las libertades.

No: Vigil pasó los ochenta y tres años que la providencia quiso concederle, casi en la oscuridad voluntaria, y apenas se presentaba en el mundo para cumplir sus deberes de ciudadano y de patriota, volviendo al aislamiento, para consagrarse a la meditación y al estudio traducidos hoy en monumentos imperecederos…

Ricardo Dávalos y Lissón

(Reproducida de la edición publicada por Sudamérica, semanario nacional, Lima, 12 de enero de 1918, año 1, número 4, página 6.


No habían pasado cinco años de la muerte de Vigil, el pacifista ilustre hijo de Tacna, cuando la realidad se impuso sobre sus bondadosos propósitos de Paz perpetua en América (1856): en plena Guerra del Pacífico, tras las batallas de Tacna y del Morro de Arica de 1880 [→ Edwin Elmore], aquellos territorios pasaron a depender de Chile, que mantuvo su soberanía sobre la Provincia de Tacna desde 1884 hasta 1929, con el río Sama precisamente como límite norte.

1895 «González Vigil (Francisco de P.) Sacerdote y escritor peruano. Escribió muchísimas obras religiosas, entre las cuales las más notables son: Diálogos sobre la existencia de Dios, Defensa de Bossuet, Los jesuitas y Cartas a Pío IX con documentos. Nació en Lima en 1792.» (Elías Zerolo, Miguel de Toro Gómez, Emilio Isaza y otros, Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, Garnier Hermanos, París 1895, tomo I, A-G, pág. 1150.)

1896 «Contraste singular hace con el precedente [el obispo de Arequipa, D. Bartolomé Herrero, 1808-1864] D. Francisco González Vigil, de Tacna, su ciudad natal en 1792. Hombre de talento y laborioso, y director muchos años de la Biblioteca nacional, ha dado a la estampa multitud de obras sobre materias religiosas, políticas y sociales, en las que domina el espíritu liberal, y muchas de ellas son otros tantos ataques manifiestos a la Iglesia católica, conque la pagó la honra de haberle elevado a la dignidad de sacerdote.» (Manuel Poncelis S. J., Literatura Hispano-Americana, Madrid 1896, “Perú” [81-93], págs. 85-86.)

1925 «González Vigil (Francisco de P.). Biografía. Sacerdote y escritor peruano, nacido en Tacna en 1792 y muerto en 1875. Entró muy joven en el Seminario de Arequipa, ordenándose en 1818. Dedicose a la enseñanza y fue con el tiempo vicerrector del Colegio de la Independencia establecido en Arequipa. Elegido diputado en 1825, se trasladó a Lima, y se opuso tenazmente a la dictadura de Bolívar y a la Constitución vitalicia que el Libertador quería imponer. Poco después fue nombrado rector del Colegio de la Independencia. Volvió a ser diputado en 1828 y formuló en el Congreso la famosa acusación contra el Gobierno de Gamarra. Dirigió en 1834 el Genio del Rimac, órgano del partido reformista, pero, habiéndose iniciado la era de trastornos que ensangrentó el país durante varios años, se retiró a su pueblo natal hasta 1836, año en que fue llamado para dirigir la Biblioteca Nacional de Lima. Fue varias veces diputado y publicó las siguientes obras, algunas de las cuales figuran en el Índice: Defensa de la autoridad de los gobiernos contra la Curia romana (seis tomos); Compendio de la defensa; Defensa de la autoridad de los obispos (cuatro tomos); Compendio; Los jesuitas (cuatro tomos); Compendio; Cartas a Pío IX con documentos; Roma o el principado político del Romano Pontífice; Manual de derecho público eclesiástico; Catecismo patriótico; Diálogos sobre la existencia de Dios; Bosquejo histórico sobre Bartolomé de las Casas; Defensa de Bossuet; Defensa de Fenelón; Paz perpetua en América; Defensa de la República; El gobierno republicano en América; La guerra; La soberanía nacional; Importancia de las asociaciones; Importancia de la educación popular, del bello sexo, del clero; Documentos del curialismo del clero americano; Tolerancia de cultos; La recoleta de Arequipa; El matrimonio; Necesidad del matrimonio civil; El divorcio; La pena de muerte; Escándalo de Mortara; Los jubileos; Desamortización de los bienes de regulares; Examen de la Bula dogmática del 8 de Diciembre de 1854, y Ojeada al papado.» (Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, Hijos de J. Espasa, Barcelona 1925, tomo XXVI, página 678.)

1944 «El apoyo del elemento religioso.– La preocupación colonial de dedicar casi siempre a los hijos primogénitos a la carrera eclesiástica, trajo consigo la formación de un poderoso clero netamente americano. Por la misma misión evangelizadora de los curas y sacerdotes éstos tuvieron oportunidad de empaparse de las ideas nuevas que conmovían el mundo. Fue por esto que los Seminarios se convirtieron en focos de agitación emancipadora y los púlpitos y confesonarios en medios de intensa propaganda. Por otra parte, el privilegio de que gozaban los clérigos españoles y el monopolio de las altas dignidades en favor de los mismos trajo consigo una muda pero tenaz protesta de los curas criollos, estimulando sus actividades subversivas. Los clérigos y frailes, fueron los propagandistas más poderosos que tuvo la emancipación. El mercedario peruano Melchor de Talamantés enciende la tea revolucionaria en México, avivada después por los curas Hidalgo y Morelos. El cura chileno Camilo Henríquez, educado en Lima, hace propaganda en su país. Carlos Madariaga, subleva Venezuela. El cura Medina, es el alma de la Junta Tuitiva del Alto Perú. Muñecas es el jefe espiritual de la revolución de Pumacahua, &c. También los conventos se convirtieron en focos revolucionarios. Basta mencionar al mercedario Jerónimo Calatayud, redactor del “Mercurio Peruano”, agustino Saldía, al dominico Cea y al descalzo Montenegro, quien salvó a numerosos patriotas, quemando las comunicaciones de San Martín, en 1819, &c. Entre las altas dignidades tenemos que hacer mención especial del Obispo del Cusco, Pérez de Armendariz, francamente revolucionario, del gran espíritu del amazonense Toribio Rodríguez de Mendoza, del Obispo de Arequipa Pedro Chávez de la Rosa, de cuya escuela salieron espíritus eminentes como Luna Pizarro y Francisco de Paula González Vigil y por último, el Arzobispo Las Heras, que fuera desterrado por sus ideas francamente libertarias. El clero americano tuvo, pues, singular importancia en la propaganda y en la acción revolucionaria. Su misticismo de conformidad con la justicia y la moral cristiana, estuvo al servicio de la libertad americana.» (Atilio Sivirichi Tapia [1905-2000], Historia del Perú y de América. Virreinato y emancipación, de conformidad con el novísimo plan de estudios, Lima, Perú, séptima edición, s.f. [la BNP data ediciones en 1944, 1945, 1946…], págs. 82-83.)

1947 «El peruano don Francisco de Paula Vigil es autor de una Defensa de la Autoridad de los Gobiernos contra las Pretensiones de la Curia Romana, cuya influencia fue muy grande, tanto en el campo de las ideas como en el de la política religiosa de América del Sur. El libro vio la luz en mil ochocientos cuarenta y ocho. La Sagrada Congregación del Índice lo condenó el dos de mayo de mil ochocientos cincuenta y tres. La erudición de Vigil era muy extensa y sus escritos dignos de Febronio y de Pereira. Escritor fecundo, son obras suyas: Defensa de la Autoridad de los Obispos, Los Jesuitas, Cartas a Pío IX sobre la Inmaculada Concepción, Manual de Derecho Público Eclesiástico, Diálogo sobre la Existencia de Dios y multitud de opúsculos sobre desamortización de bienes eclesiásticos, tolerancia de cultos, matrimonio, divorcio, &c. Es autor también de un tratado sobre la Pena de Muerte y del folleto La Paz Perpetua en América o Federación Americana. Vigil era sacerdote, pero, muy joven aún, perdió la fe religiosa, convirtiéndose, primero, en un cristiano sin dogmas y no conservando más tarde del cristianismo sino los principios morales.» (Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1947, págs. 147-148; segunda edición: Guayaquil 1949, pág. 258.)

1955 «Una tercera adquisición está constituída por un manuscrito de Francisco de Paula González Vigil que contiene el texto íntegro de una obra suya titulada La Religión Natural, que nunca llegó a publicarse, íntegramente caligrafiado por su autor que fue, como se sabe, Director de la Biblioteca Nacional. Por el esmero con que este trabajo aparece escrito, y por las numerosas indicaciones muy concretas que contiene sobre el modo cómo debía ser impreso, puede colegirse que el famoso polemista tuvo la intención de publicar la obra de inmediato, o acaso la dejó para ser publicada por sus amigos.» (Cristóbal de Losada y Puga, Memoria que el Director de la Biblioteca Nacional presenta al Sr. Ministro de Educación Pública, Años 1953-1954, Lima 1955, “Departamento de ingreso”, pág. 11.)


Textos de Francisco de Paula González Vigil en Filosofía en español

1856 Paz perpetua en América o Federación americana, Bogotá 1856.

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