Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Carta XVII

Uso más moderno de la arte Obstrética

1. Muy Señor mío: Díceme Vmd. que desea mucho que en alguno de mis Escritos represente al Público la torpeza que hay en servirse las mujeres del ministerio de los hombres para sus dolorosas producciones. Pero, señor mío, ¿qué puedo yo en esta materia decir al Público, que el mismo Público ignore? Si con el conocimiento de la indecencia, que envuelve esa práctica, la ha admitido, en ella proseguirá, por más [235] que se declame contra esa indecencia. ¿Pero convendrá que se renuncie a esa práctica? Eso es lo que en primer lugar debe examinarse; porque aunque en ella se envuelva alguna indecencia, si evitándola se incide en otro mayor mal, dicta la razón que se retenga.

2. Ahora, pues, el mayor mal en que se caerá, admitiendo únicamente mujeres a ese ministerio, es visible. Las mujeres son ignorantísimas del Arte, que para él se requiere. Mil lamentables casos están descubriendo cada día sus errores; y lo que más los descubre es la enmienda de esos mismos errores, que muchas veces se ve ejecutar por un hombre hábil, después que la Partera, o puso, o por lo menos dejó a las puertas de la muerte a la que se entrego a sus manos. Dos vidas penden de practicar bien este oficio, la de la madre, y la del feto; y de éste, no sólo la temporal, mas la eterna también. Materia tan de la suprema importancia, no merece que por ella se renuncien todos los melindres del pudor.

3. No sólo se pueden, se deben renunciar. Confieso, que es sentencia de célebres Teólogos, que puede una mujer sacrificar la vida a la honestidad, cuando constituida en una enfermedad, que sólo es curable exponiendo a las manos, y a los ojos de un hombre lo que más esconde el honor, le es esto, o igualmente, o más sensible que la muerte. Muy poco ha aprobé yo esto en una Religiosa joven de este Monasterio nuestro, llamado de San Pelayo, contiguo al que yo habito, que considerándose en este riesgo, resueltamente dijo, que más quería morir, que usar del ministerio del Cirujano; bien que tuvo la dicha de que una mujer le suplió, a quien acaso Dios con especial providencia dirigió la mano, por premiar aquel acto de pureza heroica. Está bien, digo, que una mujer sacrifique a su pudor la propia vida. ¿Pero por qué regla podrá una madre sacrificar la del inocente feto? ¿Y no sólo la temporal, mas también la eterna?

4. Ni puede negarse, que algunas mujeres proceden [236] muy inconsiguientes en esta materia. Algunas digo, que admiten una operación Quirúrgica por mano de varón en cualquier parte de su cuerpo; pero en los peligros del parto abominan toda maniobra, que no sea de personas de su sexo; cuando la razón dicta, que debían ser menos difíciles en el segundo caso, que en el primero; no sólo por el motivo ya ponderado, de que en el primero sólo insta la conservación de la propia vida, y en el segundo también el salvamento, así eterno, como temporal del feto, mas asimismo porque padece menos su rubor en el segundo, que en el primero; pues en aquél sólo sufre las indecencias del tacto, en éste las del tacto, y de la vista; y éstas pienso que son para las mujeres mucho más intolerables que aquéllas; pues he oído asegurar, que las hembras más disolutas, cuando llega el caso de ponerlas por algún delito grave en la tortura, sienten más la desnudez, que los cordeles.

5. Pero entienda Vmd. que la aprobación, que doy a la práctica cuestionada, es sólo hipotética. Quiero decir: conviene que las mujeres se sirvan del ministerio de los hombres, en la suposición de que sólo éstos posean la inteligencia necesaria; o sólo entretanto que ellos únicamente la poseen. Mas si se pudiese tomar providencia para que las mujeres se instruyesen bien en este Arte, deberían ser excluidos enteramente de su ejercicio los hombres. ¿Y se podía tomar esta providencia? Sin duda. A algunos insignes en el oficio se podría mover con premios magníficos a que instruyesen bien a varias mujeres hábiles, las cuales después enseñarían a otras y éstas a otras, &c. El oficio es bastantemente lucroso; con que no faltarían mujeres pobres, que se aplicasen a él con ardor.

6. Un suceso curioso, que refiere Higino, muestra, no sólo la posibilidad, mas aun la facilidad de tomar esta providencia. Había en Atenas una ley, que prohibía a las mujeres todo ejercicio de la Medicina; de modo, que aun el uso del Arte Obstetricio les era vedado [237], lo que ocasionaba el gravísimo inconveniente de que muchas mujeres, demasiadamente sensibles al rubor de ser auxiliadas por los hombres en las angustias del puerperio, en ellas perdían miserablemente su vida, y la del feto. En esta constitución de cosas, una doncella llamada Agnodice, ya por condolida de esta calamidad de su sexo, ya por sentir en sí una vehemente inclinación a la Ciencia Médica, resolvió violar la ley; para cuyo efecto, vistiéndose de hombre, fue a ponerse en la Escuela de un Médico, llamado Hierófilo, de quien no era conocida. En efecto se instruyó muy bien en la Medicina; y con especialidad en el Arte de Obstetricar; lo cual logrado, se puso a ejercer su habilidad en Atenas, siempre disfrazada con el hábito de hombre, asistiendo a las mujeres, no sólo en los partos, mas en cualquiera dolencias, aunque declarándoles en secreto su sexo, por apartar el estorbo de su pudor. Los Médicos, a quienes Agnodice con la curación de las mujeres quitaba una considerable parte de sus ganancias, se conjuraron contra ella; y como estaban en la persuasión de que era hombre, la acusaron en el Areópago de ilícitas intimidades con el otro sexo; añadiendo, que muchas mujeres se quejaban de dolencias, que no padecían buscando este pretexto para lograr su torpe comercio, con el lampiño Mediquito. Compareció Agnodice en el Areópago, exhibiendo ante aquellos Jueces pruebas evidentes de su sexo. Derribada esta batería, en su ruina fundaron los Médicos otra, alegando contra Agnodice la ley, que prohibe a las mujeres el uso de la Medicina. Pero sabedoras del caso las Damas Atenienses, intervinieron en la causa, e hicieron tanto, que lograron se abrogase aquella ley; con que quedó triunfante Agnodice, y se declaró a las mujeres el derecho de ejercer el Arte, que ella ejercía.

7. Lo que logró Agnodice en la Grecia, buscando, aun a su riesgo, un Maestro hábil que la enseñase, ¿por qué no podrán lograrlo muchas mujeres en España, donde [238] no hay ley alguna que lo resista? Pretenderán algunos, que son menos aptas que los hombres para este ministerio. Pero ignoro en qué puedan fundar esa menor aptitud. Sus manos tan ágiles son como las nuestras. Aquel ejercicio no pide fuerza, sino maña. Acaso se dirá que pide valor, y resolución, de que se halla poco en las mujeres. Pero poco ánimo es menester para ejercer una obra, que en la operante carece de todo riesgo, cayendo éste únicamente sobre la paciente.

8. Pero otro ejemplo les pondré delante para prueba de que las mujeres, no sólo son aptísimas para el ministerio en cuestión, pero aun para mucho más; esto es, para las operaciones más difíciles, y arduas de la Cirugía como quieran instruirlas. A Mr. Sabary, hábil Cirujano de Friburgo, le vino la fantasía de enseñar su Arte a una hija suya; y lo consiguió tan felizmente, que ella, pasando después a Francia, en la Provincia Belovacense ejerció con aplauso, y aun acaso está ejerciendo hoy la Cirugía. Mr. Michel, Médico en el mismo País, testificó a la Academia Real de las Ciencias haberle visto hacer la operación Cesariana (la más ardua que hay en toda la extensión de la Cirugía) con suma destreza, e igual valor, no habiendo podido salvar de otro modo a una mujer, que en los cuarenta y ocho años de edad padecía las primeras angustias de madre. La sage femme la fit(la operación Cesariana) aveo tant de dexteritè, & de coarage que la malade fut delibree sans aucum accident. Son palabras de Mr. Michel, y se halla su relación más por extenso en la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1731, pág. 30. El caso sucedió en el de 1723. Madama Flandnin llama Mr. Michel a esta habilísima Cirujana. Este es sin duda el apellido de su marido, por ser estilo corriente en la Francia nombrar a las mujeres con el apellido de sus maridos. [239]

9. Opondráseme acaso, que esta es una rara avis, de la cual nada se puede inferir para el común de su sexo, en orden a la aptitud para la Cirugía: así como de que haya habido una, u otra mujer muy valiente, mal se podrá deducir, que las mujeres, por lo común, son tan aptas para la guerra como los hombres. Respondo, que la disparidad es manifiesta. La debilidad, o poca fuerza de las mujeres es patente a todo el mundo. Y así, ¿qué fuerza puede hacer uno, u otro caso singular para desmentir una verdad notoria? A los ojos se viene, que uno, u otro caso singular es meramente una excepción de la regla general. Pero no hay experiencia alguna de que las mujeres sean ineptas para el uso de la Cirugía. De una sola sabemos, que la estudió en la Escuela de un Maestro hábil, y de ésa sabemos también, que salió muy hábil en este Arte. Esto induce la presunción, aunque no la evidencia, de que teniendo igual escuela, y aplicación, otras muchas lograrían la misma ventaja. Y en fin, sea lo que fuere de la Cirugía tomada en toda su extensión; para la particular obra de facilitar el puerperio, supuesta igual enseñanza, no veo por dónde se pueda asignar a los hombres alguna mayor disposición que a las mujeres.

Soy de Vmd. con todo afecto, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 234-239.}