Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo

Aprobación del M. R. P. Mro. Fr. Joseph Pérez,
Maestro General de la Religión de San Benito, Abad que ha sido del Colegio de San Vicente de la Ciudad de Oviedo, del Claustro, y Gremio de su Universidad, y Catedrático de Artes, de Santo Tomás, Sagrada Escritura, y actualmente de Vísperas de Teología, &c.

De orden de nuestro Rmo. Padre el Maestro Fr. Anselmo Mariño, General de la Congregación de S. Benito de España, Inglaterra, &c. he visto el segundo Tomo de Cartas Eruditas; y Curiosas, que da a luz el Rmo. Padre Maestro Fr. Benito Feijoo, Maestro General de la misma Congregación, y Catedrático de Prima Jubilado de esta Universidad de Oviedo, y me parece que el nombre del Autor hace el mayor panegírico de la Obra; y a mí me excusa tanto el trabajo de recomendar la Obra, como la de elogiar al Autor. Hasta ahora fue práctica corriente en España no contentarse los Revisores de los Libros con la Censura precisa, sino añadir a la Censura el elogio. Mas nuestro Autor tiene ya constituida para sus Aprobantes una excepción de esta regla; porque después de preconizar el clarín de la fama con las más sonoras voces de la excelencia de sus Escritos en todas las Regiones Europeas, siendo en todas las Naciones los más sabios los que más se han distinguido en sus alabanzas, ¿qué puede añadir a este magnífico grito común el sufragio de uno, u otro particular? Esto debiera confundir a unos pocos Semi-Eruditos de baja ley, a quienes la envidia indispone de tal modo los ojos hacia el Sol, que no pueden sufrir los rayos de este Luminar: V.gr. uno, que [XIII] que sin más mérito, que el de mero Escribiente, se introdujo a Escritor, para apadrinar con textos, entendidos al revés, como ya se le evidenció, pues prueban clarísimamente lo contrario, unos exorcismos de nueva invención, pues no los conoció la Iglesia en catorce siglos, y haría un gran servicio a la República, si nos diese otros eficaces para conjurar la plaga de malos Escritores, que tanto la infestan, aunque no sería prudencia dar armas contra sí mismo; y otro, que, aunque adornado de mejores títulos, se metió a Abogado de causas deploradas, no alegando en su defensa más que Lulísticas confusiones, en que no se ata, ni se desata; esto es, ni se ata prueba, ni se desata argumento. Todas son especies rebujadas sin orden, como ajuares, que se libran de casa que se quema; de modo, que, al parecer, con estudio pretende esconder su flaqueza en su obscuridad.

Pero no de otro modo, que echando polvo a los ojos de lectores ignorantes, se puede salvar la apariencia de defender sueños, tantas veces evidentemente rebatidos, cuales son la certeza, y perfección de la Medicina en el estado que hoy tiene, la Antiperístasis, Esfera del Fuego, Simpatía, y Antipatía, Piedra Filosofal, &c. y el recalcarse en estos añejos, y visibles absurdos, sin decir cosa, que aun levemente los apoye, ni entender las objeciones, que los disipan, llama en el título Defensa (debiendo llamarla) ruina de la Física.

¿Y qué diré de aquel nunca visto baturrillo, que hace de la Filosofía Pitagórica, Platónica, Aristotélica, y Lulística, pretendiendo que todo es uno, como oliva, olivo, y aceituno? ¿Qué de aquella extraordinaria máxima, que la Filosofía Pitagórica es inseparable de [XIV] la Medicina? Seralo en los Médicos malos, que hacen transmigrar las almas de los cuerpos, aunque no a otros cuerpos, como quería Pitágoras, sino al otro Mundo. ¿Qué del capital error de atribuir en general a los Filósofos modernos las opiniones más mal vistas de Renato Descartes? Criminal calumnia, si no es crasa ignorancia; pues apenas entre dos mil de los Modernos hay uno, que adopte aquellas opiniones.

Dejo otros infinitos errores de hecho, y derecho, que en orden a la Física padece el Autor, y vierte en su Libro. Persuádome a que después que le escribió habrá llegado a su mano la excelentísima Obra del Padre Gabriel Daniel, intitulada: Viaje al Mundo de Descartes, que poco ha se tradujo del Francés a nuestro idioma, y con su lectura habrá rectificado muchas de las torcidas ideas, que tenía, tanto en orden a la Filosofía antigua, como en orden a la moderna. Yo he tenido muy especial complacencia de que este Libro, con las dos impresiones que se hicieron, en breve tiempo se haya vulgarizado en España, donde era sumamente necesario para reformar varias máximas de que están imbuidos gran número de nuestros Profesores de Filosofía.

Digo que dejo otros infinitos errores, que en orden a la Física padece este Autor; pero no puedo pasar en silencio uno, que puede ser nocivo, y que es muy de extrañar haya caído en él el Autor. Este es el de atribuir a Raimundo Lulio la opinión de la realidad de la Piedra Filosofal. ¡Quién tal creyera de un Lulista de profesión; y tal, que sus aprobantes le califican de Lulista de primera clase! Pues es preciso que esté poco versado en los Escritos de Lulio quien tal afirma; siendo cierto, que este Autor no en una, sino en varias partes se explicó abiertamente contra la Piedra Filosofal, [XV] tratándola de quimera. Sea mi fiador el Ilustrísimo Cornejo, de quien es el siguiente pasaje, en el libro tercero de su Chrónica, cap. 50.

«De los libros de la Alquimia consta evidentemente no ser de Raimundo Lulio por el contenido de sus proprios Libros, en los cuales muy de propósito abomina la locura de los Alquimistas, y descubre sus ridículos engaños. En el Libro de Quaestionibus solubilibus per artem inventivam, quaest. 40. dice: Que la Química no es realidad, sino una pura quimera de sofísticas fantasías, y esto lo esfuerza con nerviosos argumentos: En el Lib. de Mirabilibus, cap. 34. prueba ser imposible, que un metal pueda convertirse substancialmente en otro distinto por fuerza de esta Arte falacísima. En el Lib. de Arbore scientiae, cap.10, en que trata del fruto del árbol, burla con jocosa graciosidad de los Alquimistas, que trabajan inútilmente en querer convertir el Azogue en Plata sólida. En el Lib. de Principiis Medicinae, cap. de Cancro, dice: Que a los Alquimistas los tiene dementados su Príncipe Mercurio, y que siempre son ridículos con las bolsas vacías, y las capas rotas. Este es el sentir de Raimundo Lulio de los Alquimistas, y su Arte»

Aquí tiene el Autor Lulista un patente desengaño de que los pasajes, que ha citado como de Lulio, a favor de la Piedra Filosofal, son de Libros, que falsamente se le atribuyen; y el mismo desengaño puede servir a precaver los graves daños, que suele acarrear la vana creencia de la Piedra Filosofal, respecto de aquellos que asientan a que esta creencia es apadrinada de su adorado Lulio. Respecto de éstos digo, que puede ser nocivo el error. Porque hablando absolutamente, de mucho mayor peso es la autoridad de Alberto Magno, [XVI] a quien también alega el Autor, que la de Lulio. Pero creo, que no haría injuria al grande Alberto, prefiriendo a la autoridad de éste la de su Discípulo el Angélico Doctor, el cual en el 2 de los Sentenciarios, dist. 7, quaest. 3, art. 1, abiertamente impugna la posibilidad de la Piedra Filosofal.

Otros Escritos contra los de nuestro Autor salieron a luz de poco tiempo a esta parte; pero dignos del mismo desprecio; porque sólo contienen dicterios los más feos, hechos supuestos, y especies, que únicamente mira a obscurecer la verdad. El Observador Inglés, o Sócrates Moderno, Tom. 6. Disc. 16, dice así muy al propósito: Triste cosa es ver que la Arte de la Imprenta, que podría ser utilísimo al género humano, le viene a ser perjudicial, sirviendo a conservar la ignorancia, y el error en una Nación, en vez de ilustrarla, y hacerla más hábil. Puede ser que esta sentencia sea adaptable, no a una Nación sola, sino a muchas; pero ciertamente a ninguna con tanta justicia como a España en los tiempos presentes, en que si hay uno, u otro Escritor ingenioso, y sabio, que dé algunas provechosas luces al público, a centenares salen otros ignorantes, y rudos a llenarle de tinieblas; y el canto armonioso de pocos Cisnes es sofocado por el disonante estrépito de muchos Grajos.

Mas reduciéndome yo a lo que es de mi precisa incumbencia, digo, que este segundo Tomo de Cartas Eruditas, y Curiosas no contiene cosa alguna, que se oponga, ni a las Sagradas Doctrinas, ni a las buenas costumbres; antes bien en los asuntos que lo permiten muestra siempre la profunda veneración, que profesa a aquéllas, y un ardiente deseo de promover éstas. Así lo siento, salvo meliori. En este Colegio de San Vicente de [XVII] la Ciudad de Oviedo a ocho días del mes de Octubre del año de mil setecientos y cuarenta y cuatro.

Fr. Joseph Pérez.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas XII-XVII.}