Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo

Aprobación del licenciado Don Juan de Santander y Zorrilla,
Colegial en el Mayor de San Ildefonso, Universidad de Alcalá, y Canónigo Doctoral de la Santa Iglesia de Segovia.

M. P. S

De orden de V. A. he leído el Tomo segundo de Cartas Eruditas, y Curiosas, que ha escrito el Rmo. Padre Maestro Fr. Benito Jerónimo Feijoo, y habiendo de explicar mi dictamen, digo, que si todas las que se pretendiesen publicar, tuvieran tan buen sobrescrito como éstas, habría poco lugar a la Censura; pues a ser fácil desentenderse de las leyes, que establecieron el reconocimiento de los libros, hallaría V. A. en el nombre del Autor de éste todo el mérito imaginable, para que gozase el privilegio de comunicarlos sus producciones, sin otra previa calificación, que la de haber nacido de su crítico entendimiento.

¿Ni quién podrá persuadirse a que el examen de las Obras de este ilustre Benedictino se busque ya para recomendación, que asegure, y facilite el paso a su Doctrina? ¿Quién no creerá más fácilmente, que sólo sirve [XXII] de conservar una justa escrupulosa observancia, necesaria siempre, y con especialidad en punto tan importante, y de tanto riesgo? Yo, Señor, ha tiempo que formé este juicio; y si antes que V. A. me encargase el de este libro hubiese conservado alguna duda, la habría depuesto forzosamente, viendo que se me fiaba su Censura.

En consecuencia de este discurso conozco llanamente, que tampoco se me eligió para Panegirista; y debo confesar también, que sólo él pudiera separarme de un empleo, que nunca se me ofrecerá con semblante más agradable, ni en ocasión más oportuna; está muy distante de exceder en los elogios quien haya de informar del mérito de este Sabio. Es preciso que el que se ostente contenido, y circunspecto hacia un objeto tan acreedor de los aplausos, sea sectario de aquéllos, que por haber oído decir, que el Sol tiene manchas, no quieren que se diga que hay vivientes sin ellas.

Es verdad que los hombres más doctos yerran; pero sus errores no lo son, ni deben llamarse tales, cuando no proceden de inclinación dañada, ni por ellos puede rebajarse su estimación: al contrario, si los corrigen, o retratan, dan el más importante paso hacia la cumbre del honor: ¿pero cuánto crecen, si hallándose invadidos de una injusta Crítica, la rebaten modestamente? Entonces quedan ya libres de los peligros, que amenazan a toda elevación: remontándose de manera, que parecen dejan de ser hombres:

Proximus ille Deo, qui scit ratione tacere.

He dicho que pudiera oportunamente hacer de esta Aprobación un panegírico, si hallase proporción en mis fuerzas; y recelo falten en algún estómago indigesto los inconvenientes para digerir aquella cláusula. [XXIII] No intento, ni puedo lisonjearme de saber fundar opinión segura sobre punto tan controvertido; pero no hallo modo de vencerme a admitir la rigidez inexorable de aquellos, que pretenden ceñir el empleo de Aprobante a una expresión escasa, y aun igual, respecto de los libros que examine: si son éstos tan diferentes, ¿por qué no ha de ser diferente la noticia, y calificación de ellos? ¿De qué sirven para un justo discernimiento las Aprobaciones, si todas han de hablar en un tono? ¿Por ventura son las más modestas otra cosa, que un elogio? Pues permitido éste, ¿por qué no ha de ser libre, y aun precisa la correspondencia con su objeto? Quiero decir, que el informante de la pureza, y sanidad de una doctrina debe explicar sus grados: ha de decir si es limpia, noble, o ilustre: no puede callar las manchas que la obscurezcan. De esto hay pocos, o raro ejemplo. En el siglo pasado insertaron dos Doctores, en la Aprobación que dieron a un libro, un Indice de los errores que contenía: debieron hacerlo así, siendo en lo demás útil, como afirmaron ellos mismos, y enseño la experiencia, pues con aquellas tachas halló salida, y aún hoy conserva alguna estimación.

Mas cuando fuese cierto que los Censores hubiesen de explicarse por arancel, ¿por dónde serían comprehendidos en ese rigorismo los de las Obras de este Sabio? ¿No harían una enorme injusticia a sus merecimientos los que quisiesen medirlos por reglas comunes? ¿Sería bueno, que hallando este Escritor insigne la aspereza, y escabrosidad de los montes, echásemos para elogiarle por el camino trillado, y conocido? Rómpanse nuevas sendas para su elogio, ya que las ha descubierto tan espaciosas, y fáciles para nuestra erudición. Si se hablare de su elocuencia, no se piense en compararle a Demonax, [XXIV] o Pericles: despréciese el paralelo, si no se forma con la deidad que habitaba en sus labios; ¿qué haremos en darle la gloria del Ateniense Cimón, por haber entrado al vulgo en pensamientos, que miraba opuestos a su interés, y conveniencia? Hable, pues, la admiración de su Patria, imitando la del Pueblo Romano, cuando oyó a Tulio en la causa de Cornelio: hasta entonces había explicado Roma su admiración con la lengua; en aquella ocasión faltaron lenguas, y se hicieron de las manos: fue nuevo el estilo brillante del orador, y buscose el premio correspondiente en un elogio desconocido, para que no faltase proporción: Nec tam insolita laus esset prosecuta dicentem, si incongrua, & ceteris similis fuisset oratio. (Quintil. Inst. Orat. lib. 8. cap. 3).

Corran, pues, sin riesgo, ni recelo los elogios del Rmo. Feijoo, aun en las aprobaciones de sus Libros, porque no puede peligrar alabanza tan justificada; y si en España se prohibiese la impresión de todos, como se hizo en tiempo en que ya se usaban Aprobaciones, porque se escribían algunos sin doctrina, substancia, e ingenio, siéntase la falta que nos haría en tal suspensión la doctrina, y magisterio de este Sabio: pero vívase en la confianza de que sola la utilidad de sus Obras es bastante para alzar el entredicho a las prensas, si no lo ha sido ya de que no se imponga.

Ojalá hubiésemos admitido en lugar de otros un estilo, a mi parecer, capaz de precaver este peligro: La Facultad de Teología de la insigne Universidad de París censura (por encargo de aquel Parlamento, en Decreto de más de dos siglos de antigüedad) los Libros Teológicos que se pretenden imprimir: las reglas que prescribió aquel Claustro para su desempeño, fueron utilísimas, pero no nuevas para nosotros, que tiempo antes [XXV] las habíamos recibido en los Reyes Católicos: una, empero, que fue hija de la misma calamidad, que padecemos, produjo la observancia, que fue muy provechosa; y yo discurro lo sería hoy, si la adoptásemos. Notose el abuso que se hacía del empleo de Aprobante; y en el día dos de Abril de 1635 decretó la Facultad elegir de su Gremio dos Inspectores, a cuyo cargo estuviese el examen de las Aprobaciones, informando después de su justificación, y correspondencia con las Obras sobre que recaían, para determinar aquel Congreso con la debida madurez. Yo no aseguro que tendríamos menos libros malos, si las Censuras de los que deseasen ver la luz pública se fiasen a uno de los Cuerpos respetables que hoy tenemos; pero sé que algunos pocos, que he visto aprobados por una, u otra de nuestras Universidades, son muy buenos.

Baste esta digresión, porque no quiero pasar plaza de arbitrista; y sea norabuena pública una Obra, que tiene preparado el aplauso de los Propios, y Extraños: Obra, en que, según mi dictamen, nada se halla contra las regalías de su Majestad, y nuestras buenas costumbres. Madrid, y Marzo 4 de 1745.

Por lo que conduce a la cuestión de las Flores de San Luis del Monte, debo advertir, que el libro original de la veneración que se debe a los Cuerpos de los Santos, y a sus Reliquias, &c. que escribió Don Sancho Dávila, Obispo de Jaén, y que juega mucho en aquella disputa, se guarda en la Librería de la Religiosísima Casa Premonstratense de San Norberto de esta Corte; y aunque para los que viven en ella bastaba esta noticia, me ha parecido poner a la letra sus palabras, así en beneficio de los que no tengan la Obra impresa, como por lo que sirve al estado de la controversia [XXVI] saber cuáles son con la seguridad conveniente a los que leyeren lo que el Maestro Feijoo ha escrito sobre el caso.

Dice, pues (en el libro 3, cap. 11, num. 7.), aquel Prelado. «En nuestra España, en el Obispado de Oviedo, a la parte que confina con Galicia, en unas Sierras altas, está una Hermita de San Luis, Obispo de Tolosa, hijo de Carlos, Rey de Sicilia, Religioso de la Orden de San Francisco, cuya Fiesta se celebra en veinte de Agosto, con gran concurso de gente, que viene a visitar su santa Reliquia. Y en la Misa, que este día allí se dice (¡caso admirable!) comienzan a salir de repente por el Altar muchos lirios azules, de que se cubre todo aquel lugar, los cuales son tantos, que se suelen coger cestas de ellos para llevar a otras partes. De este milagro se le llevó testimonio al Papa Clemente Octavo, de feliz recordación, y yo también le tengo de Don Fr. Francisco de Sosa, Obispo de Canaria, que siendo General de su Orden hizo que esto se averiguase con la verificación que requería tan gran milagro».

Hasta aquí el Autor; y yo noto, que dicho original, y los impresos en Madrid año de 1611, convienen enteramente en el número siete referido, a excepción de que en estos, en lugar de se le llevó testimonio, dicen se llevó testimonio.

Lic. D. Juan de Santander y Zorrilla.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas XII-XVII.}