Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta VIII

Despotismo, o dominio tiránico de la Imaginación

1. Muy señor mío: Lo que Vmd. me dice de esa mujer en quien la vista de un medicamento purgante, o un vomitivo, y aun sólo el oír hablar de él, hacen el mismo efecto, que si realmente los introdujese en el estómago, por lo que mira al vomitivo no lo tengo por raridad, pues en muchas personas obra el mismo efecto, que el vomitivo, cualquiera cosa que, mediante la impresión, que hace en la imaginativa, cuando la impresión es algo fuerte, mueve aquella displicente sensación, que llamamos asco. En esta materia hay la misma variedad, respecto de nosotros, que en otras muchas. Para unos sujetos es tedioso un objeto, para otros otro. Ni tampoco en todos hace igual impresión el objeto tedioso, sino mayor, o menor, según que es más, o menos fuerte la imaginación, y más, o menos débil el órgano en quien se ejerce aquella sensación incómoda. De suerte, que se puede asegurar, que el vomitivo, visto, u oído, no hace el efecto referido en esa mujer, por su específica naturaleza de vomitivo, sino por la razón genérica de objeto tedioso para ella, como lo son para otros otras cosas.

2. En cuanto a los purgantes no extrañaría yo, como una gran singularidad, el que, teniéndolos tan cerca, que percibiese su olor, fuese movida a la evacuación correspondiente, pues ya se han visto sujetos a quienes hacía purgar el olor de la rosa. Ni es en algún modo impenetrable la causa física de este fenómeno. La actividad de los purgantes no existe en todo el cuerpo de ellos, sí sólo en unas partículas sutilísimas suyas: lo cual se prueba [94] de que, aun introducidos en el estómago, sólo por medio de esas partículas sutilísimas hacen su efecto. Esto se ve patente en aquellos purgantes muy fuertes; que extienden su actividad a todas las partes del cuerpo; pues a las más de ellas sólo pueden penetrar esas partículas sutilísimas. Siendo, pues, cierto, que el olor de los purgantes consiste en la exhalación de esos tenuísimos corpúsculos, que por el órgano del olfato, se introducen en el cuerpo humano, por ese medio pueden purgarle, como hallen en él disposición proporcionada; esto es, una gran facilidad, o prontitud para la ejecución, cual se experimenta en algunos sujetos.

3. ¿Pero qué razón, o causa física podremos señalar, para que los purgantes, que están a larga distancia, hagan en esta mujer el efecto, que Vmd. me asegura, sólo porque la noticia de ellos le entra por el oído? ¿Por ventura las palabras que ésta percibe son vehículos de sus efluvios?

4. Mas no por eso piense Vmd. que su Relación halla en mí una obstinada incredulidad, o que tengo el caso por absolutamente imposible. No, no lo juzgo imposible, porque aún queda recurso a la fuerza, incomprehensible sí, pero cierta, y grande de la imaginación.

5. Esta, que llamamos Imaginativa, es una potencia potentísima en nosotros. Siendo tanta la fuerza, que experimentamos en nuestras pasiones, por lo común vienen a ser éstas como unas inválidas, sino las anima el influjo de la Imaginativa. Ella las mueve, o las aquieta, las enciende, o las apaga. El amor, el odio, la ira, la concupiscencia tantas veces rebeldes a la razón, sin repugnancia obedecen el imperio de la Imaginativa. Ella provoca la violencia de los afectos, y por medio de ellos todas las partes de esta animada máquina reciben el impulso que los mueve. Ella, según las varias representaciones que da a los objetos, hace que los ojos viertan lágrimas; que el pecho exhale gemidos; que el cuerpo se resuelva en sudores: que la cólera avive sus llamas; que la sangre acelere [95] sus círculos; que el corazón padezca deliquios; el cerebro frenesíes; las venas, o arterias rompimientos; los nervios mortíferas convulsiones.

6. Finalmente, tanto es el dominio de la Imaginación sobre el cuerpo a quien informa, que algunos Filósofos se extendieron a atribuírselo, aun sobre cuerpo informado de otra alma; esto es, de la imaginación de la madre respecto del cuerpo del feto: afirmando, que aquella en éste tal vez produce varias monstruosidades, desordena las facciones, disloca los miembros, derrama en el cutis diferentes manchas, tiñe a un infante de padres blancos del color de los Etíopes, y a uno de Etíopes baña (como alguna vez se ha visto) de un candor más fino que el de los blancos. Esta opinión fue un tiempo muy válida, pero ya perdió mucho de su séquito.

7. Como quiera, ya la gran dificultad que hay en muchas ocasiones en señalar otra causa de aquellas monstruosidades, ya la adherencia, y conexión del cuerpo del feto con el de la madre, que apropia a éste aquel en alguna manera: ya, en fin, las varias Historietas de hechos, que refieren no pocos Autores, pertenecientes a esta materia, parece que dan alguna verosimilitud a aquella opinión.

8. Pero carece de toda verosimilitud, ni aun merece el nombre de opinión, sino de delirio, el de otros Autores temerarios, que extienden la fuerza de la imaginación a cuerpos extraños, y distantes, en tal grado, que a ella, y no a la asistencia de los espíritus infernales atribuyen los mayores portentos de la Magia; como poner la atmósfera lluviosa, cuando está más serena, serenarla cuando está más lluviosa; hacerla fulminar rayos; horrorizar el aire con torbellinos, el mar con tempestades, la tierra con terremotos. De este sentir fueron Algazel, Alchindo, y Avicena. No hay que extrañarlo en la caliente, y desordenada fantasía de unos Autores Arabes. Mas no faltaron Europeos que los siguieron, como Marsilino Ficino, Pomponacio, y Paracelso: y aun algunos [96] impíos, entre quienes hay quienes cuentan a Pomponacio, sacrílegamente se avanzaron a atribuir al mismo principio, a par de las imposturas de la Magia, las más admirables obras de la Omnipotencia; pretendiendo abrogar de este modo la fe a todo género de milagros, y la veneración, y culto a los Santos por cuya intercesión los obró la Majestad Divina.

9. Muy libremente imaginan los que dan tanto poder a la imaginación. Extender su imperio a cuerpos extraños, y distantes es extravagancia; atribuirle en la potestad de obrar milagros los fueros privativos de la Omnipotencia, sobre locura, es blasfemia. Aun el influjo, que ejerce en el propio cuerpo del Imaginante, es un misterio de la Naturaleza, impenetrable a la Filosofía, aunque acreditado por la experiencia. ¿Pero bastará éste para explicar por él, como causa suya, el fenómeno, que Vmd. me refiere del efecto que en ella obra el oír hablar de purgantes? Si se habla del influjo directo, o inmediato, que tiene la imaginación en el cuerpo, o miembros del sujeto, pienso que no, o por lo menos se me hace muy difícil. ¿Pero hay otro distinto de ese inmediato, con que puede la imaginativa inmutar el cuerpo en que habita? Pienso que sí, y aun lo tengo por ciento. Atienda Vmd.

10. Yo contemplo en la imaginativa dos especies de dominio: uno respecto del cuerpo, otro respecto del alma. El primero se puede reconocer por dominio legítimo, como de superior a inferior; porque al fin el cuerpo es cuerpo, no más que materia, y la imaginativa potencia del alma, aunque sensitiva. El segundo viene a ser como tiránico, violento, y usurpado; porque es de inferior a superior; de la parte sensitiva a la racional. ¿Pero hay tal especie odiosa de dominio dentro de nosotros? ¡Rara paradoja! Sí, Paradoja es, lo confieso; pero espero probarla claramente con hechos que nadie podrá negar.

11. Frecuentemente se encuentran la potencia Intelectiva [97], y Imaginativa en la representación que hacen a la voluntad de los objetos, para que los abrace, o los deseche. Representa la intelectiva a la voluntad, como más conveniente, un bien sólido, y duradero; la imaginativa un bien leve, inconstante, y fugitivo. No siempre, a la verdad, prevalece esta representación segunda a la primera para la aceptación de la voluntad; pero prescindiendo del contrapeso, que de parte de la voluntad puede hacer el auxilio Divino, prevalece ordinariamente, por lo menos en todas aquellas ocasiones (las cuales son muy frecuentes) en que por la grande impresión, que hizo el objeto en la imaginativa, es muy viva la imagen de él, que esta potencia presenta a la voluntad; habiéndose entonces la voluntad como un niño, que prefiere el bullicioso retintín de un cascabel a la sonora gravedad de una arpa.

12. Ni me replique algún Filósofo, que esta preferencia no pende de la superior fuerza de la imaginativa, sino de la mayor disposición de la voluntad para abrazar el menor bien. Porque, o se habla de la mayor disposición habitual, u de la actual. La habitual no basta, pues vemos, que no obstante ella, la voluntad elige el mayor bien, cuando, la proposición del entendimiento es clara, y despejada, y la opuesta de la imaginativa débil, lánguida, y confusa. Mas si la réplica habla de la disposición actual, próxima, o última, digo, que ésta viene de la imaginativa, cuya representación fuerte, viva, y animada da a la voluntad, o potencia apetitiva un grande impulso hacia el objeto.

13. Mas porque este asunto, a causa de que en él entran muchos cabos Físicos, Metafísicos, y aun Teológicos, podría enredarnos en una discusión larguísima; sin apurar más la fuerza del argumento, pasaría a otro más claro, más sensible, más proporcionado a la inteligencia de todo el mundo, y en cuya materia no ocurren los tropiezos, que podríamos hallar en la del antecedente.

14. Pocos son los que ignoran, o por lo que [98] experimentan en sí mismos, o porque lo oyeron a otros, lo que pasa en los que tienen el corazón más sensible, o el alma más dispuesta; ya a los sentimientos de la ternura amatoria, ya de la compasión de los males ajenos, ya de la estimación afectuosa de las virtudes, o aversión a los vicios que reconocen en otros, cuando leen una Comedia, una Novela, o cualquiera Historia fabulosa; donde se representan con imágenes vivas, expresiones insinuantes, y descripciones patéticas, sucesos ya prósperos, ya adversos: empeños, o pretensiones, ya de feliz, ya de infeliz éxito, ya virtudes amables, ya detestables vicios. Sin embargo de saber, y representarles el entendimiento, que toda aquella narración es fabulosa, sin mezcla de un átomo de realidad, experimentan en su corazón todos aquellos afectos, que podrían producir los sucesos, siendo verdaderos; y reales. ¡Qué deseos de ver feliz a un Héroe de ilustres prendas! ¡Qué sustos al contemplarle amenazado de algún revés de la fortuna! ¡Qué lástima hacia un objeto, y al mismo tiempo, qué ira hacia otro, al representárseles maltratada una mujer virtuosa por un marido brutal! ¡Qué complacencia, mezclada con admiración, al exponerles acciones propias de una virtud excelsa! ¡Qué enojos contra la fortuna, o por mejor decir contra los siniestros dispensadores de ella, en la exaltación de un malvado, y en el abatimiento de un sujeto de ilustre mérito! Lo mismo les sucede en orden a otros efectos, al percibir los objetos proporcionados a ellos por la lectura; pero mucho más con grande exceso cuando los ven representados por hábiles actores en el Teatro. En la Historia del Teatro Francés leí, que en la representación de una bella tragedia se notó, que todas, o casi todas las Damas asistentes estaban con los lienzos en las manos, para enjugar las lágrimas, que frecuentemente les caían a las mejillas; y aunque esta pieza se repitió varias veces, se repetía en ellas el mismo efecto.

15. ¿Pero los que leen, u oyen estas fabulosas [99] narraciones, no saben que lo son? Sin duda, que todos los hombrs de mediana, y aun de ínfima razón están en ese conocimiento. ¿No saben también, que sólo los acontecimientos reales, y en ninguna manera los fingidos merecen mover nuestros afectos? Tampoco lo ignoran. ¿Pues por qué temen? ¿Por qué se irritan? ¿Por qué se enternecen? ¿Por qué se conduelen? ¿Por qué prevalece en ellos la potencia imaginativa a la intelectiva? Esta les dicta, que lo que oyen, y ven en el Teatro todo es ficción, que en ningún modo debe mover sus pasiones: aquélla se obstina en pintarles la ficción como realidad, y con esto arrastra a indebidos afectos al corazón. ¿Qué es esto sino un ejercicio de potencia tiránica, un declarado Despotismo de la Imaginativa, una violenta intrusión de ésta en los derechos del entendimiento, una usurpación, que ejerce la facultad inferior sobre los fueros de la superior?

16. Otros muchos son los casos en que la representación de la imaginativa, o sofoca, o debilita el informe del entendimiento. Son muchos los que no se atreven a andar por la senda estrecha, y elevada de una cornisa, u de una viga, dando por infalible la caída, por más que el entendimiento les muestra, que el camino es mucho más ancho, que el espacio que han de ocupar sus pies. No son pocos los que de noche juzguen ver espectros, o fantasmas, aunque a los más dicta la razón que no son más que apariencias engañosas. Es nada raro en mujeres devotas, muy acostumbradas a leer en las vidas de los Santos, revelaciones, y apariciones verdaderas, creer por mera ilusión, que tienen otras semejantes, de que yo sé casos certísimos, en que, aunque faltaba la realidad, nada intervenía de embuste; y con todo era tal la persuasión de las pobres devotas, que estaban prontas a jurar, que habían oído tal voz celestial, visto, o tal Bienaventurado, o en el silencio de la noche bañado de un pasajero resplandor su aposento. Los que por una pasión muy viva de odio, amor, o temor piensan [100] mucho, y fuertemente en una persona cuando viva, juzgan verla tal vez después de muerta; de que hay, entre otros muchos, un célebre ejemplo en la Reina de Francia Catalina de Medicis, que imaginaba ver algunos ratos al famoso Cardenal de Lórena en los días inmediatos a su muerte, siendo una de estas falaces apariciones representársele volando al Cielo: lo que es muy notable, ya porque esta Reina estaba muy exenta de las vanidades del ordinario beaterío, ya porque bien lejos de creer, que el Cardenal era Santo, declaró a un confidente suyo, que le tenía por el peor hombre del mundo.

17. En que es muy del propósito advertir, que estos errores son mucho más frecuentes en el otro sexo, que en el nuestro, por ser más viva la imaginación de las mujeres, y más blando su cerebro, por consiguiente más susceptivo de engañosas impresiones. Como es mujer el sujeto del Fenómeno, que Vmd. me ha noticiado, esta advertencia entra a la parte para su explicación.

18. Pero de lo que hace el principal fondo de ella, por venir directa, y específicamente a su asunto, es otra singular actividad de la imaginativa, que voy a explicar. En algunos sujetos, y en ciertas ocasiones es tan fuerte la acción de esta potencia, que sin intervenir error alguno, sólo por la percepción del efecto, que en otro cuerpo hace alguna causa, ella induce el mismo, u otro semejante en el cuerpo a quien informa. El bostezar porque bosteza otro, no se admira, por ser tan común. Sin embargo, esto se hace por un mecanismo enteramente incomprehensible. Lo mismo digo, aunque no es tan frecuente destilar los ojos una, u otra lagrimita, aun sin intervenir el afecto de compasión, porque otro llora, tener algunos amagos de risa, porque otro ríe, sin que le excite a ello el objeto que mueve al otro. Todo esto es admirable, pero sólo el Filósofo lo admira; que aunque se dice, y se dice con verdad, que la admiración es hija de la ignorancia, de otra mayor ignorancia es muy ordinario proceder la falta de admiración. [101]

19. Lo que voy a añadir será más generalmente admirado: porque aunque proviene del mismo principio, es algo raro. Sucede tal vez en sujetos de imaginación vehemente, y complexión débil ( pues creo es menester concurran ambas circunstancias), que al ver padecer a otros algún dolor grande, o lesión morbosa en alguna parte del cuerpo, en la misma, o correspondiente del propio cuerpo sienten el mismo dolor, o afección morbosa. La lesión de los ojos se comunica tal vez, en alguna manera, a los que con atención la miran: por lo que dijo Ovidio:

Dum spectant oculi laesos, laeduntur & ipsi.

20. El P. Malebranche (de Inquirenda Veritate, lib. 2, cap. 7) refiere, por noticia que le escribió un amigo suyo, que estando un viejo enfermo en la casa de una hermana de éste, una criada que estaba alumbrando mientras en un pie del enfermo se ejecutaba cierta dolorosa operación Quirúrgica, se conmovió de modo, que en el propio pie, y en la misma parte del pie empezó desde luego a sentir un dolor acerbo, que la obligó a guardar cama por tres, o cuatro días.

21. A esta particular actividad de la imaginación, que acabo de explicar, se debe atribuir el efecto, que experimenta esa mujer, cuando oye hablar de purgantes. Este objeto hace una impresión fuerte en su imaginativa; la imaginativa conmovida, mueve los espíritus, y por medio de éstos los humores hacia aquella parte del cuerpo, donde se hace sensible la operación de los purgantes.

22. Ni obsta, que los ejemplos que he alegado son de objetos puestos a la vista. No obsta, digo, pues es cierto, que la vista no hace los efectos expresados, sino la imaginativa, la cual se conmueve más por los objetos presentes a los ojos; pero esto no quita que algunos sujetos tengan una imaginativa tan movible, que haga en ella una vivísima impresión tal, o cual objeto, sólo por entrarle la especie de él por el oído; bien que en esos mismos sujetos se conmoverá [102] más fuertemente la imaginativa, cuando la especie se les comunique por la vista. Y no dudo, que así suceda en esa mujer.

23. Me holgará, que fuese verdad lo que dice Miguel de Montañe, a quien cita el Marqués de S. Aubin, que a Cippo, Rey de Italia, de haber asistido a un combate de toros, se le calentó tanto la imaginación, que después de soñar toda la noche sobre las armas de aquellos animales, al despertar halló toda su frente proveída de otras semejantes. Digo, que me holgaría que este suceso fuese verdadero, pues daría a las fuerzas de la imaginación un realce muy superior a cuanto he dicho de ellas en esta Carta. ¿Pero dónde habrá leído Montañe tal especie? No sólo el suceso es falso, mas también creo, que es falso que haya habido jamás tal Cippo, Rey de Italia. Diré lo que yo he leído, que tiene alguna alusión a esta Historia, y que pudo dar ocasión a Montañe para forjarla. Cuenta Valerio Máximo (lib. 5, cap. 6) que, a Cenucio Cippo (no Rey de Italia, sino Pastor Romano), saliendo de Roma a combatir como caudillo, según se colige del contexto, a algunos enemigos de la República, repentinamente se le vieron aparecer en la frente unas prominencias a modo de cuernos; sobre la cual, consultados los Augures, respondieron, que aquel prodigio anunciaba que Cippo, si volvía a Roma, había de ser Rey de ella; y que él, más amante de la libertad de su Patria, que de su propia exaltación, condenándose a un voluntario destierro, nunca quiso volver a la Ciudad. Ovidio en el lib. 15 de los Metamorfoseos trae la misma Historia, con sola la diferencia de que el prodigio sucedió volviendo Cippo vencedor de los enemigos. Nada he visto de hombre llamado Cippo, a quien se hubiese visto en la frente tal armadura, en otro algún Autor. Pero en ninguno de los dos alegados hay palabra de combate de toros, ni de sueño que tuviese tal objeto. Con que discurro, que lo que no soñó Cippo lo soñó Montañe. Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 93-102.}