Filosofía en español 
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Tomo cuarto

Dedicatoria que hizo el Autor
a la Reina nuestra Señora Doña María Bárbara de Portugal

Si en otra ocasión tuve mucho que vencer dentro de mí mismo en desembarazarme del pavor, que me inspiraba la Majestad del Trono, para poner a los pies de él un libro mío, hoy, mirada a ciertas luces la misma empresa, se me representa duplicado el motivo del temor, por añadirse ahora a la veneración de la Majestad, la reverencia del sexo: cuyas prerrogativas constituyen otra especie particular de Soberanía, a quien todo noble corazón rinde otra especie particular de vasallaje. Pero, Señora, aplicándome a considerar la materia con más reflexión, en esos mismos respetos, que [IV] me asustan, veo envueltos títulos, que me alientan. Es V. M. Reina; pero Reina, que no se ha desdeñado de hacerse leer algunos ratos mis despreciables producciones. Es V. M. Reina; pero Reina, como es notorio a todo el mundo, discreta, y sabia; lo que así como la proporciona para conocer todos mis yerros, la dispone también para disculparlos; siendo cierto, que en la censura de ajenos escritos, los más sabios son los más indulgentes. Es V. M. Reina de España; pero también Princesa de Portugal; lo que, para darme aliento, significa mucho, porque me lisonjeo de que V. M. confirme con su favor el afecto de que me hallo reconocido a su Patria; pues aunque a todas las Naciones han debido bastante aceptación mis Escritos, a ninguna tanto como a la Portuguesa.

Testimonio de esto es el gran consumo que se hizo, y hace de mis libros en Portugal. Testimonio de esto es haberse dedicado un ilustre, y docto Prócer Portugués [V] {(a) Al Excmo. Señor Conde de Erizeyra.} a la prolija obra de ilustrar con nuevas pruebas todas mi particulares opiniones, la que tenía muy adelantada para hacerla pública, cuando, con gran dolor mío, común a toda la República Literaria, le sobrevino la muerte. Testimonio de esto es haber otro Noble de la misma Nación {(b) D. Diego de Faro y Vasconcelos, Caballero profeso en Orden de Cristo.} tomado la trabajosa tarea de formar Indice general de mis Obras, que, impreso ya, corre por España en Tomo separado. Testimonio de esto es, que habiendo un Religioso Portugués, poco instruido en las materias, que han sido objeto de mis especulaciones, dando a luz el año 43 un libro, en que procuraba impugnar varias aserciones mías, reconoció luego una general displicencia en sus compatriotas a dicha Obra. Parece que por esto no la ha continuado, aunque su intento era componer, no sólo un Tomo, sino algunos, como se colige de que, [VI] al que dio a luz, rotuló Tomo primero.

Bien comprehendo, Señora, que en esta benevolencia, que debo a la Nación Portuguesa, no debo contar por mérito mío lo que es generosidad suya. Acaso algunos la imaginarán pasión nacional; porque habiendo yo nacido en los últimos confines de Galicia, hacia Portugal, es fácil equivocar la cualidad de vecino con la de paisano. Mas como nadie es capaz de poner prisiones a la imaginación, no pude atajar el arrojado vuelo, que tomó la mía a buscar otra causa; que, a ser bien verificada, altamente lisonjearía mi amor propio. Acaso (¿qué sé yo?) me ganó el afecto de aquella animosa Nación haber reconocido en mi rumbo literario cierta imitación de su genio: de aquel genio, digo, cuyo elástico impulso naturalmente rompe hacia empresas altas, y peligrosas: de aquel orgullo arrogante, que, no cabiendo dentro de todo el mundo conocido, se ensanchó por millares de leguas al [VII] Oriente, y al Poniente, a una, y otra India: de aquel noble aliento, que dio a una Provincia la conquistas de tantas Provincias por medio de tantos Héroes, que, divididos, pudieran ilustrar muchos Reinos; cuales fueron los Gamas, los Almeydas, los Alburquerques, los Castros, los Pachecos, los Sylveiras, los Magallanes, y otros, cuya fama durará cuanto dure el mundo.

Acaso (vuelvo a decir) me captó la benevolencia de los Señores Portugueses contemplar en alguna manera imitada en mi proyecto de impugnar errores comunes (entiéndase esto con la reserva que me previno Ovidio: Si licet in parvis exemplis gradibus uti) la magnanimidad de aquellos ilustres Conquistadores; pues no podían mirar mi empresa sino como extremamente ardua, extraordinaria, peligrosa. Combatir errores envejecidos, es lidiar con unos tan raros monstruos, que, en vez de debilitarlos la senectud, les aumenta el vigor. La cualidad de comunes desde luego hacía ver [VIII] que había de armar contra mí una multitud inmensa de enemigos, como de hecho, desde los principios se vieron tan cubiertas de ellos las campañas, que apenas me quedaron, o como favorables, o como indiferentes, la décima parte de los mortales. Y aun este corto número se me acortó mucho más, luego que me vieron en el empeño de establecer la igualdad intelectual de los dos sexos; vindicando el amable, y débil de la injuria, que generalmente, o casi generalmente se le hacía en negarle esta igualdad. ¡Oh, cuántos sarcasmos me atrajo esta noble empresa!

Mas la oposición que padecí en esta parte, si no se desvaneció enteramente, se disminuyó mucho desde que V. M. hizo ver al mundo la extraordinaria capacidad de que la dotó el Cielo. Ya discurro que callarán los muchos, que, sólo a título de varones, pretendían superioridad de talentos sobre el otro sexo, viendo en una Reina la inteligencia de seis lenguas, cuando ellos [IX] apenas aciertan a explicarse medianamente en la nativa. Discurro que ya callarán los muchos, que, siendo casi inhábiles para toda ciencia, o arte, sin otro título que el de su sexo, pretenden la misma ventaja; al ver una Reina, que, sobre otras habilidades, que le comunicó una excelente educación, comprehensivamente posee todos los primores de la Música, en cuanto ciencia, y en cuanto arte; esto es, la teórica, y la práctica. Discurro que ya callarán los que, sin más título que el de su varonía, aspiran a esa preferencia, viendo una Reina, que en la conversación maneja con una justa crítica especies históricas, políticas, y morales; y aun cuando intervienen personas eclesiásticas, usa con gran propiedad, al mismo tiempo que con discreta parsimonia, de los lugares de la Escritura; no sabiendo ellos salir de los asuntos más vulgares, y comunes. Yo sólo capitulo aquí los ineptos, porque sólo los ineptos hablan, y sienten [X] indignamente de la racionalidad de las mujeres.

¿Pero adónde voy? La pasión, Señora, por aquel Escrito, en que creo desarmé enteramente la preocupación vulgar ofensiva del bello sexo, insensiblemente me iba desviando de mi propósito, que únicamente mira a implorar la generosa índole de V. M. al fin de que admita con agrado el que ahora pongo a sus pies, lo que ejecutó usurpando la sonora voz de aquel Cisne del Tajo, o Virgilio Lusitano, el gran Camoens, en la Dedicatoria de sus Lusiadas al Magnánimo Rey Don Sebastián {(a) Lusiadas, cant. 1. estancia 9.}

Inclinai por hu pouco a Magestade,
que nesse augusto gesto vos contemplo;

.......................................
Os olhos da Real Benignidade
ponde no chao. Vereis hu novo exemplo, &c,

Mas, Señora, lo que en esto suplico a V. M. [XI] es tan conforme a su noble genio, que no dudo obtenerlo, asegurándome todos, que entre las muchas virtudes, que adornan esa regia alma, sobresale la de la benignidad, como cualidad características suya. Esta virtud, Señora, en los particulares no es más que una virtud; en los Príncipes es virtud heroica. Que cada uno con sus iguales, el inferior con el inferior, sea afable, dulce, amoroso, complaciente, bondad es; pero una bondad de corto mérito. En la elevación, que da a unos mortales sobre otros, o la fortuna, o el nacimiento, es donde tiene un especial atractivo este hermoso atributo; tanto mayor, cuanto es mayor la desigualdad, logrando su más alto lustre en la eminencia del Trono. Decía Séneca, que conservar en una alta fortuna un semblante plácido, un trato agradable para todos, es proprio de un ánimo soberanamente excelso: Magnam fortunam magnus animus decet: magni autem animi est placidum esse tranquillumque (lib. 1. [XII] de Clementia). Nadie mejor entiende lo que es la verdadera grandeza, que quien sabe moderar su pompa para hacerla amable. Disminuyéndole la apariencia, le aumenta la realidad. Con lo que se dobla hacia los humildes, engrandece su derecho a las adoraciones. ¿Quién no se enamora de la azucena? ¿De aquella Reina de las flores, al ver que, rebajando parte de la estatura agigantada, que le dio la naturaleza, dobla la cerviz, se inclina como saludando afable a todas las demás, que en cualidad de humildes vasallas mira a sus pies? Esto es saber ser Reina. Por eso Lucrecio Borsato la puso por símbolo de un Príncipe afable con el lema. Numquam erigitur. Y no con menos elegancia el Aresio al mismo intento le aplicó estotro en su idioma Toscano: Non disdice al’alteza il capo chino. Persona, que frecuenta el Palacio, me ha certificado se en V. M. tan inalterable la virtud de la afabilidad, que no se la ha visto hasta ahora, en el casual descuido, o [XIII] falta de algún doméstico, corregirle, ni con voz áspera, ni con semblante desapacible; añadiéndome, que en conversación ha testificado varias veces una gran displicencia hacia el proceder opuesto. ¡Gran documento para tantos Señores, y aun Señoritos, que en la ceñuda imperiosidad con que tratan a sus criados, muestran estar olvidados de que son criaturas de la misma especie que ellos!

Bien creo yo, Señora, que esto en V. M. sea efecto de un corazón naturalmente bueno. Pero me inclino a que con este principio concurre otro de orden más alto; quiero decir, con la naturaleza la gracia. Yo no he recibido especie positiva de que V. M. tenga particular devoción con aquel dulcísimo, y discretísimo Director de la vida espiritual el divino Sales; o constituido la doctrina de este gran Santo por regla de su conducta. Pero una ilación, que juzgo algo más que conjetural, me lo persuade. Fundó, y dotó V. M. el Convento de Religiosas de la Visitación, que hay en esta Corte, de [XIV] que, siendo el primero de esa angélica Familia, que ve Castilla en su territorio, justamente puede felicitarse, cantando con el Poeta, o sea con la Sibila:

Iam nova progenies coelo demittitur alto.

La fundación de una Comunidad Religiosa, prescindiendo de determinado Instituto, sólo prueba, a la verdad, aquella devoción fervorosa, y celo del mayor servicio de Dios, de que V. M. dio, y da tantas muestras en su regular modo de vivir. Pero la determinación a un Instituto, que debe su origen, y su regla al glorioso San Francisco de Sales, significa, sin duda, sobre lo dicho un especialísimo afecto a este Gran Santo, y a su celestial doctrina.

Digo, pues, Señora, que, en consideración de lo dicho, me persuado a que el suavísimo trato que V. M. dispensa a sus domésticos, no sólo proviene de su nativa bondad, mas también de su estudio en la [XV] santa Escuela del divino Sales; porque veo en la Institución cristiana, que el Santo dirigió a una Señora casada, sobrina suya, puntualísimamente estampada entre otras al dulce máxima que V. M. practica con todos; mas con mayor esmero con sus domésticos. Consta aquella Instrucción de ocho reglas, de las cuales la cuarta está concebida en estos términos: Tened cuidado de ser suave, y afable para todo el mundo; mas sobre todo con los de vuestra casa.

Me he detenido, Señora, en la grata contemplación de esta, que llamo como característica virtud de V. M., no porque yo la dé alguna preferencia respecto de las demás con que V. M. edifica, y da ejemplo a sus Vasallos, y en que copia las del Rey su Esposo Don Fernando el Justo, y de tantos gloriosos Progenitores; sino porque a ella debo la resolución de dedicar a V. M. este Libro; ¿Cómo osaría yo, sino en confianza de la extrema benignidad del [XVI] Numen, acercarme a tan excelsa ara con tan humilde ofrenda? Consuélame el ver que V. M. con la dignación de aceptarla, le dará el valor, que de otro modo no pudo adquirir. Será apreciable puesto a sus pies, lo que sale despreciable de mis manos, que a cuanto se consagra al Templo, hace precioso la fortuna de su destino, por más que sea imperfecta la labor, o baja la materia.

Nuestro Señor guarde a V. M. muchos años. Oviedo, y Enero 8 de 1753.

Señora.

Fr. Benito Feijoo.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas III-XVI.}