Filosofía en español 
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Tomo quinto Carta XV

Al asunto de haberse desterrado de la Provincia de Extremadura, y parte del territorio vecino, el profano Rito del Toro, llamado de San Marcos

1. Muy señor mío: La Carta que recibí de V. S. con fecha del día 6 de Mayo, y llegó a mi mano en fines del mismo mes, me llenó el corazón de un indecible gozo, por la noticia, que en ella me comunicaba, de haberse desterrado enteramente de esa Provincia de Extremadura la bárbara solemne celebridad del Toro, llamado de S. Marcos. Mi sincero, y constante amor de la verdad en cualquiera objeto, que su hermosura se me presente, me hace mirar con un sensibilísimo deleite la victoria, que ella logra sobre algún envejecido error, aun cuando en sus triunfos no tengo otro interés, que la satisfacción de esta misma noble inclinación, que la profeso; y que yo creyera trancendiente a todo racional, si tanta multitud de experiencias, no me mostrase diariamente, que son innumerables los que por un corto interés torpemente la venden.

2. Serán sin duda muchos los que admiren, que en una Provincia Española, cual es la Exremadura, tan poblada de gente racional, como las demás de la Península, no solo haya nacido, mas se haya conservado por tantos años, con título de solemnidad cristiana, una costumbre tan absurda, y sobre absurda supersticiosa. Muchos, digo, lo admirarán. Pero no soy, o seré yo uno de ellos. Antes estoy persuadido a que la detestable cualidad de supersticioso tuvo un grande influjo en la larga manutención de dicho error. [294]

3. Esta proporción, con toda la apariencia, que tiene de paradoja, es sin embargo verdaderísima. Esta especie de prácticas supersticiosas, siempre que llegan a extenderse por el ámbito de alguna Región, tienen un poderoso protector en el vulgo; cuya rudeza, abrazando, como culto religioso, la práctica de un vicio opuesto a la Religión, mira con ojeriza a cualquiera, que, instruido en las máximas de la verdadera piedad, pretende desengañarle de su error; no solo con ojeriza, aun con horror; llegando a tanto la ceguera de muchos, que pasa a constituir sospechosos de heregía a los que procuran su desengaño.

4. Este segundo error es consiguiente al primero. Quien en la introducción del Toro a los Divinos Oficios, contempla la profanación del Templo, como devoción meritoria hacia el Santo Evangelista, es natural, que en el que reprueba esa profanación, mire como debilidad, o falta de Fe lo que es celo fino por la pureza del culto.

5. ¡Mas oh con cuánto dolor he contemplado yo muchas veces, que son pocos, son rarísimos, los que, animados de un generoso afecto a la hermosura de la santa Religión, que profesamos, se aplican a apartar al rudo populacho de los torpes abusos, con que la afean! Supongo, que en la Extremadura hay, y ha habido, como en otras Provincias, sujetos doctos, y muy instruidos en las materias Teológicas, y Morales. ¿Pues cómo éstos han estado tanto tiempo como mudos, sin gritar contra la bárbara solemnidad del Toro, que llaman de S. Marcos? Como lo mismo con otra diferencia, ha sucedido, y aún sucede en otras muchas partes, en que los hombres doctos, con un reprensible silencio, dejan correr varias indecencias, practicadas por el rudo populacho en el culto de Dios, y de sus Santos. Ánimos apocados, que por la indigna timidez de disgustar la ignorante turba, le niegan el estimable beneficio del desengaño.

6. Todo lo que hacen algunos (y aún esos son pocos) es explicar su sentir en tal cual conversación particular, [295] con una, u otra persona de su satisfacción, con toda aquella reserva, con que se suele fiar una doctrina sospechosa. ¿Y se dará Dios por satisfecho de un tal limitado uso de la luz, con que los ha dotado? O, por mejor decir, ¿no los comprehende aquella corrección del Redentor, dirigida a los que, habiéndose derivado del Cielo a sus mentes la luz de la santa doctrina, la cubren con el medio, o la ocultan debajo del lecho: Numquid venit lucerna, ut sub modio ponatur, aut sub lecto? (Marc. cap. 4 ¿Sin duda; porque realmente fiarla solo en secreto, es esconderla con estudio. La condición de la sabiduría (dice Salomón) no es hablar en voz sumisa, y como furtivamente, por retirados escondrijos; sino gritar públicamente, levantando la voz en las calles, plazas, y sitios públicos. Sapientia foris praedicat, in plateis dat vocem suam (Prov. cap. 1) y habla sin duda Salomón de aquella sabiduría, que dirige las acciones, y corrige los vicios de los hombres; porque este es integramente el asunto de todo el libro de los Proverbios, en cuyo primer capítulo está la sentencia referida.

7. Disculpan algunos su tímido silencio en el benigno pretexto de dejar al ignorante vulgo en su buena fe. Es cierto, que hay casos en que no conviene desengañar al que inculpablemente yerra; porque se preveen mayores inconvenientes en el desengaño, que en el error; lo que tal vez, aun en el Sacratísimo Ministerio del Sacramento de la Penitencia, pertenece practicar a la prudencia del Confesor.

8. Pero está muy fuera de esta línea el caso del Toro de S. Marcos. Lo primero, porque este es un Rito manifiestamente supersticioso, que, como tal, nosolo nunca se puede aprobar, más ni aun permitir. Que es supersticioso, se prueba concluyentemente con las razones, que, siguiendo al insigne Maestro Fray Juan de Santo Tomás, alegamos en el Disc. VIII del Tomo VII del Teatro Crítico. Y sobre todo, con la formalísima declaración Pontificia de Clemente VIII, que en el mismo lugar exhibimos. [296] Añádese, que esta superstición es acompañada de unas circunstancias, feísimas, y extremamente injuriosas al Santo, cuyo festejo se pretende. Una es decorar un bruto con su venerable nombre. Otra, seguirse muchas veces a su introducción, y asistencia a los Divinos Oficios aquella detestable profanación, que el Papa expresa en su Bula con aquellas voces: Praeter faedissimas Templorum conspurcationes.

9. Lo segundo, ¿qué inconvenientes se pueden seguir del desengaño del vulgo, que equivalgan a los expresados, que se siguen de su error? Dirán, que se entibiará algo su devoción, o su fe hacia el sagrado Evangelista. Doy que sea así. La minoración de algunos grados en la devoción es un daño infinitamente menor, que la superstición, en que antes incurría, acompañada de las abominables circunstancias, que he insinuado. En esa misma disminución sale gananciosa la piedad; porque el desengaño, separando de ella lo que tiene de viciosa, más que la minora, la rectifica.

10. Y si queremos examinar filosófica, y teológicamente, lo que es esa decantada buena fe, con que se hacía hasta ahora capa a la abusiva solemnidad del Toro de S. Marcos, ¿qué hallaremos debajo de tan especioso nombre? Esa buena fe no consistía más que en el errado asenso a que era milagrosa la doctilidad, o mansedumbre, que experimentaban en el Toro, mientras duraba la función. ¿Y no es pregunto, una suma impropiedad dar el nombre de buena fe la vana creencia, con que veneraba como milagro una ilusión? ¿Qué méritos tuvo jamás la falsedad, para apellidarse buena fe? El error, con error, nada tiene de bueno. Podrá llamarse inocente, o inculpable, cuando es invencible; mas nunca bueno, o santo.

11. Pero no nos embaracemos en una cuestión de nombre. Llámase, ya que lo quieren así, buena fe. ¿Mas qué será, si, con esa buena fe, descubrimos mezclada una no pequeña dosis de mala fe? Ésta no está de parte de los que padecen el error, creyendo con inocente simplicidad ser milagro lo que no lo es; sino de parte de los inventores, [297] o invencioneros del milagro; también de parte de los que con conocimiento del embuste, promueven el error; y en fin, de los que a sabiendas, le toleran. Los primeros, y segundos evidentemente proceden con mala fe; porque saben que mienten; y no ignoran, que toda mentira es pecado.

12. Sin embargo, hay entre estos mismos una notable desigualdad. La mayor parte del vulgo no conoce es esta ficción más que la malicia venial, común a toda mentira oficiosa; porque ingnora la deformidad grave de superstición, que incluye la ficción de milagros. Mas también en esto hay una insigne discrepancia, según la diversidad del interés, que se propone, como fin de la ficción. Los neciamente piadosos miran a autorizar de milagroso el Santo, o la imagen del Santo, que se adora en su Iglesia, Capilla, o Lugar de su habitación. Los que idolatran sus conveniencias temporales, a éstas dirigen la invención de los milagros, porcurándoselas por el mismo camino de autorizar, como especialísimamente poderoso con Dios, el Patrono de su Parroquia, o Pueblo, hasta constituir su Efigie, y Capilla en la opinión de un famoso Santuario; porque en aquellas concurrencias, que llaman Romerías, de varios modos se interesan los habitadores de aquel Pueblo, o territorio: v. gr. con el servicio de los hospedajes, con el más cómodo despacho de sus frutos, con la venta en precio más subido de los géneros, que han conducido de otros sitios, sirviendo infinito la alegre disipación de los ánimos, que se experimenta en dichas concurrencias, a no reparar en el exceso de gastos.

13. Pero los más interesados son por lo común los que por su carácter, y estado debieran ser más vigilantes en desengañar la ruda plebe, y desterrar el abuso. Y los más interesados, es de presumir, que esta lícita negociación sean también los más oficiosos, según la máxima del Jurisconsulto: Is, cui prodest scelus, fecisse praesumitur.

14. Sin explicarme más, entiende muy bien V. S. de [298] qué clase de hombres hablo. El epíteto de Sacra, que en aquella tan enérgica exclamación: Quid non mortalia pectora cogis auri sacra fames ¿dio Virgilio a la codicia, o hambre del oro, y allí tiene el significado de execrable, u otro equivalente, aplicado a la codicia de algunos individuos de cierto estado; y algunas de las cosas, que hacen materia, o asunto para el ejercicio de esa pasión, realmente admite el epíteto de Sagrada, que es el significado más inmediato de la voz Sacra, tomando esta denominación, ya del carácter de las personas, ya de la naturaleza de las cosas, y circunstancias? Mas estas mismas de donde se deriva la denominación de Sagrada, la aseguran con la mayor propiedad el epíteto Virgiliano de execrable. Si esta cláusula no necesitase de comento, podría servir de tal aquella sentencia del Venerable P. Señeri en su Áureo librito del Confesor instruido; que el vicio de la codicia es tan desvergonzado, que tal vez pone en prensa las cosas más sagradas, para exprimir de ellas alguna sucia ganancia.

15. Mas las conveniencias temporales, que de la publicación de milagros falsos redunda al Pueblo, donde se venera como Patrono Santo, a cuya intercesión se atribuyen; ¡oh cuántos; y cuán graves daños espirituales ocasionan a los habitadores de aquel, y otros muchos Pueblos! En el Tomo IV del Teatro Crítico, Disc. V, ponderé, como pude, los desórdenes, y escándalos, que resultan en esas concurrencias, que llamamos Romerías. La devoción las pretexta, y la relajación las domina. ¿Qué se experimenta en ellas sino pendencias, glotonerías, borracheras, y conciertos impúdicos?

16. Este es el fruto, que muy ordinariamente produce la invención de milagros falsos. Fruto verdaderamente diabólico. Fruto como el del árbol vedado, que comieron nuestros primeros padres, hermoso a la vista, como aquel, pulcrum oculis, aspectuque delectabile, por la apariencia, que ostenta de piedad, y devoción; pero pernicioso también, como aquel, en los efectos, por el estrago espiritual, [299] que induce en muchas almas. Los Apóstoles, y Varones Apostólicos, sembrando milagros verdaderos, lograron ilustres cosechas de virtudes. Los diseminadores de milagros ¿qué han de coger, sino abundantes cosechas de vicios?

17. Dejo aparte el perjuicio, que hace a la Religión la suposición de milagros; porque los infieles, habiéndoles sido fácil averiguar la falsedad de algunos, que el necio vulgo proclamó en varias partes del Orbe Católico, temerariamente se arrojan a discurrir, que cuanto por nuestros Escritores se refiere de milagros, incluyendo aun los más canonizados por Bulas Apostólicas, todo es impostura. Digo, que dejo aparte este perjuicio, por haberle ya ponderado en el Tomo III del Teatro Crítico, Disc VI, donde también hice también hice memoria de cuán amargamente lamentaba el gran daño, que ocasionan a la Iglesia estos embusteros milagros, el doctísimo, y celosísimo Católico Tomás Moro.

18. Supongo, que no son tan culpados en los malos efectos de la ficción de milgros los que advertidamente los toleran, como los que los fabrican, y promulgan. No, no son tan culpados; pero tampoco inocentes. Los que los inventan, y publican, pecan por comisión: los que los toleran sin reclamar, por omisión.

19. Responderán sin duda, que no lo reclaman, porque lo tienen por trabajo, superfluo; en atención a que el vulgo, en llegando a encapricharse, de que algún fenómeno natural es milagroso, no solo se muestra totalmente indócil al desengaño; más aun tan bárbaramente protervo, que tal vez, casi sin rebozo, pretende hacer sospechoso en la creencia a quien procura sacarle del error, percibiendo por depravación del órgano cierto tufo de heregía en el sincero amor de la verdad.

20. Pero aunque convengo en el hecho de la indocilidad del vulgo, no admito la excusa como legítima; pues aunque con la persuasión no puedan doblarle, está siempre abierto el recurso, a quien usando de autoridad [300] legítima, en ella tiene fuerza para reprimirle. Así lo hizo, según V. S. me avisa, el señor D. Fernando Quintano, Provisor de esa Diócesis, a cuya solictud, puesto el caso en la noticia del Monarca, y comisionado su examen al Real Consejo, se logró la absoluta prohibición de tan damnable costumbre para adelante, con las calificaciones, que ella merecía, y se expresan en el Real Decreto, cuya copia V. S. me remite; pues sobre reprobarse en él, como ilusión, lo que se prentendía acreditar milagro, se apellida dicha solemnidad: pernicioso abuso, escandalosa función, e invención diabólica.

21. ¿Quién no ve, que lo que hizo este docto Magistrado Eclesiástico, pudo ser anteriormente ejecutado por cualquiera de los que le precedieron en el ejercicio del mismo empleo? ¿Y aun por varios particulares de alguna distinción? Acaso se podría tomar tomar otro expediente más fácil, y pronto, para llegar al mismo fin; esto es, hacer la representación al Santo Tribunal de la Fe, a cuya específica jurisdicción directamente toca corregir todo género de abusos y errores en materia de Religión.

22. Mil veces he lamentado, que en muchas partes se necesita el mismo recurso, para remediar otros inconvenientes semejantes; pues raro es el País de alguna extensión, donde no se aclame por milagro alguna engañosa apariencia, a cuyo error dio principio, o ya la avaricia de algunos, o ya la hipocresía de otros, o ya del embuste de invencioneros, que se deleitan en tales ficciones; y esparcidas en gente ruda, son recibidas como dinero contante de los vulgares.

23. De parte de aquel Tribunal ciertamente hay toda la disposición, que es menester para la corrección de tales prevaricaciones, acreditada en la prohibición, patente en nuestro Expurtatorio, de tantos Escritos, en que se referían milagros falsos; como asimismo de apariciones, revelaciones, y profecías supuestas. Tengo presente, que no ha muchos años condenó la Relación, que corría por toda España, del llanto, o sudor de sangre de [301] una Imagen de nuestra Señora que se venera en una Iglesia de la Alcarria. ¿Quién duda, que fulminaría el mismo anatema sobre otras invenciones de este jaez, si llegasen bastante certificadas a su noticia?

24. Y ya que he tocado esta especie de aquella sagrada Imagen, me dejo llevar de esta ocasión, para referir a V. S. la diabólica astucia con que un delincuente se valió de la mucha veneración, que en todo el País vecino se tributa a dicho divino Simulacro, para evadirse de la pena debida a sus delitos. Es caso en que se mezcló lo lúdico con lo flagicioso; pero que por lo que tiene de lo segundo, no desdice del propósito de esta Carta, cuyo principal asunto es lamentar el abuso, que se hace de las cosas sagradas para fines ilícitos.

25. Un Sacerdote, no menos astuto, que estragado, por sus delitos estaba preso con grillos en la cárcel eclesiástica del Obispado de Osma, con término al territorio donde se adora la Imagen de nuestra Señora, que he dicho. Este nuvo Sinón, habiendo discurrido cómo quitarse los grillos, sin ser impedido, u observado de nadie, pasó a meditar, que esta trama podría servir a su total absolución; haciendo creer, que el alivio de los grillos había sido milagroso. A este fin trató el negociado con un confidente suyo, a quien entregó furtivamente los grillos previniéndole, que con la mayor presteza, y con tal arte, que nadie pudiese advertirle, fuese a colocarlos a los pies de la referida Imagen de nuestra Señora, lo cual el comisionado fielmente ejecutó; y el preso, al amanecer el día, en que estaba concertado practicar esta diligencia, dijo a las personas, que estaban en la cárcel, que aquella noche se le había aparecido nuestra Señora de N. (nombrando la Imagen de aquel Santuario), y le había quitado los grillos. Hízose público el fingido prodigio; y comunicándose luego recíprocamente de Osma al Santuario, y del Santuario a Osma, la desaparición de ellos en la cárcel, y su aparición al mismo tiempo en el Altar de la Imagen; el depravado Clérigo, persuadidos [302] ya todos a que el Cielo estaba declarado a su favor, libre, y sin costas salió de la prisión. Y no faltarían quienes después se encomendasen a sus oraciones, consederándole muy válido de la Reina de los Ángeles.

26. ¡Oh cuantos casos de estos he oído, o leído, y aun algunos visto, en que el embuste, la hipocresía, la avarcia, mezcladas con la superstición se vieron adoradas de los Pueblos! Pero basta ya para una Carta, cuyo asunto traté con bastante extensión en el tercer Tomo del Teatro Crítico; mayormente habiendo dado motivo, para tratarle de nuevo ahora, el supersticiso error del Toro de S. Marcos, que en un Discurso, destinado a este intento, impugné en el Tomo VII de dicho Teatro. Y no disimularé la particular complacencia, que me ocasionó la noticia comunicada por V. S. de que la doctrina de que usé en aquella impugnación, representada por el señor D. Benito Santos de Aro en la Junta de Teólogos, que esa Ciudad se dedicó al examen de lo lícito, o ilícito de la fiesta del Toro, sirvió en cierto modo de disposición para el destierro del abuso. Nuestro Señor guarde a V. S. muchos años. Oviedo, &c.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 293-302.}