Filosofía en español 
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Tomo quinto Carta XVI

Descúbrese cuán ruinoso es el fundamento en que estriban los que interpretan malignamente las acciones ajenas, para juzgar, que aciertan por la mayor parte

1. Señor mío: El deseo, que Vmd. tiene de que ese vecino, y amigo suyo se corrija en los dos hábitos, o viciosas inclinaciones, una a hacer mal juicio de las acciones de los prójimos, otra a censurar exteriormente [303] sus defectos, es muy propio de su celo cristiano, y sincero amor al sujeto. Pero el medio por donde Vmd. pretende lograr tan justo intento, no me parece muy oportuno. Quiere Vmd. que yo le escriba alguna Carta exhortatoria sobre los dos artículos propuestos; y lo haría yo con mucho gusto, si anteriormente tuviese con el algún comercio de palabras, o por escrito, o a la falta de éste, lograse yo una alta opinión de virtud, y doctrina, la que estoy tan lejos de gozar, como de merecer. Lo primero me proporcionaría a ser oído sin desagrado; y lo segundo me autorizaría para ser escuchado con respeto. Pero careciendo de uno, y otro apoyo, ¿qué puedo esperar, sino que mi corrección sea recibida como hija de un celo indiscreto, o de una alternativa extravagante, y por consiguiente más ofenda, que persuada?

2. Por tanto, todo lo que yo, en orden al fin, que Vmd. me propone, puedo hacer, con esperanza de que sirva de algo, es insinuar a Vmd. alguna, o algunas reflexiones, que me han ocurrido sobre la materia, de que Vmd. podrá usar, para retraerle de ese vicio, en las muchas ocasiones, que como amigo, y vecino tendrá para conversar con él, eligiendo especialmente aquellas, en que reconozca su ánimo más bien dispuesto para recibir cualquier aviso saludable.

3. He oído, que muchos de los inclinados a juzgar mal de sus prójimos, y por otra parte preciados de agudos, pretenden autorizar en alguna manera el vicio de que adolecen, no atribuyéndole alguna honestidad moral, sí solo el frecuente acierto especulativo; afirmando, que los que son dominados de esta maligna propensión, comunísimamente aciertan en los siniestros juicios, que forman.

4. A este fallo, que sus Autores quieren se preconice, como sentencia digna, si no de un Santo Padre, por lo menos de un Aristóteles, o un Séneca, yo no le negaré la cualidad de sentencia pero sentencia inicua, fallo injusto.

5. Fúndanse estos pretendidos Aristarcos, o críticos de las conciencias, en que los hombres comunísimamente [304] son malos; de donde infieren, que el que hiciere mal conepto de ellos, comunísimamente acertará ¿Pero de dónde les consta esa comunísima corrupción? Ven (lo confieso) algunas acciones malas, más también ven algunas buenas, y acaso más ven de éstas, que de aquellas; porque hay motivo para ocultar, cuanto se pueda, las malas; y rara vez le hay para esconder las buenas. Pero el cúmulo mayor, que ven, consta de las indiferentes, porque éstas son las que me ocurren a cada momento en el curso regular de la vida humana, y las que son buenas, o malas según la buena, o mala intención, que las produce. En éstas, pues, hacen su gran cosecha los depravados Jueces de quienes hablo, atribuyéndolas comúnmente a alguna intención siniestra.

6. ¿Pero ven ellos la intención, que es invisible? No la ven en sí misma, que en sí realmente es invisible; pero la ven en un espejo, que se la representa. Y aquí está todo el misterio de la gran penetración de estos clarísimos ingenios. ¿Qué espejo es éste? Su propia conciencia, su mismo corazón. Así la razón natural, como una atenta observación, nos muestran, que los hombres ordinarísimamente, por sus afectos, y pasiones hacen juicio de los afectos, y pasiones ajenas. El que obra, y habla sencillamente, lo propio juzga de los demás. El pérfido, y engañoso imagina, que todo el mundo lo es. El lascivo no atribuye la continencia de otros a virtud, sino a cobardía o falta de ocasión.

7. Como todo hombre prudente es capaz de hacer la misma reflexión, son muchos los que, notando, que alguno, sin fundamento bastante, juzga mal de los otros, tendrán por buena hilación esta: Fulano juzga, que los demás hombres son malos: luego es malo él mismo. Así me parece, que los que descubren esta mala disposición de su entendimiento, hacen no leve perjuicio a la propia reputación.

8. Mas dejando esto aparte, dificulto mucho dar asenso a la suposición, de que el número de los malos sea [305] notablemente mayor, que el de los buenos; si las voces bueno, y malo, aplicadas a los individuos de nuestra especie, se entienden según el uso regular, en el cual no exigimos, para atribuir a alguno la cualidad de bueno, el que sea perfecto, o Santo; ni apropiarnos la nota de hombre malo a quien solo padece defectos morales leves, y solo una, u otra vez, incide en alguno de los graves. Digo, que entendida así la denominación de buenos, y malos, sea (por lo menos entre nosotros) mucho mayor el número de los segundos, que el de los primeros.

9. Dije por lo menos entre nosotros, siendo preciso dejar fuera de la cuenta todas aquellas gentes, en quienes, o la barbarie nacional, o la extravagancia de los Dogmas de una falsa Religión, autorizan vicios muy execrables.

10. Pero quiero darles cuanto pretenden a estos inhumanos Jueces de la naturaleza humana; esto es, que aun entre nosotros, que profesamos la verdadera Religión, sea mucho mayor el número de los malos. Permitido esto, les preguntaré, si esos malos lo son en todo género de vicios. Esto no puede ser; porque hay vicios recíprocamente incompatibles, como lo son los dos extremos viciosos de todas las virtudes morales; v. gr. la prodigalidad, y la avaricia; la temeridad, y la cobardía.

11. Aun excluidos éstos, no digo, que sea imposible haber hombres, que pequen en el cúmulo de todos los demás vicios, que no son entre sí incompatibles. Imposible no; pero sumamente raro. La razón es, porque los malos comunísimamente lo son, por el predominio de alguna pasión violenta, que los arrastra a tal, o tal especie de vicio; y las pasiones violentas son tiránicas, quiero decir, tienen el genio de los tiranos, que no admiten compañía alguna en aquella especie de imperio, que se arrogan, y solo consienten se les agrege otra alguna pasión, que sirva, como ministra, a la principal. Pongo por ejemplo. El nimiamente lascivo, sino es rico, no se negará a la ocasión de robar lo ajeno, por tener con que ganar el objeto de su pasión, o sobornar a quien le sirva de tercero. [306] El nimiamente ambicioso se aprovechará de las coyunturas, que se ofrezcan, de cooperar a las concusiones del Ministro de quien pende su fortuna.

12. Ahora pues. El Maligno intérprete de las conciencias ajenas acertará poco, o mucho en orden a aquellas acciones, que pueda considerar efectos de la pasión, que domina, en cada malo, o de alguna otra, que sea como ministra, o subalterna suya; y en todas las demás comúnmente errará. Y como éstas hacen mucho mayor cúmulo, que aquellas, es preciso que, siguiendo la máxima de echar siempre a la peor parte el juicio de las acciones, o intenciones ajenas; en vez de acertar en la mayor porción de los dictámenes, que forma, será mucho más lo que yerre, que lo que acierte.

13. Mas no es esta la única rebaja de los aciertos, que se atribuyen los censores malignantes. Aún resta otra de igual tamaño, sino mayor. Y es, que aun los hombres dominados de alguna pasión violenta no la sirven como esclavos, sino en determinadas ocasiones: en todo el resto atienden a otras muchas cosas inconexas con ella. ¿Qué vicioso hay, a quien la mayor parte del tiempo no llamen la consideración varios objetos, diversos de aquellos en que se interesan sus criminales pasiones? Las comodidades de la vida, mil diversiones honestas, o indiferentes, los cuidados domésticos, los servicios de los amigos, los obsequios de los poderosos, el recobro de las deudas, otras innumerables cosas hay, que divierten de la pasión dominante. Y sin embargo, a ésta juzgará el vecino maligno se encaminan los más de los pasos, que da el vicioso hacia los otros fines. Con que, amontonando todo lo dicho, se puede hacer un concepto prudencial, de que de cincuenta juicios maliciosos, que forman los profesores de aquella inhumana máxima, yerran cuarenta y ocho, o cuarenta y nueve.

14. Así va irremediablemente por el suelo la máxima, de que los que echan a la peor parte las acciones ajenas, aciertan las más de las veces. Lo cual intimado por Vmd. a ese [307] amigo suyo, creo se logre su enmienda; pues supongo, que ese vicio no proviene en él de perversidad de genio (el afecto, que Vmd. le profesa, aleja de mí tan mal pensamiento), sino de aquel error intelectual, que, como dije arriba, es muy común en los que adolecen de ese defecto; juzgando los miserables, que con discurrir en las acciones de sus próximos motivos siniestros, se acreditan de agudos, y penetrantes. Y puede ser, que con algunos logren este crédito; pero esos algunos serán otros tan rudos, o inadvertidos, como ellos. Siendo para mí indubitable, que cuando este torcido modo de discurrir no tiene su primer origen, o raíz en una voluntad muy depravada, proviene de un entendimiento obtuso, y groseramente torpe.

15. Desengañado el amigo del error intelectual, que padece, ya no hay en que temer en él el vicio moral de propalar los defectos, que en otros erradamente imagina; porque ya cesará de imaginarlos, o cesará de asentir deliberadamente con el entendimiento a lo que su imaginación, mal habituada, le sugiera.

16. A lo que Vmd. me expresa en las últimas líneas de su Carta de su especial aversión, respecto de todos los murmuradores, tengo una, o dos cositas que decirle. El vicio de la murmuración, o detracción se puede ejercer de dos maneras, o mintiendo, o diciendo la verdad. Y aun la mentira puede ser de dos maneras, o formal, o material. Mienten materialmente los que dicen una cosa, que en sí es falsa, mas la juzgan verdadera. Mienten formalmente los que dicen como verdadera una cosa, que saben ser falsa.

17. Los que mintiendo formalmente dañan la fama del prójimo, son propiamente calumniadores, raza de gente maldita, y diabólica. Pero juzgo, que raro se halla, que lo sea por hábito, o costumbre, sino en algún corazón muy depravado, respecto de sujeto a quien tiene odio especial, o que considera como obstáculo a su fortuna.

18. En cuanto a los que, diciendo verdad, dañan la [308] fama del prójimo, hay casos en que esto es permitido, y aun casos también, en que es obligatorio, como uno, y otro se pueden ver en los Escritores de Teología Moral. Y en esta materia no ocultaré a Vmd. que en parte sigo rumbo contrario al suyo. Vmd. tiene especial aversión a todos los murmuradores; lo que a mi parecer significa, que aborrece este vicio más que todos los demás. Si Vmd. entra en cuenta los murmuradores, que propalan defectos morales verdaderos de los prójimos, le protesto, que para mí apenas hay otro vicio más tolerable. Explicaré el por qué.

19. Dice S. Agustín, que Dios tuvo por más digno de su Providencia sacar bienes de los males, que desterrar todos los males del mundo: Mellius iudicabit de malis bona facere, quam mala nulla esse permittere. Ahora, pues, señor mío. La murmuración sin mentira es un mal moral; pero es un mal, de que Dios sabe sacar mucho bien. Para que Vmd. lo vea, hagamos la suposición de que su Divina Majestad disponga, que no hay en el mundo hombre alguno, que publique los vicios, o pecados verdaderos de los hombres. ¿Le parece a Vmd. que en esta suposición quedaría el mundo mejor? Yo siento, que se podría mucho peor.

20. ¿Quién ignora, que son innumerables las personas de uno, y otro sexo, a quienes contiene, para que no suelten la rienda a sus pasiones el temor del qué dirán? Este temor ya no subsistirá en el caso de que no haya murmuradores en el mundo, que son los que dicen, los que hablan, y aun los que acechan los pecados ajenos. Luego esos innumerables de uno, y otro sexo, faltando el freno de la infamia, o descrédito a que los expone la murmuración, desenfrenadamente se darán a saciar sus criminales pasiones. Pero ya es tiempo de concluir la Carta. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 302-308.}