Filosofía en español 
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Tomo cuarto Discurso quinto

Peregrinaciones sagradas, y romerías

§. I

1. El acto de visitar los Lugares sagrados distantes de la Región ó Pueblo donde se habita, para adorar las Reliquias de los Santos, ó aquellas Imágenes suyas, [99] que por más milagrosas se hicieron más ilustres, siempre en la Iglesia Católica fue reputado laudable y meritorio. Autorízanle algunos Concilios, celébranle los Padres, su misma antigüedad le recomienda; pues si bien que los Herejes modernos dicen que las peregrinaciones Jerosolimitanas no empezaron hasta el tiempo del Gran Constantino; de algunos lugares de San Géronimo, San Cirilo Jerosolimitano, Eusebio, y otros consta que ya en los tiempos anteriores a Constantino estaban en uso.

2. Los Herejes que impugnan la adoración de las sagradas Imágenes y Reliquias, consiguientemente imprueban las Peregrinaciones que tienen por objeto este culto. Los Petrobusianos, llamados así por Pedro Buid, de quien tomaron varios errores al principio del duodécimo siglo, aún con más rigor las condenaban; pues no sólo querían que no hubiese Imágenes que adorar, más ni aún Templos donde orar, usando del falaz argumento (como refiere San Pedro Venerable), que como Dios está presente en todas partes, en todas podemos invocarle, y en todas nos puede oír.

3. Esta es puntualmente (según cuenta Josepho) la misma razón de que se valió el impío Jeroboan, para persuadir a los Israelitas que no fuesen a visitar el Templo de Jerusalén: Populares míos (les decía), bien creo que conocéis que en todo lugar está Dios, en cuanquiera parte oye nuestros votos, y atiende a los que le dan culto. Por tanto, no me agrada que vayáis a Jerusalén por motivo de Religión {(a) Joseph. Antiq. lib. 8. cap. 3}.

§. II

4. Sin embargo de ser este error opuesto, como hemos dicho, a una doctrina recibida de toda la Iglesia; Hay casos en que se pueden, y aún deben persuadir las Peregrinaciones sagradas. Este es un acto de Religión, no hay duda; pero no obligación, sí supererogatorio; y en las obras de supererogación no se ha de considerar [100] sólo la bondad intrínseca que tiene por su naturaleza el acto, mas también lo que dicta la prudencia, consideradas todas las circunstancias; porque como es imposible que sea acto virtuoso el que no es regulado por la prudencia, puede suceder (como de hecho sucede muchas veces) que el acto, que considerado en sí precisamente, es virtuoso laudable, deje de serlo en este ó aquel individuo, en esta ó aquella ocasión; y en vez de pertenecer a la virtud de Religión, pertenezca al vicio opuesto a ésta, ó a otra alguna virtud, como si es impeditivo de otra obra obligatoria, ó si trae consigo riesgo grande la violación de algún precepto, si estorba mayor bien, &c.

5. Así se hallan en San Gregorio Niseno, y en San Gerónimo positivas disuasiones de la peregrinación a Jerusalén. El primero escribió una oración, ó epístola con el título de los que van a Jerusalén, donde respondiendo a la consulta hecha por unos Monjes que meditaban aquella peregrinación, los aconseja que peregrinen de la tierra al Cielo, no de Capadocia a Palestina. Y aunque algunas razones de que usa el Santo, sólo mirán a los Religiosos, otras comprenden a todos los Cristianos: Cuando el Señor, (dice) llama a los benditos, para conseguir la herencia del Reino Celestial, no cuenta entre las buenas obras que conducen a este fin, la peregrinación a Jerusalén. Cuando anuncia la Bienaventuranza, no comprende esta especie de obra meritoria. Considere, pues, cualquiera que tiene entendimiento, que motivo puede haber, para ejecutar una obra, la cual no conduce (entiéndese, no es necesaria) para conseguir la Bienaventuranza.

6. San Gerónimo, escribiendo a San Paulino, Obispo de Nola, le disuade la visita de los Lugares Santos de Palestina, con las mismas razones que propone a aquellos Monjes San Gregorio Niseno: No haber estado en Jerusalén (dice el Santo) sino haber vivido bien en Jerusalén, es digno de alabanza. No se ha de desear aquella Ciudad que mató los Profetas, y derramó la Sangre del Redentor; sino aquella que alegra el ímpetu del Río, (la Celestial) la que colocada [101] en el monte no puede encubrirse, la que llama el Apóstol Madre de los Santos. Y poco más abajo: Patente está la Corte Celestial a los que quieren ir a ella desde Inglaterra, como a los que quieren ir desde Jerusalén. El Reino de los Cielos dentro de vosotros está. El grande Antonio, y todos aquellos enjambres de Monjes que hubo en Egipto, Mesopotamia, Ponto, Capadocia, y Armenia, no vieron a Jerusalén, sin que por eso dejasen de hallar abierta la puerta del Paraíso. El Bienaventurado Hilarión, con ser natural de Palestina, sólo un día vio a Jerusalén. Vióla porque no pareciese que despreciaba los Lugares Santos estando tan vecino; pero vióla sólo una vez, para dar a entender que no sólo en aquellos Lugares Santos estaba Dios.

7. Si las razones de estos dos Santos se miran sin la debida reflexión, parecerá no sólo ser las mismas de que usaban Jeroboán, y los Herejes Petrobusianos, sino que caminan al mismo fin. El fundamento de estar Dios en todo lugar, y estar patente a todas las Regiones del Orbe la puerta del Paraíso, es el mismo; como tampoco tiene duda, que en una y otra parte es Verdadero. Dios por razón de su inmensidad todo lugar ocupa; y a la Celestial Jerusalén pintó San Juan en su Apocalipsis con puertas correspondientes al Oriente, al Poniente, al Septentrión, y al Mediodía, para dar a entender que de cualquiera parte de la tierra hay camino para el Cielo. Pero como de un mismo principio se puede usar, ó con menos ó con mas extensión, y tirar las consecuencias, ó hasta la línea adonde deben llegar, ó pasando de ella; lo primero hicieron los dos Padres alegados; lo segundo los Herejes.

8. Para condenar generalmente un acto virtuoso de supererogación nunca puede haber motivos; mas para disuadirle en varias ocasiones y circunstancias, pueden ocurrir muchos y muy razonables; y entonces entra bien la razón de que Dios está en todas partes; como si dijéramos, no siendo necesario ese acto de supererogación para conseguir la salud eterna, ni aún para arribar a mayor perfección, pues se puede suplir con otros muchos que [102] Dios, como presente en todo lugar, se ve y acepta, se debe omitir en tales o tales circunstancias, según el dictamen de la prudencia.

§. III

9. Cuanto hasta aquí hemos dicho viene a ser como disposición ó preludio, para lamentar los abusos que estamos tocando en las Peregrinaciones sagradas de este siglo; y solicitar, si fuese posible, el remedio, sin que pueda mordernos la calumnia con la nota de que condenamos la substancia de la obra, cuando ni alguna siniestra intención la estraga, ni se ejecuta por mera hipocresía.

10. A dos especies podemos reducir las Peregrinaciones sagradas que están en uso. Las unas propiamente tales, que son las que se hacen a Santuarios muy distantes, como las que todos los días están ejecutando bandadas de gente de otras Naciones, especialmente de la Francesa, a la Ciudad de Santiago, con el motivo de adorar el cadáver del Santo Apóstol que allí está sepultado. Las otras son las que con voz vulgarizada llamamos Romerías, y tienen por término algún Santuario, Iglesia, ó Ermita vecina, especialmente en algún día determinado del año, en que se hace la fiesta del Santo titular de ella.

11. En cuanto a la primera especie, no pienso que de parte de nuestros Españoles se ministre mucha materia, ni para que aplaudamos su devoción, ni para que corrijamos su abuso. Son harto raros entre nosotros los que salen de España con el título de visitar Santuarios Extranjeros. Mas los que de otras Naciones vienen a España con este título son tantos, que a veces se pueden contar por enjambres, y abultan en los caminos poco menos que las tropas de Gallegos que van a Castilla a la siega.

12. La desigualdad que se nota entre la Nación Española, y las demás donde reina el Catolicismo, tocante a este punto, motiva luego un reparo sobre la materia. Es cierto que no son los Españoles menos piadosos, religiosos, y devotos, que Franceses, Italianos, [103] Alemanes, Flamencos, y Polacos; pero se sabe que son menos curiosos, y andariegos. Esta advertencia funda la sospecha de que la frecuencia de los Extranjeros a los Santuarios de nuestra Nación, y de otras, no nace por la mayor parte de verdadera piedad, sino de un espíritu vagante, y deseo de ver mundo.

13. Tengo presente, que entre las muchas revelaciones con que favoreció la singular ternura del Amor Divino a mi gloriosísima Madre, y admirable Virgen Santa Gertrudis la Magna, hay una en que Dios la manifestó el especial motivo que tenía para ilustrar el sepulcro del Apóstol Santiago con la frecuencia de los Peregrinos, más que a los de otros Apóstoles. Mas como vemos que no sólo es grandísimo el concurso de los Extranjeros a Santiago, mas también es muy grande, y con grande exceso sobre los Españoles, su frecuencia a los Santuarios de otras Naciones, sin negar la parte que en semejantes peregrinaciones puede tener la inspiración divina, se hace como preciso dejar otra gran parte a la curiosidad humana.

14. Las observaciones que sobre esta materia hemos hecho, parece que no dejan lugar a la duda. Sábese de algunos Extranjeros, que con el pretexto de ir ó volver de Santiago, se están dando vueltas por España casi toda la vida. Vi en esta Ciudad de Oviedo un Flamenquillo de catorce ó quince años, natural de Lila, de admirable viveza de ingenio, y bien cultivado; pues era buen Latino, mediano Filósofo, hablaba razonablemente la Lengua Francesa, y lo bastante para explicarse la Italiana, y la Española. Decía éste, que pasaba a Santiago con el motivo de voto que había hecho en una grave enfermedad. Como me constase que era pobre, tanto movido de la piedad como prendado de su espíritu, le ofrecí sustentarle y darle estudios en esta Universidad de Oviedo. Aceptó el muchacho para la vuelta de su peregrinación. Pero no volvió a Oviedo hasta ahora, y dudo haya vuelto a su País. Por lo menos tres años después le he visto [104] hecho vagamundo en otro Lugar, donde él mismo, transitando yo por una calle, me conoció y llegó a hablarme. Hago memoria de este suceso, no por singular, sino porque me lo estampó más en la memoria el dolor de ver perdida una bella habilidad, por la pasión desordenada de la tuna. En lo demás puedo decir que he notado bastantes ejemplares de Extranjeros que con la capa de devotos Peregrinos son verdaderos tunantes, que de una parte a otra, sin salir de España y sin piedad alguna, se sustentan a cuenta de la piedad ajena.

15. Aumenta mucho la presunción del gran número que hay de tunantes con capa de Peregrinos, el que los que acá vemos con el pretexto de ir a Santiago, comúnmente dan noticias individuales de otras Santuarios de la Cristiandad, donde dicen que han estado: y visitar tantos Santuarios, para devoción es mucho: para curiosidad y vagamundería, nada sobra. Quiero decir, que haya uno u otro, que únicamente con el fin de hacer a Dios ese agradable sacrificio, quieran dedicar una buena porción de su vida a las peregrinaciones sagradas, muy bien lo creo; pero que sean tantos, se me hace sumamente difícil; y mucho más el que Dios excite tan frecuentemente con su gracia a esta obra de piedad a los Extranjeros, y tan pocas veces a los Españoles, siendo estos no menos, antes más adictos al culto y actos de Religión (creo que sin injuria puedo decirlo), que otras algunas Naciones de la Cristiandad.

16. Es cierto, que cualquiera interés de Dios debe preponderar a todas nuestras conveniencias: y así debiéramos dar por bien empleado cuanto consume España en limosnas para sustentar tantos forasteros, si estos viniesen con verdadero espíritu de devoción a visitar nuestros Santuarios. Pero si la piedad Española, a vuelta de cuarenta o cincuenta votos, sustenta millaradas de tunantes, es bien lamentar el dispendio temporal que en esto padece nuestra Nación. [105]

17. Y no se piense que este abuso esté adicto a nuestro siglo, de modo que en alguno de los antecedentes no se haya observado el mismo, y procurado remediar. El Canon decimosexto del Concilio Salegunstadiense, celebrado el año 1022, ordena, que nadie vaya a Roma en peregrinación sin licencia del Ordinario: Nullus Roman eat sine licentia sui Episcopi, vel ejus Vicarii. Sin duda que ya entonces se había experimentado un grande abuso, y digno de la aplicación del remedio. ¿Qué mucho, pues, que en nuestro siglo lloremos el mismo mal, y solicitemos, si es posible, la cura? Si a alguno pareciere que en esta invectiva contra las Peregrinaciones hemos excedido de lo justo, le pondremos delante la sentencia del gravísimo Autor del libro de Imitationes Christi (ora sea Tomás de Kempis, ora, como sienten otros con gran probabilidad, nuestro Abad Gerson) Qui multum peregrinantur, rarò sanctificantur {(a) Lib. 1. cap. 3}. Los que peregrinan mucho, rara vez se ponen en estado de gracia.

§. IV

18. Pero el inconveniente que hay en esta especie de peregrinación, es casi de ninguna monta en la comparación de los que se observan en la otra especie de las que llamamos Romerías. Con horror entra la pluma en esta materia. Sólo quien no haya asistido alguna vez a aquellos concursos, dejará de ser testigo de las innumerables relajaciones que se cometen en ellos. Ya no se disfraza allí el vicio con capa de piedad: en su propio traje triunfa la disolución. Coloquios desenvueltos de uno a otro sexo, rencillas, y borracheras son el principio, medio, y fin de las Romerías. Eso se hace, porque a eso se va. A la reserva de poquísimos, puede decirse, que la más inocente intención que se halla en tales concursos, es la de los que acuden a ellos sólo por ver, ó por ser vistos. Aún el que va con algo de devoción recoge el espíritu muy de [106] paso en el Templo, y le desahoga muy de intento en el atrio. Las resultas aún son peores que los antecedentes. Allí nacen deseos, que después pasan a ejecuciones. Todas las circunstancias conspiran a hermosear el objeto, y a avivar el apetito. La alegría es el retoque más bello que tiene la naturaleza para los colores de un rostro, y de parte del que la contempla es la disposición más eficaz para que haga fuerza su atractivo. A que se añade, que como la tristeza en todo finge peligros, la festiva constitución del ánimo representa desarmados de inconvenientes los mismos riesgos. Todo es fiesta en la fiesta. Todo es jovialidad en la Romería. En las conversaciones, pretextando el regocijo, se pasa la raya de la decencia. Habla la lengua más de lo que dicta la razón, y los ojos hablan algo más que la lengua. Hácese generoso el más mezquino: promete con largueza el que no tiene que dar aún con escasez. Todo se cree, porque el distraimiento del espíritu estorba toda cuerda reflexión. A la sombra del bullicio crece en un sexo el atrevimiento, y en otro la confianza. Menos máquinas bastan para derribar muros, que a veces caen a soplos. Oculta después la noche las consecuencias del día; y no pocas veces descubre el discurso de muchos días lo mismo que ocultó aquella noche.

19. Este es el plazo en que se cumple aquella amenaza divina, estampada con la pluma del Profeta Malaquías: Dispergam super vultum vestrum stercus solemnitatum vestrarum. Sobre vuestro mismo rostro esparciré el estiércol de vuestras solemnidades {(a) Malach. cap. 2}. ¿Qué son sino estiércol, inmundicia, abominación, eso que se llama solemnidad, fiesta, Romería? ¿Qué son sino torpes cultos al ídolo de Venus, en vez de devotos obsequios a Dios, y a sus Santos? Y al fin, ese estiércol, ¡a cuántas desdichadas les sale a la cara pasados algunos meses! Yo no hice, ni pude hacer observación alguna sobre esta materia. Pero por relación de algunos Eclesiásticos [107] que la hicieron, colijo que las Romerías son como unos cometas de larga cola: hoy lucimiento, mañana estrago.

20. Mas no todos los cultos se los lleva en estas solemnidades el ídolo de Venus: también hay víctima para el de Marte, y muy frecuentemente ocasionadas estas de aquellos, en que asimismo tiene su influjo Baco para uno y otro. Parécense estas fiestas a las que la fábula representa en las bodas de Piritoo, y Hipodamia, donde en vez de luminarias festivas ardieron tres llamas funestas. La del vino encendido en los Centauros convidados; la de la concupiscencia; y la de la concupiscencia suscitó entre Centauros, y Lapitas la de la ira. Así se terminan estas como aquella. Tienen por una parte visos de Comedias, donde logran su fin los galanteos; y por otra de Entremés, donde los gracejos paran en palos: Tantum Religio potuit suadere malorum? Lucret.

§. V

21. Este es el fruto espiritual que se saca de las Romerías: esta la ganancia que Dios tiene en estos cultos. ¿Mas qué remedio? ¿Que se quiten enteramente? No me atrevo a proponerlo; porque las reformas extremas, que por precaver los abusos quieren no sólo cortar las ramas viciosas mas también arrancar las raíces, suelen tener gravísimos inconvenientes. ¿Que se permita a la frecuencia del concurso no más que la mitad del día, hasta concluir la Misa solemne? Creo que será muchas veces impracticable. Sólo dos expedientes cómodos me ocurren. El uno, que como en Madrid asiste un Alcalde de Corte a las Comedias, para las Romerías se diputase un Ministro de Justicia con especial comisión de velar a atajar todo género de desórdenes. El otro, que se prohibiese con proporcionadas penas el que concurriese alguna mujer joven, que no fuese acompañada ó del padre, ó del hermano, ó del marido; ó por lo menos de algún pariente cuyo respeto la sirviese de preservativo, con la precisión [108] de no faltar jamás de su lado. Pero en este último se debe prevenir, ó que sea mucha la proximidad de la sangre, ó mucha la distancia de la edad. De otro modo se puede dar en Seyla, huyendo de Caribdis, y resultar del remedio más grave enfermedad.

22. Usando de estas precauciones, se podrá lograr juntamente con el culto de los Santos una honesta diversión, nada reñida con aquel acto de virtud: Non enim (digo con el Nazianceno orat. 44. in. S. Pentec.) animi relaxationem interdictam volo, sed coèrceo petulantiam. No la recreación, sino la disolución es la que mancha las solemnidades. Antes la modesta alegría se puede decir que es parte del culto. San Gregorio el Grande permite, que haciendo de tejidos ramos apacibles tiendas de campaña junto al Santuario mismo, con sobrios convites se celebre en ellos la fiesta: Tabernacula sibi circa easdem Ecclesias de ramis arborum faciant, & religiosis conviviis solemnitatem celebrent {(a) Lib. 9. epist. 71}. Y añade luego, que es conveniente mezclar a los espíritus débiles con los actos de Religión exteriores regocijos, porque el entretenimiento les facilite la aplicación a la piedad: Ut dum eis aliqua gaudia exterius reservantur, ad interior a gaudia consentire facilius valeant. Esto es poner las cosas en el debido punto. No está la alegría mal avenida con la virtud. Los que sólo predican una devoción, ó toda asperezas, ó toda melindres, no logran otra cosa que desviar los ánimos de aquello mismo a que quieren atraerlos. Deben señalarse con puntualidad los confines a la virtud, y al vicio, de modo que ni a aquella se le corte algún espacio a sus naturales ensanches, ni se extienda de modo que pase a ajenos límites.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 98-108.}