Biblioteca Feijoniana del Proyecto Filosofía en español
 

Diego de Torres Villarroel, Entierro del Juicio Final y vivificación de la Astrología, Madrid 1727[ Diego de Torres Villarroel ]

Entierro del Juicio Final,
y vivificación de la Astrología,
herida con tres Llagas,
en lo Natural, Moral, y Político;
y curada con tres Parches.

Parche primero.
La Astrología es buena, y cierta en lo Natural.
Parche segundo.
La Astrología es verdadera, y segura en lo Moral.
Parche tercero.
La Astrología es útil, y provechosa en lo Político.

Compuesto por don Diego de Torres,
Catedrático de Matemáticas, &c.
Dedicado al Excmo. Señor Marqués
de Santa Cruz y Bayona, &c. mi Señor.

Con Licencia: En Madrid, en la Imprenta de
Antonio Marín, año de 1727.
Se hallará en Casa de Juan de Moya, frente de San Felipe.

 

Al Excmo. Señor Don Álvaro Bazán,
Benavides, Pimentel, Velasco y Ayala, Hosterliq y Cárdenas.
Marqués de Santa Cruz, y de Bayona, Señor de las Villas del Viso, y Valdepeñas,
Alcaide Perpetuo de las Fortalezas de Gibraltar y Fiñana, &c.

Excmo. Señor.

Quemar hediondeces en el templo donde sólo deben ser pavesas las Aromas, es burlarse del ídolo: Encender asquerosas resinas en el sagrado donde se consumen los inciensos, es ahumar la imagen: Lisonjear con blasfemias a la Deidad, es el más exquisito estudio de ultrajarla; y en fin (Señor Excmo.) dedicar sátiras a un Príncipe (perdone V. Exc. el Castellano) es ensuciar el Ara, y escupir en el Altar: Al siempre venerado templo de V. Exc. Se acoge hoy Martínez; y cuando debiera salpicarse con medrosos afectos, lo mancha con atrevidas injurias: y sacrilego ofrece por víctimas, ponzoñas; por cultos, dicterios; [iv] por sacrificios, escándalos; y derrama la sangre de su cólera, cuando debiera verter el más puro nectar de su veneración. Hirióme Martínez en la honra, y delincuente se refugia al sagrado: válgale mil veces en la hora buena, si cobarde arrepentido huye del justo rigor de la venganza; pero lleva a su delito en hábito de culto, para que la justificación de V. Exc. Lo esfuerce, patrocine y abrace, es la más bárbara irreverencia que ha inventado la obstinación; pues además de irritar a V. Exc. al injusto enojo de mi humildad, le hace cómplice en las ruinas de mi estimación. No siento tus rabiosas mordeduras (que a estas sabrá sanar la admirable Cirugía de mi desprecio) sólo me triza el corazón, que hombre de tal casta de coraje, afirme, y aun se firme Criado de V. Exc. cuando no ignora el mundo, que se ha dejado servir de Varones esclarecidos en todo linaje de virtudes, empezando sus lucimientos desde la limpieza de sus cunas, hasta la gloria de sus mortajas.

Agresor, y herido (raras veces sucede) estamos, señor Excmo. en un mismo refugio; Martínez se adelantó a hacer tributo de una ofensa; y yo vengo a hacer galantería de la llaga: note V. Exc. nuestras disposiciones, y sentencie en la pureza de los sacrificios; él buscó a V. Exc. para agravios, y yo le solicito para rendimientos; él para adularle con falsas ignominias, y yo para rendir en mis desvelos mi voluntad; él convida a V. Exc. a un enojo, y yo le galanteo a una piedad; él se retira de miedo al sagrado, y a mí me arrastra el interés sólo de una voluntaria servidumbre; él ofrece en un libelo repetidas sátiras, y yo sacrificaré en mis discursos sólidos desengaños; y para que no pueda la humana malicia torcer mis justas defensas a desenfados de la pluma, ante V. Exc. protesto no hablar con Martínez, sí sólo rechazaré en mis Problemas la bárbara cultura de sus voces, tan hijas de su coraje, como hermanas de sus obligaciones; dictaré mis discursos con limpieza y huiré de todo rasgo, que pueda equivocarse con sus costumbres; llévese la palma de lo satírico Martínez, que yo le buscaré en los puntos de su profesión; y pues tenemos madera cortada para elevar famosas torres, apartemos de nosotros las flacas materias, que arruinan al alma, y eternizan los tormentos, y trabájese en el templo de nuestra fama la más plausible duración; pero antes permítaseme justificar mi queja, para que considerada mi abstracción, y su arrojo, a mí me disimule [v] V. Exc. esta osadía, y a él le perdone; y aún se lastime de su loca presunción.

Aquellos trabajos que debieran ser públicos intereses del provecho común, los hace Martínez privados méritos de su condenación; inventa sátiras, y destruye Ciencias; a las Doctrinas les basta ser ajenas, para ser objetos de su envidiosa pluma; y así, sólo busca Retóricas para elevar malicias, y descuartizar elegancias: camino es de hallar Lectores, porque regularmente se complace el más modesto individuo, cuando escucha desprecios de otro; pero también es el modo de no tener secuaces, pues repasados del escarmiento, la misma inclinación que los oye, los abominia, que estos son gajes del mal, ser aborrecido aun de la misma voluntad que lo abraza. Urón ambicioso es Martínez de todos los modestos Escritores: urga en los más remotos senos de sus escritos; y cuando no puede su codicia hallar presa, se agarra de una paja, y en pública campiña hace ostentación de inútiles destrozos: escribió el discretísimo Porras un Arte Anatómico, en que ganó la veneración de los Doctos, y el universal cariño de los aplicados; y envidioso Martínez de sus lucimientos, lo intentó obscurecer con las tinieblas de sus funestas noches: tanto enojo a la modestia del Doctor Araujo, que desde las permisiones de la pluma, se arrojó a lo prohibido de un leño, y en este linaje de Religión Escolástica, y Política no ha dejado virtud sin azote, ni vicio sin séquito; ¡raro hombre! Nada sigue, y todo lo persigue: metido a Autor, sin más secta, ni rumbo que su capricho, tan mudable, y tan antojadizo, que se muda dos veces opinión limpia en la semana, como camisa, que para Médico es admirable condición. ¡Ah pobres vidas de mis próximos! Hoy (Excmo. mío) también escribe contra mí, ayudado de otros diez Anónimos, sin más motivo que acreditar las tareas de un Religioso desocupado, que reñido con las estrecheces del silencio, tiene en gritos al Orbe literario, en cuestión los ingenios, en borrascas los discursos, y en pendencias, y pleitos los ánimos; y me saca al teatro del mundo, cuando yo vivía con otra quietud, mortificando las alegrías del natural; ¡pues válgame Dios! Dice Martínez a V. Exc. en su Dedicatoria, que tiene causas para escribir contra mí: ¿Es causa vivir retirado a mi obligación? ¿Es motivo no deberme aquel buen Padre, ni este mal hijo, la más leve memoria, ni contradicción por boca ni pluma a sus [vi] discursos críticos? Sí, me responde la herida prudencia, que en la condición de un vano locuaz, es sobrada impaciencia ver en otro las religiosas mordazas del retiro.

Válese Martínez de aquellas vulgares satirillas, que en las Aulas del pasatiempo vomitó el Poblacho para deslucir profesiones, sin que se haya reservado de esta despreciada mordacidad, ni lo sagrado de la Teología; y con estas vulgaridades, reídas de la necia sencillez, y lloradas de la prudencia, procura que se destierre como perniciosa la más demostrativa y grave de las Ciencias, a quien han seguido, y venerado infinitos Doctores Santos de la Iglesia; pero esto es por huir la cara, y esconder la conciencia para que no le arrojen los mentís que le da la Astronomía a sus curaciones, procurando contra Santo Tomás, San Agustín, San Ambrosio, San Alberto y toda la turba de Filósofos y Médicos Cristianos persuadir que se puedan practicar sin conocimiento de tiempos e influjos las medicinas; pero vamos ahora (señor Excmo.) con verdad apurando lo falible de su ciencia, y lo menos peligroso de la mía, sin salirnos de la sátira que hace a mis Pronósticos.

En toda casta de letras se escuchan los truenos de los ignorantes, pues teniendo las Ciencias principios evidentes, al continuar discursos demostrativos, acontecen varios defectos, ya de parte de la materia, ya de parte de la forma, y errando muchas veces el camino que guía a la verdad oculta, sale cada hombre eligiendo la senda que le parece, y esta es la variedad de opiniones, a que están sujetas las facultades, y la cruz en que se atormentan los ingenios; y en todo problema está el entendimiento descolorido, temblando de miedo, y asido de dos proposiciones, recelándose, que el vendaval de un silogismo le derribe el andamio en que se mantiene; y si se satisface de tener fijo su pie, más es en las verdades de la Práctica, que en las filoterías de la Teórica, que ésta sólo sirve de engaitar la razón: así la llaman los Doctos, illuminatio sensus; pero la otra aclara del todo las dudas, y derriba los miedos: pues aquella ciencia que convence con más demostraciones las rebeldías del entendimiento, será la más útil, la más cierta, y la más noble. Pues al asunto: Martínez se ha empeñado en apuntar las falibilidades de mis Pronósticos, estoy contento: prácticos somos uno, y otro en nuestras Profesiones; cuide de mis mentiras, que yo desde hoy [vii] me dedico a formar una lista de sus muertos; y cuando por cada error de un nublado no me pueda dar diez difuntos encima, (quedándose con los que hubiese menester para pasar el año) pierdo mi fama, mi opinión y cuanto soy, y pueda adquirir; y dejemos aparte lo que él malogra en sus desaciertos, que son muchas vidas, que a los míos debe estar agradecido el mundo, pues si doy unos falsos truenos, bien merezco el perdón de haberlos errado, por el gusto de no haberlos oído: sigamos cada loco su tema, él a esperar mis lluvias, y yo a reconocer sus enfermos; y en el Proto Medicato, en el Consejo, o en la Universidad, ajustaremos cuentas cada mes, y allí sabremos si estos errores nacen de nuestras Ciencias, o de nuestras ignorancias; y en tanto que la Cristiana consideración llora sus estragos, y el prudente juicio desprecia mis desahogos, se formará cartapacio nuevo, ya que no pueda ser vida nueva.

Deme Dios sufrimiento para conformarme con esta injuria, y valor para contener las lágrimas que envía el corazón a mis ojos, deshecho en pedazos, de la memoria, que del malogrado Angel; y Rey nuestro Luis Primero, hace este mármol satírico. Dice, que se me debía castigar porque pronostiqué la nunca bien llorada muerte del que hoy está Coronado de Vida: permítame V. Exc. apartarme este rato para hablar a Martínez: Dime, hombre, ¿es lo mismo pronosticar una muerte que desearla? No, porque viven muy distantes los deseos de las conjeturas; ¿pues con qué alma haces delitos los discursos? ¿Cuándo tú deshaucias a una enfermoe, sea Rey, Príncipe, o pobre, debes ser castigado? Tampoco; porque estos sucesos los pronosticas en virtud de los principios médicos: Pues si con estos fundamentos de tus Libros Médicos (sin valerme de los Astrólogos, como te probaré) desahucio, y pronostico su muerte, ¿debo ser reprehendido? Menos: antes me hago digno del premio (pues enseñándonos la Fe lo mortal, ¿qué más puede desear el hombre, sea el que fuere, que tener quien le prevenga los futuros peligros para evitarlos?) ¿Pues cómo acusa su depravada intención aquello mismo, que en conciencia estás obligado a prevenir, pronosticar, saber y luego evitar? Válgame para tu confusión, y mi defensa, tu ejemplo: yo pronostiqué la muerte del malogrado Luis, y la desgracia fue, que murió: el celo de los Físicos de su Cámara, su ciencia y buena aplicación (aun con el aviso de [viii] la Astrología) acudió a remediar el libro de su vida, que se descuadernaba: pregunto, ¿le curaron? ¿Le dieron la vida? No; ¿pues quién acertó? ¿El Astrólogo, que lo previno un año antes, o el Médico, que no lo acertó nunca? ¡Ay Excmo. Señor mío! Conocida está la dañada intención de Martínez, desentierra las frías cenizas del hermoso cadáver, para instrumento de su grosera saña: a mí me finge un cruel delito, porque fue lastimoso el acierto; a los doctos Médicos de su Cámara les da un sonrojo en lo que no fue posible el remedio o quiere calificar de corto su cuidado, porque faltó a aquella lástima su prevención, y a lo menos despierta la memoria del ignorante vulgo, para que vuelva a disparar las voces, que entonces arrojó contra la inocencia de sus doctos Asistentes: Vuélvome a V. Exc. y le suplico, que me oiga los experimentados preceptos con que la docta Medicina previene, y alcanza estos futuros, que blasfema Martínez, porque los ignora, que como no ha estudiado el Arte de curar, sino el de emplastar, le cogen muy de susto estas noticias.

Crió Dios en el principio a la Tierra, y al Cielo, y perficionó esta grande obra en seis días; y al séptimo (digámoslo así) se echó a dormir, Séptimo autem die requievit, y todas las causas criadas segundas, empezaron desde este día a obrar por sí, y poner en ejercicio aquellas virtudes comunicadas por su Criador; y esto me parece a mí, siguiendo el parecer de todos los Sabios, que es la causa porque la naturaleza se exalta; y hace mayores alteraciones en los números impares, como son el siete, nueve, veintiuno, &c. todos los doctos confiesan, y temen los influjos de los Astros; y además del calor, y luz, que Martínez concede (y hace demasiado) les confiesan especial virtud para mantener, producir, y figurar a este mundo de inferiores: esto es indubitable, pero vamos con el gusto de Martínez, y por ahora no haya influjos; pero es certísimo, que hay en los cuerpos, en el Cielo, o en el aire un Duende, que este brinca, y saca la cabeza en este número de días, y explica sus fuerzas en el siete, veintiuno, &c. v.gr. en los tabardillos, enfermedades agudas, y exacte peragudas, las mayores alteraciones, y batallas de la enfermedad, y la naturaleza, son al siete, veintiuno, &c. y de estos días hace sus Pronósticos el bueno o el mal Médico; pues del mismo modo, la vida toda del hombre (enfermedad de [ix] muerte desde el punto del nacer) padece estas alteraciones y mudanzas, como consta de todos los Libros Médicos, pues la dividen primero en cuatro edades, repartidas por estos mismos números; y a la entrada de ellos, teme la prudente Filosofía estos sacudimientos, que hace la naturaleza de una complexión, para entrar en otra; y después divide los años de las cuatro edades en Climatéricos, Hebdomáticos, y Eneáticos; (v.gr.) el año 7. 21. 35. 49. 63. &c. El año 9. 18. 27. 36. 45. &c. y en esta distinción, nos aseguran en sus mudanzas violentas los peligros, y cada día se hace por la experiencia más creíble esta doctrina: Pues si este Duende influjo, o lo que Martínez quisiere, hace mover a la naturaleza del hombre (de quien vamos hablando) en estos números observados por sus Autores, y Libros, y de estos pronostica su ciencia, la vida, o la muerte del enfermo; ¿por qué razón no se ha de pronosticar también la enfermedad futura, cuando su ciencia y mi experiencia me grita estas alteraciones a la mudanza de una edad, y una complexión, a otra, y cuando un mismo Duende domina en el estado enfermo, y en el sano? Y en uno, y otro se mueve la naturaleza por estos números. Y esta, señor Excmo. , es observación, que ninguno la puede negar, porque tiene contra lo falible de sus discursos, la demostración de muchos ojos; y si esta doctrina es falsa, culpe, y escriba contra sus Libros; y si por sólo Pronóstico se debe desterrar, vayan fuera todas las Profesiones y Ciencias, pues todas son la misma conjetura: de esta, y la otra señal, conjetura el Legista el reo, y el inocente: de la unión de causas naturales, pronostica saludes, y muertes la medicina; y esta parte pronostica, tanto en el estado sano, como en el enfermo: es la más esencial, y la más encargada que tienen los Médicos, y en todas las Universidades se mantiene una Cátedra de Pronósticos, y en esta Insignísima de Salamanca, desde que se fundó, se estudia en ella con tanta aplicación, y cuidado, que para obligar a los Cursantes Médicos que la asistan, no les pasan sus Cursos, ni pueden arribar a sus Grados, sin un año a lo menos de asistencia, estudio y aprobación de sus Maestros; pero Martínez sabe más que todas las Universidades y el estudio en donde no hay esta Cátedra; y si la hay, la despreció, y en parte hizo bien, que para ser Médico emplastativo, demasiado sabe; que el mayor mal que le puede suceder es ser ignorante en esta vida, y [x] condenado en la otra: (no se escandalice V. Exc.) que mi intención es probarlo, en todo Médico que desprecia como inútil lo más glorioso, y preciso de su Arte.

Concluye a Martínez el último párrafo de la indecorosa Dedicatoria que hace a V. Exc. diciendo, que se destierren los Pronósticos, y que sólo se permita un Lunario, y Calendario. Algo le han hecho, cuando tan mal los quiere: Sí señor, que sólo quiere Martínez matar sin testigos, y como tiene tantos ojos la Astrología, y desentierra los errores que él oculta, desea ser delincuente sin mirones; en los Pronósticos trabajamos como Filósofos, Astrónomos y Médicos: en esta forma las Lunas, Eclipses, Aspectos, y toda la demostración de los Cielos (parte que no tienen las demás Ciencias) la formamos en virtud de principios evidentes, infalibles, Matemáticos: las lluvias, truenos, granizos, terremotos, inundaciones, y pestes, a éstas nos las enseña a conocer la Filosofía, discurriendo por los movimientos del ente natural estas alteraciones, y a esta parte llaman los que la ignoran, como Martínez, Astrología por mal nombre, y esta Filosofía pronostica de causas naturales; es tan buena, tan santa, y tan sin perjuicio, que hay muchos Santos Padres que la han profesado; la parte de las enfermedades la trabajamos como Médicos, y estos principios nos los presta Galeno, e Hipócrates, que los dejaron escritos, y observados, y tan encargados, que a los que los ignoran, los llaman sepultureros, homicidas, y ciegos; y habiendo conocido el lamentable estado de la Medicina, se han encargado los Astrólogos de poner por las estaciones del año, las enfermedades que ocasionan sus entradas, y movimientos, y estas trasladadas de sus Libros; y al mismo tiempo la administración de las medicinas, arreglado todo a sus preceptos, pues la Astrología o Astronomía (como Martínez quisiere) no trata de tales juicios, ni tiene más objeto que el Cielo: luego si el poner cólicos, tabardillos, purga, sangra, &c. es delito, ahorquen a los Médicos, y quemen sus Libros, que los nuestros no nos enseñan más que una celestial contemplación de las Estrellas: y en fin, estudien ellos lo que tienen obligación, y nos ahorrarán este trabajo; y entre tanto, permítasenos ponerles sus defectos al rostro, para que avergonzados de sus errores, vivan con más cuidado, y sepan que nuestras vidas valen mucho, y para su conservación, [xi] no se deben omitir, ni aun aquellas nimiedades que pica en ridiculez de los discursos: en los demás sucesos del acredita mi Religión indignamente, pues no me habrá visto salir de las clausuras naturales a la adivinación supersticiosa ni en mis Escritos hallará proposición que no esté arreglada al Arte, y a la naturaleza; y si no, que le diga él a V.Exc. si en algún tiempo me ha encontrado revolviendo las Pepitas de las Manzanas, que cuelgan en los Árboles de Peral villo, o si me oyó consultar a las ferventes palpitaciones de las entrañas de los animales muertos. O si tuve por soplonas a las aves. O si al libre albedrío le amarré con las cadenas del influjo. Que yo deseara saber, si respondí, que sí, las enfermedades de los Príncipes, Reyes o Sastres, Albañiles, o de otro cualquier hombre, de quien yo sepa la edad, la pronosticaré, (sin saltar a mi sagrada Religión, pues por lo dicho en el párrafo antecedente, conjeturaré en las alteraciones de su naturaleza, su enfermedad; y una vez enfermo, pronosticaré su vida, o muerte, como Médico, como hacen, y deben hacer todos; y el que lo desprecia, es idiota, temerario, e indigno de profesar el permitido Arte de la Medicina: Y en fin, para responder a cualquiera objeción de mis escritos (como esta se escriba como Dios manda, sin disterios contra la persona) estoy pronto a satisfacer en cualquier Tribunal; y pues el más grave, discreto y religoso de la Santa Inquisición ha dejado correr mis Pronósticos, es mucha osadía de Martínez quererlos desterrar, pues así maltrata al celo, vigilancia y santidad de aquel Cónclave, quien por tantos siglos les ha concedido libre paso; y discurro, que más sabrá la Inquisición, que Martínez. En la Corte de Roma, y por toda la Italia, y aun acá, llegan todos los años Pronósticos, y los Sumos Pontífices son Católicos Cristianos, por la gracia de Dios, y pues los sufren, consienten, y gastan, déjelos Martínez; y crea, que yo soy más escrupuloso, que él (que por eso no me he puesto a Médico) y si hallara cosa de las que prohiben las Bulas de los Santos Padres, no la pusiera en donde su torcida intención la trabucara; y los Pronósticos van al Real Consejo de Castilla, y a la Censura de los Sabios; y es locura, que presuma Martínez saber [xii] más que los Sumos Pontífices, Consejeros e Inquisidores; y si tiene alma, debe delatarse ante su Tribunal de estos testimonios, pues en su Papel me hace Profesor de lo prohibido, cuando soy el que más me he burlado de los supersticiosos delirios; y para crédito de esta verdad, y del desprecio con que yo me he reído aun de los juicios permitidos, lea a mis Prólogos; y últimamente, la respuesta al Sarrabal de Milán, en mi Correo del otro Mundo, en donde digo estas palabras: No nos creamos oráculos, que hablando para los dos, todo lo que V.md. puso en Sistema de Guerras, en Aries; muertes de Potentados, en Leo; discursos de Cometas, en Piscis; ruinas de casas viejas, en Escorpio; desteta niños, compra, ve a caza, &c. Pues si esto digo yo de lo que nos sufren, mal puedo abrazar lo vedado, y sin fundamento supersticioso.

V. Exc. hará un gran servicio a Dios, y notable caridad al prójimo, en mandar a Martínez que estudie el cumplimiento de su obligación, que no es vida de Médico, gastar las horas en escribir sandeces tan inútiles, que además de hacerse irrisible, pierde de todos modos sus enfermos; que se deje de negar influencias; que crea que hay Mercurio, Saturno, Marte y Venus, que así los llama Santo Tomás de Aquino, aquel Ángel de las Escuelas, y concede los influjos en estas Estrellas, y en todas; y para que lo crea, póngale V. Exc. ante los ojos sus palabras, que son estas: Habent enim aliae stellae specialem effectum in aliquibus elementis, sicut sphera Solis in auq est effectus caloris, & est nata movere ignem, & sphera Lunae est nata movere aquam, sicut ad sensum patet; aliae autem spherae quinque Planetarum moveare aerem, & ideo aer tot a diversis motibus movetur: est enim in aere frigus congelativum ex sphera Saturni, & aestus ex sphera Martis, &c. Buena pone el Santo a la adulación de Martínez, que dice, que no hay más Astros que los Reyes, y Príncipes de la tierra; y para que estudie otras Doctrinas que él niega, se le puede atormentar con el mismo Ángel Doctor de Defectibus Syderum, lib. I. de Generatione, & corruptio, lect. 24. ¿Pero a él que se le dará que lo diga toda la Corte del Cielo? [xiii]

Santo mío, Astrólogo de mi alma, niegue todo el mundo las Estrellas, y sus influjos, que aunque yo no las viera, sólo porque Vos lo decís las contemplara. Martínez los niega; y si yo me hallara en su sexo, no admitiendo influjos, negara también los Cielos, y dijera que Dios los había creado inútilmente; pues si en su sentir (así lo dice) no hay más que luz y calor, estas necesidades las tenemos en nuestra tierra remediadas, pues contra las carantulas de la noche, tenemos entes que lucen, y calientan; y en encendiendo un pajar, no necesitamos al Sol: tengo respondido a lo nuevo de sus delirios; las demás objeciones contra la Astrología, están bien respondidas por el Padre Causino en su Corte Santa, lib. 3 tom. 4 y en otros Autores, de donde hurtó Martín los argumentos, y pudiera haberse valido de sus soluciones; la idea es la que yo puse en el Correo del otro Mundo; con la diferencia que él finge hablar los muertos con los vivos, y yo soñé, que me escribieron los difuntos: con que ha sido tan liberal en su papel, que no tiene cosa suya, por esto, como porque nos despertaron mis dormidas travesuras sus sátiras, protesto a V. Exc. que había huido de responder; pero ya me grita la conciencia a que destruya ( en la manera posible a mi cortedad) las malas semillas de una maliciosa ignorancia, y a este fin he puesto las tres Conclusiones, cabezas de este Tratado: desearé que Martínez responda, y le daré las gracias de mi propia ruina, y entonces dedique a V. Exc. victorias, que le hagan digno de la inmortalidad, y no dicterios que le arrastren a la abominación.

Concluyo, Excmo. señor, y digo, que no he tenido la dicha de tratar a V. Exc. sólo si he debido a la fortuna haberle visto (pocas veces) por los vidrios de un coche; pero bástale a mi veneración haber vivido enamorado de la noticia para sacrificar a su nombre este trabajo; que los Héroes como V. Exc. nacieron para culto de pobres fatigas, con que puede perdonarme la falta del conocimiento, lo conocido de la autoridad; y últimamente, suplico a V. Exc. se acuerde de mí para mandarme, que es el interés que me hace falta y en todo tiempo pido a V. Exc. por mí, y por Martínez, disimulando en mí lo adelantado, y en Martínez lo atrevido: [xiv] prométome que sea así, que de la discreta piedad de V. Exc. bien se puede hacer este Pronóstico. Nuestro Señor de a V. Exc. larga vida, coronada de muchas felicidades. Salamanca, y Febrero 28 de 1727.

Excmo. Señor.
De V. Exc. su siervo afecto y fiel que le venera,
Diego de Torres. [xv]

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Censura del P. D. Manuel de Herrera y Barnuevo, Presbítero de los Clérigos Reglares.
M. P. S.

Luego que ví el orden de V. A. en que me manda censurar un Papel intitulado: Entierro del Juicio Final, y vivificación de la Astrología, su Autor Don Diego de Torres, Catedrático de Matemáticas, &c. entré receloso a leerle, temiendo hallar en él algo que disonase del dictámen de la recta conciencia, contra el precepto de Diliges proximum tuum sicut te ipsum, por haber sido estos días muy frecuente este trabajo en varios papeles; pero habiendo leído este con bastante cuidado, no hallo que contravenga a este precepto, ni tampoco que se oponga a nuestra Santa Fe, ni a las Regalías de su Majestad, sí solo se opone al Juicio Final del Doctor Martínez; pero como esta oposición sea sólo de juicios, pues no hago juicio que pase a las voluntades, soy de parecer se le puede dar la licencia que pide. Así lo siento, salvo &c. en esta Casa de Nuestra Señora del Favor, de Clérigos Reglares. Madrid y Marzo 4 de 1727.

Don Manuel de Herrera
y Barnuevo.
C. R. [xvi]

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Licencia del Consejo.

Don Baltasar de San Pedro Acevedo, Escribano de Cámara del Rey nuestro señor, y de Gobierno del Consejo: Certifico, que por los Señores de él se ha concedido licencia para poder imprimir este Papel, intitulado: Entierro del Juicio Final, y vivificación de la Astrología, su Autor Don Diego de Torres, Catedrático de Matemáticas, &c. y para que conste, doy la presente en Madrid a 6 de Marzo de 1727.

D. Baltasar de San Pedro
Acevedo.
[1]

 

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Introducción

Suelta la rienda a mi cuatralvo, y casi retraída el alma de los balcones del cuerpo, dándome un hartazgo de uñas, que es la ordinaria golosina de los pensativos, me iba una tarde del mes pasado hacia Salamanca, cuando me dio tres, o cuatro aldabadas ala puerta de la atención, la zampoña de unas narices, que se tocaban a mis espaldas, tan sonorosamente, que podía su música hombrear con cualquier relincho: volví la cara, y a poca distancia vi, que el que se las ordeñaba era un hombre con lo Licenciado a manchas, y lo Segador a remiendos; según la confusión de su parecer, y vestido, le presumí gañán de campanario: cobré las riendas y detuve un poco a mi cabalgaduro, para repasar desde más cerca al caminante adivinanza; llegamos a igualar, saludele, y al destocarse el sombrero, descubrió una cabeza tordilla, más cerrada que arcón de miserable, pues siquiera no le mereció a las amenazas de calvo un preámbulo de corona; derramábansele hasta las quijadas dos chorros de pelo engreído en tufos, autorizándole la barba una alcachofa de cerda, en vez de pera; traía puesta una ropilla de bayeta china, como perro, que tenía mucho de raso, por lo raído, y yo puedo jurar, que hasta entonces nunca había visto tafesán de lana; deba licencia para verla la abertura de un pardo gaván con cuatro o seis botones garrafales de a diez en libra.

Venía sobre la paciencia de un asno rucio, injerto en tortuga, y decano del senado pollino; las orejas eran marchitas, y tan grandes como dos hojas de lampazo; finalmente, el bueno del Sopón podía servir de País en la tienda de un Podador de barbas: Yo, por desterrar la melancolía, y acompañar el camino, le dije: Señor Licenciado silvestre, ¿por qué no le remanga usted las orejas al hermano borrico, o le coge una alforza para que no se las pise? Abrazo (dijo el Sopón) la segunda parte del consejo, [2] que aquí tengo el hilo; pero présteme usted su rocín, y me servirá de aguja: celebré dentro de mí la prontitud con que el Licenciado me rebatió la pelota; y díjele, perdone usted la pulla, que yo creí que todo el monte era alcornoque, persuadido a los informes del traje. Eso, señor hidalgo, (me respondió) es tomar el pulso en la manga de la camisa; poco sabe usted, si no sabe, que la fortuna hace a todos los días Carnestolendas; y como en estas salen los hombres en hábito de mujeres, y las mujeres en traje de hombres, también ella dispone y se ríe de ver que anden los ignorantes en traje de Sabios, y los Sabios en librea de ignorantes; y si usted forma su juicio con esos moldes, cometerá más erratas que una imprenta, pues a cada instante se mira la necedad en dos pies, y la Filosofía en cuatro.

Yo nací en una Aldea de la Armuña, y mis padres me enviaron a la Universidad de Salamanca; y como las Escuelas son Oficinas de Estatuario, donde los que entraron troncos, salen imágenes, pasé por el Zedazo de sus Aulas, y dejé allí la corteza de mi mal terruño: si bien a pesar de la solicitud de mis padres, y de mi aplicación estudiosa, me arrempujó la desgracia, y por varios rodeos di de hocicos en lo de Sacristán, que lo soy de una Villa, distante seis leguas de la Corte, a principios de la Alcarria, y aunque los que sirven de este oficio son primogénitos de la necedad, sacudiendo el polvo a los retablos, y no a los estantes, yo a vueltas de mis obligaciones, revuelvo los mamotretos de la Filosofía, y pardiez que no hay Escolar pedante, que pase por mi Aldeguela, que no lleve tres docenas de silogismos atravesados por las sienes; y apenas sale papel curioso en la Corte, que no remita un amigo, que tengo en ella, a mi Aduana, fuera de que yo la frecuento bastante, y ahora voy allá también.

Pregúntele, sólo por curiosidad: ¿Se puede saber a qué, señor Sacristán? Sí señor, (me respondió) he recibido una carta de Don Simón Sonatores, que es Sacristán de Alcobendas, muy estrecho amigo mío, en que me dice, y me encarga, que vaya con brevedad a la Corte, porque hay un Entierro muy suntuoso de una persona que ha muerto, y ha metido mucho ruido. Pues yo vengo de Madrid, (le dije) y no he oído decir quien sea. Díjome mi Sacristán: Pues señor, dicen que es la Astrología: [3] ¿La Astrolo qué? (preguntéle con gran risa) ¿Pues es fácil que se muera esa señora? Sí señor, (me replicó) que la ha muerto un Señor Juicio Final, y están convidados al Entierro muchísimos personajes de grande suposición, el Conde Juan Pico Mirandulano, el P. Alejandro de Angelis, Sixto Heminga, el P. Martín Delrio, Aulo Gelio, Favorino, Pitahon, Baglivio, Cicerón, el P. Feijoo, y otros muchos, como el Licenciado Brandalagas, un tal Pedro Fernández, y otra chusma de este modo. Yo dije, señor Sacristán, todos esos que Vmd. refiere, han querido en varios tiempos matar a la Astrología, y no han podido lograrlo; con que quisiera saber, quién ha sido este guapo que la ha muerto. Dícenme (me respondió el Licenciado) que ha sido el Doctor Don Martín Martínez, Médico Honorario de Familia de su Majestad, Examinador del Real Proto Medicato, Profesor público de Anatomía, Socio, y segunda vez Presidente de la Regia Sociedad Médico Química de Sevilla. Ríase Vmd. (le dije yo) de semejante delirio; pues lo que hombres eminentes no han podido conseguir, es chunga lo haya logrado un desdichado Doctor; eso lo dirán por ese papel que ha escrito llego de sofisterías, en que niega que haya influjos, y tiene a la Astrología por cosa supersticiosa; y cierto, que es este un hombre más indómito que las fieras, pues no hay viviente del Reino Vegetable, y Animal, que no sienta el poder especial de las Estrellas; y aun me acuerdo que en la Corte Santa del Padre Causino he leído, que llama brutos, y bestias a los que niegan la buena Astrología; con que qué discurriremos que será el que la aborrece.

Y aun el Divino Platón dice, que si Dios nos dio los ojos, fue para mirar al Cielo; y para este fin, dijo Poeta, que nos concedió Dios derecha la figura, a distinción de los brutos.

Pronaque cum spectent animalia caetera terram,
Os homini sublimi dedit, coelumque videre
Iussit, & erectos ad sidera tollere videre.

Pero volviendo a Causino, tengo en la memoria el Capítulo 9, que empieza: Casi nos prohiben todo el Cielo los que persiguen la Astrología, con más pertinacia, que razones;y en el § 3 del mismo Capítulo dice: Vergonzosa cosa será, que nosotros no observemos los efectos de las Estrellas, que las plantas sienten, y los mismos brutos conocen: la oliva, el olmo, el álamo blanco, nos enseñan el solsticio, y vuelven las hojas, mostrando lo velloso; el Lupino, o Altramuz, [4] va siguiendo al Sol que huye, sin torcer el tallo, siéndoles cada día reloj a los rústicos, que les indica las horas, aun en el día nublado... No es vergüenza, que los hombres ignoren lo que saben los sauces, &c. En el papel de Martín se percibe claramente una confusión de rotas noticias, porque él mezcla a las Artes supersticiosas, con las admitidas; todo lo trabuca, y lo baraja, y se conoce a la legua, que lo dictó el coraje, y no la erudición.

Todo eso, señor mío, (me respondió el Sacristán) puede ser que sea así; pero lo cierto es que la Astrología ha muerto, y yo la voy a enterrar, llamado de mi amigo Don Simón: verdad es, que ese Doctor no sabe Filosofía, pues cuando yo la estudié, me acuerdo, que en Fr. Antonio Goudin, en la 2 part. De su Física, q. 2. a 5. cuyo título es, de Causalitate Coelorum, dice estas palabras, por primera conclusión: Los Cielos, y especialmente los Astros, influyen con gran potencia en estos inferiores; y por decirlo mejor, los cuerpos sublunares no hacen sino es dependentemente de aquel influjo celeste; y por eso, si se quitase el influjo, cesarían las acciones de las cosas inferiores; y dice, que esto es de Santo Tomás, 1 p. q. 105. a. 3. Y en lo de Potentia, q. 5 a 8. Pero a esto dice Martínez, que querer ser como Dioses para saber lo venidero, fue la primer tentación de nuestra naturaleza.

Eso es falso (repliqué) en cuanto a la segunda Parte, porque el seréis como Dioses, Gen. 3 que dijo el demonio a Eva, no es lo proprio que anunciad lo que ha de suceder en adelante, y sabremos que sois Dioses, que dijo Isaías al cap. 41 (y no al 44 que cita Martínez al fol. 43 de su Papel) si no es que quiera Martínez, que el Profeta Isaías fuese el diablo que tentó a Eva, que entonces se compondrán los dos Textos. Sólto la carcajada mi compañero, y me dijo: Atroz es Vmd. esas son las que en mi Aldea se llaman pullas; pero no obstante todo eso, la Astrología ha muerto, y a manos de este Doctor, como otros muchos, y yo voy ahora al Entierro. Para ese Doctor, (le dije) días ha que está bien muerta; no obstante, yo no creo que haya muerto, y para desengañarme, he de ir con Vmd. que yo la tengo mucho cariño; y si acaso hubiere muerto, quiero asistir a sus Honras. Volví la rienda al cuatralvo, y en amor, y compañía del Sacristán, y el pollino, me volví a entrar en la Corte: preguntéle al Licenciado, adónde estaba el Entierro; y me dijo, aquí en la Calle del Carmen, esquina a la de los Negros, dicen [5] vive la Difunta; en casa de José Rodríguez de Escobar.

Entré, y vi a mi querida prenda amortajada en unos siete u ocho pliegos de papel, que no valían dos reales, tan falta estaba de luces, que sólo tenía una, que quiso adquirir sus lucimientos a costa de deslucir a otras luces, y ésta era de resina, mezclada con una tosca ignorancia: el blandón, o candelero en que ésta se mantenía, era de malicia torpe, dorado a trechos con una sofistería, que era más lo que brillaba, que los quilates de su oro; servíala a esta tan preciosa Perla de concha una caja cubierta de tela falsa, claveteada de mentiras: Al verla mi Sacristán, quedó muy desconsolado, porque llegó a persuadirle, que había echado mal lance, pues muera tan desvalida, daría cortos sufragios a Curas, y Sacristanes. Yo, o llevado del cariño, o acordándome de lo que me enseñó mi Maestro en Salamanca, acerca de la Fisonomía, mirándola bien la cara, levanté el grito, y dije a todo el noble congreso: Esta Dama no está muerta, y eso de enterrarla viva, es crueldad ignominiosa. Cómo que no, me respondió el P. Anglis, in libr. Adversus Astrolog. Padezca o tenga paciencia, y sea llevada al sepulcro, en donde otras adivinaciones, agüeros y sortilegios ya hieden a los mortales. Vuelvo a decir, (repliqué) que no está muerta esta Dama; y le dije al Sacristán, llámeme usted unos Médicos, que vean, y reconozcan si es muerte, o si es accidente, lo que tiene esta Señora.

Aquí está Sixto Heminga, me dijo Pedro Gasendo; mas reconociendo yo, que así el uno, como el otro eran muy interesados en que se diese por muerta a la Astrología, los recusé, y mucho más, observando que se reía el dicho Heminga, porque decía yo, no estar muerta: Volví a levantar el grio, y dije, ya he dicho, que no es difunta, y sobre eso, me harán sacar mi Montante. Traiganme aquí un par de Médicos, que miren esto despacio. Llegaron a las voces que yo daba Antonio Magino, Médico Bononiense, Cardano, y algunos otros, y me dijeron al oído, como para sosegarme, no crea usted que haya muerto: entre tanto mi Licenciado el Sacristán, que andaba buscando Médicos, llegó con el mejor de ellos, pues es su Maestro, y su Príncipe; en fin, el Divino Hipócrates, quien me preguntó: ¿Qué es esto? Toda la chusma de mis contrarios se apartó, haciendo lugar a tan venerable viejo; yo le [6] dije: Señor mío, todos aquestos señores dan en decir, que está muerta esta Deidad: yo no lo he querido creer, y mucho menos habiendo visto, y tocado las débiles armas, con que dicen que la han muerto. Miróla entonces Hipócrates, y dijo con gravedad: Si esos Médicos insulsos hubieran visto mi Libro, que se imprimió en León de Francia el año de 1550 De la Significación de la muerte, y de la vida, según el movimiento de la Luna, y aspectos de los Planetas, no dijeran estar muerta; pero es tal su necedad, que han querido confundir mi ciencia con su ignorancia, mis doctrinas con sus dogmas. Por eso Bacio Baldino llama locos, y sofistas a aquellos que la condenan, y defiende eficazmente que es la Astrología más precisa y necesaria, que la misma Medicina; y dice bien, pues los pies en que se tiene la Medicina, son el mundo celeste, y el mundo elemental; y si le quitan, o niegan el pie del mundo celeste, ¿cómo se ha de mantener? Salió pronto el Sacristán, y dijo: En un pie como las grullas. Yo dije, sí señor, sí se mantiene; pero es tan coja, como hoy la vemos en los más de los Doctores.

Prosiguió elegante el viejo, y dijo: Señor Astrólogo, la Astrología no es muerta, pero está muy mal tratada; tratemos de registrarla, que yo juzgo que está herida: Llegué, y a bien poca diligencia, la encontré con tres heridas bien infamemente dadas: Volvíme al Divino Hipócrates, y le dije, herida está; preguntóme, ¿adónde son las heridas? Respondile, en la parte Natural, en la Moral, y Política. Díjome (como riéndose) no serán muy penetrantes; aplíquele usted tres Parches, y al punto quedará buena: fueron de este parecer otros muchísimos Médicos, ofreciéndome su auxilio, para curar la herida en lo Natural; tampoco faltaron Teólogos que me asistiesen para la llaga Moral; y también para la herida Política tuve en mi ayuda, y amparo muchos Políticos, y no pocos Caballeros; sólo mi buen Sacristán, llegó a mi muy amartido, diciéndome, yo me voy, pues ya se acabó el Entierro. Tenga usted, señor Licenciado (le dije) que aún puede ser que usted sirva; y poniéndome a la práctica de los recetados Parches (pues si con emplastos Físicos otros matan sus enfermos, yo con tres Parches mentales quise curar mi doliente) empecé a irlos componiendo de la siguiente manera. [7]

 

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Parchazo I
Que la Astrología es buena,
y cierta en lo Natural.

Era la primera herida, que le dio el Juicio Final a la buena Astrología, diciéndola, que era ridícula y vana en la parte Natural; las armas de que el Agresor se valió; fueron negar a roso y belloso todos sus buenos principios, y en esto anduvo como mal Físico, y acreditó su ignorancia , pues no hay Filósofo alguno que le niegue los influjos al Cielo, y a las Estrellas: oigan a Santo Tomás, el Angélico Maestro, que en la dist. 15 al art. 2 quaest. 10 tiene estas siguientes palabras: Luego se ha de decir, que todos los cuerpos celestes, según la común virtud de su luz, tienen el calentar; pero según las otras virtudes atribuidas a cada uno de estos cuerpos, no sólo tienen el calentar, y enfriar, sino también el hacer y causar todos los efectos corporales en estos inferiores. Galeno, que es príncipe de los Médicos, al cap. 2 del lib. 3 De Diebus Decretoriis, dice así: Este mundo inferior que está debajo del cóncavo de la Luna, obedece y se sujeta a los Astros superiores; esto es, a la Celeste Región y a las Estrellas, que están colocadas en ella. Averroes, Médico y Filósofo Insigne, me dijo, alegándome su lib. I de Meteoros, Necesariamente este mundo que está continuo a las Esferas Celestes, toda su virtud y su gobierno le ha de venir de allí. Sí señor, le respondí, que aun por eso San Dionisio al lib. 4 De Divinis Nominib. dice: Que los cuerpos celestes son causa de todo lo que se hace en este mundo.

Con que por estas autoridades, y otras muchas, que por no cansar omito, no es mucho que los Astrólogos dén tanto poder, y fuerza a las Estrellas, que causan los efectos naturales, como [8] son lluvias, vientos, cosechas y minerales, y que a cada hermoso Planeta le atribuyan, y le apliquen su particular influjo; pues aunque el calor del Sol, y de los demás Planetas, no pase en el Verano lo profundo de las cuevas, no sirve eso de embarazo, para que pase su influjo a la otra parte del Orbe, porque los influjos son cualidades etéreas, a quienes jamás impide todo el mole de la tierra; porque así como por su propria cualidad, y virtud a una aguja puesta sobre una mesa de piedra, o de nogal, la mueve la Piedra Imán, aunque esta esté por debajo de la mesa (como lo habrán visto muchos en la Librería del Escorial) sin que el molle cuantitativo de la mesa impida la virtud de la Piedra; del mismo modo el influjo, o virtud de las Estrellas, obra en estos sublunares, sin que haya quien se lo impida.

Y aunque el señor Don Martín en este primer Discurso, en el §.1 niega, que pueda el influjo calar a doscientas varas, cuando no cala las cuevas, ya después en el §.3 del mismísimo Discurso, en una oración sacrílega, o lisonjera, que hace a su Divino Apolo, nos hace merced de decir, que este Luminar mayor es quien pone en perfección los metales, y en fermentación los minerales: de donde quedamos ya noticiosos, o de su arrepentimiento o ya de su inconsecuencia.

Tampoco el que los Astrólogos señalen a cada parte del cuerpo su Planeta, o su signo titular, es cosa tan disonante como lo juzga el Doctor; pues a más de ser así por la Analogía, y conformidad que tienen en la temperie de los Planetas, y las partes del viento de fríos secos, húmedos y calientes, las cuales cualidades no son, ni por devoción de los Astrólogos, ni sobre sus palabras, sino porque Dios los crió así, y le dio a cada una su cualidad y temperie: la observación, y experiencia, que es la madre del saber (de que carece Martín) nos lo ha enseñado a nosotros, y a nuestros primeros Maestros; y si no, preguntémosle al Doctor, ¿por qué son frías las Achicorias? Creo me responderá, que porque Dios las crió así, y les dio esa cualidad. Quiero preguntarle más: ¿Y le ha dicho Dios a usted esa cualidad que tienen? No señor, responderá, (que no es tan santo Martín, que tenga revelaciones) pero me lo enseña la experiencia, y al mismo tiempo lo dicen todos los Autores Médicos: Pues eso mismo decimos de las cualidades de Planetas, y de Estrellas todos los Astrólogos: Y adviértase la ignorancia de este Martín Perulero, [9] que dice, que por no haber más Planetas que los siete, nos hemos dejado al estómago, a los testes, e intestinos, sin reparo, ni tutela, siendo partes nobles. Estudie más otra vez, si ha de volver a escribir; y sepa, que el Sol que domina el corazón, también domina al estómago; y a los testes, e intestinos, los domina el signo Escorpio; y esto, si hubiera estudiado, lo hallará en nuestros Autores.

Salió al encuentro Aulio Gelio, diciendo, que había oído en Roma disputar, y defender a Favorino, Filósofo, qué podría suceder, que los Planetas fuesen más de los siete, que vulgarmente se cuentan, los cuales por muy altos no se viesen, y que las Anulas de Saturno, y los Satélites de Júpiter, son verdaderos Planetas, y ni aun los Astrólogos de ogaño se han acordado de darles voleta de repartimiento; y que el mismo Favorino estaba muy admirado, de que habiendo aplicado estas influencias a los hombres y vivientes, se les hubiese pasado señalar también su influjo a los gatos, y a las moscas, pues nacen debajo de las constelaciones celestes, así como los hombres.

Respondí al dicho Aulo Gelio, que el disputar Favorino y defender cual Filósofo, el que fuesen los Planetas algunos más que los siete, era cosa muy diversa, pues como Filósofo lo podría disputar; pero que no creía yo, lo pudiese defender, y si no, que dijese a Favorino, que nos hiciese el favor de decirnos si había visto o supiese que hubiese otro Planeta; pues siendo cosa sentada, y común entre Filósofos, y Astrólogos, que no había más de siete, mal podría defenderlo, por más que lo disputase. En cuanto a las dos Ansulas de Saturno, y los cuatro satélites de Júpiter, le dije, que consentía en que fuesen Planetas lato modo, por ser Estrellas errantes; pero que éstas eran unas Estrellas de la misma naturaleza que sus principales: esto es, las Ansulas de Saturno frías, y secas como él: por lo cual, no pueden impedir o moderar la influencia de estos Astros.

Tocante a la admiración de Favorino, le dije, que siempre la admiración fue hija de la ignorancia, y por eso este Filósofo se declaraba ignorante, como es cierto que lo era en la materia presente; pero que por enseñarle, le diría, que los Astrólogos trataron sólo del influjo que tenían las Estrellas sobre el hombre, como ente más principal de las entes sublunares, y [10] por eso no trataron del influjo de los gatos, y las moscas; y no porque le ignorasen, pues los gatos, y las moscas, como entes sublunares, tienen también su influjo y constelación.

Salióme al encuentro entonces un perillán Cartesiano, y tosiendo hueco y atusándose la barba, me dijo: o estos influjos que imputais a las Estrellas son cualidades ocultas, y esto es decir, que no sabeis si las hay, o son cualidades claras; y si esto es así, pecáis en no señalarlos. Respondile al Cartesiano, distinguiendo su argumento tan cornudo como él, y le dije: Son cualidades ocultas para usted, para Martín, y para todos los otros, que por no haber estudiado, las ignoran totalmente; y de que a los ignorantes se oculten estas cualidades, no se infiere no las haya, y son cualidades claras para los que las sabemos, y las hemos estudiado, y no pecamos, pues no hacemos otra cosa en todos los Picatores, que estarlas manifestando; los que pecan, sois vosotros, pues ni a costa de excusaros el trabajo, os queréis aprovechar de nuestras advertencias, y consejos.

Replicóme con decir, que no había más razón para que la Luna, y Marte, &c. influyesen en la Tierra, que para que la Tierra influyese en ellos; pero la tierra, fuera de la luz refleja, no les enviaba otro influjo, pues sus vapores más tenues, y exhalaciones, (que era lo que podía enviar) siendo más pesados que el Éter, no pueden pasar de la Atmósfera arriba. Respondíle: Usted se lo dice todo, pues dice, que no hay más razón para que influyan las Estrellas en la tierra, que la tierra en las Estrellas; y al mismo tiempo nos dice, que la tierra no envía influjo alguno a los Astros, pues el que podía enviar, que eran las exhalaciones, y aquellos vapores tenues, esos por ser más pesados que el Éter, no pueden pasar arriba: con que usted se lo pregunta, y usted se lo responde: fuera de que (señor mío) Dios crió las Estrellas para que influyesen y luciesen sobre la Tierra, ut lucerent super terram, Gen. I. y no consta de la Sagrada Escritura, que criase a la Tierra para lucir, ni para influir en los Astros.

Despachado el Cartesiano, se llegó hacia mí Pirrón, con gran sorna, y gran cachaza, y me dijo: Señor Astrólogo,¿ por dónde ha sabido usted, que el durar más o menos las maderas, los lúcidos intervalos de los maniacos, y el flujo, y reflujo de la Mar, son causados por la Luna? Respondíle con gran flema: La experiencia, y observación de los tiempos nos enseñó a los Astrólogos [11] todos esos maravillosos efectos; fuera de que lo primero se lo enseñarán a usted los rústicos Labradores, que no sólo para cortar las maderas, sino para otras operaciones en el cultivo del Campo, tinen sus observaciones, como es para podar, para atar, para sembrar, &c. y es cierto gran compasión, que usted, y Martín pregunten lo que sabe un ignorante Labriego cascaterrones. Lo segundo, se hallan en los Autores Médicos, que supieron ser Astrólogos. Y lo tercero, lo enseña cualquier Piloto, pues no tienen otra pauta, ni la usan, que el movimiento de la Luna, para gobernarse, y conocer cuándo han de ser los flujos y los reflujos, la plena y la bajamar.

Tenga usted, dijo Pirrón, que si la Luna fuera causa del flujo y reflujo, al pasar por el Meridiano de cualquier Lugar, estando casi en un mismo Meridiano Gibraltar, y Sanlucar, a un mismo tiempo fuera en ambas partes la plena Mar, y en Sanlucar es una hora después; en algunas partes del Norte, no hay flujo en quince días: y demás de eso, teniendo tal poder la Luna, que extiende su presión a millares de leguas en el Océano y causa la creciente no puede llegar a las Costas de España en el Mediterráneo.

Una máquina de cosas, o por decirlo mejor, un flujo de desatinos me ha echado Vmd, pero responderé por partes; y a lo primero, de que si la Luna fuera causa del flujo, y reflujo, causará a un mismo punto la plena Mar en Gibraltar, y en Sanlucar, por estar estos casi en un mismo Meridiano: Respondo, que ese casi, son casi dos grados de diferencia, y esta basta para que sea una hora después en la una, que en la otra parte, a más de que no es hora cabal, lo que va de la una a la otra marea. A lo segundo, de que en algunas partes del Norte, no hay flujo en quince días; es menester, que así usted, como Martín, digan, qué partes son estas, pues yo aunque no soy Piloto, ni he estudiado cosas de Marinería, no he visto hasta ahora en lo escrito Autor que diga tal cosa, sino es el Doctor Martínez; antes bien, lo que he encontrado, son Cartas de marear, hechas para las Costas del Norte, con las horas, y minutos de la alta, y la bajamar, sus flujos y sus reflujos, según la creciente o menguante de la Luna, las cuales se pueden ver en Rutilio Benincasa, en el fol. 111 de su Almanaque perpetuo; y en Octavio Beltrano, en sus Cartas de Marear; y es cierto, que nos marean en valde estos [12] Autores, y otros, si la doctrina de usted, o la del señor Doctor es cierta: pero aun dado que lo sea, respondo por otro lado, y es, que en buena Filosofía sabemos todos, que unumquodque recipitur ad modum recipientis. Esto es, que cada causa eficiente obra en la materia, según las disposiciones que en ella halla; de modo, que para que la Luna cause el flujo y el reflujo, la plena y la bajamar, es menester que en los Mares halle las disposiciones requisitas para esto. Esto se prueba, con un ejemplo bien claro: Ponga cualquier curioso en un vaso de agua clara un poco de ceniza, y verá, que al punto de hacer la Luna su conjunción con el Sol (que es lo que llaman Luna nueva) empiezan a revolverse las cenizas con el agua; ponga otro vaso de agua sola, y no verá en ella, ni aun el menor movimiento; y es la razón, de tan grande diferencia, que el agua con la ceniza, era materia dispuesta para recibir en sí la impresión de aquel influjo; y el agua del otro vaso por no tener la disposición debida, no recibió la influencia. De este modo, a nuestro asunto, es la Luna en su lleno, y conjunción con el Sol; la causa eficiente de los flujos de la Mar, y la causa material, es el agua con los azufres, betunes, y minerales que se engendran en ella: con que cuanto más tuviere de estas disposiciones, tanto mayor será el flujo; y cuando tuviere menos, será menor; y si no tuviere alguna, será tan ninguno el flujo, o tan corto, e insensible, que parezca no le hay; por eso, permitiendo la sentencia, de que en algunas parets del Norte, no haya flujo en quince días: diremos, que porque tarda ese tiempo en estar dispuesta el agua para tales elaciones; por eso permitiremos, que en el Mar Mediterráneo no haya flujos, ni reflujos, porque no hay disposiciones de la materia, pero no porque a ella le falte poder, y fuerza; y también que en Negroponto los hubiese antiguamente, y al presente no los haya, porque antes tendría el agua disposición para ellos; y porque se le acabó al presente, no la tiene, pero no porque la Luna haya mudado carrera: al modo que un pedernal de un arcabuz, o pistola da fuego con prontitud, y prende la pólvora del cebón, si ella es buena, y está seca, y el mismo fuego del proprio pedernal, no prende en la pólvora mojada, que esto no es porque el pedernal y su fuego tenga menos fuerza, ni poder, sino porque la materia de la pólvora se halla con otras disposiciones: con lo cual, queda respondido a toda la fuerza del argumento. [13]

Levantóse Cicerón, aquel famoso Causidico, y con su acostumbrada retórica, empezó a hablar de lo que nunca entendió, pues son cosas muy distintas la Astrología que pronostica los efectos naturales, por el conocimiento de sus causas necesarias, y segundo Libro De Divinatione, que habla de los Agoreros, que adivinaban los efectos contingentes, sin conexión a sus causas; pero entre otras cosas que dijo, fueron estas siguientes razones: Si ni de las cosas que sujetan a los sentidos, hay adivinación, ni de aquellas que se contienen en los Artes, ni de las que se disputan en la Filosofía, ni de los que se ofrecen en el Gobierno Civil, yo no sé de qué cosas puede ser este Arrte de Adivinar; porque, o debe ser de todas o de ninguna. Pues si usted, (le dije) con todas esas narices, no ha podido dar en eso, yo con las mías, tales cuales (en que no cedo a otro alguno), he olido todo el asunto; y respondo, que se da adivinación de todas, y simientes sus cosechas, y carestías, que son cosas que se sujetan a los sentidos: por la Astrología se adivina el bueno o mal éxito de las enfermedades; el tiempo de aplicar las medicinas, y de dejar descansar a la naturaleza que son cosas que se contienen en los Artes de la Medicina y Cirugía. En la Astrología se trata del número, y cualidad de los Cielos, del número de las Estrellas, de sus movimientos, y aspectos, que son cosas de las que se disputan en la Filosofía. Por la Astrología se predicen las guerras, paces, tumultos, y latrocinios, que son cosas que se ofrecen en el Gobierno Civil: con que se da adivinación de todas, y no se da adivinación de ninguna, por el Arte de Adivinar de Aurispices, y Agoreros, que es lo que Vmd. entiende por adivinación.

Y así, tenga usted entendido, que el Astrólogo pronosticará mejor que el Piloto la tempestad, o borrasca; porque si el Marinero lo acierta por la experiencia, el Astrólogo lo acertará por la ciencia. La naturaleza, y éxito de cualquier enfermedad mejor la sabe el Astrólogo, que el Médico, y más si son todos como usted, porque este alcanza las causas de las enfermedades, y ustedes a cada paso yerran la cura a la enfermedad, por no conocer la causa de que proviene. Con el mismo ejemplo que Vmd. me pone, le tengo de convencer: dice Vmd. que el Médico sabe por autopsia, que por el colidoco baja hile al duodeno; con que cuando no baja, ni tiñe los excretos, y mancha el ámbito del cuerpo, con justa [14] razón conjetura, que está el colidoco obstruido. Pues esta conjetura puede ser que sea falsa; porque puede suceder, que lo que el Médico entiende que es obstrucción del colicodo, sea obstrucción de la vejiga de la hiel; pues hallándose esta obstruida, tampoco se tiñen los excretos; y si el Médico fuera Astrólogo, y supiera la hora del enfermear, se excusará de incurrir en esta equivocación. Y así, digo: Que la Astrología es el alma de la Agricultura, Náutica y Medicina; y que esto, ni se ha dudado ni se duda, ni se dudará jamás; y si mi amigo Martín estudiara lo que está obligado a saber, para el cumplimiento de su obligación, no lo dudará tampoco.

Decir, que los Calendarios, siendo institución Eclesiástica, los han corrompido ya los Astrólogos nefariamente con anuncios profanos, y delirios Astrológicos, es un delirio bien físico, porque una cosa es Pronóstico, y otra cosa es Calendario; este le hace la Iglesia, y toca a sus Prelados, y Maestros de Ceremonias señalar en cada año las Fiestas y las Vigilas y arreglar por la Epacta la Resurrección, y Fiestas movibles y en esto no entra el Astrólogo, que éste sólo pone los Eclipses y Lunaciones, lluvias, truenos, días claros y las cosechas o carestías, enfermedades anuales, y otras cosas de este género; y esto, señor Don Martín, no es el pecado nefando, para que Vmd. diga que hemos corrompido el Calendario nefariamente: A usted sí, que me parece le tenemos corrompido, o por fas, o por nefas, los que hacemos Calendarios.

A la Autoridad del Señor San Agustín, de la Epist. 55 (que está en la Biblioteca de los Santos Padres, y no en la Biblioteca Délfica, como quiere el Señor Martín) respondo lo primero, que el Santo no entiende allí por Astrólogos a los Astrólogos naturales, que estudiaron los primores de esta Ciencia, sino a los Aurispices, y Hechiceros, que atribuían a las Estrellas las cualidades e influjos que a ellos se les antojaba. Pero dato, & non concesso, que hablase allí el Doctor Santo de los propriamente Astrólogos, conviene saber, que cuando el Santo escribió estaba la Cristiandad envuelta en dos mil errores, y como el Santo intentaba aniquilarlos del todo, para que la Cristiandad se restituyese a su primera pureza, procuró con gallardía escribir, no sólo contra las conjeturas, y adivinaciones falsas, y prohibidas, sino también contra las naturales, verdaderas y permitidas, [15] porque así convenía por entonces, para que aquellos que casi idolatraban en las Estrellas, e influjos, no tuviesen de qué asirse, disculpándose con que aquellas conjeturas eran sólo naturales, y mezclasen de esta suerte las unas con las otras; pero después, cuando ya la Iglesia se miró restablecida, hizo el Santo Concilio de Trento la distinción, inter lepran, & non lepram, diciendo, que la Astrología era la que se podía practicar entre los Cristianos, y cuál era la que se debía prohibir; y con mayor claridad lo declaró Sixto Quinto, y esta misma Doctrina es la que después han seguido un Santo Tomás de Aquino, un Venerable Beda y otros muchos Santos Padres, que así nos lo han enseñado.

Con lo cual queda respondido desde ahora a todas las autoridades que el señor Juicio Final nos pone más adelante; y así, me volví a mi Sacristán, y le dije: Guárdeme Vmd. este ingrediente porque puede ser que sirva para los otros dos Parches. Díjome, que así lo haría, pero que acabase de hacer este, porque iba tan largo, que no habría guante ni valdés en que cupiese el ungüento. Respondíle: Largo va, pero es tan larga la herida, y tuvo el que se la dio la mano tan pesada, que es menester que el Parche sea algo largo para que la coja toda.

Después de lo referido, se siguió inmediatamente una Oración sacrílega, y perdularia, muy llena de vanidades, con muchas adulaciones, y suposiciones falsas, que hizo un Médico a su Apolo; y entre otras cosas que dijo, dijo una muy propria de su ignorancia, que fue (pidiendo atención a todo el noble congreso) decir, que si se hiciese reflexión de que en mitad del Invierno había días templados, y en el rigor del Verano había días muy frescos; y que aunque los Astrólogos decían, que el aterido influjo de Saturno templaba el calor en el Verano, y Marte Planeta ardentísimo, suplía la vecindad del Sol en el Invierno, esto no podía ser; porque siendo el influjo de Marte, o de Saturno igual en toda la tierra, en toda la tierra haría un mismo temporal, lo cual no se observa, pues cuando en Madrid hace frío, en Valencia hace calor. No sé cómo sufrió Apolo tan terrible badajada; pues juzgaba este Doctor, que los aspectos del Cielo eran a un tiempo en todas partes, y que los aspectos que acontecen en Valencia, servína para Madrid, para el Norte, y todas partes; y si es que así lo juzgaba, estaba muy engañado, pues [16] lo que dejamos dicho de la diversidad de Meridianos en Gibraltar y San Lucar, lo mismo decimos de la variedad de aspectos entre Madrid y Valencia, pues no suceden a una misma hora y a veces suele haber un día, y más de diferencia, por donde se conce con cuánta ignorancia trata este Médico de lo que no entiende.

Al otro modo de discurrir que tiene el señor Doctor, respondo, que todo nuestro fundamento, para pronosticar lo venidero es porque las Estrellas son causas continentes, y signos necesarios de todo lo futuro, que no toca al albedrío del hombre; por lo cual es falso, que la causa que suponemos, pueda estar sin el efecto que pronosticamos; pues todos estos efectos, son efectos necesarios, nacidos y contenidos en sus necesarias causas; y si alguna vez a estas no se siguiese el efecto, no será por defecto de la causa, sino por defecto de la disposición de la materia, al modo que el fuego aplicado a un leño mojado, y verde, si no le quema, no es por falta de virtud en el fuego, sí sólo por falta de disposición en la materia; y no mentirá el Astrólogo, ni el Físico que dijere, que aquel fuego tiene virtud de quemar: todo lo cual dejamos bien explicado en la influencia de la Luna, cuando tratamos de los flujos, y reflujos de la Mar: por eso, y porque Dios puede, como Causa de las causas, suspender, y remover cualquier influjo, y aspecto, se pone Dios sobre todo, no como piensa el Doctor, porque sea para disimular los fortuitos acasos, que de estos nunca ha tratado la que es buena Astrología.

A la invasión con que el Doctor nos joroba, de que los grandes ardores que había antiguamente por mediado de Julio, (que era cuando entonces nacía la Canícula) hoy mismo se sienten a mediados de Julio, y no se han transferido a mediados de Agosto (que es cuando en estos tiempos nace la Canícula) ni pasados diez mil años, se transferirá el calor al Estío a mediados de Enero, que es cuando entonces nacerá la Canícula: le digo, que va arguyendo en una falsa suposición, pues de toda esta broza susodicha, saca una consecuencia muy conforme a mi doctrina, que es, luego el calor no va conexo con la Canícula, sino aligado al Sol; pues ningún Astrólogo ha dicho, que el calor del Sol, provenga de que se halle, o no se halle en la Canícula, pues este sólo permanece aligado al movimiento del Sol. Por los signos [17] del Zodiaco, por lo cual, el Médico Docto cuando entrase la Canícula por Enero, o por Febrero, se guardará de purgark a sus enfermos, fundado en el Aforismo quinto de Hipócrates, que en la partícula cuarta dice: Que debajo, y antes del Can, son los purgantes molestos, y el uso de los medicamentos difícil. Y no dice el señor Hipócrates que cuando entra la Canícula, se deje de purgar, porque hará mucho calor, o mucho frío, sino sólo porque entra la Canícula.

A la risa del Doctor, porque le parece disparate, que demos buena cosecha de aceite, mala de vino, y de algarroba mediana; como si el influjo de un Astro cayese sobre las olivas, y no sobre las viñas: se responde, que risus in ore stultorum, que la risa es muy propria de los tontos, según nos lo dijo el Sabio; y así, no se acredite de tonto, enseñándonos los dientes, pues el influjo que es bueno para las viñas, suele destruir las olivas; y el que es bueno para estas, puede ser malo para el trigo, y algarroba; y aunque un mismo influjo acontezca, que por variación de aspectos, sea bueno para el aceite, y algarroba: conocemos en virtud de estos aspectos, que su influencia es más fuerte para el uno, que para el otro; y así, pronosticamos, que de lo uno será buena la cosecha, y de lo otro mediana; y el que digamos, que en los olivos tiene dominio la Luna, en los laureles el Sol, Júpiter en el trigo, &c. esto no es introducir en nuestra República Cristiana la gentílica dedicación de cara árbol, y semilla a su particular numen; pues en la Gentilidad adoraban a Plutón, y a Apolo, como a sus Dioses; y los Cristianos no adoramos al Dios Júpiter, ni a la Estrella así llamada, porque haya buena cosecha de trigo: sólo adoramos a Dios, porque le dio a este Planeta virtud para que influyese en las semillas del Trigo.

Al contrapunto con que salío Juvenal, con más sátiras que el Médico: Respondo en una palabra, pues todo lo que me opone es negarme los principios, que son ciertos, y sentados en todos los que han tratado de la facultad Astrológica; a estos nos dice Aristóteles aquel Proloquio sabido, contra principia negantes, &c. Y si no, que me señale el Médico, y Juvenal otros principios mejores.

Contra la objeción del Médico, que habló después de Juvenal, para refutar con la necedad que siempre las ridículas suposiciones de nuestros principios, dice: Que si nosotros viviéramos en el País de nuestros antípodas, era menester subvertir toda [18] esta máquina de supuestos; lo mismo dice si viviéramos debajo del Ecuador, o Tórrida Zona; y dice, que sería menester inventar otra Astrología, porque la que acá nos enseñan, no sirve para allá, esto sienta en el fol. 27 de su Juicio Final: con que ya parece que está de otro parecer, del que estaba en el fol. 18 donde dice, que los aspectos de los Planetas son iguales en toda la tierra, y no sé que los Antípodas, ni los que viven debajo del Ecuador, o Tórrida zona, vivan en el Cielo, con que si está en la tierra, siendo iguales los aspectos en toda ella, según la opinión citada, una misma Astrología nos bastará para todos; y si es menester diferente Astrología para unos, que para otros, será, porque son diversos los movimientos, y aspectos: con que uno, u otro es mentira, y contrario a lo que dice el Doctor, hoy pretendo hacerme Partidario de la verdad a cualquier costa. Que digamos, que unos signos son aéreos, que otros son acueos, o ígneos, no es eso querer decir, que el aéreo fomente aires, el acueo produzca aguas, ni el ígneo prorrumpa en fuegos; pues esto sólo es explicar la naturaleza de cada uno de los signos; y así, con signo es aéreo, es lo mismo que decir, que es caliente, y húmedo como el aire; y decir, que un signo es acueo, es lo mismo que decir que es frío y húmedo como el agua: lo mismo decimos de la esterilidad, y fecundidad de los signos; y el argumento ridículo, de que siendo Aries masculino, digamos, que Tauro que se le sigue, es femenino, y que ya que le hacemos de este género, no le llamemos Oveja, o Vaca, se dice, que este modo de argüir es indigno, y muy extraño de un Filósofo, excepto el Señor Martínez, cuyo discurso con semejantes fruslerías, quiere argüir lo que no entiende, sin razón que pruebe cosa contra nuestra Astrología, pues estos sólo son modos que tenemos de explicarnos, para venir en el conocimiento de la mayor fuerza, o mayor debilidad de los signos.

En cuanto al aposentamiento de los Planetas en sus Casas, es cierto, que todos ellos andan por todas ellas, pues de ahí proviene la diversidad de efectos que hay en sublunares; y no es poca estimación del Sol, y de la Luna, el que no se le señale a cada uno más que una Casa, teniendo los otros Planetas dos; pues León y Cáncer, que son las Casas del Sol, y de la Luna, son como centro de las Casas de los demás Planetas, pues al lado de León, y Cáncer está Virgo, y Géminis, que son Casas de Mercurio; a esto siguen Libra y Tauro, que son las Casas de Venus; [19] después Aries y Escorpión, que son las Casas de Marte; luego Sagitario y Piscis, que son las Casas de Júpiter; y por fin, Capricornio y Acuario, que son Casas de Saturno; de donde viene a inferirse, que están las diez Casas de los otros Astros como en guardia, y custodia de las mansiones, o Casas de los dos Luminares: a más de que la razón nos ha hecho constituir las Casas a los Planetas, por la connaturalidad del Planeta con el Signo; por eso a la Luna, que es humedísima, no la hemos aposentado en Acuario, como quiere el señor Doctor, porque Acuario, aunque es húmedo, es caliente, y la Luna es fría y húmeda, y por la misma razón la colocamos en Cáncer, que es signo de naturaleza fría, y húmeda como la Luna.

El reparo de que en ninguna Casa debía estar más exaltado el Planeta, que en su Casa propia, es falso, porque la exaltación de un Planeta, es donde empieza a tomar incremento; por eso vemos que el Sol empieza a calentar más cuando entra en Aries, que es al principio de la Primavera; pero no calienta tanto como cuando se halla en Leo, que es hacia fines de Agosto.

Todos los siguientes argumentos que pone el pobre Doctor, no son dignos de respuesta; unos, porque son contra los mismos principios: v.gr. ¿Por qué las Casas Celestes no han de ser más que doce? Pues a esto se podía responder: porque así dividió el Cielo, o Esfera Celeste, Ptolomeo, y este dictámen han seguido todos los demás Astrólogos; fuera de que se pueda responder, preguntándole a Martín: ¿Por qué las partes de la Medicina son cinco, y no son seis? ¿Por qué los principios de la Química son tres y no son cuatro? ¿Por qué los principios de las demás Facultades son tantos y no son cuantos? Y a los otros argumentos tampoco hay que responder, porque ya está respondido; sólo quiero responder a unas palabras, que es cierto me han dado coz, pues son ajenas no sólo de un Médico, que juzgamos ser Cristiano, pero aun de un Filósofo Gentil. Las palabras del Doctor son en la forma siguiente: Porque este error de que la Astrología es necesaria a los Médicos, no sólo tiene ocupado a todo el ignorante Pueblo, sino aun a muchos de mayor clase; y lo que es más, a algunos Profesores de Medicina: parece del intento probar, que es inútil para los Médicos. Quiere probar tan crecido disparate, y para esto amontona muchísimos desatinos, trae por testigos falsos a Hollerio y Marciano, discípulos e intérpretes del Sapientísimo Hipócrates; siendo así, que ni él los entiende [20] a ellos, ni ellos supieron entender al viejo Hipócrates; pero aunque fuese verdad, que dijesen estos tres todos los testimonios, que este Doctor les levanta, y que todos ellos despreciasen la Astrología por inútil para la Medicina, ningún Médico Católico puede ser de esta opinión, sin oponerse con un desgarro sacrílego al Santo Concilio de Trento, al Papa Sixto Quinto, y a otros Santos, que confiesan la necesidad que tiene el Médico de saberla. Vamos pegando este Parche con la ayuda de los Médicos.

Jerónimo Rubeo dijo, con notable gallardía: Que no sólo se requiere en el Médico el conocimiento simple de la Astrología, sino también la inspección de la genitura del mismo enfermo, para que conozca los días que le son faustos, o infaustos; y también para que por las conjeturas astrológicas, conozca el éxito y fin de la enfermedad. Martín Acacia, Médico celebérrimo Catalanense, sobre el primer Libro de Galeno, ad Glauconem, me dijo que tenía escrito: Que por dos razones tiene imperio la Luna en las enfermedades, principalmente en las agudas, por su luz, y por su configuración, por lo cual es precisa la Astrología en el Médico. Llegóse a mi Guido Gauliaco, Médico y Cirujano que fue del Papa Clemente VI y me dijo: Yo escribí un Tratado de Pestilencia, que reinó en mi tiempo, y esta se atribuyó al congreso, y conjunción magna de Júpiter, Marte y Saturno; y mi doctrina se observa, y se enseña hoy en las públicas Aulas de Italia, Alemania y Francia. Yo le dije: Pues en esas conjunciones dice Martín en el fol. 26 de su Juicio tan sin juicio que se casan las viejas, y rebuznan los burros, como su merced lo sabe.

Juntaronseme a este punto una máquina de Médicos, Mateo Curtio, Jerónimo Manfredo, Marsilio Ficino, Cornelio Gemma, y su padre Gemma Frisio, Médicos célebres, ambos en la Universidad de Lovaina, Baccio Baldino, Jeronimo Cardano, Pedro Salio, Miguel Mercado, Jacobo Antonio Mariscoto, Bernardo Gordonio, y Antonio Magino; y todos me dijeron, citándome varias Obras suyas: No tiene duda, señor Astrólogo, que para la Medicina es precisa, y necesaria la noticia de la buena Astrología; y el Médico que practicare sin ella, sólo es Médico en el nombre: aquí está el señor Galeno, que en el lib. 8 de Ingenio Sanitatis, en el cap. 20 llama Homicidas a los Médicos ignorantes en la Astrología. Todo su lib. 3 de Diebus Decretoriis, es una pura Astrología. Otro Libro anda también [21] incorporado en sus Obras, en que trata de Decubitu ex Mathematica Scientia. También está aquí Avicena, que es de este proprio sentir, escribiendo de las causas de la Pestilencia, y en varias partes la encarga mucho a los Médicos; y sobre todo, aquí está el Príncipe universal de toda la Medicina, el cuasi Divino Hipócrates, que al lib. I de Dieta, dice: Que al Médico le es preciso conocer, y observar el Orto, y Ocaso de las Estrellas, con el cual se conocen las mutaciones, y excesos de comidas y bebidas, y vientos, de las cuales se originan todas las más enfermedades en los hombres. Con que si los Príncipes y Maestros de la Medicina, como son Hipócrates, Avicena y Galeno, que fueron los inventores de ella, condenan al Médico al estudio preciso de la Astrología; ¿qué hombre racional habrá (dejo aparte lo Cristiano) que no la tenga por cosa muy necesaria para el uso de la Medicina?

Y tomando lo Cristiano, que dejé aparte poco ha, no sólo es útil, y necesaria la Astrología a los Médicos, sino que con claridad les he de probar a todos, que el Médico que se arroja a aplicar las medicinas sin conocimientos Astrológicos, peca mortalmente, y está en pecado mortal actual. La prueba de esto tiene bien poca dificultad, pues a más de que Agustín Anconitano dice en sus Obras Morales, que pecan mortalmente los Médicos, que ejercen la Medicina sin saber la Astrología, y que Alejandro de Ales en la Segunda Parte de su Suma, los llama Sepultureros, lo he de probar con razones: El Médico que se pone a curar sin saber lo que tiene obligación a saber, vive en pecado mortal, porque se pone en peligro de quitar la vida a aquel a quien va a curar: sed sic est, que el Médico que ignora la Astrología, se pone a evidente peligro de matar a los enfermos, porque ignora lo que debía saber: luego peca mortalmente; la menor me la negará Martín, mas yo se la probaré. Los más experimentados Autores de la Medicina, mandan como útil y necesaria la Astrología para ella; pues como dejamos dicho, Galeno llama homicidas a los Médicos que no la estudian; el homicida peca mortalmente: luego el Médico que ignora la Astrología, se pone a evidente peligro de matar los enfermos; y por consiguiente, está en pecado mortal, como cualquier homicida: toda esta Doctrina es clara; pues el Médico que con esta ceguedad, y con la espada desnuda de un Laudano, u otro alfanje semejante se va a los cuerpos enfermos sin saber la Astrología, se pone en peligro de matarlos: luego peca mortalmente poniéndose a este peligro: [22] ¿Cuántos serán los que han muerto, por una purga o sangría, dada en una mala ocasión? Pues un remedio aplicado en tiempo poco oportuno, y más si es de los mayores, basta a quitarnos la vida; la oportunidad del tiempo, sólo se puede saber por preceptos Astrológicos: luego aquel que los ignora, aunque sepa el cómo ha de aplicar los remedios, es cierto, que ignora el cuándo; y aquel cómo, sin este cuándo, no sirve de cosa alguna, o a lo menos sirve poco. Díjolo el Sutil Escoto in 2 Sentent. Dist. 3. Quaest. 14 con las siguientes palabras: Conveniente es, y necesario, que el buen Médico tenga la Ciencia de la Astronomía; porque pudiera dar en un tiempo una medicina que matase, la que dada en otro tiempo, librara de la enfermedad.

Arrimóse el Sacristán y me dijo estos últimos polvillos dan mucho vigor al Parche; y así, soy de parecer, se ponga ya este Parchazo en el lugar conveniente: tomé su consejo, y aplicándole a la enferma, con parecer de los más célebres Médicos (aunque los otros la tenían por difunta) al instante obró con tal eficacia, que empezó a abrir los ojos, por donde reconocieron todos los que allí se hallaban, que no estaba muerta, aunque Martín la tenía bien matada: Yo al mirar su mejoría, cobrando nuevos alientos, dí un polvo a mi Sacristán, tomando otro para mí, y dije: aquí de los Teólogos, que voy al segundo Parche.

 

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Parchazo II
Que la Astrología es verdadera,
y segura en lo Moral.

Esta herida, y la siguiente profundizaron tan poco, que estando superficiales, se curarán fácilmente con dos emplastos más chicos, que los que estila Martínez: Fúndase toda esta llaga, en que es falsa y peligrosa la Astrología en lo Moral; y toma este fundamento de que la Astrología nació de una engañada credulidad, siendo su madre la disimulación; su obstetriz, la necedad; su cuna, la superstición; y su padrino, el atrevimiento. Vean ustedes, señores Teólogos, si este origen, esta madre, esta obstetriz, y esta cuna, pasan ustedes por ello; pues todo lo dicho [23] es falso, pues su origen no fue la engañada credulidad, sí la infusión de Dios a nuestro Padre primero, de esta con otras ciencias; la madre que la crió, fue el gran Padre de Gentes Abraham, que aprendiéndola de los hijos de Seth (que fueron los que en la primera edad descubrieron, y especularon la Astrología, y movimientos celestes, según lo dice Josefo el cap. 4 del lib. 1 de sus Antigüedades) fue el primero que la enseñó a los Egipcios, según consta del mismo Libro de Josefo cap. 16. La obstetriz no ha sido la necedad, sino la especulación, nacida de la experiencia. La cuna no fue la superstición, pues ésta sólo fue cuna de la falsa Astrología, que con razón condenaron los Concilios Ecuménicos; por lo cual, es también falso que el Concilio Toledano condenase a la buena Astrología, con aquellas palabras que alega el señor Doctor, del Canon 14. Si alguno juzgase que se puede creer en la Astrología o Mathesis, excomulgado sea. Lo primero, porque aquí el Santo Concilio por Astrología o Mathesis entendía la falsa y supersticiosa de que usaban los Idólatras. Lo segundo, porque este verbo creer, no toma aquí el Concilio por asenso de la ciencia; pues de este modo la Aritmética, la Geometría, y las otras principales partes de las Matemáticas también las condenaría: lo cual es un torpe absurdo; y así, sólo se toma el creer, por asenso, y fe de la Religión; el cual asenso, y fe era común a los Babilonios, Efesios y otros Idólatras, que adoraban religiosamente a las Estrellas, creyendo que de ellas venía toda la fatal necesidad de las cosas contingentes que suceden en el mundo; por lo cual, el Concilio Tridentino en la Tercera Parte de la Regla nona del Índice de los Libros, dice estas siguientes palabras: Se permiten los juicios y naturales observaciones que están escritos para ayudar al Arte de Navegación, Agricultura y Medicina; y con esta autoridad queda correspondido al texto de nuestro Padre Feijoo acerca de las palabras que alega de Sixto V.

A la instancia del Doctor, en que el pronosticar que ha de haber Guerra, que se han de ajustar casamientos, que ha de padecer tormenta una Armada, o que ha de morir un Príncipe, no son cosas que pertenecen a la Agricultura, Náutica, ni Medicina: Respondemos, que es verdad, mas no por eso las condena Sixto Quinto, pues éste sólo condena los futuros contingentes, que no tienen causa alguna, ni propia, ni natural. Esta Doctrina llegó, y me dijo al oído el M. R. P. Carlos de Condrem, en su excelente discurso [24] que hizo de la Astrología al Cardenal Richelieu, con las siguientes palabras: La verdadera Astrología no debe predecir otros efectos, que aquellos que las Estrellas causan naturalmente; por lo cual no ha condenado la Iglesia a aquellos que levantan las figuras de la constitución del Cielo al punto que alguno nace... porque no juzga sino es sólo de los efectos naturales de los Astros; con que si los Astros son causa natural suya, la Bula de Sixto Quinto los favorece, pues se hizo contra la Astrología supersticiosa, pero no contra la natural verdadera: de donde se infiere, que el predecir la Guerra, la tormenta, o la muerte de algún Príncipe, siendo efectos, no milagrosos, sino naturales contenidos en sus naturales causas, cuales son los aspectos y diversa situación de los Astros y Planetas, no se opone a lo condenado en la Bula.

A más de que la tormenta es perteneciente a la Náutica, la muerte, o enfermedad del Príncipe, pertenece a la Medicina; con que si según Martín lo que pertenece a la Medicina o Náutica, no se veda por la Bula, tampoco se vedará el pronosticar la tormenta, ni la muerte del Príncipe.

Tenga usted, replicó mi Sacristán, que el prohibir esa Bula los Concilios antiguos, y algunos Padres la Astrología, dijo el Cura de mi Aldea, que no era porque no fuese ciencia verdadera y segura, sino porque había muchos que abusaban de esta ciencia. A lo que le respondí: Pues de ese modo, también pueden condenar la Sagrada Teología, y las Santas Escrituras pues hay multitud de herejes que están abusando de ellas; y aun también la Medicina se podía condenar, pues Martín, y otros como él, ya dogmáticos, ya escépticos, la han desfigurado toda. En lo mucho que se inculca sobre que pronostique la muerte de nuestro Luis, tengo respondido en la Dedicatoria al señor Marqués de Santa Cruz, a más de que más sabio es el que previene una enfermedad letal, que no el mismo que la cura: palabras son estas del divino entre los Médicos, el Doctísimo Vallés en el cuarto de su Método; pues como dice el Proloquio y Axioma común de los Médicos, el conocimiento de las enfermedades, es la materia de los remedios: con que si fueran todos los Médicos (como debían) Astrólogos, conociendo el origen de los males, curarán con otro acierto; pues las enfermedades no se curan con bachillerías del Médico, sino es con medicamentos: así lo dice Aecio.

A la autoridad de Delrio, que la pronosticación es ilícita, supersticiosa [25] &c. se opone otro Autor de la misma Compañía, que es el Padre Bufembaum, que en el libro 3, tratado 1, dubio 2, Divinatione, dice: Que la Astrología Natural que predice los efectos corpóreos, y naturales, no sólo los que conducen a la Agricultura y Medicina, sino cuando del punto del Horóscopo predice las complexiones del cuerpo, e inclinaciones del ánimo, es lícita, y es segura; dando la razón de esto, dice, que es porque estas adivinaciones todas son naturales y usan de medios proporcionados; y de este mismo sentir es Lessio, en el Libro 2 cap. 43, dubio 7 y este Autor es también de la misma Compañía: A más de que el mismo título que ponen los Libreros en el lomo de las Obras de Delrio, está diciendo a cualquier tonto que no habla con los Astrólogos, sino sólo con los Magos; pues si hablara con nosotros, pusiera o se intitulara Disquisiciones Astrológicas, y no Disquisiciones Mágicas. A la cita que nos pone el Deuteronomio, se le responde a Martín, dándole infinitas gracias porque ha enmendado la Biblia, pues al cap. 18 de este Libro, donde dice: Neque Pythones consulat; esto es, ni consulte a los Pitones, ha añadido su merced, o Astrólogos, palabra de que no se hace mención en dicho capítulo, juzgando que aquellos a quien la Escritura llama Ariolos, Pitones o Adivinos, es lo mismo que Astrólogos; y se engaña, pues antes los Ariolos y Pitones, son lo mismo que Magos supersticiosos, como se colige de Daniel al cap. 2 donde dice: Que mandó Nabucodonosor, Rey, convocar los Ariolos, Magos y Maléficos, para que adivinasen sus sueños; y estos se distinguen mucho de los Astrólogos Cristianos, con licencia de aquel sublime Ingenio que cita, y no nombra Martín. Al argumento de S. Agustín en el c. 4 de la Ciudad de Dios, de los Gemelos, o Mellizos, que habiendo nacido el uno inmediatamente al otro, fue no obstante eso, tanta l disparidad de su vida y costumbres, se responde, que esa es una dificultad que nos la proponen muchos trayéndonos lo de Jacob, y Esau; pero la razón de diferencia es muy natural, y fácil, porque puede suceder que aquel que nación primero tuviese por horoscopante el último grado de algún signo: (v.gr.) Sagitario, y este teniendo a Sagitario por signo, tendrá buen temperamento, buenas costumbres, e ingenio, gozará buena salud, y buen parecer corpóreo, porque Júpiter que es señor de Sagitario, será causa, como Planeta benéfico, de estas buenas disposiciones: esto supuesto, al tiempo que nace el otro, se halla por horoscopante el primero, [26] o segundo grado de Capricornio, de quien es señor Saturno, y este como Astro maléfico, producirá en el nacido las malas significaciones de mala forma de cuerpo, un ingenio muy adusto, y un temperamento tercero; por lo cual, así como discrepan las cualidades de Júpiter con Saturno, así discreparán también las naturalezas, e inclinaciones de los Mellizos, o Gemelos, pues estos nunca los hemos visto nacer abrazados el uno con el otro, porque este parto fuera sumamente peligroso a la madre, y a los hijos.

Para las autoridades de San Marcial a la Epist. 25 de S. Cirilo, Remigio Autisiodorente y todos los demás Padres, le dije a mi Sacristán me diese aquel ingrediente que deposité en sus manos, cuando haciendo el primer Parche, respondí a la autoridad del Señor San Agustín: díjome el señor Licenciado que allí lo tenia pronto, por lo cual apliqué aquel ingrediente (que se puede ver allá) y seguí con los otros materiales.

A la autoridad de San Pablo ad Galat, observais los días, los meses, tiempos y años, temeos no sea que sin causa trabaje yo en vosotros: Respondo que esta objeción es muy propria, no sólo de los que ignoran la Astrología, sino aun de aquellos que ignoran las Sagradas Escrituras; pues el Apóstol de las Gentes sólo arguye allí a los Gálatas, por la vana observación con que observan los Sábados, y los meses por sus neomenias, y por los séptimos meses, que eran los que contenían sus principales solemnidades; y esto se prueba del mismo Apóstol San Pablo que en las palabras siguientes reprehendiéndolos, dice: ¿Cómo os convertís otra vez a los elementos enfermos, y necesitados, a los cuales queréis servir nuevamente?

De vigor a nuestro Parche el sentir del Ángel de las Escuelas, que en la 2.2. quaest. 9 artic. 5 dice: Que el apetito sensitivo, es el acto del órgano corporal, de donde se prohibe, que de la impresión de los cuerpos celestes, algunos sean hábiles para la ira, para la concupiscencia o para otra semejante pasión, así como por la complexión natural muchos siguen sus pasiones, a las cuales solos los sabios resisten, y por eso en muchos de ellos se verifican aquellas que se predicen de los actos de los hombres, según la consideración de los cuerpos celestes. Con esto mi Licenciado al instante que lo oyó, dijo: apliquemos este Parche. Pase a plantar el Parchazo, y al punto que le planté se incorporó vigorosa, y recobrada de fuerzas la Astrología: viéndola tan mejorada, fue [27] de parecer el Sacristán se le quitase la mortaja de aquel indigno papel con que estaba embarazada; mas los Teólogos dijeron: sí señor, quítela usted, pero quémela al instante: no queria el Sacristán, diciendo que podía este papel servir para hacer cartones con que forrar su bonete; mas los Teólogos instaron en que se quemase luego, porque contenía no sé qué proposiciones muy dignas de ser quemadas, como son lo que está al fol. 2 donde dice: Que porque se hallaba Adán en el estado de la inocencia, creyó del diablo podría ser adivino; y esta es proposición delatable, pues nunca estuvo más fuerte ni más robusto para resistir que en aquel feliz estado. Otra parecida a esta, es aquel grito espantoso de id malditos al fuego eterno, al mismo fol. condenando todos los Libros Astrológicos, pues entre ellos hay muchos de Doctores Teólogos que vivieron y murieron con buena opinión, y fama, como el Venerable Beda, Fr. Nicolás Campanela, Francisco Juntino, y otros, y hay algunos de los Santos Canonizados, como San Isidoro, San Dionisio, y Santo Tomás de Aquino. Y en el fol. 5 dice: Que más influjo tiene para la vida o la muerte una hacha encendida en la alcoba de un enfermo, un ladrido de un perro que el mismo Planeta Marte o el melancólico Saturno, la cual es proposición que debe expurgarse al fuego; pues así el hacha encendida como el ladrido del perro, son cosas supersticiosas, proprias de vana observancia, que es lo que la gente rústica llama con nombre de agüero. A esto dijo el Sacristán, que se queme, que se queme; y arrancando la mortaja, se la llevó al quemadero; y yo, con la asistencia de los hombres más políticos, me pasé al tercer Parche.

 

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Parchazo III
Que la Astrología es útil,
y provechosa en lo Político.

Inquietos estaban ya todos los de mi congreso, esperando a ver si con este Parche quedaba la Astrología restituida a su robusta salud, creyendo que fuese así, a vista de que con los dos Parches antecedentes se hallaba tan recobrada; apretóme [28] el Sacristán a que despachase presto, porque deseaba ya ver acabado este negocio para volverse a su Aldea: Yo le dije que lo haría con bastante brevedad, respecto de que la herida era de bien poca consecuencia. Empecé a formar el Parche, y a este tiempo Ascletarion, Astrólogo estrafalario, me dijo, no procurase curar la Astrología, si no quería verme como él se miró, pues por un mal Pronóstico que hizo a Domiciano, murió comido de perros. Yo le dije: Señor mío, si usted como fue Gentil, hubiera sido Cristiano, no hubiera hecho ese Pronóstico, que mejor puede llamarse adivinación fantástica, pues no tuvo fundamentos, sino es los de su loca fantasía; y así sus quejas tienen tanto fundamento, como el de sus Pronósticos, pues los Príncipes políticos, aunque no pagan Astrólogos cuando no los necesitan, es falso que no los sufran, sin que acudamos para este al Emperador de Rusia, ni al Rey de Marruecos, pues entre Reyes Cristianos vemos hoy que se permiten. Dígalo Francia, e Italia, y dígalo nuestra España, pues en ellas se permiten Cátedras de esta Ciencia, y poco ha que las Gacetas nos pusieron la predicción, y Pronósticos que hicieron los Astrolos Franceses acerca del Globo de Luz o nuevo Fenómeno que se vió el año pasado; y de Milán viene aquí todos los años el Piscator Sarrabal: Luego entre Reyes Católicos se permite esta Ciencia como útil, y provechosa para todo lo político, porque aquella Ciencia es útil de quien las otras mendigan: De la Astrología, y Matemáticas necesitan los Pilotos, los Soldados, Marineros, Médicos y Labradores: luego es útil esta Ciencia. Véase la utilidad que trajo a la Cristiandad en el Reino de la China, pues yendo errados los más doctos Astrólogos de aquel Imperio en el cómputo de los Eclipses, viendo que los Padres de la Compañía acertaban la hora y punto del Eclipse, fue principio para que los venerasen como a hombres Sabios y Doctos, y que hiciesen juicio de que la Doctrina que enseñaban, era la más verdadera, por lo cual se redujeron muchos al Gremio de la Iglesia; y fue esto con tanta estimación de los Padres, que al P. Daniel le hizo el Emperador uno de sus principales mandarines, ordenando que veinte Astrólogos los más Doctos de su Imperio viniesen a ser Discípulos y a aprender la Astrología con dicho P. Daniel. Díjome Cornelio Tácito, que Tiberio, porque le engañaron los Astrólogos, estableció un Senatus consulto para expelerlos de Italia; a que añadió Justo Lipsio, que él tenia apuntado [29] en los Comentarios del señor Cornelio Tácito, que eso no era nueva ley, sino es repetición de la antigua, y Edicto, por el cual había ya mucho tiempo que estaba desterrada de la República esa peste, y que constaba de sus Excursos; que el año de 1614 fueron echados de Roma con término de diez días, los Caldeos, que hoy se llaman Piscatores: no pude sufrir la carcajada a vista de esta ignorancia, pues es cosa muy distinta los Astrólogos Cristianos, que hoy se llaman Piscatores, que los Caldeos y Egipcios como ya queda probado; pero no obstante les dije, que me hiciesen la merced de decirme, por dónde había vuelto a entrar la Astrología, pues yo veía que hoy día se practicaba con públicas Academias; de donde infería yo, que el echar de aquella Ciudad esos Caldeos Astrólogos, no fue por privar el uso de la Astrología, sino es por dejarla más pura. Y a la advertencia que nos hizo el Doctorado, de que en Valencia no se hace ya el Calendario, sino es poniendo los días, meses y Lunaciones, la hora de salir el Sol, los Eclipses, y las Fiestas, y que en Francia se escriben del mismo modo, le responde que es falso, como consta de los mismos Calendarios.

El dicho del Rey don Alfonso el Sabio, prueba mi misma opinión, pues dice, que es de los Príncipes necios el honrar a los Astrólogos; y la razón que da, es, porque los Príncipes Sabios dominan a las Estrellas; y como el Rey Don Alfonso era tan docto y tan sabio en la buena Astrología, por eso despreciaba a los Astrólogos, no porque los despreciase, (sino que fuese a los malos) sino es porque él se sabía lo que ellos podían pronosticarle.

El Dilema con que salió Favorino de que, o lo que pronosticamos es próspero, o es adverso, diciendo que si es próspero, y engañamos, le hacemos antes con antes infeliz a aquel a quien lo decimos; y que si es adverso, y mentimos, también le hacemos infeliz: Respondí que si le engañamos, y mentimos, seremos malos Astrólogos; pero que si somos buenos, no ejecutaremos, ni lo uno, ni lo otro: a más de que siendo adverso, y cierto, hacemos bien en decirlo, pues así nos conformamos, con lo que nos enseña S. Gregorio, hom. 35 in Evangelia, donde dice: Que nosotros recibimos con más tolerancia los males, si contra ellos nos armamos del escudo de la presciencia; por cuya causa no es inútil, ni perjudicial en lo Político la Astrología, sino muy útil, y provechosa; pues el Comerciante, hallando en el Piscator [30] que ha de haber muchos naufragios, dejando para otro tiempo mejor el embarco de sus géneros, se librará del naufragio; y esto mismo se dice de los demás.

Decir que son los Astrólogos como Saludadores, porque unos matan con un soplo a un hombre, y otros también con un soplo matan a todo un Ejército, porque unos y otros ganan a soplos la vida, es conocido delirio; pues yo no he visto en mi vida que los Astrólogos soplen, si bien al señor Doctor, parece le han hecho aire; que los Príncipes moderen con sus Leyes inviolables las malas inclinaciones que se hallaren en sus súbditos, es una doctrina cierta; pero eso no proviene de que tengan dominio sobre las Estrellas, sino del que tienen sobre sus Vasallos: por eso aunque Mercurio influyese a los Franceses, pudo Luis XIV en Francia no quitarle la influencia, sino refrenar la inclinación de su súbdito a hurtar por el miedo del castigo. Lo mismo digo de España en orden a las venganzas, y a los generosos bríos que tienen los Españoles, sin que les influya Marte, pues ellos ex proprio Marte, han sido siempre briosos: con que así, no hay que admirar que nuestro Rey y señor Don Felipe (que Dios guarde) haya moderado los aceros de sus fieles Vasallos, por su Real Decreto o Bando, pues esto no es quitar el influjo a Marte, al León Celeste, ni al Can, ni el valor a sus Vasallos: de todo lo cual, no sacamos que sea inútil, ni perjudicial la Astrología en lo Político; antes bien la vemos practicada, y estudiada del mismo Rey, y señor Don Felipe V (que Dios guarde) sabemos que Cayo Julio, primer Emperador, la practicó, y estudió, el Rey Don Alfonso el Sabio, el Emperador Leopoldo, y otros muchos de esta clase.

Daba priesa el Sacristán a que se aplicase el Parche; y luego que se aplicó, se levantó tan bizarra, tan ágil, y tan hermosa, y libre de las heridas con que estuvo maltratada, que todo era norabuenas de aquellos aficionados Teólogos, Médicos y Caballeros que era una pura algazara; y eran tanto el regocijo de verla vivificada, que unos decían a voces viva la Astrología, otros victor el Astrólogo, y aun hasta mi Sacristán, aunque ya no hallaba señas de Entierro, daba muchos brincos, y boltetas, y saltaba de contento.

Pero en medio de esta fiesta hacia un rincón de la sala se oyó un horroroso estruendo, como de uno que rabiaba; a cuya impensada novedad acudieron luego todos, y a breve tiempo [31] se reconoció que era el pobre Juicio Final que, o del susto, o de la rabia de ver ya tan sobre sí a la buena Astrología, le había dado un accidente: unos le consolaban, alentándose, y diciéndole no tomase pesadumbre, estos eran el P. Angelis, Pedro Gasendo, y otros que eran sus amigos: otros pareciéndoles que era el accidente mortal, le ayudaban a morir, estos eran el P. Feijoo y otros Monjes de esta Orden; pero el P. Martín Delrio, presumiendo que algún Mago, algún Hechicero o Bruja le había maleficiado, según lo que pataleaba por remediarle, ocurrió con la autoridad de las Descripciones Mágicas; pero por más que ocurrieron, no pudieron remediarle, y se murió el pobre enfermo; y lo peor del caso fue, que no murió arrepentido, como le sucedió a Pico Mirandulano, que este a la hora de su muerte dio señas muy suficientes de que estaba pesaroso de no haber seguido los Estandartes de la Astrología; antes bien haberse opuesto a sus Banderas, como principal caudillo que fue de nuestros contrarios.

Entonces mi Sacristán, viendo que había muerto el enfermo, empezó a decir con muchas voces: Enterretur, enterretur; por lo cual nos fue preciso disponer el funeral. Los Políticos dijeron que se amortajase en los pliegos que escribieron el amigo Brandalagas, y cierto Pedro Fernández, que se le hiciese la caja de los Parches que quedaron después que se curó la Astrología, y de los emplastos que usó, y no pegaron en vida; y que llevasen el cuerpo a más de los referidos Brandalagas, y Fernández; el que escribió a Paracelso, y por cuarto un hijo suyo; pero dijeron los Teólogos, que no habiendo muerto con señas de arrepentido, no se podía enterrar en Sagrado; por lo cual se determinó enterrarle más allá de la Puerta de Foncarral. Fue mi Sacristán delante, e inmediatamente el cuerpo, pues no llevaba cera, porque siempre anduvo a obscuras: iban de acompañamiento todos sus apasionados; y al fin iba haciendo el duelo el M. R. P. M. Fr. Benito Feijoo, y yo me quedé gozoso con mi buena Astrología, celebrando entre los dos como se verificaba vivir, y morir a un tiempo.

Vino del Entierro el Sacristán, y me preguntó, ¿quién paga? Yo le dije que Martínez que era padre del difunto, de cuya casa, y morada daría razón el mismo José Rodríguez de Escobar, que fue el Comadrón que le asistió en este parto: Díjome luego en secreto, mire usted señor Astrólogo, que he visto [32] otro Papelillo, con el título de Conclusiones de Torres a Martínez, en respuesta de su Juicio Final, y yo no sé si es de usted: Sí señor, le respondí, que ese es un Papel que escribí sobre la marcha, en los Lugares donde llegué a hacer posada, mientras se disponía la cena, temiendo no me ahogase en el camino, y se quedase Martínez sin respuesta a su Papel; pero después que (a Dios gracias) llegué a mi casa con salud, aquellas mismas doctrinas he procurado extenderlas a costa de malquistar mi cachaza, para dar cabal respuesta, no sólo al señor Martín, sino a otros muchos, que ni son del vulgo, ni han querido parecerlo; y para que respondido se procurase sepultar su Juicio Final, tan sin juicio, tan sin fin, tan sin medio, ni principio; y si no le pareciere que queda bien enterrado, responda lo que quisiere, que yo en la Corte, y Salamanca espero las órdenes de Martín: con lo cual volví a tomar mi cuatralvo, y proseguí mi camino; y el Sacristán informado de la casa del Doctor, partió a pedir la propina de su Entierro.

FIN.

 

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Transcripción, realizada a partir de un ejemplar original, del texto contenido en un impreso de [ xvi ] + 32 páginas, descrito con el nº 1065 en Doscientos cincuenta años de bibliografía feijoniana (de Silverio Cerra Suárez, Studium Ovetense, Oviedo 1976) y con el nº 685 en el tomo VIII de la Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII (de Francisco Aguilar Piñal, CSIC, Madrid 1995).


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