[ Patricio de Azcárate ]
Observaciones acerca del orden en que aparecen colocados los libros de la «Política» de Aristóteles.
Mr. Barthélemy Saint-Hilaire, en un apéndice al notable prefacio que precede a su traducción de la Política, publicada en 1848, hace las siguientes preguntas:
El orden en que actualmente se colocan los ocho libros de la Política de Aristóteles, ¿es el regular? Si no lo es, ¿con cuál debe sustituirse?
Para conocer el valor de estas preguntas, es preciso saber cuál es ese orden actual a que se refiere, y que no es otro que el seguido hasta aquí por los expositores, pudiendo decir, por nuestra parte, que es el que hemos encontrado en las tres ediciones latinas que tenemos a la vista: la publicada en Lyon en 1549, imprenta de Juan Fresnolio; la impresa en Basilea en 1548, a la que precede una notable crítica de Luis Vives; y la que hizo el español Juan Gines Sepúlveda, impresa en París en 1548. En estas, como en todas, por punto general, los libros de la Política aparecen en este orden:
Libro I.– De la sociedad civil. – De la esclavitud. – De la propiedad. – Del poder doméstico.
Libro II.– Examen crítico de las teorías precedentes y de las principales constituciones.
Libro III.– Del Estado y del ciudadano. – Teoría de los gobiernos y de la soberanía. – Del reinado.
Libro IV.– De la democracia y de la oligarquía. – De los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.
Libro V.– Teoría general de las revoluciones. [8]
Libro VI.– De la organización del poder en la democracia y en la oligarquía.
Libro VII.– Teoría general de la ciudad perfecta.
Libro VIII.– De la educación en la ciudad perfecta.
En vista de este antiguo orden de colocación de los libros, sienta M. Barthélemy Saint-Hilaire las dos proposiciones siguientes:
1ª. Que la obra del filósofo, en el orden en que actualmente aparece, que es el que acabamos de consignar, no procede lógicamente.
2ª. Que el punto que trata e interrumpe en el tercer libro, vuelve a comenzarle y le continúa en el séptimo y en el octavo; y que el punto que trata incompletamente en el cuarto, lo acaba y termina en el sexto.
Para probar estas dos proposiciones, oigamos al mismo Mr. Barthélemy Saint-Hilaire, con tanto más motivo cuanto que, pesadas todas sus razones y estudiada la cuestión con el libro mismo a la vista, estimamos muy justa la reforma, y por consiguiente tenemos también interés en justificarla.
«He aquí –dice– los textos, es decir, las piezas mismas del proceso.
El tercer libro termina con esta frase incompleta: «sentado esto, deberemos tratar del gobierno perfecto, de su naturaleza y de la posibilidad de establecerlo. Cuando se quiere estudiarlo con todo el cuidado que merece, es preciso...» Los editores que se atienen al orden actual de los libros, y que no quieren por consiguiente reconocer el vacío que se nota en este pasaje, han procurado resolver de dos maneras la dificultad que presenta. Algunos, apoyándose en dos o tres manuscritos, suprimieron las palabras «cuando se quiere» que en el texto dejan en suspenso la frase; pero Pedro Vettori, uno de los filósofos qué con más provecho se han ocupado de la Política, y que en su primera edición de 1552 había admitido esta supresión, se arrepintió, y en su edición de 1576 restableció cuidadosamente el texto, presentándolo tal como aparecía en la mayor parte de los manuscritos. Desde entonces el texto apenas ha variado, y no es posible desechar las dos palabras que son origen de la cuestión, a poco que nos tomemos el trabajo de acudir a las fuentes.
Otros editores, particularmente M. Goettling, han pretendido, respetando estas palabras, poder explicar gramaticalmente la [9] frase sobreentendiendo un miembro de la anterior que viene a completarlo. Puede asegurarse, leyendo este pasaje, que esta suposición es violenta y muy poco gramatical. Pero aun admitiendo que fuera perfectamente natural y regular, resultaría simplemente que quedaba satisfecha la dramática; ¿pero quedaría lo mismo la lógica? ¿Y qué hacer entonces con este pensamiento interrumpido en el tercer libro, y que se continúa y se prosigue en el sétimo?
Pero más aún: esta frase del libro tercero se encuentra, con una identidad casi completa en las palabras y completa en el pensamiento, al principio del libro sétimo que comienza así: «Cuando se quiere estudiar el gobierno perfecto con toda la atención que merece, es preciso determinar ante todo con precisión el fin esencial de la vida humana.» Aquí se ve, que los cambios materiales que la expresión ha sufrido al pasar del tercero al sétimo libro, son exigidos por estar fuera de su sitio. El lugar del pronombre le ocupa el nombre mismo; del pronombre no podía valerse no siguiéndole de cerca, y debía por tanto tomar el puesto de éste el nombre, una vez que se admita la interposición de tres libros enteros entre uno y otro. En cuanto al pensamiento de ambas frases, es evidentemente idéntico; sólo que en el primer caso es incompleto y queda en suspenso, mientras que en el segundo es acabado y perfectamente claro.
Para ver este primer punto con toda claridad, y descubrir, por decirlo así, la costura del tercero con el sétimo libro, es preciso recordar cómo empieza éste y cómo aquel termina. He aquí el fin del tercer libro:
«Aquí terminamos el estudio de la monarquía, después de haber expuesto sus formas diversas, sus ventajas y sus peligros, según sus modificaciones propias y según los pueblos a que se aplica.
De las tres constituciones que hemos reconocido como buenas, debe ser necesariamente la mejor la que tiene mejores jefes. Tal es el Estado que por fortuna muestra una gran superioridad en la virtud, ya pertenezca a un sólo individuo, ya a una raza entera, ya a la multitud; y en el que los unos saben obedecer tan bien como los otros saben mandar, movidos todos por un fin noble. Se ha demostrado precedentemente que en el gobierno perfecto la virtud privada era [10] idénticamente la misma que la virtud política; que no es menos evidente que con los medios, con las virtudes que forman al hombre de bien, se puede constituir igualmente un Estado entero, aristocrático o monárquico; de donde se sigue que la educación y la costumbre, que constituyen al hombre virtuoso, son casi las mismas que las que le constituyen ciudadano o jefe de un reinado.
Sentado esto, procuraremos tratar del gobierno perfecto, de su naturaleza y de los medios de establecerlo. Cuando se le quiere estudiar con todo el cuidado que merece...» Aquí concluye el libro tercero.
He aquí ahora el principio del sétimo:
«Cuando se quiere estudiar el gobierno perfecto con todo el cuidado que merece, es preciso determinar ante todo con precisión el fin esencial de la vida humana. Si se ignora este fin, necesariamente debe ignorarse también cuál es el gobierno por excelencia; porque es natural que este gobierno asegure a sus miembros, en el curso ordinario de las cosas, el gozo de una felicidad tan completa como permita su condición. Y así convengamos ante todo en el fin supremo de la vida, y luego veremos si este fin es el mismo para las masas que para el individuo.»
Como se ve, los libros tercero y sétimo están ligados entre sí, primero por la conexión íntima del objeto, y segundo por el irrecusable testimonio de esta frase, que, mutilada al final del uno, se completa y se acaba al principio del otro; en una palabra, están ligados intelectual y materialmente.
Es preciso apelar ahora a otro orden de pruebas más concluyentes aún, sacándolas del mismo contexto.
Aristóteles, que gusta de seguir el desarrollo de su pensamiento, como gusta de predecirlo y resumirlo, indicará él mismo la deducción lógica de su obra y el encadenamiento sistemático de sus ideas. Acabamos de ver cómo por la simple inspección del objeto y por el estado del texto de los libros tercero y sétimo, se puede deducir su enlace necesario; ¿y no poda probarse lo mismo, si en el libro cuarto, o, por mejor decir, en el que actualmente se coloca en este lugar, el autor recuerda, en sus resúmenes retrospectivos, materias que sólo resultan tratadas en el sétimo? ¿No habrá en este caso necesidad, no precisamente para satisfacer sólo a la lógica y a la gramática, sino también [11] para satisfacer a la voluntad del autor, no habrá necesidad, repito, de clasificar su obra en el orden por él indicado?
Para esto sobran las pruebas, y si hubiera en ello alguna dificultad, consistiría en la elección.
En el capítulo II, §. I, libro cuarto, que es el sexto en esta edición, Aristóteles, al recapitular las cuestiones tratadas hasta allí, añade: «Ya hemos hablado de la aristocracia y del reinado; porque el tratar del gobierno perfecto fue lo mismo que tratar de estas dos formas.» Ahora bien; ¿dónde trató Aristóteles del gobierno perfecto sino en el libro sétimo? ¿ni cómo ha podido hablar en el libro cuarto de una cuestión anteriormente discutida, si el cuarto debiese estar colocado realmente antes del sétimo?
En el capítulo III, §. I, libro cuarto (sexto de esta edición), encontramos una referencia igual: «y cualquiera otro elemento semejante del Estado de los que hemos enumerado en nuestras consideraciones sobre la aristocracia; porque hemos explicado en este pasaje cueles son los elementos indispensables de todo Estado.» En efecto, Aristóteles trató esta cuestión por extenso en el libro sétimo, es decir, en sus consideraciones sobre la aristocracia, sobre el gobierno perfecto, capítulo VII, §. III, libro séptimo, que es el cuarto en esta edición: «Veamos, pues, dice al comentar esta discusión, cuáles son estos elementos sin los que el Estado no puede subsistir; porque lo que forma las partes constitutivas del estado será precisamente una condición indispensable de su existencia, &c.» ¿Cómo el autor puede recordar en el libro cuarto lo que no ha dicho aún, lo que no había de decir hasta el sétimo?
La misma observación puede hacerse en vista de otro pasaje del libro cuarto (sexto de esta edición), capítulo III, X, donde Aristóteles recuerda de nuevo estos elementos constitutivos del Estado.
En el libro cuarto (sexto de esta edición), capítulo IX, §. XIII, el autor sienta en principio, que los gobiernos son tanto mejores o peores, según que se aproximan o se alejan del gobierno perfecto, «cuya naturaleza, dice, he fijado de una manera precisa.» Aristóteles no habla del gobierno perfecto hasta el libro sétimo.
Lo mismo sucede con el pasaje del capítulo X, §. XII del libro cuarto (sexto de esta edición), donde el autor, en una nueva recapitulación, repite que ha hablado anteriormente del mejor de los gobiernos. [12]
Inútil sería llevar más adelante estas citas. Las que preceden son las más importantes y bastan para demostrar que, en el pensamiento del mismo Aristóteles, la discusión sobre la aristocracia, es decir, el antiguo libro sétimo, venía antes del libro cuarto, en el cual cita a aquel y le recuerda muchas veces.
Pasemos ahora al antiguo libro sexto. Ningún filósofo se ha ocupado hasta ahora de si pueden suscitarse legítimamente, respecto de este libro, las mismas dudas que respecto a los otros dos. El asunto de este sexto libro tiene evidentemente conexión con el del antiguo libro cuarto. Después de haber tratado al final de éste de la división de los poderes y de su organización general en los diversos sistemas de gobierno, Aristóteles pasa, por una razón de consecuencia muy natural, a ocuparse de los principios de organización especial en cada uno de estos sistemas. Ahora bien; esta última parte de la discusión no se encontraba en el orden antiguo sino en el libro sexto, separado del cuarto por el quinto que trata de un asunto absolutamente diferente, es decir, de las revoluciones. Basta la simple lectura para convencerse del enlace lógico del asunto del antiguo libro cuarto con el del antiguo sexto.
A esta primera prueba puede añadirse otra análoga a la que más arriba nos sirvió para hacer ver la conexión material entre los libros tercero y sétimo.
El libro sexto, colocado el sétimo en esta edición, termina con esta frase: Περι μεν ουν των αλλων ων προειλομεθα οχεδον ειρηται περι παντον. Μεν, colocado de esta manera, se encuentra privado de su correlativo obligado δε; porque el libro concluye aquí. Es cierto que algunos editores, apoyados en la autoridad de dos manuscritos, han comenzado el libro siguiente, es decir, el antiguo sétimo, por περι δε πολιτειας, en lugar de περι πολιτειας. Esto es lo que aconseja M. Goettling, y parece que siente no haberlo hecho así en su texto. A su juicio, el libro sexto se enlaza de esta manera perfectamente con el sétimo, optime cohoeret; y δε responde a μεν, como debe suceder siempre gramaticalmente hablando. Pero se le puede preguntar también: ¿qué importa que la gramática quede a salvo? El asunto del libro sexto y el del sétimo no tienen la menor relación. Enlazarlos arbitrariamente por medio de estas conjunciones es un trabajo inútil; el lazo de unión no es más que aparente; no existe en realidad, puesto que no existe lógicamente. [13]
Por otra parte, esto equivale a establecer, entre dos libros que por otra parte se separan, una conexión demasiado estrecha. Sería preciso suponer entonces que en el pensamiento del autor los antiguos libros sexto y sétimo no formaban más que uno; y de este modo se crea una nueva dificultad, más insoluble aún que la primera y completamente gratuita, no ya precisamente sobre el orden, sino sobre la división misma de los libros.
Cotéjese este final del antiguo libro sexto con el principio del quinto, el octavo de esta edición, y se advertirá claramente su semejanza, y, casi podría decirse, su identidad. El quinto (octavo de esta edición) comienza así: Περι μεν ουν των αρχων ως τυπω σχεδον ειρηται περι πασον. Es la misma idea , y son poco más o menos las mismas palabras que las del final del otro libro. Uniendo esta prueba material a la prueba lógica indicada más arriba, puede inferirse de aquí que el antiguo libro sexto debe colocarse antes que el quinto, y que el final del uno ha sido como impuesto por el principio del otro, lo mismo que el final del tercero aparecía en suspenso por la mala colocación del antiguo libro sétimo.
¿Y qué diremos, si se prueba que este orden exigido por la lógica y por el contexto, es también el indicado por Aristóteles mismo, que lo anuncia formalmente y lo impone a su propio pensamiento? He aquí lo que dice en el libro sexto (cuarto), capítulo II, §. III:
«En seguida explicaré cómo es preciso que se constituyan estas formas de gobierno, quiero decir, la democracia y la oligarquía, en todos sus matices. Y en fin, después de haber pasado revista a todos estos objetos con la concisión conveniente, trataré de explicar las causas ordinarias de la caída y de la conservación de los Estados, en general y en particular.» Este pasaje es decisivo, y si se le coteja con los anteriormente citados del mismo libro, y que contienen las referencias del autor al objeto del antiguo libro sétimo, no queda ni la más ligera duda acerca del plan general de la obra. La teoría de las revoluciones ocupa el último lugar (y en fin), y es, en el pensamiento del autor así como en la realidad, el fin del sistema. El antiguo libro sexto, que trata de la organización del poder en las democracias y en las oligarquías, está necesariamente antes del antiguo quinto, que trata de las revoluciones, y la obra termina con aquel de una manera completa y satisfaciendo todas las exigencias de la lógica. [14]
En esta nueva disposición, la obra del Estagirita aparece con una claridad, con un espíritu metódico, y, puede añadirse, con una verdad incontestable. Ninguna duda se suscita sobre el orden de los tres primeros libros. En el tercero, Aristóteles anuncia que reconoce tres formas fundamentales de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la república. Trata de la monarquía bajo la forma de reinado al final del libro tercero. En el sétimo y octavo, que vienen después según el nuevo orden, trata de la aristocracia, que según él, como tiene cuidado de decirlo, equivale a la constitución modelo, al gobierno perfecto, identidad que se encuentra hasta en las palabras: η αριστοκρατια η αριστη πολιτεια. En los libros cuarto y sexto trata de la república y de las formas degeneradas de los tres gobiernos puros: la tiranía, la oligarquía y la demagogia; y como los gobiernos oligárquicos y democráticos son los mas comunes, se detiene más largamente en ellos y expone sus principios especiales. Por último viene el libro quinto; y después de haber considerado iodos los gobiernos en si mismos, en su naturaleza, en sus condiciones particulares, Aristóteles los estudia en su duración, y hace ver cómo cada uno de ellos puede conservarse y cómo corre riesgo de perecer.
Por lo contrario, guardando el orden en que actualmente se colocan los libros, puede verse cómo el pensamiento de Aristóteles, de ordinario tan consecuente, se hace incoherente é incompleto, y cómo del orden de sus ideas aparece roto, despedazado y trastornado por su base. Al fin del libro tercero, después de haber tratado del primero de los tres grandes objetos de discusión que se propone, y anunciado el segundo, abandona de repente este segundo asunto, que aún no ha estudiado, para pasar al tercero; luego abandona este tercero para pasar a otro enteramente diferente; a seguida torna de nuevo su tercera tesis y la completa; y después, por último, vuelve al segundo punto de examen, que tan formalmente había anunciado al principio, y que había después abandonado intercalando tres libros enteros. ¡Qué desorden!
Queda siempre, téngase presente, cualquiera que sea por otra parte el sistema que se adopte, la frase incompleta del libro tercero, y que sólo encuentra su complemento en el principio del sétimo. En todas las ediciones se afirma que aquí hay un vacío, y conforme a la discusión anterior puede afirmarse simplemente, que lo que aquí hay es un descuido de copista, cosa [15] singular y que no comprenden, dada su preocupación filológica, los modernos, pero de la que en la antigüedad tenemos por desgracia muchos ejemplos, para que esto nos pueda causar extrañeza.
No dudo pues en declarar, apoyándome en todas las pruebas que he citado más arriba, que este nuevo plan de la obra de Aristóteles es el único racional, el único verdadero. Aristóteles no pudo adoptar otro, y la ligereza de los copistas es la única causa del desorden; pero no ha oscurecido la colocación verdadera trazada por su pensamiento de tal modo que no sea posible encontrarla de nuevo y seguirla.»
Estas son las principales razones que Mr. Saint-Hilaire expone, al lado de otras muchas, que los que deseen profundizar esta cuestión pueden ver en su traducción.
En su consecuencia, concluye diciendo: que el orden actual de los libros de la Política no es bueno, y que el que debe sustituirle es el siguiente: primero, segundo, tercero, sétimo, octavo, cuarto, sexto, quinto, y una vez adoptado este cambio, aparecen los libros en esta forma:
Libro I.– De la sociedad civil. – De la esclavitud. – De la propiedad. – Del poder doméstico.
Libro II.– Examen crítico de las teorías anteriores y de las principales constituciones.
Libro III.– Del Estado y del ciudadano. – Teoría de los gobiernos y de la soberanía. – Del reinado.
Libro IV.– Teoría general de la ciudad perfecta (siete).
Libro V.– De la educación en la ciudad perfecta (ocho).
Libro VI.– De la democracia y de la oligarquía. – De los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial (cuatro).
Libro VII.– De la organización del poder en la democracia y en la oligarquía (seis).
Libro VIII.– Teoría general de las revoluciones (cinco).
Nada tiene de particular que al leer la Política con la división de libros que se ha seguido hasta ahora, se suscitaran dudas sobre su irregular colocación, puesto que ya a fines del siglo XVI y principios del XVII, Scaino da Salo y Conring d'Hemlstadt llamaron la atención sobre esta irregularidad, cosa que no debe extrañarse, teniendo en cuenta que se trata de una obra escrita hace veintitrés siglos; que la invención de la imprenta es cosa modernísima respecto de ella; que su [16] trasmisión hasta nosotros se debe a copistas más o menos instruidos; que las obras de Aristóteles estuvieron escondidas por espacio de dos siglos, y no se las conoció hasta el tiempo de Sila; que no sólo se han suscitado dudas en este punto respecto a la Política, sino que hemos visto a Duval reparar el desorden que existía en la Metafísica, a Heinsius el que notó en la Poética, y a Gaza hacer un cambio en la colocación del libro primero de la Historia de los Animales; y que es muy dudoso si Aristóteles, al publicar su Política, la dividió en ocho, o si lo hizo en más o menos libros, puesto que se nota cierta impropiedad en el principio de cada uno, pues que comienzan por conjunciones o conclusiones de razonamiento. Para terminar, haremos notar que la nueva división de la Política de Aristóteles, es más lógica que la anterior, y por consiguiente más conforme con el juicio que el mundo sabio tiene formado del carácter del espíritu del gran filósofo.
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