Idea general y Ontología de la Corrupción
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Principio metafísico de inercia ontológica:
Causas (endógenas / exógenas) de la Corrupción / Teoría binaria (formalista) de la causalidad
[1] La distinción (disyuntiva) entre corrupciones endógenas / exógenas como indeterminación indeseable
[Esta] distinción […] (ejercida antes que representada en los debates ordinarios) […], sobre todo si se mantiene con un sentido disyuntivo, abre el camino a una indeterminación indeseable [748] en el momento de definir la naturaleza de la corrupción, porque sugiere que el término “corrupción” puede considerarse como el nombre común (homonímico) dado a dos procesos distintos y aun disyuntivos, a saber, la corrupción endógena y la exógena. […].
[2] Crítica al “principio de inercia ontológica”
La distinción entre las fuentes endógenas y las fuentes exógenas de la corrupción presupone un principio ontológico (o metafísico) implícito, que tiene que ver con el que llamamos “principio de inercia ontológica”, según el cual cada ser o sustrato realmente existente, auténticamente existente, tiende a mantenerse en su ser si una causa exógena no desvía o interrumpe su realidad procesual o la destruye.
Podría decirse que este principio de inercia ontológica actúa tanto o más de modo ejercido que de modo representado (generalmente como principio de identidad) a lo largo de toda la historia del pensamiento occidental. He aquí un breve recordatorio de lo que podrían ser los hitos más importantes:
- Aristóteles (Metafísica, I, 3, 984a 20): “Ciertamente el sujeto [sustrato] no se hace cambiar a sí mismo”. En la traducción de Guillermo de Moerbeke que utilizó santo Tomás: Non enim itaque facit ipsum subiectum transmutare seipsum.
- Santo Tomás, aplicando esta idea a los sujetos hilemórficos corruptibles: “Nada se corrompe sino porque la forma se separa de la materia” (S. Th., I, 9, 2c), sobrentendiendo que en un compuesto sustancial la forma que actualiza la materia prima no se separa por sí misma del compuesto.
- Suárez (Disputación, 18, 11): “La corrupción (o desitio) en su mismo ser nunca se hace por eficiencia propia, sino en la medida en la que sigue a la afectación de otra cosa”.
- Espinosa (Ética, III, proposición 6): “Cada cosa se esfuerza cuanto está a su alcance por perseverar en su ser”. Este principio, llamado a veces principio del conatus, ha sido puesto muchas veces (E. Meyerson, V. Delbos) en conexión con el principio de la inercia de Galileo o de Newton.
Supondremos, por tanto, que el “principio de inercia ontológico”, sobre todo cuando es interpretado en el contexto del sustancialismo hilemórfico, está en el fondo de la distinción disyuntiva (en la teoría de las cuatro causas) entre las causas intrínsecas (materia y forma) y las causas extrínsecas (eficiente y final).
Una teoría que, como es sabido, fue aplicada por muchos escolásticos al análisis de la propia sociedad política, aun reconociendo que la unidad de la sociedad política no tiene la condición de una unidad sustancial. El Estado sería un unum per accidens (en este sentido algo “artificial”), aunque, solía añadirse, de derecho natural. En la sociedad política (por tanto, también en la democracia) habría que reconocer, como causas intrínsecas, al pueblo (causa material) y a la autoridad legítima (causa formal); y como causas extrínsecas a Dios (causa eficiente de la autoridad según la fórmula de san Pablo: Non est potestas nisi Deo) y al bien común (como causa final).
Ahora bien, la teoría escolástica de las cuatro causas y su clasificación en intrínsecas y extrínsecas estaba a su vez condicionada por la concepción binaria Y=f(X) de la relación causal, como una relación del efecto Y a la causa X. Relación que alcanzaba su máxima pureza en el caso de la creación, porque aquí el efecto ex nihilo Y solo podría relacionarse con la causa primera X, y no con algún sustrato previo en funciones de esquema material de identidad. El análisis de la relación causal desde el formato lógico de la relación o función binaria Y=f(X) se correspondía con la tendencia a evacuar todo contenido material de la relación causal, evacuación formalista que en la tradición escolástica se llevaba a cabo en la teoría de la creación […]. (Hume, sin advertirlo, habría heredado de la escolástica este formalismo binario de la causalidad, al extender la evacuación del contenido a toda relación causal, aun cuando no se tratase de la causa creadora).
[El materialismo filosófico niega la distinción, en cuanto distinción disyuntiva [753], entre las causas endógenas y las causas exógenas de la corrupción, redefiniendo las relaciones de causalidad según la teoría no binaria de la relación causal].