Filosofía en español 
Filosofía en español

Materialismo / Idealismo político y democrático

[ 843 ]

Filosofías “centradas” en la Democracia: Idealistas-espiritualistas / Materialistas
Corporeidad referencial como criterio de distinción

La expresión filosofía de la democracia [842] será aquí sobreentendida no ya como un singular, sino como un plural, sin perjuicio de que este plural, a su vez, asuma el significado dialéctico que implica necesariamente la pluralidad de filosofías, entendida esta pluralidad como el enfrentamiento de determinadas filosofías de la democracia con las que constituye una unidad polémica. O, si se prefiere, la unidad formada por las “verdaderas filosofías” de la democracia que, sin embargo, no se confunden con la unidad de las “filosofías verdaderas” [18] de la democracia.

Y, sin duda, caben muchos criterios de clasificación. Aquí nos atendremos a un criterio que puede ser aplicado, no ya a la clasificación de las diversas filosofías de la democracia (o de la política, en general), sino también a las diversas filosofías centradas [19] (o “filosofías de”) en torno a dominios tales como la Religión, la Ciencia, la Música, la Cultura o el Hombre.

Un criterio gnoseológico [168] que ha de suponerse aplicable a todas las verdaderas filosofías centradas consideradas, como pueda serlo el criterio de la corporeidad referencial, en cuanto piedra de toque para discriminar una metodología racional [2] e intersubjetiva (los sujetos que debaten sobre ideologías siguen siendo sujetos corpóreos) de una metodología poética o mística.

En función de este criterio de corporeidad referencial [68], la clasificación de las filosofías que vamos a utilizar es una clasificación binaria, pero no dicotómica o disyunta, salvo cuando nos refiramos a algún rasgo o “estroma” [1] muy determinado, en función del cual cabrá definir posiciones contradictorias (por ejemplo, la cuestión de si en la democracia parlamentaria cabe o no la figura de un rey). En cualquier caso, el reconocimiento de los cuerpos como referencias existentes fuera del sujeto corpóreo, puede tener o bien un sentido asertivo o bien un sentido exclusivo. En cualquiera de estos casos, hablaremos de filosofía materialista; y cuando la realidad de los cuerpos no sea reconocida, ni en la forma exclusiva de los materiales corpóreos, ni en la forma asertiva del materialismo filosófico, hablaremos de idealismo (o de filosofía idealista).

Ahora bien, en el idealismo, entendido en función de los cuerpos como “incorporeísmo”, habrá que distinguir, a su vez, dos tipos muy diferentes, dado que los cuerpos en función de los cuales se define son muy heterogéneos según sus géneros o especies, y pueden a su vez ser clasificados, por ejemplo, en cuerpos vivientes y cuerpos no vivientes (al menos por todo aquel que no se aferre a la tesis de que todos los cuerpos son química), clasificación que nos conduce a su vez, combinatoriamente, a la clasificación de los vivientes en dos tipos: vivientes corpóreos y vivientes incorpóreos. Y es entonces cuando el idealismo filosófico puede ser definido como aquella filosofía que asume la posibilidad de contar con los vivientes incorpóreos. De este modo, el idealismo incorpóreo queda determinado como espiritualismo.

Y no por ello el espiritualismo se identifica con el idealismo, aunque resulta ser muy afín a él. Esta es la razón por la cual el materialismo filosófico, aunque cuenta en su sistema con materialidades incorpóreas (tanto en sentido exclusivo, como las que designa como M2, M3 y M, como en sentido asertivo, como las que designamos por M1), no es un espiritualismo [22]. Las Ideas abstractas [81] (más precisamente: lisológicas) [818] que suelen formar parte de los sistemas filosóficos (como puedan serlo las Ideas que se contienen en los libros de la Metafísica de Aristóteles) no son entidades vivientes, aunque sean incorpóreas, porque, para el materialismo filosófico, los vivientes solo pueden ser corpóreos.

Finalmente, diremos que la clasificación binaria de las filosofías centradas en idealistas y materialistas no es disyuntiva, puesto que estas filosofías generales no se dibujan en algún lugar previo a los dominios de referencia (“religión”, “fútbol”, “cocina”, “música”, “guerra” o “democracia”), sino que resultan de la confrontación de diversas filosofías centradas, en donde los componentes idealistas pueden estar involucrados con componentes o estromas materialistas. Por ejemplo, la filosofía escolástica tomista, inequívocamente espiritualista cuando presupone la realidad de las “formas separadas” [66], y la de Dios inmaterial, contiene abundantes estromas materialistas cuando habla de la “Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad”, de su presencia real en el pan y en el vino de la Eucaristía, o de la resurrección de la Carne; otro tanto habría que decir del dualismo cartesiano, establecido entre los cuerpos autómatas no vivientes (salvo en apariencia) y las almas vivientes incorpóreas.

En cualquier caso, cada una de estas filosofías se redefine por oposición a las otras. Lo que tiene una consecuencia metodológica decisiva, a saber: que no es posible afectar una distante neutralidad entre el idealismo y el materialismo filosófico. Asumir la neutralidad como un apartamiento propio de quien a distancia se limita a dar cuenta de ambas posibilidades, sin inclinarse por ninguna, solo es posible desde el escepticismo. Y esto equivale a decir que la oposición dialéctica entre una filosofía idealista y una filosofía materialista solo puede hacerse tomando partido, es decir, situándose o bien desde el idealismo (para, desde él, analizar y triturar el materialismo), o bien desde el materialismo (para, desde él, analizar y triturar el idealismo). Quien no se decide a tomar partido (y no ya a priori, sino acaso como consecuencia de innumerables recorridos apagógicos), es decir, quien no quiere “comprometerse”, no podrá decir nada, salvo que se refugie en la “historia de las ideas filosóficas”, renunciando a cualquier valoración veritativa de las mismas. […]

Solo desde una concepción monista radical del idealismo [54] (es decir, desde la concepción de los diversos sujetos aparentemente corpóreos como determinaciones de un mismo sujeto o ego absoluto incorpóreo de naturaleza divina) pudo mantener Fichte a flote su filosofía del idealismo absoluto subjetivo, aunque declarándose incapaz de reconocer, desde su perspectiva, la posibilidad misma de un materialismo racional. En cambio, el materialismo filosófico, en tanto cuenta con la idea de materiales incorpóreos, puede concebir la posibilidad del idealismo, al menos en lo que él tiene de incorporeísmo.

Los dominios gnoseológicos (tales como Democracia, Religión, Música, etc.) en torno a los cuales se organizan las “filosofías centradas” desde las cuales se dan respuestas filosóficas a preguntas como “¿qué es la Democracia?” (o bien ¿qué es la Religión?, ¿qué es la Música?, ¿qué es el Fútbol?), están atravesados por múltiples planos secantes, en número indefinido; lo que no quiere decir que su morfología (la morfología del dominio) quede “disuelta” o dispersada en esa multiplicidad de planos secantes a los que cada dominio aparece incorporado.

Esto nos lleva al reconocimiento de la necesidad de interpretar la filosofía de la democracia (como filosofía centrada en el “dominio democrático”) no como una enciclopedia de las ideas que aparecen en los diversos planos secantes que lo cortan. Si la filosofía resulta de la confrontación entre diferentes dominios, entonces la filosofía de un dominio dado (la democracia, en nuestro caso), aunque se asiente en la plataforma del plano preferencial, tendrá que concatenar sus ideas con las que resulten de su intersección con otros planos secantes, al margen de los cuales la idea filosófica de democracia permanecerá “inacabada”.

Y, desde luego, el “dominio democrático” está atravesado por muy diversos planos secantes, como puedan serlo el plano de las sociedades animales (en el Político de Platón, el jefe de una democracia se presenta como “pastor de un rebaño”); el plano de la Humanidad (en el que se situaba Juan Bautista Cloots –Anacarsis Cloots–, diputado o “apóstol de la Humanidad”, quien siguiendo la inspiración de Volney presentó, en forma de enmienda al dictamen de la Comisión constitucional de 1793, un proyecto de República Universal cuyo primer artículo decía: “No hay otro soberano que el Género humano”); o el plano de las sociedades políticas humanas, sustantivadas en la idea del Estado o de la República, entendida como nombre común a la monarquía, a la aristocracia y a la democracia; el plano de las normas jurídicas; el plano de la cultura o incluso el plano que atraviesa los dominio sebasmáticos (religiosos o teológicos). […]

Por nuestra parte, nos atenemos […] al principio de que el plano preferencial en el que se dibuja la Idea de democracia es el plano (que corta al dominio) constituido por los conceptos políticos, por los conceptos que tienen que ver con el Estado y con el Derecho. Desde esta “plataforma” nos proponemos dibujar tanto las respuestas filosóficas idealistas como las respuestas filosóficas materialistas [844] a la pregunta “¿qué es la democracia?”.

Sin embargo, no vemos razón alguna para interpretar la oposición entre las concepciones idealistas y las concepciones materialistas de la democracia como si fuese una oposición contradictoria, como una “dicotomía” que enfrentase disyuntivamente a dos tipos de concepciones de la democracia. Porque tanto la concepción idealista-fundamentalista, como la concepción materialista contrafundamentalista de la democracia [854-875], se refieren a la democracia misma y, en consecuencia, tanto la concepción idealista como la concepción materialista de la democracia pueden “compartir”, si no ya una visión global de la democracia, sí contenidos particulares suyos muy importantes, pongo por caso, el concepto de Estado de Derecho [609-638] o la distinción entre sus tres poderes conjuntivos (el legislativo, el ejecutivo y el judicial). Sin duda, la interpretación de estos contenidos será muy distinta en el idealismo y en el materialismo; y, lo que es más importante, estas diferencias no sólo afectarán a los “momentos nematológicos” (ideológicos, teológicos, metafísicos, filosóficos) del sistema democrático, sino también a sus “momentos tecnológicos” [876]. […].

No hace falta insistir en el hecho de que las medidas sociales, militares o diplomáticas que el materialista deberá tomar en el terreno tecnológico serán muy distintas de las que tenderá a tomar el demócrata idealista. Dicho de otro modo, la contraposición entre el idealismo y el materialismo, en el entendimiento de la democracia, no se mantiene exclusivamente en el terreno de los epifenómenos, como algunos interpretarán, el momento nematológico.

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