Filosofía en español 
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Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo

[ 860 ]

Ideas puras / Fundamentalismo democrático:
“Reconciliación” con la realidad / Sacralización de la Idea

El componente ideológico de las expresiones “democracia realmente existente”, “comunismo realmente existente” [854-855] se hace patente de muchos modos. Examinemos aquí la cuestión desde cada uno de los aspectos o modos generales desde los que pueden concebirse estas sociedades realmente existentes, que dicen encarnar Ideas arquetípicas puras: el primero tiene que ver con la realidad empírica de la sociedad considerada como democrática (o como comunista, en su caso); el segundo tiene que ver con la irrealidad empírica, reconocida a la idealidad esencial de la democracia (o comunismo) tal como lo entiende el fundamentalismo democrático (o el comunista).

El primer momento lo ciframos en una suerte de reconciliación con la realidad de los demócratas (o de los comunistas) que no quieren renunciar a la Idea esencial, al intento fundamentalista. […] Si el demócrata fundamentalista reconoce la realidad de los déficits de la democracia lo hará no solo a título de reconocimiento de hechos imprevistos, o contingentes, ni tampoco a título de fracaso o crisis de fundamentos, sino a título de aceptación de las condiciones necesarias, por duras que sean, para que la Idea de la democracia fundamental (o la Idea del comunismo) puedan al menos alcanzar una mínima corporeidad política real (“dos pasos atrás y uno adelante”). Son las posiciones del “posibilismo”. Será preciso enfrentarse con la realidad empírica y, en lugar de verla como una negación sistemática de la Idea, de lo que debiera ser, habrá que comenzar a considerarla como la condición del mismo ser o existencia real de la democracia [870] (o del comunismo).

Es evidente, por tanto, que esta “reconciliación con la realidad”, con lo realmente existente, no tendría en principio el sentido de una renuncia al modelo ideal, al deber ser, en beneficio de un mero disfrute del ser empírico alcanzado (en la democracia o en el comunismo). La reconciliación con la realidad desde el fundamentalismo tendrá el sentido de un punto incesante de partida para el proceso de la refundición de la realidad existente con la irrealidad esencial de la Idea pura que, sin embargo, parece ser la condición de aquella misma realidad, en tanto ella es algo más que un hecho bruto o empírico. El fundamentalismo no es entonces meramente un rigorismo dispuesto a abandonar al mundo porque no es perfecto, sin que ello implique una disposición al relajamiento.

Las cosas ocurren como si la esencia que confiere significado a la existencia de la democracia (o del comunismo) realmente existente exigiera tener también una existencia irreal, pero esencial, solo a partir de la cual fuera posible dar cuenta de la misma existencia bruta o empírica de la democracia (o del comunismo). Como si estuviese actuando una modalidad de aquel argumento ontológico que los frailes anselmianos atribuían a la esencia divina, a la Idea de Dios; una Idea que, por naturaleza, exigía internamente su existencia [145-151], por precaria que fuese. Ahora bien estas Ideas esenciales que por naturaleza tienden a existir se parecen bastante a lo que, varios siglos después, Alfred Fouillé describió, en el terreno puramente psicosocial, como “Ideas fuerzas”. Y no pretendemos con esta asimilación tanto reducir las ideas esenciales a la condición de “Ideas fuerza”, en sentido psicológico, cuanto lo contrario, reducir las “Ideas fuerza”, algunas al menos, a la condición de Ideas esenciales.

(El cauce principal a través del cual el concepto taxonómico de democracia se transforma en una idea fuerza, no es otro sino el fundamentalismo democrático, es decir, la concepción de la democracia representativa y parlamentaria como única vía –entre todas las restantes de la taxonomía– para poder alcanzar el progreso, el bienestar y la paz de las sociedades políticas. […] Ahora bien […], solo los ignorantes de los mecanismos sociales, gremiales, ideológicos, psicológicos, económicos, etc., pueden mantener la Idea de democracia como Idea fuerza salvadora y como fin y destino de la historia humana).

El segundo momento lo ciframos justamente en esa especie de sacralización experimentada por la Idea fundamental. Pues no se trata solo de reconocer la perfección de la Idea pura, distante y dotada de tal autosuficiencia que fuera posible olvidarse de ella. Una Idea fundamental que, como la Idea democrática fundamentalista (o la Idea comunista en su caso), parece tener esa fuerza conformadora o moldeadora que, al actuar fuera de su inmanencia ideal (no solo mental), se muestra como imprescindible para dar sentido y orientación a la misma realidad empírica, a la misma política real, es una Idea que nos envuelve y a la que tendremos que reconocer su condición de valor supremo, refractado en los llamados “valores democráticos”. Un valor supremo [873] que da sentido a las realidades empíricas, y las eleva sobre el prosaico ras de la tierra; porque el fundamento inspira una orientación de futuro al flujo incesante de los instantes que componen el ahora empírico, prosaico y sucio de la vida política cotidiana.

¿Son Ideas que puedan hacerse presentes como brillando más allá de nuestro mundo (brillando en un mundo ideal o futuro, utópico o ucrónico) las que podrían servirnos como guía de nuestro movimiento en el mundo real? […] Pues no serían, en todo caso, Ideas creadas para evadirnos del mundo real [857], sino Ideas destinadas a envolver al mundo real [787], orientando la política efectiva democrática (o comunista) y logrando así que ella adquiera sentido.

Ahora bien: esto es lo que explica también la peligrosidad de esas Ideas fundamentalistas sacralizadas pueden revestir cuando se enfrentan con quienes niegan de plano que la realidad empírica pueda considerarse si quiera, por ejemplo, como democracia o como comunismo realmente existente. Pues esto equivaldría a decirle, a quien está impulsado por la Idea sacralizada, que la realidad en marcha nada tiene que ver con su fundamento; equivale a desacralizar por completo la realidad, a negar la democracia al reducirla a su condición de “oligarquía” (o de aristocracia enmascarada), o a negar el comunismo realmente existente, mancillándolo al definirlo como capitalismo burocrático de Estado, o como despotismo tártaro. Quien mantiene estas negaciones, quien desvirtúa de tal modo el principio vital de la democracia, o en su caso al menos, el principio del comunismo realmente existente, merece morir, aunque sea de un piquetazo, dado a traición, por quien todavía creía en la vida real del comunismo militante (parece que Ramón Mercader, el asesino de Trotski, no actuó por dinero ni por miedo a una orden de Stalin, sino convencido de la necesidad de su misión para la causa del comunismo).

Pero el fundamentalismo no es un integrismo y no exige, de por sí, que la realidad empírica deba satisfacer íntegramente el arquetipo (según el principio: bonum ex integra causa, malum ex quocumque defecto) para mantenerse ligado a los fundamentos.

{PCDRE 52-54 / EC149 /
EC149 / → EC109-110 / → PCDRE}

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