Contestación a la diatriba estampada en el Diario del 19 de marzo de 1838 contra la Institución Hamiltoniana y su Director
Colocado el director de la Institución Hamiltoniana en la altura en que se encuentra en el mundo literario, y gozando de la fama europea que debe así a sus obras ya publicadas como a sus trabajos literarios, conocidos de las más corporaciones científicas y de los principales sabios de Europa, se desdeña de contestar a unos ataques que hasta él no llegan y no pueden herir en lo más mínimo una reputación tan sólidamente establecida como la suya; pero ve el infrascripto discípulo y secretario de la Institución Hamiltoniana no he podido leer sin indignación las groseras e indecentes calumnias que se han estampado en el citado número del Diario de avisos de Madrid: creo deber al honor de mi empleo y a mi amor a la verdad no menos que a mi profunda convicción el vindicar aquella verdad tan vilmente ultrajada. Mi honradez me impone la ley de contestar, y contesto.
Los incautos que se formarían una idea del director de la Institución Hamiltoniana por el referido libelo creerían sin duda que no es sino uno de aquellos maestritos chambones y charlatanes de que abunda esta corte, que, sabiendo hablar imperfectamente algo de francés e inglés, abren una escuela, hacen al público promesas pomposas que son incapaces de cumplir, y le engañan desde a duro hasta a doblón mensual; pero sepa el sensato vecindario de esta corte que el director de la Institución Hamiltoniana, menos ilustre por la noble y antigua cuna en que nació, que por los servicios que ha hecho y los honores que se le han conferido como literato, llegó, después de haber desempeñado durante catorce años en la universidad de París varias cátedras con suma distinción, al elevado empleo de inspector de los estudios en la misma; que en 1820 publicó en París y en francés una gramática española en dos tomos en octavo mayor, acerca de la cual el Instituto de Francia publicó en el Diario de los sabios de 1821 un informe que acaba con las siguientes palabras: «Debemos decir que es una importante y útil obra aquella con que este joven catedrático acaba de dotar a la España y a la Francia. Aplicando la lengua castellana los principios de gramática general diseminados en los numerosos y sabios tratados que posee la Europa, el autor de la nueva gramática española hubiera podido callar o disfrazar sus empréstitos; pero, lejos de valerse de esta especie de charlatanismo, nombra siempre a los autores cuyos principios y raciocinios reproduce a veces textualmente. Confesando que en el inmenso número de proposiciones y reglas que por primera vez establece el catedrático francés algunas hay que pueden ser controvertidas, debemos declarar que las más constan de observaciones casi siempre profundas, sabias e ingeniosas que merecen el honor de ser juzgadas por la academia española; y aunque algunas pocas hubiese que no sancionase, siempre el honor de la iniciativa le quedaría al autor de la nueva gramática, cuyos esfuerzos tanto más aplaudirá sin duda la academia española, cuanto que acaba de adquirir por esta primera obra un lugar distinguido entre los gramáticos modernos de primer rango.»
La academia nacional española con fecha 13 de agosto de 1821 dirigió al instituto real de Francia un informe acerca de la gramática española, compuesta por el catedrático de la universidad de París, actualmente director de la Institución Hamiltoniana; este informe concluye del modo siguiente: «En medio de la vasta erudición que acaba de desplegar el autor de la gramática que examinamos, se le han escapado algunas ligeras inadvertencias en los nombres de los autores y en la cronología: inadvertencias que en nada disminuyen el mérito de su gramática, ni el suyo como filólogo, ni tampoco el reconocimiento que le debemos como españoles y como académicos.»
«La academia podría extenderse mucho más todavía sobre el examen y estimación de una obra tan importante, fruto de diez años de estudio destinado a perfeccionar otra que en su juicio mismo necesita ser refundida y mejorada; pero ahora se limita a decir que la gramática que acaba de publicar el catedrático de la universidad de París es una de las obras clásicas más notables de que la filología europea puede honrarse de un siglo a esta parte, en una palabra, el autor de la gramática española, asunto de este informe, se ha hecho por sus trabajos, su instrucción y su viva afición a nuestra lengua y literatura eminentemente acreedor al aprecio y estimación de la academia española.» (Véase el Diario de los sabios de octubre de 1821.)
La academia española consiguiente con este informe se dignó recompensar al literato, hoy director de la Institución Hamiltoniana, admitiéndole en su seno; y dice en el diploma de su nombramiento que le acuerda en testimonio de su reconocimiento y de cuan aceptables le han sido sus trabajos, añadiendo que vive y vivirá eternamente la más profunda gratitud en el ánimo de sus individuos.
Los límites de esta contestación no me permiten referir los trabajos literarios que han merecido al director de la Institución Hamiltoniana el honor de sentarse en los escaños de otras corporaciones científicas extranjeras; solo sí diré de paso que a una tragedia francesa de su composición ha debido en París gloriosos triunfos; y que en Londres, habiendo pronunciado en la lengua del país varios discursos, algunos casi ex tempore, delante de 1500 o más oyentes, fue interrumpido repetidas veces por aplausos de entusiasmo, y que centenares de ellos le acompañaron larguísima distancia hasta su casa, victoreándole y llevándolo parte del camino encima de sus cabezas como en triunfo. Acerca del discurso inglés que pronunció en el Consulado de Madrid el año de 1835, hablará la certificación que obra en su poder, y la imprenta no tardará en ofrecerle al examen de los sabios.
Milagro hubiera sido que no se hubiese encontrado en España algún mal cura, frailuco, canónigo o chantre que, en abono de las antiguas doctrinas rutinarias por él estudiadas para poder cantar misa, intentase como áspid venenoso, morder al benemérito literato cuyos antecedentes acabo de indicar, y cuyos actuales desvelos tienen por objeto derribar el edificio de la ignorancia, y dar carta de naturalidad en nuestro país a los últimos progresos de la filología, de los cuales no pocos a él se deben y deberán.
Facilísimo es para mí destruir los cargos del vil anónimo complotista, porque con hechos positivos y testigos vivos, respetables y de buena fe puedo probar que miente, y si no miente, ¿por qué se encubriría el libelista tonsurado con el velo del anónimo? ¿por qué no ha firmado su nombre como yo firmo el mío? La razón es porque de su nombre tiene vergüenza, es porque sabe que su solo nombre impediría que un solo hombre de juicio le creyese, y finalmente, es porque conoce que su nombre vale aún menos que un anónimo.
Es verdad que los más discípulos del curso a que pertenecía el libelista pasaron, y él entre ellos, a otro curso superior empezado dos o tres meses antes que el que principió a mediados de enero. Seis respetables testigos que aún hacen parte de dicho curso superior están prontos a declararlo. Verdad es que cuatro o cinco de los que habían pasado a dicha clase superior se han retirado a sus casas; pero también lo es que el libelista, por razones que no pueden ser sino hijas de sus preocupaciones literarias, y de la diferencia entre sus opiniones políticas y las del director de la Institución Hamiltoniana, formó un complot para el cual encontró a un Berton Burkenstaf que se pusiese por delante, y a dos atolondrados que, como el hortera del mercader de sedas, gritasen «bulla, bulla!!!» pero es falso que se hayan retirado todos los discípulos del curso principiado a mediados de enero, pues los más de ellos (todos prontos a declararlo) siguen llenos de satisfacción en los cursos superiores de la Institución Hamiltoniana, con los cuales han hecho fusión.
Respecto del segundo cargo, el libelista no puede descansar en la honradez sino en la mala fe o credulidad de cuatro o seis ignorantes que le han oído vocinglerar, y han podido creer que tenía razón porque metía más ruido. El director de la Institución Hamiltoniana es quien, descansando en la honradez y buena fe de casi todos sus discípulos y del público de Madrid, opone al ataque anónimo la siguiente declaración ya firmada por numerosas personas de carácter y responsabilidad, la que contestará a dicho segundo cargo. Dice así:
«Nosotros los infrascriptos discípulos que somos o fuimos de la Institución Hamiltoniana, declaramos que la unión del sistema de la anterioridad al de investigación etimológica y al método de enseñanza hamiltoniano forma una triple combinación que hace sumamente fácil la adquisición de las lenguas extranjeras, y la hace muy rápida para cualquiera que tenga una mediana inteligencia con mediana aplicación y laboriosidad: que, en personas de talento, esta triple combinación ha producido dicho establecimiento resultados que parecerían milagrosos a todos cuantos no fuesen discípulos de la Institución Hamiltoniana. Debemos añadir en apoyo de la justicia que el actual director de la Institución Hamiltoniana no solo sabe sacar de la citada triple combinación a favor de sus discípulos todo el partido posible, sino aún que toma para todos ellos, y cada uno en particular, el interés de un hermano o de un padre.» Siguen las firmas.
El Director de la Institución Hamiltoniana me autoriza para que en su nombre ruegue a todos sus discípulos fieles a la justicia y a la verdad actualmente residentes en Madrid y que no han firmado esta declaración tengan la bondad de venir a añadir sus firmas a las muchas que está pronto a patentizar a los que dudasen de la legitimidad de este documento.
Pasamos al tercer cargo: el libelista o los libelistas no saben si es falso o verdadero, 1.º Que se puedan aprender en pocos días de 14 a 16.000 palabras en cada una de las lenguas que se estudian simultáneamente: 2.º que adquirido semejante caudal de voces se entienda desde luego casi todo lo escrito en dichas lenguas, y 3.º que puedan en el segundo mes romper a hablar en las lenguas a cuyo estudio se dediquen: y no lo saben por la sencillísima razón de que al 1.º de estos tres grados conduce al 2.º y el 2.º al 3.º, y que quien no ha querido amaestrarse en el primer punto difícilmente puede pasar a los otros dos. La primera condición en el método de enseñanza de Jacotot y Hamilton es de saber perfectamente un tipo o modelo del lenguaje que se estudia; tipo cuyas raíces enseñan más de tres mil palabras y que el Catedrático hace pronunciar y entender perfectamente a sus discípulos antes de mandar que se aprenda de memoria: y si el libelista o los libelistas no han querido o podido aprender estos tipos ¡por qué han de extrañar las consecuencias de su pereza o de su inepcia! Es falso que se encuentren en todas las gramáticas las reglas de homogeneidad. La gramática en que hay mayor número de ellas contiene apenas una tercera parte de las ya dictadas a los discípulos del complot, las cuales, aunque arrojen de sí más de 13.000 palabras, no son la cuarta parte de la totalidad de las que se dictan en todo el curso. Numerosos discípulos de la Institución Hamiltoniana son la prueba viva e irrefragable del exacto cumplimiento de todo cuanto el Director ofrece en su prospecto y en sus anuncios; y en una palabra hay hombres para mucho y otros para poco, y de estos últimos son los del complot.
El cuarto cargo es relativo al método Hamiltoniano ya la simultaneidad de la enseñanza de idiomas. En cuanto al método Hamiltoniano o Jacotociano la declaración de los discípulos de la Institución Hamiltoniana arriba copiada sería más que suficiente para destruir los envidiosos ataques de sus detractores: en cuanto a la simultaneidad, ¿no saben los ignorantes libelistas que una comparación no interrumpida es necesaria a la sólida adquisición de todos los conocimientos humanos, que la simultaneidad de la enseñanza de las lenguas es indispensable para que nunca se interrumpa esta comparación? que por lo tanto, ¿en vez de introducir confusión aclara el entendimiento, clasifica las ideas y facilita extraordinariamente la memoria? y además ¿qué pueden los clamores de cuatro o seis badulaques contra un método y una simultaneidad que han mandado adoptar y observar en todos sus Colegios los Gobiernos de Francia, de Inglaterra, de Bélgica, de Alemania, Suiza y de los Estados Unidos? ¿Acaso sabrá más que los Gobiernos y todos los sabios de estas Naciones la media docena de ingratos y absurdos fautores del complot contra el Director de la Institución Hamiltoniana?
El objeto del quinto cargo es el de presentar como falsa la aserción del anuncio de la Institución Hamiltoniana que dice «no se necesitan libros en los dos primeros meses» y de hacer creer al público que al contrario el director de la Institución Hamiltoniana se beneficia en libros que vende: insidioso y perfidísimo es este ataque, y en él así como en los demás descaradamente y a su propia conciencia, si la tuviesen, mienten el libelista o los libelistas. Los tipos para el uso de la Institución Hamiltoniana son un folleto impreso por un Establecimiento de los más respetables de España, y en esta impresión el Director de la Institución Hamiltoniana no tiene el menor interés ¿qué tiene, pues, que ver con que su precio sea 14 o sea 20? Se añade que el Director hace comprar gramáticas, aunque despreciándolas todas, ¿por qué no dicen los ingratos libelistas que en una clase extraordinaria, que cuatro veces a la semana el Director de la Institución Hamiltoniana les hacía gratis, emprendió, por ser la instrucción más interesante y sólida que pudiese darse, hacer con ellos el examen de la gramática francesa de Lhomond, de todas la menos mala, para hacerles notar y explicarles las faltas y los errores de que hormiguea? En cuanto a la Historia de la Reforma Protestante el Director de la Institución Hamiltoniana, aunque Traductor de esta obra, tiene, si necesita un ejemplar, que comprarle, pues no es dueño del fondo, y, si se ha encargado cinco o seis veces de comprar otros tantos ejemplares de esta Historia para discípulos suyos, lo ha hecho para hacerles ganar todo el importe de la rebaja que se le concede como Traductor. Añádase que si al cabo de dos meses han necesitado esta obra y sido capaces de traducir, aunque en mal francés y mal inglés el reinado de Isabel de Inglaterra, que es de lo más difícil que puede traducirse, es prueba que han pasado a clase superior, ya que, en el progreso natural de la enseñanza, esta traducción no debe empezarse sino al fin del cuarto mes; y este solo hecho desmiente sin réplica la diatriba, y convence a su autor o autores de ser unos embusteros e infames calumniadores.
Últimamente, dicen los libelistas nada se aprende en la Institución Hamiltoniana, y que por lo tanto ellos nada han aprendido en ella. En esto como en lo demás dicen la verdad como Judas. Yo soy testigo, y otros seis hay conmigo, de que han aprendido las reglas de pronunciación de ambas lenguas, y se han naturalizado con la aplicación de las mismas, los unos más, los otros menos, según su mayor o menor laboriosidad: de que han aprendido las reglas de homogeneidad y las de investigación etimológica: de que han aprendido las bases naturales, las únicas bases sólidas de la conjugación, las que no se hallan todavía en ningún libro impreso: de que con arreglo a esta base han aprendido a conjugar en francés, en inglés y, lo que no es menos, en castellano, lo que antes no sabían. ¿Será acaso todo esto lo que llaman pamplinas? Hay más: han aprendido las primeras reglas importantes de la traducción, y han empezado a traducir, no del francés al español como se hace en todas partes, sino del español al francés, habiéndolo hecho ya tal cual, y ya el director de la Institución Hamiltoniana ha entrado con ellos hasta en el fondo de no pocas cuestiones de las más arduas y complicadas de la gramática francesa: todo esto que no suele hacerse en un año, lo han hecho en dos meses. Pero los libelistas todo lo componen diciendo los unos que lo sabían antes, y los otros que nada saben. Pues si lo sabían ¿a qué venían? y si nada saben ¿cómo han de ser capaces de juzgar a uno que mucho, o, cuando menos, algo sabe?
Acerca de la acumulación de denegaciones que sigue los cinco cargos que acabo de destruir, se limite a decir; que estas denegaciones quedan más que contestadas por lo que antecede; que los numerosos caballeros que han oído en la Institución Hamiltoniana las conferencias sobre la gramática general y el sistema de la anterioridad harán justicia al profundo saber del distinguido filólogo que dirige este establecimiento; y que entre los sabios de Europa es un punto admitido universalmente que ni el castellano, ni el francés ni ninguna lengua extranjera puede poseerse a fondo sin un conocimiento radical y completo del sistema de la anterioridad y de sus aplicaciones.
Hablan los pérfidos calumniadores de las muchas onzas que, según ellos, parece que el director de la Institución Hamiltoniana está robando al público. ¿No saben estos viles que el director de la Institución Hamiltoniana generoso y desinteresado hasta lo sumo ha concedido siempre a cada uno la rebaja que le ha pedido muchas veces de más que de mitad, y que a muchísimos ha enseñado sin retribución alguna? ¿No saben que las entradas de la Institución Hamiltoniana casi ningún mes han excedido a los gastos y que su honorable director sacrifica su reposo y su existencia a su amor a la ciencia, a la instrucción de sus conciudadanos y al bien del país?
Un rasgo del carácter del libelista hará conocer lo que vale el libelo.
La verdad descubriré,
Y aquí mismo arrancaré
El disfraz que os cubre a vos.
  Gil y Zárate, Carlos II, acto tercero, escena décima.
El día 5 del corriente, después de haber dicho el director de la Institución Hamiltoniana que la triple combinación en que estriba la enseñanza en este establecimiento derrama una luz maravillosa en todo cuanto se refiere al estudio de las lenguas y es aplicable a las concepciones más altas de la literatura, le juraba, apretando su mano sobre su corazón, una eterna gratitud y la más sincera e invariable amistad. El día 12 estallaba en la clase el complot por él urdido, y el 19 se publicaba la diatriba. ¡Ah! Ilustre Gil y Zárate, ¡qué bien has conocido y retratado los Froilanes Díaz que tanto han afligido y afligen nuestro país! ¡Uno más hemos encontrado!
Tengo un placer excesivo de poder informarle al acabar esta contestación que ha dado un espadazo en el agua; pues el ilustrado gobierno de S. M. conoce los honrosos antecedentes, la capacidad y los principios del director de la Institución Hamiltoniana, y la augusta no menos que justa Reina Gobernadora, queriendo recompensar el mérito y los servicios que ha hecho y está haciendo a la instrucción pública, a la ciencia y al país, se ha dignado por real orden del 15 del corriente conceder a la Institución Hamiltoniana el título de Colegio nacional Hamiltoniano y el derecho de incorporación en la universidad de sus estudios filosóficos; y yo a mi vez me atreveré a decir a los dignos consejeros actuales de la corona, que si buscan bien, encontrarán acaso entre los beneméritos y sabios profesores de la universidad a un desenfrenado Sans-culotte, uno de los principales corifeos de la bullanga y que se ha ridiculizado a la faz de la nación por su exaltado Jacobinismo. Si tal hombre hubiese entre los profesores de la universidad, dudo que convenga dejarle en medio de la juventud española.
Miguel Robles
Madrid: Imprenta de D. T. Jordán.
→ “Los últimos engañados discípulos de la Institución Hamiltoniana…”
