[ No aguardamos de la izquierda española un gobierno tiránico, opresor, rodeado de terrores y de sombras ]
Hemos dicho en nuestros números anteriores que, vista la situación de los negocios, y el giro extraño y singular que llevan desde el motín de Barcelona, eran posibles tres clases de ministerios para terminar, al menos por unos días, la crisis en que nos encontramos. Designándolos con los nombres que les competen, les hemos llamado revolucionario al primero, incapaz al segundo, y al tercero constitucional.
Es suficiente de hecho con estos nombres para comprender la idea que tenemos formada de su conducta, y la serie de actos que aguardaríamos de cada uno de los tres. Sin embargo, parécenos conveniente el continuar en esta investigación, el calcular con más detenimiento lo que respectivamente harían, el advertir a la nación de lo que en cada caso la espera, y del destino que le tienen preparado las tres referidas combinaciones. Un momento de reflexión bastara para convencer de que nuestras predicciones son fundadas, y de que arrastrados los partidos por su situación especial, no pueden separarse de la línea que la razón les señala de antemano, y en que duramente los enclava la lógica.
Respecto al primero de esos tres ministerios posibles, ya nos hemos ocupado de él en algunos artículos del Correo. Cuando calculábamos la conducta del gabinete del Sr. González, no otra cosa predecíamos que la de un ministerio revolucionario. La nación sabe que no nos equivocábamos en nuestro pronóstico, que veíamos bien y con exactitud. Marchaba S. S. a Barcelona, no había presentado aun el programa de la izquierda; y ya decíamos nosotros que su sistema de gobierno se habría de fundar en tres puntos, en la disolución de las Cortes, en la revocación de la ley de ayuntamientos, y en la destitución general de los empleados. Esto calculábamos con seguridad por el conocimiento que teníamos de aquel partido; y esto mismo precisamente reclamaba el Sr. González en Barcelona, como condición de su entrada en el poder.
No se nos oculta que las dificultades posteriormente sobrevenidas, que la heroica resistencia que ha impedido el triunfo de esas bases, han inclinado después a los hombres que las proponían hacía un camino de menos franqueza y de más disimulo. Sabemos bien que están arrepentidos de no haberse apoderado del mando, ofreciendo cuanto se les pidió, comprometiéndose en unas ideas contrarias a las suyas. Pero nos parece que se hacen ilusión, y que los extravía y los ciega su despecho. Los hombres de alguna importancia no lo son sino porque tienen principios, y porque obran en su consecuencia. Esa posición hipócrita que consistiría en ceder aparentemente, sería insostenible para personas de algún valer y de alguna autoridad. Continuaría la crisis en vez de haber terminado: los que lo sacrificaban todo a la idea de ser ministros, solo lo serían en el nombre; y la nación tendría el derecho de rebajarlos a la larga categoría de los inútiles, de los incapaces.
Aparte todo interés de partido, juzgamos, pues, franca y sinceramente que el Sr. González ha observado la conducta que le convenía observar. La primera habilidad de los hombres de principios consiste en una lealtad completa. Su programa era una necesidad en S. S.: abandonándolo, se hubiera envilecido por ser ministro; y solo lo hubiera sido después algunas semanas, para no volver en su vida a figurar como hombre público, para caer en ese inmenso panteón de nulidades, tan poblado ya por nuestra desdicha. Resistiendo a la tentación por conservar sus ideas, se ha podido ganar el aprecio de todos los hombres imparciales, y ha conservado una posición, que es para S. S. de honra y de esperanza.
Síguese de todo, que la marcha del partido revolucionario, que su programa indeclinable, del que no le es dado prescindir, consiste y se funda en los tres principios que anunciamos hace un mes, y que hemos repetido más arriba. Hollando las doctrinas constitucionales, rasgarán una ley que acaba de hacer el Parlamento: sin atención al inmenso incendio de pasiones que devora al país, echarán sobre él la terrible crisis de una elección general; y por último, hiriendo y desgarrando todos los intereses, trastornando la situación de millares de familias, verificando una revolución horrorosa, y acabando de desmoralizar para siempre esta nación, llevarán a efecto eso que llaman reparación de agravios, y que consiste en destituir a cuantos gozan un destino público, para satisfacer a las nubes de agitadores, a quienes se les han ofrecido en premio de la conmoción, y en pago de las asonadas.
Si en cambio de tan evidentes males se quiere saber los beneficios que deberemos a esa opinión cuando sea dominadora, si se preguntase las leyes de organización, de mejora, de adelantos, que nos otorgará en su triunfo; la razón imparcial tiene derecho para decir que no les deberemos ninguno, que no nos otorgarán ninguna. Solo un gobierno revolucionario ha dispensado algún bien en medio de los inmensos males que causó: y ese bien se cifraba en la fuerza de la organización administrativa, y en la centralización poderosa con que dotó al Estado. Pero los revolucionarios de España han reñido para siempre con esa idea fecunda, y se han declarado partidarios ciegos del espíritu de localidad y de las tendencias excéntricas que nos pierden. Lejos pues de conseguir reforma con el dominio de sus ideas y de sus hombres, la anarquía municipal echará más hondas raíces, y el país caminará en una dirección inversa de la que exige la índole de nuestro gobierno, que no es la supremacía de las influencias locales, sino la de la inteligencia común.
Por lo demás, el peligro que nos espera si triunfase y ascendiese al poder el partido revolucionario, no puede compararse jamás con el sombrío pero grandioso peligro que arroja de sí la enseñanza y la revolución de otras naciones. No aguardamos, no, y véase si somos imparciales, y si les hacemos justicia; no aguardamos de la izquierda española un gobierno tiránico, opresor, rodeado de terrores y de sombras. Lo que aguardamos es un gobierno débil y meticuloso, dominado por influencias secretas, que no dirija ni encamine a la sociedad, y que la deje ser agitada por los mismos que a él le hubiesen encumbrado, y que se adelantarían a él desde el primer momento. Lo que aguardamos es desgobierno en el centro, y anarquía y opresiones locales por toda la nación. Los revolucionarios de España manifiestan su espíritu con enviar lacayos en mangas de camisa para el servicio de SS. MM. ¡¡Esto da una idea completa de lo que son!!!