[ Calumnias de la oposición sobre la guerra de México contra Tejas ]
México, octubre 29 de 1844
Calumnias de la oposición.
A los diputados de la oposición se les acusa de partidarios de los tejanos y de traidores, porque piden cuentas al ministerio, de la inversión de los caudales públicos, cuando se trata de hacer la guerra contra Tejas. Esto dice la Abeja en su número del 22 del corriente, bajo el rubro de escritores ministeriales. He aquí una calumnia atroz: contestamos nosotros, ¿por qué no cita la Abeja el periódico que ha vertido tales expresiones?
Un escritor, un falso patriota, no son los diputados. ¿Quién ha pretendido que no se exija la responsabilidad a los ministros? Se procura cohonestar la conducta de los que no quieren que se haga la guerra de Tejas, con la responsabilidad ministerial; y aunque se ha dicho clara y terminantemente que se puede exigir ésta sin desatender aquella, los enemigos del ministerio han mancomunado las dos cosas, porque interesa echar mano de todos los recursos para llegar a un fin.
Para la Abeja, los escritores que no pertenecen a su bando son calumniadores, famélicos, incapaces, bajos, nulos, y por último, dice que no saben economía política ni conocen la historia parlamentaria. Afortunadamente ninguna de esas denominaciones han de servir de prueba en favor o en contra de la causa que cada uno sostiene.
Los dicterios, lejos de demostrar la justicia de una causa, dan a entender que faltan buenas razones para sostenerla.
Se ha pretendido entre nosotros que defender por la imprenta al gobierno existente, es una vileza, y que solo atacarlo es virtud.
No sabemos en qué pueda fundarse semejante pretensión: y no hay duda que si se llevara a efecto, daría por resultado que todos los que ensucian papel (como dice la Abeja) lo debían hacer contra el poder ejecutivo. Bueno fuera poner sobre esto una adición al art. 8.° de las bases orgánicas. Y en cuanto a la economía política, ¿qué conexión tendrá con la cuestión de Tejas o con la dilapidación de los fondos públicos?
El peculado, el robo, el despilfarro, son delitos; pero la economía política se ocupa de otra cosa, si no nos equivocamos: el origen, distribución y consumo de la riqueza, no es cosa de delitos y penas; con respecto a la historia parlamentaria que ignorarnos, va la aprenderemos, para lo cual nos proponemos tomar antes nociones preliminares en el tratado de los sofismas políticos, que con tanto acierto han empleado algunos de nuestros oradores.
Si los que han querido llamarse de la oposición han tomado empeño en la cámara de diputados en no decretar un empréstito para la guerra de Tejas, como proponía el gobierno, porque el empréstito era ruinoso, porque los pueblos están abrumados de cargas, porque no inspira confianza el ministerio, como algunos han dicho, han procedido en esto conforme a sus convencimientos, deben descansar tranquilos en su conciencia. No hay quien niegue a un diputado la facultad de votar según crea conveniente; y es inviolable por sus opiniones y votos; pero está sujeto a la crítica, fundada o infundada, de todos los ciudadanos.
Si así no fuera, si todas las autoridades estuvieran sujetas a la censura pública, y solo los diputados fueran inviolables, no censurables, infalibles, ¿hasta dónde se extendería su poder?
Es el colmo de la malicia suponer lo contrario de lo que se dice, para tener ocasión de alarmar a los incautos, y calumniar y denostar a los que no son de nuestra opinión.
“Pero si en algo estimamos nuestra independencia y nuestro nombre; si no es indiferente para nosotros la gloria nacional; si somos republicanos, tomemos cuenta de sus actos al gobierno, y al mismo tiempo arrojemos de nuestro suelo a los que han usurpado una porción preciosa de él. Que vea el mundo, y que aprendan de nosotros nuestros hijos, que supimos cumplir nuestros deberes, cuidando de la fortuna pública y de la seguridad del estado.”
He aquí una profesión de fe hecha por el Pabellón nacional, en su número 6, a la faz de la nación, y con una ingenuidad que no sabrán negar los hombres de partido. ¿A quién, pues, se han dirigido las recriminaciones e insultos de la Abeja? Sin duda que no será a nosotros; porque si lo contrario fuera, tendríamos derecho para decir a sus editores, que en las líneas del editorial con que hemos encabezado este artículo, nos habían calumniado y denostado injusta e infundadamente. Suponer que hay escritores que pretenden la impunidad de los ministros responsables, es suponer que existen entre los amigos del gobierno enemigos de la República, y que estos escritores reciben un estipendio para trastornar el orden constitucional. Semejante suposición es propia de hombres de partido, pero no puede ser creída por todos los que conocen la situación presente. México está cansado de revoluciones, y la masa de la nación que piensa y que tiene intereses que perder, desea la paz y el orden legal.
Se nos da en cara, a los que no escribimos contra el gobierno, con que hemos defendido los abusos del ministerio; y esto, por lo que hace a nosotros, no es cierto. Si hemos deseado que no se calumnie a los ministros, ni se les insulte, no por eso hemos pretendido que no se les juzgue. La llamada oposición (porque no querernos dar por sentado que ésta exista en las cuestiones que interesan verdaderamente a la nación, en las cuestiones de independencia y honor nacional), la llamada oposición, ha reunido en un cuerpo las cuentas del ministerio de hacienda y la guerra de Tejas: al hacerlo ha empleado un sofisma conocido; y los que han sido alucinados con él, han olvidado o no conocen (y esto no es creíble) lo que sobre el particular ha escrito Bentham.
Han acudido también al sofisma de los quietistas y de los que esperan mejor oportunidad; y alegando unas veces que no hay bastantes datos otras que es necesario examinar las cuentas anteriores; algunas que sobra tiempo para ocuparse del asunto; y por último, que no hay que temer la guerra; han conseguido confundir dos cosas diferentes, y aparecer como defensores de los intereses públicos, cuando han trabajado, con buena o mala intención, contra los mismos intereses. Puede suceder, que entre las personas que tales sofismas han empleado, haya algunas que, alucinadas, crean que han procedido con acierto y cordura; pero hay otras que no es posible tengan tal convencimiento de su buen proceder.
El exclusivismo de que hacen gala los partidos, y más que todo, los hombres que pretenden hacerse oráculos de sus sectarios, ha estado muy de manifiesto entre nosotros. Ya no se ha examinado si las providencias propuestas son buenas, útiles y oportunas: se ha tratado solamente de las personas; y confundiendo a un ministro con el gobierno o con la causa nacional, se ha fallado en contra para envolver en el mismo anatema al ministerio y a la cuestión.
Ahora nada queda que esperar ni que temer en la cuestión de empréstito: este es un asunto desechado; pero que no se ha discutido en el sentido que debió serlo, por más que los señores que hablaron nos puedan decir. Cuando ha sentado la Abeja, que los escritores ministeriales no saben economía política, ha dado a conocer que la verdadera cuestión se ha echado a un lado, con muy marcada intención. La cámara no se ocupaba de aquellas cuestiones especulativas que se tratan por los sabios en el silencio de los gabinetes: la que se discutía era puramente práctica; y en tal concepto no debió considerarse con respicencia a personas u opiniones.
La providencia propuesta debía considerarse así. ¿Se hará la guerra de Tejas? ¿Cuándo debe hacerse? ¿Con qué fuerzas y caudales se cuenta? ¿Con qué relaciones o alianzas cuentan los contrarios? ¿Cuáles son las probabilidades del triunfo? ¿Qué ventajas traerá éste? ¿Podremos conservar el territorio recobrado? O ¿convendría más hacer lo contrario de lo que el gobierno propone, ceder el campo al enemigo, evitar la guerra y conformarnos con recibir la ley confesando nuestra impotencia e ineptitud?
El diputado patriota que se haga estas preguntas, que las examine con calma y sin espíritu de partido, que pese las probabilidades, calcule los recursos, &c., &c., no podrá menos de encontrarse embarazado para tomar una resolución que tanto interesa. Pero el que, olvidando la posición en que nos encontramos, dice: no sé el estado en que se hallan nuestras relaciones exteriores, que hoy mismo habrán variado porque ha llegado un mensajero de los Estados—Unidos con instrucciones para el ministro, según es público; no sé lo que en vista de este incidente resolverá el gobierno; no puedo formar opinión sin oír al ministerio, que no ha ocurrido, y me faltan datos; pero con todo eso, opino que los que auxilian a mi enemigo son mis amigos, juzgo que no urge votar la providencia que se propone y me parece que esto conviene, porque sin haber examinado las cuentas y desconfiando de su exactitud sería una imprudencia dar más fondos, ¿puede decir en conciencia que se ha ocupado de la cuestión principal? ¿Puede contar con que ha sido imparcial? ¿Habrá votado conforme a su convencimiento? Aun cuando haya obrado de buena fe, aun cuando lo hayan animado los más puros sentimientos, no por eso ha dejado de festinar un asunto que no estaba bastante claro, y por separar del puesto a un ministro ha eludido el despacho del negocio propuesto.
La guerra de Tejas no está por decretar: no solo se ha hecho esto ya, sino que se ha dispuesto que el gobierno tome una cantidad de cuatro millones para comenzarla. Los medios para su continuación son los que han dado lugar a los debates, y se han negado por ahora; pero en la negativa se han dado causales dignas de crítica, y esto ha producido el editorial acre de la Abeja contra los escritores ministeriales y la citación que se hace de los discursos del célebre Burke en el parlamento inglés.
¿Por qué no citó el escritor de la Abeja el breve y elocuente discurso de Fox, en que comparaba al ministerio ingles con el Dr. Sangredo de Gil Blas? Esto hubiera sido más conveniente. Cuando tengamos en nuestras cámaras oradores como Chatman y Pitt, Fox y Burke, ya seremos algo. Y no decimos esto por deprimir a nuestros oradores, porque no conociendo la historia parlamentaria no somos voto, no comparamos, deseamos solamente; y eso porque nos ha movido la curiosidad el artículo de que nos ocupamos.
Los diputados y los pares de Inglaterra, según se dice, tienen la virtud de hablar claro en el parlamento; y esta es la virtud que nosotros deseamos que haya en México. ¿Para qué nos quieren alucinar con que no urge la guerra de Tejas, con que el pueblo de los Estados-Unidos es nuestro hermano, con que nada hay que temer? Esto no es hablar con franqueza.
¿Para qué tomar por pretexto la persona de un ministro, que ha presentado sus cuentas ya, para embarazar o demorar una providencia? ¿No valdría más hablar como Chattan o como Fox? La franqueza vale más que los ladeos. Si no podemos hacer la guerra o no queremos hacerla, un decreto corta el nudo; y esto es infinitamente superior a los argumentos negativos, a las suposiciones filantrópicas.
Los que están pensando que la economía política es la economía en los gastos, y confunden una ciencia con la buena administración de los caudales públicos; los que citan a un enemigo de la revolución francesa como modelo, en los países nuevos de la raza latina, cuando se trata de luchar contra la raza anglo-sajona, quieren emplear el sofisma hasta el último punto.
Crea en hora buena el señor diputado que son sus hermanos los norte-americanos que quieren tomarse a Tejas, y que nos van a hacer felices usurpándose nuestros derechos y robándose nuestro territorio: nosotros creemos lo contrario. Ignorantes, famélicos, bajos y cuanto quiera llamarnos la Abeja, seríamos, si escribiéramos lo que no conviniera a nuestra patria. Pero no tememos merecer tales apodos, mientras algunos han hecho sospechar que no se interesan, como debieran, por la independencia y honor de la nación.