Filosofía en español 
Filosofía en español


Sección universitaria

Sres. Redactores del Círculo científico y literario.

Cuenca 24 de Abril 1854.

Muy señores míos: La acogida que han dispensado Vds. a otras comunicaciones mías, me anima a dirigirles esta carta, confiado en que no perderán de vista los lectores del Círculo que la opinión es la parte angélica del hombre, y que sus hechos son la parte terrena, principio que, observado o no con religiosidad, conduce, o a la discusión razonada, en cuyo ejercido está el bien y la verdad, o a la impugnación apasionada y sistemática, cuyo término es el error y la mentira.

Hecha esta manifestación, entro desde luego en materia.

La historia de la humanidad es la única que puede dar a conocer la dirección que esta sigue, y por consiguiente el punto en donde se encuentra colocado su objeto absoluto; ese objeto incondicional, límite de su misión sobre la tierra. El conocimiento de este objeto incontingente de la humanidad es de tanta más importancia, es tanto más trascendente, cuanto más importante, cuanto más elevado y grande sea el objeto cuya dirección se trata de determinar, cuyas condiciones se trata de establecer. En el mundo político como en el mundo moral, bajo el dominio de los sentidos como bajo el del espíritu, todo cuanto tenga por fin reglar las acciones de toda clase, del espíritu y de la razón, ha de ser armónico y ha de seguir una dirección que encamine precisamente a aquel punto. Esta dirección, sin la cual no puede existir ni la verdad, ni el bien sobre la tierra, no puede fijarse sin conocer el objeto incontingente de la humanidad.

El estado actual de los conocimientos humanos demuestra que la humanidad no es un ser simple, sino por el contrario, un ser compuesto de dos elementos antinomios, el cuerpo y el espíritu. Considerar a la humanidad bajo uno solo de estos aspectos, es absurdo: considerarla y dirigirla de manera que uno de ellos sea predominante, es imposible. Vamos a demostrarlo.

Consideremos a la humanidad desde sus tiempos más remotos; examinemos la historia y veremos que el hombre en la marcha de los siglos ha pasado por dos periodos principales: la época del materialismo, la época del espiritualismo. En el primer periodo el hombre fue esclavo de la materia; en el segundo la materia fue esclava del espíritu. El principio del primer periodo fue la caída del primor hombre; el del segundo la redención en el Gólgota. Estos dos periodos, que podemos llamar positivos, tienen dos partes: en el primero predomina, o más bien se hace ostensible la influencia del espíritu, y en el segundo la de la materia. Cuando en el primer periodo se hace ostensible el influjo del espíritu, aparecen los héroes y los filósofos: cuando en el segundo se deja sentir el influjo de la materia, se presenta el protestantismo. La razón no se contenta luego con creer, sino que pide la certitud, y con el escalpelo de la crítica en la mano, pregunta a los hechos la razón incontingente de su existencia; analiza, compara y juzga, y si en sus apreciaciones de hoy llega a un resultado, no se detiene en él, sino que por el contrario suspira por ese más allá, aspiración del alma de origen divino. Consecuencia de este trabajo de la humanidad es hoy la antinomia entre los que pretenden ser la materia la predominante, y los que aspiran sea esta la esclava del espíritu; entre los que consideran que todo lo que está fuera de los límites de la razón finita, no es digno de fijar la atención del hombre; y los que sin remontarse al conocimiento e investigación de lo que está más allá de la razón finita, sin curarse de ello por considerarlo superior al criterio humano, pretenden, empero, que la humanidad debe sacrificarlo todo a este misterioso objeto. Entre los que pretenden sea el espíritu el director único de la humanidad y de las acciones del hombre, tomando como punto de partida la revelación religiosa; y los que fijan esta dirección en la razón humana, en el raciocinio y en la experiencia de leyes y hechos contingentes.

El hombre es un ser doble, sus elementos son el espíritu y la materia; están tan estrechamente enlazados, están tan íntimamente unidos, que es imposible, en el terreno de los hechos, separar el uno del otro. La materia es el instrumento del espíritu, el espíritu es el instrumento de la materia. El espíritu no está en la posición conveniente, la materia no satisface las condiciones que debe cumplir: la materia no es a propósito: las obras del espíritu son imperfectas. Poned en manos del mejor grabador un líquido y decidle que sobre su superficie represente un cuadro de Murillo; imposible: dad por el contrario la mejor plancha de acero y el mejor buril a un pastor o a un niño que no conozca lo que son líneas ni para qué sirven aquellos útiles, mandadle lo mismo; imposible también. Dad por el contrario al grabador la plancha y el buril, dad al pastor o al niño la enseñanza conveniente, y vuestros deseos serán cumplidos.

Separar dos cosas que es imposible que en la práctica estén separadas, hacer que una de ellas esté a inmensa altura respecto del nivel de la otra, es pretender el equilibrio entre dos fluidos de igual densidad , con la condición de que uno de ellos, estando ambos en comunicación, exceda en altura al nivel del otro; podrá obtenerse este fenómeno por medio de la capilaridad de uno de los brazos del tubo. ¿Será esto equilibrio? Lucha constante, oscilaciones sin fin, antinomia perpetua, pero equilibrio, estabilidad, nunca.

Esta es la humanidad de hoy, esta la causa de la inestabilidad de las instituciones de todo género, este el origen del espectáculo tristísimo que representa.

Mientras que la filosofía no demuestre cual es el límite de la virtualidad creatriz de la razón humana; mientras esta demostración sea contingente, estaremos autorizados para aspirar a ese más allá, para perfeccionar cada día más y más los instrumentos de nuestro trabajo, para anhelar la certitud, para desear marchen paralelamente los trabajos del espíritu y los de la materia; para decir que el objeto absoluto de la humanidad permanece desconocido, y para suspirar por que el estudio de lo que fue y de que es, marque en el horizonte el punto hacia donde se encuentra.

Un edificio sin destino conocido, es un edificio mitad palacio y mitad cabaña, mitad iglesia católica y mitad mezquita; en una palabra, es un objeto fantástico. Pues esta es la suerte de la humanidad de hoy: aspiraciones e intereses encontrados, lucha y desorden, transición y contradicciones repugnantes, brillantes y perlas de inmenso valor mezclados con trozos de arcilla y formando los adornos de una corona, en parte de oro, en parte de hierro oxidado. Si se examina una por una todas las instituciones que tiene la humanidad, en todas ellas encontraremos esta confusa y desarreglada mezcla: en todas se descubre el mal al lado del bien, el bien al lado del mal; el pensamiento justo al lado del hecho injusto, el hecho justo al lado del pensamiento injusto; la parte sacrificada al todo, el todo víctima de la parte. Sólidos cimientos que sostienen cabañas miserables, palacios portentosos con cimientos de heno.

Si la filosofía, si los hombres no miraran en los tiempos pasados el tipo de lo bello, y no aspiraran a una imitación contraria a la misión providencial de la humanidad; si el estudio de la historia tuviera por objeto, luego que se ha reconocido la marcha progresiva del género humano, la determinación del objeto incontigente que este debe cumplir sobre la tierra; si no se concretase como hoy sucede a buscar en los tiempos pasados tipos que parodiar en los tiempos presentes, imágenes que presentar a los tiempos venideros, seguramente la situación del mundo sería otra y el hombre hubiera recorrido mucho mayor terreno en el camino de su perfeccionamiento; pero el perfeccionamiento del hombre es el trabajo de su instrucción, y cuando esta no tiene otra guía ni tiene tampoco otro norte que el culto de lo que fue, cuando no se cuida del mañana, cuando los que tienen la misión de dirigirla y de proporcionarla son idolatras de ayer, no puede suceder otra cosa más que lo que hoy se observa, lo que ayer se observó. La costumbre nos hace mirar a nuestros progenitores y no pensar en nuestros descendientes; hacemos caricaturas de nosotros mismos, nunca retratos; nuestros descendientes no nos conocerán, y la marcha de la humanidad se envuelve en una niebla, que necesario es el trascurso de muchos siglos para que a través de ella se distingan los verdaderos contornos de las figuras, su actitud y su gesto.

Consecuencia de este hecho es que los errores se trasmitan de generación en generación, que los hechos se repitan y sucedan periódicamente, que las utopías cambien de nombre y quizá de forma para presentarse nuevamente en la arena; que las verdades se oscurezcan y que el caos reine en todas partes.

Si la Instrucción estuviera dirigida en armonía con las tendencias de la humanidad; si las opiniones de escuela no se impusieran y sobrepusieran en todo y a todo; si el estudio de la humanidad fuera el que debía ser; si el espíritu de imitación no constituyen por costumbre fuertemente arraigada a consecuencia de una instrucción anterior, lo que se llama hoy sabiduría, lo que se llamo ayer lo mismo, lo que llamaremos nosotros erudición y arte de parodiar a nuestros pasados; los hombres en lugar de caminar con la cabeza sobre el hombro y mirando constantemente a sus huellas, tendrían más perspicaz la vista y descubrirían desde lejos los horizontes desconocidos, y no se presentaría el espectáculo de que las disposiciones legislativas por regla general estén fundadas al acaso, y cuando más basadas en hechos y prácticas de otros tiempos y de otras costumbres, de otras necesidades y de otros elementos.

Pero desgraciadamente la lucha que reina entre los dos partidos que tienden a dominar la humanidad entera sin que puedan jamás llegar a conseguirlo, porque para que uno de ellos triunfase era indispensable la ruina del otro, lejos de dirigirse a este objeto trascendente y benéfico, se oponen a él con todas sus fuerzas. El espíritu y la materia son antinomios, son indestructibles; su antinomia y su indestructibilidad hacen imposible la paz del mundo en su estado actual. Necesario es, pues, escogitar un medio para que un día cese este estado de agitación constante, que ya se manifiesta en los campos de batalla, ya en las plazas, ya en las escuelas, que toma todas las formas, que adopta todos los nombres, que enarbola y ostenta todas las banderas, todos los emblemas. Este medio es el destruir o disminuir su antinomia; dad a las facultades físicas todo el desarrollo posible; dad a las facultades hiperfísicas todo el desarrollo posible; haced que los progresos de la una se apoyen en los progresos de la otra, que las conquistas del espíritu se basen en las conquistas de la materia, que las conquistas de la materia se basen en las del espíritu; que el hombre moral marche al lado del hombre material, que el hombre material marche estrechamente unido al hombre moral; que no se sobrepongan los intereses del uno a los del otro; que ambos marchen paralelos y unidos con entero desembarazo; que el espíritu vea en el cuerpo el compañero y el instrumento; que el cuerpo vea en el espíritu el instrumento y el compañero; que se aúnen los intereses del uno a los del otro, y que dejen de mirarse como irreconciliables enemigos. El día de esta unión, la verdad, la moral y el bien predominarán, y su imperio, fundado sobre sólida base, será indestructible. La humanidad emprenderá entonces su camino con paso firme y desembarazado por la senda del progreso y del perfeccionamiento. Esta no es la obra de una generación, es la obra de los siglos, cantidad inapreciable en la eternidad; pero para que esta obra se verifique, ¿tiene el hombre deber de poner los medios? Seguramente que sí. Estos medios no los da nada más que la instrucción, y en el punto en que se halla hoy la humanidad, si no quiere dar en el retroceso, debe desde luego, y muy principalmente en España, ponerlos en ejecución. Su estado actual, comparado con el de las demás naciones ilustradas, así lo exige. Su instrucción, su moral, su industria, su agricultura, su filosofía, en fin, está a inmensa distancia del punto que la corresponde. Si continúa por la senda que camina, lejos de acercarse al punto hacia donde la humanidad se dirige, retrocederá, y desgraciado el país que se separa de la esfera de acción de la humanidad entera! Arrastrado en su movimiento por una fuerza a que es incapaz de resistir, no tiene otra perspectiva que dolorosas convulsiones, la agonía y la muerte.

Otro día demostraremos las condiciones a que debe satisfacer la instrucción pública de España para que esté en armonía con los principios que consignamos en esta carta.

Licenciado, D. Miguel Sánchez de la Campa.