[ Rodolfo Gil Torres ]
El Islam español y la «Reconquista» desde el Sur
I
La Historia de los pueblos españoles es una gesta maravillosa e indescriptible en la que se destacan páginas tan brillantes (y tan desconocidas) como la exploración de América, las navegaciones trans-oceánicas, la guerra de la Independencia, y sobre todo la Reconquista.
Este último fenómeno ha sido lamentablemente desnaturalizado. Hasta hace pocos años han escaseado los documentos, perdidos en mil archivos laicos y eclesiásticos; todo el relato de aquellas guerras se apoyaba en el testimonio de la tradición de la leyenda, bella y pintoresca a veces, pero que no puede ni debe suplantar a la sana critica, a la escrupulosa investigación histórica. Está muy generalizada la creencia de que aquella titánica contienda de ocho siglos fue una lucha religiosa semejante a las que debían ensangrentar siglos más tarde, las fértiles campiñas de Flandes y el mundo galo-germano.
Nada más falso. La reconquista tomó un cierto carácter de lucha religiosa muy tarde, cuando las influencias de la Europa feudal, iniciadas con cluniacenses y borgoñones, cristalizaron en el advenimiento de la semiexótica dinastía de los Trastámaras. Pero antes había sido otra cosa; una simple reacción nacionalista del elemento español contra el extranjero. En ambos lados había cristianos y musulmanes y si la reconquista iniciada en Asturias y Aragón contribuyó a la total liberación del suelo español ayudada por los focos secundarios de Cataluña y Navarra, la acción de los elementos españoles del Sur fue el factor decisivo para el triunfo final, y si la nueva nacionalidad no se agrupó alrededor de los focos de resistencia meridional, débese quizás al hecho de que Córdoba, Murcia y Huelva eran los centros de reunión de los árabes desde donde se rompían fácilmente los ejércitos indígenas.
No pretendemos estudiar aquí esta cuestión con todo el detenimiento que requiere sino solo llamar la atención hacia algunos de sus aspectos más importantes; entre ellos destaca el fenómeno curioso de la cooperación musulmana en la labor de la reconquista, tema principal de este artículo.
La aparición de los berberiscos de Tarif-Abu-Zora y Tarih-Ben-Ziyad produjo en toda la península ibera una verdadera explosión de entusiasmo; el pueblo español arabo-berebere de raza y greco latino de cultura{1} estaba sometido a una minoría exótica, 200.000 almas de estirpe germánica que bajo la capa de un falso cristianismo le sometían a la más bárbara esclavitud. La Iglesia, que había favorecido la entrada de los bárbaros en el suelo español y su arraigo definitivo bajo la dinastía visigoda, era también el blanco de las iras del pueblo.{2} En la bárbara sociedad visigoda los sacerdotes cristianos eran los únicos representantes del saber antiguo, los herederos de la tradición clásica, pero al mismo tiempo eran también los herederos de su espíritu imperial y despótico; todos los vastos dominios de los patricios y sus nubes de siervos estaban en poder del clero godo.
«Unos hombres nacen para mandar, otros para obedecer» había dicho San Isidoro, y los concilios toledanos consagraron esta teoría. Los esclavos y los siervos eran tratados bárbaramente, sus hijos se vendían en pública subasta y la menor protesta era castigada con la muerte o con bárbaras mutilaciones. La situación de los hombres libres no era mucho mejor; la tierra era propiedad del Estado y los particulares la tenían en concepto de colonos. Al reunirse el concilio VIII de Toledo la ruina había llegado a ser general. Para proteger esta sociedad caduca solo existía la guardia real como ejército permanente; la defensa de las fronteras estaba confiada a levas de siervos y esclavos del Estado, conducidos allí a viva fuerza.
Este régimen de bárbara opresión se agravaba por la circunstancia (desconocida hasta hace poco tiempo) de existir muchos focos culturales hostiles al latino-visigodo. A lo largo de la costa levantina se escalonaban las colonias griegas que la dominación imperial de Roma no había podido abatir y que la reconquista bizantina había vuelto a helenizar; la influencia romana era aún poderosa en Cataluña y Andalucía, los vascos cubrían casi todo el Norte español hasta Asturias y la cordillera ibérica; por último los semitas eran el factor predominante afianzado por treinta siglos de penetración cultural, sus colonias llegaban hasta Zaragoza y Pamplona, predominando en la misma corte imperial: Toledo. Una serie de poblaciones indígenas fuertemente semitizadas cubría todo el país que va desde Ceuta a la Carpetana, arraigando cada vez más a pesar de las grandes persecuciones; el alma árabo-hebráico-púnica del Sur español, la antigua Tartesos, no podía extinguirse bajo las lanzadas de unos cuantos bárbaros germanos.
Ya en las postrimerías del Imperio Godo un hombre clarividente, un gran estadista, el rey Witiza, trató de atajar el mal que devoraba a aquella viciosa sociedad; quería fundir las razas en una sola, quería crear una cultura sintética de tipo latino-semita, un ejército nacional que substituyera a las mesnadas feudales de siervos y esclavos, una Iglesia atenta a los intereses espirituales y a la catequización. Pero en su camino había muchos obstáculos, muchos intereses creados en torno al antiguo régimen, muchas personas que tomaban las sagradas ideas de Patria y Religión como simples motivos de medro personal; Witiza cayó y la nación española que había perdido su última esperanza se dejó caer en brazos del imperio árabe cuyas avanzadas cubrían ya nuestra provincia tingitana. El partido visigodo cayó en el Barbate, los iberos de Tarik se unieron a los iberos de Andalucía Bética y Tingitania (Marruecos y Andalucía que entonces eran el mismo país), mezclaron sus contingentes; los hebreos y árabes de España y África llegaron fácilmente a un acuerdo.
Córdoba, Toledo, Carmona y Cádiz se entregan a los musulmanes, expulsando a los godos que se refugian en Sevilla y Mérida pero al fin son derrotados. El ejército español que en el Barbate se había pasado al campo musulmán se encargó de batirlos y apresarlos. En dos años se conquistó y organizó perfectamente todo el país; cinco mil árabes y doce mil africanos habían conseguido este incomparable resultado.
El colonato persistió, los feudos godos fueron feudos árabes, pero los siervos eran tratados de una manera humana, como los modernos colonos, aunque estaban sujetos al suelo; los ciudadanos recibieron sus casas en plena propiedad, pudiendo enajenarlas libremente; los esclavos eran puestos en libertad si se convertían al islamismo, recibiendo tierras del Estado. Esta conducta les atrajo las simpatías del pueblo que se convirtió en masa a las nuevas doctrinas.{3} Poco después empezó un periodo de encarnizadas guerras civiles entre las distintas tribus árabes y moras establecidas en España; el pueblo español no se movió, contento con el nuevo gobierno que reanudaba una añeja tradición de semitismo y tolerancia.
La Iglesia visigoda había perdido su poder pero el verdadero espíritu evangélico había triunfado, un catolicismo sano y moral se había adueñado de los espíritus cristianos; la pequeña propiedad se desarrollaba rápidamente y un sistema de riegos prodigioso iba creando ricas vegas junto a todas las ciudades, blancas y aromáticas según la tradición mediterránea. Abdelaziz hijo de Muza, había inaugurado una política de cooperación franca y leal con los españoles cristianos; los hijos de Witiza, Teodomiro, y el mismo Don Pelayo, eran sus mejores auxiliares. Pero Abdelaziz es asesinado y su política fracasa.
Los nuevos gobernantes de España traían un nuevo ideal: la absorción del elemento godo. Originarios de la corte damasquina, habituados a la idea imperial tan arraigada en Oriente, consideraban natural y lógica la atracción de todos los elementos godos, la vivificación del antiguo «Majzen» toledano bajo una nueva traza musulmana. Surgió una nueva burocracia sirio-visigoda, los antiguos cortesanos de Don Rodrigo se vieron halagados y premiados. Esta sólida armadura imperial creó una fuerte provincia del jalifato árabe; la inmigración semita aumentó, muchos desterrados godos volvieron, y todo parecía anunciar la soñada fusión de razas y pueblos.
Pero la unión imperial arabófila y germanófila dio frutos completamente opuestos a los que deseaban sus creadores. El nuevo Estado sólo había podido constituirse por la cooperación de los indígenas, los ibero-bereberes de uno y otro lado del Estrecho; el Gobierno lo olvidó o hizo que lo olvidaba, otorgándoles las tierras estériles, esparciendo sus tribus y despreciándoles de un modo injusto. Esta política fue la perdición de la Nación árabo-visigoda, el pueblo indígena se subleva a la voz de dos caudillos gloriosos: Don Pelayo (cuyo nombre denota claramente su estirpe española romanizada) y el bereber Munuza. Una moderna teoría histórica supone que el gobierno que ambos ejercían en el Norte les había sido confiado por Abdelaziz.
Ambos jefes fueron enemigos y se combatieron con saña pero los dos representaban el castizo espíritu español. El 751 los bereberes fieles al «majzen» se sublevan en Mérida, Talavera y Coria; los dos bandos españoles, el musulmán y el cristiano chocan violentamente, error funesto que permite rehacerse a los árabos-godos cuyos ejércitos ocupan fácilmente el Norte. Los españoles se reconcilian ante el enemigo común, Alfonso I de Asturias, imitando a la Kahena tunecina, hace un desierto entre sus estados y los cordobeses y recogiendo a todos los berberiscos, amigos o enemigos los traslada a sus estados donde se mezclan con el pueblo asturiano conservando su autonomía religiosa. Al otro lado, la entrada de los franceses por el Pirineo al mando de Carlomagno unió a todos los españoles contra el enemigo común; las guerrillas berberisca, hispano-musulmanas de Zaragoza; majzenianas y leonesas se unen en un hermoso movimiento racial, derrotando en Roncesvalles a los guerreros del Sacro-Imperio-Romano-Germánico.
Los últimos años del emirato dependiente de los jalifas orientales, y la emancipación de España bajo la dinastía Omeya, ven consolidarse los focos de resistencia en el Norte. Al Oeste el reino de León se apoya en una selecta caballería musulmana-española que lleva sus razzias hasta el Duero. A la cabeza van los guerreros moros de la tribu maragata, cuya sangre llega varias veces al trono real. Otros contingentes de origen cristiano se agrupaban en torno a los Beni-Casí, musulmanes aragoneses y navarros que luchan por la causa española contra los árabes. El descontento se extiende hacia el Sur y llega hasta Córdoba y a Toledo, estas ciudades se sublevan en tiempo de Alhaquén y la bárbara represión de que son víctimas{4} contiene momentáneamente la labor reconquistadora de los hispanos (cristianos y musulmanes).
Cientos de miles de personas fueron muertas o desterradas, quince mil llegaron a Egipto donde dominaron desde el 815 al 826. (En Alejandría y el Delta). Luego pasaron a Creta que fue española y musulmana hasta el 961. La ciudad de Fez cuenta aún con un barrio andaluz donde residen los descendientes de los emigrados hispano-musulmanes, españoles selectos que contribuyeron a la Reconquista y a los cuales tenemos lamentablemente abandonados.
El 829, bajo Abderramán II, Toledo se subleva otra vez (era la tercera) fundando una república socialista presidida por el herrero Haxim; sus bandas se unen a los leoneses amenazando seriamente al «Majzen» cordobés. El general Mohamed-Ben-Uasim aniquila a los toledanos un año después, pero la república brava y españolista conserva su independencia, hasta el 837. Fuertes contingentes árabes impiden nuevas sublevaciones, los españoles comienzan a practicar una resistencia pasiva, en la que se destacan los cristianos andaluces acaudillados por San Eulogio. Nuestros musulmanes, muy castigados, permanecen tranquilos hasta el año 853. En esta fecha vuelven a sublevarse los toledanos; los Beni-Casí aragoneses fundan un reino independiente bajo el mando de Muza II, un gran monarca español cuya vida merece ser estudiada detenidamente; todo el valle del Ebro estaba en su poder; Toledo y León eran sus aliados y el Sacro-Emperador de Francia le rendía tributos solicitando su amistad.
El 875 la triple alianza española aumenta su poder con la creación de una Extremadura independiente a las órdenes de Aben-Meruan, el de Mérida, predicador de una religión nueva, medio cristiana medio musulmana cuyos adeptos conquistaron el territorio situado entre Talavera y Lisboa. Toda España estaba sublevada; los musulmanes dirigían las tropas rebeldes, y el Emirato sólo conservaba la España semita (Andalucía y Levante). Todo parecía denunciar la independencia y junto a la misma capital Omeya iba a prender la rebelión dirigida por un genio incomparable, Omar-Ben-Hafsún, guerrero digno de figurar al lado de nuestras mayores figuras militares, figura central de la Reconquista, digno hermano del Cid. Con él se subleva el Sur español y al ser derrotado perdió España su figura más preclara, el hombre que podía haber realizado los destinos iberos en toda su plenitud. En el próximo artículo recordaremos a grandes rasgos su labor.
(En el anterior artículo: «El Islam español en África», se deslizaron varias erratas que suponemos subsanadas por la reconocida competencia de nuestros lectores.)
{1} Los iberos y los berberiscos son ramas de la misma raza que cubre el país entre los Pirineos y el Sahara, la raíz BER es la misma. Los semitas, fenicios, cartagineses, hebreos y árabes habían llegado a España muchos siglos antes de Cristo, fundando imperios riquísimos como el tartesio, resucitado por las investigaciones del sabio arqueólogo Dr. Schulten.
{2} «Las ideas nuevas requieren hombres nuevos», era la teoría de la Iglesia española afecta a los bárbaros y que creía que los invasores del Norte eran los vengadores de los mártires inmolados por Roma.
{3} «Casi completamente pagana en la época en que Constantino declaró el cristianismo religión oficial del Estado, España había permanecido tanto tiempo fiel al antiguo culto, que en la época de la conquista árabe el paganismo y el cristianismo se disputaban aún el terreno...» (Según las actas del Concilio XVI.)
«Nada tiene de extraño que los siervos no hubiesen podido resistir la tentación cuando los conquistadores les ofrecían la libertad a condición de convertirse al islamismo. Algunos de aquellos infelices eran paganos todavía, otros conocían tan poco el cristianismo, su educación religiosa había sido... nula... lo único que sabían era que los sacerdotes habían defraudado... las esperanzas de emancipación que les habían inspirado un día.» DOZY
{4} El 807 son degollados 5.000 musulmanes españoles de Toledo (en la famosa noche toledana) por el baja Amru. El 814 los moradores del arrabal sur de Córdoba, musulmanes y españoles todos ellos, se sublevan contra el Emir y son acuchillados por la guardia de los mamelucos (europeos cristianos y negros africanos).
[ Rodolfo Gil Torres ]
El Islam español y la «Reconquista» desde el Sur
II
En el anterior artículo vimos que la resistencia de los españoles a la dominación extranjera había cristalizado en una formidable sublevación concentrada alrededor de cuatro ciudades: León, Zaragoza, Toledo y Badajoz. Estos cuatro Estados (tres reinos y una república) eran la base de una formidable confederación pan-hispánica en la que viviesen fraternalmente musulmanes, cristianos y meruaníes. Pero era necesaria una figura central que sintetizase el movimiento y le hiciese triunfar. En Andalucía, sede del Jalifato extranjero, centro espiritual de España y Marruecos iba a surgir el hombre: Omar-Ben-Hafsún.
Figura gloriosa, quizás la más interesante de la Edad Media, la personalidad de Omar-Ben-Hafsún ha sido olvidada injustamente. Nacido en Iznate (Málaga) y viéndose obligado a abandonar su país por haber cometido un homicidio muy andaluz (la muerte de un rival en amores) huyó a Ronda y desde allí a Marruecos donde encontró un viejo andaluz que le profetizó un magnífico porvenir. Impresionado volvió a Andalucía formando una partida de guerrilleros. Con ellos se estableció en la fortaleza de Bobastro y desde allí empezó a defender la independencia andaluza.
Tal importancia adquirió la tropa de Omar, que el primer ministro se vio obligado a tomar el mando de las tropas reales, capturando a Omar. Pronto entablaron amistad y el ministro propuso al caudillo que defendiera la causa del «Majzén», ofreciéndole toda clase de ventajas para los musulmanes españoles del Sur. Convencido Omar, entró al servicio del Emir y a su lado luchó en la frontera superior. Pero como no se cumplían las promesas del Sultán, Omar rompió sus compromisos y reconquistó su castillo (año 884).
Los dos años siguientes los empleó en extender su influencia entre los jefecillos españoles que compartían sus ideales. La subida al trono del Emir Almondir cortó estos progresos y las tropas cordobesas empezaron a avanzar por el «Bled-Es-Siba» andaluz, derrotando a los rebeldes y llegando a Bobastro el 888. Omar que era zumbón como buen andaluz, veía con indiferencia el asedio cordobés a su castillo y se entretenía gastándole bromas pesadas al Emir, quien desesperado iba a echarle encima todo el peso del Majzén, cuando fue envenenado por su hermano Abdalah; el ejército real se dispersó y Hafsún volvió a recobrar su poder; sus guerrillas ocuparon Écija, Osuna y Estepa.
Asustado Abdalah pidió la paz; Omar la aceptó firmando una alianza con el Sultán. Tenía la intención secreta de visitar las otras provincias andaluzas para preparar en ellas la rebelión. Poco después un grupo de andaluces y árabes capitaneado por el español musulmán Aben-Mastana, atacó al Sultán en la provincia de Jaén. Omar acudió en auxilio del Sultán y recorrió triunfante las provincias de Granada y Jaén. Todos los regionalistas andaluces se pusieron a su lado, Aben-Mastana reconoció su supremacía y los españoles de Elvira pidieron su ayuda contra los árabes; Omar les atendió.
Esta sublevación granadina tenía una enorme importancia; los musulmanes de esta comarca, numerosos y muy cultos, estaban sometidos al yugo de las tribus árabes establecidas allí por los Omeyas formando una especie de «Guix». Su arrogancia era extremada y llegó hasta el punto de querer fundar un pequeño Estado independiente, sublevándose bajo la dirección del Caid Yahya-Ben-Sokala; como el Emir no tenía tropas suficientes, los españoles se sublevaron contra el dominio árabe y adoptando el partido de los cordobeses, atacaron y mataron a Yahya.
Las tribus eligieron jefe al jeque Sanar-Ben-Hamdun que trayendo árabes de otras provincias derrotó y aniquiló a los españoles; habiendo acudido en auxilio de estos el gobernador omeya Xad fue también destrozado. Los jefes árabes de Córdoba intervinieron concertando la paz. Sanar se dirigió entonces contra los aliados de Ben-Hafsún, y tales crueldades cometió con ellos que los granadinos volvieron a sublevarse y desesperados atacaron a Sanar, ayudados por elementos murcianos y jienenses, logrando bloquearle en la Alhambra.
Durante una semana, las torres estuvieron sitiadas por veinte mil andaluces hasta que una salida audaz dio la victoria a Sanar, bajo cuyas banderas acudió tal multitud de árabes de toda la Andalucía Oriental (Granada, Almería, Reyo, Murcia-Todmir, Jaén) que el mismo Hafsún fue impotente para vencerle, aunque dejó una guarnición en Elvira al mando de uno de sus jefes: el marroquí Si-Hafs el moro. Poco después caía Sanar en poder de los españoles y era muerto violentamente.
Mientras tanto, los españoles sevillanos tomaban las armas contra los árabes, siguiendo la ley de paralelismo que siempre ha existido entre Sevilla y Granada, las dos ciudades representativas del Sur español. Sevilla era la ciudad que contaba con más musulmanes españoles, la segunda ciudad de la Península y en sus alrededores estaban casi todas las tribus árabes que habían venido siguiendo a los omeyas. La lucha entre ambos partidos era inevitable; Coraib-Ben-Saldun jefe de los árabes aliado a los rifeños de Andalucía y Extremadura, saqueó los alrededores de Sevilla provocando el conflicto.
Los sevillanos aliados a los bereberes del Atlas residentes en Andalucía, nombraron jefe a Galib de Écija y atacaron a los hombres de Ben-Hafsún. Ambos partidos se enzarzaron a pesar de encontrarse en Sevilla el Príncipe Mohamed enviado como mediador. El Emir ganado al fin a la causa árabe envía un ejército a las órdenes de Xad (que había sido prisionero de Sanar-Ben-Hamdun); Xad decapitó a Galib traidoramente y los españoles le atacaron, encerraron en Sevilla al príncipe pretextando guardarle mejor y se aliaron con los beduinos de Hadramaut y el Hedjaz emigrados en Andalucía, bereberes como los del Atlas, según hemos dicho, y con los partidarios de Omar.
El gobernador Omeya, pariente del Emir no quiso tomar el partido de los sevillanos y se atrincheró en el Alcázar resistiendo el asedio hasta que entró Xad en la ciudad, degollando y saqueando salvajemente. La causa española parecía perdida cuando intervino Omar exigiendo la entrega de Xad, quien huyó de Sevilla y en el camino fue degollado por una harca de bandoleros bereberes. El gobernador Ben-Omaya seguía degollando españoles; el Islam español de la comarca cayó bajo, los sables del Yemen.
Al tratar de repartirse el botín surgieron disputas entre los árabes; el gobernador quiso imponerse y fue asesinado junto con los suyos. Coraib-Bed-Saldun e Ibrahim-Ben-Haxax formaron un triunvirato con el nuevo gobernador del Emir (año 891).{5} Disgustado Omar-Ben-Hafsún al ver que el Emir protegía a los árabes sevillanos, rompió con él y proclamó la guerra nacional. Los cristianos de Córdoba respondieron al llamamiento y fugándose de la capital se concentraron en Polei (hoy Aguilar de la Frontera). Su jefe D. Servando escribió a Omar reconociendo su soberanía.
Omar aceptó y la caballería andaluza marchó hacia el Norte formando una barrera inexpugnable. Granadinos expulsados por los árabes de Sanar (ahora de Said-Ben-Yudi); vaqueros de Cádiz y Medinasidonia con sus largas picas; milicias de los feudales murcianos y jienenses; caballistas sevillanos; berberiscos xeljas en sus famosos corceles; árabes del Hedjaz y del desierto partidarios del jalifato legítimo (el abbasí de Bagdad), guiados por los descendientes de los compañeros de Mahoma que odiaban a los omeyas considerándolos como impíos y malvados;{6} algunos tunecinos diestros en la «razzia». ¿Quién podría resistir a una tropa tan brava? Nadie; los guerreros de Omar llegaron cerca del Guadalquivir: Estepa, Baena, La Rambla cayeron en su poder.
Entre tanto Omar-Ben-Hafsún iniciaba una gestión política más importante quizás que la guerrera. Tras de haber proclamado la independencia del país andaluz desde el Guadiana hasta Alicante, entabló gestiones con los demás españoles para llegar a la constitución de una gran Nación española compuesta de una vasta confederación de regiones con su centro en Elvira o Sevilla y en la cual entrarían: León con sus varias regiones unidas (Galicia, Asturias, el condado castellano, León y el alto Portugal); Aragón; Zaragoza con Lérida y Rioja; Valencia; Tortosa; Badajoz; Ocsonoba (o sea el Sur portugués) la gran república de Toledo; Navarra y los cantones (coras) andaluces, en que se comprendían Murcia (Todmir) y algo de Yebala. Era un plan federal vastísimo, anterior en muchos siglos a los Estados Unidos y la confederación Helvética; todos le acogieron con entusiasmo, sólo faltaba hundir al Majzén cordobés y de ello se encargó Omar. Fue un error; las tropas españolas debían haberse reunido y no haber confiado todo en manos de Omar cuyo meridionalismo y confianza en sí resultó perjudicial en esta ocasión.
La política religiosa de Omar era también grandiosa. Partidario de una amplia tolerancia trataba con cariño a los adeptos de todas las religiones, meruaníes, sefardíes, cristianos y musulmanes. Trató de asegurar la autonomía religiosa de España creando en Elvira una especie de patriarca que hiciese contrapeso al de Córdoba, vendido al Emir y concentrando en aquel territorio todo el cristianismo del Sur; en el orden musulmán reconoció al Jalifa de Bagdad, pariente de Mahoma, como señor espiritual del Islam español.
La gran metrópoli cordobesa era presa del terror; los partidarios del Majzén, los árabes de las tribus y los bereberes adictos afluían a ella en grandes masas y faltaban alimentos para tanto refugiado. En las calles invadidas por la muchedumbre asustada resonaban los siniestros vaticinios de los predicadores y sus ecos llegaban al Emir que había perdido toda esperanza y había resuelto morir resistiendo desesperadamente. El 15 de Abril del 891, los 14.000 hombres del Emir seguidos de una muchedumbre innumerable de paisanos cordobeses y árabes de las tribus, se dirigió al encuentro de Omar, quien preparó sus 30.000 regulares y sus guerrillas penibéticas.
Los cordobeses atacaron desesperadamente; la lucha fue larga y encarnizada pero a la caída de la tarde el ejército español era completamente derrotado.{7} Omar huía y los fugitivos eran alcanzados por los beduinos. Los realistas tomaron Écija, Elvira, Archidona y Jaén. Omar pidió y obtuvo la paz que rompió el 892 atacando y tomando Elvira y Archidona. Pero ya había llegado su hora mala; los demás españoles desalentados se sometían o procuraban conservar la independencia de sus comarcas amenazadas por el bravo general Motarrif que fue tomando los castillos de Jaén y luego atacó a los árabes de Sevilla, devolviendo ésta ciudad al Majzén gracias a la discordia entre Ibrahim-Ben-Haxax y Coraib-Ben-Saldun.
Ben Hafsún, que acababa de convertirse al cristianismo, hizo la paz el 902 con Haxax y se concertaron para atacar al general Ben-Abi-Abda. Era una ocasión propicia para que Omar recobrase su prestigio y su poder, para deshacer los funestos efectos de la batalla de Polei. Pero los árabes de Ben Haxax le traicionaron, sus mejores generales, entre ellos su lugarteniente Aben-Mastana, cayeron en poder del enemigo y la causa española cayó para siempre.
Los príncipes del Norte empezaron a disputarse la herencia de la supremacía española en vez de correr en auxilio de Omar a quien creían perdido, tal vez muerto, y el bravo caudillo andaluz se vio obligado a refugiarse en Bobastro fracasando en una última intentona (Batalla de Guadalbullón, 905) y siguiendo refugiado en su castillo hasta el 912, año en que el nuevo Emir Abderramán III empezó el ceroa de la montaña. Omar desalentado muere en el 917. Sus hijos Solimán y Xafar (musulmanes){8} resisten algún tiempo siendo vencidos; su hijo Abderramán se rinde; Hafs y Argentea (cristianos) defienden desesperadamente el castillo que es arrasado el 928. El 930 se tomaban Toledo y Extremadura y el Islam español patriota y bravo se veía aniquilado. Otro día veremos los intentos de restauración de la idea nacional en el Sur y los sucesos desgraciados que transformaron la guerra nacional en guerra religiosa, bajo la presión de elementos extranjeros.
{5} En esta época la rebelión española había ganado toda Andalucia. Si-Ben-Salín dominaba Cádiz en nombre de Omar, Daisan-Ben-Ishac en Murcia, Ben-Uada en Lorca, en Jaén: Aben-Mastana, Sair-Ben-Xaquir, Said-Ben-Hodail, los Beni-Habil, Aben-Xalia, todos ellos hassaníes.
{6} Entre los jefes árabes andalucistas figuraban los Beni-Alhamar descendientes de Sad-Ibn-Obada, compañero de Mahoma. Iban aliados con los musulmanes andaluces de Granada. Siglos después reinaron en esta ciudad.
{7} La victoria se explica teniendo en cuenta que los irregulares del ejército realista omeya eran casi todos árabes nómadas, excelentes jinetes que tenían enfrente muchas tropas de montaña que en los olivares del Guadalquivir perdían casi toda su eficacia. Los jinetes de Omar se veían en tanto envueltos por una infinidad de artesanos de la capital que les hacían caer a navajazos, como siglos más tarde caían los jinetes napoleónicos en Madrid.
Además los cordobeses estaban desesperados y los otros confiados, factores morales muy importantes. Por último el Majzén tenía allí todas sus fuerzas, y en el campo contrario sólo figuraban los andaluces españolistas.
{8} Solimán se hace luego cristiano otra vez.
[ Rodolfo Gil Torres ]
El Islam español y la «Reconquista» desde el Sur
III
Hemos visto en artículos anteriores que el interesante fenómeno histórico de la Reconquista española ha sido lamentablemente desnaturalizado por el abuso de la tradición y la leyenda, que han suplantado el lugar reservado a la sana crítica histórica.
La obsesión de Don Pelayo y sus huestes ha dominado todo el panorama de la España medieval relegando al olvido todos los focos de resistencia que se escalonaron a lo largo del sector oriental pirenaico. Aragón, Cataluña, Navarra y Andalucía han sido borrados injustamente. El factor musulmán indígena también, y ya vemos la importancia que alcanzó en el emirato cordobés.
Todo el mundo conoce las grandes etapas de la historia castellano-leonesa, olvidando los demás estados peninsulares, y concentrando todos los hechos políticos de esta supuesta guerra religiosa, en torno a dos figuras: el musulmán Mohamed-Bien-Abuamir, «Almanzor», y el cristiano Rodrígo Díaz de Vivar, «El Cid». Veamos hasta qué punto corresponde la realidad a estas teorías.
Mohamed-Ben-Abuam (o Abuamir) árabe de pura cepa perteneciente a una noble tribu yemenita, la de Moafir, descendía del árabe Abd-El-Malik-Abuamir, lugarteniente de Tarik y Muza, conquistador de Carteya, primer señor de Torrox en la provincia de Algeciras. Su descendiente, Amir-Ben-Mohamed-Ben-Al-Gualid, llegó a ser el favorito del Emir Mohamed y a sus órdenes combatió encarnizadamente contra los musulmanes españoles y contra Aben-Meruan de Badajoz, con el empleo de juez del ejército.
Su nieto Mohamed estudió en la fumosa universidad de Córdoba con profesores árabes tan notables como Abu-Becr-Ben-Moagüid-El-Coraixi y Abu-Ali-Cali de Bagdad, los cuales infiltraron en el joven Abuamir el espíritu altivo de su raza. Poco a poco fue elevándose el joven yemení hasta que se alzó con la regencia de Hisem II, prolongada artificialmente con el concurso de la sultana Aurora, vascongada de pura sangre.
Una vez alcanzadas sus aspiraciones, Abuamir (que ya se había aplicado el sobrenombre de Almanzor), pudo desarrollar ampliamente su política, que consistía en el robustecimiento del Majzen; la arabización absoluta de la península y la expansión en África. No fue nunca musulmán ferviente, aunque disimuló muy bien su escepticismo; fue solamente un árabe muy árabe, que trató de imponer a toda la península el yugo de su raza, su lengua y su gobierno; para lograrlo emprendió sus infinitas expediciones.
¿Cuál fue el maravilloso instrumento militar empleado? ¿Con qué hombres contaba este admirable caudillo para lograr sembrar entre los españoles del Norte un terror indecible? El siguiente párrafo del ilustre orientalista Dozy nos contestará:
«La España cristiana también le suministró excelentes soldados. Pobres, ávidos y malos patriotas, los leoneses, los castellanos y los navarros, se dejaban fácilmente seducir por la elevada paga que el árabe les ofrecía, y una vez alistados bajo sus banderas, su bondad, su generosidad y el espíritu de justicia que presidía sus decisiones, le hacían tanto más querido cuanto que en su patria no estaban acostumbrados a tanta equidad.
Ben-Abuamir tenía con ellos infinitas consideraciones. En su ejército el domingo era día de descanso para todos los soldados, cualquiera que fuese su religión, y si surgía una disputa entre un musulmán y un cristiano, siempre favorecía a este último. No es, pues, de extrañar que los cristianos le fueran tan adictos como los bereberes. Unos y otros eran, por decirlo así, propiedad suya. Habían olvidado y renegado de su patria, y Andalucía no había llegado a ser para ellos una patria nueva; apenas conocían su idioma. Su patria era el campamento y, aunque pagados por el erario público, no estaban al servicio del Estado, sino al de Ben-Abuamir. A él era a quien debían su fortuna, de él dependían y por él se dejaban manejar contra cualquiera.»
El resto del ejército estaba formado por mehal'las marroquíes, jinetes árabes y muchos eslavos, o sea mercenarios cristianos extranjeros. ¿Dónde estaba la lucha de la cruz y la media luna? En ninguna parte.
El 984 de J. C. Ramiro III de León reconoce la soberanía de Almanzor. Poco después le sucede Bermudo II que se declara vasallo también hasta el 987. Su hermana Teresa casó con Almanzor conservando su religión y según parece fueron felices. Sancho II Abarca de Navarra, que siempre fue partidario de Almanzor y sólido baluarte de su política en el Norte, le dio su hija en matrimonio el 980-981. De ella tuvo a Abderramán-Sancho. D. Sancho, conde de Castilla, se rebeló contra su padre el 994 ayudado por Almanzor, de quien se declara tributario. El 997 emprendió su expedición más famosa, la de Compostela, al frente de sus mercenarios cristianos, sus eslavos, berberiscos, tropas del Majzen y aliados navarros. Los condes de Viseo y Oporto le franquearon el paso y le abrieron el camino. Los de Lamego protegieron su retirada. Este fue Almanzor, considerado como el representante genuino de la media luna.
Frente a Almanzor, como representante del espíritu cristiano, se coloca el Cid. Faltan datos para hacer su historia completa y para establecer el paralelismo con Almanzor bastarían dos palabras: Después de haber luchado en el campo castellano contra gallegos y leoneses, pasa desterrado a Zaragoza, corte de los Beni-Hud (1081), a cuyo servicio se pone. Habiendo muerto el Emir Moctadir se disputan el trono sus hijos Motamin ayudado por el Cid, y Mondir, señor de Tortosa, ayudado por el cristiano Sancho-Ramírez de Aragón y por el conde Berenguer de Barcelona, cristiano también. El Cid los ataca y derrota en el 1085 (de aquí al 1088 faltan datos).
El 1076-79 ocupa el trono de Valencia el sultán Cadir apoyado por Castilla. El 1085 trata el Cid de destronarle y echar a los castellanos con el concurso de Mondir y Mostain, sucesor de Motamin. El 1089 Mondir vuelve a aliarse con los catalanes y es derrotado por el Cid. El 1090 toma el Cid Tortosa y se convierte en Emir de toda la España musulmana del Nordeste. (De hecho no porque llevase este título que no necesitaba.) El 1092 riñe con el rey Alfonso VI de Castilla. Alfonso ataca al Cid ayudado por los italianos de Génova y Pisa; el Cid ataca la frontera riojana razziando Logroño, Alberite y Alfaro. Luego viene la lucha contra los almorávides, como extranjeros, no como musulmanes, que tiene episodios tan brillantes como la toma de Valencia en 1094 y dura hasta la muerte del Cid. Poco después la guerra nacional contra los árabes y los africanos mercenarios se transforma en guerra religiosa bajo la presión de elementos extraños cuyo estudio requiere más detenimiento y será hecho en otra ocasión.
En aquella contienda de siglos el enemigo no fue el Islam. El enemigo fueron los árabes y sus auxiliares. En estas notas hemos tratado de recordarlo pidiendo justicia para nuestro viejo Islam que tanto cooperó a la unidad nacional y cuyos restos viven aún en Túnez, en el barrio andaluz de Fez y tantos otros rincones berberiscos.