Filosofía en español 
Filosofía en español


Despertar

El Occidente se pierde en la negra noche del error.

Spengler desde un apartado rincón del mundo ha lanzado un postrer grito de agonía, rebosante de desesperación: ¡La decadencia del Occidente!

La civilización occidental de estos últimos siglos, que arrancare tantos y tantos secretos a la misteriosa Naturaleza ha creído que solamente le ha de bastar en toda su portentosa razón, se ha creído capaz de borrar ella sola todo el orden espiritual. Y orgullosa de poseer el indefinido progreso material ha erigido un trono a la diosa Razón, la ha divinizado; trono que al vacilar y caer ha rodado causando estragos el fondo del precipicio.

Nuevos sistemas de errores han engendrado la conciencia, envenenando el ambiente y haciendo crujir los ejes de la tierra. En el campo científico, alguien dijo: “No hay más ciencia que la que nosotros vemos y experimentamos” y nació el torpe positivismo. En el orden moral y social una masa humana, confusa, informe, indiferente, escéptica en la cual sobresale el egoísmo y codicia ha perdido lo poco que le restaba del sentido moral, ante el gran siglo de Voltaire y Rousseau, de Luis XV y de Robespierre, ante el siglo de las sangrientas infamias de la revolución y de las impías vulgaridades de la enciclopedia, que le llevaron al duro y azaroso destino de bestias sin frenos que empuñan llena de odio la antorcha fatal. Demente y convulsa se ha entregado al libertinaje y a la abyección.

Todo es racionalismo, materialismo, libertinaje, vaguedad…

El Occidente agoniza bajo los coletazos de un grosero materialismo.

* * *

Y España, guerrero mantenedor de la Religión Católica, de la civilización europea, de la independencia del Occidente contra las bárbaras y sanguinarias invasiones del Oriente fatalista, despótico, polígamo y fanático se ha cansado de empuñar la cruz y la espada, se ha cansado de vivir en constante lucha.

Pero España, víctima de la perfidia, se desangra entre el cieno de la calle.

Nuestra patria, tan profundamente herida y desangrada, se ha detenido llena de expectación, llena de miedo, ante el fulgor de una juventud sudorosa y arrojada en el peligro enérgica y valiente, nacida entre el tumulto y el fracaso, en el ocaso de la Nación de Lepanto y Pavía. Es que España medrosa y asustada ha oído gritos de guerra, el himno triunfal de aquel poema, y ha evocado desde el itsmo en que se halla, lejanas edades de Paz y de Grandezas.

Y aquella “loca juventud” engendrada en heroico empeño y templada en los rigores del odio, a la que la tempestad había mecido en su cuna el eco del cañón arrullado su sueño, con potente mano, con hondo afán golpea el yunque donde se forja el ideal, que es vida, que es verbo, que es luz.

La hora es trascendental en el porvenir. Se van a decidir los destinos de una Nación. El águila hispánica, abierta las garras, por fin despertó. Sus músculos de acero cobran nueva vida, azota al viento con sus alas y el mundo tiembla.

“Y ya puesta en el afán exacto de la hora difícil, toda aquella juventud contagiada de un heroísmo militar y ascético, clamó con voces de gloriosa locura por un ideal más alto: ¡el Imperio!”

* * *

Ya baña el horizonte la luz que Dios envía. Ya todo es alegría: ¡Españoles!: ¡despertad!

La Victoria tiende su manto, alzase el himno glorioso, asciende en aladas notas en raudo vuelo; es un canto de esperanza, un himno inmortal: ¡Pueblos del Occidente, despertad! Pueblos sin ideal, que marcháis al azar, haciendo tentativas infructuosas, cambiando de postura a cada instante sin hallar ninguna que mitigue vuestros dolores, devorados por la fiebre, consumidos por la impotencia, faltos de energías para salvaros, porque no tenéis fe, sin resignación para sufrir, porque no tenéis esperanza: ¡Despertad!

* * *

Ha rebosado con ecos de gloria por todas las regiones del mundo la grandeza de la España que amanece.

Todo Occidente vuelve a despertar de su letargo y España vuelve a ser España, a sentirse misionera, ante una juventud que siente en sus venas el correr de la sangre de mártires y guerreros.

Todo el orbe, anhelante ve como en los campos ensangrentados de España riñen gran combate un pasado que fue de bochorno y vergüenza contra la civilización: y el Occidente despierta del tremendo error y aprestase a recobrar su personalidad perdida.

José Perdomo García