[ Rodolfo Gil Torres ]
Una España desconocida frente a Canarias
Está naciendo ahora una nueva España hecha con entusiasmo y ansias de espacio. Se está creando un nuevo concepto de lo español alegre y decidido que busca la grandeza en empresas comunes a realizar, y olvida el pasado llanto sobre las ocasiones perdidas y las fechas tristes. Una nación sana y vital que aumenta de día en día con la afluencia maciza de miles de jóvenes y niños, que nacen, crecen y multiplican como una inundación humana, no puede reducirse a glosar las hazañas de otros siglos: una imperiosa ley de vida exige que la Patria se haga para las generaciones que están llegando. Hay que darle tarea a realizar y esa tarea exige más sitio puesto que el elemento humano es cada vez mayor. El sitio está naturalmente al Sur porque lo manda la Geografía y los problemas del Sur son cada vez más urgentes y útiles. Artificiales convencionalismos de Cartografía han agregado al África unas tierras como las de Berbería donde las montañas y los llanos, las mesetas y los ríos son los mismos de España, y esa razón impide que problemas como el de Marruecos puedan ser considerados problemas coloniales, es decir exóticos, puesto que son problemas iberos, es decir castizamente nuestros.
Las provincias de Cananas son la pieza esencial del sistema vital español en el Sur. Son tan nacionales como Madrid y Zaragoza y sin embargo están más allá de Marruecos, con Marruecos como camino y separación entre ellas y las otras cuarenta y ocho provincias. Son sus montañas las mismas del Gran Atlas que se prolongan debajo del mar como un emblema de piedra indestructible. Son en cambio sus paisajes luminosos y exuberantes como los cubanos recordando que Canarias fueron la base de la Hispanidad americana. Y por sus puertos se va hoy a la selvática y feroz Guinea donde se abren nuevos horizontes de riqueza económica con productos tropicales. No es posible por tanto hablar de grandeza, de Imperio, de porvenir de esperanzas, si no surge en la imaginación la visión luminosa y feroz de nuestras Islas Afortunadas.
Pero así como la alhaja deslumbradora y centelleante resalta más y crece su hermosura sobre el oscuro terciopelo del estuche, resalta la abundancia canaria por el contraste violento con el ancho y seco territorio que sobre la costa occidental sirve de protección y cabeza de puente en la costa del continente vecino. Trescientos mil kilómetros vacíos hay en el Sahara español como un recuerdo de pasadas ansias expansivas y un enlace con las ansias futuras. No tiene esa gran zona silenciosa valores exportables en agricultura, industria o minería. No tiene ciudades, pueblos, ni casi habitantes. Y sin embargo es el Sahara pieza esencial e indispensable del sistema geográfico español, porque recuerda muchas cosas. Recuerda por ejemplo cómo de allá partió la invasión de los almorávides que llegó hasta Toledo, demostrando que las cosas de Berbería son en realidad cosas cercanas e interiores, porque del Sahara se puede llegar a Castilla. Recuerda que contra aquellos guerreros bárbaros se alzó la reacción de la España musulmana culta y refinada que en diversas etapas fue enviando al Sahara español grupos de gentes civilizadoras que llevaron influencias andaluzas hasta el mismísimo Sudán. Como por ejemplo los morabitos de la “Acequia encarnada” (Sekia al hanra), gente granadina que civilizó el Níger, el Chad, el país Haussa, el-Kordofan, el Tuat del 1492 al 1540. Y la expedición que en pleno siglo diecisiete pasó por el Río de Oro al mando del almeriense Pedro Yuder Cuevas de Vera, para crear en Tumbuctu y su país un Imperio que recordaba las empresas americanas de Pizarro y de Cortés. Mientras ésta hacían tierras adentro los españoles de religión musulmana, actuaban a lo largo de la costa los españoles de religión católica, cumpliendo el deseo y trayectoria marcados por la reina Isabel de Castilla para demostrar que Berbería es la única ruta natural española. Ya en 1477 había preparado la empresa shariana el esforzado capitán Diego de Herra salido de Canarias para ocupar los puntos más importantes del litoral, entre el entusiasmo de los habitantes que eran tribus nómadas árabes recién llegadas del oriente que naturalmente jamás habían tomado parte en guerra de moros y cristianos puesto que en la Edad Media andaban por Egipto. Estas tribu naturalmente independientes no querían entrar en los dominios del Sultán de Marruecos y preferían el poder español más lejano y suave. Y ese afecto demostrado el siglo XV es el mismo que en el siglo XX del “Sultán Azul” les hizo acoger con entusiasmo la extensión del poder español por el coronel Capaz en 1934 ocupándose tanto el desierto como Ifni sin un tiro y entre desbordantes alegrías.
Dejando aparte el pequeño Ifni, cuyo problema es cosa aparte y está enlazado al problema de Marruecos que le rodea, vemos que el Sahara español consta de 300.000 kilómetros, que son iguales y funcionan como un solo territorio pero que se fueron reincorporando a España en tres veces y con tres pedazos. Las empresas americanas habían hecho abandonar el Sahara y cuando al final del pasado siglo volvió España a recordar sus posesiones que son escudo de Canarias se encontró con que una potencia extranjera había ocupado abusivamente la mayoría del territorio, legítimamente español, que en buen derecho tenía por lo menos un millón de kilómetros. El gobierno de Cánovas del Castillo dio el Real Decreto de 26 de diciembre de 1884 proclamando la soberanía de España sobre el Sahara occidental, pero ya era demasiado tarde y sólo poco a poco tras muchos forcejeos diplomáticos se consiguió rescatar tres partes. El Río de Oro al sur con 190.000 kilómetros, Sahara del Cabo Bojador con 82.000 y el Draa inferior que se consideró como protectorado anejo al marroquí con 25.000. En esas zonas se instalaron tres puertos militares que aún siguen siendo bases administrativas en la costa, y que se llaman (de Norte a Sur) Cabo Jubi, Villa Cisneros y la Agüera. Desde esos puntos irradia la acción de policía al interior, por medio de unidades mejaristas arábes mandadas por oficiales españoles.
El país que recorren incesantemente esos majaristas en su continuo ir y venir no es una monótona extensión de arena como mucha gente cree. Pues el Sahara español tiene montañas, llanura, valles, y hasta ríos de agua escasa pero innegable. La vecindad del Atlántico con su fuerte evaporación llena la costa de vapores húmedos y cubre el suelo de vegetación abundante aunque esteparia. Hay en nuestro Sahara planicies arcillosas que tienen el suelo cubierto de matorrales espesos como contraste con los cerros y mesetas que más arriba muestran su aridez. Y aún estas mesetas no son exóticas ni repelentes pues su horizontalidad ondulada sus lejanías azuladas y el color pardo del suelo recuerdan a Castilla, una gran Castilla en la que pronto han desaparecido todos los pueblos. Escasa de cultivos pero semejante de paisajes.
El matorral de Río de Oro y zonas próximas se componen de plantas con pinchos de hojas pequeñas, corteza dura y corazón carnoso. Las más típicas de estas plantas son las euforbios semejantes a cactus con sus múltiples tubos verticales agrupados en matas muy apretadas. Hay también una especie de cardillos y más hojas sueltas que se llaman elgaides y brotan del suelo de pronto para servir de alimento a toda clase de animales. Hay también árboles altos como el taraje que se encuentra en Canarias y la Península, el argán que es original del Sur de Marruecos, y la acacia sudanesa que parece una sombrilla y tiene el tronco bien provisto de goma. Palmas pocas y solamente en alguna rambla aislada como el oasis Tingarranz [sic, ¿Uadan?]. Y cultivos en campos vecinos a la costa donde aprovechando la humedad del litoral se siembra cebada y un poco de huerta. Puede hacerse mucho más aprovechando aguas artesianas acumuladas por filtraciones de grandes llanuras oceánicas, pero el sahariano hasta ahora no se ha ocupado de ello pues su vida es el pastoreo. Aparte la cebada y alguna vez el dátil constituye la leche el principal alimento. Del camello, la cabra y la oveja saca el nómada su comida y su vestido, y del primero además la vida pues solo él puede transportarle de un lado a otro por tan enormes extensiones. Aunque en su alimento no desdeñe tampoco la caza de antílopes y gacelas.
La meseta que cubre casi todo el interior a treinta kilómetros de la costa tiene un clima sano y no muy caluroso gracias a los vientos del Noroeste. Es la zona predilecta de la ganadería. Los hijos del desierto van de unos a otros pastos llevando su ganado a comer y pasan su vida consagrados a esta tarea fundamental. Son gentes sencillas que visten siempre de azul y viven en tiendas de campaña negras. Embriagados de aire y espacio no ansían ni apetecen nada más que su paisaje sencillo y eterno. Tan impresionante a pesar de su sencillez que entra hasta en el alma de los militares españoles que allí ejercen el mando y sienten con frecuencia el hechizo del desierto sin límites, que es consuelo al espíritu fatigado y nostalgia de espacio para España.
Imperio. Diario de F.E.T. de las J.O.N-S.
Zamora, sábado 27 de febrero de 1943
Editorial
División Azul
Cruces de Hierro
Sobre la nieve dura –denso tapiz tendido sobre la inmensidad de la estepa huraña- cincuenta y cinco voluntarios españoles, cincuenta y cinco camaradas, honor y orgullo de nuestra aguerrida División Azul, formaron –6 de enero de 1943– con esa sencilla altivez, con esa gallarda apostura característica de una raza que sabe dar hombres de tan recio temple, que sabe alumbrar, en crudas y sangrientas jornadas de porfiada lucha, los más altos heroísmos, las gentes más dignas de loa. Y allí, a la vista de San Petersburgo, la urbe roja donde la resistencia enemiga se debate en estéril forcejeo bajo la presión tenaz del cerco implacable, sobre el pecho de aquellos valientes, como sobre el de tantos y tantos que merecieron la distinción honrosa, cincuenta y cinco Cruces de Hierro vinieron a rubricar el valor sereno, el arrojo indomable que anima a nuestros divisionarios en el combate empeñado, haciendo efectiva con sacrificio, con sangre, hasta con la entrega de la propia vida, que es como se da fe entera de una resolución firme, irrevocable, nuestra contribución, la generosa contribución de España al total aniquilamiento del bolchevismo y a la liberación de Europa de su brutal y trágica amenaza.
El relato, de líneas sobrias, de recios y viriles trazos, como cumple a su perfil castrense, nos hace vivir hoy la escena aquella con toda su fuerza emotiva, nos lleva a reproducirla en nuestra imaginación y a grabarla hondamente en el alma con todo lo que hay en ella de aliento español, de ese tan único, tan nuestro que hace que la admiración se produzca, que el elogio brote y que el reconocimiento a las acciones que en él florecen se traduzca en recompensas como éstas que hoy llenan de legítimo orgullo el alma de cincuenta y cinco voluntarios de España.
El general alemán Hansen, que admira y quiere a nuestra División, hizo la referencia breve, escueta del hecho origen de las recompensas, traídas por él mismo para premiar a los valientes entre los valientes e impuestas por el jefe de la División, Esteban Infantes, que significó en una vibrante arenga su felicitación a nuestros divisionarios. Y el ¡Arriba España! y el Viva Franco! vibraron, rotundos y expresivos, en aquellos parajes, escenarios de acciones guerreros cerradas siempre con laurel de triunfo por la bravura española, esa bravura de la que hablan –piedad y amor– las cruces que cobijan a nuestros muertos, los desgarrones abiertos por el feroz dentellazo del plomo enemigo en la carne de nuestros heridos, las condecoraciones que penden del pecho de tantos camaradas y la voluntad de triunfo que hay en esos hombres admirables que saben luchar y vencer bajo la gloria altísima de las banderas de nuestra División heroica.
¡¡ARRIBA ESPAÑA!!