Ernest Hemingway: Cinquante mille dollars. París, Gallimard, 1948. Un vol. en 8º de 175 pp. Trad. francesa de Ott de Weymer.
En edición popular, de bolsillo, la Editorial Gallimard ha reunido en este tomito seis relatos o cuentos, el primero de los cuales da título al conjunto. Cuatro de ellos tratan de sendos temas deportivos, que son la razón de este comentario. [91]
El barojiano escritor norteamericano, Premio Nobel de Literatura en 1954, nos presenta diversas estampas rufianescas del deporte, aportando así su granito de arena al clamor originado por el descubrimiento de las marrullerías en el mundo de los profesionales.
El primer cuento, 50.000 Dollars, narra el caso de un campeón de boxeo que, tentado por la avaricia, decide jugar todo su capital a favor de su rival, a quien está positivamente seguro de poder vencer en cualquier circunstancia. El drama surge cuando Jack –el campeón– recibe de su antagonista un tremendo golpe bajo. Si cae, vencido por el dolor, gana el combate, pero pierde los 50.000 dólares apostados y el bienestar futuro que anhela para su familia. Haciendo de tripas corazón –y aquí la frase viene pintiparada–, Jack se sujeta la horrible hernia que le destroza el vientre, se yergue y continúa el combate. Después, imitando el ejemplo de su rival, recurre al mismo golpe y pierde el título. Pero ha salvado su fortuna.
Mon vieux es el relato de un niño sobre las andanzas de su padre, antiguo jockey que también recurre a las trampas para ganar dinero. L'invincible es una narración taurómaca, en la que se describe fielmente la fiesta y los desesperados intentos de un torero arrumbado por recuperar su antiguo rango. Le Champion es una triste estampa del viejo pugilista que, tras años de efímera gloria, se ha convertido en un pobre guiñapo humano, perdido en la noche sin fin de la locura. Sólo un viejo seguidor negro sigue fiel al ser que otrora palpitó en aquel cuerpo destrozado por los golpes y en él vuelca una extraordinaria ternura.
Hemingway, escritor de nuestro tiempo, no podía pasar por alto una realidad social como el deporte, aunque sus gustos literarios le llevasen, como en este caso, a escoger su vertiente trágica, negra. Es posible que para él, aficionado a bucear en los oscuros rincones del alma humana y a revelarnos las fealdades que encuentra, carezca de interés temático el elemento caballeresco, poético, vitalmente noble del deporte, cuyo espíritu anida y late en el corazón del hombre. Pero creemos que si –como Giraudoux y Montherlant– se asomara a las nobles luchas olímpicas, sus grandes cualidades literarias y su capacidad para penetrar la corteza humana, hallarían un tema –nuevo de puro viejo– inagotable de belleza y espiritualidad.