Filosofía en español 
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Crónicas

[ Jaime Castillo Velasco ]

El congreso continental de la cultura de Santiago de Chile

El Congreso Continental de la Cultura fue planeado por sus organizadores de un modo que evitase las habituales objeciones contra estos torneos en que el interés político comunista está en juego. Por de pronto, el motivo central del Congreso presentaba un aspecto muy favorable. En efecto, la cultura es un hecho que puede parecer suficientemente alejado de la política como para limitar las objeciones corrientes. Cabe afirmar que, en este sentido, la cultura presenta aún menos flancos que el problema de la paz. Aquí, por lo menos, hay concepciones políticas directamente interesadas y, por ello, toda Conferencia de paz es una Conferencia política. Pero, en cambio, el tema de la cultura puede fácilmente atraer a personas que no aceptarían firmar una adhesión a un Congreso de paz comunista.

Esta circunstancia fue reforzada aún por el hecho de que los organizadores –cuyas figuras principales eran Pablo Neruda y Jorge Amado, esto es, los dos más prominentes literatos comunistas de Latino-América– insistieron en que el Congreso no plantearía problemas políticos, sino solamente culturales.

De este modo fue presentado el cuadro. Los organizadores insistieron repetidamente en sus tesis, sobre todo frente a los intelectuales no comunistas. A estos se les decía simplemente que el Congreso sería una reunión amplia, familiar, en que el problema ideológico no intervendría para nada.

La campaña produjo sus efectos. Un gran número de intelectuales chilenos y extranjeros se adhirió al Congreso. Conversamos con algunos de ellos y nos explicaron que no era lícito prejuzgar sobre los objetivos ocultos de los organizadores. Su opinión se limitaba a sostener que determinados problemas prácticos del escritor o del artista americanos debían ser estudiados.

Sin embargo, las cosas no anduvieron del todo bien. A medida que se acercaba el Congreso, la prensa de derecha empezó a menudear sus ataques. Se denunció el carácter comunista de la reunión, su inserción en una campaña internacional de propaganda y el desmedrado papel de intelectuales ingenuos que se plegaban a estrategias políticas ajenas a sus ideas. El objetivo era, sin duda, desprestigiar la realización del Congreso. Pero no se llegó hasta el punto de pedir que se lo prohibiera.

La situación se tornó más crítica cuando el Gobierno cambió de criterio a su respecto. Problemas de política interna habían ido creando un cierto roce entre el Partido Comunista y el Presidente de la República. En los días de más álgida preparación, el Presidente denunció públicamente el Congreso como una maniobra comunista. Las relaciones entre los organizadores y las autoridades quedaron así cortadas. Poco después, la caída del Ministro del Interior señor del Pedregal, antiguo amigo de los comunistas y ex Presidente del Movimiento pro Paz de Chile, precipitó las cosas. El nuevo Ministro negó la concesión de pasaportes a los intelectuales soviéticos, entre los cuales se contaba Ilya Ehrenburg, so pretexto de que no entrarían en Chile mientras la U. R. S. S. no dejase salir a la nuera soviética del ex Embajador chileno ante el Gobierno de Moscú, señor Luis David Cruz Ocampo.

Pudo creerse en ese instante que el Congreso no iba a poder celebrarse. Entretanto, una serie de incidentes enojosos se habían producido en el seno mismo de la organización. Algunos que formularon indicaciones para un orden del día amplio, donde cupiesen todos los problemas de la cultura contemporánea, no fueron escuchados. La consigna de que era preciso evitar las «cuestiones políticas» estaba ya en evidencia. Por otra parte, varios de los adherentes empezaron a retirarse. Todos ellos denunciaron el carácter político del comicio y sobre todo su finalidad comunista. El ambiente de crítica y de escepticismo hizo también que otros se sintieran desvinculados y adoptasen la actitud de personas engañadas. Es necesario agregar que ese estado de ánimo fue también el resultado de la no muy clara situación producida en torno a Gabriela Mistral. Se sabe que el llamamiento para la celebración del Congreso fue firmado por la famosa escritora chilena y por García Monje y Sanín Cano. Gabriela Mistral aclaró, sin embargo, que ella no tenía nada en común con la organización del Congreso y el Comité chileno hubo de explicar que en efecto era así, pero que ella había firmado la convocatoria. Se comprende que los comentarios de prensa aprovecharan, de un lado y de otro, para sacar partido a la situación y el resultado fue que mucha gente quedó con la idea de que los organizadores comunistas habían usado ilegítimamente el nombre de la poetisa.

La llegada de los primeros viajeros compuso algo el cuadro. Asimismo, el Gobierno modificó su punto de vista sobre la entrada de intelectuales soviéticos. Sin embargo, parece ser que este cambio de frente no fue otra cosa que una pequeña trampa, muy «stalinista», pues los intelectuales soviéticos, con Ehrenburg a la cabeza, no tuvieron tiempo de llegar a Chile.

No se puede negar que el Congreso reunió un número importante de figuras prestigiosas. De China, vinieron tres invitados: un músico, un economista y un filólogo. De Polonia, el poeta católico Jaroslavv Ibaskievicz, vice-presidente de la Unión de Escritores polacos. De Brasil, Jorge Amado. De Méjico, Diego Rivera. De Cuba, Nicolás Guillén, &c. Entre los chilenos, se contaba como es natural toda la intelectualidad comunista o cripto comunista o que se presta a este tipo de actuaciones. Se hallaban también algunos no comunistas, entre ellos el escritor Benjamín Subercaseaux y una muchedumbre de segundas, terceras y cuartas figuras.

Dejemos constancia de que el Congreso tuvo la calidad necesaria como para ser mirado con cierta satisfacción por sus organizadores. Pero, de todos modos, ellos fueron derrotados en su propósito de arrastrar a toda la intelectualidad chilena y asimismo de hacer venir a determinadas grandes figuras internacionales. El caso de Jean-Paul Sartre es bien característico.

Dos circunstancias más plantearon dificultades a los organizadores del Congreso. La primera y más importante la constituyó el hecho de que, al segundo día de las sesiones, el Gobierno acusó judicialmente al diario comunista El Siglo de hacer una campaña de «conspiración permanente», y el juez de la causa ordenó su clausura por diez días. Con esto, el Congreso quedaba prácticamente sin prensa. En efecto, ni los diarios de derecha, ni los del Gobierno, ni los pequeños diarios independientes dieron importancia, en sus informaciones, al Congreso. Prácticamente, hubo que esperar su término para conocer a través de la revista comunista Vistazos y de Ercilla,independiente, algunos pormenores de su desarrollo.

La otra circunstancia estuvo constituida por un Manifiesto firmado por un grupo de intelectuales y profesionales, en el que figuraban el sabio Jorge Nicolay, el conocido literato Eduardo Barrios, Premio Nacional de Arte, Eduardo Frei Montalva, escritor y senador de la República, &c. En este Manifiesto, los firmantes formulaban prácticamente un desafío a los organizadores del torneo. Decían que el Congreso de la Cultura, al cual asistían comunistas, que era organizado por ellos y que habían invitado a conocidas figuras intelectuales de los países soviéticos, no podría hacer tabla rasa de los problemas culturales planteados tanto en los países occidentales como en los países orientales comunistas. Se sostenía que el problema de las concepciones sobre la «cultura dirigida» no podía ser ocultado y que las deliberaciones del Congreso carecerían de valor si nada se dijese sobre esto. Se hacía además un planteamiento teórico y, por último, se pedían garantías de organización para discutir seriamente el tema enunciado, esto es, el problemade la libertad cultural.

El Comité Chileno del Congreso replicó insistiendo en su consigna evasiva: las materias de «substancia política» no podrían ser tocadas. Los firmantes del Manifiesto hubieron de formular una última aclaración para expresar que, por desgracia, el Congreso se había negado a discutir un problema vital.

¿Cuál fue el desarrollo mismo del Congreso? Durante casi una semana completa, los delegados discutieron los asuntos propuestos en el vaguísimo orden del día confeccionado. Hubo diversas intervenciones. Cada uno de los tres temas centrales tuvo un informante. El debate provocó una serie de acuerdos y recomendaciones de orden práctico. De más está el decir que las sesiones transcurrieron dentro del ambiente bastante teatral en que se desenvuelven siempre. Hubo recitaciones, presentación de folklore americano, &c. Cada discurso insistió mucho sobre palabras como amor, confraternidad, esperanza. El mediocre sentimentalismo característico del actual comunismo apareció en todo momento. Y, por cierto, todo terminó con resoluciones unánimes, leídas en medio del entusiasmo delirante, por tres escritores comunistas: Pablo Neruda, Jorge Amado y Diego Rivera.

El tenor mismo de las resoluciones generales no es de mucha importancia. Hablan en tono lírico y más o menos abstracto de aspiraciones tales como intercambio cultural, libertad de expresión, conocimiento mutuo. Las recomendaciones de orden práctico, no publicadas aún en el momento de escribir estas líneas, pueden tener algún contenido útil, pero difícilmente el Gobierno chileno les dará importancia.

¿Puede decirse que los organizadores del Congreso cumplieron su promesa de no tratar cuestiones de «substancia política»? En realidad y a despecho de la buena intención de muchos, el Congreso tuvo todas las características de una reunión en que lo político figuraba en primer plano.

Por de pronto, los intelectuales comunistas pasaron a ocupar en todo momento el primer plano, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Diego Rivera fueron las figuras más traídas y llevadas del Congreso. Asimismo, la delegación china fue frenéticamente aplaudida y el discurso de su jefe Li I Mang provocó gran entusiasmo. Pero, éste no hizo otra cosa que ensalzar el progreso cultural del pueblo chino, unido naturalmente a su Gobierno y a «la genial dirección del Presidente Mao Tse Tung, amado por todo el pueblo de China». Igualmente el poeta polaco Ibaskievicz se convirtió en un personaje principalísimo. También él habló como representante de su pueblo.

Ahora bien, es posible que los adherentes al Congreso, no formados en la lucha política, hayan creído que todo esto carecía de tendencias excluidas determinadamente del orden del día. La verdad es otra. Es preciso recordar que los organizadores habían declarado que la discusión sobre el problema de la dirección cultural era de tipo político. Resultaba pues lógico suponer que el Congreso guardaría silencio ante todas las dificultades que en cualquier país se crean al objeto de obstaculizar el desarrollo cultural, presionar a los intelectuales, impedir sus contactos, &c. Pero, no fue así. Desde la primera reunión, la cantante Betty Sanders acusó a su país de no permitir la salida de otros intelectuales norteamericanos. Éstos enviaron un mensaje en el cual se decía que Estados Unidos no favorece los intercambios culturales. Asimismo, se denunciaron con frecuencia las revistas y el cine norteamericanos. Aún más, el Congreso aprobó varias resoluciones en que se condena, un poco en general, ciertas medidas restrictivas. Así, por ejemplo, una de ellas dice:

«Es inadmisible que por razones ideológicas o de orden político se levanten vallas artificiales entre los países, creando distancias infranqueables entre ellos, mediante leyes estatales o aplicación de medidas reglamentarias destinadas a otros fines: nos referimos a la aplicación de controles económicos, a la discriminación de los pasaportes, a la presión gubernamental y a las trabas opuestas a la libre circulación del libro y de las obras de arte.»

Todo esto parece justo y valiente. Nada más necesario que una declaración de esa especie. Otra resolución acoge estos mismos conceptos y de nuevo parece haber sentado un principio cultural indispensable. Pero, lo curioso es que tal resolución ha sido aprobada en presencia de la delegación china y nadie ha creído oportuno recordar que la Constitución de este país establece precisamente una censura para las ideas no aceptadas por el Gobierno. Asimismo, muchos de los presentes sabían que la libre circulación del libro está prohibida en la U. R. S. S. y que los funcionarios de aduanas revisan el equipaje de los propios viajeros invitados, con el objeto de establecer qué clase de papeles impresos llevan en su poder. Esta experiencia fue personalmente vivida por mí y por mis compañeros de viaje en calidad de asistentes a la Conferencia de Paz de Pekín. Igualmente, todos los asistentes sabían o debían saber que en la Polonia de Ibaskievicg existe la censura y la imposibilidad de publicar un libro sin permiso de la institución de la cual el poeta es dirigente. El hecho fue establecido por el propio escritor en presencia nuestra.

La política pues surgía de un modo indirecto. Estaba permitido criticar a los Gobiernos americanos en sus excesos restrictivos. Estaba permitido también aplaudir el estado actual del desenvolvimiento intelectual de los países comunistas. Pero, se hallaba prohibido criticar esos aspectos, como asimismo estimar aceptable la situación en los países americanos. Los organizadores del Congreso impidieron formalmente que un grupo preparado de intelectuales planteara el problema de la concepción comunista. En cambio, hicieron las cosas de tal modo que esta fuera aplaudida, admirada, o por lo menos escuchada, por todos los asistentes.

De ahí pues que los delegados hayan podido determinar el sentido preciso de sus «valientes» declaraciones agregando enseguida: «Por lo tanto, el Congreso Continental de la Cultura exhorta a los gobiernos de América para que dentro de sus respectivas jurisdicciones eliminen todos los obstáculos que se oponen al libre ejercicio de la cultura».

Se trata pues de América. El mundo soviético ha sido respetado. Los intelectuales no comunistas pueden estar felices de no haber transgredido las normas que se les fijaron: no han hecho «política». La política empieza, en efecto, en la línea de Berlín. Más acá, se llama cultura.

Por la misma razón, también, cierto discurso de un joven estudiante chileno fue objeto de ataques y sometido luego a la táctica del silencio. Este estudiante habló sobre la ausencia de libertad cultural en la U. R. S. S. Se le dijo que se había salido del tema, pues estaba hablando de «política». Los diarios o revistas pro-comunistas lo censuraron. El Boletín oficial del Congreso no habló de él. Puede suponerse que los asistentes se habrán manifestado de acuerdo en que hablar de tal tema era salir del programa aceptado y hacer críticas al comunismo. Pero, en cambio, no habrían tenido mucho empacho en aplaudir a Ilia Ehrenburg ni tampoco poseyeron la imaginación suficiente para decir que Pablo Neruda hablada de política cuando dijo: «Conozco y admiro al pueblo soviético y a sus dirigentes por sus extraordinarios hechos, imborrables en la historia humana. Pero, lo que más admiro en aquella tierra es su dedicación a la cultura. Tal vez de todos, éste es el rasgo más fundamental y más impresionante de la vida soviética. Con el florecimiento pleno del individuo, nunca alcanzado antes en la historia.»

Sería mejor decir que, con estas frases, el gran poeta chileno llegó al punto extremo del cinismo. Después de maniatar a los que pensaban distinto de él en ese preciso problema, se permitió justamente hacer lo que él, por intermedio del Comité Chileno del Congreso, había declarado excluido del orden del día.

Jaime Castillo


JAIME CASTILLO V. es uno de los auténticos valores intelectuales de la juventud chilena. Forma parte del equipo que, reclamándose espiritualmente de Jacques Maritain, dirige la revista Política y Espíritu. Jaime Castillo asistió el año último al Congreso de los Partidarios de la Paz celebrado en Pekín. A su regreso a Chile condenó públicamente los métodos comunistas que habían movido dicho Congreso. Su artículo sobre el Congreso Continental de la Cultura, celebrado recientemente en Santiago de Chile por los comunistas, cobra por eso un valor mayor. (2:111)