Pío XII
El film ideal, instrumento eficaz de elevación, de educación y de mejora
Segunda parte del discurso del papa al “mundo cinematográfico” (28 de octubre de 1955)
[ Sermo ad cinematographicae artis cultores, d. 28 oct. a. 1955, Romae congregatos ]
Señores dedicados a la actividad cinematográfica: Al daros con paternal efusión nuestra bienvenida, deseamos confirmar no sólo la estima de vuestras personas y de vuestra profesión, sino también la vigilante solicitud de la Iglesia respecto de un medio tan poderoso de difusión de las ideas y costumbres como el cinematógrafo, con la intención de contribuir a elevarlo a la dignidad de instrumento de la gloria de Dios y del perfeccionamiento humano.
Volvemos, pues, sobre esta materia en esta nueva reunión con los representantes del “mundo cinematográfico”, con el propósito de completar consideraciones ya expuestas, movidos por la persuasión de su importancia, cuyos motivos con anterioridad fueron ampliamente desarrollados. Frente a los graves problemas que acongojan a la edad presente y que ciertamente despiertan nuestros más acuciantes cuidados, el del cine podría parecer a algunos secundario y no merecedor de la particular solicitud que le consagramos. Ciertamente, el cine, siendo por su naturaleza arte y descanso, parece que debería quedar confinado como a las márgenes de la vida, dirigido, entiéndase bien, por las comunes leyes que regulan las ordinarias actividades humanas; pero como de hecho se ha convertido para la presente generación en un problema espiritual y moral de inmenso alcance, no puede ser descuidado por quienes se preocupan por la suerte de la parte mejor del hombre y de su porvenir. Sobre todo no lo pueden descuidar la Iglesia y sus pastores, a cuya vigilancia no debe sustraerse cuestión alguna moral, particularmente si repercute, con incalculables consecuencias, sobre innumerables almas; pero tampoco todas las personas honradas y deseosas del bien común, las cuales están persuadidas con razón de que todo problema humano, grande o pequeño, ahonda sus raíces en el espíritu más o menos ofuscado, y de que en el espíritu, una vez iluminado, se resuelve debidamente.
Será tal vez desdoro de nuestra edad el que muchos, particularmente los que están débilmente formados en su espíritu, se dejan inducir a dar una determinada conducta a su vida privada y pública por las ficciones artísticas y por las vanas sombras de una pantalla; sin embargo, este hecho no deja de ser importante y digno de consideración con una seriedad proporcionada a los efectos. En un futuro decaimiento espiritual y civil, del que sería corresponsable la indisciplinada libertad de las películas, ¡qué reprensión se daría a la sabiduría de los hombres de hoy que no supieron manejar un instrumento tan apto para educar y elevar los espíritus y en cambio dejaron que se convirtiese en fuente de males!
La confianza que Nos alimentamos respecto del cine como instrumento eficaz y positivo de elevación, de educación y de mejora, nos mueve a exhortar a sus artistas y productores a que realicen todo esfuerzo para librarlo no sólo de la decadencia artística, sino, sobre todo, de la complicidad de la depravación, y a que levanten, en cambio, la vista a las limpias regiones del film ideal.
Del cual expusimos en otra ocasión los caracteres propios, pero sólo explanamos el primero de los tres aspectos que el film ideal presenta al examen, a saber, en relación con el sujeto, o sea, con el hombre al cual se ofrece el film ideal. Pasemos ahora a explicar el segundo punto que es: el film ideal considerado en relación con el objeto, o sea, con, su contenido.
2. El film considerado en relación con el objeto, o sea, con su contenido
Para que al tratar del film ideal en cuanto al contenido no se vaya a dar en exigencias impropias, sino que se recojan en cambio los elementos esenciales, es menester tener presente la reflexión ya expuesta acerca del núcleo absoluto incluido en la relatividad del ideal, esto es, el ser propio del film, su específica bondad, su propio valor. Se hace, pues, oportuno recordar el concepto del ideal: aquello que no carece de lo que debe tener, y que más bien lo posee en grado perfecto. Como el film mira al hombre, será ideal en cuanto al contenido lo que se ajusta, en forma perfecta y armónica, a las exigencias primordiales y esenciales del hombre mismo, y que fundamentalmente son tres: la verdad, la bondad, la belleza; a manera de refracciones, a través del prisma del conocimiento, del reino ilimitado del ser, que se extiende fuera del hombre, en el cual ellas ejercen un influjo cada vez más vasto en el ser mismo. Es verdad que, en los casos particulares, el que, mediante el arte o la cultura, trata de hacer que el hombre participe de ese reino, advierte al fin que ha satisfecho bien poco su sed insaciable; sin embargo, le queda el mérito de haber sabido derivar en provecho suyo un riachuelo de la plenitud original de lo verdadero, lo bueno, lo bello, en la medida de lo posible y sin contaminaciones: en otros términos, ha conciliado la relatividad del ideal con su concepto absoluto. Ahora bien, ¿puede el film ser un vehículo apropiado de este ternario para el ánimo del espectador? ¿Puede ser un camino excelente y, en los límites de sus propios métodos, perfecto? La respuesta debe ser afirmativa, aunque no siempre se verifique, ni siquiera en el caso de una película digna de ser clasificada como buena, sino que, por defecto de alguno de los elementos o de la armonía entre ellos, quede fuera de las regiones ideales.
Claro es que el contenido, o sea, la elección del asunto, hecha de modo que refleje con la mayor fidelidad posible la realidad buena y bella, es de importancia fundamental en la creación del film ideal; pero asimismo los especialistas reconocen que no toda elección es siempre posible, porque no raras veces se interponen obstáculos de naturaleza enteramente práctica, que detienen al artista en el umbral del ideal, como, por ejemplo, la intrínseca imposibilidad de representar visiblemente algunas verdades, bondades y bellezas. El film no puede presumir ni debe arriesgarse a afrontar asuntos que salen del dominio del objetivo, que no pueden traducirse en imágenes, rebeldes a toda interpretación escénica, por motivos ya técnicos, ya artísticos, o por otras consideraciones, que podrían ser razones de tacto social y natural, de respeto y de piedad, o también de prudencia y de seguridad de las vidas humanas. A pesar de estas limitaciones, algunas intrínsecas y otras prácticas, el campo de los asuntos es aún vasto y rico, ventajoso y atrayente, sea cual sea el elemento de aquel ternario que predomine en cada film.
Particularizando, citaremos en primer lugar el film que se propone la enseñanza, cuya principal atracción proviene de la verdad, en cuanto enriquece los conocimientos del espectador. Hay, sin duda, en esta clase un ideal de posible consecución y cuyas normas se pueden compendiar así: lo que él ofrece en conocimientos, en ilustración, en profundidad, debe ser exacto, claramente inteligible y llevado con perfecto método didáctico y con elevadas formas artísticas.
Las películas de pura enseñanza son relativamente raras; las más de las veces, acaso en atención a la diversa preparación del público, más bien que desentrañar el asunto, lo desfloran, limitándose a dar las ideas sustanciales del mismo.
Y, sin embargo, si se tiene en cuenta la sed cultural que el público muestra tener y de cuya falta frecuentemente se queja, esta clase de film, con tal que sea realizado con perfección ideal, sería en todas partes bien acogido, y al mismo tiempo debidamente desarrollado y extendido resultaría ventajoso para el progreso civil.
La prueba viene dada por la producción nada escasa y por el éxito feliz de películas basadas en las ciencias naturales, algunas de las cuales merecen el título de películas ideales.
En efecto, la naturaleza, tal cual se presenta a la mirada del atento observador, descubre riquezas inagotables en lo bueno y en lo bello, que reflejan con diáfana sinceridad la infinita sobreabundancia de la perfección y de la belleza de su Creador.
El film puede recoger a manos llenas en su triple reino y recorrer, gracias a los medios técnicos de que dispone, las armoniosas vías de la creación, abiertas por las ciencias físicas y biológicas, lo mismo en la inmensidad de los cielos que en las recónditas intimidades del microcosmo.
No sin gran admiración se contemplan las películas que transportan a mundos desconocidos y tal vez insospechados, que ningún otro medio mejor que el cine podría representar tan al vivo. Unas veces encanta y subyuga la majestad de las colosales montañas, otras veces la furia irresistible de las tempestades en el Océano, la soledad de los hielos polares, la inmensidad de las selvas vírgenes, la tristeza de las arenas desérticas, la belleza de las flores, la transparencia de las aguas, el precipitarse de las cascadas, el encanto de las auroras boreales, visiones todas que, reproducidas con fidelidad e ilustradas con sobrios comentarios orales y musicales, se imprimen en el alma como las imágenes de un viaje. Mayor estupor y riqueza de conocimientos ofrece el desarrollo de la vida en las películas –nada infrecuentes–que revelan los secretos del reino animal y han sido obtenidas por expertos autores y productores al cabo de extenuantes y fatigosos días y meses de experiencias y observaciones transcurridos en molestas condiciones en las selvas y en los desiertos inhospitalarios, en los ríos y en las profundidades del mar. ¡Qué testimonio de la riqueza y de la multiplicidad de la naturaleza se saca de semejantes películas, aptas, no menos que otras, para calmar, recrear y levantar, el espíritu!
Deleitando e instruyendo igualmente, otras películas pueden investigar al hombre mismo, en el que la estructura orgánica, el comportamiento funcional y los procesos terapéuticos y quirúrgicos para devolverle la salud ofrecen materia de gran interés.
Si luego pasamos a las obras del hombre, tampoco faltan asuntos encomendados a la elaboración artística y a la difusión de la cultura en grande escala. Precisamente se llaman películas de cultura las que describen las diversas razas, las costumbres, el folklore, las civilizaciones y, más en particular, las maneras de trabajar, los sistemas agrícolas, las vías comerciales por tierra, mar y aire, los medios de comunicación, los tipos de habitación y de residencia en las diferentes edades, captadas por el objetivo en los múltiples estadios de su desarrollo, comenzando por la primitiva cabaña de hojarasca y llegando hasta las nobles mansiones, los monumentos arquitectónicos, los atrevidos rascacielos de las ciudades modernas.
Bastan estas indicaciones para demostrar que el film instructivo, tratado con justa medida de datos científicos. presentado con novedad y animado por una sincera inspiración de arte que baste a descartar la idea de una enseñanza rigurosamente escolar, puede, por lo referente al contenido, ofrecer fácilmente al espectador cuanto en este género espera de un film ideal.
Film de acción
En cambio, se le presenta a la empresa una dificultad notablemente mayor en las películas de acción, esto es, en las que tratan de representar e interpretar la vida y la conducta de los hombres, sus pasiones, sus aspiraciones y luchas.
En esta clase de asuntos, la película ideal no es cosa de todos los días; y, sin embargo, tales películas son, en número, con mucho las más comunes. Lo cual demuestra que cuanto tal género es más apetecido y apreciado por el público, tanto más serias dificultades hay para dar una película ideal.
Hemos expuesto ya, al hablar de la importancia del cinematógrafo, y al estudiar la materia del lado del espectador, en qué consiste el atractivo de la película de acción, cuál es el influjo que ejerce en el ánimo, y cuáles son las reacciones psicológicas que ésa provoca. Volvamos ahora de nuevo a las mismas reflexiones, pero considerándolas en sus causas, de las cuales la primera es, sin duda, el argumento, es decir, la materia que se escoge para tratar.
Ahora bien, precisamente en la selección de la materia comienzan las dificultades para el autor o productor de conciencia que se propone hacer una película de acción ideal; luego sobrevienen otras, de la configuración y delimitación de la misma materia, sobre todo en los pasajes más interesantes; más aún, y no siempre de fácil solución, de encontrar actores capaces de dar al objeto elegido la expresión humana y estéticamente perfecta.
¿Puede, pues, ser acogido cualquier asunto representable por quien se propone una película ideal? Ya se han indicado algunos motivos morales, sociales y humanos que recomiendan excluirlas, y que necesariamente restringen la libertad de elección sin previo examen.
Con todo, dos puntos particulares merecen ser considerados con mayor atención.
Film de argumento religioso
El primero es: Para películas de acción, ¿se puede tomar como materia argumentos religiosos?
La respuesta es que no se ve por qué tales argumentos se hayan de excluir o comúnmente y por norma general, tanto más que la experiencia hecha en este género ha dado ya algún buen resultado en películas de argumento estrictamente religioso.
Pero aun cuando el argumento no sea expresamente religioso, la película ideal no debe ignorar el elemento religioso. Efectivamente, se ha observado que películas moralmente irreprensibles pueden resultar espiritualmente dañosas si ofrecen al público un mundo en el que no se hace alusión ninguna a Dios y a los hombres que creen en Él y lo veneran, un mundo en el que las personas viven y mueren como si Dios no existiese. Acaso baste en una película un breve momento, una palabrita sobre Dios, un pensamiento sobre Él, un suspiro de confianza en Él, una súplica de ayuda divina. La gran mayoría del pueblo cree en Dios, y en la vida, el sentimiento religioso tiene una parte notable. Nada, pues, más natural ni más oportuno que tenerlo en cuenta en la película.
Por otra parte, hay que reconocer que no todo hecho o fenómeno religioso puede pasar a la pantalla o por la intrínseca imposibilidad de representarlo escénicamente, o porque la piedad o el respeto lo vedan. Además, el argumento religioso presenta no pocas veces para los autores y actores particulares dificultades, entre las cuales la principal es acaso el modo de evitar todo rasgo artificioso y amanerado, toda impresión de cosa preparada maquinalmente, puesto que la verdadera religiosidad es, de por sí, contraria a la exterior ostentación, y no se amolda fácilmente a la “recitación”.
La interpretación religiosa, aun dado que sea realizada con recta intención, raramente lleva la huella de una cosa de veras vivida y, por tanto, comunicable al público.
Hay otra cuestión a la cual es difícil dar una respuesta precisa, y es si es argumento apto y conveniente para una película de acción la descripción comparativa de varias confesiones religiosas. No faltan películas de esta clase, hechas con el fin de representar las diversas formas de religiosidad, ya tomándolas de hechos reales, ya de escenas ideadas a tal fin.
En todo caso, sea que se trate de películas con fin instructivo, sea que se quiere ofrecer al público de una manera dramática los contrastes de las dos vidas con direcciones religiosas diferentes, se exige bastante mayor finura y profundidad de sentimiento religioso y tacto humano para no ofender y profanar lo que para los hombres es sagrado (aun dado que tengan creencias y sentimientos objetivamente equivocados).
Las mismas cautelas y necesarias limitaciones se imponen a los temas históricos que tratan de hombres y acontecimientos, que intervinieron en luchas religiosas no del todo adormecidas: aquí el primer requisito es la verdad; pero la verdad debe saberse conciliar con la caridad, a fin de que la una no perjudique a la otra.
El film en la representación del mal
La segunda pregunta sobre el argumento de la película ideal se refiere a la representación del mal: ¿Se permite tratar, y con qué cautela, el mal y el escándalo, que tanta parte tienen en la vida humana? Esta ciertamente no se podría comprender, al menos en los grandes y graves conflictos, si se cierran los ojos a las culpas que tantísimas veces los causaron. La soberbia, la ambición inmoderada, las ansias de mandar, la codicia de riquezas, la infidelidad, las injusticias, la vida disoluta, son, por desgracia, los rasgos de la fisonomía y de las acciones de muchos, y la historia está amargamente tejida de ellas. Pero una cosa es conocer el mal, preguntando a la filosofía y a la religión su explicación y remedios, y otra es hacerlas el objeto de espectáculo y de descanso. Ahora bien, dar forma artística al mal, describir su eficacia y su desenvolvimiento, sus caminos abiertos y ocultos, con los conflictos que engendra o a través de los cuales progresa; tiene para muchos un irresistible encanto. Se diría que en cuestión de representación y narración, muchos no serían capaces de beber en otra parte la inspiración artística ni el interés dramático si no es en el campo del mal, aunque no sea sino como fondo para el bien, como sombra que hace brillar más neta la luz. A esta actitud psíquica de muchos artistas corresponde otra análoga en el público, de la que ya hemos hablado. Ahora bien, ¿puede una película ideal tomar como argumento tal tema? Los grandes poetas y escritores de todos los tiempos y de todos los pueblos se han ocupado de esta difícil y cruda materia y lo seguirán haciendo en adelante.
Una respuesta negativa a esta pregunta es natural, si la perversidad y el mal se ofrecen como tales; si el mal representado resulta, al menos de hecho, aprobado; si está descrito en forma excitante, insidiosa, corruptora; si se presenta a los que no son capaces de dominarlo y resistirlo. Pero cuando no se da ninguno de estos motivos de exclusión, cuando el conflicto con el mal, y aun su victoria pasajera, en relación con todo el conjunto, sirve para la mayor comprensión de la vida, de su recta dirección, del dominio de su propia conducta, de esclarecimiento y consolidación del criterio y de la acción, entonces esa materia puede ser elegida y entrelazada, como argumento parcial, en la entera acción de la película misma. Se aplica el mismo criterio que debe sobrentenderse en todo género artístico similar: la novela, el drama, la tragedia y toda obra literaria.
Los mismos Libros Sagrados del Viejo y Nuevo Testamento, como espejos de la vida real, dan cabida en sus páginas a narraciones del mal, de su acción e influjo en la vida de cada hombre, como en la de las razas y pueblos.
Aun ellos dejan que la mirada penetre en el mundo íntimo, muchas veces tumultuoso, de aquellos hombres; cuentan sus caídas, su resurgir y su fin. Sin dejar de ser rigurosamente histórica la narración, tiene muchas veces el movimiento de los más fuertes dramas, los negros colores de la tragedia. El lector queda herido del arte singular y de la viveza de las descripciones, que, aun solamente por el aspecto psicológico, son incomparables obras maestras. Basta recordar algunos nombres: Judas, Caifás, Pilatos, Pedro, Saulo, o en la época de los Patriarcas: la historia de Jacob, las vicisitudes de José en Egipto en casa de Putifar; en los libros de los Reyes: la elección, reprobación y trágico fin del rey Saúl; o bien la caída de David y su arrepentimiento; la rebelión y muerte de Absalón, y otros innumerables sucesos.
Allí el mal y la culpa no se disimulan con engañosos velos, sino que se cuentan como en realidad sucedieron, y, sin embargo, hasta aquella porción del mundo contaminado por la culpa está envuelta de un aire de honestidad y de pureza, derramada en ella por quien, aun conservando la fidelidad histórica, no exalta ni justifica, sino evidentemente estimula a condenar la perversidad; de esa manera la verdad cruda no suscita impulsos o pasiones desordenadas al menos en personas maduras.
Al contrario: el lector serio se hace más reflexivo, más avisado; su ánimo, replegándose en sí mismo, se ve inducido a decir: “Que tú tampoco vayas a caer en la tentación” (cfr. Gal. 6, 1); “si estás en pie, mira no vayas a caer” (cfr. 1 Cor. 10, 12).
Tales conclusiones no son sugeridas solamente por la Sagrada Escritura; son también patrimonio de antigua sabiduría y fruto de una amarga experiencia.
Dejemos, pues, que también el film ideal pueda representar el mal: culpa y caída; pero que lo haga con intenciones serias y con formas convenientes, de modo que su visión ayude a profundizar en el conocimiento de la vida y de los hombres y a mejorar y elevar el espíritu.
Rehúya, pues, el film ideal de toda forma de apología, y más aún de la apoteosis del mal, y demuestre su reprobación en todo el curso de la representación y no sólo al fin, pues podría suceder que llegase tarde, cuando ya el espectador se ha engolosinado y dejado arrastrar por malas excitaciones.
Tales son las consideraciones que queríamos exponeros sobre el film ideal en relación con el argumento, es decir, de su contenido. No nos queda ahora sino añadir unas breves palabras acerca del film en relación con el público.
3. El film ideal, visto y considerado en relación con el público
El film considerado en relación con el público
Cuando al comienzo de esta exposición notamos que el cinematógrafo, en el transcurso de pocos años, ha impreso en cierto modo su huella propia a nuestro siglo, afirmábamos implícitamente la existencia de relaciones entre él y el público. De su vasto influjo en éste y en el bien común deducíamos fuertes argumentos para afirmar la importancia del film y el deber que tiene la colectividad de ejercer una legítima vigilancia sobre sus cualidades morales.
Es tiempo ahora de considerar sus relaciones con el público mismo, en lo que tiene o puede tener de positivo o, como suele decirse, de constructivo, conforme a nuestro plan de no suscitar acusaciones estériles, sino de impulsar al cine a hacerse siempre instrumento más apto del bien común. ¿Cuánto de precioso y de preciosísimo puede ofrecer un film ideal a la familia, al Estado, a la Iglesia?
a) A la familia
La familia. Al hacer esta división de la materia, damos la precedencia a la familia, entre otras razones, porque es llamada frecuentemente a tomar parte en las representaciones cinematográficas, de las que, por desgracia, no siempre queda indemne de algún detrimento su alta y sagrada dignidad. La familia ha sido, es y seguirá siendo el manantial y el cauce del género humano y del hombre. Obra maestra de la suma sabiduría y bondad del Creador, ha recibido de Él la constitución, las prerrogativas y deberes que le allanan el camino para conseguir sus propios fines superiores. Fundada en el amor y por el amor, la familia puede y debe ser para sus componentes: esposos, padres, hijos, su pequeño mundo, el refugio, el oasis, el paraíso terrestre, en la medida posible que se puede obtener en la tierra. Así será en realidad si se logra que sea tal cual la ha querido el Creador y la ha confirmado y santificado el Salvador.
Entre tanto, mucho más que en el pasado, la desorientación actual de los espíritus, como también los escándalos no raros, han llevado a no pocos a despreciar los inmensos bienes que puede dispensar la familia; por eso, fácilmente se acogen sus elogios con una sonrisa mezclada de escepticismo y de ironía.
Sería útil el examinar en qué medida han contribuido algunos films a difundir tal mentalidad, o si sencillamente se acomodan servilmente a ella para satisfacer sus deseos al menos con la ficción. Es en verdad deplorable que algunas películas se pongan de acuerdo con la ironía y el escepticismo hacia la institución tradicional de la familia exaltando sus extravíos, y sobre todo lanzando sutiles y frívolos desprecios a la dignidad de los esposos y de los padres.
Pero ¿qué otro bien humano quedaría al hombre en la tierra si se llegase a destruir la familia tal y como ha sido ordenada por el Creador? Es, pues, un excelso y delicado deber el restituir a los hombres el aprecio y la confianza en ella.
El film que a diario presta tan grande interés y eficacia a esta materia debería tomar como suyo propio ese deber y cumplirlo presentando y difundiendo el concepto naturalmente recto y humanamente noble de la familia, describiendo la felicidad de los cónyuges, padres e hijos, las ventajas de estar unidos con el vínculo del afecto en el descanso y en la lucha, en la alegría y en el sacrificio.
Se puede obtener todo esto sin muchas palabras, pero con imágenes apropiadas y desarrollando escenas atrayentes: unas veces, de un hombre dotado de carácter firme que hace lo que debe, que osa y lucha, que sabe también soportar y esperar, obrar virilmente y con firmeza, y al mismo tiempo mantener y manifestar fidelidad inconmovible, sincero amor conyugal, constante solicitud de padre; otras veces, de una mujer en el sentido más noble y digno de la palabra, esposa y madre de conducta irreprensible, de mente abierta, hábil en la familia y fuera de ella, pero que al mismo tiempo está toda entregada a la casa y a sus intimidades, porque sabe que allí se encuentra toda su felicidad; en otras ocasiones se pueden presentar escenas de hijos respetuosos con sus padres, ardorosos en sus ideales, serios en la prosecución de los mejores, siempre frescos y alegres, pero a la vez serviciales, generosos, intrépidos.
Un film de acción que presente todo esto con tramas interesantes y vivaces, con formas perfectas de arte, como lo pueden realizar los peritos, sería respecto al bien de la comunidad, un film ideal en el sentido pleno y real de la palabra.
b) Al Estado
Examinemos ahora brevemente el film ideal en relación al Estado. Es bueno ponerse de acuerdo acerca del sentido de esta expresión y precisar que aquí se trata de establecer de qué manera un film que se ocupa más o menos expresamente de materias que tocan a la comunidad política, pueda contribuir al bien de ésta.
Prescindamos, por lo tanto, en nuestras consideraciones de los films llamados políticos, de partido, de clase y otros semejantes, que con miras propagandísticas o de lucha, sirven a una determinada política, a un partido, a una clase, a un sistema. En el fondo de todas estas cosas existe la institución natural del Estado, cuyo concepto se distingue de las diversas formas que lo manifiestan en su desarrollo concreto; formas que van y vienen, que cambian, que con frecuencia se repiten de tanto en tanto en el curso de la historia, con las modificaciones y adaptaciones exigidas por las circunstancias nuevas. El Estado, en cambio, es algo estable y necesario en su núcleo esencial y natural, que persiste, a pesar de las vicisitudes de sus formas concretas y mudables. Nuestra atención se dirige ahora a este núcleo, que es un bien en sí mismo, así como también fuente de bienes para cada uno de los miembros de la comunidad.
El Estado tiene su origen en la naturaleza, al igual que la familia, lo cual significa que en su núcleo es una institución querida y dada por el Creador. Lo mismo vale para sus elementos esenciales como el poder y la autoridad que provienen de la naturaleza y de Dios. En efecto, el hombre se siente impulsado por la naturaleza y, por lo tanto, por su Hacedor a unirse en sociedad, a colaborar a la mutua integración mediante el recíproco intercambio de servicios y de bienes, a disponerse orgánicamente en un cuerpo según la diversidad de las disposiciones y acciones de los individuos, a tender al fin común, que consiste en la creación y conservación del verdadero bien general con el concurso de las actividades de los individuos.
Deben, por lo tanto, los hombres reconocer, aceptar, respetar al Estado, la autoridad del Estado, el derecho del Estado a dirigir el bien temporal común, como fin específico suyo. Pero, como también en este campo la desorientación de los espíritus engendra a menudo vínculos o repugnancias afectivas, será siempre conveniente el orientar de nuevo los ánimos hacia la consolidación de las bases verdaderas de la vida en sociedad.
El cine puede en este punto prestar un gran servicio, por más que no sea éste su deber primordial ni el más importante. Sin embargo, con la eficacia que le caracteriza, puede su acción intervenir oportunamente para reprimir tendencias disolventes, reclamar la atención sobre lo bueno que haya caído en desuso, hacer apreciar lo que haya sido falsamente estimado. Esto se podrá obtener cuando en un film de acción se hayan de tocar instituciones o actividades estatales, como son las medidas adoptadas por la legislación, la administración, la justicia, presentándolas positivamente tal como las ha determinado la naturaleza y según sus normas.
Empleando los recursos artísticos con que cuentan los actores y productores de valor y sin detenerse en instrucciones teóricas, fácilmente podrán mostrar y recordar a la conciencia de los espectadores lo que a todos aprovecha, lo que verdaderamente protege, lo que es de ayuda en la comunidad del Estado, el porqué de ciertas acciones u omisiones de parte de las autoridades. ¿No señalamos ya suficientemente cuán hondamente penetre el cine bien hecho y cuán eficazmente doblegue los ánimos en favor de lo que quiere? Pues bien, una acción como la que acabamos de describir, aquietaría e iluminaría las inteligencias, disminuiría los sentimientos egoístas y perjudiciales a la comunidad, difundiría una conciencia mejor fundada de colaboración e ideas más amplias para pasar por encima, en interés del bien público, de ciertos errores inevitables que, por desgracia, resultan a veces irreparables.
Así, el cine, sin abdicar de su carácter peculiar y sin menoscabo propio, puede cumplir su tarea en bien de la comunidad, consolidando el sentimiento de fidelidad al Estado y promoviendo su progreso. Una película de esta clase estaría muy lejos de los films políticos, de partido y de clase, y hasta de un país determinado; sería, sencillamente, el film de todos, porque serviría al núcleo esencial de todo Estado.
No se podría decir completa esta nuestra exposición sobre el film ideal en relación a la comunidad si no añadiésemos una palabra sobre sus relaciones con la Iglesia.
c) A la Iglesia
La Iglesia de Cristo, a diferencia de la familia y del Estado, no tiene su origen en la naturaleza; pero se apoya en la fundación positiva del Redentor, que en ella ha depositado su caridad y su gracia, para que sea para los hombres luz y fuerza en el camino terrenal hacia la patria celeste.
Una realidad tan excelsa que incluye todo un mundo espiritual y sobrenatural escapa en su totalidad a la representación artística, ya que trasciende las mismas posibilidades de los medios expresivos del hombre. Con todo, su conocimiento sustancial será suficiente para granjearle el respeto y la veneración que merece. Porque si el film tiene que ocuparse –y no pocas veces así sucede– de sucesos en los que el tema de la Iglesia entra con mayor o menor relieve y extensión, debe hacerlo con verdad y conocimiento de causa, con tacto religioso, con sencillez y decoro. Por lo demás, ya hemos expuesto nuestro pensamiento al tratar en general de la elección de temas religiosos. Añadamos ahora una sola sugerencia: si un film, especialmente de acción, quiere ser fiel al ideal en lo que concierne a la Iglesia de Cristo, debe, además de la forma artística, ser concebido y realizado de modo que inspire al espectador comprensión, respeto y devoción hacia la Iglesia, y a sus hijos, alegría, amor y un como santo orgullo de pertenecer a ella.
No se excluye que razones históricas, exigencias de la trama o simplemente un sobrio realismo hagan necesario presentar deficiencias y defectos de personas eclesiásticas en su carácter y tal vez también en el ejercicio de su oficio; pero en este caso, póngase clara al espectador la distinción entre institución y persona, entre persona y oficio. Para el católico en particular será ideal bajo este aspecto religioso aquel film en el que la Iglesia aparezca radiante en su aureola de “Sancta Mater Ecclesia”: Santa y Madre, en quien se confía, a la que se une, en la que se vive, de la que el alma y lo más íntimo de su ser sacan la perfección humana y las riquezas eternas.
He aquí señores, lo que os queríamos decir acerca del cinematógrafo, al que dedicáis vuestra actividad, los talentos de vuestro ingenio, el trabajo cotidiano. Quisiéramos ahora terminar estas nuestras consideraciones sobre la importancia del cine y sobre su ideal, confiándoos un íntimo sentimiento nuestro. Mientras os hablábamos, se hallaban presentes ante la mirada de nuestro espíritu las inmensas muchedumbres de hombres, de mujeres, de jóvenes, de niños, a los cuales se dirige cada día el film con su poderoso lenguaje, y recogíamos con ansia y compasión paterna sus anhelos y esperanzas. La mayoría de ellos, buenos y sanos en el fondo del espíritu, no piden al film sino algún reflejo de la verdad, del bien y de lo bello; en una palabra, un rayo de Dios. Escuchad también su voz y responded a su expectación profunda, para que la imagen de Dios impresa en sus almas, resplandezca siempre nítida en los pensamientos, en los sentimientos y en las obras inspiradas por vuestro arte.
Con este deseo, que quiere ser también una nueva prenda del aprecio e interés que tenemos por vuestra obra, invocamos sobre vosotros los favores celestiales, como auspicio de los cuales os concedemos de corazón nuestra paternal bendición apostólica.