Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan de la Cruz Fuster Ortells ]

Unas rumbas

Cada cual con su música

Las personas razonables somos «relativistas». No mereceríamos el calificativo de «razonables», desde luego, si por lo menos no fuésemos «relativistas». Puede que Blas Pascal –es un caso– no constituya un modelo de racionalismo; pero cuando este distinguido matemático sofocaba su propensión a la mística, también veía claro. Suya es, irónica o no, la fórmula tan conocida: «verdad a un lado de los Pirineos, mentira al otro». Lo de don Ramón de Campoamor todavía resulta más explícito: «En este mundo traidor…» ¿Por qué «traidor»? «Todo es según el color», dice, «del cristal con que se mira». Tal vez lo de «traidor» venga obligado por la rima. Los filósofos de cátedra o de manual definen el «relativismo» de una manera muy distinta. Sin embargo, a nivel de conversación familiar, y de ir y venir por la calle, el olvidado señor Campoamor daba en el clavo. La poesía española –Góngora y Quevedo (y Neruda) incluidos– no ha producido unos octosílabos más preciosos. «Todo es según el color…» En eso, fundamentalmente, la coincidencia es bastante general. A unos les agrada más lo salado que lo dulce; a otros, viceversa; a unos terceros, lo soso; al resto, las infinitas situaciones intermedias…

Ya se me entiende, supongo. Cada cual reacciona a su modo, ante un estímulo concreto. Ante la música, por ejemplo. Unos amigos me han hecho escuchar unos discos de origen cubano; unas rumbitas que la juventud celtibérica ni siquiera aceptaría en un bailongo suburbano o rural. Se trataba de unos chinchines balanceantes y cálidos, con acompañamiento de maracas y de otros instrumentos parecidamente granulosos. Casi, casi, como aquello de «Negra consentida» de mis años mozos. La letra, en cambio, era taxativamente revolucionaria. En una de las canciones, el cantante y los muchachos del coro evocaban al comandante Che Guevara; en la siguiente, el héroe era el padre Camilo Torres, guerrillero de Colombia. Mi sorpresa ha sido definitiva. Una canción sobre el Che o sobre el clérigo excepcional podría ser un «romance» de melodía lúgubre, una cantata culta, de exequias o de concierto, o un himno, probablemente una marcha, de carácter excitante. Y no. Las piezas en cuestión son unas rumbas de interpretación voluptuosa, con cadencias que sólo sugieren la fantasía de unas caderas regordetas y amenas. Es posible que no sean exactamente unas rumbas, y les convenga el título de danzón, de bolero, o de algo similar. Para el caso, la diferencia es insignificante. Lo que cuenta es…

¿Lo que cuenta es la «letra»? ¿En vez de «Negra consentida», puede cantarse «Comandante Che Guevara» –ocho sílabas en cada caso– con el mismo efecto?… Los habituados a consumir rumbas con lo de «Negra de mi vida, ¿quién te quiere a tí?», somos reacios a admitir que una melodía de esta índole soporte un texto elegiaco y, a un tiempo, revulsivo. Es culpa nuestra, por lo que se ve. Las rumbas, boleros o danzones a que me refiero, son utilizados como «armas» en una estrategia de propaganda muy cuidada, frente a muchedumbres asimismo muy específicas. Lo cual quiere decir que, en esa perspectiva, son eficaces. «Verdad a un lado del Atlántico, mentira al otro.» Sin duda. Las «habaneras» suenan de un modo en la Costa Brava y en Torrevieja, y de otro increíblemente diferente en el Caribe. Al menos, hoy ocurre así… Hace falta que alguien estudie el tema, y haga historia, y mida las consecuencias. Las revoluciones siempre han sugerido cánticos. Las etapas belicosas de una revolución –y ¡ay!; las de la correlativa contrarrevolución– son incomprensibles sin canciones. «La Marsellesa» y «La Internacional», por ejemplo, son datos eminentes, en esta línea. ¿Una rumba?

Debemos frenar nuestras ínfulas eurocéntricas, y hacernos cargo de que en el Nuevo Continente, hispanificado o anglificado, las gentes cantan de otro modo. ¿Hay ritmos biológicamente instintivos –valga la redundancia– que inciten a una cierta belicosidad? Las llamadas «marchas militares», en un desfile, en una concentración o en un combate, pueden ser animosas: animantes. ¿En todas partes, en todas las épocas? Me lo pregunto. ¿Las legiones romanas se «conmovían» al mismo ritmo que la «légión étrangère» de Argelia o de Indochina? ¿A qué son funcionaban los almogávares en Bizancio, o las mesnadas del Cid? Podríamos alargar las preguntas con indiscreciones acerca de los instrumentos y las partituras «válidas» en cada circunstancia. No es igual un añafil que una trompeta, ni una trompeta que un bongo. Las masas de Mao, ¿marcarían el «paso de la oca», lo marcarán, según el canon hitleriano? Una parada militar debe de ser bastante parecida en cualquier latitud. ¿O no? ¿Es que las milicias de Fidel se mueven al compás de la rumba?

No nos hagamos ilusiones. No es imprescindible pensar en la distancia, del Atlántico y de sus intentos socialistas. «La Marsellesa», según, se dice, fue una composición musical preparada para servir de «Tantum ergo» de unas Cuarenta Horas. Y, ¡hay que ver la efusión que los franceses laicos ponen en su dichosa «Marsellesa»! Más aún, los parisienses que corearon el himno de Rouget de Lisle en las jornadas de la Revolución Burguesa, no cantaban como cantaron los de la Comuna, ni como canta monsieur Malraux. Si se escuchan fríamente las reconstrucciones eruditas de los cantos de finales del XVIII, por muy revolucionarios que entonces fuesen –el «Ça ira» incluido–; nuestros oídos derivarán hacia la decepción. Una decepción «antirrelativista», por cierto. El «Ça ira» auténtico tiene todo el aspecto de un minueto: la vociferación popular, sitiando el palacio de Versalles, se acomodaba a los esquemas musicales del interior del Palacio… Ahora, gracias al disco y a la radio, los vecinos de Europa están aprendiendo que un «negro spiritual» o una mimética elaboración de la Joan Baez pueden ser enérgicamente estimulantes. Más, tal vez, que «Los voluntarios», «Yo tenía un camarada», «Giovinezza», y hasta «Hijos del pueblo te oprimen cadenas…» ¿Llega más allá la conmoción musical? En otros términos: ¿Puede un tango ser revolucionario?… Pido perdón por la caricatura. Un tango, una rumba… ¿Y, mientras tanto, la petenera, la sardana?…

Joan FUSTER