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El pleito sobre los terrenos del Estado de Medinaceli
Malagón dispensa un entusiasta recimiento a D. José Antonio Primo de Rivera
Abogado defensor de 10.000 familias
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Si yo sólo hubiera de levantarme –dice– para cumplir el rito de daros las gracias hubiese preferido seguir callado porque no sabría expresarme con la elocuencia que lo ha hecho el Sr. Martín Toledanob. Pero como no es esto sólo lo que deseo deciros, tengo que solicitar vuestra atención para manifestaros la profunda emoción que estremece mi espíritu al ponerse hoy en comunicación con el de todos vosotros. Mi gratitud es tan grande como cordial e hidalgo vuestro recibimiento.
El número y calidad de las personas congregadas aquí me mueve a un cambio de impresiones porque no será fácil reuninos otra vez todos los aquí presentes.
Yo conocí este pleito, muchos lo saben, por la parte contraria; vinieron a solicitar mis servicios y se convino una entrevista con el abogado que llevaba el pleito hasta entonces.
De mi visita a dicho bufete han tomado pie para la murmuración, como si no fuera práctica entre abogados que el más joven –yo sólo tengo 24 años– sea el que visite el despacho del más antiguo, al iniciarse un asunto.
Me mostraron la sentencia de Albacete que yo leí con la atención más escrupulosa, y tan certera y sólida la encontré; tan firmes e irrebatibles sus fundamentos, que no vacilé en dirigirles una carta manifestándoles que no solamente no podía encargarme del asunto sino que sus argumentos me habían convencido de lo contrario; es decir, que desde aquel instante yo me abrazaba a vuestras vindicaciones, aún sin haber solicitado vosotros mis modestos servicios, seguro de hacer valer donde procediese la indestructibilidad del fallo de los dignos magistrados de Albacete.
De esta carta pocos días después, cuando me visitó, facilité copia al Sr. Martín Toledano.
Otra cosa me importa deciros. Cuando yo llevé al Supremo vuestra defensa se quedó en las puertas mi apellido. Me llamo así y estoy orgulloso de ello, pero yo reto a que se cite una sola visita, una carta, una simple tarjetac de recomendación que yo haya hecho o dirigido jamás, lo mismo en éste que en todos mis asuntos, no ya a magistrados y jueces pero ni aún siquiera a escribanos y oficinistas.
Yo sólo pongo en mis actuaciones el estudio y en vuestro caso además la emoción y enardecimiento de vuestro derecho.
Ahora sosegadamente, fríamente, sabed que vuestros adversarios, dolidos o esperanzados, murmuran… pretendiendo desunirnos con pueriles recursos, simulando ficticios movimientos de opinión. Todo esto son cosas menudas que no conseguirán ni impresionarnos ni desunirnos.
Yo no titubeo, ni titubearé porque la legalidad de vuestros derechos me han convencido precisamente con la argumentación contraria.
Tenemos razón. La Providencia está con nosotros. Luchemos bajo la emoción del lema histórico “¡Dios y nuestro Derecho!”.
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Después de orar breves instantes, todos arrodillados y recogidos, ante el Santísimo Cristo el señor Primo de Rivera hubo de pronunciar breves palabras en el patio del santuario para decir a los colonos que aquellas tierras, santificadas por el sudor y los afanes de sus antepasados nadie osaría arrebatárselas porque contra la justicia era estéril toda maquinación.
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