Filosofía en español 
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Primera proclama del Movimiento Español Sindicalista


27 de mayo de 1933a
Real Academia de la Historia (Madrid) – Fondo Diego Angulo – 11/8987 – Carpeta Julio 1933b

 
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Primera proclama del Movimiento Español Sindicalista

Fascismo Español

El fascismo español quiere la fuerza, la unidad, la popularidad, la autoridad de España para realizar en el mundo nuestro destino de gran pueblo. Los que hoy están en el Poder y los que se agrupan en la oposición, forman un conglomerado de voces anticuadas, palabreras, electoreras, una pugna multicolor de tinglados, en los que hallaréis todo lo imaginable bajo signos políticos, menos la voluntad escueta, lúcida, impetuosa de potencia nacional, que es ahora y siempre lo primero. Las más altas cualidades de la raza languidecen o se malogran en tales formaciones políticas.

Antes que nada, por encima de toda ideología, de todo prejuicio de la izquierda o de la derecha, el fascismo español es voluntad exasperada de crear un Estado viril, armonioso, totalitario, digno de los hombres de España. Partimos de una voluntad que habrá de extremar su velocidad ofensiva, su íntegra rectitud de combate, su técnica precisa del partido, de la oposición y del Estado. Táctica deportiva si se quiere, porque todas las combinaciones, todas las cautelas, todas las prudencias y aun todas las elegancias de juego que la lucha nos imponga, en nosotros se supeditan, como en la buena escuela del foot ball, al instante definitivo en que se dispara, por fin, el imparable goal [sic] de la victoria.

Queremos salir de esta asqueante alternativa entre el hedor crónico y los paños calientes, que se reparten hoy la agonía de nuestra pobre España, en ese sucio cuarto de enfermo, turbio de empeoros y de mejorías, que es toda la política nacional. Nuestro papel no es de sepultureros ni el de hermanas de la caridad. Venimos con la violencia necesaria, humanitaria, cruda y caballeresca que toda violencia quirúrgica supone. Antes que un programa –aunque lo tengamos bien definido– el fascismo hispano es un nuevo modo de ser español: nuevo pero antiquísimo, porque en este espíritu juvenil de milicia se ha creado, levantado y sostenido el nombre de España –frente al francés o frente al turco– bajo unas u otras banderas. Y cuando ese sentido se ha eclipsado [en] cualquier periodo de la Historia, España no ha sido más que una nación arrinconada, vieja, avergonzada entre harapos de discordia, de incivilidad y de miseria.

Estamos ya creando nuestras primeras organizaciones, a despecho del pánico gubernamental antifascista, que empezó a multiplicar en torno a nosotros sus esbirros, sus espías, sus coacciones y el clamor de ocas de su prensa, cuando todavía el número de nuestros afiliados podía contarse con los dedos.

Es inútil. Nuestra idea tiene una fuerza nacional, duplicada por una fuerza universal arrolladora. Nuestro partido es la forma auténticamente española de lo que ya es cruzada normal en los grandes países para sacar a Europa, a las patrias de Europa de la degradación espiritual y la ruina material en que las izquierdas venenosas y antinacionales y las derechas pusilánimes, obtusas y egoístas la habían hundido.

Nuestro programa es conocido en sus fundamentos:

Unidad y potencia de la Patria; Sindicato Popular; Jerarquía; Armonía de Clases; Disciplina; Antiliberalismo; Antimarxismo; Aldeanería; Milicia; Cultura; Estatismo Nacional; Justicia, que al dar a cada uno lo suyo no consiente desmanes anárquicos de obreros ni mucho menos desmanes predatorios de patronos.

Estos son los principios que han devuelto ya honor y libertad a dos grandes naciones contra la barbarie ruso-oriental y la disgregación melancólica del Occidente, y estos son los principios que están llamados a restaurar en todos los países de gran estirpe las más fuertes formas de civilización europea, en armonía con aquellas grandes continuidades de universalidad y de patriotismo, de espíritu familiar y espíritu gremial, de religiosidad y alto temple civil, de tradición y de modernidad que ha ennoblecido la unidad sacramental de Europa. Nuestro programa es, por lo tanto, conocido. Lo difunden al atacarlo diariamente y ponen de relieve su virtud y su eficacia, las hojas pávidas y estúpidas que a diario nos combaten. El pueblo español nos entiende y nos reconoce a la media palabra.

Sucesivamente, irá recibiendo nuestro impulso y nuestros reglamentos para incorporarse a nuestras filas. Son miles y miles de españoles los que lo esperan. Saben que todo otro remedio es inútil. Todos los derechos liberales o marxistas en que los patronos o los obreros quieran prolongar la befa y el malogro de nuestro destino nacional, servirán solamente para alargar una pugna sin honor y sin gloria de un modo agotador e interminable en medio de una triste retórica de esclavos o de eunucos.

Urge España. Urge restaurar ante todo el orgullo, el ímpetu, la virilidad que supone ser españoles y encauzar este fresco torrente en una disciplina de servicio y de sacrificio.

No es hora de ofrecer nada a nadie; de adular al capitalista ni al obrero, ni al creyente ni al laico. Ésta no es cooperativa de defensa mendicante ni plan distributivo para enchufes futuros. Nacemos en pie de guerra, y cuando así se nace no se pide ni se implora. Se exige, se reclama en nombre de la Patria el cumplimiento de un sacro deber, inherente a todo bien nacido bajo el cielo de España, aunque entre nosotros aparezca pavorosamente olvidado. Queremos encuadrar bajo la alarma a un gran pueblo y hacerle, en el combate, capaz de albedrío y obediencia, gobernante y gobernable. Sobraba gente en las oposiciones para salir de esta vergüenza si esos cucos y lacios conductores de masas, esos medianos electoreros, propagandistas y parlamentarios, fuesen capaces de concebir una táctica simple y resuelta al servicio de un ideal riguroso de patriotismo. Del estrecho marxismo al conservatismo mezquino ni siquiera tienen un concepto de pueblo, un concepto de aquello que se ha de moldear en formas superiores de eficiencia y potencia para rehacer una nación, para imprimirle los signos augustos de su recobrado destino. Ni siquiera suponen que todo propósito de libertad o de autoridad es una canción carcelaria mientras no nos propongamos una España libre, cara al mundo, estructurada, armada, potente, capaz de comerciar, de pactar, de exigir, de hacerse valer entre los pueblos como único medio de sacar adelante su riqueza espiritual y material, de salvarse en todo momento de la usura y de la competencia extranjeras, de vivir en fin sin tutela de las Internacionales formadas ora por el socialismo, ora por la banca, ora por los grupos de potencias, ora por la masonería, sea por quien sea, pero siempre por quienes no puedan tener jamás por ideal la grandeza de España y la suerte de sus ciudadanos.

Es necesario, para ganar esta libertad y esta autoridad primordial, es [sic] que el pueblo con todas sus clases forme una serie dinámica de jerarquías puestas en marcha finalmente al servicio de la Patria. En esta formación, unos serán primeros por su valor, otros por sus esfuerzos sufridos, otros por su poder o su riqueza, sometidos a los fines del bien común, otros por su sabiduría, otros por su capacidad técnica. En cada aspecto de la lucha, que es la vida misma y la Patria –porque la Patria sólo existe como lucha por ella–, no es posible decir qué clase será la primera, porque en cada momento, quien más rinda, quien sepa ordenar mejor a la victoria por el bien colectivo, ocupa el primer puesto. Ni la monstruosidad simplista de dos clases solas es admisible, porque las clases de la nación son varias y varios los criterios que las determinan, y la guerra tiene sus clases y la paz las suyas y el dinero y la inteligencia o la bondad las suyas, y todo esto son cosas de la Patria. Los sindicatos del fascismo español ordenan a las gentes del campo y a las gentes de la ciudad por sus trabajos; pero por ahora sólo tienen un criterio para dar a unos o a otros el predominio: la línea de combate. Es allí donde hombres y clases han de ganar sus grados en nombre de la Patria, porque ésta es una prueba total, igualitaria, en que a todos se da el mismo punto de partida y la misma meta de victoria.

¡Arriba España, una, indivisible y eterna!


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a  Fechado por José Luis Jerez Riesco, José Antonio, fascista, Molins de Rei : Nueva República, 2003, p. 47, aunque no menciona la fuente del dato.

b  Aunque el texto fuera resultado de una redacción colectiva, es indudable que en ella participó José Antonio.