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Apostrofó a los titubeantes, a los remisos. Y aprovechando que era precisamente el aniversario de Lepanto –«la más alta ocasión que vieron los siglos»b– y recordando aquella hazaña portentosa que decidió la suerte de Europa, aseguró que no valía la pena de vivir para ver a España sometida al Islam rojo.
No os llevaré gratis a la muerte. Saldremos, yo el primero, asumiendo el riesgo de la vanguardia. Si os falta valor saldré yo solo. Porque de verdad mereceríamos que nos lapidaran sobre las calles de Madrid si hoy mismo no afirmáramos de una manera resuelta nuestra presencia. Alguien tiene que asumir la defensa total de España, mientras sus enemigos se la disputan a dentelladas como botín mostrenco.
Siquiera el ejemplo reciente de las juventudes francesas debería incitarnos a producir rasgos de emulación. He visto a los jóvenes de París levantando barricadas en la Plaza de la Concordia, dispuestos a morir con tal de manifestar su repugnancia con todo lo que afecta al decoro, al honor y a la supervivencia de Franciac. Y nosotros, ¿habríamos de permanecer indiferentes ante indignidades que nos comprometen en mayor grado todavía? ¿Hemos de resignarnos a ver España fragmentada en tribus cabileñas? Mil veces roja antes que rota, porque no recuperaríamos como tribu lo que perdamos como nación…
A las doce sale de aquí la manifestación. Marchad como enlaces a recorrer todo Madrid, citando a los camaradas todos. Quien falte será un traidor indigno de la Falange. ¡Arriba España!