Preparación del Congreso
En el mes de Junio del año del Señor de mil novecientos treinta y dos, Dublín, capital de Irlanda, tributaba esplendentemente al Dios de la Eucaristía el homenaje de su fe y de su amor. El XXXI Congreso Eucarístico Internacional se había realizado, dejando la sensación de que jamás hasta entonces la glorificación de Dios entre los hombres había sido mayor. Dublín, la católica, la ciudad Eucarística, conquistó con toda justicia la admiración del mundo.
En el mismo año, el Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales resolvió que el XXXII se realizara en la ciudad de Buenos Aires, capital de la República Argentina. Sería este el primero que se llevara a cabo en el continente sud-americano. La decisión del Comité Permanente fue presentada al Papa Pío XI para su definitiva aprobación. Y el Papa, sumamente complacido, dio su consentimiento expresando que “tenía la firme esperanza de que el Congreso Eucarístico Internacional a realizarse en la ciudad de Buenos Aires revestiría, por lo menos, el mismo esplendor que los últimamente celebrados”.
Una vez resuelto que el XXXII Congreso Eucarístico Internacional debía llevarse a cabo en la ciudad de Buenos Aires, y hechos los trámites indispensables entre el entonces Vicario Capitular, en Sede plena, de la Arquidiócesis, Mons. Dr. Santiago Luis Copello y el Presidente del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales, Monseñor Tomás L. Heylen, Obispo de Namur, se dio comienzo a la tarea de la preparación del futuro Congreso.
Con fecha 24 de Setiembre de 1932, se expidió un decreto por el Arzobispado de Buenos Aires, designándose un Comité Ejecutivo compuesto de dos Comisiones organizadoras, de damas y caballeros, bajo la presidencia del Excmo. señor Obispo titular de Attea, Mons. Fortunato J. Devoto, quien actuaría en el Comité como representante de la Autoridad Eclesiástica.
La primera reunión efectuóse en el Palacio Arzobispal, el día 28 de Octubre, y en ella se adoptaron las primeras resoluciones, a saber: se fijó la fecha definitiva, del 10 al 14 de Octubre de 1934, en cuyos días debían realizarse las magnas asambleas del futuro Congreso; se designaron las autoridades que debían presidir las dos Comisiones, nombrándose presidentas de la Comisión de Damas, a las señoras Condesas Pontificias Adelia María Harilaos de Olmos y María Unzué de Alvear, y presidentes de la Comisión de Caballeros, a los miembros del Comité Permanente, doctores Tomás R. Cullen y Martín Jacobé; Secretario General al Pbro. Dr. Antonio Caggiano; Pro-secretario al Pbro. Dr. Zacarías de Vizcarra; Tesorero al doctor Leonardo Pereira Iraola y Pro-tesorero al señor Antonio Solari. A fin de contar con algunos recursos previos, resolvió que los miembros de todo el Comité se suscribieran con una cuota mensual y por fin se propuso iniciar entre los niños la primera cruzada eucarística, encomendando su organización a las Rvdas. Madres Esclavas del Sagrado Corazón.
El R. P. José Boubée, Secretario general adjunto del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales, que había venido a Buenos Aires para conocer la ciudad donde habían de realizarse las futuras magnas asambleas eucarísticas, dio algunas conferencias ilustrativas acerca de la historia y significación de los Congresos Eucarísticos, llevando al convencimiento de todos la necesidad de iniciar cuanto antes y con todo entusiasmo la organización y preparación del futuro Congreso.
Monseñor Fortunato J. Devoto, por razón de su precaria salud y en atención a los altos cargos que desempeñaba en el Arzobispado, se vio obligado a presentar la renuncia de la presidencia del Comité organizador y en vista de ello el Arzobispo de Buenos Aires designó para sucederle, con las mismas prerrogativas, a Monseñor Dr. Daniel Figueroa, Cura Rector de San Nicolás de Bari.
El 20 de Enero de 1933 tomó posesión de su cargo el nuevo presidente del Comité organizador del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Aun cuando se tenían por delante veinte meses y al parecer faltaba mucho tiempo para la realización del futuro Congreso, el nuevo presidente creyó oportuno y aun necesario iniciar de inmediato una campaña de propaganda que llevaría al conocimiento de todos los fieles de la República y del mundo entero la magnitud del acontecimiento que se preparaba.
Se trataba de la mayor glorificación de Jesucristo en la Eucaristía y para conseguirla era necesario cavar hondo, muy hondo, a fin de que bien fundamentados los trabajos de preparación se pudiera tener la esperanza cierta de que el mayor de los éxitos habría de coronar el empeño y la tenacidad de los organizadores. Y no pudo concebirse fundamento más firme y más seguro que el de “la plegaria”. Era una obra de Dios y sólo Él podría construirla –Nisi Dominus aedificaverit domum in vanum laboraverunt qui aedificant eam.– El domingo 19 de marzo, fiesta de San José, iniciáronse los trabajos con la solemne realización de una función denominada “El Día de la Plegaria”, celebrada simultáneamente en todos los templos de la República. En la de la Catedral de Buenos Aires, asistieron el Cabildo Metropolitano y todos los miembros del Comité Ejecutivo. Celebró el Santo Sacrificio el Excmo. Señor Nuncio Apostólico Mons. Felipe Cortesi, y terminada la Misa, el presidente del Comité, Mons. Dr. Daniel Figueroa, pronunció la alocución de circunstancias. A continuación rezóse por vez primera la plegaria oficial por el éxito del Congreso. Esta plegaria reproducida millones y millones de veces en estampas, hojas sueltas, revistas, periódicos, &c., traducida en todos los idiomas y enviada a las cinco partes del mundo, fue durante dos años la fuerza más poderosa que, haciendo violencia al cielo, atrajo sobre los organizadores del Congreso y sobre el Congreso mismo, las bendiciones de Dios.
Comité Ejecutivo
El Comité Ejecutivo con sus dos comisiones de damas y caballeros, designado por la autoridad eclesiástica para preparar y organizar el XXXII Congreso Eucarístico Internacional desarrolló su difícil misión de acuerdo a un programa de acción prolijamente estudiado y siguiendo en todo las inspiraciones e instrucciones recibidas del Excmo. y Rvdmo. señor Arzobispo de Buenos Aires Monseñor Dr. Santiago Luis Copello. A fin de que la ejecución de las resoluciones fueran rápidas y eficaces se formó la Mesa Directiva del Comité Ejecutivo, la que tendría a su cargo la dirección general de la organización y preparación del futuro Congreso, debiendo convocar periódicamente a las Comisiones del Comité para informarles de todo el movimiento y recibir de las mismas las sugestiones que juzgaran convenientes. La Mesa Directiva del Comité Ejecutivo quedó formada en la siguiente forma:
Presidente | Mons. Dr. Daniel Figueroa. |
Vicepresidentes | Sras. Condesas Pontificias Dña. Adelia María Harilaos de Olmos y Dña. María Unzué de Alvear; Dres. Tomás R. Cullen y Martín Jacobé. |
Secretario General | Pbro. D. Antonio Caggiano. |
Secretario de Actas | R. P. Enrique Alla, S. S. S. |
Prosecretario | Pbro. Dr. Zacarías de Vizcarra. |
Tesorero | Dr. Leonardo Pereyra Iraola. |
Protesorero | Dn. Antonio Solari. |
El Tesorero y Protesorero, habiendo presentado sus renuncias poco tiempo después, fueron reemplazados por el Dr. Pedro Mohorade y el señor Rodolfo J. Scapino.
Bajo la dirección de este Comité se desarrolló todo el programa de la organización. Constituido desde un principio en sesión permanente su acción fue constante, decidida, eficaz. Por medio de su presidente estuvo siempre en contacto con las numerosas y distintas comisiones. Les señalaba rumbos, les solventaba dificultades, presidía sus reuniones, las alentaba en sus actividades e, inspirándose siempre en la mayor gloria de Dios Eucarístico, infundía en todas ellas el deseo de trabajar mucho y de sacrificarlo todo para cumplir la nobilísima misión que se les había confiado.
Todos los jueves, durante dieciocho meses consecutivos, se reunió la Mesa Directiva del Comité y en esas reuniones se estudiaban los proyectos; se designaban las nuevas comisiones; se preparaban los programas de las funciones o concentraciones eucarísticas; se recibían las comunicaciones del Secretariado, de los Técnicos, de la Tesorería, del movimiento y acción de las colectividades; se trataban las relaciones que debían tenerse con el Gobierno, con el Cuerpo Diplomático, con los Ministros, con la Intendencia Municipal; se tomaban resoluciones definitivas acerca de la organización general, de la música, de los cánticos del alojamiento, del tráfico, de la ornamentación e iluminación, del concurso del comercio, de los escudos eucarísticos de la rebaja de los ferrocarriles, de los vapores, de la liberación de los derechos aduaneros, de la atención a los peregrinos, del emplazamiento de las tribunas y bancadas, del servicio sanitario y casillas de médicos y enfermeras, de la instalación de altoparlantes y transmisiones radiotelefónicas, de las exposiciones de ornamentos y arte colonial, de las ceremonias litúrgicas y de cuanto tenía atingencia a la mejor organización y preparación del futuro Congreso.
En estas reuniones semanales no faltaron las palabras de aliento del Excmo. y Rvdmo. señor Nuncio Apostólico, Mons. Dr. Felipe Cortesi, quien frecuentemente se hacía presente en ellas para bendecir los trabajos del Comité e iluminar con las luces de su inteligencia y de su fervor las sendas abiertas en el camino, no siempre fácil, de la organización general. Por otra parte, el Presidente del Comité se entrevistaba todos los días con el Excmo. y Rvdmo. señor Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Dr. Santiago Luis Copello, a quien informaba detenidamente sobre la marcha de los trabajos y de quien recibía las mejores inspiraciones para lograr el éxito completo que se anhelaba obtener.
Digno de recordarse en esta memoria, son las actividades desplegadas por el R. P. Enrique Alla, de los Padres Sacramentinos, quien, designado para desempeñar el cargo de Secretario de Actas del Comité Ejecutivo puso al servicio de Dios toda su inteligencia y toda su buena voluntad cooperando con celo y entusiasmo en las múltiples tareas de la organización del Congreso, muy especialmente en lo que se refiere a la enorme correspondencia dirigida al Presidente del Comité Ejecutivo, en la formación del Archivo, en la confección del programa, en la propaganda mundial y en otras mil actividades que demostraron no sólo su capacidad sino también sus virtudes de sacerdote fiel a los sacrificios impuestos por su noble misión.
El distintivo del Congreso
Una de las providencias primeras del Comité Ejecutivo fue la de crear el distintivo oficial del futuro Congreso. Ideado por el Presidente del Comité, fue presentado a la primera asamblea, siendo unánimemente aceptado.
El primer ejemplar, en oro y esmalte, fue llevado por el Excmo. y Rvdmo. Mons. Santiago Luis Copello a nuestro Santísimo Papa Pío XI, quien benignamente se dignó bendecirlo.
Descripción del distintivo
“Está hecho en forma de escudo, porque el Santísimo Sacramento es nuestra defensa en la vida y en la muerte. Tiene como fondo nuestra bandera, símbolo de la patria. Lo rodea una franja blanca y amarilla, colores de la insignia pontificia, para significar la unidad de los fieles en la obediencia al Vicario de Cristo. Su parte inferior está modelada conforme al escudo que Don Juan de Garay dio a la ciudad de la Santísima Trinidad de Buenos Aires: un águila coronada cobijando bajo sus alas cuatro aguiluchos y sosteniendo en su garra una cruz roja. Es simbólico y profético: Buenos Aires surgió a la vida, iluminada por los rayos de la Cruz redentora, y es verdaderamente Reina y Madre.
En nuestro escudo, Buenos Aires, simbolizada por el águila, levanta con santo orgullo en la Hostia Eucarística a Cristo Rey, a quien cede su trono el Sol de la Libertad para que sobre los pliegues de la azul y blanca bandera Jesucristo Dios sea reconocido como Rey del mundo y aclamado Señor de la humanidad.”
Nota del Comité Ejecutivo al Santo Padre
Con motivo del viaje que realizara a Roma el Arzobispo de Buenos Aires, el Comité Ejecutivo, aprovechando esta circunstancia feliz, le rogó quisiera dignarse entregar a Su Santidad la siguiente Nota:
“Buenos Aires, 31 de enero de 1933.– Beatísimo padre: Las Comisiones Ejecutivas del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, al iniciar sus tareas oficiales, han deseado que su primer pensamiento y sus más fervientes plegarias fueran elevadas a Nuestro Señor Jesucristo, divino Redentor del mundo, por intermedio de su Augusto Vicario Nuestro Santísimo Padre, el soberano Pontífice de Roma.
“Cumplimos de esta manera un acto gratísimo para nuestra conciencia de cristianos y nos ajustamos a la reglamentación y a la tradición constante de los Congresos Eucarísticos Internacionales, que siempre se han hecho un deber de afirmar su reconocimiento, su sumisión y su devoción sin límites al sucesor de San Pedro, representante en la tierra de Aquel, que la Iglesia adora oculto bajo los velos del Sacramento del Altar.
“El Catolicismo Argentino tiene una inmensa deuda de gratitud con la Santa Sede Romana, que siempre ha mirado a la República Argentina con tal paternal benevolencia, dándole pruebas inestimables de su afectuosa deferencia en diversas épocas y circunstancias y que ha culminado por su influencia final y decisiva, para determinar el insigne honor de que fuera designada su Metrópoli, Buenos Aires, como asiento del XXXII Congreso Eucarístico Internacional.
“La Comisión Ejecutiva del expresado Congreso se encuentra inspirada de los más sinceros propósitos para responder a la noble tarea que se le ha encomendado por el Excmo. señor Arzobispo de Buenos Aires, pero necesita para cumplir debidamente tan delicada misión, de los auxilios de la Divina Gracia, que implora humildemente por la mediación de Vuestra Santidad impetrando la Bendición.”
La Virgen de Luján patrona del Congreso
Aquella escala que Jacob viera en sueños, por la que subían y descendían los ángeles llevando hasta el trono de Dios las súplicas de los mortales y volviendo a la tierra con los tesoros del cielo fue una viva imagen de los incesantes clamores que se elevaban suplicantes y retornaban a la argentina tierra, inundándola toda con el rocío de sus gracias y de las misericordias divinas. En toda la preparación del Congreso la oración continua, la plegaria ardiente, el clamor de las almas, los brazos puestos en cruz que se alzaban pidiendo al Dios omnipotente por el éxito magno del gran triunfo que se preparaba a su Hijo unigénito fue la llave maravillosa que abrió las arcas de los tesoros divinos. Y del cielo bajaron los ángeles. Y trajeron a la tierra las riquezas de Dios. El pueblo argentino que estaba de rodillas sintió posarse en su frente el soplo del Espíritu Santo. Y triunfó porque la palabra de Cristo no podía fallar: “¡Pedid y recibiréis!”
Dondequiera que se yerga majestuosa o sencilla la severa majestad de un templo en los pueblos humildes como en las grandes capitales, la devoción del pueblo argentino tiene erigido un altar dedicado a su celestial Patrona la Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján. En su Manto de Madre se cobijó el Comité Ejecutivo y a su poderosa intercesión confió todo el éxito de sus trabajos. La proclamó protectora principal del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. A los pies de su imagen fueron postrándose las almas cristianas y ante sus altares se arrodillaron las multitudes para implorar su mediación omnipotente. “Que la Patria cuya bandera tiene los colores de su manto fuera digna de su tradición y rindiera a Jesús en su Sacramento de Amor el cariño de sus hijos y la fidelidad de toda la Nación.” Y los corazones argentinos inflamados de amor a su bendita Madre llenaron por completo las naves de su espléndida Basílica. La lámpara votiva de la plegaria ardía sin cesar.
Y su luz irradió en el cielo y volvió a la tierra convertida en soles de bendición.
A ella, a la Virgen Santísima de Luján, el pueblo argentino le debe todas sus glorias y todas sus grandezas. ¡Bendita sea!
Actividades del Comité Ejecutivo
Con la iniciación de los trabajos de organización del futuro Congreso, los católicos de toda la República comprendieron la responsabilidad inmensa que contraían ante Dios, la Iglesia y el mundo entero. Las palabras del Papa “el Congreso Eucarístico Internacional en la República Argentina no puede revestir menos esplendor que los realizados hasta el presente”, tomadas como una profecía, debían cumplirse y por consiguiente los esfuerzos de todos debían unirse para que la realidad superara todas las esperanzas. Y así fue como del uno al otro confín de la República, las almas comenzaron a agitarse. Bien pronto el ambiente se saturó de perfume espiritual. En todos los templos, capillas, instituciones religiosas, colegios, hospitales, asilos, congregaciones, &c., se celebraban sin interrupción funciones Eucarísticas; la plegaria oficial por el éxito del Congreso se elevaba al cielo como un clamor incesante: las concentraciones de niños, de jóvenes, de señoras y de caballeros, se multiplicaban y la voz de los predicadores, anunciando la buena nueva a los fieles explicándoles el significado y la importancia de los Congresos Eucarísticos Internacionales, se alzaba en todos los púlpitos, en los salones, en las calles, promoviéndose así en toda la república un movimiento espiritual jamás visto, y que llevaba a la conciencia de todos la necesidad imperiosa de ser cada vez más buenos y el anhelo cada vez más ferviente de conocer a Jesucristo, de amarlo, de vivir su vida y de glorificarlo en forma tal que causara la admiración de todos. El Episcopado argentino, impulsor y promotor de esta magnífica resurrección espiritual, prestaba al Comité Ejecutivo todo el apoyo de su autoridad, y por medio de exhortaciones, decretos y pastorales, congresos eucarísticos diocesanos, nombramientos de comisiones, excitaban sin cesar a los habitantes del país a participar en las manifestaciones de fe que, como un torrente arrollador y avasallándolo todo, sacudía las conciencias adormecidas, encendiendo a los tibios, despertando a los indiferentes y convirtiendo a los creyentes en apóstoles de la más grande y estupenda movilización Eucarística que haya presenciado el mundo.
Ante el extraordinario éxito de estos hechos preliminares, fue necesario que el Comité Ejecutivo pusiera en juego todas sus actividades. La Sede Social del Comité Ejecutivo, que ocupaba una sala en el Palacio Arzobispal, hubo de trasladarse a una espaciosa mansión, situada en la Avda. Alvear 1660, cedida generosamente por la señora Condesa Pontificia Doña Adelia María Harilaos de Olmos.
En presencia del Excmo. señor Nuncio Apostólico y de numerosos señores Obispos, miembros del Comité Ejecutivo y otras personalidades, el Excmo. y Rvdmo. señor Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Dr. Santiago Luis Copello, bendijo y consagró al Sagrado Corazón de Jesús la Sede Oficial del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Y desde entonces la Sede Oficial se convirtió en un verdadero taller de incesante y continua actividad, la que no debía cesar hasta dos meses después de terminado el Congreso. El Comité Ejecutivo se declaró en sesión permanente. Un Secretariado, presidido por la señora Clemencia Salvadores de Pérez, y compuesto de abnegadas señoritas, tomó a su cargo la tarea quizá más pesada y engorrosa de la organización. En un Libro Registro se anotaba la correspondencia diaria; se distribuían a millares por día los folletos y circulares; se atendían informaciones y pedidos que se hacían de toda la república y del mundo entero; se escribían los sobres; se estampillaban los paquetes; se procedía a la venta y distribución de los distintivos de las estampas, de las estampillas, de los carteles, de los affiches y de todo cuanto se refería a la intensa propaganda. Como cooperadora de la Comisión de Hacienda, este Secretariado ejerció el contralor de todas las entradas y salidas de la Tesorería, confeccionando las planillas diariamente, las que por duplicado eran entregadas a la Contaduría para su asiento en los libros. Fue tan laboriosa y abnegada la acción de este Secretariado, que mereció del señor Presidente del Comité Ejecutivo ser llamada la “Comisión Heroica del Congreso”.
Dada la complejidad de los trabajos y a medida de las necesidades, se fueron nombrando sucesivamente las diversas Comisiones Organizadoras, cada una con su propia finalidad y con su autonomía correspondiente, estando al mismo tiempo unidas entre sí, mediante una perfecta coordinación.
Obtener una fuente de recursos para sufragar los gastos ingentes que demandaba la preparación del Congreso se hizo indispensable. Se pensó entonces en el distintivo oficial. Que todos los adherentes lo llevaran ostensiblemente y lo adquirieran en la Sede Oficial. Al mismo tiempo que servía de propaganda, se obtuvo con ello lo necesario para satisfacer las primeras necesidades del Congreso. Y los fieles todos de la República respondieron. En poco tiempo, en las solapas de los caballeros y sobre el pecho de las mujeres, el distintivo ocupó su puesto de honor. Y en verdad fue una fuente de recursos.
Se formó de inmediato la Comisión de Hacienda. Pocas personas y de mucha actividad y abnegación. Una presidenta, dos vice-presidentas, dos secretarias y dos tesoreras, nada más. Su misión, colectar recursos. Sus medios, confeccionar y enviar listas de subscripciones, notas solicitando donaciones a familias pudientes, a instituciones de todo género, a las casas de comercio, a los Bancos, Ministerios, reparticiones públicas, &c. Decir el trabajo ímprobo que supone esta tarea está demás. La Comisión se reunía todas las tardes en la Sede Oficial y allí se anotaban hasta los menores detalles de sus actividades. Se solicitaba la cooperación de todos, haciéndoles notar que la realización del futuro Congreso, no sólo daría gloria a Jesús Sacramentado, sino también sería muy beneficiosa al país en su faz económica. Para estimular a los donantes con el buen ejemplo, se solicitó en primer lugar la contribución de miembros del clero secular y regular, quienes respondieron ampliamente al pedido. Y en esta forma se enviaron por millares y millares las circulares explicativas; y no contenta con esto, la Comisión resolvió nombrar numerosas delegaciones que personalmente entregaban las notas a sus destinatarios, obteniendo así mayor eficacia en sus peticiones. Como un augurio de éxito, la primera donación recibida por esta Comisión, fue un cheque de mil pesos, enviado por el Honorable Colegio de Párrocos de la Capital.
Más tarde y acercándose ya la fecha del Congreso, tomó también a su cargo esta Comisión la venta de las tarjetas que daban derecho a ocupar los asientos en las magnas asambleas. A medida que se recibían las donaciones y subscripciones se iban depositando en el Banco de la Nación en una cuenta especial que llevaba el siguiente rubro: “Congreso Eucarístico Internacional, Comisión de Hacienda”, orden con la firma de dos señoras de la Comisión.
El presidente del Comité Ejecutivo, que asistía frecuentemente a las reuniones de esta Comisión, no cesaba de exteriorizar su complacencia ante el sacrificio y abnegación de estas beneméritas damas que plenamente respondían a la difícil misión que se les había confiado.
Comisión de publicidad
Como en todos los Congresos Eucarísticos realizados, y teniendo en cuenta la importancia y eficacia de los métodos modernos de propaganda, el Comité Ejecutivo resolvió constituir la Comisión de Prensa y Publicidad. El Dr. Gustavo Martínez Zuviría fue designado para ocupar la presidencia, y como miembros activos se tuvo especial cuidado de que todos ellos fueran de reconocida capacidad literaria y prácticos en las lides del periodismo. Las actividades de esta Comisión fueron múltiples. Empeñada en hacer llegar a conocimiento de todo el mundo la realización del futuro Congreso Eucarístico Internacional, inició la publicación de un boletín mensual. En él se informaba sobre la colosal movilización eucarística que se venía produciendo en toda la República, anunciadora de que para la época del Congreso, la ciudad de Buenos Aires se convertiría en una esplendente joya, donde había de ser engarzada la Hostia blanca en que vive y palpita el Corazón de Dios. Y este boletín mensual y más tarde quincenal, traducido en seis idiomas, llegaba a las redacciones de los diarios y periódicos del mundo.
Todos los días, el infatigable secretario de la Comisión, Dn. José María Samperio, redactaba en resumen las actividades de las diversas Comisiones, de sus resoluciones, de sus iniciativas, de sus exhortaciones; y estas notas informativas, periodísticas, se enviaban diariamente a todos los diarios de la República y naciones vecinas, contribuyéndose con esta propaganda a fomentar en la conciencia católica, el deseo unánime de cooperar y contribuir con sus obras buenas y sus actos de piedad, a la mayor glorificación del Dios de la Eucaristía.
A las informaciones por medio de los diarios y periódicos, se sumó la intensa propaganda realizada por medio de la radio. El señor Antonio Devoto, propietario de la Radio Splendid, puso gentilmente a disposición de la Comisión sus instalaciones y colocó en la misma Sede Social un micrófono, donde todos los días se hacían por el Secretario de la Comisión las informaciones generales. Por esta misma estación, debido a la gentileza de una entidad comercial, todos los jueves se propalaban discursos pronunciados por las más destacadas personalidades católicas y por altos dignatarios del Estado, como ser: Ministros del Gobierno, Embajadores, Presidentes de las Comisiones y representantes de prestigiosas instituciones. Siempre se iniciaba la audición con el Himno Oficial del Congreso que, como diremos más adelante, ampliamente difundido en el pueblo, enardecía de entusiasmo a las multitudes en las innumerables concentraciones eucarísticas que se realizaban.
Estas audiciones radiotelefónicas fueron de gran eficacia en la propaganda del Congreso. Llevadas en sus ondas invisibles a través de todo el continente, eran escuchadas con emoción; la Comisión recibía cartas de las ciudades y pueblos de la República, en las que los radioescuchas manifestaban su complacencia. Se reunían en las casas parroquiales, en las salas de familia, donde quiera existía un aparato receptor para escuchar las audiciones y todas esas gentes, entre las cuales muchos eran pobres y humildes, comprendían la grandeza e importancia que tenían para la Religión y la Patria, las jornadas eucarísticas que habían de llevarse a cabo en la capital de la República.
Tarea, y no pequeña, la de esta activísima Comisión. Redactaba folletos; exhortaba por medio de volantes a los fieles, dándoles instrucciones, muchas de ellas piadosas; recordaba a los hombres que, al pasar por delante de los templos debían descubrirse, y a las señoras que hicieran la señal de la cruz; recomendaba el uso del distintivo oficial; pedía a los comerciantes que colocaran los affiches del Congreso en sus vidrieras, a todas las casas de familias católicas que pusieran al frente de sus casas el escudo eucarístico, que se acercaran con frecuencia a recibir la Santa Comunión y que, ya perdido el respeto humano, confesaran en todas partes la realeza de Jesucristo vivo en el Santísimo Sacramento del Altar.
La Guía Oficial del Congreso, cuyo tiraje fuera de trescientos mil ejemplares, fue obra de esta Comisión y muy especialmente de su Secretario, quien puso en ella toda su inteligencia y sus entusiasmos de periodista y de escritor.
Además esta Comisión preparó un núcleo de Jóvenes entusiastas, que por medio de la palabra, en conferencias públicas, especialmente en los barrios apartados de la ciudad, hicieron oír su palabra, explicando al pueblo el significado y la importancia de los Congresos Eucarísticos Internacionales.
Con toda esta propaganda fue formándose el ambiente eucarístico en la ciudad de Buenos Aires y en toda la República, ambiente que fue siempre aumentando hasta culminar en las jornadas de Octubre.
El himno oficial del Congreso
Era indispensable que, a semejanza de los otros Congresos, el que iba a celebrarse por vez primera en el continente sudamericano, contara con el suyo propio. Así lo comprendió el Comité Ejecutivo y en una de sus primeras sesiones resolvió abrir un concurso popular para la letra del Himno Oficial del XXXII Congreso Eucarístico Internacional, en el que podrían intervenir todos los poetas de habla castellana. Como es natural, este concurso estaba sujeto a bases estudiadas especialmente y de acuerdo al fin que se proponía. Fue designado un jurado de cinco prestigiosos literatos argentinos y a su decisión quedó sometida la elección de la mejor poesía presentada. Se presentaron ciento ochenta composiciones y después de un severo estudio de las mismas, el jurado resolvió adjudicar el premio a la composición firmada con el lema “Ignis”, que resultó corresponder al nombre de la señora Sara Montes de Oca de Cárdenas.
Formaron el jurado los Dres. Gustavo Martínez Zuviría, Juan B. Terán, Manuel Gálvez, Arturo Giménez Pastor, y el R. P. José María Blanco, S. J., actuando en representación del Comité Ejecutivo, el Pbro. Dr. Antonio Caggiano.
La composición de la señora Sara Montes de Oca de Cárdenas, fue pues, elegida por unanimidad como el Himno oficial del Congreso.
En posesión ya de la letra del Himno Oficial, fue indispensable llamar también a concurso para elegir la música del mismo. Después de varias alternativas fue oficialmente adoptada la composición musical del maestro José Gil.
La publicación de la letra y de la música del Himno Oficial se hizo de inmediato, y, divulgada por todas partes, bien pronto se popularizó. En todas las ceremonias religiosas, en las concentraciones eucarísticas, en los colegios y asilos, en las parroquias y capillas, era entonado con entusiasmo. Se transmitía por radio en todas las audiciones del Congreso y fue tanta su divulgación, que llegaron a aprenderlo todos los católicos del país. En las grandes asambleas eucarísticas del Congreso, entonado por cientos de miles de personas, el himno oficial llenaba los espacios y sus notas armoniosas subían hasta el cielo como un concierto magnífico de fe.
Cruzada infantil eucarística
Tratándose de glorificar a Dios en la Eucaristía, no podían faltar los niños. ¿No son ellos, acaso, los ángeles de la tierra? ¿No son sus plegarias las más puras, las más inocentes?
¿Qué les puede negar Dios a esas almitas, que si en la tierra conmueven los corazones de los hombres, en el cielo, necesariamente, arrebatan el corazón de Dios?
Lo comprendió así el Comité Ejecutivo y a ellos de un modo especial, desde la iniciación de sus trabajos, dedicó sus mejores empeños.
Instituyó una Comisión de señoritas denominada “Cruzada Infantil Eucarística”, bajo la presidencia de la señorita Laura Esteves, cuya dedicación a los niños y mentalidad organizadora eran bien conocidas. La finalidad de esta Comisión fue la de fomentar entre los niños una campaña espiritual que los moviera a participar en forma eficaz y provechosa, de los ubérrimos frutos del futuro Congreso.
Como primera providencia se instituyó una especie de secretariado que la Congregación de las Madres Esclavas del Sagrado Corazón tomó a su cargo. Se hicieron imprimir profusamente circulares invitando a todos los niños y niñas de la República a elevar sus plegarias y a practicar obras buenas y sacrificios por el éxito del Congreso. A los Directores de los centros catequísticos, de los colegios e instituciones se les enviaron sendas notas, rogándoles explicaran a sus educandos la significación e importancia de los Congresos Eucarísticos Internacionales y la participación que en ellos debían tener los niños. Además se envió a los mismos Directores, para que las repartieran entre los niños, unas hojitas volantes en las que cada uno debía anotar semanal o mensualmente las obras buenas que hiciera, hojitas que luego debían ser devueltas al Secretariado, que con toda prolijidad las conservaba llevando una estadística completa de todas ellas. Preparado ya el ambiente espiritual entre los niños, por medio de continuas exhortaciones y explicaciones hechas al alcance de los mismos, se resolvió exteriorizar sus entusiasmos, realizándose repetidas Concentraciones Eucarísticas, ora parroquiales o interparroquiales, ora regionales, en las que participaban millares y millares de niños, despertando la admiración de todos por su piedad y recogimiento. En todas estas concentraciones los niños rezaban la plegaria oficial, entonaban cánticos piadosos, recibían instrucciones, tomaban parte en procesiones solemnísimas, en las que se llevaba en triunfo al Santísimo Sacramento y terminaban cantando la “Ofrenda”, himno oficial, compuesto para ellos especialmente, y el Himno Oficial del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. No hubo una semana en la que algunas de estas concentraciones de niños dejara de realizarse, en una u otra parroquia de la ciudad, y fue tanta la propaganda realizada entre el elemento infantil que, llegó un momento en que no quedara casi una familia sin que en ella se comentara y se hablara acerca de la participación de los niños en el futuro Congreso.
La Comisión de la Cruzada Infantil redobló sus esfuerzos. Personalmente sus miembros visitaban todos los colegios y centros catequísticos, acompañaban a los mismos en las Concentraciones Eucarísticas, cooperaban al orden, dirigían los cánticos y con su acción abnegada contribuían en toda forma al mayor esplendor de los actos públicos.
El Comité Ejecutivo, en su programa oficial de las grandes ceremonias que habían de realizarse en Palermo había destinado el segundo día o sea el jueves 11 de octubre, para una gran concentración de niños, a los cuales se les distribuiría la Sagrada Comunión. Y para que la preparación espiritual de los niños fuera lo más perfecta posible, la Comisión de la Cruzada Infantil desplegó una actividad verdaderamente admirable. Mediante un concurso invitó a todos los niños de la República a dedicarse al estudio del Sacramento de la Eucaristía, y pidió a todos los maestros que en los cursos religiosos aplicaran todos sus esfuerzos para llevar a conocimiento de los niños nociones claras y precisas acerca de la presencia real de Jesucristo en el Sacramento del altar y de todo cuanto enseña la iglesia sobre este misterio de amor; y los maestros cumplieron con su deber y los niños estudiaron y aprendieron. Y era de maravillarse ver a esos niños conversar entre ellos de temas de Comunión, de estado de gracia, de amor a Jesús y llevar hasta el seno de sus familias, a sus papás y a sus mamás, todo cuanto aprendían y sabían, en el deseo de que todos aprendieran y supieran que Dios vivía en la hostia consagrada. Y la Cruzada Infantil Eucarística sembró en todos los hogares la buena simiente, que, cayendo en tierra fértil, penetró en las conciencias y anunció el éxito del Congreso, saturándolas de perfumes eucarísticos que a semejanza de la inocencia de los niños, atrajo sobre las almas las bendiciones de Dios.
La señorita Graciela Rojas había sucedido en la presidencia a la señorita Laura Estoves, que por razones de salud hubo de presentar su renuncia. La nueva Presidenta, celosa y entusiasta como la anterior, desarrolló sus actividades dentro de la senda ya marcada. (No podía la Comisión detenerse, porque la máquina, ya montada, tenía en movimiento todos sus engranajes). Se acercaba la época del Congreso, y la Comunión de los niños en Palermo debía culminar en algo tan conmovedor y sublime, que tan sólo en el cielo los ángeles podrían remedar. Y la Cruzada Infantil se puso en contacto con la Comisión de Concentración Infantil que presidía el R. P. José Borgatti, y con la Comisión de Tráfico presidida por el Dr. Norberto Fresco; y comprendiendo la gravísima responsabilidad que asumían las tres comisiones, prepararon de común acuerdo, el plan de la organización y concentración de niños más grandiosa y más perfecta que registra la historia. Idea de lo que estudiaron y trabajaron estas tres Comisiones, sólo puede concebirse contemplando el cuadro verdaderamente celestial que se desarrolló en Palermo la mañana esplendorosa del jueves 11 de octubre de 1934.
En menos de dos horas ciento siete mil niños se concentraron y se ubicaron en perfecto orden en las amplias avenidas que rodeaban el monumento, asistieron a la santa misa, recibieron la santa comunión, tomaron abundantemente su desayuno (chocolate caliente y masitas), ofrendaron a Jesús en dos mil canastitas racimos de uva y panecitos de trigo, cantaron el Himno de la Ofrenda y el Himno Nacional y aclamaron como jamás se vio aclamado hombre alguno sobre la tierra al Cardenal Legado del Santo Padre que como el Divino Jesús se dignó ir en medio de los niños para bendecirlos y acariciarlos. Jamás se vio en el mundo espectáculo semejante y el mismo Cardenal Legado enjugando lágrimas de emoción no cesaba de exclamar “Esto es un Paraíso”, “Esto es un Paraíso”. Y con toda verdad allí estaba Jesús vivo dentro del corazón de los niños irradiando fuera el fulgor de su divinidad, trayendo a Palermo un pedacito de la gloria de los cielos.
La Comisión de la Cruzada Infantil Eucarística olvidó sus sacrificios y se recogió dentro de sí misma para dar gracias a Dios.
Secciones extranjeras
Buenos Aires es una ciudad cosmopolita. Abiertas sus puertas de par en par a todos los hombres del mundo, en ella tienen cabida gentes de todas las naciones. Se puede decir en cierto sentido que Buenos Aires es una ciudad internacional. Por eso en ella más que en otra ciudad cualquiera, el Congreso Eucarístico revistió todos los caracteres de universalidad.
El Comité Ejecutivo tuvo desde un principio la visión de que una de las características principales de este Congreso sería su internacionalidad. Por eso prestó atención especial a la formación de las secciones representativas de las colectividades extranjeras. El Presidente del Comité Ejecutivo tomó a su cargo esta tarea convocando a magnas asambleas a las personas más destacadas de cada nacionalidad, y así, una por una, se fueron constituyendo las diversas comisiones. Se les fijaba el programa de acción que debían desarrollar. No olvidando que la finalidad principal de los Congresos Eucarísticos Internacionales era la mayor glorificación de Jesús Sacramentado, se les insinuaba la necesidad de celebrar frecuentes concentraciones eucarísticas, de fomentar el acercamiento de las almas a la mesa de la Comunión, de preparar en el ambiente de la propia nacionalidad, la fraternidad y la unión que nacen al calor de la devoción a Jesús Sacramentado y llevar al conocimiento de todos los connacionales el convencimiento de que el participar de las asambleas del futuro Congreso constituía un honor y un deber que redundaría en mayor gloria de Dios y de la Iglesia y un motivo de legítimo orgullo para la patria que representaban.
Y así se formaron las colectividades extranjeras del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Rivalizando en celo y entusiasmo, la acción de cada una fue de una intensidad maravillosa. Las comisiones se reunían semanalmente en la Sede Oficial y era un espectáculo magnífico contemplar cómo todos los salones de la amplia casa resultaban pequeños para contener los centenares de personas que allí se reunían ávidas de trabajar y de concurrir con sus propios esfuerzos al mayor éxito del Congreso.
Y fueron primero los irlandeses, luego los españoles, los italianos, los franceses, los belgas, los suizos, los ingleses y los norteamericanos, los holandeses, los alemanes, los portugueses, los húngaros, los austríacos, los maronitas, los croatas, los lituanos, los melquitas, los armenios y los caldeos. Y a estas colectividades se unieron las de todas las naciones sudamericanas que reconocieron como propio el honor que el Santo Padre hacía a la ciudad de Buenos Aires, toda vez que el XXXII Congreso Eucarístico Internacional era el primero que se celebraba en el continente sudamericano.
La acción de las colectividades extranjeras fue como una llamarada que iluminó con rayos de fervor eucarístico el cielo de la patria adoptiva. Por todas partes y sin interrupción y en todas las lenguas se aclamaba a Jesucristo, Rey de la Eucaristía. Concentraciones en las que triunfalmente se llevaba la Hostia Santa acompañada de miles y miles de almas. En medio de un entusiasmo delirante se bendecían las banderas de las diversas naciones, apadrinando estos actos los embajadores y ministros de las respectivas nacionalidades; y estos símbolos sagrados de las patrias hermanas, enarbolados junto a la enseña azul y blanca de la patria argentina y a la de oro y plata pontificia, impresionaban a las multitudes que veían en ellas reflejarse la verdadera fraternidad, nacida, no con el poder de la fuerza, sino bajo el amparo de la cruz de Cristo que, con sus brazos abiertos invita a todos los hombres a la reconciliación y al amor.
La participación de las colectividades extranjeras en las magnas asambleas del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realzó con extraordinario esplendor las ceremonias realizadas, y al ser colocadas sus banderas al pie de la gran cruz erigida en Palermo, rodeando por completo al grandioso monumento, reveló una vez más al mundo que, reconociéndose a Jesucristo, Rey Universal de todas las naciones, los pueblos todos de la tierra sienten la necesidad de ser cada vez más buenos, más hermanos, más unidos, y más espiritualmente abrazados en el amor a la paz que el mismo Cristo trajo a la tierra.
Elección del lugar de las ceremonias
El Comité Ejecutivo se había declarado en sesión permanente y cumplía su misión de mirarlo todo, de observarlo todo y organizarlo todo, con la conciencia de su tremenda responsabilidad. Era vastísimo el campo de sus actividades. Había que obviar no pocos obstáculos, proveer a muchas necesidades y estar en todos los detalles de la organización.
La designación del lugar donde debían verificarse las magnas asambleas fue tema de un estudio especial. ¿Cuál era el sitio más apropiado para levantar el grandioso monumento y que al mismo tiempo fuera apto para contener la inmensa multitud que asistiría a las ceremonias del Congreso? Se pensó en el Retiro, en el campo de aviación de Puerto Nuevo, en el Hipódromo Argentino, en Palermo, en la Costanera. Por la amplitud del espacio, el Comité Ejecutivo se inclinó al principio por el campo de aviación de Puerto Nuevo, pero se debió abandonar esta idea en vista de las inobjetables razones expresadas por la Comisión de Tráfico. Palermo era el sitio ideal, pero se tropezaba con la gravísima dificultad del Monumento de los Españoles. ¿Cómo podría levantarse allí un altar que estuviera al alcance de la vista de las cuatro grandes avenidas que convergen al Monumento de los Españoles? Se puso al estudio de la Comisión de Técnicos, y sin duda alguna la Divina Providencia inspiró a su presidente, el Ing. Jorge A. Mayol, cuyo proyecto de erigir la cruz gigantesca teniendo por entrañas al mismo monumento de los Españoles, solucionó todas las dificultades, quedando así definitivamente consagrado el lugar donde habían de llevarse a cabo las magnas asambleas del futuro Congreso. Palermo fue desde entonces un símbolo, una luz, una esperanza.
La elección estaba hecha. La Madre España, presente en su monumento, iba a ser el corazón de la gran cruz, al pie de la cual el mundo entero doblaría sus rodillas ante el Dios de la Eucaristía. De inmediato se iniciaron las gestiones indispensables ante los poderes públicos y aquí, es grato mencionarlo, el Gobierno de la Nación y la Intendencia Municipal se aprestaron a colaborar, no sólo aprobando el proyecto del Comité Ejecutivo sino también ofreciendo su valiosísimo concurso en todo lo referente a la realización del Congreso. Tuvieron ellos la visión de lo que significaba el Congreso Eucarístico Internacional para la República Argentina. Su aureola de grandeza, el sol de su bandera inmaculada fulgurarían radiantes en el cielo de todas las naciones de la tierra, llevando en sus rayos la verdad de que la República Argentina es hoy la Patria que soñaron nuestros padres, la predilecta de Dios, la Nación Eucarística que, amando la paz y la justicia, busca en el Reino de Dios la felicidad de sus hijos.
Y con el apoyo del Gobierno Nacional y de la Intendencia Municipal y el concurso eficacísimo de la Comisión de Técnicos, pudo el Comité Ejecutivo llevar a feliz término la ejecución del grandioso monumento, que, emplazado en el centro mismo de Palermo, había de ser el trono de amor donde el mundo entero rendiría a Jesús-Eucaristía el mayor homenaje de adoración.
Nuevas comisiones: Transportes, Tráfico, Organización
Otra y no pequeña dificultad preocupaba al Comité Ejecutivo. Se sabía de antemano que sería enorme la concurrencia de fieles que asistirían a las ceremonias religiosas del Congreso. ¿Qué medios habían de adoptarse para que el orden más perfecto reinara entre las gigantescas muchedumbres que asistirían a las ceremonias? ¿Dónde y en qué forma serían ubicados los colegios, las Instituciones, las colectividades, el clero, las autoridades y la inmensa masa de pueblo que había de concurrir?
La concentración en un mismo lugar, de más de quinientas mil personas, a una misma hora y en distintas y frecuentes ocasiones, la rápida desconcentración de las mismas, la aglomeración enorme de medios de transporte, tranvías, automóviles, camiones, cuya llegada y retirada simultánea de los alrededores de Palermo traería aparejada una complicación de tráfico casi imposible de resolver, eran problemas muy serios que debían estudiarse y de cuya solución dependería en gran parte el esplendor del Congreso.
El Presidente del Comité Ejecutivo, animado siempre de un valiente optimismo se entregó de lleno al estudio de tan complicados asuntos. Buscó hombres capaces, inteligentes y dinámicos y con ellos formó tres comisiones: la de Tráfico, la de Organización General y la de Ornamentación y Distribución, poniendo al frente de ellas respectivamente al Dr. Norberto Fresco, al Almirante Tiburcio Aldao y al Ing. Máximo E. Millán. El estudio de los problemas se hizo de inmediato y después de largas meditaciones y reuniones prolongadas, (muchas de ellas duraban hasta las dos de la mañana), en perfecta coordinación de propósitos y de ideas, pudo lograrse un vasto plan de organización que, solucionando todas las dificultades, daría por resultado las magníficas y sorprendentes concentraciones de centenares de miles de personas que presenciaron las magnas Asambleas Eucarísticas, sin tropiezos ni inconvenientes, y en el orden más perfecto que imaginarse pueda. Modelo de organización que admiraron los peregrinos de fuera y los habitantes del país y que una vez más demostró cuánto puede la buena voluntad, la constancia, el sacrificio y la inteligencia de los hombres puestos al servicio de una causa noble de fe y de verdadero patriotismo.
De acuerdo con el plan preconcebido, se colocarían en las amplias avenidas que convergen al monumento de Palermo, y convenientemente dispuestos, una cantidad de bancos donde fácilmente pudieran ocupar sus asientos unas ciento cincuenta mil personas; se levantarían circundando al monumento las tribunas para las Autoridades Nacionales, para el Cuerpo Diplomático, Comité Permanente, Colectividades Extranjeras, Schola Cantorum y Presidentes de Instituciones; se instalarían una sala de espera, la sacristía y centenares de palcos para familias; se erigirían casillas para puestos de socorro, obras sanitarias y la torre del Comando General. Con profusión serían colocados letreros indicando las diversas instalaciones, como también las entradas y salidas, la dirección del tráfico, los sitios de estacionamiento, instrucciones sobre las zonas y divisiones y secciones para que cada persona supiera fácilmente el lugar donde debía ubicarse, &c. Una red especial de líneas telefónicas uniría entre sí las numerosas casillas, especialmente aquellas donde se hallaran los médicos y las enfermeras. Y para complemento de esta organización en todo el radio de Palermo, en la Plaza de Mayo y a lo largo de la avenida de este nombre, se dispuso la más importante y perfecta instalación radiotelefónica, con un sinnúmero de altoparlantes que servirían para transmitir a todos los habitantes del país y al mundo entero las diversas ceremonias que se desarrollarían durante los días del Congreso...
Y este programa máximo de organización se llevó a cabo con una precisión admirable. En verdad que no fueron pocas las dificultades, que los gastos ocasionados fueron muy grandes, pero no es menos cierto que los resultados superaron los sacrificios. El orden maravilloso y aun podría decirse “milagroso” que reinó en todas las sesiones del Congreso fue la mejor recompensa a los trabajos de quienes prepararon su organización.
La Comisión de Técnicos, la de Tráfico, la de Organización General, la de Ornamentación y Distribución y la Comisión de Transportes, merecieron con toda justicia el aplauso de todos los Congresales que unánimemente reconocieron la labor incansable e inteligente de todos sus miembros.
Comisión de alojamiento
El Comité Ejecutivo no podía detenerse. La marea crecía y era preciso disponerlo todo. No era posible dejar a la improvisación de último momento lo que podía preveerse sin apresuramientos. Se recibían comunicaciones de todas partes del mundo anunciando la venida de numerosos peregrinos acompañados de sus señores Obispos y de miembros del clero. La tradicional hospitalidad y gentileza de los argentinos iba a ponerse a prueba. No cabía temor de que en estas circunstancias viniera a menos. El Comité Ejecutivo apresuróse a constituir la Comisión de Alojamiento cuya finalidad sería la de preparar y disponer cuanto fuera necesario para que los peregrinos encontraran grata y cómoda su permanencia en el país. Era ésta una misión difícil y sólo podía desempeñarla una persona dotada de un espíritu organizador y capaz de obviar múltiples dificultades. Y esa persona a quien se le confiara la presidencia de la Comisión de Alojamiento, fue el Pbro. Dr. Juan B. Fourcade. Si en alguna comisión hubo de ejercitarse la virtud de la paciencia y la preocupación por los detalles más nimios, si hubo de necesitarse la inteligencia, el carácter, la dinamicidad y la constancia en la lucha continua lo dicen quienes de cerca participaron en las tareas de la Comisión de Alojamiento. Se visitaron los innumerables hoteles y casas de pensión de la ciudad y sus alrededores indagándose sus comodidades, sus precios, sus ventajas y sus categorías; se censaron las casas de familia que se ofrecían para albergar a los peregrinos; se abrieron registros para anotar los pedidos y ofrecimientos; se contestaron millares y millares de cartas y fue tan excepcional esta correspondencia que se guardan aún en los archivos más de diez biblioratos con sus respectivas indicaciones. Y el resultado de tantas actividades se puso de relieve en el más completo de los éxitos. Los miles y miles de peregrinos que concurrieron a las memorables jornadas de Octubre hallaron en la ciudad de Buenos Aires el albergue y la comodidad que ellos mismos solicitaran. El Pbro. Juan B. Fourcade como Presidente de la Comisión de Alojamiento y los infatigables miembros de la misma merecieron justificadamente los elogios que se les tributaron; y la íntima satisfacción de haber llenado cumplidamente su misión fue su más legítima recompensa.
Comisión de recepción
El Comité Ejecutivo se preocupó detenidamente de las moradas que debían ocupar los Eminentísimos Purpurados y de los Arzobispos y Obispos que asistirían al Congreso. Fue designada una Comisión de caballeros bajo la presidencia del Dr. Ernesto Bosch, ex Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación. Esta Comisión cumplió a satisfacción de todos su delicada misión. En hogares cristianos, generosamente ofrecidos, encontraron los distinguidos Prelados las atenciones y cuidados que se merecían, como también la hidalga hospitalidad a que está ya acostumbrada la tradicional cultura de la sociedad porteña.
La señora Condesa Pontificia, Dña. Adelia María Harilaos de Olmos, Vice Presidenta del Comité Ejecutivo, cedió su hermosa y regia mansión para albergar en ella al Eminentísimo Cardenal Legado de Su Santidad; y para el séquito del mismo Cardenal, ofreció otro palacio, dotándolo de toda clase de comodidades y de acuerdo al elevado rango de sus distinguidos huéspedes. Se abrieron de par en par las puertas de mansiones ilustres por su abolengo y rancia hidalguía castellana y en todas ellas encontraron digna hospitalidad los Eminentísimos señores Cardenales, y los Excmos. señores Arzobispos, Obispos y Prelados que honraron con su presencia a la ciudad de Buenos Aires, en los inolvidables días del XXXII Congreso Eucarístico Internacional.
Congresos diocesanos
El XXXII Congreso Eucarístico Internacional debía realizarse en la ciudad de Buenos Aires, pero este honor dispensado a la gran capital del Sud se extendía, como era natural, a la nación entera. Todos los católicos argentinos, debían corresponder a este honor y prepararse a despertar en la conciencia nacional los sentimientos de su fe, exteriorizando públicamente su devoción y su amor al Dios de la Eucaristía. Así lo comprendió el Episcopado argentino.
Las fuerzas vivas del catolicismo argentino debían movilizarse. Culminaríanse de glorias eucarísticas las páginas de su historia. Y eran los señores Obispos, como jefes de las Diócesis argentinas, los primeros que alzarían su voz llamando, exhortando e invitando a todos sus amados súbditos a tomar parte en la gran cruzada de amor a Jesucristo Sacramentado.
Y los pastores, celosos y vigilantes, alzaron su voz. Por medio de elocuentes pastorales hicieron vibrar las almas de entusiasmo. Sus anhelos, sus aspiraciones, sus deseos ardientes de fomentar en todos los corazones cristianos la piedad eucarística se cristalizaron en prudentes disposiciones. En cada una de las Diócesis se formaron Comisiones Organizadoras que respondían a las inspiraciones del Comité Ejecutivo. Se promovieron cultos extraordinarios en todas las parroquias y capillas de la República; concentraciones, de caballeros, señoras, jóvenes y niños, en las que se predicaba a Jesús-Eucaristía, se intensificaba su devoción y se le llevaba triunfalmente en solemnísimas procesiones. Y de esta manera, bien pronto floreció el ambiente de la nación cosechándose en todas partes abundantes frutos. Las almas se acercaban a Dios. En la mesa eucarística se nutrían hasta saciarse espíritus hambrientos de muchos años atrás que, como el Hijo pródigo, volvían a la casa paterna para vivir de nuevo la vida de Dios. Las calles se convertían en templos, los hogares en jardines cuyos aromas de virtud penetraban en la sociedad perfumándola y regenerándola. Las gentes como en Jerusalén, cantaban hosannas al Hijo de David y los niños, apretujándose alrededor del Maestro en el Sagrario, recibían sus caricias y sus bendiciones. Las cataratas del cielo se abrieron y sobre el pueblo argentino cayeron abundantes los torrentes de la gracia divina.
Y los Pastores puestos por Dios para gobernar y dirigir la grey cristiana, no cesaron de proporcionarles pastos ubérrimos de santificación. Resolvieron cada uno en su Diócesis celebrar Congresos Eucarísticos que vendrían a ser, como muy bien lo dijo el R. P. Boubée, “los pórticos magníficos de la grandiosa y monumental Basílica que al Dios de la Eucaristía había de levantarse en la ciudad de Buenos Aires al celebrarse en ella el XXXII Congreso Eucarístico Internacional”.
Y los Congresos Eucarísticos Diocesanos se realizaron. Y fueron ellos explosiones de fe cristiana. Primero en la ciudad de Tucumán, luego en la de Rosario, más tarde en la de Córdoba y sucesivamente en todas las Diócesis de la República. Y en todos ellos el fervor cristiano fue extraordinario. Jamás se había visto una movilización semejante. Los templos resultaban pequeños y era necesario celebrar las funciones al aire libre, en las plazas o en las grandes avenidas. Las misiones espirituales se multiplicaban. Los sacerdotes del clero secular y regular, reduplicaban sus esfuerzos para oír las confesiones y en los sagrarios se renovaban sin cesar las hostias consagradas para satisfacer las ansias de Comunión de las masas populares. Y llegaba a su colmo el fervor de las almas, cuando el Obispo Diocesano, llevando en sus manos la custodia con el Santísimo Sacramento recorría en solemnísima procesión las amplias avenidas de la ciudad clausurando entre las aclamaciones del pueblo y los cánticos de centenares de miles de almas, las magnas asambleas de sus respectivos Congresos.
Y esos Congresos Diocesanos fueron los que prepararon elocuente y magníficamente las Jornadas Eucarísticas, no igualadas hasta el presente, del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. El Excmo. y Rvdmo. señor Arzobispo de Buenos Aires y los Excmos. señores Obispos Diocesanos de la República Argentina fueron en verdad los apóstoles elegidos por la Divina Providencia para la mayor glorificación de Dios entre los hombres.
Es justo hacer notar el celoso empeño y la abnegación de todos los miembros de la Mesa Directiva de este Comité. A la influencia eficaz de los mismos, tanto en las esferas oficiales como en el ambiente de la sociedad, se debió en gran parte, la adhesión entusiasta del Gobierno de la Nación. Con los más altos exponentes de la sociedad argentina instituyeron comisiones de damas y caballeros cristianos cuyos valores morales y ejemplos magníficos de piedad eucarística, alentaron en muchos, hasta entonces adormecidos, el anhelo ardiente de cooperar en la realización de la apoteosis más esplendorosa que la gran capital del Sud iba a tributar al Dios de sus mayores en el Sacramento de la Eucaristía.
El programa de las ceremonias que habían de llevarse a cabo en los días del Congreso, fue minuciosamente estudiado. Las magnas asambleas eucarísticas debían revestir esplendores nunca vistos. Y en ellas debían participar, no solamente los católicos argentinos, sino también los representantes de todo el mundo. El XXXII Congreso Eucarístico Internacional sería verdaderamente un Congreso mundial. Y así fue. Todas las naciones del mundo estuvieron representadas.
Auto de creación de las comisiones ejecutivas del Congreso Eucarístico Internacional de 1934
Luego de recibir una comunicación oficial del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales, designando la ciudad de Buenos Aires como sede del XXXII Congreso, el Excmo. y Revmo. Mons. Santiago Luis Copello publicó el auto siguiente, por el cual constituía las comisiones ejecutivas, encargadas de preparar el solemne triunfo del Dios del Amor.
Nos Santiago L. Copello, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Aulón, Vicario de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
Dios mediante, en Octubre de 1934 se reunirá en Buenos Aires el XXXII Congreso Eucarístico Internacional.
Será un homenaje mundial a Nuestro Señor Jesucristo, real y verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía, y la presentación solemne de nuestra Patria, y en particular de nuestra Iglesia, ante los católicos que de todas partes del mundo acudirán, con ese motivo, a nuestra Capital.
Será también la primera Asamblea Católica Internacional que se verifique en nuestro continente; y nuestro país, preferido entre todas las naciones sudamericanas para ser su sede, tiene comprometido su honor ante esta singular muestra de confianza con que lo ha distinguido el Santo Padre de acuerdo con el voto del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales.
Es de esperar que habremos de mostrarnos dignos de esta preferencia y convencidos de que un Congreso Eucarístico es ante todo una ocasión solemne de glorificación de Jesucristo y de reavivar energías cristianas, sabremos preparar a Nuestro Señor no solamente el gran triunfo exterior que todos anhelamos, sino un trono también en nuestras almas, uniéndolas a Él íntimamente por la fe y la caridad.
Funciones religiosas, reuniones de estudio, una grandiosa procesión, múltiples actos públicos llenarán el programa de los días del Congreso; misiones, jornadas eucarísticas, asambleas y congresos regionales deberán preparar su advenimiento.
Es necesario que una entidad especial tenga a su cargo la organización de todos los preparativos y se preocupe de allegar los fondos que va a demandar la realización del programa.
Venimos, pues, por el presente Auto en nombrar dos Comisiones, una de caballeros y otra de damas, las que, bajo la presidencia de nuestro Pro-Vicario, el Excmo. Sr. Obispo de Attea, Mons. Fortunato J. Devoto, tendrá sobre sí la laboriosa y complicada tarea de proyectar y ejecutar todo lo que exija el buen éxito del Congreso.
El Presidente será nuestro representante en el seno de ambas Comisiones y podrá, como tal, tomar las decisiones que juzgare convenientes, así para la buena marcha de éstas, como para todo lo relacionado con el Congreso.
A estas dos Comisiones deberán agregarse oportunamente otras subcomisiones o secretariados: de propaganda, de hacienda, de recepción, de transportes, de liturgia, de música, &c., según lo vayan exigiendo las circunstancias.
Mientras no dispongan de un local propio, las Comisiones tendrán su sede y se reunirán en el Palacio Arzobispal.
Las dos Comisiones estarán compuestas de los siguientes miembros, sin perjuicio de que otros puedan serles incorporados en adelante.
Comisión de caballeros
R. P. Enrique Alla S. S. S., Sr. Enrique Anchorena, Dr. Tomás Arias, Ing. Rómulo Ayerza, Dr. Arturo M. Bas, Dr. Juan F. Cafferata, Pbro. Dr. Antonio Caggiano, Sr. Juan Campoamor, Dr. Emilio F. Cárdenas, Dr. Tomás Casares, Dr. Mariano R. Castex, Dr. Ramón Castillo, Dr. Tomás R. Cullen, Dr. Abraham de la Vega, Dr. Atilio Dell’Oro Maini, Pbro. Dr. Zacarías de Vizcarra, Mons. Luis Duprat, R. P. Nicolás Esandi, S. S., Dr. Alberto Estrada, Mons. Daniel Figueroa, Mons. Gustavo Franceschi, Dr. Norberto Fresco, Dr. Vicente Gallo, doctor Ángel Gallardo, Dr. Martín Jacobé, Dr. Emilio J. Lamarca, Dr. Gustavo Martínez Zuviría, General Francisco J. Medina, Vicealmirante Vicente Montes, Ing. Juan Ochoa, Dr. Ernesto Padilla, Ing. José Pagés, Dr. Agustín Pestalardo, Dr. Leonardo Pereyra Iraola, Dr. Alfredo Poccard, R. P. Enrique Rohling, S. V. D., Sr. José A. Sanguinetti, Sr. Rodolfo Scapino, Sr. Antonio Solari, R. P. Tomás Travi, S. J., señor Enrique Udaondo, Mons. Santiago M. Ussher, R. P. Fidel Schelibon, O. F. M.
Comisión de damas
Señoras: Ernestina Llavallol de Acosta, Mercedes Elortondo de Alvear, Regina Pacini de Alvear, María Unzué de Alvear, Mercedes Elizalde de Blaquier, Elisa Alvear de Bosch, Josefina Achával de Cantilo, Concepción Unzué de Casares, Mercedes Avellaneda de Dellepiane, Filomena Devoto de Devoto, Dolores Anchorena de Elortondo, Sara Sabores de Frederking, Adela Atucha de Gramajo, Martha Bengolea de Hueyo, Ana Bernal de Justo, Dámasa Saavedra Zelaya de Lamas, Inés Cobo de Macchi di Cellere, Eufemia Cáceres de Meló, Amalia Arrotea de Muñoz, Isabel Rodríguez Marcenal de Naón, Adelia María Harilaos de Olmos, Juana Rita Villate de Oromí, María A. Ayarragaray de Pereda, María Rosa Lezica Alvear de Pirovano, María Jáuregui de Pradere, Silvia Saavedra Lamas de Pueyrredón, Josefina Anchorena de Rodríguez Larreta, María Elena Llavallol de Rodríguez Larreta, Rosa Sáenz Peña de Saavedra Lamas, Florencia Lezica de Tomkinson, Inés Dorrego de Unzué, Elisa Peña de Uribelarrea, María Aurelia Madero de Uriburu, Celia Martínez de Varela, María Salomé Freyre de Yriondo.
Señoritas: Elina Cullen Crisol, Mercedes de Guerrico, Elena Grondona, Carmen Madariaga Anchorena, Celina Piñeiro Pearson, Margarita Wilmart.
Dado en Buenos Aires, a 24 días del mes de septiembre del año del Señor de 1932.
Santiago L. Copello.
Obispo de Aulón, Vicario Capitular