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Zeferino González 1831-1894

Zeferino González
La Economía política y el Cristianismo
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VII

No resalta menos la superioridad de la doctrina económico-política del cristianismo, sobre la doctrina económico-política del racionalismo contemporáneo, con respecto al problema de la miseria de las clases obreras y al antagonismo permanente y cada día más amenazador entre el trabajo y el capital.

¿Puede dudarse, en efecto, que ese creciente antagonismo que hace temblar el suelo bajo nuestras plantas y cuyos siniestros rugidos llegan, hasta nosotros desde todos los puntos del horizonte, es debido en gran parte, ya que no en todo, a la ausencia de los principios católicos y de las virtudes cristianas? Suponed por un momento que en el corazón y en la inteligencia [98] de esas grandes masas de obreros reinaran las creencias católicas: suponed que practicaran en su mayoría las virtudes cristianas por espíritu y motivos cristianos, estableciendo como norma de su conducta y de su vida, la humildad, la resignación, el espíritu de sacrificio, el desinterés y desprendimiento de los bienes de este mundo, en relación con los de la vida eterna, la castidad, la moderación ríe las pasiones, la caridad y las mortificaciones de la vida cristiana. Suponed, al propio tiempo, que los capitalistas y los ricos se hallan vivificados por las mismas creencias y virtudes, y que reducen a la práctica el grande y múltiple precepto de la caridad, que reasume y compendia toda la ley y todas las virtudes del cristianismo; es bien seguro que no se presentaría hoy con tan alarmantes proporciones ese formidable antagonismo entre el trabajo y el capital, y que desaparecerían los serios peligros y trastornos con que el socialismo y el comunismo amenazan hoy a la sociedad. Pero implantad en el seno de la sociedad y principalmente en el corazón y la inteligencia de las clases necesitadas, los principios del racionalismo y del sensualismo economista. Predicadles y enseñadles con la palabra y con el ejemplo, inculcadles un día y otro día que nada significan las amenazas del cristianismo sobre los misterios de la vida y de la muerte eterna; que Jesucristo es un mito o un impostor semejante a Mahoma; que nada tienen que esperar ni que temer después de la vida presente. [99] Mostradles una y otra vez con vuestro ejemplo y vuestras doctrinas, que el bienestar material y los goces de la vida constituyen el bien supremo del hombre y el único móvil de la actividad humana; y veréis a esa sociedad dominada, mejor dicho, devorada por la pasión de las riquezas, y al rico explotando al pobre y cotizando sin misericordia los sudores del obrero; y al pobre, agitado por rencorosa envidia y concentrado odio contra el rico, y al socialista obrero alzarse airado para reclamar su parte en el banquete de la vida y de la felicidad. Si las riquezas, con los placeres y satisfacciones que las acompañan, constituyen el único destino del hombre sobre la tierra; si no existe otra vida en la cual se restablezca el equilibrio de la justicia, frecuentemente violada por los poderosos de este mundo; si no existe para el hombre un destino ulterior y superior en que se realice la ley de la compensación entre el bien y el mal; si, en una palabra, la poderosa aspiración hacia la felicidad que en el corazón del hombre se revela, no tiene más objeto ni más término que las satisfacciones y goces de la vida presente, ¿por qué razón y con qué derecho gozan esa felicidad algunos hombres, mientras la inmensa mayoría se ven siempre alejados y como repelidos de la misma? Tales son las últimas consecuencias, pero consecuencias lógicas y naturales del racionalismo, aplicado a la Economía política. Una vez proclamada la autonomía del hombre, esta conduce espontáneamente a la [100] negación de la ley del sacrificio y abnegación de si mismo en presencia de Dios y de los hombres, al reinado del orgullo, a la proclamación del derecho divino de las pasiones, a la rehabilitación de todas las concupiscencias y a la legitimidad del egoísmo.

Otro resultado no menos deplorable de la economía racionalista y sensualista es ese individualismo estrecho, que constituye una de las llagas más repugnantes del cuerpo social. Mientras la economía cristiana tiende a afirmar y extender la ley de la solidaridad por medio del espíritu de humildad, de abnegación, de sacrificio y de caridad, la economía sensualista, basada sobre el interés propio y la solicitud exclusiva de las riquezas y goces, sólo produce el individualismo, que se traduce y revela en egoísmo, en desdeñosa apatía, en indiferencia y apartamiento de los demás hombres. Cada uno en su casa y en su negocio, cada uno para sí: tal es la regla de conducta para el economista del sensualismo, tal es la fórmula del individualismo, tal es la divisa inspirada por la economía racionalista.

Hemos visto arriba que la Economía política que recibe sus inspiraciones del racionalismo sensualista, tiene como desideratum económico-social el bienestar general de todos los miembros de la sociedad, obtenido por medio del equilibrio entre la producción y distribución de las riquezas en relación con el desarrollo de la población. Hemos visto también, que para llegar [101] a este desideratum, no vacila en aprobar y aconsejar prácticas tan contrarias a la moral como a la dignidad y libertad del hombre, y que no retrocede en presencia de instituciones y medidas socialistas. Esto quiere decir que los adeptos de esa economía ignoran o aparentan desconocer lo que hay de utópico en ese equilibrio igualitario de los miembros y clases sociales, bajo el punto de vista del bienestar y las riquezas. Atendidas las resistencias múltiples de la naturaleza física, y las circunstancias morales de la naturaleza humana, la desigualdad de condiciones es y será siempre, como lo ha sido hasta ahora, un hecho doloroso y triste, pero inevitable en las sociedades humanas. Cualquiera que sea el grado de libertad civil y política de estas; cualquiera que sea el estado hipotético de la distribución de las riquezas en un momento dado del tiempo, la desigualdad de condición en las clases, en las familias y en los individuos, no tardará en manifestarse, porque a ella conduce de una manera lógica, fatal e irresistible la diferencia y superioridad relativa de virtudes, de inteligencia, de caracteres, de aptitudes, de fuerzas físicas y, en ocasiones, hasta, la combinación fortuita de circunstancias más o menos felices.

Por eso la Economía política inspirada en el cristianismo, reconoce y confiesa que la desigualdad de condiciones y de fortunas, según se revela en las diferentes sociedades, es, si se quiere, un mal, pero un [102] mal inevitable en el estado de caída y degeneración de la naturaleza humana. La razón católica, de acuerdo con una experiencia de millares de años, nos enseña que las sociedades humanas marcharán siempre, como han marchado hasta ahora, sometidas a las privaciones de la pobreza y a las amarguras de una vida penosa. Por eso también el cristianismo y la Economía política en él inspirada, enseña y propone medios eficaces y adecuados para aminorar esas privaciones y amarguras, y no cesa de excitar a los gobiernos, a los sabios y a los pueblos a que procuren contener las desigualdades irritantes e injustas, y sobre todo que se esfuercen en dulcificar los padecimientos de la pobreza y de las clases indigentes, pero sin engañar a estas con promesas falaces, sin sobreexcitar sus rudas pasiones con fementidos derechos, y sin poner en peligro la existencia de la sociedad y de las mismas clases menesterosas con utopías comunistas y socialistas. Es bien seguro que toda la Economía política y todos los economistas, desde Adam Smith hasta nuestros días, no han hecho en favor del pobre y de las clases trabajadoras y necesitadas la centésima parte de lo que, en favor de las mismas y de los pobres en general, viene haciendo el cristianismo encarnado en la Iglesia católica, que es su representación genuina y legítima. ¿Cabe poner en duda, por ejemplo, la influencia importantísima y preponderante que ejerció el cristianismo en la abolición de la esclavitud, en la libertad y, [103] consiguientemente, en la fecundidad y energía del trabajo, productor de la riqueza?

Y después de haber luchado de una manera tan enérgica como perseverante contra la esclavitud que deshonraba y carcomía las sociedades antiguas; y después de haber luchado en favor de la libertad del trabajo y la dignidad del hombre, doble origen y bases importantes de la prosperidad material de las naciones modernas, no menos que de sus libertades políticas y civiles ¿no es cierto que la Iglesia católica luchó también y luchó sin descanso contra la pobreza y la miseria en todas sus formas, por medio de sus órdenes monásticas, que salieron al encuentro de toda miseria, de toda indigencia, de toda amargura y de toda lágrima? Y contribuyó y contribuye al mejoramiento y bienestar de las clases indigentes, inspirándoles las virtudes cristianas, poniendo ante sus ojos las ventajas de la sobriedad, de la economía, de la previsión, de la moderación de las pasiones y regularidad en las costumbres, promoviendo y facilitando la instrucción, aprobando, en fin, fomentando y protegiendo entre las mismas el gran principio de asociación. Esto, sin contar la influencia universal y perenne de la caridad, representada por la limosna y por tantas instituciones y fundaciones de beneficencia, a ella debidas y por ella conservadas. Y estas clases reciben también indirectamente favor y auxilio del cristianismo y de la Iglesia, cuando en nombre de Cristo y de su evangelio [104] condenan la explotación inconsiderada del pobre por el rico, la tiranía del capital sobre el trabajo, el lujo desenfrenado e insultante de los poderosos del siglo, la fiebre devorante de riquezas, el egoísmo individualista que cierra los ojos y el oído para no percibir los quejidos del necesitado y desvalido, la codicia desenfrenada que condena al obrero, a la mujer y al niño a desfallecer bajo el peso de un trabajo prolongado hasta la crueldad.

{Texto tomado directamente de Zeferino González, Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, Tomo segundo, Imprenta de Policarpo López, Madrid 1873, páginas 1-121. Transcribimos la Advertencia que figura al inicio de este volumen: «Advertencia. El artículo que lleva por epígrafe La Economía política y el Cristianismo, aunque escrito en Manila en el año que indica su fecha [1862], ha sido refundido y considerablemente añadido para su publicación en estos Estudios.»}

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