Armando Herrero
Trágico fin de una polémica periodística
Antes de relatar la forma como culminó la tragedia, creo conveniente –a fin de ilustrar mejor a los lectores de este diario– referir brevemente algunos antecedentes relacionados con la actuación aquí del poeta Chocano y la cual, en varias ocasiones, dio motivo para que entre algunos periodistas y escritores se promovieran polémicas ardorosas en los diarios y las cuales no estuvieron por cierto exentas de ataques personales y de reproches violentos, siguiéndolas el público con vivo interés.
A las pocas semanas, en efecto, de haber llegado a Lima el poeta José Santos Chocano –después de diez y siete años de ausencia durante los cuales recorrió varios países de Centro América consagrado a intensa actividad política al lado de gobernantes indecorosos–, sustentó una conferencia en un teatro acá y en el curso de ella trató de pintorescos aspectos de su infancia y de su iniciación literaria; de sus [96] primeras luchas aquí y en el extranjero; de sus triunfos rotundos y de sus anhelos humanos. Y al terminar su conferencia, acaso como digno punto final a su disertación, el poeta hizo una defensa calurosa de las «férreas tiranías políticas».
—Porque el Perú necesita –dijo entonces como si expresara una gran verdad– un Gobierno tiránico que organice con mano de hierro a este país y lo conduzca por el camino del orden, que es progreso y bienestar.
Al siguiente día periodistas y escritores combatieron tenazmente las ideas de Chocano. Este les respondió. Y de esta manera se produjo una larga y apasionada polémica durante la cual pudo constatarse la unanimidad del criterio de los intelectuales frente a la tesis del poeta, que entonces se encontró huérfano de simpatías y apoyo. Pero él continuaba impertérrito. Creía estar en razón cuando defendía con calor a las «dictaduras organizadas», que, en su concepto, es el Gobierno ideal para algunos turbulentos pueblos de este Continente. Y hubo algo más. La clase trabajadora, a la que pretendió halagar, no lo tomó en consideración, no obstante de haberle dedicado esta frase llena de promesas ocultas:
—Los obreros son en el Perú los únicos organizados y que merecen respeto. [97]
Transcurrieron algunos meses y de nuevo el poeta Chocano promovió con la redacción del diario El Tiempo una agria polémica.
Durante las fiestas del Centenario de Ayacucho, Chocano hizo conocer, por medio de «recitales» en un teatro, bellos trozos de su poema panteísta intitulado «El Hombre-Sol», que, por encargo especial del Gobierno, escribió para rendir así un nuevo homenaje al Libertador Bolívar. El Tiempo publicó entonces una carta de un obrero, quien le pedía al poeta que ofreciera gratuitamente un «recital» a fin de que la gente pobre pudiera conocer el poema, porque tanto el libro como los «recitales» tenían precios prohibitivos para los bolsillos modestos. Y este deseo que, en concepto de todos, debería enorgullecer al poeta y satisfacer su marcada egolatría, al contrario, lo irritó.
—Mi poema maravilloso –dijo Chocano en carta que dirigió al diario aludido–, ha sido escrito para los espíritus selectos y no para la gente mediocre.
Y como en esa carta Chocano empleó frases descorteses para El Tiempo porque había apoyado «tan inaudita pretensión», éste se vio obligado a rechazar ciertas alusiones ofensivas. Y se entabló con tal motivo una nueva polémica en que por ambas partes se llegó al violento ataque personal. Yo no he visto antes de ahora [98] encono más directo y mordaz que el que produjo esa exaltada discusión periodística. Creo que nunca fue atacado Chocano con más apasionamiento, con más virulencia, con más inquina. Se llegó entonces a extremos verdaderamente rudos y también a un examen, por parte de la redacción de este diario, de la vida política en el extranjero, del poeta, cuando, con orgullo feliz, vivía en Guatemala al lado de Estrada Cabrera, sin dejar de cantar las glorias de Pancho Villa, a quien Chocano ha calificado aquí como «un tipo interesante que se acerca mucho al superhombre».
Hace poco más o menos quince días, el poeta Chocano hizo reproducir en el diario La Crónica un artículo escrito por el pensador mejicano don José Vasconcelos, ex ministro de Educación en su país, y que fue publicado en la revista La Antorcha, que él dirige en la capital de Méjico. Es un artículo no muy extenso, en el cual su autor, sin dejar de reconocer los méritos de Chocano, llegaba, sin embargo, a la conclusión, al ocuparse de sus actividades políticas, de que Chocano había dejado ya de ser un poeta para convertirse en un «bufón», tal cual ocurre también con el bardo argentino don Leopoldo Lugones, haciendo de paso esta salvedad: que mientras disculpaba en Chocano su «conversión» porque a ello lo obligaba urgentes [99] necesidades orgánicas, en Lugones, en cambio, era imperdonable su transformación porque sus condiciones económicas no le obligan a llegar a tales indecorosos extremos.
Pero el propósito de Chocano, al solicitar la reproducción del artículo de Vasconcelos, era para responder a éste en términos de un personalismo hiriente. Formuló cargos contra su contrincante en el orden personal, en el orden político, en el orden intelectual. La figura de Vasconcelos fue duramente atacada por Chocano, quien, resumiendo sus violencias, llegó a expresarse así:
—Vasconcelos, cualquiera que sea el aspecto de su vida, no es sino un simulador y un farsante.
Mientras Chocano, desde las columnas de La Crónica, seguía atacando, en largos y mordaces artículos, a Vasconcelos, la «Federación de los Estudiantes», que hace algunos meses proclamó al pensador mejicano como al maestro de la juventud, lo mismo que otras Federaciones de distintos países de Centro América, organizó en su local una actuación en honor de Vasconcelos. Esta actitud de los estudiantes violentó terriblemente al poeta Chocano, quien, perdiendo toda serenidad y control, publicó una carta contra la cual tuvo duros calificativos. Pero el señor Luciano Castillo, presidente de la [100] Federación de los Estudiantes, creyó conveniente responder al poeta en términos mesurados que revelaban su aprecio por su calidad de vate, pero su absoluta disconformidad con la ideología de Chocano.
Esta circunstancia dio origen a que en torno a la personalidad de Vasconcelos se promoviera entre uno y otro una polémica enérgica que desgraciadamente iba siendo cada vez más enconada. Y así, mientras por un lado se exaltaba a la figura de Vasconcelos, por otro lado se ponía a éste de oro y azul. Fue entonces que Chocano anunció la próxima publicación de un libro que titularía La escuela de los farsantes.
—En mi libro –anunció el poeta–, voy a desnudar moralmente a Vasconcelos.
Dado el grave giro que había tomado la polémica, varios escritores y artistas publicaron la franca declaración que dice así:
«Los escritores y artistas que suscribimos sentimos el deber de declarar nuestra solidaridad intelectual y espiritual con José Vasconcelos y nuestra profunda estimación de su obra de pensador y maestro.
Los que suscribimos esta declaración no apreciamos igualmente todas las actitudes mentales de Vasconcelos. Discrepamos de su pensamiento en algunos puntos. Pero reconocemos en [101] Vasconcelos a uno de los más altos representantes del espíritu y la mentalidad de América. Admiramos y saludamos todos en Vasconcelos, con igual ardimiento, al suscitador de nobles y grandes inquietudes, al asertor de una nueva fe, al agitador ideológico de la juventud iberoamericana.
Vasconcelos no necesita ser defendido de ataques que no traducen sino una represalia. Pero el silencio de quienes lo estimamos y comprendemos podría ser interpretado como un olvido si no como una defección. Por esto protestamos.
Lima, octubre de 1925.
José Carlos Mariátegui, J. A. Mackay, Lucas Oyague, Luis Berninsone, Eugenio Garro, Edwin Elmore, Manuel Beltroy, Jorge Guillermo Escobar, Emilio Goyburu, Carlos Velázquez, Luis Alberto Sánchez, Carlos Manuel Cox, Eloy Espinosa, Armando Bazán.»
La declaración anterior irritó aún más a Chocano, quien, sin guardar consideración alguna, se expresó despectivamente de los escritores firmantes, y a algunos de ellos, los menos destacados en el campo intelectual, los calificó de anónimos y para los cuales tuvo frases de burla. [102] Esto dio pretexto para que se generalizara la polémica y que Chocano fuera objeto de nuevos ataques. El poeta continuaba replicando a todos; y así parece que se sentía feliz, porque no cabe duda que esa clase de luchas le animan y le satisfacen. De ese modo él ve magníficas oportunidades para preocupar, alrededor de su persona, la atención pública.
El joven escritor don Edwin Elmore –uno de los firmantes de la declaración que ya se conoce– escribió un artículo atacando las ideas de Chocano, y lo llevó al diario La Crónica para su publicación; pero el director se negó a ello, exponiendo al autor las razones que tenía para proceder así.
Pero un redactor de La Crónica, que conocía el artículo de Elmore, le refirió a Chocano lo que ocurría y aun parece que le relató el exacto tenor de él. Parece que Chocano estimó ofensivos los conceptos que había emitido Edwin Elmore, pues llamó a éste por teléfono y se sostuvo un diálogo nervioso e hiriente por ambas partes.
—Todo lo que ahora me dice usted –respondió Elmore a Chocano– debe usted decírmelo personalmente.
Amigos íntimos del poeta Chocano afirman que éste reveló desde esos momentos una marcada exaltación de ánimo. Y asegúrase también [103] que Elmore deseaba encontrar a Chocano para castigar sus ofensas. Así transcurrieron dos días sin que nadie hubiese imaginado siquiera cuál iba a ser el fin de esta polémica.
Pocos minutos antes de las cinco de la tarde del día 31 de octubre llegó a la imprenta del diario El Comercio el poeta Chocano, dirigiéndose tranquilamente a la sala de redacción. En esos precisos instantes se encontraba allí el señor Elmore, que conversaba con un periodista. Al encontrarse ambos se produjo un rápido y violento cambio de palabras que degeneró en agresión. Afirma El Comercio que el señor Elmore sujetaba de la solapa, con una mano, al poeta Chocano, mientras que con la otra le golpeaba el rostro.
Las personas que presenciaban el lance no tuvieron tiempo de intervenir. De improviso el señor Chocano, que había logrado desasirse de su contendor, extrajo un revólver del bolsillo y disparó contra Elmore, el que se llevó ambas manos al lado izquierdo del abdomen y luego de varios segundos de vacilación salió andando de la imprenta hacia la calle. Un redactor, que entraba en ese momento, cargó en brazos a Elmore y en un automóvil lo condujo al Hospital Italiano, donde horas después fue sometido a una operación quirúrgica. Mientras tanto el poeta Chocano, presa de gran excitación nerviosa, [104] sostenía lucha con las personas que pretendían desarmarlo. La policía acudió inmediatamente y lo condujo luego al local de la Prefectura.
Un grupo numeroso de personas que se hallaba delante del edificio de El Comercio apostrofó al poeta cuando salió acompañado de la policía. Entonces Chocano, dirigiéndose a la multitud, le gritó así:
—Esas actitudes guárdenlas para Chile.
Pero fueron tan graves las heridas ocasionadas a Elmore, que éste murió cuarenta horas después de haberse realizado el hecho que acabo de referir.
El diario El Comercio, al dar cuenta de la tragedia, dijo que «ella había tenido una causa banal: es el triste epílogo de la polémica, habida por la Prensa, entre el señor Chocano y varias personas, con motivo de publicaciones que el señor Vasconcelos hiciera en Méjico contra el señor Chocano y éste en Lima contra el señor Vasconcelos.» Y agregaba en seguida: «No puede ser más lamentable lo ocurrido. El asunto no tenía, en realidad, ninguna importancia, y no se explica que haya podido enardecer las pasiones hasta el punto de provocar una tragedia.»
No fue, sin embargo, de la misma opinión el prestigioso escritor don Manuel Beltroy, quien, [105] contestando las apreciaciones hechas por El Comercio, dijo así:
«Para quienes entienden las opiniones expuestas con el criterio aludido, sin duda que la desgracia que nos aflige «tiene una causa banal»; pero nosotros, los solidarizados con Vasconcelos, no entendemos así lo ocurrido; antes bien, juzgamos que «la causa banal» no es sino la aparente; que no se ha tratado de una polémica personal, sino de un choque de principios. De haber visto en el debate producido una nueva cuestión personal tal vez nos habríamos abstenido de intervenir, pues harto sabemos que el temple viril de Vasconcelos le sobra para defenderse.»
Y luego, como para reafirmar más sus conceptos, agregó el señor Beltroy:
«En tal incidente hemos visto más: yendo al fondo de las cosas, hemos visto una lid ideológica, y nos hemos abanderizado, con todo interés y altura, bajo los principios que nos creímos obligados a defender por un indeclinable imperativo moral, cívico y humano. En Vasconcelos vemos al portaestandarte de doctrinas tan sagradas y fundamentales como las de la libertad política y civil, la igualdad social, la fraternidad entre pueblos hermanos, un idealismo trascendente que se cierne muy por encima de mezquinos intereses económicos y materiales y que [106] renueva el contenido de la vida, purgándolo de móviles egoístas y colmándolo con las aguas vivas del amor. Al lado de nuestro compañero salimos así al encuentro de autocratismos, imperialismos y sensualismos, formas todas del egoísmo y encarnaciones del mal. Somos, pues, defensores de una nueva fe y no atizadores de un pleito vulgar.
Si la causa real y verdadera que motiva esta nuestra actitud, de que nos sentimos orgullosos y en que persistiremos firmemente, sin que nada ni nadie nos arredre, porque tenemos conciencia plena de la obra social que cumplimos, «no tiene ninguna importancia», tampoco la tienen ni la vida y el honor de los hombres, ni la conservación y progreso de la sociedad.»
Esta tragedia sorprendió dolorosamente al señor Elmore en plena juventud y vigor intelectual. Era muy conocido y estimado en todos nuestros círculos culturales. Entre otros trabajos de bastante mérito había publicado «El esfuerzo civilizador», «El nuevo Ayacucho», «En torno al militarismo», «El españolismo de Rodó» y también muchos artículos diseminados en diarios y revistas de esta capital y del extranjero.
El señor Elmore fue el iniciador de la idea de realizar un Congreso Iberoamericano de Intelectuales, idea que expuso en una reunión a la [107] cual asistieron todos los intelectuales que habían llegado a Lima con motivo del Centenario de Ayacucho y estaba planteando una nueva sesión de intelectuales peruanos para tratar de mismo asunto.
Armando Herrero
Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore
Agencia Mundial de Librería, Madrid 1926, páginas 95-107.