Filosofía en español 
Filosofía en español


I

Crónicas retrospectivas (Recuerdos de la segunda mitad del siglo XIX)

No teman ustedes que vaya a escribir mis Memorias.

Este género de literatura está completamente pasado de moda, y a todo el que escribe Memorias dan ganas de decirle: «¡Expresiones!»

Como la sociedad no se compone sólo del elemento joven, que mira al porvenir, para muchos pueden tener interés estos recuerdos, en los que ha de haber algo que, no solamente intrigue –reminiscencias del año 50,– sino que hasta apasione.

Pero tengo que presentarme a ustedes, y en este primer artículo decir en qué me fundo, para sostener que puedo recordar la vida nacional de los últimos cincuenta años.

Conozco el periodismo casi desde los tiempos de D. Andrés Borrego; es decir, conocí al Conde de San Luis haciendo sueltos para el Heraldo; a Corradi, todavía buen mozo, aunque de edad provecta, dirigiendo El Clamor; a Fernández de los Ríos, haciendo Las Novedades y El Eco de los Folletines; a Santa Ana, cuando no había principiado La Correspondencia; a Coello, fundando La Época, donde empezó a escribir Escobar; a éste cuando arrendó La Correspondencia durante la guerra de África.

Por entonces Fabié no había saludado todos los conocimientos humanos, y la mayor parte de la pléyade de periodistas jóvenes de hoy, mamaban, habiendo algunos que continúan dedicándose a esta misma operación, en su viril edad.

Mellado, el editor, publicaba un periódico titulado El Museo Pintoresco.

Más tarde, Gaspar y Roig hizo El Museo Universal, y se publicaban a real la entrega, Los tres mosqueteros, El collar de la reina y Los monfíes de las Alpujarras.

No había ferrocarriles; para ir a San Sebastián a tomar baños, precisaba encargar los billetes con tres meses de anticipación; las gentes paseaban por el Prado, donde había un sitio que se llamaba el paseo de «París». La suprema influencia política era la Reina madre, doña María Cristina; Salamanca, el banquero de moda; Espartero, un semidiós; el general San Miguel, un honrado progresista, y llevaban la batuta del partido moderado, Seijas Lozano, Arrazola, Armero, Mon y Pidal y Pidal y Mon.

Soy ya muy viejo: he sido diputado con Martínez de la Rosa; he sido director de periódico veinte años antes que Ferreras; cuando yo hablaba en el Congreso. Abascal tenía un taller de cantería; Romero Robledo era un pollo asiduo a las tertulias de Fariñas; D. Ramón Narváez no se había quitado todavía la peluca; Alonso Martínez hacía papeles de galán joven en Burgos; Barzanallana era director y se sabía de memoria las Ordenanzas de Aduanas, y todas estas gentes, por sus méritos, que reconozco, han llegado a grandes posiciones, y yo me contento con ser portero del Observatorio y empleo mis ocios en escribir recuerdos.

Estoy, pues, hecho un Mesonero, aunque valiendo mucho menos; he visto al conde de Vistahermosa entrar, después de la batalla de Vicálvaro, por la calle de Alcalá, lanza en ristre, cuando esta hazaña le valió el sobrenombre de «Longinos»; conocí a Blasser; vi Madrid erizado de barricadas el 48 y el 54; recuerdo que Lersundi entró en la Plaza Mayor, cuando se pronunció el regimiento de España; vi el retrato de Espartero entre dos velas, a guisa de imagen; me acuerdo de las Constituyentes del 55 y de El Tribuno, que dirigía D. Alejo Galilea; vi a Sagasta, siendo comandante de Bomberos de la Milicia Nacional, desalojar el teatro Real el año 56, ante las intimaciones de los cazadores de Madrid; asistí al nacimiento de la Unión Liberal, cuando Rodríguez Correa era gacetillero de El Contemporáneo y Hazañas un personaje político de primera fuerza.

Conocí después el partido moderado en el poder, y luego a la Unión Liberal; traté a varios resellados, y vi el 22 de Junio, y lo de San Gil, y lo de Pierrard, y me acuerdo de la muerte del general Manso en Huesca, y de la de D. Ramón, y de la Revolución del 68.

Vi a Amable Escalante entregando al pueblo las armas del Parque; y recuerdo la venida de D. Amadeo, y sus lacayos encarnados, y la manera que tenía de saludar; tengo muy presente el nacimiento de la guerra carlista, y he conocido a Lirio y a Morales, y a Iparraguirre, Cucala, Saballs, Santés y Cruz Ochoa.

Vi a Roque Barcia entrar en el cantón de Cartagena y a Salvoechea en Cádiz; me acuerdo de la entrada de los francos en Madrid; con Pavía almorcé la mañana del 3 de Enero; y cuando la Restauración era ya alfonsino.

He conocido a Romero Robledo revolucionario; a Ruiz Zorrilla, simplemente progresista; a Echegaray, dando lecciones de matemáticas; a Moret, haciendo discursos en la Bolsa; a Becerra, furibundo patriota; a Gasset y Artime fundando El Imparcial; a todos los húsares, en estado de crisálida; a Bañuelos buen mozo, y casi joven a Barrutia.

En literatura, he asistido a los estrenos de Rubí y de Ayala; he visto inaugurarse la Zarzuela; conocí a Selles cuando escribía en El Año 61; Fernanflor era un pollo tan delgado que, comparado con lo que fue, resulta hoy un atleta. En fin, que de puro viejo, soy un petate.

Pero he rodado mucho por Madrid.

Desde las reuniones del café del Iris, a que asistía Bona, hasta la «Farmacia»; he conocido a todos los economistas y a todos los autores, desde Ayala a Santero; he visto el Liceo Piquer y la casa de María Buschental; he comido en Fornos y en el Caballo Blanco; conocí y conozco todas las empresas de ferrocarriles, desde el Norte de España a León Cappa; todos los arquitectos, desde Colomer hasta Villajos y el Marqués de Cubas; todas las actrices, desde Matilde Diez a la Guerrero; todos los constructores, desde Grimaldi a Mariano Monasterio; todos los sombrereros, desde Beiras a Villasante; todos los zapateros, desde Estruel hasta Cayatte; todos los sastres, desde Utrilla a Muñoz; todas las mujeres galantes, desde la «Corredera» hasta la Trini; todos los médicos, desde Argumosa a Simarro; todos los agentes de cambio, desde Bengochea hasta Laá; todos los poetas, desde Nicasio Gallego hasta Fernández Shaw.

En la Academia de Jurisprudencia he conocido presidentes, desde Moyano hasta Gamazo, y he asistido a la Cacharrería del Ateneo y al Bilis Club. Sé de memoria todos los escondrijos del Congreso, y eso que no era diputado el 3 de Enero; he cazado en Los Llanos y en Viñuelas; he ido al baile de trajes de Medinaceli y bailado polkas íntimas en Capellanes; conocí a Joaquín Marraci, a Cúchares, y a Eusebio Blasco, y tuteé al Emperador del Brasil.

Conozco la cuesta de Ramón y la de los Ciegos; tuve una novia en la calle del Cristo; fui amigo de Bravo Murillo y trato a Gamazo.

Vi la capa de Jiménez Delgado y el carrik de Cañamaque; los gabanes de verano que gastan en invierno algunos senadores; conocí a Rolland antes de ser banquero; asistí a la fundación de la Asociación científica; voy al Círculo Mercantil y a los bailes de Palacio; tengo barrera en los toros y butaca gratis en el Real; en el Veloz le he debido al portero; pertenezco a la Juventud católica; he sido conspirador, contratista de tranvías, alto funcionario y en la actualidad limpio telescopios, y me parece que podré dar a ustedes algún detalle de lo que podríamos llamar vida interna y anecdótica de la corte de España.

Tengo un arsenal muy curioso; conservo una colección de El Murciélago, periódico clandestino, que se publicó cuando el primer Duque de Tetuán se llamaba Conde de Lucena; tengo un ejemplar de la comedia de Rubí Fray Morcillo; conocí a Meneses, no el de la plata, sino al Duque de Baños; me acuerdo del incendio de «Las Incurables»; recuerdo la época en que los Madrazos debieron la base de su influencia a ser la única familia que hablaba francés correctamente; he oído óperas en el Teatro de la Cruz; he comprado en la Tienda Monstruo y en la del Ángel; vi a Prim brindar con una ponchera a la puerta del café Suizo, cuando entraron las tropas vencedoras de África; me acuerdo de la forma en que entró el Conde de Cheste en el Congreso, cuando fueron los generales desterrados a Canarias; tengo muchos detalles de los trabajos preparatorios de la Restauración, desde lo que se fraguaba en el chateau de Enrique IV en Pau, hasta el acto de abdicación de la Reina Isabel.

De estos trabajos, sobre los que no tengo noticias que se haya escrito nada, poseo datos curiosísimos del tiempo en que estuvieron encargados de ellos, Calonge, el Conde de Cheste, Lersundi, Gasset –que lo estuvo poquísimo,– el general Reina y, por último, Cánovas con Salaverría.

Sé cómo se hizo la Restauración, y al lado de todas estas noticias políticas, tengo curiosos recuerdos de Desperdicios, y asistí a la amputación de la pierna del Tato, y no ha habido suceso, ni grande ni chico, del cual no tenga alguna idea, porque tengo el talento de los tontos: la memoria.

Voy con el siglo{1}, frase que se acaba, porque nos acabamos los que podemos usarla, y antes de morirme o de acabar de chiflarme por completo, quiero trasladar al papel algunos episodios, que no sé si estarán bien escritos, pero que están vividos.

——

{1} Estas crónicas se han escrito en 1899.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 1-9.)