XIII
Historia de los teatros por horas.– El café del Recreo.– Variedades, Vallés, Lujan y Riquelme.– Apolo y Novedades.– Lara.–El teatro de la Zarzuela.– El teatro de la Comedia.– La Princesa.– El Jardín del Retiro.
Ya en 1860 empezaban en Madrid los teatros cafés, unos en barrios extremos y algunos céntricos, como el que había en la calle del Carmen, en el espacio que hoy ocupa la casa núm. 8.
Existían además el de Colón, el de los Artistas, creo que en la calle de Santa Bárbara (en éste trabajó Mesejo padre); el de San Joaquín, en la calle de Fuencarral, y el del Sur, en la plaza del Progreso. Tenían escenarios muy reducidos, y sin embargo, se representaban piezas, zarzuelas, dramas y hasta comedias de magia.
Actuaban artistas de la escala de reserva, y jóvenes aficionados, algunos de los cuales han alcanzado después puestos preeminentes en teatros de primer orden, como, por ejemplo, Mercedes García, hermosísima primera actriz del Español, del 82 al 83, que procedía de los teatros de café.
Estos escenarios, en los que alternaba el arte clásico con los taponazos que al descorcharlas lanzaban las botellas de cerveza, fueron, en mi opinión, lo que podríamos llamar el protoplasma de los teatros por horas.
Pero el verdadero origen está en el teatro café del Recreo, que estaba en la calle de la Flor Baja, núm. 1, y que empezó a actuar a fines de Septiembre del 66, con una compañía de aficionados, en la que figuraban Vallés, Luján y Riquelme; Riquelme y Vallés habían pertenecido al arte de imprimir, profesión cultísima, de donde han salido muchos escritores y muchos artistas.
Como no conozco ejecutoria más noble que el trabajo honrado, ni nada más hermoso que haberse hecho a sí propio la carrera, sin deberla a la cuna ni a las recomendaciones, no vacilo en consignar el origen de estos distinguidos artistas, que como Juárez, también en el teatro, Matoses y Flores García en las letras, y muchos otros, se han debido a sí mismos la envidiable situación que han alcanzado. Luján, el incomparable actor cómico, era hijo del cabecilla apodado Potaje, famoso en la primera guerra civil, y había sido carpintero.
Muy pronto se enteró Madrid del notabilísimo trabajo de estos artistas, que me parece inauguraron con Las Indias en la Corte, y no era sólo el barrio, sino todos los aficionados los que iban a aplaudirles.
El inspirado Vallés, indiscutiblemente uno de nuestros primeros actores, y el que más recuerda a D. Julián Romea, pasó el 68 a Jovellanos; quebró la empresa y volvió al Recreo, y el año 69, asociado con Luján, Perico Fresno y me parece que con Calmarino, tomó Variedades, donde no había vuelto a haber espectáculos desde la salida de Arderíus. Allí fue donde realmente empezaron los teatros por secciones, porque el Recreo era un teatro café, sin dividir; se tomaba café y se estaba toda la noche.
La inauguración de Variedades creo que fue por Septiembre del 69, y me parece que se estrenó con una obra que se llamaba El disfraz.
Variedades tuvo gran éxito, y como es natural, sobre todo en España, empezaron a salirle competidores, entre otros, Calderón de la Barca, que estaba en la calle de la Madera Baja; Bretón, en la de Fuencarral; Luzón, en la travesía del mismo nombre; Romea, en la calle de la Colegiata; España, en la plaza de la Paja; Jardines Orientales, en la calle del Barquillo; La Risa, en la de los Estudios; Eslava y Martín, y algunos más.
Entonces no eran los teatros por horas lo que son hoy, y aunque la butaca costaba un real por sección, había compañías organizadas con dama, galán, dama y galán jóvenes, graciosos, barba y característica, y se representaban obras estrenadas en los grandes teatros, y hasta dramas en tres actos, uno en cada sección.
En un beneficio de Vallés he visto Don Francisco de Quevedo, y en una inauguración de Eslava, en Septiembre de 1877, en la que por cierto hubo un incendio, he visto Luz y sombra.
El éxito colosal que tuvo la empresa de Variedades conmovió a los grandes empresarios, y Catalina, para hacer competencia a aquéllos, del 75 al 76, rebajó los precios de las localidades, hasta el punto de que la butaca costaba ocho reales por la noche y cinco por la tarde.
Pero la competencia con Variedades era imposible. Se había formado un cuadro de compañía con Vallés, con Luján, con Riquelme, con la Espejo, con Rochel, con una característica gorda, de cuyo nombre no me acuerdo, pero que era una delicia en algunos papeles; por aquel escenario han pasado la Perlá, Carceller y tantos otros de indiscutible mérito, que puede afirmarse que, por espacio de mucho tiempo, el teatro de Variedades ha sido en Madrid algo así como el Palais Royal en París.
Allí se han estrenado revistas de grandísima boga, y piezas y sainetes del saladísimo Ricardo de la Vega: Los baños del Manzanares, El tío Maroma, La abuela, acerba crítica del teatro de Echegaray, en cuyo estreno me parece que Mariano de Cavia pronunció un discurso desde una butaca; y el teatro de Variedades, repito, implantador del género del teatro por horas, era frecuentado por lo más selecto de la sociedad. El Casino y el Veloz tenían cada uno un palco, y allí se presentaban los sportmen de la época con corbata blanca, chaleco escotado y pechera almidonada, aunque no tan brillante como la que gasta el duque de Almodóvar.
También Ricardo Morales explotó en Apolo y en Novedades la división, no en cuatro, sino en dos partes, representando en cada una tres actos.
Lara, que creo que se abrió del 80 al 81, empezó a contratar, a pesar de ser teatro por horas, artistas de gran cartel; además de alguno de los notabilísimos que hoy tiene, han pasado por allí artistas de grande y merecido renombre.
Los teatros por horas han sido un elemento civilizador, aunque su organización especial ha impreso una gran monotonía en el trabajo, en términos que un solo actor en Lara ha estrenado en un solo año nueve tíos que venían de América, cinco creyendo soltero al sobrino que se había casado, y cuatro teniendo por casado al sobrino que estaba soltero.
Como en mi variadísima existencia, una larga temporada de mi vida fui traspunte, recuerdo muchas cosas del teatro, que tengo que decir sin orden ni concierto.
Sé, por ejemplo, que desde el año 68 no había función segura en el teatro que dirigía Catalina, porque Casañer era Comandante de voluntarios de la libertad, y abandonaba con frecuencia a Talía por Marte; me acuerdo que hubo fiebre de can can, y que Ramos Carrión, en el estreno de Madrid a Biarritz, le dijo al público (por cierto el 24 de Diciembre del 69):
Se dice, amado público,
que sólo aplaudes ya
un baile patológico
que llaman el can can.
Calumnia tan estúpida
forzoso es rechazar,
y este viaje cómico
acaba sin can can.
Tengo muy presente cómo se abrió Apolo en el 73, con un abono inmenso, y sin embargo, Catalina quebró, después de perder 18.000 duros; me acuerdo de la noche en que reapareció en la escena Pepita Hijosa con La niña boba; fue por Octubre del 79, y aquella misma noche debutó en Madrid Pepe Albarrán; me consta que las cuatro últimas tonadillas estrenadas en la Corte han sido Los amantes de Rosita y La venta del Enano, de Eduardo del Palacio; La venta del Pillo, de Pepe Estremera, y Un loro y una lechuza, de Mariano Fernández y Barbieri.
Y ya que estoy con la pluma en la mano, hagamos un poco de zarzuela retrospectiva. Se abrió en 1856; Rivas construyó el teatro, y fueron propietarios y empresarios Olona, Gaztambide, Salas y Barbieri. El primer año de explotación no fue bueno, en términos que se decía: «Jaula nueva, pájaro muerto», refiriéndose a las pingües ganancias antes logradas con el mismo género en el Circo.
Se estrenaron Los Magyares, con un éxito excepcional; tres meses estuvo el teatro lleno, a pesar de que Pedro Antonio Alarcón escribía en La Época sus famosos artículos contra las zarzuelas; y hasta el 62, en que Olona, muy enfermo, se fue a Cataluña, el negocio fue brillantísimo.
Por el escenario de la Zarzuela han pasado artistas de indiscutible mérito; Salas, que había cantado ópera, que era un barítono admirable, que en Jugar con fuego, El pleito y tantas otras obras, ha apasionado a una generación; Obregón, barítono también, que ha cantado El juramento, El grumete, El diablo en el poder, y otras, de admirable manera; González, Font, Sanz y otros tenores, principalmente este último, que dislocaba en El postillón de la Rioja y en muchas otras; Calvet, siempre haciendo príncipes, moviendo los ojos con aire de traidor, y equivocándose con un salero que no ha tenido igual en los actores españoles; Galbán, tenor cómico de mucha gracia; Cubero, barítono, bajo o tenor, según los casos; Salces, tenor serio, y muchos otros como actores y como cantantes, han sido muy ovacionados por la generación que fue… que fue joven, porque por lo demás todavía es.
Pero con ser todos estos artistas tan notables, ninguno ha igualado en boga y en ser el alma de la zarzuela, a Vicente Caltañazor.
Tres generaciones le han aplaudido con entusiasmo, y en Los Magyares, en Estebanillo, y principalmente en El loco de la buhardilla, ha hecho primores de arte y de gracia. Nadie le ha igualado en finura, y los que le recordamos en el Antón del Grumete y en el proverbio de Serra Nadie se muere hasta que Dios quiere, podemos afirmar que, como no ha habido otro Romea en la comedia, no ha habido otro Caltañazor en la zarzuela.
La Santamaría, la Mora, las Di-Franco, la Murillo, la Ramírez, la Ramos, la Bernal, la Montañés y muchas otras que no recuerdo ahora, llenaron su tiempo, y sin que se ofendan los y las que ahora actúan, hay quien siente la nostalgia de aquellos artistas.
El público era también muy bonachón: era de ver cómo aplaudía cuando cantaban:
«Milicianos españoles,
que son buenos porque sí»
Y cómo se entusiasmaba con redondillas parecidas a ésta:
«Dice Nicolás Horacio,
el único zapatero
que sabe el pie verdadero
de las damas de Palacio.»
Con recuerdos del teatro de la Zarzuela se podría hacer un libro y un libro interesante. Serra, Camprodón, Ventura de la Vega, García Gutiérrez, Ayala y hasta Corradi, han hecho zarzuelas; y Barbieri, Gaztambide, Oudrid, Arrieta, Caballero, Cereceda y muchos maestros importantes escribían la música, y por aquel salón de la Zarzuela, que algunos llaman el patio del Saladero, han desfilado todos los ingenios de aquel tiempo.
El pobre Eduardo Saco, cuyo desequilibrio entre sus aptitudes y sus medios le produjeron una vida difícil y una muerte prematura, pero que era un escritor de grandísimo ingenio y de una gran cultura literaria, escribió en El Heraldo unos artículos titulados «El saloncillo de la Zarzuela» y a ellos remito a los lectores que deseen muchos detalles y mayor conocimiento de la materia.
También el teatro de la Comedia tiene su parte retrospectiva.
Lo construyó Silverio, y se abrió en 1875 para que lo estrenaran Matilde Diez y Catalina; pero deshecha la compañía que formaban, se pensó en que explotasen el teatro Mario y Arderíus, aunque este último, ilusionado con el éxito que había tenido en La vuelta al mundo, renunció al nuevo negocio.
Hay quien dice que Mario pensó explotar el teatro por horas; pero la Prensa, los autores y el público le decidieron a lo contrario, y en la temporada de 1875 a 76 se abrió la Comedia, y entonces la butaca costaba diez reales y el espectáculo constaba de cuatro actos y un baile.
Formaban la compañía la hermosísima Carmen Genovés, Lola Fernández, Emilia Ballesteros, Soledad Morera, Balbina Valverde, Emilia Sanz, Mario, Zamacois, Sánchez de León, Aguirre, Ballesteros, Viñas y algunos otros. El primer año no fue de gran resultado, hasta que se estrenó La fiesta del hogar, inocentísima comedia de Álvarez y Puente y Brañas, muy bien puesta en escena y maravillosamente representada.
Hasta el año 79 siguió cultivándose únicamente la comedia ligera, reforzándose la compañía con Julianito Romea y Rubio, y principalmente con la eminente María Tubau, que fue el alma de aquella casa, y que en cuantas obras tomó parte cautivó al público, como ella sabe hacerlo, en lo cómico y en lo dramático.
Allí conoció María a Ceferino Falencia, que por entonces tampoco tenía pelo de barba ni de tonto, lo mismo que ahora, y en El cura de San Antonio, Cariños que matan, El guardián de la casa y otras obras del inspirado autor de La charra y de Nieves, hizo María verdaderos primores.
Hoy la feliz pareja explota el teatro de la Princesa, que aunque tiene poca parte retrospectiva, porque es de ayer, ha de darme ocasión a decir algo en otra crónica.
Cuando la Valverde y Romea abandonaron la Comedia, Mario contrató a Zamora, a Reig, a Ricardo Guerra y a Carmen Fenoquio y empezaron a estrenarse obras dramáticas como Un grano de arena, de García Gutiérrez, y ya el 83 se dio mayor extensión a lo serio con Demi-monde y Las vengadoras, del ilustre Sellés, al estreno de cuya obra fueron muchas señoras, exclusivamente con el objeto de que las vieran levantarse, ruborizadas por el espectáculo.
Del 84 al 85 entraron a formar parte de la compañía de la Comedia la señora Mendoza Tenorio y Miguel Cepillo y nos dieron aquel Amigo Fritz, una de las mayores creaciones del gran Mario y del inteligentísimo Cepillo.
Del 86 al 87 estuvo Mario en la Princesa y nos dio Dora, La donación del colono, Un archimillonario, El diputado por Bombiñac, La fiebre del día, Margarita y Lola.
El 87 volvió Mario a la Comedia, siendo el gran actor de siempre, el director inteligente, el irreprochable caballero y hombre de mundo; del 87 acá nada he de decir, porque ya no sería teatro retrospectivo.
Pero, de añadidura, diré a ustedes dos palabas sobre las zarzuelas representadas en el Retiro, cuando todavía era empresario el inolvidable Felipe, y dejaremos para otra crónica el Español y la Princesa, y con esto bastará de teatros, y después de decir dos palabras sobre la Sociedad «La Farmacia», volveremos a la política y al arte, hasta el día de la muerte de Alfonso XII, en que cerraré estas crónicas retrospectivas.
En el teatro del Retiro, la Rivas, Carceller, la Perlá, Campoamor, Pepe García y otros actores han hecho primores de ejecución en El Príncipe lila, y principalmente en Los cuatro sacristanes, donosísima revista de Ricardo de la Vega hecha con una gracia inimitable, y cuyo éxito fue verdaderamente extraordinario.
Los Jardines del Retiro eran entonces un encanto.
Fornos nos regalaba el estómago y Botesini el oído; los jóvenes de la época cantábamos el coro:
Chispón, chispón.
………
Deja que fú, deja que fú.
Y aquello de
Aquí nos tienes ya, bella Conchita,
por más que no te agrade la visita.
Eran unos hermosos tiempos; llenábamos por la noche los Jardines, y al salir de ellos nos encontrábamos con que el Marqués del Duero había muerto en una acción; los billetes de los toros estaban más altos que los del Tesoro, y… esta crónica va siendo más larga que la esperanza de un carlista; basta por hoy.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 149-163.)