Filosofía en español 
Filosofía en español


XVII

Otra, vez en Madrid.– Gobierno provisional.– Las Constituyentes.– Candidatos al trono.– Desórdenes.– 22 de Marzo.– Regencia del duque de la Torre y proclamación de la Constitución.– Guerra carlista.– Sociedad y teatros.

Mientras en París se desarrollaban los acontecimientos de que me he ocupado en la crónica anterior, y algunos otros que vendrán a su tiempo en crónicas sucesivas, se constituyó en Madrid el Gobierno provisional, del que del 69 al 71 fueron Presidentes el duque de la Torre, Prim y Topete; Ministros de Estado Lorenzana, Silvela (D. Manuel), Becerra, Martos, Sagasta y Topete; de Gracia y Justicia Romero Ortiz, Martín Herrera, Ruiz Zorrilla, Montero Ríos y Figuerola; de Guerra, Prim y Topete; de Hacienda, Figuerola, Ardanaz y Moret; de Marina, Topete, Prim, Beránger y Antequera; de la Gobernación, Sagasta, Ruiz Zorrilla y Rivero; de Fomento, Ruiz Zorrilla y Echegaray, y de Ultramar, Ayala, Topete, Becerra y Moret.

Las Cortes Constituyentes duraron desde 11 de Febrero de 1869 hasta 2 de Enero de 1871, y fueron Presidentes Rivero y Ruiz Zorrilla.

Fue Secretario de aquellas Cortes Celestino Olózaga, joven muy culto y simpático, antiguo amigo y compañero de mi amo. ¡Pobre Celestino! Llamado a un gran porvenir por muchas razones, murió en un duelo ocurrido con un motivo pequeño, y el vizconde de la Jara, sportman americano, muy conocido por aquellos tiempos, tuvo la desgracia de matarlo.

Mariano Plazaola fue uno de los padrinos, y la impresión que el lance produjo en todas las clases sociales fue tremenda.

El Gobierno provisional pensó, desde el primer momento, en un candidato para el trono de España, y las impaciencias de algunas fracciones, las luchas en el seno del Gobierno, la ambición individual, sobreponiéndose al sentimiento patrio, produjeron los comienzos de la guerra carlista.

En Enero de 1869, Ruiz Zorrilla, que era Ministro de Fomento, concibió y llevó a cabo un proyecto de incautación de algunos objetos que poseían las iglesias.

El decreto se publicó el 18 de Enero, y por cierto decía: «El día 25 de Enero los Gobernadores civiles se personarán en las poblaciones en que existan iglesias, etcétera.» Puede calcularse por este párrafo la precipitación con que se redactaría, puesto que en él se supone que podría haber poblaciones en que no hubiera iglesias; este decreto, que produjo el asesinato del Gobernador de Burgos, la falta de unidad en el Gobierno, la sublevación de Cádiz, los acontecimientos de Málaga del 1.º de Enero del 69, el lanzamiento de las religiosas concepcionistas de Aranjuez y algunas otras causas, avivaban el deseo de establecer un Gobierno definitivo, pues aunque el Ministro de la Gobernación decía en una circular «que los levantamientos del Puerto de Santa María, de Cádiz y de Málaga, y las conspiraciones descubiertas en Pamplona, Burgos y Barcelona, obedecían a maquinaciones del poder reaccionario, que astutamente se valía del elemento demagógico para sembrar el desorden en la Nación»; aquellos gobernantes comprendían la necesidad de hacer algo definitivo.

Los candidatos al Trono fueron: D. Fernando de Portugal, el Príncipe Hohenzollern Sigmaringen, el Duque de Montpensier y últimamente el Duque de Aosta.

D. Fernando de Portugal, que vivía en Cintra de la Penna, residencia de una belleza tal que sólo tiene comparación con la Alhambra de Granada, y donde, según aseguran las crónicas, se buscaba también algunas compañías muy agradables, no tuvo grandes deseos de aceptar el Trono, y sus partidarios, que soñaban con la unión ibérica, no lograron su objeto.

La candidatura del Príncipe Hohenzollern tuvo gran resonancia en la política europea.

El pueblo español, y singularmente el pueblo madrileño, no eran afectos a candidaturas extranjeras.

Además, la dificultad de pronunciar el apellido del referido Príncipe servía de chacota al buen pueblo de Madrid, que en lugar de pronunciar Hohenzollern Sigmaringen, solía decir:

–«Olé, olé, si me eligen.»

A pesar de la forma festiva con que el público español trataba esta candidatura, fue la que dio lugar a la guerra franco-prusiana por arrogancias de los franceses y por intemperancias diplomáticas.

El Duque de Montpensier, que desde el principio de la Revolución tuvo aspiraciones al Trono español, contó con muchos partidarios; publicaron la biografía de este Príncipe, y La Correspondencia, o por aquel tiempo o después, y vuelvo a repetir que no escribo historia, hizo un artículo diciendo: «Nos gusta Montpensier porque esto, y porque lo otro», y así muchos párrafos que todos principiaban «porque», lo que dio lugar a un periódico satírico a que dijese:

Me gusta Montpensier por qué y por qué,
y por otras cositas que diré.

Porque está sin bandera la Nación,
y Montpensier, al fin, es un pendón.

Así se escribía por aquellos tiempos.

De la candidatura del Duque de Aosta, que luego fue D. Amadeo de España, no es este momento de ocuparse; ya vendrá a su tiempo al hablar de este reinado.

Las Cortes Constituyentes se abrieron el 11 de Febrero, y aquél día, con motivo de la apertura y de haber sonado un tiro, hubo carreras, sustos y alguna cosa más, y una parte del país opuesta a todo candidato extranjero, empapeló las calles de Madrid con unos carteles que decían: «¡¡¡Españoles!!! Para que sea una verdad que conservamos la honra, nombremos jefe del Estado a D. Baldomero Espartero. Este es el hijo honrado del pueblo; el que la mayoría del país quiere que sea por segunda vez el pacificador de España; él ha dicho en todas épocas: ¡Cúmplase la voluntad nacional! –Todo con él; nada con extranjeros.»

La tranquilidad se restablecía muy difícilmente, y las manifestaciones estaban a la orden del día; el 22 de Marzo de 1869 –me parece que lo estoy viendo– unas dos mil mujeres se dirigieron a las Cortes Constituyentes pidiendo la abolición de las quintas: las dirigía un joven, cuyo nombre no recuerdo, que tomando una actitud valiente, y subiéndose a uno de los pedestales en que posteriormente se han colocado los leones de bronce, principió su discurso acusando a los diputados «de fariseos políticos, que convertían el santuario de las leyes en cueva de lobos aduladores y hambrientos», y pidiendo a voces que se abrieran para el pueblo las puertas del Congreso. Aquello se iba poniendo serio, y Castelar, el hombre que ha pasado su vida estableciendo corrientes de verdadero patriotismo, se dirigió a la muchedumbre y logró que las manifestantes se fueran hacia el Prado.

Un detalle curioso: la Comisión de señoras que pedían la abolición de las quintas, pasó un Mensaje al Presidente del Congreso, Mensaje que decía así: «La Comisión de señoras que piden la abolición de las quintas, solicita de la Asamblea permiso para entregar en su solemne sesión la súplica escrita que eleva a la misma, esperando de su caballerosidad respuesta inmediata a la manifestación que espera en la puerta. –Por la Comisión, Dámasa Ronda

Rivero las recibió, manifestándolas que el Ayuntamiento, para enjugar lágrimas, había ya destinado una cantidad respetable para redimir a los soldados madrileños.

En Junio de aquel mismo año se procedió a la jura y proclamación de la Constitución y al nombramiento de Regente del Duque de la Torre. En la sesión extraordinaria del domingo 6 de Junio se verificó la proclamación de la Constitución democrática de 1869. Llano y Persi, que era Secretario de las Cortes, se dirigió al inmenso gentío que poblaba la plaza y leyó la primera parte. Carratalá, que también era Secretario, le reemplazó leyendo la segunda, y después de varios vivas, los Diputados volvieron al salón para tomar juramento al Duque de la Torre. Éste hizo un discurso, otro el Presidente de la Cámara, y después se abrazaron ambos personajes.

Con esto quedó establecido el Poder Ejecutivo y comenzó un periodo de cierta normalidad, y al llegar al tercer aniversario del 22 de Junio, de que me he ocupado en anteriores crónicas, se verificó una manifestación enorme que, por la calle del Arenal, Puerta del Sol y calle de Alcalá, se dirigió a las tapias de la Chilena, donde se habían verificado los fusilamientos de los sargentos; se levantó allí una tribuna y el movimiento empezaba a tomar caracteres alarmantes, cuando Castelar, con uno de sus admirables discursos, logró disolver la manifestación.

El 30 de Junio del 69, D. Carlos lanzó su programa en carta dirigida a su hermano D. Alfonso, y puede decirse que allí comenzó la realidad de la guerra carlista.

Y mientras ocurrían todas estas cosas, se verificaba con fausto el bautizo del hijo de los Duques de la Torre; el presbítero Romero lanzaba en Málaga proclamas en las que decía: «Morir hoy, es vivir como los mártires de Cádiz.» Se estrenaba en los Bufos una zarzuela titulada El viejo Telémaco, de Pina y de Santana, y el público aplaudía a rabiar a la Hueto y a Orejón.

La literatura no estaba ociosa, y en el beneficio del actor Tamayo se estrenó El honor de una mujer, de Mozo de Rosales; y dos piezas, Un huésped inesperado y Huyendo de un gastador, viéndose muy concurridos todos los teatros.

En el Español se hacían Los primeros amores, comedia admirablemente arreglada por Bretón de los Herreros; se estrenaba El matrimonio secreto, de Hurtado, y un proverbio de Selgas, titulado La barba del vecino.

Novedades ponía a diario El desenlace de un drama; los Bufos, El castillo de Toto, El becerro de oro y A la puerta del cuartel; y los Catalinas, la Cairón, Mariano Fernández, Castilla y algunos actores que todavía viven, a pesar de los acontecimientos que se desarrollaban durante el día, solían ver los teatros llenos por la noche.

Para que hubiera de todo, me parece que por Marzo estalló un horroroso incendio en el cuartel de Guardias, y entonces, como ahora, se puso de manifiesto que en Madrid no ha habido nunca servicio de incendios.

El aspecto público era curiosísimo, y más que una capital parecía un campamento. Había milicianos con toda clase de uniformes, hasta zuavos; se fundó el Círculo Moderado, que presidía Carramolino y que estaba en la calle de Atocha, y allí, Moyano, Bremón, Concha Castañeda, Collantes, Avilés y otros muchos comenzaron a levantar la bandera de la Restauración.

Este Círculo se fundió después en el de la Unión Liberal, de la calle del Correo, y ya comenzaron las anchas bases para el movimiento restaurador; y eso que todavía hubo mucho terreno que andar desde la calle de Atocha hasta Sagunto.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 201-210.)