XVIII
La interinidad.– Duelo entre el Infante D. Enrique y el duque de Montpensier.– La partida de la porra y el Casino carlista.– Los teatros en 1870.– Ley de elección de monarca y abdicación de Doña Isabel.– En Italia.– Asesinato del general Prim.
El año de 1870, último de la interinidad española, fue abundoso en acontecimientos.
Las corrientes favorables a la Restauración en la persona de D. Alfonso, que iban acentuándose en el país, determinaron al Gobierno a buscar a todo trance un candidato para el trono de España.
Ya Prim había pronunciado en el Congreso aquella célebre frase, «jamás, jamás, jamás», y el 17 de Enero de 1870, firmada por Castelar, Figueras, Damato, Quintero, Chao, Moreno Rodríguez y Sánchez Rubio, se presentó una proposición excluyendo y declarando inhabilitados a todos los individuos de la familia de Borbón para el trono de España. El tiro no iba sólo a Don Alfonso, sino muy principalmente al duque de Montpensier, que tenía muchos partidarios en la Cámara, y que, sin embargo de esto, se presentó diputado por Oviedo y salió derrotado.
Por entonces D. Enrique de Borbón publicó un Manifiesto declarándose antipapista, librecultista, antiloyolista, y en él llamaba a Montpensier naranjero, maltratándole además de varias maneras: declaraba el Sr. Montero Ríos roto el Concordato, y se estrenaba La Carmañola, de Ramón Nocedal, en el teatro de Lope de Rueda, cuyo estreno constituyó una juerga de primer orden. No se representó más que una noche, porque a la representación siguiente pensaba asistir al suceso la partida de la porra con objeto de acabar hasta con el teatro.
Esta partida había ya dado noticias de su existencia dirigiéndose a las oficinas de un periódico carlista, y que se titulaba El Papelito, con cuya visita dejó el periódico de publicarse; Ruiz Zorrilla fue elegido Presidente de la Cámara; el Infante D. Enrique de Borbón publicó otro Manifiesto que produjo que el día 12 de Marzo, a las diez de la mañana, en la dehesa de los Carabancheles, se verificase un duelo a pistola entre él y el duque de Montpensier. Fueron padrinos de éste los generales Córdova y Alaminos y el coronel Solís, y del Infante, D. Emigdio Santamaría, D. Andrés Ortiz y D. Federico Rubio.
El lance fue terrible para D. Enrique, que murió al dispararse el tercer tiro. En aquellos tiempos se puso muy de moda el llamar al duque de Montpensier, Caín, y el duelo fue una de las causas que indudablemente hicieron bajar más el papel Orleans para el trono de España.
Olózaga, que era Embajador en París, y que celebraba frecuentes conferencias con el todavía Emperador de los franceses, vino a Madrid, y con su clarísimo talento y con sus condiciones de hombre de gobierno, hacía indicaciones graves respecto al criterio que en Europa se iba formando del estado de España, y, sin embargo, las pasiones de unos y de otros eran tan vivas, que el orden no acababa de afirmarse.
Cuando se inauguró el Casino carlista, establecido en la calle de la Corredera de San Pablo, fue dicho Círculo teatro de sucesos muy desagradables: fue asesinado D. Manuel Azcárraga, que no era carlista, y fue herido D. Manuel Bahamonde y de Lanz, que tampoco era carlista y que se encontraba por aquellos alrededores.
Y, a pesar de esto, nos divertíamos lo mismo que ahora. En Jovellanos se representaba con éxito asombroso De Madrid a Biarritz; Matilde Diez, que en 1870 reapareció en el teatro Español, llevaba mucho público, y representaba comedias con la Boldún, los Catalinas, Mariano Fernández y Casañer.
Los alfonsinos, ya se empezaban a llamar así, menudeaban los círculos y los tés. Carramolino presidía el Círculo Conservador de la calle de Atocha; de cuya Junta directiva formaba parte Moyano y otros personajes, y a donde asistían muchos hombres políticos y algunos cesantes del 68, muchos de los cuales continúan en la misma situación oficial, y todavía hablan de consecuencia, servicios políticos y otros cachivaches de antaño, como decía Roberto Robert.
Se creaba el Círculo popular alfonsino en la calle de Jacometrezo, en cuya creación tomaron parte activa y entusiasta Federico Arredondo, Paco Guerra y algunos otros. Yo también fui mozo de aquel Círculo, y conocí primero de Presidente a un señor Rego, y luego a varios, entre otros a Emilio Santos y a D. Fernando Corradi, que era Presidente cuando se hizo la Restauración, y por cierto que en aquellos momentos hubo escenas muy curiosas, cuando en Madrid estaban reunidos caracterizados militares y paisanos en casa del Conde de Cheste, y cuando el entonces capitán general de Madrid, unas veces parecía dispuesto a apoyar el movimiento de Sagunto, y otras no, con intervalos de media en media hora.
Pero no adelantemos los sucesos, como dicen los novelistas cursis.
Me parece que fue el día 11 de Junio de 1870 cuando se publicó la ley para la elección de Monarca, y el día 25 del mismo Junio se verificó en París el acto de la abdicación de la Reina Isabel en su hijo Don Alfonso XII. A las dos de la tarde se reunieron en el Palacio Basilewski varios Príncipes de la familia de Borbón, muchos Grandes de España, Generales y hombres políticos, y la abdicación quedó realizada, con la particularidad de que no asistieron al acto los ex ministros moderados, ni D. Francisco de Asís, ni la Reina madre Doña María Cristina de Borbón, que fue, sin embargo, quien más aconsejó esta medida política.
Con la abdicación creció en España el partido alfonsino, y aquellos tés a que al principio no se determinaban a acudir más que cierto número de personas, llegaron a verse tan concurridos, que, según decía mi amo, que entonces tenía muy buen humor, si aquello seguía así, el próximo té habrá que darlo en la Plaza de Toros.
La elección de Monarca dio el siguiente resultado:
Duque de Aosta, 191 votos.
Duque de Montpensier, 27.
Duquesa de Montpensier, 1.
Duque de la Victoria, 8.
República federal, 60.
República española, 2.
Papeletas en blanco, 19.
República, 1.
Alfonso de Borbón, 2.
Obtenida la mayoría por D. Amadeo, salió la Comisión a Florencia para buscar al Rey; al día siguiente, en un banquete dado en Cartagena en la fragata Villa de Madrid, pronunció Ruiz Zorrilla su célebre discurso de los puntos negros.
El día 4 de Diciembre, a las once de la mañana, en el palacio de Pitti, se verificó el acto de ofrecer la corona de España a D. Amadeo; hizo un discurso Ruiz Zorrilla y otro Víctor Manuel, y se gritó ¡viva Amadeo I, Rey de España!
Mientras la Comisión volvía, después de fiestas en Génova y Turín, se fueron en Madrid enconando las pasiones, y el 27 de Diciembre fue asesinado villanamente en la calle del Turco D. Juan Prim, cuyo asesinato permanece todavía envuelto en obscuras sombras, a pesar del blanco sudario de nieve que cubría las calles de Madrid la noche del suceso.
El general, que ha sido, indudablemente, uno de los hombres de gobierno que ha habido en España, venía con sus ayudantes Sres. Moya y Nandín; cuando el coche, cruzando la calle del Turco, llegó a desembocar en la calle de Alcalá, se encontró obstruida la calle por dos carruajes de punto, e inmediatamente tres o cuatro hombres por cada lado descerrajaron sus trabucos, consumando aquel horroroso asesinato.
Es imposible dar una idea del efecto que este crimen produjo en Madrid, ni nunca en momentos más difíciles ha ocurrido tragedia más preñada de sombras y temores.
Todos esperaban que a la llegada del Rey ocurrieran graves acontecimientos, y, sin embargo, no fue así.
Llegaban a Madrid noticias de que Don Amadeo era un bravo: hizo el alarde de ir a pie en Cartagena, en Murcia y en otras partes. Cuando D. Mariano Pascual Roca de Togores, Capitán del puerto de Cartagena, comunicó oficialmente el atentado contra el general Prim, el Duque de Aosta recibió la noticia con emoción, pero con entereza, y al entrar el Rey D. Amadeo en el Arsenal de Cartagena, en una falúa blanca y dorada, acompañado del que ya era Presidente del Consejo, Sr. Topete, del Marqués del Duero y de otros personajes, fue ovacionado por la multitud, porque en España el valor personal ha sido siempre grandemente prestigioso.
Y la entrada en Madrid y los acontecimientos de su reinado, los dejaremos, si a ustedes les parece, para otra crónica.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 211-218.)