Filosofía en español 
Filosofía en español


XXIII

El sexto Ministerio de D. Amadeo.– Los dos Apóstoles.– El General Serrano.– El convenio de Amorevieta.– Las garantías constitucionales.– Los alfonsinos.– Círculo Popular.– Ministerio radical de D. Manuel Ruiz Zorrilla.– Atentado contra D. Amadeo.– Las últimas elecciones.– Los teatros.– Los periódicos.– El juego.

Desde 20 de Febrero de 1872 a 26 de Mayo de igual año, duró el Ministerio Sagasta, que fue el sexto del reinado de Don Amadeo, y que presidió uno de sus períodos más turbulentos.

Entonces se discutió en el Congreso el asunto que se llamaba en Madrid de los dos Apóstoles.

Un Diputado republicano enderezó al señor Sagasta la siguiente pregunta: «¿Es cierto que para asuntos electorales necesitó fondos S. S., y tomó de la Caja de Ultramar dos millones de reales?»

La discusión habida con este motivo, en la que tomaron parte Moreno Rodríguez, Romero Girón, Sagasta, Ríos Rosas, Romero Robledo y otros notables oradores, fue escandalosísima.

Y al llegar aquí, permítase a un portero que ha servido a distintos hombres políticos, no en política, sino en los cargos de escalera abajo, a que su condición le obliga, manifestar una opinión propia.

No conozco país más dispuesto ni donde más se goce con el sport de deshonrarnos los unos a los otros. Sagasta podrá tener todos los defectos del mundo; pero es un hombre honradísimo como lo eran y lo son los que formaron con él parte del Ministerio de los dos Apóstoles; y sin embargo, era de ver cómo Madrid explicaba, con pelos y señales, aquel que llamaba negocio.

Pasma la facilidad con que la estupidez del vulgo califica de ladrones, así sencillamente, de ladrones, a los hombres públicos, y cómo se arrancan los unos a los otros las tiras del pellejo; lo mismo que se habló de los dos Apóstoles, y con la misma fe, se aseguraba en otros tiempos que la reina madre acaparaba el trigo para que el pan se mantuviese caro; exactamente se ha afirmado que en el asunto del Noroeste hubo muchos millones para altos personajes, y de la misma manera se dijo que los frailes envenenaban las aguas, y el público, siempre malicioso, ha creído y aumentado siempre cuanto contribuya al descrédito de los que gobiernan.

Los ex ministros todos han hecho grandes negocios, y generalmente mueren pobres. González Brabo fue enterrado casi de la caridad de sus amigos; Ulloa y De Blas no tuvieron nunca dos pesetas; Ríos Rosas tenía en su casa al morir tres duros; Cos-Gayón ha muerto pobrísimo, y de los que viven, la mayor parte, si no han tenido fortuna por su casa, después de dejar de ser ministros, cultivan el tranvía y la patata. Pero el rumor público, a todo el que llega a ser algo, lo primero que hace es adjudicarle el título de inmoral, y de esta manera hemos llegado a presentarnos ante Europa como los legítimos sucesores del Tempranillo. No todos los que han gobernado son San Antonios; pero el criterio general que hay en España sobre los hombres públicos es equivocadísimo. Y perdonen ustedes esta digresión.

Sucedió a Sagasta el general Serrano, que formó ministerio con Topete, Ulloa, Groizard, Candau, Balaguer, Ayala y Elduayen. Elduayen pertenecía a la fracción alfonsina, que acaudillaba Cánovas –que entonces vivía en la calle de la Madera– y que estuvo casi para disolverse por causa de este nombramiento.

Había en aquel Congreso más de treinta y seis diputados carlistas, y el alzamiento en Navarra, las Vascongadas, Cataluña, Aragón, Valencia y aun Andalucía, fue muy importante. El rey D. Carlos VII, como le llamaban sus parciales, el 2 de Mayo de 1872 pasó la frontera y dio el manifiesto de Vera. El general Moñones, el 7 de Mayo, destrozó a los carlistas en Oroquieta, y de ahí el burlesco título de héroe de Oroquieta con que por mucho tiempo se conoció a D. Carlos.

Por entonces, el duque de la Torre llegó al convenio de Amorevieta, con el que muchos creyeron terminada la guerra carlista.

Y, mientras el general Serrano, como tal general en jefe, hacia este convenio, que fue recibido en el Parlamento y en el país con gran desconfianza, fue nombrado presidente del Consejo de Ministros con el ministerio que he dicho antes. Calculen ustedes la fuerza con que se presentaría al Congreso.

Yo entonces era hujier, y todavía me parece estar viendo al general Topete, que presidía interinamente el Gobierno, hasta que el duque de la Torre llegase a Madrid, decir en pleno Parlamento, refiriéndose al convenio, «que carecía de datos para juzgar un documento que justamente había alarmado a la opinión pública.»

¡Qué sesión aquélla! Martos, segundo jefe de los radicales, pronuncia un violentísimo discurso; Ríos Rosas le quita la palabra; Ruiz Zorrilla se marcha, renuncia el cargo de diputado y se fuga a Tablada; y cuando el 3 de Junio viene el duque de la Torre a presentarse al frente del Gobierno, tiene una situación tan despejada, como que, a pesar de haber tenido una mayoría en la votación, por la que se aprobó el tratado de Amorevieta, duró en el poder sólo diez días. Quiso el general Serrano suspender las garantías constitucionales. D. Amadeo dijo: «Yo contrario,» y vino la última crisis del reinado de D. Amadeo de Saboya.

Mientras tanto, los alfonsinos no se descuidaban; el antiguo Círculo Moderado, que había presidido Carramolino, se fundió con el de la Unión Liberal, constituyendo un núcleo muy importante; el popular Alfonsino, que se fundó en la calle de Jacometrezo, que primero presidió un Sr. Regó, y que estaba, cuando la Restauración, en manos de Corradi, hizo muchos y valiosos trabajos –por cierto que la mayor parte de aquellos alfonsinos continúan más arrinconados que entonces; y es que las costumbres políticas se han suavizado mucho, y el que trepó gritando ¡abajo los Borbones!, llegó a la meta gritando ¡viva el rey Alfonso!

La guerra carlista aumentando, los republicanos preparándose a otro levantamiento, los radicales y los conservadores de D. Amadeo haciéndose más guerra que los más encarnizados enemigos, el sentimiento nacional hábilmente explotado por la circunstancia de tratarse de un rey extranjero, y la situación general del país, hicieron que al encargarse en 14 de Junio de 1872 del mando la situación radical, D. Manuel Ruiz Zorrilla, las cosas estuvieran en punto de caramelo, como decía una alfonsina distinguida y guapa, que hoy es una anciana venerable.

Ruiz Zorrilla volvió de Tablada, y formó Ministerio con el general Córdova, Martos, Montero Ríos, Ruiz Gómez, Beránger y Gasset y Artime, y aun este ministerio, que sólo duró desde 14 de Junio del 72 a 11 de Febrero del 73, sufrió alguna crisis parcial, por la que fueron ministros Echegaray, Mosquera y creo que algún otro.

El ministerio radical, que ofreció acabar con las quintas y que parecía que por sus procedimientos había de contar con el apoyo de los republicanos, fue duramente combatido por el grupo intransigente federal, que en el meeting del circo de Price puso a las instituciones y al Gobierno como ropa de Pascua. Cundía el odio al rey, llegando hasta la infamia de querer asesinarlo: en la calle del Arenal, el 19 de Julio, cuando el rey y la reina volvían de los Jardines del Retiro, hicieron fuego sobre el coche, resultando milagrosamente ilesos D. Amadeo y Doña Victoria. En odio al sistema preventivo, se esperó a que hicieran fuego sobre el coche real para perseguir a los asesinos, y aun así, el más comprometido se escapó.

Hizo D. Amadeo otro viaje por el Norte, y estuvo en San Sebastián, en Bilbao y otros puntos, y en 24 de Agosto se verificaron las últimas elecciones generales del reinado de D. Amadeo, porque las Cortes anteriores habían sido disueltas en 28 de Junio. Fue presidente del Senado D. Laureano Figuerola, y del Congreso D. Nicolás María Rivero. No fueron a las Cortes los carlistas; los republicanos llegaron a sesenta y los alfonsinos a veinte. Aquellas Cortes crearon el Banco Hipotecario, y como la guerra carlista aumentaba, se llamaron a las armas cuarenta mil hombres; lo que, recordando la promesa de abolir las quintas, produjo tal excitación, que hubo movimientos federales en muchos puntos.

D. Nicolás María Rivero, que era hombre de gran talento, apasionado y de imaginación vivísima, tuvo arranques en la presidencia del Congreso sumamente curiosos: a un diputado que insultó a otro, levantándose de la presidencia, le hizo un interview, casi agarrándole por la solapa de la levita; a otro le interrumpió en verso, y fue seguramente el presidente de la Cámara más diligente por el honor de los diputados, y al mismo tiempo, el más pintoresco de cuantos han ocupado aquel sitio.

Y mientras ocurrían estas cosas, la Biancolini cantaba la Lucrecia en el teatro de Madrid; Benita Anguinet, una prestidigitadora muy frescachona, hacía las delicias del público en Variedades con los milagros de la brujería; se terminaba el teatro de verano de Recoletos, que por cierto, ya ha pasado a mejor vida, y en Capellanes se hacía una revistita titulada Los prófugos de Ultramar, o sean los «Dos Apóstoles».

Para que hubiera riñas de todo, había riñas de gallos, y en la calle de Recoletos, número 6 duplicado, había un circo gallístico, donde he presenciado grandes peleas. El Teatro Circo de Madrid apasionaba al público con Barba Azul, donde el padre del actual actor Rodríguez obtenía justos y legítimos triunfos.

En el circo de Paul, la Williams, una actriz muy guapa, muy picante y muy intencionada, representaba con Rosell una obra titulada Mambrú, y se puso muy de moda aquel coro que decía:

«Dicen que es el matrimonio
un dogal, un dogal,
que al unir a dos amantes
suele ahogar, suele ahogar.»

Y aquello otro de

«¡Ay esperanzas de botas
De raso azul!», &c.

Todavía en el teatro de Novedades entusiasmaba por aquel tiempo La campana de la Almudaina. Se oía con gusto El Trovador en el teatro Nacional de la Ópera; se aplaudía a Rubí en el Circo El movimiento continuo y se vendían por las calles, como periódicos populares, La Correspondencia de España, El Diario Español y El Diario del Pueblo, periódico, creo que ya lo he dicho en otra ocasión, que fue el primero que se hizo en España a la moderna, que tenía una sección que se titulaba Ecos de la Carrera de San Jerónimo, que fue propiedad de mi amo, que como un verdadero estúpido gastó lo que tenía y contrajo grandes compromisos para sostener sin auxilio de nadie, un periódico alfonsino, y en el que escribían tontos como Juan José Herranz, Pepe Fernández Bremón, José Cabiedes, Pedro Mendo Figueroa, Ricardo de la Vega, Paco Botella –así se le llamaba entonces,– Manuel Ossorio, Muñoz y otros, unos que han muerto y otros que, aun viviendo, van ya considerándose congrios por los actuales chicos de la Prensa.

El Círculo de los extranjeros, que estaba en los entresuelos de La Perlarestaurant muy a la moda, donde servía Antonio,– cultivaba la ruleta, entonces casi nueva en España: se jugaban plenos con monedas de cinco duros –¡qué tiempos!– En los bajos del Veloz, Mr. Henri tenía otra ruleta; funcionaba otra –sin ceros de una a dos de la tarde y de una a dos de la madrugada– en la calle del Príncipe. Había dos, una enfrente de otra, en las Cuatro calles y en la Carrera de San Jerónimo; eran los tiempos del Marqués, de D. Luis el Inglés, del Buri; y por aquella época fue cuando un actual personaje y mi amo, que habían de ir a cierta campaba electoral, no pudieron hacerla porque el 33 se negaba despiadadamente.

Entonces cierto pollo, después de haber jugado seis horas seguidas a la ruleta, tomó un simón y le dio así la orden:

–«Calle de Alcalá, 17, encarnado

Y no va más.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 263-273.)