XXIX
El París de hoy.– Las Exposiciones: 1878.– La calle de las Naciones.– Emilio Santos.– Elena Sanz.– Periodistas de tanda.– 2.526 premios.– Las fiestas latinas.– Negocios españoles.– El vino y el arte.– El pasaje Jouffroy.– Más negocios.
El París de hoy, con sus preparativos para la Exposición, discutiendo Mr. Chirac sobre si el desnudo absoluto ha de ofrecerse o no en el teatro y en algunas otras partes; la realización del jardín de los Suplicios; las felicitaciones a Loubet; Diana de Lys en la Comedia Francesa; el estreno de la Belle au bois dormant, en los Bufos; Beguin, en el Vaudeville, dando en diez días setenta mil francos; la Wentworth logrando que el Papa pose para que la genial artista americana haga su retrato; el general Donop prohibiendo el alcohol en los cuarteles; el Carnaval en Niza; el escándalo de un magistrado de Lila, preso en flagrante delito de falsedad; Deschanel presidiendo una fiesta en la Sorbona; el incendio del Trianon; el nuevo género literario la Tres Drole; los guardias de la Paz, que en el barrio de Passy harán el servicio en bicicleta; el arzobispo Gouthe Soulard; la consideración de que en la última semana han muerto en París mil cuatrocientas veintitrés personas y en la anterior mil doscientas veinticinco, lo que acusa gran desarrollo en la salud; el Dorado con la Gaudet; Folies Bergere con Valentina Petit; Boullier con sus fiestas del jueves, y el Moulin Rouge con sus fiestas de todas las noches; cuanto los parisienses hoy creen que es único, cuanto los españoles que ahora han descubierto a París para su uso les parece nuevo, ha tenido precedentes hasta entre la sociedad de nuestros compatriotas, de cuya existencia en Francia he de seguir diciendo dos palabras en esta crónica.
Cada una de las Exposiciones que se han verificado en París han tendido a aumentar el número de la colonia española.
La de 1878 la aumentó extraordinariamente; puede asegurarse que por la calle que se llamaba de las Naciones desfiló en 1878 toda la buena sociedad española, entendiendo por tal, no sólo la que baila y luce en los salones, sino lo más notable del comercio y la industria nacionales.
Yo, que tantas profesiones he tenido, todas domésticas y de escalera abajo, fui mozo de un instalador de la sala quinta, donde en la sección española se exhibían los productos de nuestras colonias en los felices tiempos en que todavía las teníamos. Entonces, Emilio Santos, que vivía en Passy y que era el Comisario de España, reunía con frecuencia en su casa al elemento oficial de la Exposición y a mucha parte de la colonia española; allí he oído cantar a Elena Sanz, y a Troyano grandes discursos sobre la prehistoria; Alberto Quintana disertaba sobre vinos, y Serrano, el futuro promovedor de la Exposición Universal de Barcelona, cantaba las excelencias de la industria española.
Zaragoza, cocinero que fue del Casino de Madrid y dueño en sus tiempos del café Europeo, montó el restaurant español que estaba en la explanada del Trocadero, y donde al capitán Boyton y a la Comisaría belga les daban los españoles frecuentes banquetes con los inevitables platos de paella valenciana, bacalao a la vizcaína y chuletas esparrilladas.
Ya por esta época, 1878 y 79, no había en París un solo periodista español de tanda. Vallejo Miranda, que vivía en la plaza de Vendôme, continuaba actuando en la prensa francesa; pero ya se había formado un Sindicato de la española, en el que escritores notables hacían sombra al poder unipersonal que siempre había tenido en París el periodista español de tanda, cuyo cargo ha venido muy a menos desde que viven en la capital de Francia varios escritores españoles.
El arquitecto Villajos, Teodoro Ponte, Pañuelos, Fernández Neda, Alfredo Escobar, que así se llamaba entonces, y algunos otros, contribuyeron mucho al esplendor de la Sección española de aquella Exposición, en la que obtuvimos 2.526 premios, de ellos 20 grandes premios de honor.
Ya los españoles, por esta época, habían aprendido que en París había algo más que el Palais Royal, y que se podía vivir fuera del Gran Hotel, y aun se atrevían a no pasar la vida entre el Boulevard de la Magdalena y el Montmartre, cuyo barrio, por estar generalmente habitado por artistas, se principiaba a llamar Athenas.
El Rey D. Francisco era el Presidente de la Comisaría española, D. Amadeo de Saboya de la italiana, y era muy frecuente ver en un mismo día a la Reina Isabel, a D. Amadeo y a D. Carlos paseándose por la Exposición. Mac Mahon, Presidente de la República, le daba ciertos tonos aristocráticos, y las testas coronadas eran recibidas en París con grandes consideraciones. Por esta misma época de la Exposición del 78 se verificaron en Francia las fiestas latinas de Montpellier, y aunque me plagie, repetiré lo que con este motivo he dicho en otra parte.
Estas fiestas, que se celebraron en Mayo del 78, y a que concurrimos franceses y españoles, tuvieron un carácter esencialmente meridional, y parecía que Virgilio se levantaba de su tumba y nos decía: Tu, regere imperio populus, Romane memento.
Decía Mistral:
«Ambouro-te raço latino
sonto la copo dou souleu!
Lou rasin brure boni dins latino.
Lou vin de Dieu gisdare leu.»
D. Francisco Mateu nos dijo su canto latino, cuya primera estrofa, si no recuerdo mal, decía así:
«Sempre llatins
Mentres nos quede dins la memoria
la imatge viva del temps passat;
mentres nos lligue la nostra historia
Al llas fortissim de germandat,
serem llatins,
llatins afora, llatins a dins,
sempre llatins.»
¡Quién había de pensar que veinte años después aquella España, tan festejada por los cincuenta y seis millones de latinos que poblaban la América, había de quedarse allí sin un palmo de terreno!
Por algo ha dicho no sé quién que Dios escribió la palabra vanidad con el polvo de los imperios.
Los negocios españoles principiaban a tener gran tendencia a colocarse en la plaza de París, y aunque Los Galeones de Vigo, el Canal de Cinco Villas y el de Henares retrajeron mucho al capital francés, la importación de vino español continuaba siendo tan enorme, que eran muchas las casas españolas establecidas en Bercy, y grande el negocio que se hacía con España.
El vino, el arte pictórico y la literatura han tenido siempre gran representación en París. Nuestros pintores han sido apreciados y nuestros literatos, más o menos intensos, han encontrado en la capital de Francia medio de vivir. Rosa, Hachette, y principalmente Garnier, son y han sido casas editoriales donde han encontrado trabajo muchos escritores españoles, porque la mayor parte del comercio de nuestros libros, que va a las 17 Repúblicas hispano-americanas, no se hace desde Madrid, ni siquiera desde Barcelona –donde únicamente Montaner, Espasa y algún otro exportan algo,– sino desde París. Este comercio de libros en cantidad representa mucho más que todo el que se hace en España, y en obras originales, y sobre todo en traducciones, son muchos los escritores, más o menos brillantes, que han encontrado y encuentran en estos centros medio de vivir.
Dirige la casa de Garnier, en lo que se refiere a lo literario, un escritor insigne y un hablista notable, cuya modestia hace que no sea todo lo conocido que debiera, el Sr. Zerolo, a quien por más que la opinión y el saludo de un portero le signifiquen poco, saludo muy cariñosamente desde aquí.
Desde los primeros tiempos en que en París no había más casa española de librería que la sucursal de Mellado, hasta la época de que voy ocupándome y la actual, ha habido un progreso extraordinario en los medios de vida que en la capital de Francia pueden procurarse los escritores españoles.
A pesar de que nuestros compatriotas van ya conociendo más París por dentro, todavía en el año 80, y aun hoy, no han abandonado el Pasaje Jouffroy, que es algo así para los españoles en París como la Puerta del Sol para los provincianos en Madrid.
¡Cuánto negocio romántico y español se ha propuesto en los cafés de este Pasaje!
El movimiento continuo, o séase la forma de, con diez kilográmetros de fuerza inicial, desarrollar doscientos de trabajo útil, ha sido allí expuesto por más de veinte españoles de los que tienen ideas y pretenden explotar privilegios y formar Sociedades en Francia, donde desde Madrid o desde Barcelona todo parece tan sencillo: ha habido en aquel centro de negocios cada comendador español que se hacía así las tarjetas: Le commandeur Mendoza, capaz de proponer la forma de cambiar las condiciones del desierto del Sahara, convirtiéndolo en terreno de regadío, y que aseguraba tener ya dispuestos sus capitalistas, sus ingenieros y sus máquinas.
Porque en París la sociedad española no es sólo la brillante que habita el barrio de los Campos Elíseos, asiste a la Opera y al Bosque y tiene cuenta en casa de Badel, sino que hay una gran cantidad de ilusos o de vividores que habitan en los hoteles de tercero y cuarto orden, o que tienen un meublé en Batignoles y procuran colocar en París, y procuraban todavía más del 80 al 90, cada negocio que, como decimos por aquí, canta el credo.
Yo he conocido muchos a quienes la manteca les levanta el estómago, que no han logrado aprender el francés y van olvidando el español, que a los bolsillos les llaman pochas, a la botica farmacie, al dinero argenta, y que llevan muchos años tratando de colocar unas minas que no tienen, o un ferrocarril que está sin hacer, y que, sin embargo, viven de las minas o del ferrocarril, y aun van a la Bolsa y se ocupan de la importación de frutas y de caza.
Curioso sería el estudio de esta sociedad española, que tiene por profesión en Francia la de eterno emigrado carlista o perdurable colocador de grandes negocios; pero esta crónica va haciéndose demasiado larga, me esperan los sucesos en Madrid del 74 y los hechos que precedieron a la Restauración, y en París la Exposición del 89, por lo cual, y prometiendo en las crónicas sucesivas no apartarme de los hechos y dejarme de reflexiones a que un portero no está autorizado, aquí corto ésta, que es ya de las últimas con que he de mortificar a los lectores, si todavía los tengo, que lo dudo.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 325-334.)