XXXVIII
Serrano, Presidente de la República.– El tupé del Sr. Sagasta.– Una anécdota.– La guerra carlista y la cantonal.– El Maestrazgo.– En París.– Elemento militar.– Los periódicos.– Diversiones.– Círculo popular Alfonsino.
Pasados los acontecimientos del 3 de Enero de 1874, y nombrado Presidente de la República el general Serrano y del Gobierno el general Zavala, se hizo una nueva modificación ministerial, por virtud de la cual Sagasta fue nombrado Presidente del Consejo; entró en Guerra Serrano Bedoya y en Fomento D. Carlos Navarro Rodrigo. Con esto, el Gobierno fue adquiriendo un tinte eminentemente conservador que, aunque de un modo inconsciente, contribuía a preparar la Restauración.
Por entonces se le llamaba a D. Práxedes el hombre del tupé, y viene esta ocasión como anillo al dedo para decir que el Sr. Sagasta en su vida ha usado tupé, y, sin embargo, todos los que han hecho caricaturas suyas le han presentado con este adorno cabelludo.
Verán ustedes el origen de la cosa.
D. Práxedes ha tenido siempre muy buen pelo, y eso que allá, por el año 50, lo perdió todo a consecuencia de una enfermedad producida por un enfriamiento; pero como es una naturaleza que ha sido y es eternamente joven, volvió a recobrarlo y a tener la hermosa cabellera que todavía hoy adorna su cabeza.
Por los anos de 1870 o 71, en discusiones muy acaloradas habidas con los republicanos, el ilustre jefe del partido liberal, que era Ministro de la Gobernación, en un arranque oratorio, y habiéndose pasado la mano por la cabeza, se quedó con todo el pelo de punta.
Precisamente a aquella sesión había ido un caricaturista de un periódico que se publicaba en Barcelona con cierta boga, periódico que se titulaba La Flaca; sorprendió a Sagasta en este momento, hizo la primera caricatura con tupé, y este hecho, ocurrido hace treinta años, ha determinado el que siempre se pinte con tupé al Sr. Sagasta.
Con tupé o sin él, el presidente de aquel Consejo luchaba con grandes dificultades.
Continuaba la guerra carlista y la cantonal. Como una noticia corriente, decía un periódico: «Según noticias fidedignas, los cantonales, en la acción de Sarriá, tuvieron cien muertos y setenta prisioneros, y las tropas ocho muertos y cuarenta heridos.»
Para desengrasar, y también como una cosa natural, decía La Correspondencia por Enero del 74: «Esta madrugada ha sido robado el tren de Andalucía en el punto conocido por Almuradiel.»
Y otro periódico, La Época, también como una de tantas noticias, publicaba la siguiente:
«Mucho tememos que al paso que vamos sea necesario cerrar todos los establecimientos de enseñanza. En el Instituto de Cáceres hace ocho meses que no se paga un céntimo a los catedráticos, y varios establecimientos se hallan en el mismo caso.»
Al mismo tiempo que esto ocurría, los carlistas, principalmente en el Maestrazgo, eran dueños del país; el signo de crédito se cotizaba sumamente bajo, y esta situación era hábilmente explotada por el partido que entonces se llamaba alfonsino, que dirigía Cánovas, cuya opinión era la de esperar tranquilamente a que los acontecimientos determinaran el triunfo de sus ideales.
El que luego se llamó rey Alfonso XII estaba en la Escuela Teresiana siguiendo sus estudios, y la reina Isabel continuaba en París en el palacio de Castilla, y aunque Albacete, el general Reina, D. Martín Belda, el Marqués de Orovio, el general Gasset, el general San Román, Valero y Soto y otros muchos prohombres procedentes del antiguo partido moderado, muchos de los cuales, aunque habían concurrido al acto de la abdicación, continuaban siendo isabelinos, la visitaban con frecuencia, lo cierto es que por aquel entonces no se seguían en el palacio de la Avenue del Roí de Rome más indicaciones que las de los señores Cánovas y Salaverría.
Fusionados en Madrid el antiguo Círculo Conservador, que presidió Carramolino, con el Círculo de la Unión liberal, que estaba en la calle del Correo, la política moderada fue cediendo su puesto a la de ancha base que más tarde desarrolló Cánovas; y la misma Unión liberal, que cuando el 67 pactó con la Revolución y echó a los Borbones, la misma Unión liberal, pactando con ellos, determinó la posibilidad de la Restauración.
Por esto, entre el elemento viejo isabelino y alfonsino estuvo muy en moda el decir que los unionistas habían tenido siempre un pie en la Revolución y otro en Palacio.
El elemento militar que apoyaba a Don Alfonso, a cuyo frente figuraban entonces el general Villate, Conde de Balmaseda, y el general Martínez Campos, respetando las indicaciones de Cánovas y apreciando la lealtad de los antiguos isabelinos, iba por su camino e iniciaba los trabajos que más tarde fructificaron en Sagunto, no enteramente entonces de acuerdo con D. Antonio Cánovas, como verá el lector en otra crónica.
Ayala, que había acompañado a Serrano en Alcolea, era ya alfonsino; y Romero Robledo, que entonces vivía en la calle de la Greda con su tío D. Vicente, y a quien acompañaban a diario Cruzada Villamil, Villalba y otros, era en Madrid uno de los principales elementos de la Restauración.
El Eco de España, que fundó Agustín Esteban Collantes, y El Tiempo, que habían fundado el Marqués de Bedmar y Don Miguel López Martínez, y donde escribían Barzanallana, Jove y Hevia, Pepe Cárdenas, Pedro Mendo de Figueroa y algún otro, eran, por decirlo así, los periódicos de cámara del alfonsismo que representaban la antigua tendencia.
La Época, dirigida por D. Ignacio José Escobar, primer Marqués de Valdeiglesias, siendo muy alfonsina, tendía más a la política del Sr. Cánovas, con la que simpatizaban muchos y muy importantes elementos conservadores.
Menudeaban los tes alfonsinos, y principalmente las señoras daban muestra pública de su adhesión a la familia destronada.
La República no lo era sino de nombre, y los que menos fe tenían en su conservación eran precisamente los Ministros.
La gente se divertía como si tal cosa, y el teatro de la Opera –que algunos se atrevían ya a llamar Real– nos apasionaba con La Favorita. Romea, teatrillo que estaba muy de moda, estrenó una pieza titulada Quién me compra un lío, que fue a ver todo Madrid; en Martin se hacia El Trapero de Madrid; en el Circo, Jugar con fuego, y en Eslava Los celos del tío Macaco.
Sagasta procuraba armonizar las distintas tendencias que sostenían la situación por él presidida, sin poderlo lograr, y como decía Víctor Cardenal –hombre de agudísimo ingenio,– la fruta estaba tan madura, que era preciso sacudir el árbol si no había de pasarse antes de cogida.
Yo, por aquellos días, iba y venía al Círculo Popular Alfonsino, donde mi amo era muy apreciado, y llevaba y traía recados a Federico Arredondo, Paco Guerra, Miguel Bahamonde, Vega y otros muchos, que con todo el entusiasmo de los primeros años trabajaban y hacían grandes esfuerzos por lograr la popularidad del alfonsismo, esperando –¡ah, ilusos!– que la situación que contribuían a traer, gastando su vida y exponiendo su pellejo, iba a colmarlos de consideraciones.
La política es así. No hay ejemplo de que el que siembra recoja la cosecha, y parece que para los políticos románticos hizo Villoslada un capítulo de su novela que titulaba así:
«De cómo en lances de amor,
como en los lances de caza,
unos levantan la liebre
y otros la llevan a casa.»
Preparados los ánimos y los elementos para hacer la Restauración, en la próxima crónica hemos de ver cómo se hizo ésta en Madrid y en Sagunto; qué pasó en Villarreal y en Castellón de la Plana; cómo fue el adherirse Jovellar al movimiento; qué pensaba Cánovas de éste y qué cartas escribió, y, por último, cómo se hizo en Madrid el alzamiento restaurador, siendo Ministro de la Guerra Serrano Bedoya y capitán general de Madrid Primo de Rivera.
Para ser una de las últimas crónicas políticas que me propongo hacer, prometo a ustedes que ha de ser curiosa.
(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 411-418.)