Filosofía en español 
Filosofía en español


XL

Gente Vieja.– La Restauración.– Ministerio Sagasta.– En París.– El Manifiesto.– El general Martínez Campos.– Llegada del ejército del Centro.– Naranjas en condiciones.– Episodios.– En casa del brigadier Laguardia.– Su brigada.– Círculo popular Alfonsino.– Madrid en Enero de 1874.

En los ratos que mi portería me deja libre, me he metido a ordenanza del periódico Gente Vieja; y esto, quitándome el tiempo, hace que por mucho haya suspendido la publicación de estas crónicas, que casi voy creyendo que han tenido su público y que han servido para despertar en el lector y en los escritores el gusto a lo retrospectivo, pues desde que publiqué la primera son muchos los que con ventajas para las letras, cultivan este género. En mi última crónica política, anunciaba que iba a tratar de algunos hechos relacionados con la Restauración, y empiezo a cumplir mi palabra.

El Ministerio que presidía Sagasta, y de que formaban parte Ulloa, Romero Ortiz, Camacho, Rodríguez Arias, Serrano Bedoya y Navarro Rodrigo, asegura un escritor contemporáneo que, dado el estado del país, se vio obligado en Octubre y Noviembre de 1874 a hacer, por medida gubernativa, grandes deportaciones a Filipinas, y este estado de alarma, y la guerra carlista que aumentaba, y los trabajos de propaganda hechos por los alfonsinos, iban madurando el movimiento restaurador, en el que mi amo intervino bastante y del que tengo detalles curiosos.

En París habían triunfado por completo las que se llamaban tendencias liberales, y en el palacio de Castilla –Basileusky que se decía entonces,– Cánovas y Salaverría dirigían en absoluto la política, y D. Alfonso firmó el Manifiesto de Sandhurs, en el cual ofrecía abrir a todos las puertas de la legalidad, hablaba de sus derechos por virtud de la espontánea y solemne abdicación de su madre, y acababa diciendo: «Sea la que quiera mi suerte, ni dejaré de ser buen español; ni, como todos mis antepasados, buen católico; ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal».

Este Manifiesto, que se dio en Diciembre del 74, estaba inspirado por Cánovas; vinieron de él muchos ejemplares a España, y las corrientes, lo mismo en París que en Madrid, por lo menos hasta el 15 de Diciembre –el Manifiesto llevaba fecha del 1.º– eran las de llegar a la Restauración sin ningún movimiento de fuerza.

El general Martínez Campos, que tenía trabajos hechos en el ejército del Centro, salió de Madrid el 26 de Diciembre, y creo recordar que lo esperaban en Valencia los entonces coroneles D. Antonio Dabán y D. José Bonanza.

Jovellar estaba aquel día en Castellón de la Plana, y el regimiento de la Constitución lo mandaba el coronel Borrero.

Entre Sagunto y Castellón, situada en Villarreal, estaba la brigada de Laguardia, y mandaba estas fuerzas el coronel D. Luis Dabán, perteneciente al Cuerpo de Ejército de Jovellar.

Era Jefe de Estado Mayor el brigadier Azcárraga, y los comandantes Aznar y Salcedo llevaban tan adelantados los trabajos, que se creyó que si se desperdiciaban aquellos momentos, difícilmente se presentarían otros.

Vino a Madrid –esto sería por el 23 o el 24 de Diciembre– el Sr. Aznar; conferenció con Martínez Campos; convinieron en que Aznar volviera al Ejército, y que si las cosas se presentaban bien, se pusiera un telegrama a Madrid, redactado así: «Naranjas en condiciones.» Cuando Aznar volvió a Valencia, hubo una reunión en casa del teniente coronel Aragón, Jefe de la reserva de Madrid, cuyo batallón fue la base de aquel movimiento.

Por virtud de esta reunión, se puso el telegrama, que produjo la salida de Madrid del general Martínez Campos.

Algún paisano, cuya propia insignificancia hacía que en él no se fijase nadie, intervino como mero auxiliar y casi recadista en aquellos acontecimientos, y a él debo los curiosos datos que van en esta crónica e irán en la que viene.

Me parece que fue el 27, a las doce de la noche, cuando el general Martínez Campos llegó a Sagunto en una tartana, y acompañado, creo, que por el teniente Domínguez.

Escribió tres cartas; llamó a Salcedo, y le dijo:

–¿Tiene usted valor?

–Para todo, mi general.

–Pues monte usted a caballo y tome estas tres cartas.

Los sobres decían:

Brigada Laguardia, Villarreal.

Pablo Corral, teniente coronel de la brigada Laguardia.

Coronel Borrero, Castellón.

–Su principal misión de usted –continuó el general– es traerse la brigada Laguardia y hacer que la carta dirigida al coronel Borrero llegue lo más pronto posible a su destino.

A la una de la madrugada salió Salcedo, no con un escuadrón, sino con cuatro ordenanzas, y a las tres y media llegaba a Villarreal.

Corral no estaba, y hubo de dirigirse al Jefe de la reserva, el cual simpatizó con el movimiento, haciendo que su batallón saliese inmediatamente a tomar posiciones en la carretera de Sagunto.

En aquellos momentos ocurrió un hecho muy curioso.

El hoy general Salcedo, y alguien que le acompañaba, tropezaron con un Oficial de Artillería, a quien invitaron a unirse al movimiento. Recibieron la siguiente hermosísima respuesta: «Antes que mis ideas, que son alfonsinas, tengo el deber de correr la suerte del capitán de mi batería; pero dueño de este secreto, y para evitar toda contingencia, no me separo de usted hasta que salga de Villarreal; no quiero que ni por un momento…»

Salcedo no le dejó continuar, y le dijo: «Las bombas que lleva usted en el cuello son signo de su honor.»

–Adiós.

–Adiós.

El Jefe de la reserva, su escuadra de gastadores, Salcedo y los ordenanzas que traía, salieron para casa del brigadier Laguardia; los ordenanzas quedaron en el portal para sostener a los asistentes en caso necesario; la escuadra de gastadores, con el ayudante, en el portal de enfrente.

El brigadier Laguardia vivía en una casa baja y tenía una salita y una alcoba, divididas por una puerta de cristales. Cuando se entró en su cuarto, Laguardia estaba en cama, y con serenidad y gran valor, preguntó:

–¿Qué es esto?

–Soy portador de esta carta para Vuecencia del general Martínez Campos, que está en Sagunto.

Muy sorprendido el brigadier, dijo: «Encienda la luz y léame la carta.»

Me parece recordar que Martínez Campos decía poco más o menos:

«Doy a usted a elegir tres caminos:

1.º Y más satisfactorio para mí, que, convencido de la necesidad de la Restauración, se una usted con su brigada al movimiento.

2.º Que si no quiere hacerlo, Salcedo conduzca a usted sano y salvo cerca del general Jovellar; y

3.º Que si nada de esto le conviene, tome usted el camino y vaya a Madrid o a donde guste.»

Después de oír la lectura de la carta, Laguardia se vistió y le dijo a Salcedo:

–Para llevarse la brigada es menester que los jefes quieran, y esto lo dudo.

–Se va V. E. a convencer de lo contrario, porque los tengo ahí.

Efectivamente. Entraron en la habitación el jefe de la reserva y el mayor y manifestaron su conformidad, y así salió la brigada Laguardia a tomar posiciones en el camino de Sagunto.

Mientras un cabo de caballería llevaba aviso al entonces coronel Borrero, cuya intervención en el movimiento restaurador fue eficacísima, pues tomó parte activa en hechos y episodios que el curioso lector verá en otra crónica, en Madrid se sabía ya que de un momento a otro se preparaba un golpe de fuerza.

El día 27 por la mañana la desaparición de Martínez Campos, conocida en el Ministerio de la Gobernación y en el Gobierno civil, avivó las sospechas; por telégrafo conferenciaron algunos ministros con el Duque de la Torre, que estaba al frente del ejército del Norte; se habló por algunos de que si el movimiento llegase a ocurrir, sólo aprovecharía al carlismo y a la demagogia; y el Círculo Popular Alfonsino, que presidía D. Fernando Corradi, hervía en movimiento y en proyectos. En el mixto llegó aquel día a Madrid, procedente de la provincia de Valencia, el que era entonces mi amo, asegurando que el movimiento triunfaría.

Yo llevaba y traía recados, y puedo asegurar que D. Antonio Cánovas, esa gran ilustración y ese gran carácter que la patria ha perdido, si bien simpatizaba con el movimiento, entendía que no iba a prosperar, y que si no de botaratada, como han escrito algunos, calificaba de ligereza el movimiento de Martínez Campos.

Han pasado veintiséis años. Precisamente en estos días –escribo en 1.º de Enero de 1901,– Madrid presentaba un aspecto político difícil de olvidar.

Generales y políticos alfonsinos que desconocían los hechos, estaban reunidos en casa del Conde de Cheste; en la calle de Fuencarral, en casa de Cánovas, Ramón, el célebre Ramón, ayuda de cámara que fue de D. Antonio, sólo recibía a contadas personas; Lafuente, secretario que era entonces del ilustre estadista, decía a todo el que quería oírle que no sabía nada; el Gobernador de Madrid hacía lista de las personas que debían detenerse, y de todo esto y de cómo acabó de terminarse el movimiento en el reino de Valencia, hablaremos, si a ustedes les parece, en otra crónica.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 427-435.)