Filosofía en español 
Filosofía en español


XLII

Periodismo retrospectivo.– El Padre Cobos.– Gil Blas.– La Gorda.– La Suavidad.– El Buñuelo.– La Filoxera.– La Viña.– El Cascabel y El Garbanzo.– Los sucesos.– Una aclaración.– Los periódicos de hoy.– 35 periódicos literarios.– El Año 61.

Hoy que se publican en Madrid tantos, tan importantes y tan bien hechos periódicos literarios, no estará de más dedicar una crónica a algún semanario, literario también, del pasado siglo.

En la segunda mitad del siglo XIX, era mucho más escaso que hoy el número de lectores que tenían este género de publicaciones, y tanto es así, que excepción hecha de los que periódicos que, aunque semanales, fueron políticos, como El Padre Cobos, que escribieron Bremón, Garrido, Nocedal y otros; El Gil Blas, que tan bien ha descrito Manuel del Palacio en Gente Vieja; Merlín, donde escribió Teodoro Guerrero, con Alfajeme, Prida, Valero y Soto y algunos más: El Solfeo, que hacían Sánchez Pérez y Clarín; El Sainete, donde redactaban Vallejo, Chico de Guzmán, Álvarez Guerra y Gutiérrez Gamero, que por entonces hacía versos; La Gorda, en que Liniers, Herranz, el inimitable Pepe Fernández Bremón y otros, hoy congrios al decir de los modernistas, hicieron gala de su ingenio; La Suavidad y La mosquita muerta, que le produjeron a mi amo diez y ocho causas criminales por defender la Restauración, cuando eran revolucionarios entusiastas la mayor parte de los conservadores de hoy; de cuyas redacciones formaron parte el conde de Esteban Collantes, que entonces se llamada Nino o Caldevilla; el barón del Castillo de Chirel, que conocíamos por Carlos Frígola; Antonio Valladares, de quien decía mi amo que tenía un gabán blanco al que le salía pelo todas las primaveras; Eduardo Lustonó y algún otro infeliz; El Buñuelo, La Filoxera y La Viña, de los saladísimos Salvador María Granés y el antes mencionado Eduardo Lustonó; fuera de estos periódicos, repito, y de alguno también esencialmente político, como Los Descamisados, El Gato, La Flaca y El Acabóse, cuya publicación se ha verificado en el período de más de cuarenta años: de los semanarios más esencialmente literarios, sólo El Cascabel, de Frontaura, y El Garbanzo, de Eusebio Blasco, lograron tener un público, porque repito, lo artístico y lo literario tenía poca boga, y estuvieron representados en este larguísimo periodo por El Museo Universal, La Ilustración Española y Americana, que es todavía hoy una publicación importantísima, y como periódicos de monos, Los Sucesos de Inza, y Las Ocurrencias, de Collantes.

Antes de seguir adelante me conviene hacer constar que así como todo lo que publico lo dicto y no lo corrijo, por lo cual tengo una envidiable reputación de incorrecto, y por lo que Marcos Zapata me llama Dictador, de la misma manera estas crónicas están hechas completamente a la memoria, por lo que desde luego anticipo que se me habrán pasado muchos nombres, y así y todo persevero en mi sistema, porque no habría para mí nada más amargo que haberme pasado la existencia dando y tomando apuntes.

Hoy las cosas han variado mucho.

Que yo recuerde, hoy se venden en Madrid Blanco y Negro, Nuevo Mundo, Alrededor del Mundo, Por Esos Mundos…, Vida Galante, el Iris, Instantáneas, Arte y Letras, Arte Joven, Madrid Cómico, La Saeta, Electra, Madrid, Gente Conocida, Gente Vieja, Juan Rana, Gedeón, España Artística, El Mundo Latino, Relieves, Revista Hispanoamericana, El Cardo, La Moda Elegante, El Heraldo Taurino, El Tío Jindama, El Álbum Ibero-americano, La Última Moda, La Ilustración Nacional, El Teatro, La Lectura, Nuestro Tiempo, Revista Moderna, El Fusil, Vida y Arte y Revista General de España; en total, 35 semanarios que se venden, por mejor decir, que se compran, y que viven, y lo que es más chinesco todavía para los que pertenecen al periodismo del siglo pasado, que pagan los artículos.

¡Cualquiera hubiera creído esto en 1860!

Los semanarios de literatura, allá en la época de la segunda mitad del siglo XIX, distaban mucho de vivir como hoy vive el Blanco y Negro.

Juzguen ustedes:

Con el título de El Año 61, comenzó a publicarse en 1.º de Noviembre de dicho año, un semanario de literatura, que fundó mi amo, a quien no me he permitido nunca citar por su nombre en estas crónicas; semanario redactado, según decía modestamente al frente del periódico, por lo mejorcito de la presente generación.

Las oficinas estaban en un cuarto bajo del núm. 18 de la calle de los Reyes; el cuarto tenía una sola reja, y allí estaban la imprenta, la redacción y la administración. Calculen ustedes si todo estaría holgado y ocuparía espacio.

El periódico se tiraba en una prensa, y de los propietarios redactores que fundaron el tal periodiquito, no por acciones, sino por una derrama de dos o tres duros por barba, y eso que algunos no la tenían, todavía viven Santiago de Liniers, Mariano Vallejo, Alberto Aguilera, Francisco Silvela, Juan José Herranz, Roberto Polo, Eugenio Sellés, el conde de las Almenas, que entonces se llamaba Xavier del Palacio, y un tal Garci-Fernández, que aún escribe cartas a los periódicos de España y América con este pseudónimo, con el que ya en El Año 61 publicó una novelita corta, titulada Carolina y yo, que todavía regocija a algún jefe de partido cuando recuerda aquello de

Matilde, no es que te tilde
por gusto tan… &c.

Han muerto Esteban Pinel, Vicente Lahoz, Ramón Chico de Guzmán, José Cavanillas y no recuerdo si algún otro.

Tenía el periódico ocho páginas y unas doscientas cincuenta suscripciones; ni por casualidad se vendía un número suelto; no hubo ejemplo de que tuviese un anuncio, y, sin embargo, los entonces chicos que lo hacían creían haber puesto una pica en Flandes.

Todavía me acuerdo, porque fui a la redacción a llevar unos chanclos a mi amo –por aquella época se gastaban chanclos,– del día en que se hizo el primer número.

¡Qué tarde aquella! Estábamos –ya me metí yo entre los redactores– tan seguros del éxito colosal que el periódico había de tener, que determinamos que durante la noche quedase uno de guardia, ojo avizor, para recibir los plácemes o los disgustos que indudablemente nos llegarían, o personalmente, o por telegrama o por cartas, de España y de Europa entera.

Vallejo nos había leído dos poemas que habían de insertarse en los números sucesivos. Uno se titulaba «Pelayo»; el otro, «Pavo».

Le proclamamos el primer poeta del orbe.

Y realmente aquellos versos eran muy buenos.

Un pastor y una pastora se daban cita en un monte, y decía el poeta:

«Todos los días los ve
en su tronco un romeral,
jurándose eterna fe,
y los pinta en su cristal
un arroyo que hay al pie.»

Chico de Guzmán, aquel gran corazón y aquella gran inteligencia, lloraba conmovido; Alberto Aguilera manifestaba temores de publicar ciertos trabajos que tenía hechos sobre los capitanes romanos, al lado de aquella inspiración; Pinel le animaba, sosteniendo que los artículos de Aguilera eran muy eruditos; Sellés nos leía una oriental muy bien hecha, como todo lo suyo, y que después parodió mi amo diciendo:

«Porque tengo cien eunucos
apostados y en cuclillas,
que romperán las costillas
a tu amado paladín.»

Nos atrevíamos con lo divino y con lo humano.

Decía Vicente Lahoz, hablando de teatros:

«Romea, a quien le llaman Don Julián,
se ha marchado a Sevilla
por la razón sencilla
de que aquí no ganaba para pan.»

Y aquel periódico de que, en definitiva, se enteraban los redactores y sus familias, si se hubiera hecho hoy, con los medios y con el público que tienen los periódicos literarios, hubiera logrado popularidad.

¿No lo creen ustedes?

Pues compren una colección, si la encuentran, y verán que la mercancía literaria era, poco más o menos, lo mismo a mediados del siglo pasado. Lo que hay es que no había compradores.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 445-452.)