
Colección popular Fomento Social
50 cts. N.° 15
De comunista a católico
Enrique Matorras
Con licencia eclesiástica
Editorial Vicente Ferrer
Barcelona
1946

De comunista a católico
Enrique Matorras
El autor de este folleto es Enrique Matorras. A fines de 1930 ingresó en el Partido Comunista, y en 1932 fue nombrado Secretario General del Comité Central de las Juventudes Comunistas. Él mismo refiere su conversión en las páginas que siguen. En 1934, formando ya parte de las filas del sindicalismo católico, como conocedor profundo de la organización comunista, publicó el libro titulado El Comunismo en España, del cual extraemos algunos párrafos. Enrique Matorras fue encarcelado al principio del Movimiento, e inmolado como mártir de sus nuevos ideales de elevación y moralización de la clase trabajadora.
Como hijo de la clase obrera –mi padre era cartero; mi madre procedía del campo–, me vi obligado al trabajo desde la niñez. Después de abandonar el internado a los once años, ocupé un puesto de vendedor de periódicos y lotería en el «Café Oriental», en Atocha. Al comenzar mi vida de trabajador, poseía yo una formación mejor que la mayor parte de los niños proletarios de mi edad. Mi educación, que debo a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, me había dado una buena instrucción elemental. Junto con una buena dirección cristiana, hubiera sido para mí una bendición; al faltarme ésta, sólo sirvió para aumentar mi daño. El trabajo del día era duro. Desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche me veía expuesto a las inclemencias del tiempo y tenía que vocear periódicos y revistas.
Sensible como era, esto produjo en mí un gran descontento. Comparaba mi vida con la de otros muchachos que veía pasar ante mí en dirección a la próxima Facultad de Medicina, y mi entendimiento se sublevaba y me decía que esto no era justo. Este sentimiento despertó en mí el deseo de mayor cultura, de saber más, de poder algún día emprender una carrera como ellos.
Desde aquel momento me di a la lectura intensiva. Lo leía todo: periódicos, novelas y cualquiera otra cosa que cayera en mis manos. Naturalmente, semejantes lecturas no me fueron provechosas, y uno de sus primeros efectos fue la pérdida de la fe, que, a mi parecer, me hacía esclavo de la injusticia social.
Pasaron los años entre continuos esfuerzos por asistir a conferencias de todas las especies y matices, por devorar toda clase de libros y tomar parte en toda reunión que pudiera aprender algo nuevo. El resultado de todo esto fue una total confusión en el mundo de mis ideas. Al mismo tiempo comenzaron en España las inquietudes políticas que precedieron a la caída del general Primo de Rivera, y este movimiento aumentó aún más mi desasosiego. Por entonces tenía yo varias ocupaciones. Pero –a decir verdad– aun cuando iba a una academia para adquirir conocimientos en la contabilidad y otras ramas del comercio, dedicaba a la política mayor interés que a mi trabajo. Al estallar, por fin, la revolución en diciembre de 1930, me decidí a ingresar en las filas de los comunistas. Ya en el otoño anterior me había puesto en contacto con un grupo de revolucionarios, que publicaban una revista titulada Rebelión. Esta revista, aunque no proclamaba el marxismo abiertamente, representaba, sin embargo, una tendencia fuertemente materialista. Yo era su entusiasta colaborador, y escribía principalmente artículos contra la religión y la Iglesia.
Mi ingreso oficial en el partido comunista tuvo lugar en diciembre de 1930. Después de haber sido algunos días miembro de una «célula», fui nombrado por la Junta directiva superior miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas. No necesito decir que desde entonces mis lecturas favoritas fueron las obras de Marx, Engels, Lenin, Bucharin, Stalin, &c. Me entregué con todas mis fuerzas a las tareas de la Organización. En abril de 1931 se proclamé la República, y poco después las Juventudes Comunistas publicaban su revista Juventud Roja. Fui nombrado miembro de la redacción, y administrador. Además desarrollaba, a la cabeza del Comité de Madrid, una intensa actividad.
No quisiera extenderme aquí sobre todas las acciones revolucionarias, que por entonces hicieron que el comunismo español se desenvolviera rápidamente. Al tratar de constituir una «célula» –intento en un cuartel–, fui detenido y puesto ante un Tribunal militar. La detención, que aproveché para el descanso, el estudio y la meditación, sólo sirvió para robustecer mis ideales revolucionarios. La prisión fue para mí casa, escuela, santuario, todo. Seis meses tuve que permanecer allí. Al ser puesto en libertad, se publicaba ya el órgano central del partido Mundo Obrero. Se me nombró redactor, lo cual no duró mucho, pues el 22 de enero de 1932 fue prohibida la hoja por el Gobierno, a causa de su propaganda revolucionaria y dejó de publicarse.
Por entonces se puso enfermo Etelvino Vega, secretario del Comité Central de las Juventudes Comunistas. Para evitar su detención y, al mismo tiempo, para reponer su salud, fue enviado a un sanatorio de Rusia. Con esta ocasión fui nombrado yo secretario general.
Puedo decir que, desde entonces, con mi actividad a la cabeza de toda la Organización Nacional de las Juventudes Comunistas de España, asumí también la responsabilidad de todo el movimiento. Pero en la misma medida en que mi actividad se hizo entonces más intensa, comenzaron también los desengaños a deprimir mi espíritu. La vida privada de los funcionarios, de los emisarios de la Internacional, de los círculos superiores comunistas, me desilusionó.
Pude comprobar con mis propios ojos que les interesaban poco la libertad del proletariado y los derechos de la clase obrera. Lo único que les importaba siempre era su propio provecho. No obstante, seguí fiel a la teoría, pues me dije que las faltas y debilidades que veía eran cosas humanas; pero que la idea, el marxismo en sí, permanecía siempre y a pesar de todo puro e intachable. Para vencer mi desilusión me consagré más que nunca a la acción organizadora. Este celo me llevó a la cárcel varias veces y me dio fuerzas para soportar toda clase de fatigas, lo mismo el hambre que los viajes por todos las caminos de España, de un extremo a otro. Todo lo sobrellevaba con entusiasmo y fe. Estaba firmemente convencido de la victoria del proletariado por medio de la revolución; de que, después, todos los males de la sociedad serían curados. Trabajaba sin descanso. No habría entonces en España ninguna publicación comunista que no llevara mi nombre al pie de algún artículo. En los mitines, mis discursos lanzaban oleadas de odio.
Y, sin embargo, mi alma joven y arrebatada necesitaba de algo más elevado. Sentía el anhelo de defender algo noble, de luchar por un ideal excelso. Todo lo que entonces la rodeaba era demasiado bajo. Así comenzó en mi corazón una crisis moral, que con frecuencia me llevaba a un estado de gran melancolía. Entonces busqué un calmante donde esperaba encontrarlo: en la mujer. Trabé especial amistad con una camarada comunista y tuve la gran suerte de que nuestras almas se fundieran en una. Tuvimos una hijita. Y, sin embargo, tampoco esto me satisfacía. Mi corazón enfermo quería otra cosa más espiritual, más sublime que todo esto.
Nuevamente recaí en mi crisis anímica. Me encontraba en un estado en que todo me era indiferente. Con el pretexto de estar cansado, aflojé en mi celo por el comunismo. Ahora buscaba remedio en las diversiones. Me entregué a ellas sin freno ninguno. El resultado era siempre el mismo: cada vez más triste el vacío interior, cada vez más oscura la noche del alma. Temí volverme loco. Lo que yo había amado en la vida, lo que me había servido de espuela y acicate, todo, absolutamente todo, fracasaba.
Había esperado que el materialismo histórico resolvería la cuestión social. Ahora veía claramente su incapacidad para ello. Me encontraba, por el contrario, ante una sociedad descompuesta, llena de aquellos defectos y lacras que precisamente se debían suprimir. Veía algunos sectores capitalistas que, preocupados únicamente de su provecho, no se ocupaban lo más mínimo de los problemas sociales, y sólo concedían mejoras a los trabajadores cuando éstos se las arrancaban a la fuerza. Veía un Estado que se consideraba obligado a servir incondicionalmente a los intereses de estas clases egoístas.
Y tampoco el amor a mi mujer y a mi hija, en el cual me había volcado como un mar contenido, por más firme y auténtico que fuese, podía llenar por completo lo mas íntimo de mi alma. Y, aunque era hermoso... persistían la desgana y el vacío de mi espíritu.
Había momentos en que me parecía que no valía la pena vivir en un tiempo tan absurdo, y creía que lo mejor sería poner fin a todo y librarme de los tormentos que torturaban mi alma.
Pero he aquí que un día, mientras paseaba por uno de los parques de Madrid, entregado a mis pensamientos, me encontré con un conocido antiguo, no recuerdo si de los tiempos de internado o del puesto de periódicos. Lo cierto es que, en el transcurso de la conversación, supe que se había hecho espiritista, y fui invitado a tomar parte en una sesión. He de confesar que siempre me había parecido el espiritismo sumamente ridículo; mas, por pasar el tiempo, acepté la invitación. Como esperaba, no asistí a nada extraordinario, sino a cosas absolutamente grotescas, que me divirtieron. Sin embargo, se me dio un folleto de Allan Kardec, resumen de su teoría, que ya me era conocida. En él se hablaba de «Dios». Esta sola palabra despertó en mí innumerables recuerdos: el colegio, la iglesia, las filas de los alumnos al ir los domingos a oír misa en la parroquia, la primera comunión. En estos recuerdos pasaron las últimas horas de la noche, y la consecuencia fue que, a la mañana siguiente me dirigí a una librería de viejo y pedí una Biblia, pues deseaba leer algunos pasajes. Si he de ser sincero, lo hacía más por curiosidad que por otro motivo. No tenía en mi corazón la menor sospecha de que esto pudiera ser el primer impulso para mi conversión.
Compré la Biblia y comencé a leer. No tardé en encontrarme, entre los diversos pasajes del Evangelio, uno sobre la justicia social. Lo leí con avidez y, cuanto más avanzaba, tanto más iba descubriendo horizontes que hasta entonces me habían estado ocultos. Seguí estudiando, y entonces comprendí que acaso la religión cristiana pudiera dar la solución a mis dificultades. Pero esto era para mí un gran problema. ¡Me encontraba unido con mi compañera comunista, hija de uno de los más altos dirigentes del partido en todo España! La amaba sinceramente. Además, teníamos una hijita, que yo debía alimentar y educar. Todo esto ocasionaba insuperables dificultades para la solución de mi gran problema. Entonces se me ocurrió una idea: pedir consejo a un sacerdote. Pero, ¿a quién? Dudaba de que se me pudiera comprender. Temía que no se preocuparan de mí y que contestaran a mis preguntas con lugares comunes, en vez de darme respuestas concretas. Sin embargo, me decidí al fin. Supe que en la parroquia de Santa Isabel y Teresa, en que yo había recibido el bautismo y la primera comunión, seguía aún el mismo sacerdote que me había preparado a esta última. A él me dirigí.
Esta entrevista fue el principio del fin. El párroco se mostró muy comprensivo conmigo, me prometió dirigir mis pasos y me animó. Él mismo estaba firmemente convencido de que sus oraciones serían escuchadas por el Altísimo. Comenzamos, pues, con el siguiente plan. Todas las tardes, a una hora fija, acudía yo a la sacristía de nuestra parroquia, para conversar con él durante una hora sobre materias religiosas, con lo cual mis dudas acerca de la Revelación fueron disipándose poco a poco. Nuestras discusiones tuvieron un éxito tal, que ya a los pocos días se despertó la fe en mi corazón, y desde entonces estuve convencido de que todo llegaría a arreglarse. Este cambio en mi alma, antes fría y árida, ahora llena de calor y de vida, llenó mi corazón de júbilo. Mi director espiritual me dio el consejo de explorar prudentemente el ánimo de mi compañera para conocer su actitud. Además, me recomendó que pidiera a Jesús Crucificado con todo el fervor de mi corazón el verme libre de mis dificultades. Así lo hice. Y, a los pocos días, conseguí que mi compañera fuese conmigo a la iglesia para participar en la instrucción religiosa.
Tan bien se nos presentaron las cosas, que, una vez quitados todos ]os impedimentos, ya no hubo dificultad para nuestro matrimonio eclesiástico. Pero tampoco ahora cesé de negar mi aprobación a la injusticia social, y por eso busqué una solución compatible con la religión, y que protegiera el derecho de los oprimidos contra la explotación de los poderosos. Confié también esta duda a mi director espiritual, y también para ella encontré solución. En la doctrina social católica hallé la fuente en que pude apagar mi sed y acallar mis anhelos de libertar a los oprimidos. Ahora veía claramente que en esta doctrina se contenían la más dura condenación y los más terribles anatemas contra los explotadores del trabajador.
Todo se deslizaba ahora con suavidad. También mi compañera se convirtió y consintió en el matrimonio. El 11 de mayo de 1934 nos casamos y el mismo día fue bautizada nuestra hijita, que entonces tenía trece meses.
La parte espiritual estaba ya solucionada. Ahora se trataba de dar cauce a mis anhelos de defender activamente mi causa nueva. En las filas del sindicalismo católico pude satisfacer estas ansias, y el 16 del mismo mes de mayo publiqué en la Prensa una declaración en la que repudiaba mis pasados errores e invitaba a mis antiguos camaradas a seguir mi ejemplo. Al mismo tiempo manifestaba mi ingreso en las filas de los militantes en el movimiento católico obrero. Así lo hice, y, desde entonces, mi entusiasmo ha sido cada vez mayor, así como mi convencimiento de que éste es el único camino salvador para la humanidad y para la clase obrera.
Al pensar hoy en mi pasado inquieto, en las masas trabajadoras, que están separadas de la fuente de la vida, y al ver ahora los caminos de mi patria enrojecidos por la sangre, enrojecidos por culpa de aquellas ideas que también yo propagué en otro tiempo, mi corazón se siente invadido de tristeza y compasión. Porque la mayor parte de estos trabajadores que el odio marxista impulsa al crimen y a la muerte están seducidos. En lo íntimo de su alma son buenos. Además, sus exigencias están, en parte, respaldadas por la justicia social. Esto no debemos olvidarlo. Su miserable existencia, de la que son culpables las clases superiores, los empuja a actos de desesperación, cuyas primeras víctimas son ellos mismos. Frente a esta trágica situación, frente a esta conmovedora tragedia social, hay que preguntarse si la responsabilidad mayor no cae sobre los círculos sociales que debieron servir de norma, por no haber cumplido con su deber. ¡Por haber considerado la propiedad como instrumento absoluto, sirviéndose de ella como de un látigo para someter a los débiles! Esta es la verdad. Y nosotros, los católicos, tenemos que mirar esta verdad frente a frente y con valentía, y no evitar cobardemente todo contacto con ella. Nosotros, que conocemos la situación, debemos luchar para dominarla; nosotros, que tenemos la dicha de conocer en su integridad el mensaje de Cristo, tenemos el deber de levantar nuestra voz, sin temor a las opiniones, a los prejuicios y, si fuera necesario, incluso a las persecuciones, para condenar valientemente la injusticia e imponer el respeto debido a la ¡dignidad del trabajador!
Del libro El Comunismo en España
Dedicatoria. A los obreros. A mis hermanos los trabajadores. A todos los desposeídos. A los que sufren las injusticias de la sociedad. A los que, queriendo redimir la Humanidad, militan en los equivocados campos del socialismo y comunismo. En especial, a los esforzados que luchan en la sindicación obrera católica, os dedica esta obra vuestro compañero y amigo.– Enrique M.ª Matorras.
Forma de organización
He creído necesario, antes de entrar en el fondo de la actuación del partido Comunista en estos últimos años, dar una descripción exacta de la organización del mismo y de sus métodos, pues es preciso desvanecer muchos equívocos y aclarar de una vez cuanto se refiere a esta cuestión.
Siempre que hablemos de la actuación del comunismo hemos de tener presente que juega con dos barajas. Tiene una «doble organización», se adapta a todos los medios, aprovecha todas las ocasiones. Una vez sentado esto, nos explicaremos muchas cosas que a simple vista parecen inexplicables. Al lado de cada Comité legal, existe otro clandestino, que es el que lleva la verdadera dirección, siendo aquél tan sólo una pantalla para la policía. Al lado de cada director legal de un periódico existe el «otro», el verdadero, quedando reducido el papel del primero a ser encarcelado cuando los artículos publicados así lo exigen. Esta táctica tiene como fin reservar siempre a los elementos dirigentes de la organización, ya que con estos métodos, aunque son ellos quienes verdaderamente dirigen, nunca les alcanza la responsabilidad, que cae de lleno sobre los testaferros.
Así se han dado casos tan pintorescos como el de tener que responder de publicaciones o manifiestos, individuos que son analfabetos o poco menos, porque, naturalmente, utilizan para estos menesteres a los militantes que no sirven para otra cosa. Hasta hace poco ha estado en la cárcel de Madrid un tal Casiano Martínez, que figuraba como director de Mundo Obrero cuando éste era semanario, siendo así que todos los artículos denunciados fueron escritos y publicados por José Bullejos, el verdadero escritor.
Por lo demás, en el interior del partido el individuo no cuenta para nada; se reduce a un simple elemento más, que, por causa de la férrea disciplina, está obligado a realizar cuanto le ordenen, sin oponer el menor inconveniente, aunque para ello tenga que sacrificar sus más caros afectos. Cuando un nuevo militante ingresa en una célula, puede decirse que se ha convertido en un eslabón de la cadena, la cual le arrastrará incluso contra su voluntad, no quedándole otro camino, si quiere liberarse, que el de hacerla saltar en pedazos.
Células
La célula es la organización vital del partido. Compuesta por un grupo de militantes, que casi nunca excede de diez, es la escuela donde se forjan los afiliados, el instrumento de aplicación de la política del partido. Se reúne semanalmente, y en estas reuniones se reciben las órdenes de los Comités superiores y toman acuerdos para llevarlas a cabo. Dichas órdenes nunca pueden discutirse hasta que han sido ejecutadas. Para la dirección de la célula y su contacto con el Comité de radio correspondiente, ésta elige un Comité, compuesto de tres miembros. El secretario político de este Comité es el que acude a formar parte del de radio.
La célula controla toda la actividad de sus componentes en las demás organizaciones a que pertenezcan y les da instrucciones concretas para la propaganda en las mismas y la captación de nuevos militantes. Semanalmente también se reúnen para discutir los puntos del programa comunista y estudiar la teoría del materialismo histórico. Una de las actividades a que la célula dedica especial atención, es la de «destruir los prejuicios religiosos» que puedan conservar aún sus miembros, no permitiéndose en este punto la menor desviación ni preeminencia por una u otra religión, llevando la lucha en este extremo hasta los últimos reductos de la formación religiosa.
Otro aspecto que las células tratan siempre de mantener en los militantes es la educación sexual comunista. En esta materia se cometen las mayores enormidades, yendo derechamente y por todos los medios a la destrucción del pudor en la joven y fomentando en las reuniones de célula la actuación contra él.
Ocupaciones propias de la célula, a más de las expuestas, son, sobre todo, los medios de propaganda: pasquines, letreros pintados, hojas volantes, propaganda entre los soldados, &c. En resumen, la labor de la célula consiste en la aplicación en la calle, en el taller, en la casa y entre las amistades de los militantes, del principio de que todo comunista ha de saber hacer siempre propaganda de su idea en cualquier situación en que se halle.
Células de barrio y células de empresa
En la organización de las células se siguen dos métodos: células de barrio y células de empresa. Las primeras están organizadas a base de los domicilios y se forman con los militantes que, viviendo cercanos, pueden reunirse fácilmente. Les está encomendada la propaganda y el reclutamiento en su respectiva barriada.
Las segundas, que son las más importantes y por tanto más peligrosas, las forman todos los afiliados al partido o juventudes que trabajen en un mismo taller, comercio u obra. La táctica es provocar conflictos entre el patrono y los obreros, tratar de atraer a los demás a su seno y mantener en constante efervescencia el ambiente del trabajo. Para ello publican un Boletín, que es repartido profusamente entre todos los trabajadores de aquel lugar. Tratan por todos los medios de perjudicar al patrono, para lo que emplean los sabotajes y hasta las agresiones a los mismos compañeros que no se avienen a sus bajas maniobras.
Pero la finalidad esencial de las células de empresa es estar en todo momento preparados para poder transformarse en el Comité de fábrica, que a su tiempo, cuando las circunstancias lo permiten, pueda proceder a la incautación de la fábrica, desplazando al patrono o empresa que la dirija, y ser a su vez, de acuerdo con los demás Comités de fábrica de la localidad, la base para la formación y distribución de los soviets.
Son las células de empresa, que procuran introducir –y en algunas partes ya lo han conseguido–, incluso en los organismos del Estado, el microbio que va minando el régimen, que le va chupando su sangre hasta exterminarlo.
Juventudes
La organización de las juventudes comunistas es similar a la del partido en todos sus aspectos, pero completamente autónoma en el terreno administrativo. Tiene su Comité Central propio, sus regionales, radios y células. Se relaciona directamente con Moscú por medio de la Internacional Juvenil Comunista, y su misión, a mas de secundar todas las iniciativas del partido, se concreta a atraer a la juventud al campo comunista, y una vez captados, procurar forjarlos para su actuación en el partido.
Dedica especial atención a los marineros y soldados y a la juventud femenina, teniendo secciones especiales encargadas de la labor entre estos elementos
Actúa en un todo conjuntamente con el partido, y en todos los organismos existen una representación mutua, incluso en las células. Forma también células juveniles en los lugares de trabajo, encargadas de estudiar las cuestiones que afecten directamente a los jóvenes obreros, y preconiza asimismo la formación de secciones juveniles en los sindicatos.
Por su parte, puede organizar campañas y acciones políticas, siempre que sus objetivos sean esencialmente juveniles. Tiene su prensa propia y su «petit» aparato ilegal, al igual que el partido; en todas las reuniones y Congresos de éste tiene voz y voto, con iguales derechos que las organizaciones del mismo. El límite de edad para ser joven comunista es de veintitrés años.
Organización antimilitarista
Esta es una de las actividades que con más secreto se lleva en el interior del partido. El secretario antimilitarista del C. C. organiza bajo su exclusiva dirección y responsabilidad una oficina central encargada de mantener el contacto con los secretarios antimilitaristas de las distintas regiones. Éstos, a su vez, mantienen las relaciones con los comunistas en el servicio militar.
Todos los organismos del partido tienen la orden, cuando llegan los distintos reemplazos, de comunicar al Comité regional correspondiente los nombres, cuerpo y lugares a que han sido destinados, de los afiliados que ingresan en filas, bien sea en el Ejército o en la Marina. Inmediatamente el secretario antimilitarista regional lo hace llegar a la oficina central, la que se pone seguidamente en contacto con los nuevos reclutas, y si existe ya una célula en el cuartel donde están, les relaciona con ella, pero si no, les orienta y cursa instrucciones concretas para que la constituyan. Toda esta labor la realiza la oficina central por mediación de los regionales, que son los encargados de hacer cumplir los acuerdos de la oficina central y facilitar a las distintas células todo el material de propaganda que sea preciso a dichos fines.
La oficina central edita un periódico clandestino titulado La Voz del Cuartel, en el que colaboran las distintas células del Ejército y por medio del cual se realiza la propaganda en los institutos armados. Además, edita en multicopista un boletín interior para las células, por el que se les dan las órdenes oportunas y toda clase de directrices para la organización en el interior de los cuarteles; las principales consignas del partido para los soldados y marineros son: derechos políticos y civiles; elección de los jefes y oficiales por las asambleas de soldados; reconocimiento de los Comités de cuartel dirigidos por los soldados, y facultad de poder juzgar a los jefes y oficiales por los actos de servicio. A estas aspiraciones sólo una advertencia: En la U. R. S. S., nación que tiene instaurada la dictadura del proletariado, ninguna de estas consignas es llevada a cabo.
La oficina central antimilitarista se ocupa también de todo lo referente a armamento. No solamente de procurarlo para el partido, sino de averiguar la situación y funcionamiento de los parques militares, para lo que procura tener planos de los mismos.
Asimismo, está en contacto directo con las células comunistas de las fábricas de armas para darles orientaciones y adquirir informes sobre la fabricación.
Los componentes de la oficina central antimilitarista están relevados de toda otra actuación en el partido y sólo tienen contacto con el secretario antimilitarista del Comité Central, el cual rinde cuenta de su gestión directamente a la delegación de la Internacional. Hasta su muerte, estaba encargado de esta sección Ramón Casanellas.
Aparato ilegal
Se llama aparato ilegal del partido a la sección encargada de toda la actuación mecánica del mismo. Se ocupa esta sección de las siguientes cuestiones: imprentas clandestinas, pasos clandestinos de fronteras, obtención de pasaportes falsos y administración de los fondos recibidos de la Internacional, relaciones por correspondencia con Moscú, tirada de manifiestos y boletines clandestinos en multicopistas, correspondencia con los distintos Comités Regionales, contactos con la sección antimilitarista y delegación de la Internacional, organización de las reuniones clandestinas importantes para evitar sean sorprendidas claves del partido, alojamientos para militares perseguidos, documentaciones falsas, organización de viajes de los dirigentes, estadísticas, archivos, &c.
Su funcionamiento está encomendado al secretario de organización del Comité Central. Éste, al igual que el antimilitarista, tiene a su servicio una oficina en la que se llevan todas estas cosas. En ella se formulan también los estados de cuentas para la Internacional. Sus componentes están en posesión de todos los secretos del partido, hacen vida absolutamente clandestina y están retribuidos con una mensualidad fija. Esta sección tiene de tal modo organizado el mecanismo de la organización, que aun en las épocas de mayor persecución sigue funcionando normalmente.
Organización del Socorro Obrero español
En el mes de junio de 1931 llegó a España un delegado del Socorro Obrero Internacional, cuyo presidente es Willi Müzemberg, con la misión de organizar aquí el Socorro Obrero, entidad auxiliar del partido, dedicada a hacer campañas de masas para ejercer la solidaridad con las familias y los hijos de los obreros huelguistas.
Al llegar a Madrid se puso en relación con el «Burean Político» al que pidió le designara un militante que pudiera encargarse de la secretaría general, secretaría que, como en todos los países, estaría retribuida. El «Bureau Político» designo a Manuel Navarro Ballesteros. De acuerdo los dos, alquilaron un local en la calle de Augusto Figueroa, numero 20, y en él instalaron las oficinas. La mayor parte de los enseres adquiridos para esto no han sido abonados todavía.
Trataron de constituir un Comité amplio, compuesto por personalidades solventes en las artes, ciencias y en la política, y para ello lanzaron un manifiesto que, entre otras personas de menor importancia, fue firmado por Joaquín Arderius, Ramón del Valle Inclán, Roberto Novoa Santos, Encarnación Fuyola, Fernando García Mercadal, Victorio Macho, Ricardo Baroja, José Díaz Fernández, Luis de Tapia, Alberto Ghiraldo, Antonio de Obregón y Felipe Fernández Armesto.
La presente es una de tantas organizaciones que con la mascarilla «humanista» fomentan la lucha de clases y son las nodrizas de la organización política de la Internacional Comunista y sus Secciones.
Teatro Proletario
Cesar Falcón, siguiendo órdenes de la Internacional del Teatro Proletario Revolucionario, constituyó en Madrid un grupo artístico con el título de «Nosotros», el cual quería llevar a la práctica la formación de una compañía de teatro proletario. Como la mayoría de los elementos no entendían una palabra de actores y el mismo Falcón no conoce lo que es una escena, después de algunas actuaciones malísimas, el grupo fracasó por completo.
Luego, con actores profesionales parados, formó una compañía en la que figura como director, pero en la que no interviene para nada, y emprendió una «tournée» por las provincias españolas, obteniendo un éxito bastante regular.
Excusado es decir que las obras que representa son todas revolucionarias, y en ellas se ataca abiertamente a los principios básicos de la sociedad, bajo la dirección y control de la Tercera Internacional. Es un medio más de propagar entre las masas la rebeldía y la desesperación.
La fiesta del Corazón de Jesús
Se celebró el día 23 de junio. Siguiendo la costumbre, los católicos pusieron colgaduras en balcones y ventanas.
Desde días antes, la Juventud comunista estaba en relación con la Izquierda Radical Socialista y partido Socialista, para tratar de organizar en ese día una manifestación conjunta, respondiendo a la demostración católica. En la tarde del citado día 23 se celebró esta manifestación, a pesar de haber sido prohibida por el Gobierno, no poniendo la fuerza pública gran energía en disolverla. Mientras tanto, los grupos, dirigidos en su mayor parte por militantes comunistas, se dedicaron a quemar colgaduras y apedrear los balcones en que no eran retiradas aquellas a la primera intimidación.
El Gobierno, cediendo a la coacción de la calle, mandó retirar todas las colgaduras de los balcones, imponiendo multas a los que a ello se negaran.
Campaña antirreligiosa del Ateneo
En las Cortes Constituyentes estaban discutiendo el articulado de la Constitución. Se llegó al problema religioso y en torno de él se suscitaron grandes escándalos. El Partido, por mandato de la delegación de la Internacional, quiso aprovechar esta ocasión para hacer campaña política. A este efecto se reunió el «Bureau Político» y tras larga deliberación acordó convocar a la fracción comunista del Ateneo a una reunión común con el Secretariado, para tratar de organizar por medio de aquel centro una manifestación central, donde estuvieran representados todos los partidos y organizaciones obreras que lucharan contra la Iglesia. Esto, sin perjuicio de que el partido por su cuenta realizara cuanta propaganda creyera conveniente y procurara siempre figurar como el principal organizador de la misma, para lo cual movilizaría todos sus militantes.
Se celebró la citada reunión con Galán, Arderius, Yusti y Jiménez Siles, y convinieron en presentar una proposición a la Junta General del Ateneo, que sería citada expresamente para el caso, en el sentido de que éste organizara la manifestación. En la Junta General, la Directiva, afín a Azaña, que había visto la maniobra, se opuso a la proposición. Como se produjera un gran escándalo, la Junta de Gobierno, aprovechando la ocasión, levantó la sesión y se retiró del salón. Sin embargo, los asambleístas continuaron celebrando la reunión y la fracción comunista logró sacar adelante su proposición, nombrándose una Comisión para que organizara la manifestación y resolviera cuantos asuntos se relacionaran con ella.
Llenaron Madrid de propaganda, y el partido envió oradores a todas las fabricas y talleres para dar mítines relámpago a la salida de los obreros. Lograron agitar Madrid en todos sus barrios.
El día 14 de octubre se celebró la manifestación, que, a pesar de la prohibición del Gobierno, llegó hasta la misma Puerta del Sol. El verdadero éxito de la jornada fue para los comunistas. Durante el transcurso del recorrido de la manifestación, a la que asistieron unos 10.000 obreros, varios militantes preparados de antemano dirigieron la palabra a los manifestantes lanzando las consignas del partido en lo tocante a la Iglesia. Hasta las diez de la noche no cesó la agitación en el centro de Madrid. Resultaron de la jornada 12 heridos y más de 200 detenciones, que no fueron mantenidas.
Mundo Obrero puso a la venta un número extraordinario de dos páginas, que era un verdadero manifiesto revolucionario. La presión de la manifestación hizo que las Cortes aprobaran el artículo 26 de la Constitución y que se produjera con este motivo la dimisión del señor Alcalá Zamora, de la presidencia del Gobierno.
Al día siguiente del en que se celebró la manifestación, la Junta de gobierno del Ateneo publicó una nota condenando la actuación de la Comisión Organizadora de la manifestación, con objeto de salvar su responsabilidad ante el alcance que había tenido la misma. Lo cierto es que queda al descubierto de manera evidente la complicidad de la Junta de gobierno, cosa que no es de extrañar, pues sus componentes eran todas personas afectas a los partidos izquierdistas y si condenaron la actuación de la Comisión, fue solo para el efecto político.
Amigos de la Unión Soviética
En aquellos días quedó constituida en Madrid la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. El manifiesto de constitución lo firmaron personas tan destacadas como Valle Inclán, Salazar Alonso, Martínez Barrios, Sánchez Román, &c.
A pesar de ello, esta nueva asociación no deja de ser una rama más de la Internacional Comunista, persiguiendo como fin realizar una intensa propaganda por medio del cine, prensa, conferencias, delegaciones, &c., de los métodos de vida rusos y de la organización política de los Soviets.
Está adherida a la Asociación Internacional de Amigos de la Unión Soviética, la cual tiene su residencia en Moscú, y cuyo Comité Ejecutivo está compuesto por destacados militantes de la Internacional Comunista.
Para su contacto con el público, publica una revista titulada Rusia de Hoy en la que, a pretexto de dar a conocer «los progresos económicos industriales y agrícolas» de la U. R. S. S., se hace una exaltación del sistema comunista, creando ambiente para el desarrollo de la sección de la Internacional Comunista de España. Alucina a los obreros con el espejuelo ruso, el cual ha realizado progresos, pero que está muy lejos de llegar a ser el paraíso que sus partidarios presentan, y los predispone a aceptar como única solución a la crisis económica indudable, la salida revolucionaria.
Es sintomático que a empresas de esta índole presten su ayuda personas y partidos que tan lejos dicen encontrarse del comunismo, y no comprenden, o si lo comprenden no les importa, que con esa posición favorecen los designios de la Tercera Internacional y ayudan poderosamente al desarrollo de una organización que, en caso de triunfar, sería a ellos mismos los primeros que esclavizara.
La Navidad del preso
Amparándose en la gran cantidad de detenciones llevadas a cabo con motivo del movimiento anarquista, el Socorro Rojo Internacional organizó en un plan nacional una campana de recaudación para celebrar la «Navidad del preso».
Dio buenos resultados, recaudándose varios miles de pesetas, de las cuales parte pasó a los presos y la otra parte, la mayor parte por cierto, quedó en la Caja del Socorro para «gastos de propaganda y entretenimiento»; más claro, para mantener espléndidamente a la burocracia.
Lamentable es que a costa de los presos se organice una verdadera estafa, y que gentes honradas, con buenos sentimientos, contribuyan con sus donativos, creyendo favorecer en algo a los perseguidos, yendo su dinero a manos de unos cuantos vividores que lo emplean en orgías de cabaret y crápula.
Hora es ya de arrancar la hipócrita careta tras que se esconden, y presentar su faz, repleta de podredumbre, a los ojos del pueblo, a los ojos de esa misma clase obrera, a costa de cuya miseria se encumbran, arrojándoles al rostro lo que en realidad son: hipócritas, cobardes y cínicos.
Fuerza actual
Como fuerza de organización, en términos generales, no podemos afirmar que el Partido Comunista cuente actualmente con una influencia efectiva que pueda constituir un serio peligro para la sociedad. Sus cuadros de militantes son débiles y escasos.
A pesar de ello, que es un hecho incontrastable, no hemos de olvidar que cuenta con pequeños grupos, débiles, si se quiere, pero los cuales están introducidos en todas partes, desde los institutos armados hasta el último pueblo y aldea.
Es indudable que el noventa por ciento de los militantes del partido no son comunistas en lo que esta palabra signifique, de asimilarse a la teoría del materialismo histórico, pero sí podemos afirmar con toda certidumbre que son hombres fanáticos, formados en una mentalidad de máquina, y que por consecuencia de ella son capaces de realizar los mayores absurdos.
Aparte de lo que en sí misma puede significar la actuación pública del partido Comunista, como fuerza y como corriente avasalladora de propaganda que arrastra a las masas obreras, a la incredulidad primero, y a la lucha violenta después, es muy digno de tenerse en cuenta lo que esta organización significa en su vida secreta.
Hemos probado que toda su política gira alrededor de las conveniencias de los Soviets, que Rusia alimenta el movimiento con instrucciones, metálico, &c., pero lo más importante de todo ello estriba en que ejerce un verdadero y efectivo espionaje por medio de sus delegados en beneficio del Estado soviético. El lector habrá podido encontrar en el transcurso de la obra pruebas suficientes de ello. La organización antimilitarista especialmente, constituye la expresión más palpable de lo que antecede.
Por otra parte, el «aparato ilegal», tan perfectamente organizado, con sus pasos clandestinos de fronteras, su departamento de documentaciones falsas, &c., pone en sus manos infinidad de medios para eludir toda acción policiaca y permite que individuos destacados de la Internacional Comunista y de la U. R. S. S. vengan a España de incógnito, permaneciendo en nuestro país sin ninguna dificultad, todo el tiempo preciso para sus designios.
No hace muchos meses se encontraba en Madrid uno de los máximos dirigentes de la Internacional Comunista, Stefanof, con una misión especial encomendada por el «Komintern».
La U. R. S. S. por medio de la Internacional Comunista, tiene montado el mejor servicio de espionaje que se ha conocido a través de la Historia de la Humanidad.
Posibilidades
Las posibilidades que el comunismo encuentra en España son, desgraciadamente, muy grandes. De un lado, tenemos la posición anticristiana y suicida de las clases capitalistas, que, encerradas en un criterio medieval en lo que se refiere a la propiedad, consideran al obrero como esclavo, le arrojan en la miseria y con su actitud son los mayores culpables de la rebeldía y desesperación de las clases humildes.
De otro, nos encontramos con una ola de propaganda demagógica, favorecida y mantenida por la banca judía, que lleva al alma simple, sin cultivar, de los trabajadores industriales y agrícolas, sentimientos de odio; que, explotando su miseria, su rebeldía justa, ante los atropellos de que son objeto, capta su inteligencia, su voluntad, y los conduce por derroteros falsos, por caminos perjudiciales a los mismos anhelos de su espíritu, pero infinitamente favorables a la creación de un «Estado Mayor» de dirigentes de la revolución social. La revolución social, que, por lo mismo que constituye una utopía, hacen de ella un semidiós, un fin en sí misma, con el cual sugestionan a los individuos sustituyendo en su espíritu la fe religiosa por el fanatismo revolucionario.
Esta propaganda tan perniciosa la vemos llegar a todas partes de mil maneras: en hojas, folletos, prensa, oradores, reuniones, libros, &c., pero frente a ella no vemos oponer otro muro, otra ola de propaganda contraria. A lo más, lo que se hace en este sentido son cosas sin resultado práctico alguno; folletos, revistas, &c., donde se plantean los problemas de una manera muy poco propia para los obreros, para la masa, en los que se habla de los contrarios con un desconocimiento casi absoluto de sus métodos y sistemas, y en los que se emplea un lenguaje académico que es incomprendido de la mayoría.
En una palabra, nos encerramos en nuestro propio círculo, no vamos a los obreros, no sabemos hablar a la masa, no tenemos valor, hay que confesarlo, para enfrentarnos cara a cara en los lugares de trabajo con nuestros contrarios, y aun persuadidos de que tenemos razón, por cobardía, los dejamos hacer.
Y sobre todo, si de verdad queremos aislar las posibilidades del comunismo, hemos de procurar que el Estado, las clases directivas de la sociedad, cumplan la misión social a que están obligadas.
El verdadero peligro
El verdadero, el único peligro, consiste en que pueda llegarse a una unión de todas las fuerzas obreras diseminadas hoy en diversos campos y organizaciones extremistas.
Si nos detenemos a examinar la situación de los distintos partidos, no solo en España, sino internacionalmente, veremos, si no queremos encerrarnos en una ceguera voluntaria, que los factores todos concurren para producir esta unión, aunque solo sea circunstancial.
Después de las experiencias de Alemania y Austria, las dos Internacionales se han percatado de que si no se unen serán destrozadas. Ante ello, poco les puede importar a sus jefes hacer un alto en sus ataques recíprocos, si con ello salvan los intereses comunes, si con ello conservan su situación privilegiada.
Creo sinceramente que están equivocados aquellos que sostienen la imposibilidad de un frente único entre los socialistas y comunistas. Muy reciente es el caso de Francia, donde, para llegar a él, el partido Comunista francés no ha tenido inconveniente en hacer dejación formal de la lucha sistemática. Lo único que les interesa es lograr el objetivo central de la unión. Una vez realizada ésta, por medio de su táctica de fracción les será muy fácil arrastrar a la masa a objetivos determinados, incluso por encima de la voluntad de sus jefes.
Nunca perdamos de vista que todo ello es dirigido desde Moscú y que mientras el sistema soviético exista en Rusia, será un foco peligroso, por lo hábil, capaz de conseguir cuantos resultados se proponga.
Orientación a seguir
Frente a todo esto no existe más que un camino. El único instrumento eficaz que podemos oponer al desarrollo del marxismo es un movimiento fuerte de sindicación obrera católica.
Pero vamos por partes. Un sindicalismo católico que rompa con todo misticismo, con todo espíritu de cofradía religiosa; que si, efectivamente, da a sus miembros una sólida formación espiritual, al mismo tiempo, simultáneamente, haga de sus afiliados verdaderos líderes sociales, valga la frase. Forje a sus militantes en una formación social capaz de rivalizar con la de los contrarios.
Un movimiento de sindicalismo católico con ímpetu renovador, arrojando por la borda todo el lastre perjudicial, e imprimiendo a su actuación un marcado carácter obrero, esencialmente obrero, limpio por completo de métodos sectarios, en contacto permanente con la masa de trabajadores. Un movimiento sindical católico que acabe con el espíritu de estrecho círculo, que vaya a la masa, que conquiste a la masa, que se ponga a la cabeza de sus justas reivindicaciones y sepa exigir, no hay que asustarse de la palabra, imponer, a las clases capitalistas los derechos de los humildes.
Un movimiento sindical católico que sea entusiasmo, escuela, fuerza consciente de la clase trabajadora y que ponga definitivamente en práctica aquella frase feliz de nuestro Santo Padre, haciendo de la conquista para la Iglesia de los trabajadores, una obra de los trabajadores mismos, alejada de toda tutela innecesaria y perjudicial.
FIN
Publicado por Edit. Vicente Ferrer. Valencia, 200 - Barcelona
Colección popular Fomento Social
CON LICENCIA ECLESIÁSTICA
Publicados
N.° 1.– Pío XII y la cuestión obrera, por M. B.
» 2.– Demostración científica de la existencia de Dios, por Ignacio Puig.
» 3.– La elevación del proletariado, por Joaquín Azpiazu.
» 4.– Por qué está mal el mundo, por José A. de Laburu.
» 5.– La dignidad del trabajo, por Martín Brugarola.
» 6.– Demostración científica de la existencia del alma, por Jesús Simón.
» 7.– Obrero y creyente ¿por qué?, por J. C.
» 8.– Entre obreros. Hablemos del amor, por J. V.
» 9.– La reforma social, por Alberto Martín Artajo.
» 10.– ¿Quiénes son los Curas?, por Andrés Casellas.
» 11.– Dom Bosco y los obreros, por Aresio González de Vega.
» 12.– Cómo pasé del error a la verdad, por Luis Nereda.
» 13.– Los Obispos y la cuestión obrera, por M. B.
» 14.– Obreros mártires del Cerro, por Florentino del Valle.
» 15.– De comunista a católico, por Enrique Matorras.
» 16.– La felicidad en el hogar, por Ernesto Gutiérrez del Egido.
En preparación
» 17.– Un modelo de participación en los beneficios, por José M. Gadea.
» 18.– Los milagros de Jesucristo ante la ciencia, por Antonio Due Rojo.
» 19-20.– Realizaciones sociales en España, por Martín Brugarola.
Febrero 1946 – Es propiedad
Editorial Vicente Ferrer, calle Valencia, 200 - Barcelona
[ Versión íntegra del texto y las imágenes impresas sobre un opúsculo de papel de 32 páginas, formato 120×170mm, publicado en Barcelona, en Febrero de 1946. ]