
Guía de la Universidad de Madrid
Breve reseña histórica
de la Universidad de Madrid
Madrid 1945
ESTADES. Artes Gráficas · Evaristo S. Miguel, 8. Tel. 34079 · Madrid
Índice de materias
Breve reseña histórica de la Universidad, 9
Rectores del Colegio y Universidad de Alcalá y de la Universidad de Madrid, 141
Breve reseña histórica de la Universidad de Madrid
La actual Universidad de Madrid se enorgullece de ostentar legítimamente el título de heredera de la que el egregio Cardenal Ximénez de Cisneros instaurara en Alcalá entre abril de 1499, bula de su erección, y enero de 1510, fecha en que se promulgan sus constituciones. Comienza a funcionar en el curso de 1509-10 con cinco Facultades, a saber: Artes y Filosofía, Teología, Derecho canónico Letras y Medicina. La de Derecho civil se organizó posteriormente. Característica del nuevo Establecimiento es la de ofrecerse como Colegio y Universidad brindados especialmente a la formación eclesiástica de estudiantes pobres.
Los dos grandes tipos de Universidades españolas, en los siglos XVI y XVII, son Salamanca y Alcalá; la primera encarna la tradición y la segunda el espíritu del Renacimiento. Pieza clave de la fundación cisneriana fue el Colegio de San Ildefonso, integrado de treinta y tres colegiales estudiantes de Teología, que anualmente debían elegir, la víspera de San Lucas, es decir, el 17 de octubre y de entre ellos, a quien ejerciera el cargo de Rector, suprema magistratura del Colegio y de la Universidad. Asistirían al Rector tres colegiales consiliarios, asimismo elegidos la víspera de San Lucas, y los cuatro designarían tres consiliarios que vivieran fuera del Colegio. Como autoridad llamada a presidir y conferir los grados académicos fue instituido el cargo de Cancelario, vinculado a los abades de la iglesia de San Justo. El primer Rector nombrado por Cisneros fue Pedro Campo; el primer Cancelario Don Alonso de Herrera, a quien sucedió muy pronto Pedro de Lerma. Campo era Bachiller, natural de la diócesis de Zamora; Lerma, Doctor por la Universidad de París, Abad de San Justo e infatigable colaborador del glorioso Cardenal en su ingente empeño universitario. Desde Lerma (1509) hasta Bernardo García, elegido Cancelario en 1830, hubo treinta y un señores Abades de San Justo que regentaron la cancelaría de la Universidad complutense.
Impone la brevedad de este trabajó una concisión incompatible con detalles curiosos de la vida universitaria de Alcalá; que, en otro caso, de buen grado consignaríamos. Constriñéndonos, pues, a los datos más precisos que sirvan para recapitular el proceso de la Fundación Cisneriana desde sus comienzos hasta su traslado a Madrid, tan sólo apuntaremos que en el primer elenco de profesores designados por Cisneros figuraron Gonzalo Gil, burgalés, encargado de la cátedra de Teología, llamada a la sazón «Nominales»; fray Clemente Ramírez, franciscano, de la de Teología de Escoto, y Pedro Ciruelo, de la de Santo Tomás. Para las enseñanzas de Lógica y Filosofía nombró Cisneros al burgalés Miguel Pardo y a Antonio de Morales, padre del famoso cronista Ambrosio. Puso en la cátedra de Griego, primeramente, a Demetrio Ducas, «el Cretense», llegado de Italia, y después a Hernando Núñez de Guzmán, «el Pinciano», y en la de Hebreo al converso Pablo Coronel. Designó para la de Retórica a Fernando Alfonso de Herrera y para las enseñanzas de Medicina a los autorizados doctores Tarragona y Cartagena, este último sucesor del Dr. Bernardino y llamado después a prestar sus servicios facultativos a los hijos de Francisco I, cuando vinieron en rehenes a España.
Cuanto constituye hoy acertada directriz de nuestra novísima ley de Ordenación Universitaria tiene especialmente en la obra cisneriana su más específico precedente. Así vemos cómo hace Cisneros que al Colegio Mayor de San Ildefonso acompañen cinco menores, brindados a los estudiantes más necesitados: dos de aquéllos, los de San Eugenio y San Isidoro, para los gramáticos; otros dos, los de Santa Balbina y Santa Catalina para los que cursaban Dialéctica y Filosofía, y otro, el de San Pedro y San Pablo, para que en él pudieran estudiar trece frailes franciscanos. Todavía, en 1514, aprovechando el edificio destinado a hospital, que no fue de su agrado para tal objeto, estableció un sexto Colegio en el que se alojaran dieciocho colegiales de Teología y seis de Medicina. Por cierto, que el humorismo estudiantil, en este caso más que humorismo falta de caridad, dio en llamar a los colegiales menores, chofistas, pues que les suponía alimentados por los mayores con chofes o bofes de las reses, es decir, con verdaderos desperdicios. Posteriormente, el año 1528, el Rector Mateo Pascual Catalán fundó el Colegio Trilingüe, donde la estancia era de tres años y recibían enseñanza treinta becarios, doce dedicados al estudio del latín y la retórica, otros doce al griego y seis al hebreo. Como complemento del ingente designio fundacional, el doctor Luis Angulo, Vice-rector del Colegio Gramático de San Eugenio, realizó lo que ya había sido propósito del Cardenal, a saber: instalar debidamente un hospital para estudiantes. Angulo llevólo a cabo construyendo al norte de la ciudad, fuera de la puerta de Santiago, un magnífico edificio con aposento para cada enfermo y asistencia tan esmerada que no pocos catedráticos y doctores se acogieron a él. durante sus dolencias.
De todo cuanto llevamos dicho resultó que entre maestros, estudiantes, capellanes y dependientes subalternos llegó a reunirse en Alcalá durante el siglo XVI una población universitaria que pasaba de mil personas. En cuanto a la base económica en que se asentara la Universidad calcúlase a los comienzos en unos catorce mil ducados, que hubieron de elevarse a cuarenta y dos mil en el decurso del siglo XVI, cantidad que contrasta con la de seis mil ducados a que venía atenida la celebérrima Universidad de Salamanca.
No obstante la privilegiada situación de los escolares de Alcalá, muy pronto, casi coetánea de la fundación, surgió la diferencia entre ellos y la villa. Iniciáronla los estudiantes arrancando de manos de verdugos y alguaciles a un platero que era conducido a las eras de San Isidro para ser ajusticiado como autor de un asesinato. Condignamente protestó el alcalde de tamaño desafuero, pero a lo que se ve el Cardenal, que por temperamento se mostraba siempre tan propicio a no tolerar menoscabos de su autoridad, tratándose de sus estudiantes sentíase en exceso blando y acomodaticio, atribuyendo lo hecho a la explicable espuma del fervor académico.
Algunos años después, pasando por Alcalá el Rey Don Fernando el Católico, visitó la Universidad. A este momento refiérese la anécdota que nos cuenta cómo los ujieres del Rey mandaron a los bedeles bajar las mazas en señal de acatamiento. Lo impidió Don Fernando en razón a que aquél era el palacio de las Musas y había que ser galante con ellas. Durante esta visita, comentando el Soberano la débil construcción de algunos edificios, que auguraban existencia poco dilatada, respondió Cisneros: Creo poder asegurar que estas paredes de tierra algún día serán de mármol.
Besó en aquella sazón el Rector las manos del Rey por la protección que dispensaba a la Universidad naciente y acompañándole, juntamente con Cisneros, dejaron los tres que la prolongada plática hiciera llegar sobre todos las sombras de la noche. Acudieron entonces los pajes del Soberano con hachas encendidas para alumbrarle a su regreso, y como eran los tales pajes notados por su orgullo e ineducación, como hijos de nobles nacidos y crecidos en la holgura, comenzaron a dar vaya a los estudiantes y a quemar con las hachas el pelo de alguno, por lo que no siendo de suyo éstos muy sufridos, arremetieron contra los malcriados queriéndoles dar su merecido. Enterado el Rey, a causa de la bulla que se había armado, tomó como ofensa el hecho e increpó a Cisneros diciendo: Ved ahí la recompensa de mis bondades. Si cuando atropellaron a la justicia se hubiera castigado a los estudiantes no se propasarían ahora a tales desmanes contra mi familia y en mi presencia. Fray Francisco se limitó a contestar: Señor, hasta las hormigas se vuelven contra quien las maltrata.
Apenas hacía tres meses que había fallecido Cisneros cuando con motivo de cortejar un joven de Alcalá llamado Arenillas a una linda muchacha, y de oponerse al cortejo un fámulo del Colegio apellidado Carrillo, pariente de la moza, se enfrentaron ambos. Este afeó a aquél su atrevimiento irritando a Arenillas hasta el extremo de moverlo a desenvainar su espada. Viéndose perdido, profirió el fámulo: ¡Favor al Colegio!, que era el grito escolar; al que el galancete opuso el de ¡Favor a la villa!, surgiendo por ensalmo gentes de una y otra parcialidad que a su sabor se maltrataron de palabra y de obra, hasta el punto de sucumbir uno de los contendientes y de ser preciso, para poner paz entre ellos, que el cura de Santa María saliera a la calle con el Santísimo.
Quedó el vecindario tan exasperado que amenazó con pegar fuego a la Universidad si se repetía otro lance como aquél. Por su parte, el Claustro se planteó la cuestión del traslado, viniendo a tal efecto a Madrid el catedrático Pedro Ciruelo que, a lo que se infiere, no debió encontrar facilidades en quienes temieron traer a la futura corte tan poco tranquilos huéspedes. Si a esto se añade que comerciantes y pupileros alcalaínos hicieron anticipado balance de ganancias y pérdidas derivadas de la proyectada traslación, excediendo éstas a aquéllas, todo vino a parar en que las cosas terminaran a buenas. Pero la reconciliación duró poco, dos años apenas, pues la guerra civil de las Comunidades dividió a los propios colegiales y a los vecinos en comuneros y realistas, con hondo perjuicio de la Universidad, que vio su vida casi paralizada.
Es frecuente que los apologistas de las Universidades de los siglos XVI y XVII hiperbolicen al hablar del número de alumnos en ellas matriculados. Respecto de la que nos atañe, que es la de Alcalá, llegó cuando más a 2.060 el año 1535, y durante el siglo XVII arrojó un promedio anual de 1.800. En cambio, la de Salamanca llegó en el curso de 1584 a 85, a 6.778 alumnos, que es el número más alto que puede exhibir tan gloriosa Universidad. Respecto de si en la visita hecha a Alcalá por Francisco I, en 1525 sea cierto que le recibieron 7.000 alumnos, nos atenemos al juicio de La Fuente, que se limita socarronamente a decir: «No creo que los contaron bien; la mitad de 7.000 son 3.500 y la mitad de éstos 1.750, y como en estos cálculos, como en otros, lo más seguro es rebajar a la mitad de la mitad, yo creo que no pasarían de unos 2.000 (si es que llegaban a este número) los estudiantes que saldrían a recibir al Rey de Francia, y no eran pocos a los dieciséis años de la fundación, y habiendo Universidades en Sigüenza y Toledo.»
La Universidad complutense experimentó, habiéndose iniciado con valiosas colaboraciones de maestros y de discípulos llegados de Salamanca, mermas dolorosas a lo largo del siglo XVI. Quejábanse los catedráticos de Alcalá de la ruindad de sus pagas; pero, sin ser debidamente remuneradoras, eran otras las causas de la alarmante emigración y, de entre ellas, la principal esta: que el Claustro profesoral carecía de autoridad efectiva ante los alumnos, pues siendo las cátedras temporales de trienio o cuadrienio, veíanse forzados los maestros, hasta los más calificados, a sujetarse a nueva oposición, en la que los juzgadores y votantes eran los discípulos, cosa irracional y absurda, pues la necesidad de halagar a los escolares, ante el natural temor de sus arbitrarias represalias hacía imposible todo acto de justicia al censurarlos. A tal respecto, aunque no con referencia a Alcalá, sino a Salamanca, ha quedado como característico el caso del eminente Nebrija, que, opositando a la cátedra de Gramática prima, en la que no se podía tener otra base de enseñanza que el Arte de Gramática de que era autor el propio Nebrija, fue por votos estudiantiles pospuesto a un rapaz de Castillo que le llevó con mucho exceso de votos.
Como catedráticos de notorio prestigio en Alcalá durante el siglo XVI, aparte los ya mencionados, deben citarse al Regente de Teología Juan Medina, profundo y elocuentísimo, y a su sucesor Andrés Cuesta, teólogo, canonista y filósofo, que brilló de singular manera en el Concilio de Trento; en la Facultad de Artes a Tomás de Villanueva (Santo Tomás de Villanueva), que tuvo la prez de formar como discípulos a Domingo de Soto y a Fernando Encinas, y a Alonso Prado, dotado de sutilísimo ingenio; en la Facultad de Medicina, aparte los ya mencionados Cartagena y Tarragona, a Diego de León y Francisco Vallés, y en la enseñanza del griego a Francisco de Vergara.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y primeros del siglo XVII, menudearon las fundaciones colegiales seculares y regulares, en torno a la Universidad de Alcalá. En efecto, en 1550 establecióse por Felipe II el Colegio de San Felipe y Santiago, llamado del Rey, y coetáneamente fundó el Obispo Don García Manrique de Lara el que se denominó de Manriques; aquél para dieciséis colegiales y éste para doce. En 1569, Don Fernando Velosillo, Obispo que fue de Lugo, estableció bajo la advocación de San Jerónimo el que vulgarmente fue conocido por Colegio de Lugo, para diez colegiales. A 2 de enero de 1586, el que había sido colegial mayor de San Ildefonso, Don Francisco Trujillo, Obispo de León, instituyó el Colegio de Santa María de Regla y San Justo y Pastor, es decir, el denominado por la estudiantina Colegio de León, para seis colegiales. Y como los anteriores, fueron enriqueciendo la colonia escolar complutense el Colegio de San Ciriaco y Santa Paula, llegado a la vida docente en julio de 1611 por generosa iniciativa de Don Juan Alonso Moscoso, Obispo que fue de Guadix, León y Málaga y electo Arzobispo de Santiago, comúnmente conocido tal Establecimiento por Colegio de Málaga, para quince becarios; el Colegio de Aragón, dotado por el Arzobispo Martín Ferrer de Valenzuela, en 1611, para doce estudiantes de Teología; el de Santa Catalina o de los Verdes, pues tal era el color de su manto, que debió su fundación, entre 1580 y 1590, a Doña Catalina de Mendoza, hija de los Condes de la Coruña, para doce colegiales; el de San Justo y Pastor, establecido en 1690 por Don Juan García, Obispo de Tuy, para dos escolares y un fámulo, con posible aumento de becas; el de San Juan Bautista de los Vizcaínos, creado en su testamento por el Doctor Juan Sáenz de Ocáriz y llevado a efecto por su albacea Don Gaspar de Ochoa, en 1594, sin especificación de becarios; el de San Clemente de los Manchegos, que instituyó el Doctor Sebastián Martínez de Tribaldos en 1620, con seis becas para el linaje de los Tribaldos y gentes de la Mancha y del Obispado de Cuenca, y el de San Cosme y San Damián, fundado en 1568 por el médico de cámara de Felipe II, el Doctor Hernando de Mena, para tres sobrinos suyos.
En resumen: contando con los de fundación directa de Cisneros, con los que llevamos inmediatamente enumerados y con doce de regulares, eran, al finalizar el primer tercio del siglo XVII, nada menos que treinta y cuatro los Colegios establecidos sobre el noble solar complutense.
La considerable población escolar, que no vivió apaciblemente durante la existencia de Cisneros ni aun bajo la férula menos tolerante de Carlos I y de Felipe II, llegó a la mayor indisciplina en tiempos de los tres últimos Austrias españoles, pudiendo notarse que a cada una de las manifestaciones de malestar colectivo correspondía una exteriorización del deseo de trasladar Colegio y Universidad a otra residencia, preferentemente a Madrid. Lo advertimos ya con referencia al año 1518 y podemos consignarlo y de modo muy acentuado respecto del año 1623. En éste, solemnemente representó la Universidad acerca de la necesidad de obtener licencia de S. M. para realizar la mudanza. Los argumentos formulados por el Claustro se basaban en las deficientes condiciones de salubridad de la villa, en la carestía de los mantenimientos, que había contribuido notoriamente al decrecimiento de la población escolar, en el aumento, en cambio, de gentes facinerosas y forajidas, que, huyendo de la corte por temor a la justicia, se refugiaban en la villa, y en tal medida, que el alarmante fenómeno había motivado el dicho vulgar en Madrid: A Alcalá, que no hay justicia, y en la manifiesta enemiga de los indígenas respecto de los estudiantes, a los que frecuentemente maltrataban, menospreciando a la vez una institución tan ilustre y de la que venían saliendo varones insignes para la Patria.
Que algunas de las causas alegadas era cierta, está fuera de duda; pero asimismo era inconcuso que el Claustro complutense, al pedir con verdaderos apremios la traslación a Madrid aspiraba a salir al paso a una Fundación que se anunciaba como centro enseñante llamado a reunir en su seno lo más selecto de la juventud escolar. Nos referimos, claro es, al establecimiento por Felipe IV de los Estudios Reales de San Isidro, el 23 de enero de 1625. Brindábase tal creación a la tarea de ilustrar preferentemente a los hijos mayores de las familias nobles, pues sus padres venían descuidando su formación, atentos no más a conservar sus vidas sin que la menor fatiga pudiera comprometerlas. Respecto de los hijos segundos, es decir, los que no eran señores de sus casas, el problema de su educación estaba ya resuelto, pues necesitando trabajar para comer, corrientemente acudían a las Universidades a fin de obtener el título académico que les permitiera dedicarse a una profesión. Como instructores de los aludidos primogénitos de la nobleza designaba Felipe IV a los jesuitas, organizando un cuadro de enseñanzas, que habían de darse en veinticuatro cátedras, distribuidas en dos secciones, a saber: Estudios menores de Gramática latina y Estudios mayores, integrados éstos por enseñanzas de Griego, Hebreo, Caldeo, Siriaco, Cronología, Súmulas y Lógica, Filosofía natural, Metafísica, Matemáticas, Ética, Ciencias políticas y económicas, Historia natural, Teología moral y Sagrada Escritura.
La Universidad de Alcalá, en nombre propio y en el de su hermana la de Salamanca, elevó un largo memorial al Monarca aspirando a demostrar los perjuicios que el nuevo instituto iba a irrogar a todas las Universidades, singularmente porque un estudio general en la corte no era conveniente según derecho histórico español. No obstante, los maestros complutenses expresaban que, caso de estar decidido Felipe IV al establecimiento de una Universidad en Madrid, fuera la de Alcalá la que se instalara en la corte. El Rey ordenó la recogida del memorial y simuló no creer que fuera auténtico. Pero como la ofensiva universitaria había sido ardorosa y muy extensa, quedó por el momento la cuestión reducida a que sin dejar el Rey de fundar los tan combatidos estudios, se disminuyera el número de cátedras que se había proyectado y no pudieran los jesuitas de San Isidro dar validez oficial a los cursos ni conferir grados académicos.
En punto a la provisión de cátedras se dispuso el año 1623 que no dependiera del voto de los estudiantes, sino de nombramiento del Consejo Real. Pero a los pocos años, en el de 1632, se vuelve al antiguo procedimiento de elección escolar; para rectificarlo definitivamente en 1634.
Motivo de contienda en el seno de la Universidad fue la enseñanza de la Filosofía en la Facultad de Artes. Los dominicos querían una formación puramente tomista. Frente a ellos se alzó la Compañía aspirando a que tales disciplinas tuvieran una orientación suarista, y como ante unos y otros dedujeran los escotistas una tercería que estimaban de mejor derecho, resultó que las cátedras de Filosofía crecieron como por ensalmo, dando lugar al absurdo que gráficamente se llamó en Alcalá la Tripartita; es decir, la plétora de una enseñanza con directrices que no permitían asentar sobre bases inconmovibles la preparación de médicos, juristas y teólogos, a quienes se obligaba a tomar partido en pro de una escuela sin tener un criterio filosófico formado.
En agosto de 1665, el Doctor García Medrano actuó de Visitador de la Universidad, introduciendo reformas que sin alterar substancialmente las primitivas Constituciones las benefició, introduciendo reformas impuestas por las circunstancias, singularmente respecto a la jerarquización, que en Alcalá había venido muy a menos. El 25 de julio de 1667 consiguieron los jesuitas que la Reina Gobernadora, decididamente, ordenara el establecimiento de cátedras de Suárez regentadas por la Compañía.
Aunque el Cardenal Cisneros había opuesto óbice a que se dieran enseñanzas del Derecho civil en la Universidad alcalaína, pronto la necesidad impuso la explicación de la Instituta, que comenzó a darse en lecciones libres a cargo de aspirantes a cátedras de Cánones. Lo anómalo del caso movió al Claustro a solicitar del Consejo Real, el 1.º de diciembre de 1662, la creación de cuatro cátedras de Leyes; pero hasta diez años después, diciembre de 1672, no dictó el Consejo la correspondiente Real Provisión, a virtud de la cual se autorizaba el establecimiento, no de las cuatro pedidas, sino de dos de Instituta, que no habían de sostenerse con rentas asignadas a cátedras ya existentes ni con otras propias de la fundación. Confirmada la Real Provisión el 20 de mayo de 1673 se acordó que los opositores a las mencionadas cátedras habían de estar en posesión de los grados requeridos para regentar las de Cánones, y que una vez practicados los ejercicios, el Claustro elevaría al Consejo un informe sobre los mismos a fin de que tan Alto Cuerpo proveyera. Las cátedras habían de ser de curso, explicándose los libros primero y segundo de la Instituta y alternándose por curso en la explicación de uno y otro libro los dos profesores designados. Uno de éstos daría su clase de diez a once de la mañana; el otro, de cuatro a cinco de la tarde, y ambos media hora in scriptis y la otra en explicación.
Motivo de justificado alborozo para los vecinos y estudiantes de Alcalá fue que el título de villa que hacía tanto tiempo ostentara, trocárase en el de ciudad, que le fue concedido el año de 1687. Por entonces también menudean documentos en que la ciudad, asistida por los universitarios, obtuvo mercedes de tipo económico que la beneficiaron grandemente.
La entronización de la dinastía borbónica, al morir Carlos II, produjo la honda perturbación de aquellos años de 1701 a 1710, que representan para España crueles luchas fratricidas. Colegio y Universidad corrían en la primera mitad del siglo XVIII en acentuada pendiente, que los llevaba a su total descrédito. El Colegio Mayor de San Ildefonso no era sino residencia de gentes petulantes y engreídas atentas a sostenerse como casta estudiantil privilegiada, que sólo podía abandonar el Colegio para regentar cargos y sinecuras dignos de su alcurnia. Los Colegios Menores se independizaban del de San Ildefonso y, en general, el cuerpo escolar vivía en continuas y deplorables luchas intestinas, de las que hacían blanco preferente al Rector y a los catedráticos. Estos vivían llenos de deudas por la exigüidad de sus soldadas, y por modo especial, los de la Facultad de Medicina abandonaban sus cátedras para ganarse la existencia como médicos de partido. Por si fuera poco semejante conjunto de adversidades, en auto acordado de 20 de diciembre de 1768 dispuso el Consejo que cada Universidad tuviera como director un Ministro de aquel Alto Cuerpo, bajo cuya férula habían de tramitarse los asuntos tanto específicamente docentes como los económicos. El nombrado primeramente para la de Alcalá fue el consejero Don Francisco Losella.
Es decir, que la disposición referida daba un golpe casi decisivo a la venerable autonomía de los organismos universitarios. En agosto del mismo año y como consecuencia de la Pragmática de expulsión de los individuos de la Compañía de Jesús fueron extinguidas en la Universidad complutense las cátedras de la Escuela llamada jesuítica entre las que figuraban cuatro de Artes y la del eximio Suárez. Con las rentas de los jesuitas expatriados, una vez pagadas sus pensiones, se abonarían los gastos que ocasionaran seis estudiantes de lengua griega, otros seis de hebrea, diez de Medicina, cuatro de Teología dogmática y otros cuatro de Matemáticas. Casi a la vez que contra los jesuitas se desencadenó la ofensiva contra los Colegios Mayores de Castilla. El de San Ildefonso era el más difícil de reformar, ya que su constitución como pieza maestra de la Universidad lo tenía tan incorporado, que no podía ponerse en él la mano sin que resultase afectada toda la obra. El 23 de febrero de 1771 publicóse una Real Cédula a cuya virtud se mandó proceder a la reforma prohibiendo la concesión de becas hasta nueva orden. El 3 de marzo fue violentamente reiterada la medida. El Ministro de Gracia y Justicia, Roda, el Fiscal Campomanes y el Cancelario Díaz de Roxas actuaban de acuerdo y bajo la égida del omnipotente Conde de Aranda; no había quien osara resistir tan influyente concierto de enemigos del Colegio, que quedó reducido, suspendida la provisión de becas, a un solo colegial, el Doctor Sancho Llamas de Molina, que oficiaba a la sazón de Rector. Como expiraba el plazo de la beca de éste presentó solicitud de prórroga, que no sólo le fue denegada, sino que motivó una carta-orden fechada el 22 de junio de 1776 por la que se autorizaba a Díaz de Roxas a que se encargara de los bienes, rentas y efectos del Colegio y Universidad y que asumiera con la Cancelaría que venía ejerciendo, el cargo de Rector. Desde tal momento pudo considerarse como desaparecido el Colegio de San Ildefonso que tan entrañablemente fundara el egregio Jiménez de Cisneros.
Haciendo Díaz de Roxas uso de las omnímodas facultades que se le habían otorgado, dispuso la traslación de la Universidad al Colegio de los jesuitas expulsos, verificándose el traslado el mes de octubre de 1777.
En resumen: la Universidad tuvo que abandonar su cuna para instalarse en un edificio insuficiente; quedó asimismo desconectada del Colegio, debiendo gobernarse por un Rector propio, y el nuevo Colegio que se organizó no fue sino una ridícula sombra del famoso de San Ildefonso. Para que bien poca cosa de cuanto entonces se hizo llegara a perdurar, hasta el propio cambio de domicilio universitario no logró subsistir sino veinte años de vida, pues que el antiguo Colegio de los jesuitas quedó habilitado, en septiembre de 1797 para cuartel de la Guardia civil y Academia de Ingenieros, volviendo la Universidad a su antiguo y memorable Colegio Mayor de San Ildefonso.
La Universidad sufría ahora, no sólo las consecuencias de su interna desorganización, sino la violenta ofensiva de aquella ola de experimentalismo y utilitarismo, que caracteriza la segunda mitad del siglo XVIII. Juan Pablo Forner decía: «¿Qué provecho ha redundado en el labrador, en el artífice, en el comerciante y en el navegante, de las abstracciones del Peripato, del Pragmatismo, de la Curia Romana... ni de la mayor parte de las doctrinas que se enseñan en las Universidades?»; «los mundos de Platón, de Aristóteles, de Zenón, de Epicuro, de Descartes, de Leibniz, sólo existen en la región de las quimeras, y sólo son buenos para alimentar la locuacidad de gente ociosa y estéril». «En las escuelas –añadía– deben sólo depositarse las verdades y conocimientos ciertos que ya existen en cada ciencia, reducidos a método claro, sencillo, fácil y expedito, para que la juventud salga de allí a hacer útil aplicación de ellos en los ministerios y funciones de la vida civil». Y como Forner, pensaba Jovellanos, que, en su Informe sobre la ley agraria, abominaba de tantas cátedras de latinidad y de añeja y absurda filosofía, como había establecidas contra el espíritu y aun contra el tenor de nuestras sabias leyes. Y aún añadía que todas ellas eran un cebo para llamar a las carreras literarias la juventud destinada por la naturaleza y la buena política a las artes útiles, y para amontonarla y sepultarla en las clases estériles, robándola a las productivas. Es decir, que, a la sazón, era llamada la Universidad a las labores prácticas; se la reprochaba el exceso de su tarea especulativa y se le estimulaba a vivir de acuerdo con las exigencias del tiempo. Y en ello había bastante fundamento para el repudio. Pero con exageraciones, que, nacidas del utilitarismo en boga, mataban a la Universidad como Seminario de investigación pura, dejándola relegada a menesteres de mera preparadora de disciplinas prácticas. El ya citado Forner expresaba claramente la idea de los renovadores, cuando encomiaba a las naciones que habían separado el cuerpo de los sabios del cuerpo de los maestros. Aquéllos –añadía– unidos en academias de mera especulación, tratan sólo de ensanchar el cuerpo de la sabiduría con discusiones profundas, con experimentos repetidos que progresivamente añaden nuevas adquisiciones al imperio de la verdad y de la experiencia. A los maestros toca después recoger las verdades y comunicarlas a los alumnos, porque el fruto de la sabiduría es la aplicación útil de la verdad a las necesidades y orden de la vida civil.
Y la verdad es que no cabe precisar de modo más acabado el ámbito que, a su juicio, debía atribuirse a la Universidad, como mera transmisora de aplicaciones útiles de la verdad, y a los centros de investigación pura. ¡Grave error, a nuestro modo de ver, de plantear el problema! Porque la Universidad debe subvenir a ambas exigencias, convirtiéndose en transmisora del saber y en creadora de nuevos saberes. A lo largo del siglo XVIII se resolvió la cuestión de otro modo, y sin perjuicio de querer remozar la vida científica universitaria con planes como el del Conde de Aranda, que lleva fecha 14 de septiembre de 1771, fueron creándose fuera de aquélla establecimientos como los Colegios de Medicina de Barcelona y de Cádiz, el de San Carlos en Madrid, los de Veterinaria, el Jardín Botánico, las Academias Española, de la Historia y de San Femando y otros más que, como el Seminario de Nobles, las primeras cátedras de Química y Farmacia, la Academia de Santo Tomás, la de Derecho español, de Jurisprudencia, la de la Concepción para repasos de Derecho, acusaban no sólo el prevalecimiento del utilitarismo, sino la ofensiva contra la Universidad, que si torpemente resistía el experimentalismo de sus enseñanzas, encontrábase asimismo atacada por gentes que seguían aferradas al cultivo del filosofismo tradicional, de que se podía a ella hacer reproche.
El efecto de tales corrientes fue tan deplorable que, en 1786, el número de matriculados en Alcalá no pasaba de 450 alumnos, lo que quiere decir que el cúmulo de enseñanzas ya centralizadas en Madrid, absorbía la vida de la Universidad complutense de tal suerte, que frente a los citados 450 alumnos, sumaban 2.000 los que se aleccionaban en los Centros docentes que funcionaban en la corte. En cambio, la Universidad de Salamanca, en igual fecha, tenía matriculados 1.851 alumnos y la de Valladolid 1.299, siguiendo en importancia numérica Valencia con 1.174, Zaragoza con 1.171 y Santiago con 1.036.
Como el plan de 1771 significó bien poca cosa en punto a revitalizar la Universidad de Alcalá, no lograron mejor efecto ni las Reales Ordenes de 23 de agosto y 5 de octubre de 1803, estableciendo dos cátedras de Derecho patrio, ni el plan del Marqués de Caballero, dado en julio de 1807, a cuya virtud quedaron extinguidas las Universidades menores de Toledo, Osma, Orihuela, Ávila, Irache, Baeza, Osuna, Almagro, Gandía y Sigüenza, agregándolas a las once que quedaban, que eran las de Alcalá, Cervera, Granada, Huesca, Oviedo, Salamanca, Santiago, Sevilla, Valencia, Valladolid y Zaragoza. Parecía, dada la vecindad, que la de Sigüenza había de ser incorporada a la de Alcalá, pero no fue así, sino que quedó unida a la de Valladolid, con lo que vino a patentizarse la hostilidad de la corte respecto al Claustro complutense.
A tenor de la Real resolución dictada el 1.º de enero de 1802, aprobando la propuesta del catedrático Don Manuel Chacón, el número de cátedras en la Universidad de Alcalá era de treinta y dos, distribuidas en la siguiente forma:
Humanidades: Retórica, Griego, Hebreo, Árabe y Gramática.
Artes: Filosofía moral, dos de Física, Metafísica, Súmulas y Lógica, Matemáticas (primero), Geometría y Algebra.
Teología: Una cátedra de Prima y otra de Vísperas, Moral, Escritura, dos cátedras llamadas de Curso y una de Melchor Cano.
Jurisprudencia: Una cátedra de Prima y otra de Vísperas de Cánones, una de Decretos, otra de Disciplina eclesiástica, dos de Instituciones canónicas y otras dos de Instituciones civiles.
Medicina: Una cátedra de Prima y otra de Vísperas, una de Pronósticos y dos de Instituciones médicas.
Al levantarse briosamente la nación frente al usurpador francés, la estudiantina de Alcalá cumplió como buena. Por el Decreto de 19 de mayo de 1808 fue convocada a nombre del Gran Duque de Berg una Diputación general que había de reunirse en Bayona el 15 de junio. Entre las representaciones convocadas figuraba la de las tres Universidades Mayores de Salamanca, Valladolid y Alcalá. El Claustro de ésta eligió como su mandatario al Doctor Don Roque Novella, pero al enterarse de que en vez de acatar la autoridad de Fernando VII, se había pronunciado por José I, le negó el pago de 13.000 reales a que ascendían sus gastos como representante de la Universidad, ya que su actuación no había sido a favor de Fernando VII y del honor de la nación española, que fueron las condiciones que a juicio de la mayoría del Claustro debió cumplir.
La patriótica reacción producida en España por la jornada del 2 de mayo en Madrid manifestose en Alcalá por el deseo de organizar un alistamiento escolar, que no llegó a realizarse. Realmente, la corta distancia que separaba Alcalá de la corte hacía difícil la menor espontaneidad colectiva de los universitarios complutenses, que, por otra parte, percatados de la inutilidad de sus deseos corporativos, se dispersaron por las provincias dejando desierta la Universidad. En febrero de 1809 se obligó a ésta a jurar al intruso, y el 30 de abril de 1810 fueron suspendidos los estudios. Consta que a 18 de septiembre del mismo año visitó José I los claustros complutenses mostrando una gran curiosidad por ver y admirar los restos de la gloriosa institución cisneriana. En octubre de 1811 se celebró la apertura del curso, acto al que asistieron el subprefecto Trasmarria y el jefe superior militar Don Manuel Azlor. El catedrático de Elocuencia Don Nicolás Heredero y Mayoral fue el encargado de leer el discurso de inauguración. Alcalá había sufrido muertes, daños y depredaciones que le movían a odiar ocultamente al invasor; pero vivía bajo un régimen de terror que le impedía exteriorizar sus auténticos estímulos patrióticos.
Entretanto, la España libre de ocupación extraña se había refugiado en la isla de León, donde comenzaron a actuar las Cortes generales y extraordinarias, que tuvieron sus primeras sesiones en San Fernando (24 de septiembre de 1810), prosiguiéndolas en Cádiz. El ambiente de las Cortes era en absoluto opuesto a la pervivencia de la Universidad en Alcalá. Entre los antecedentes que se conocían por los diputados en punto a choques entre escolares y vecinos, la manifiesta afición de los docentes y discentes alcalaínos de residir en Madrid y unos todavía no documentados propósitos del Conde de Aranda de trasladar a la capital los estudios complutenses, propósitos que rimaban a maravilla con la concepción centralizadora de los constituyentes gaditanos, resultó, que nombrada por la Regencia de 1813 una Junta para proponer el arreglo de los diversos ramos de la Instrucción Pública, evacuó su traslado, con fecha 9 de septiembre. Componían la Junta Don Martín González de Navas, Don José Vargas Ponce, Don Eugenio Tapia, Don Diego Clemencín, Don Ramón de la Cuadra y Don Manuel José Quintana. Este fue el factor activo de la Junta. Y su concepción, no del todo original, porque el modelo francés pesaba con exceso sobre nuestros reformadores, consistió en estratificar la Enseñanza superior, a la que llama tercera enseñanza, en nueve Universidades, a saber: Salamanca, Santiago, Burgos, Zaragoza, Barcelona, Valencia, Granada, Sevilla y Canarias y una más, es decir, diez, instalada en Madrid y llamada a satisfacer las exigencias científicas íntegras. Tal era, como la concebía la Junta, la Universidad Central, en la que sus estudios serían inicialmente los mismos de las demás Universidades, pero añadiéndose a ellos doce cátedras más ampliatorias de las Exactas, Físicas y Naturales; siete, de las de Lengua y Literatura; tres, de las de Ciencias eclesiásticas, y dos, de las de Derecho. «Al hacer este aumento –decía la Junta– nos ha parecido que cualquier economía, cualquier reparto, era una mezquindad indecorosa, un verdadero robo hecho a la instrucción, tratándose de crear un foco grande y común para esparcir y extender las luces en toda la Monarquía.»
Pero tal concepción centralista de la instrucción superior de tipo universitario se vino al traste con la reacción absoluta de 1814. Extendiose ésta de mayo de tal año a marzo de 1820, y durante ella intentose volver a su antiguo auge la Universidad de Alcalá, con el aparato de su Colegio Mayor. Pero ello fue inútil. Es cierto que el Infante Don Antonio fue nombrado Protector de la Universidad, y que muerto el viejo Infante le sustituyó su sobrino Don Carlos, y asimismo ha llegado hasta nosotros el ditirámbico título de Doctor en todas las Facultades que le fue otorgado a Don Antonio por el Claustro complutense. En tan curioso documento se pretendía justificar el derecho del Infante a lucir la muceta blanca de Teología por el característico candor del agasajado, y su aptitud doctoral en Jurisprudencia por sentirse al lado del Rey, que era el que hacia las leyes, como su capacidad en Medicina y en Artes y Filosofía por sus aficiones a la Historia, a la Mecánica y a las manipulaciones de Física y Química.
De regreso de los baños de Sacedón, detúvose Fernando VII en Alcalá durante cuatro días (agosto de 1816). Con toda diligencia y atención visitó la Universidad, interesándose por sus enseñanzas y presidiendo el lunes 12 de agosto, en el Paraninfo, la solemne ceremonia de investir con el Doctorado a los Licenciados en Jurisprudencia Don Francisco Javier Escuza y Don Eufemio Benito Sancho. En la curiosa narración del acto, impresa por orden del Monarca, se lee que éste, en compañía de su augusto tío, se trasladó a la Universidad, que corporativamente recibió a las Reales Personas, acompañándolas a la Sala de Claustros, y desde ella al Paraninfo, cuyo espacioso ámbito, tribunas y graderías se hallaban ocupados por la más brillante y numerosa concurrencia. El Dr. Don Venancio Dusmet, Catedrático, de Concilios generales, hizo la laudatoria de los graduandos. Concluido el elogio, el Dr. Don José García Sánchez, Abad mayor de la Iglesia Magistral y Cancelario de la Universidad, exigió a los candidatos los juramentos de ley, a saber: defender el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María; reprobar como ilícito, el regicidio y tiranicidio; sostener la autoridad civil y regalías de S. M.; promover en todo caso el bien de la Universidad; no recibir en otra el grado de Doctor; respetar al Romano Pontífice y al Rector, y tributar honor y reverencia al Arzobispo de Toledo y al Canciller complutense. Este, entonces, en virtud de la autoridad pontificia y real que goza, confirió el grado de Doctor en Derecho civil y canónico a los dos Licenciados. Luego, el Dr. Don Manuel Morales Segoviano, Deán de la Facultad de Jurisprudencia, hizo a los graduados la entrega ceremonial de las insignias doctorales: presentoles un libro, primeramente, cerrado, y después, abierto, en señal de la continua lectura y meditación que se requiere para la recta enseñanza y para ser Doctores, no sólo en el nombre, sino en la realidad; púsoles el anillo, símbolo de la fidelidad que deben a las leyes, y los armó caballeros, ya que por el grado adquirían la investidura de nobleza, ciñéndoles el cinturón de que pendía la daga, entregándoles la espuela y últimamente la espada con la enfática fórmula: Por la Ley, por el Rey y por la Patria. Tras de todo ello, les presentó a las Reales Personas, cuyas manos besaron, y dieron el abrazo de estilo a los Doctores. Con lo que terminó la ceremonia.
De política universitaria correspondiente al período de 1814 a 1820, cúmplenos consignar la derogación del plan de estudios establecido por Carlos IV a virtud del Real decreto de 5 de julio y la Real cédula del 12 del mismo mes de 1807, plan tachado de revolucionario, y el restablecimiento del de 1771 por Real resolución, publicada por el Consejo el 27 de octubre de 1818. Tal mudanza era testimonio fehaciente de la obstinada pugna entre la tradición y el que ya se llamaba progreso. La Universidad de Alcalá representaba la primera; la de Salamanca, el liberalismo enciclopedista.
Cuando, como consecuencia del levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan (1 de enero de 1820) y de los acontecimientos posteriores hasta el mes de marzo, se implantó el régimen constitucional, los elementos avanzados de Alcalá de Henares se apresuraron a dar fe de vida. Inició tal movimiento la oficialidad de Zapadores, reunida en el Colegio de San Basilio, y a los pocos minutos manifestada en la calle, donde se le reunió un nutrido grupo de estudiantes de Leyes, capitaneado por el Diácono Unzaga, que de manto, beca y bonete llevaba un ejemplar de la Constitución de 1812, a la que vitoreaba frenéticamente. En la medida súbita en que comenzaban en España a producirse los cambios llamados de opinión, la tradicional población de Alcalá aparecía ahora engalanada con atributos liberales, y su vecindario, generalmente incorporado al constitucionalismo triunfante. Quedaba, no obstante, una parte en la que los entusiasmos liberales no anulaban por entero las reacciones de la reflexión, impidiendo ver a aquélla que si durante el año 1813 y 1814 el proyecto de trasladar la Universidad de Alcalá a Madrid había tenido visos de posible realización, al reproducirse las circunstancias políticas en 1820 debía consumarse. Ante tan fundado temor representó el Ayuntamiento a las Cortes, abiertas el 9 de julio, sus deseos de que la Universidad complutense fuese respetada; pero no encontraron tales deseos en los legisladores simpática acogida, sino al contrario, estímulos vivísimos para precipitar la tramitación de los proyectos docentes, tan caros a los reformadores. En efecto, al día siguiente de la apertura fue nombrada la Comisión de Instrucción Pública, que integraron los Sres. Muñoz Torrero, Vargas Ponce, E. Tapias, Martínez de Navas, Martínez de la Rosa, García Page, Navarro, Martell y Cortés, y en la sesión del día 20 del mismo julio presentó dicha Comisión un dictamen encaminado a restablecer con notorias ampliaciones la Real cédula de Carlos IV, fechada el 12 de julio de 1807, derogatoria del plan de 1771, que, ahora más que nunca, se estimaba contrario a todo progreso científico. Tal y como fue propuesto por la Comisión lo aprobaron las Cortes.
Pero tal medida fue sólo provisional y hasta que se discutiera y aprobara el Decreto para un arreglo general de la enseñanza pública, que, efectivamente, la Comisión presentó el 19 de octubre (1820), y tras la correspondiente discusión, vio la luz pública el 29 de junio de 1821. A tenor del mismo, toda enseñanza costeada por el Estado, o dada por cualquier Corporación con autorización del Gobierno, sería pública y uniforme (art. 1.º), dividiéndose en Primera, Segunda y Tercera. La Primera se daría en las Escuelas públicas; la Segunda, en las que se llamaban Universidades de provincia, equivalentes a nuestros Institutos de Enseñanza Media, y la Tercera, en las Universidades Mayores. En Madrid se crearía una Universidad Central, no sólo destinada a dar segunda y tercera enseñanzas, sino otras que llamaba de Ampliación y que estaban destinadas a responder por su extensión e intensidad a las exigencias científicas más depuradas y que trascienden del objetivo profesional para entrar en el ámbito desinteresado del amor al saber. Tales enseñanzas serían:
Cálculo diferencial e integral… | 1 cátedra |
Física… | 2 |
Mecánica analítica y celeste… | 2 |
Óptica… | 1 |
Astronomía… | 2 |
Zoología… | 2 |
Anatomía comparada… | 1 |
Fisiología comparada… | 1 |
Botánica… | 2 |
Agricultura experimental… | 1 |
Mineralogía en sus dos ramos… | 2 |
Química… | 2 |
Ideología… | 1 |
Gramática general… | 1 |
Literatura antigua… | 1 |
Literatura española… | 1 |
Historia general de España… | 1 |
Derecho Político y Público de Europa… | 1 |
Estudio apologético de la Religión… | 1 |
Disciplina eclesiástica general y de España… | 1 |
Historia del Derecho español… | 1 |
Para formar la Universidad Central se unirían a los estudios de Teología y Leyes, procedentes de la Universidad de Alcalá, los procedentes del Instituto de San Isidro y los específicos del Museo de Historia Natural, los del Jardín Botánico y los que todavía vivían emplazados en el Seminario de Nobles.{1}
El proyecto de creación de la Universidad Central no dejó de tener en las Cortes sus impugnadores. Lo fue, y muy obstinado, el diputado por Cataluña Sr. Rey, que negó que la Universidad estuviera llamada a hacer hombres sabios, sino tan sólo capacitados para el ejercicio profesional y con base para que un día, mediante estudios, que excedían del ámbito universitario, pudieran ser sabios. Se opuso además abiertamente al emplazamiento en Madrid de la proyectada Central, y apoyó su tesis en motivos políticos, económicos, literarios y morales. Políticos, porque no convenía la vecindad de una Universidad con el Gobierno, que, en cambio, debía vivir junto a la Dirección de Estudios. Económicos, por cuanto la subsistencia escolar en Madrid era más costosa que en provincias. Literarios, pues el estudiante no debía ambicionar otra cosa que mantenerse e instruirse junto a sus catedráticos, sin que le fuera indispensable vivir en contacto con las eminencias que suelen agruparse en las grandes capitales. Morales, por último, porque en éstas se intensifican los estímulos para la distracción y se disminuyen los medios de vigilancia.
Contestole a nombre de la Comisión el señor Martell, propugnando las ventajas del establecimiento de un Centro modelo que diera tono al resto de los dedicados a la enseñanza superior y negando que en provincias se pecara menos que en la Corte. Y tras prolijas intervenciones, que se extendieron además al régimen de las oposiciones centralizadas en Madrid, que tuvo como más decidido contradictor al diputado valenciano Sr. Garelli, fue aprobado todo el proyecto. Este, con más las bases para la reforma que presentó a las Cortes la Dirección general de Estudios (integrada por Quintana, José Mintegui, Juan Manuel Aréjula y José Mariano Vallejo, Secretario) y el Plan general de asignaturas, catedráticos, libros y horas de enseñanza para la Universidad de Madrid, dieron como resultado el complejo literario, científico y administrativo que se llamó Universidad Central. Había ésta de instalarse para sus actos públicos y privados como cuerpo en los Estudios de San Isidro de Madrid, aunque las enseñanzas de las Ciencias Naturales siguieran dándose en su Museo. Económica y gubernativamente se regiría libre de ninguna otra intervención, salvo la alta inspección que a la Dirección y al Gobierno correspondieran. Suprema autoridad de la Universidad sería el Rector, que por el momento recaería en el Catedrático más antiguo. El que le siguiera en antigüedad ejercería el cargo de Vicerrector. Una Junta general de Catedráticos y dos Comisiones, una de Gobierno y otra de Hacienda, regirían la Universidad en ambos respectos. Comenzaría el curso, «si ser pudiera», el día 1 de octubre, y no habría más vacaciones que los domingos y días de fiesta entera.
En veinte Juntas generales del Profesorado, celebradas de octubre de 1822 a abril de 1823 se puso en marcha el nuevo Centro docente y se le rigió, hasta que los acontecimientos políticos forzaron a su clausura. Fue nombrado Rector interino el Catedrático de Derecho Político y Público de Europa Don Andrés Navarro; Vicerrector interino, Don Zacarías Luque; Secretario general, Don Fernando Fernández de Sabugo; Administrador general y depositario, Don Tomás García de García Salazar; Secretario de actas de la Junta general, Don Joaquín Lumbreras; Secretario de matrículas, Don Manuel María de Laraviedra, y Bibliotecario mayor, Don Agustín García de Arrieta. La plantilla del personal subalterno compondríanla tres bedeles, dos porteros, un mozo de oficio y dos barrenderos.
Los cuadros de enseñanzas y Profesorado de las mismas aparecían agrupados en los ya citados estratos docentes, a saber: Segunda enseñanza, Tercera enseñanza y Ampliación.
El de Segunda enseñanza estaba integrado por las siguientes asignaturas y Catedráticos, con especificación de las obras o apuntes a que se amoldaría su explicación:
Gramática castellana y Lengua latina.– Catedráticos don Agapito García y don Lorenzo Lambea. Obras: Gramática de la Academia e Iriarte.
Geografía y Cronología.– Catedráticos don Fermín Caballero y don Juan Justo García. Obras: Geografía de España y Portugal por Antillón.
Dos de Literatura e Historia.– Catedráticos don Cayetano Sisto y don Ramón Estevan Mengoal. Obras: Lecciones de Retórica y Bellas Letras, de Hugo Blair, traducidas por Munárriz.
Dos de Matemáticas puras.– Catedráticos don Francisco Travesedo (propietario) y don Francisco Verdejo. Obra: Valle jo.
Lógica y Gramática general.– Catedrático don Pedro Alfaro, sustituto de don Lucas Meló mientras durase su diputación en Cortes. Obra: Baldoni y Lecciones del Profesor.
Economía Política y Estadística.– Catedrático don José Antonio Ponzoa. Obra: Juan Bautista Say.
Moral y Derecho natural.– Catedráticos: don Mariano Lucas Garrido y don José María Monreal. Obras: Jaquier e Heinecio.
Derecho público y Constitución.– Catedrático: don Mariano Latré. Obra: Instituciones de Derecho natural y de gentes, por Mr. Reyneval, Benjamín Constant, traducidos por don Marcial López.
El estrato de tercera enseñanza lo componían:
Lengua griega.– Catedrático: don Manuel Ibiza. Obras: Gramática, por Zamora y Diccionario Serevelio.
Lengua hebrea y caldea.– Catedrático: don Francisco Orchell. Obras: Pasino y el texto hebreo de la Biblia.
Fundamentos de Religión. Historia de la Teología y lugares teológicos.– Catedrático: don Bernardo Val. Obra: el Bailly.
Dos de Instituciones dogmáticas y morales.– Catedráticos: don Cayetano Heinecio y don Veremundo Atienza. Obra: el Lugdonense.
Sagrada Escritura.– Catedrático: don Zacarías Luque. Obra: Lamy.
Principios de Legislación Universal.– Catedrático don Nicolás Fernández Pierola. Obra: la versión con el mismo título debida a don Mariano Lucas Garrido.
Historia y elementos de Derecho civil romano.– Catedrático don Miguel García de la Madrid. Obra: Heinecio.
Dos cátedras de Historia e Instituciones de Derecho español.–Catedráticos don Aniceto Moreno y don Gabino Gascó. Obra: Sotelo y Sala.
Derecho público eclesiástico.– Catedrático: don Pedro González de Tejada. Obra: Lackis.
Instituciones canónicas.– Catedrático: don Simón González Yuste. Obra: Compendio de Cavalario.
Historia eclesiástica y suma de concilios.– Catedrático: don Antonio Puigblanc. Obras: Gmeineri y Cabasucio.
Academias de Teología y Jurisprudencia.– A cargo de don Francisco Romano Lebrón y don José de la Fuente y Herrero, moderantes.
Finalmente, los cursos de ampliación correrían a cargo de los siguientes titulares:
Cálculo diferencial e integral.– Catedrático: don Antonio Varas. Obra: tomo cuarto de Vallejo.
Dos cursos de Física.– Catedráticos: don Antonio Gutiérrez y don Juan Mieg. Obra: Mr. Libes (local, en la Merced Calzada).
Astronomía.– Catedrático: don José Rodríguez.
Zoología.– Catedrático: don Tomás Villanueva. Obra: Lecciones por el profesor, según el sistema de Cuvier.
Botánica.– Catedrático: don José Demetrio Rodríguez, sustituto mientras la Diputación a Cortes del propietario don Mariano Lagasca. (Local, desde el mes de abril en adelante, en el Jardín Botánico.)
Agricultura experimental.– Catedrático: don Antonio Sandalio de Arias. (Local, desde el mes de enero, en el Jardín Botánico).
Mineralogía.– Catedrático: don Donato García.
Química.– Catedrático: don Andrés Alcón, con sus Ayudantes don Gregorio Miguel Mendívil y don José Cosaseca.
Ideología.– Catedrático: don Julián Negrete. (Local: Seminario de Nobles.)
Gramática general.– Catedrático: don Pedro Urtés.
Literatura española.– Catedrático: don Nicolás Heredero.
Derecho político y público de Europa.– Catedrático: don Andrés Navarro.
Disciplina eclesiástica general y española.– Catedrático: don Joaquín Lumbreras.
Escuela especial de Arábigo erudito.– Catedrático: don José María Callejo.
Decidida la fecha de apertura solemne de la Central, que fue la del 7 de noviembre de 1822, a las diez de la mañana, la Dirección General de Estudios invitó por comisión, oficio o esquela, según los casos, a S. M. el Rey y su real familia, al soberano Congreso Nacional, a los excelentísimos señores Secretarios de Estado y del Despacho, al eminentísimo y serenísimo Sr. Infante Cardenal Arzobispo de Toledo, al Tribunal Supremo, Audiencia Territorial y demás Tribunales, al Consejo de Estado, al Jefe político, a la Diputación provincial y Ayuntamiento constitucional, al Capitán general, a las Audiencias y Cuerpos literarios de la Corte y al Cabildo de San Isidro. Una comisión de recibo compuesta por los Sres. Navarro, Villanova, Travesedo, Gasco, Alfaro, Caballero (don Fermín) y Lumbreras, se instaló desde las nueve de la mañana en el zaguán del edificio. Fernando VII comunicó de Real orden la imposibilidad de asistir, manifestando su real aprecio a la Universidad Central, y asimismo no pudieron honrar el acto los Sres. Secretarios del Despacho a causa de sus muchas ocupaciones oficiales.
Comenzó el acto por la lectura del Real decreto de creación de la Central, leído por el Secretario vocal de la Dirección General de Estudios, Iltmo. Sr. Don José Mariano Vallejo.
Después de esta lectura intervino el Sr. Quintana como Presidente de la Dirección General de Estudios. Su discurso (impreso en 1822 por la Imprenta Nacional, reproducido en la Biblioteca de Autores españoles en el volumen «Obras completas del Excmo. Sr. D. Manuel José Quintana». Madrid, M. Rivadeneyra, 1867) es tan conocido que nos libera de la obligación de hacer de él sino una brevísima referencia.
Empieza en él Quintana por explicar cómo siendo la Dirección de Estudios la que más esfuerzos había puesto en ver realizado un Instituto de la señalada importancia del que se inauguraba, quería ser la primera en congratularse públicamente de ello. Por lo que suplicaba que haciendo memoria de tales esfuerzos le fuera admitida la precedencia en la manifestación de su alegría.
Del fragor de la guerra y de la pugna de intereses y de opiniones había salido la Constitución de 1812, como del seno de las mismas dificultades se veía trazada la primera planta de aquel monumento universitario, al cual la contradicción y maledicencia no habían opuesto otro reparo que su misma suntuosidad científica. Hubiérase ya visto realizado años antes si el despotismo no consumara la nefasta obra de sepultar debajo de las mismas ruinas de la libertad el ara que se intentaba erigir a la sabiduría. Pero –seguía diciendo el orador: «vale más pasar de largo por tan amargo recuerdo, aunque será bien que no salga enteramente de nuestra memoria, para que aquellos funestos días no se reproduzcan jamás». Y tras de nuevas imprecaciones contra la opresión, la iniquidad y la ignorancia, que de todo ello acusaba a los contradictores de su ideología, prudentemente reconocía que era fuerza mantener los establecimientos antiguos, «porque en todo caso, pero principalmente en la Instrucción pública, vale más mejorar que destruir, a menos de querer exponerse a perderlo miserablemente todo». Sobre tal cimiento había de edificarse la reforma, que estribaría en la unión intima de las Ciencias con las Letras, enlace de las Ciencias entre sí, e independencia, por último, en el profesorado para que el espíritu de cuerpo no le viciase y para que la enseñanza, en vez de quedarse inerte y estacionaria, como sucedía en lo antiguo, mantuviera siempre en su curso el nivel de la ilustración general. Cuando ocurrió esto último en el siglo XVI, de nuestras históricas Universidades salieron figuras tan eminentes que asombraron al mundo; cuando dejó de ocurrir, sumergiéronse en el caos tenebroso y semibárbaro de un pragmatismo servil y de un escolasticismo espinoso. «El siglo XVIII se salvó de tales notas –a juicio de Quintana– porqué le caracterizó un espíritu filosófico, una razón universal aplicada a todos los productos intelectuales, a todos los géneros en que se ejercitó el talento. A ello atribuía el orador el despertar de su letargo de algunos de los antiguos institutos de enseñanza y venir a la vida otros nuevos con estímulo y capacidad para responder debidamente a su destino. En los veinte años que siguieron a la muerte de Carlos III retrocedió miserablemente nuestra educación literaria, formándose en ellos un vacío que se dilató con la guerra de la Independencia, aunque por una causa enteramente diversa y sobremanera grande y noble. Y cuando renacida la paz parecía que debía refluir a las aulas mayor concurso con más ardiente anhelo, seis años de abominable recordación vinieron a acrecentar el desaliento y completaron el estrago».
Con todo lo meramente apuntado, con unas consideraciones, ya escritas muchas veces por Quintana, acerca de la necesidad de instituir en Madrid la Universidad Central y con el obligado llamamiento al cumplimiento de su deber, a profesores y alumnos, dio por terminada su oración el Sr. Director General de Estudios, oración tan literariamente entonada como partidista y apasionada desde el punto de vista político.
Tras el discurso de Quintana los catedráticos propietarios e interinos pasaron de dos en dos a prestar juramento en sus manos, y acabada la jura, dijo en alta voz: Queda instalada la Universidad Central de la Nación Española. Seguidamente concedió la palabra para leer el discurso inaugural al catedrático D. Joaquín Lumbreras, que disertó sobre el sistema, orden y reglamento de la nueva Universidad. En la introducción de su trabajo hizo el doctor Lumbreras una reseña del estado de la instrucción pública en los tiempos anteriores. «Los establecimientos públicos de enseñanza –decía– aunque tantos en número, aunque de tan diferentes institutos, aunque tan reglados por nuestros pasados gobiernos con tantas leyes y constituciones, aunque concurridos por la juventud española y aunque tan celebrados por los que han mirado superficialmente las cosas, adolecieron de los vicios más clásicos, así en su método como en su gobierno y economía. Apenas los muchachos sabían leer mal y escribir peor y tenían en la memoria cuatro respuestas del catecismo de Ripalda u otro semejante, cuando pasaban a estudiar Gramática (latina se entiende, porque la castellana no se enseñaba por lo común) o con un maestro particular o en una Universidad, Colegio o Seminario. Empleados tres años para saber mal traducir, sin saludar siquiera las verdaderas humanidades, pasaban al estudio de la Filosofía en alguno de dichos establecimientos, donde por el Goudin, o cuando mejor por el Jacquier, se estudiaba la jerga del escolasticismo más bien que la verdadera lógica, cuatro cuestiones inútiles en lugar de metafísica, unos cortos principios de Filosofía moral entremezclados de errores y absurdos de política; de la física, nada que fuera útil; y con elementos de estas ciencias que se juzgaban necesarios y bastantes según la diversidad de carreras pasaban a las Facultades mayores de Teología, Derecho civil y canónico o Medicina.» Y hacía después el disertante un recargadísimo cuadro de negras tintas al describir la calamitosa situación de las Facultades de Teología, Jurisprudencia y Medicina y el contraste que tal retablo de lástimas suponía al comparárseles con el Reglamento de 29 de junio de 1821 en el que apenas podía encontrarse qué desear para el aumento progresivo de los conocimientos humanos.
Inaugurada la Universidad comenzaron a funcionar sus clases con escasa regularidad, dada la insuficiencia de sus locales. Ya el 30 de noviembre, es decir, a los pocos días de la apertura, los alumnos de primero y tercero de Leyes, que eran las cátedras más numerosas, promovieron una algarada por no disponer todavía de bancos para acomodarse; a tal motivo de protesta se unió el disgusto de que fuera el citado día el primero de misa de obligada asistencia escolar. Tras de estos desórdenes se impusieron las vacaciones navideñas, y no bien regularizada la vida universitaria, pasadas que éstas fueron, las noticias recibidas de los éxitos obtenidos por el realista Bessieres y su aproximación a Brihuega y Torija, enardecieron a la juventud oficialmente estudiosa, moviéndola a formar desde el 18 de enero de 1823 un batallón, que se puso a las órdenes del coronel Don Facundo Infante y cuyas compañías mandaban los señores Montalvo, Calderón, Pierda, Mejía y otros. Este fervor patriótico no impidió a los estudiantes promover durante el mes de febrero nuevos desórdenes en vista de las próximas fiestas de Carnaval. Y si a lo anterior se añade el acuerdo tomado por las Cortes de requerir al Rey a que abandonase Madrid (1.º de marzo de 1823) en vista de la inminente invasión francesa acaudillada por el duque de Angulema; acuerdo que Fernando VII cumplió trasladándose a Sevilla, se comprenderá perfectamente que el Gobierno se apresurara a cerrar el accidentadísimo curso académico a mitad del mes de abril.
Y tal es, en resumen, el pequeño y desgraciado primer ensayo de la Universidad Central, no mal concebido por cierto, aunque nada favorecido por las circunstancias. La base económica del nuevo Centro había de estar compuesta con las rentas de los Estudios de San Isidro, las procedentes de las Universidades de Alcalá y Toledo, las de los Seminarios de Ávila, Sigüenza y Cuenca, el producto de las enseñanzas del Gabinete de Historia Natural, del Jardín Botánico y de otras sueltas que se unían y el producto de matrículas, pruebas, exámenes, grados y demás derechos universitarios. El número de alumnos inscritos pasaba de mil. Pero todo se vino en pocos meses a tierra, no obstante el optimismo de Quintana, que parecía no había de volver a ver la nefanda mano que, según él, abatiera las arboledas de la Academia, destruyera el pórtico y el liceo y derrocara los altares de la antigua filosofía en la sin ventura Atenas.
La invasión francesa, compuesta, con la falange realista, de poco más de 90.000 hombres, cruzó el Bidasoa el 7 de abril de 1823, dirigida por el Duque de Angulema. Seguíala un grupo de políticos absolutistas integrado por el Barón de Eroles, Don Francisco Eguía, Don Antonio Calderón y Don Juan Bautista Erro, que, el día 9 instalaron en Oyarzun una Junta provisional de Gobierno, sustituida el 25 de mayo, ya en Madrid, por la Regencia compuesta por el Duque del Infantado, el de Montemar, el citado Barón de Eroles, el Obispo de Osma, Don Antonio González Calderón y Don Francisco Tadeo Calomarde como Secretario. Tal Poder Ejecutivo designó sus ministros, ocupando la Secretaría de Estado el canónigo Don Víctor Damián Sáez y la del Interior Don José Aznares. A 30 de junio fue elevada a dicha Regencia una solicitud, firmada en primer lugar por el que había sido Rector de la Universidad de Alcalá, Don Tomás López de Regó, en súplica de que fuera restaurada ésta como más grato resultare al Gobierno. La contestación oficial no se hizo esperar, pues el antiguo Rector de la gloriosa fundación docente Don José Ruperto Molina, recibió, el 16 de julio la siguiente comunicación: «Con esta fecha comunicó al decano del Concejo lo siguiente: Accediendo la Regencia del Reino a los justos deseos del Ayuntamiento de la ciudad de Alcalá de Henares y de los doctores y catedráticos de la Real Universidad Mayor de la misma, manifestados en las exposiciones que han dirigido a S. A. S., se ha servido mandar que se restablezca la citada Real Universidad. De orden de la Regencia lo comunico a V. S. I. para inteligencia del Consejo y efectos consiguientes. Y lo traslado a V. I. para su inteligencia y satisfacción. Dios guarde a V. I. muchos años.»
La restitución de los estudios universitarios a su antigua sede desgraciadamente viose acompañada de la serie de reacciones apasionadas, características de la época y de las siguientes. Aquel Lumbreras que disertara en la sesión de apertura de la Universidad Central, y aquel otro Doctor Heredero, que tan elocuentemente se había asociado a la exaltación de las virtudes de Fernando VII en el período de 1814 al 20, fueron comprendidos en la misma condenación, y tuvieron que emigrar. Como ellos, otros, que, temerosos de represalias, precautelaron que llegara el día, que llegó, en que a pretexto del Decreto de purificaciones de 21 de julio de 1823, la turba frenética asaltara las casas de los vecinos que estimaba liberales e hiciera en ellas campo de su odio y de sus vergonzosas depredaciones. Culminó la represalia el día de San Lorenzo, en el cual ardieron tantos modestos enseres de familias dignas de respeto que provocó la indignación de los Ingenieros militares que sin estar libres de la tacha de liberales, sólo pensaron en el mínimo de garantías jurídicas que debe ser dispensado al más desvalido de los ciudadanos. Claro es, que ellos no se acordaron de tal condición en el período de 1820 a 1823; pero por alguna parte debe iniciarse la rectificación. Lo cierto es que se alzaron en protesta y que no terminaron hasta conseguir abandonar la ciudad de Alcalá, para trasladar su Academia a Guadalajara.
Pues a través de estas convulsiones no logró, como era natural, la Universidad de Alcalá recobrar su antiguo auge. La Facultad de Teología pudo restablecer casi su normalidad con la contribución personal del P. Humarán, los PP. Jesús y Mencia, el P. Barbarejo y el P. Bartolomé Altemir. Pero la Facultad de Leyes, siempre la más difícil, ofrecía un caos de pugnas ideológicas, punto menos que imposible poder reducir.
El 14 de octubre de 1824 fue publicado el Plan literario de estudios y arreglo general de las Universidades del Reino, oficialmente debido al ministro de Gracia y Justicia, Don Francisco Tadeo Calomarde. En el preámbulo de tan importante disposición, recapitula Fernando VII las vicisitudes políticas desde su restauración el año 1814 y el efecto de las mismas en orden a la enseñanza. Ya desde 1.º de febrero de 1815, dice S. M., comenzó a actuar una Junta de Ministros Consejeros llamada a elaborar la reforma de los estudios literarios, mientras una Comisión de tres Ministros ponía mano en la de las Escuelas de primera enseñanza. Pero no pudieron acabar la empresa; porque «el genio del mal oponía continuos e insuperables obstáculos». Sobrevenida la revolución de 1820, perecieron los documentos y Memorias reunidos por las supradichas Junta y Comisión y cuanto posteriormente realizaron «los que se decían legisladores», sin contar con el Monarca y «auxiliándose de todos los genios de la rebelión», no fue sino labor de corrupción de las enseñanzas. Fernando se percató entonces del enorme estrago y supo esperar mejor época para rectificar sus mortíferos efectos. La época, felizmente había llegado y el Rey, «desembarazado apenas de los primeros y más urgentes cuidados precisos al momento para cerrar las llagas de la revolución», volvía con presteza a su caro proyecto de arreglo de la enseñanza. Para llevarlo a efecto había designado por Decreto de 18 de febrero de 1824 nueva Junta que venía a subrogarse a la de 1815, pero la impaciencia del Rey fue tal que, al percatarse de que no obstante la buena voluntad de los nombrados no habían de poder dar cima a su empeño antes del comienzo del curso, nombró el 31 de julio una Comisión especial de Ministros jubilados que, acuciosa y competentemente, lo llevó a efecto en el término de un mes, por lo que S. M. se apresuraba a ponerlo en vigor.
A virtud del nuevo Plan se dejaban subsistir las Universidades de Salamanca, Valladolid, Alcalá, Valencia, Cervera, Santiago, Zaragoza, Huesca, Sevilla, Granada, Oviedo y Mallorca y se anunciaba el propósito de establecer otra en Canarias. La Medicina se enseñaría sólo por el momento en las Universidades de Salamanca, Valladolid, Valencia, Santiago, Sevilla, Cervera y Zaragoza. En la de Alcalá no, porque se respetaban las cátedras de Clínica y demás estudios médicos de Madrid.
Por otra parte, perduraría la Universidad de Toledo, pero con tal de que desde el principio del curso 1824 estableciera las cátedras que para la enseñanza de Filosofía, Teología, Leyes y Cánones se prescribían en el Plan. La de Oñate tomaría el título de Colegio-Universidad para el estudio de las Instituciones de Filosofía y el de la Jurisprudencia civil y canónica, y sólo cuando estableciera, además, cátedras para la enseñanza completa de la Teología, podría llamarse Universidad. Respecto de las Universidades menores de Ávila, Osma, Sigüenza y Orihuela se ordenaba que quedaran reducidas a Colegios incorporados: el de Sigüenza a la Universidad de Alcalá; los de Ávila y Osma a la de Valladolid y el de Orihuela a la de Valencia. En cada uno de ellos se enseñarían instituciones de Filosofía y la Teología.
Finalmente, los cursos ganados en las cátedras establecidas por el Gobierno en los Reales Estudios de San Isidro, con tal de que fueran de las mismas asignaturas que el Plan establecía para continuar la carrera y recibir los grados, serían válidos en cualquier Universidad.
Se estratificaban las enseñanzas por el nuevo arreglo en Humanidades, Lenguas y Filosofía, y Facultades mayores de Teología, Leyes, Cánones y Medicina. Humanidades, Lenguas y Filosofía constituían una Facultad menor, la antigua de Artes y Filosofía, que hemos visto establecida por el egregio Cisneros en Alcalá. De querer hoy asimilar a la actual organización de nuestros estudios la que venía durante siglos siendo vigente, resulta que Humanidades, Lengua y Filosofía son hoy el actual Bachillerato con más los estudios de las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias. Claro es, que contemplando el actual espléndido panorama de ambas Facultades, sabe como a herejía reducirlas hoy a tal rango propedéutico. Pero en ello estriba su gloria, ya que, durante siglos, sus estudios fueron la base para el acceso a las Facultades mayores, que por tener designio profesional no aparecían tan ennoblecidas como aquéllas por su carácter absolutamente desinteresado.
Se tenía acceso a la Universidad, según el Plan que analizamos, mediante un examen de ingreso que debían practicar los niños (así los llama con propiedad el Decreto), en el cual demostrarían conocer la doctrina cristiana y saber leer y escribir correctamente y dominar las cuatro reglas de contar por números enteros. Admitidos que fueran, cursarían la Gramática latina, y, los más aventajados, Humanidades, es decir, además de la Propiedad latina y la Prosodia, principios de Poética y de Retórica. Aprobados en todo y, apremiantemente, en Griego y en Hebreo, cuyas enseñanzas habrían de establecerse, respetándose las de Árabe, ya existentes en Alcalá y Valencia, los alumnos podrían solicitar el acceso a los estudios de Filosofía que durarían tres años. Aprobados estos tres cursos, podrían los interesados aspirar al título de Bachiller en Filosofía. Con tal título de Bachiller y cuatro cursos más en las cátedras superiores, que eran las de Matemáticas puras, las de Física experimental y las de Química, estaría el alumno capacitado para aspirar a los grados de Licenciado y Doctor en Filosofía. Lo que tanto vale, que para la Licenciatura y Doctorado en Filosofía se precisaba aprobar los cursos de Humanidades y Lenguas, los específicos de Filosofía y los que se llamaban cátedras superiores, que constituyen nuestra actual Facultad de Ciencias.
Ahora bien, para el ingreso en Facultad mayor, era exigible sólo el título de Bachiller en Filosofía. Los estudios específicos de Teología duraban hasta el grado de Licenciado siete años; los de Leyes y Cánones siete años también, y los de Medicina seis años. En cada uno se estratificaba la enseñanza en los tres clásicos grados de Bachillerato, Licenciatura y Doctorado.
Autoridad suprema en la Universidad era, según los artículos 229 a 243 de la disposición que examinamos, el Rector, que debía ser elegido cada tres años por el Claustro general, mediante propuesta en terna formada por siete compromisarios sacados a la suerte de entre los claustrales, propuesta que se elevaría al Consejo para la designación definitiva. Como organismos corporativos de gobierno distingue el Plan los siguientes: el Claustro general compuesto por los Doctores en Facultad mayor, el Claustro de catedráticos y las Juntas de Facultad.
Respetaba el arreglo a los Cancelarios de Salamanca y Alcalá, que seguirían ejerciendo su jurisdicción privilegiada mientras vivieran, y añadía a la tradicional fórmula del juramento al tiempo de recibirse los grados, la de que el graduando no había pertenecido ni pertenecería jamás a las sociedades secretas reprobadas por las leyes.
Como a virtud de los artículos 319 al 322 se instituía en cada Universidad una Junta de arreglo y Plan de Estudios, encargada de la ejecución de éstos, constituyose en Alcalá. Formáronla el Rector, los Decanos de las Facultades mayores y los catedráticos más antiguos de Filosofía y de Lenguas. Según el artículo 322 se le autorizaba a que por principios de justicia y según la analogía de las enseñanzas, reconociera y diera el pase a los cursos que los estudiantes hubieran ganado en los años anteriores, «de modo –decía literalmente– que no se les irrogue ningún perjuicio ni pierdan los años académicos que estudiaron con diferente método autorizado por el legítimo Gobierno o en enseñanzas privadas; pero en este caso procederá el examen». Amparados en tales prescripciones se confirieron multitud de grados mayores por la Universidad en los años de 1825 y 26; pero debió hacerse de modo tan escandalosamente injusto, que la Inspección General de Instrucción Pública dictó una Real orden no sólo afeando lo hecho, sino amenazando con la extinción de la Universidad, a la que reconocía autora de haber «precipitado la carrera de muchos jóvenes, que de otro modo hubieran podido dar lustre a su patria». No obstante, compadecido S. M. de la suerte de aquellos, vino en revalidar los grados mayores conferidos, aunque con la excepción de cuatro casos, que se declararon nulos, hasta que los interesados realizasen las pruebas debidamente, sin tener que hacer nuevos depósitos ni pagar propinas. Y terminaba la indignada Real orden textualmente diciendo: «También es la voluntad de S. M. se manifieste a la Real Universidad de Alcalá su real desagrado por la conducta poco circunspecta e ilegal con que se ha conducido y que se la haga entender será cerrada si en lo sucesivo reincide en semejantes o iguales excesos. Que queden privados de sus cátedras y de voto activo y pasivo en el Claustro don Pascual Lapuerta, don Natalio de la Paz, don Patricio Ramírez, don Nicolás Escudero, don José Garrido, fray Miguel Martínez y don Rafael Garrido, Síndico fiscal, a quienes se condena a la devolución de las propinas que hayan percibido en los cincuenta y nueve grados que resultan con notas, aplicándolos al fondo de la Universidad; y, por último, ha resuelto Su Majestad que las cátedras que queden vacantes se sirvan por sustitutos nombrados por el Claustro, hasta que por concurso hecho en forma se nombren sujetos que deban reemplazarlos.» El único de los destituidos que, pasados algunos años, resultó repuesto, fue fray Miguel Martínez, acreditado teólogo y decretalista.
Los sucesos políticos de Francia, en julio de 1830, dieron al traste con la Monarquía absoluta de Carlos X, que se vio sustituida por la democrática de Luis Felipe de Orleans. Tal cambio, favorable a la expansión de las ideas, repercutió en España, que vio sus fronteras invadidas por los emigrados políticos, la mayor parte de los cuales sufrieron las tristes consecuencias de su audacia. Ante el temor de que los Claustros universitarios, harto maleados por el enrarecido medio social, se hicieran violentamente eco de las pasiones partidistas, dispuso el Gobierno la suspensión de las clases. Las bibliotecas, empero, quedaron abiertas y en las fechas fijadas se hicieron matrículas, exámenes y grados. Historiadores coetáneos de los sucesos que narran nos hablan de la relajación de la clase escolar, entregada al juego y a la vida licenciosa con las numerosas rameras que pululaban por Alcalá. «Las comuniones reglamentarias en los días de la Concepción y San Fernando –escribe D. Vicente de la Fuente– eran una horrible cosecha de sacrilegios. Muchos comulgaban sin haberse confesado... Algunos, después de comulgar y recoger la cédula de comunión, sin tragar la Forma la dejaban cautelosamente en la pila del agua bendita.»
Pues si moral y religiosamente había caído tan hondo la institución cisneriana, su estado material corría parejas. Con decir que de 1825 a 1834 no llegó nunca su matrícula total sino a aproximarse a los 500 alumnos inscritos, queda hecho el mejor comentario; máxime si se tiene en cuenta que en igual fecha los Estudios de Santo Tomás y los de San Isidro, ambos en Madrid, pasaban de 1.700 alumnos los primeros y de 2.400 los segundos.
Del glorioso auge de aquella Universidad complutense consejera, en tiempos, de Pontífices y Reyes y sede incubadora de varones tan altos en virtud y talento, se cayó durante las tristes postrimerías del primer tercio de la centuria, en el más absoluto descrédito. Por borrar de ella hasta una de sus magistraturas de más autorizado abolengo, por Breve de 29 de marzo de 1831, suprimió Su Santidad Gregorio XVI el Cancelariato, no sólo en Alcalá, sino de todas las Universidades. Había sido el último Cancelario complutense, el Abad de San Justo Don Bernardo García Sánchez, cuya defunción en 1830 y durante los efectos de la orden de clausura de las clases, motivó la solicitud de supresión de tan relevante cargo en la vida universitaria.
Tras de la grave enfermedad que aquejó a Fernando VII en septiembre de 1832, dispuso, por Decreto de 6 de octubre, que quedara habilitada para el despacho de los negocios y mientras convalecía S. M., su joven esposa Doña María Cristina. Inauguró ésta su gestión concediendo un generoso indulto y ordenando (7 de octubre) que se abrieran las Universidades, hacía dos años con sus clases suspendidas. Entre tales determinaciones y la nueva enfermedad, seguida de muerte de Fernando VII, medió un año. El panorama político de España a la sazón no podía ser más tenebroso. Por ciudades y campos ardía ya la contienda civil, que los Ministerios de Cea Bermúdez y Martínez de la Rosa intentaban, con mejor deseo que fortuna, sofocar. De aquel vórtice formado por las más ofuscadas pasiones partidistas no pudo sustraerse la ciudad de Alcalá, en la que vecinos y estudiantes tomaban del modo más vehemente las resoluciones políticas más opuestas. Parte de los alumnos quiso formar el Batallón de Minerva, con su vistoso uniforme verde, morado, azul y amarillo; pero, no habiendo llegado a sumar cien voluntarios, se contentaron con formar una compañía. Otra parte se inscribía en la Milicia Nacional o regresaba a sus casas o huía para alistarse entre las huestes carlistas. Cada una de las situaciones ministeriales que se suceden desde octubre de 1833 a agosto de 1837, menos efímera representada por el Gabinete Istúriz (15 de mayo a 12 de agosto de 1836), supuso un avance cada vez más acentuado hacia la revolución. Los nombres, pues, de Cea Bermúdez, Martínez de la Rosa, Toreno, Mendizábal y Calatrava representan los grados cada vez más subidos de la fiebre. Al nombre de Martínez de la Rosa va unido el luctuoso recuerdo de la matanza de los frailes en Madrid, en julio de 1834. A Toreno, la espantosa subversión que asoló el territorio nacional de julio a septiembre de 1835. A Mendizábal, el triunfo de la revolución representado por la obra desamortizadora. A Calatrava, por último, el aherrojamiento de la Corona por una guardia pretoriana sobornada por los progresistas.
Tal proceso tiene sus fatales repercusiones en Alcalá. Como por ensalmo van desapareciendo de su Universidad los últimos vestigios de su antigua y exuberante vida corporativa. Suprímese, en efecto, el Fuero; desaparece el traje académico; se acentúa hasta lo inaudito la inmoralidad y, como ineluctable y oprobioso remate, la víspera del día de Inocentes de 1835 el jefe político de Madrid, Sr. Olózaga, con fuerzas milicianas, procedió a destituir de sus cátedras a los profesores tildados de carlistas, a expulsar de sus conventos a los frailes, y a ocupar sus edificios. Fueron desterrados, el maestrescuelas Don Miguel Iriarte, catedrático de Teología, don Eugenio Laso, y don Manuel Mantín Esperanza, profesores de Jurisprudencia, y Don Juan de Mata Pintado. Sin destierro, pero exonerados de sus cátedras, resultaron los padres Robles, Millana, Escobar, Martínez y otros. En cambio, quedaron repuestos el cura Heredero y Don Joaquín Lumbreras y se nombraron con carácter provisional nuevos profesores a don Juan Manuel Montalván y a don Pedro Castelló, hijo del famoso médico, joven que no poseía el título de Doctor. Y todas las predichas alteraciones del normal funcionamiento, acompañadas, fuera de la Universidad, de delaciones, asalto de domicilios, incautación ilegal de bienes, malos tratos de palabra y obra, y fomento de la monstruosa especie de que para librarse del peligroso remoquete de sospechoso era indispensable dar claros testimonios de no creer en Dios.
¡Menguado período aquel en que no supieron los testamentarios de Cisneros hacer honor al sagrado deber que les incumbía! Es cierto, que en tan lamentables circunstancias, algún espíritu dotado de suficiente noble condición reaccionó en favor de los perseguidos; pero ello fue con parsimonia, como lo hizo el joven catedrático don Pedro Gómez de la Serna, a quien los vínculos de gratitud que le ligaban a cuantos le acababan de nombrar Corregidor de Alcalá y, en 1836, jefe político de Guadalajara, paliaron los generosos impulsos nacidos de sus excelentes cualidades morales. Cuando en agosto de 1836 se produjo el escandaloso motín de La Granja, los sublevados, en plena bestial indisciplina, pasaron por Alcalá haciendo objeto a la desdichada ciudad de nuevas y ominosas depredaciones. De la Universidad, corporativamente, no quedaba ni la sombra. Tan es así, que cuando hacía ya meses que se estimaba como ineluctable la traslación a Madrid, la defensa que de ella hicieron los catedráticos Palacios, Mardones y Acha, y los comisionados en la corte, Sres. Caborreluz y Arnao, no acusó sino una falta absoluta de fe en la causa que se les había confiado por el Claustro.
En tales condiciones, triunfante el progresismo y constituido el Ministerio de Calatrava, se dictó por la Reina Gobernadora el Decreto de 8 de octubre por el que se restablecía la Dirección General de Estudios, encargando a la misma la propuesta, en el término de quince días, de un plan de enseñanzas que había de regir desde el próximo curso, y un informe sobre la conveniencia o no conveniencia del traslado de la Universidad de Alcalá a Madrid. Cumplió la Dirección su apremiante menester, que motivó la Real orden de 29 de octubre, en cuya fecha no sólo se dio el Plan provisional, sino que se dispuso que se instalaran en la corte las Facultades de Cánones y Leyes, ocupando el Colegio Seminario de Nobles, llamado entonces Seminario Cristino. Las condiciones en que ello había de realizarse eran a la letra las siguientes: 1.º La Universidad de Alcalá se trasladará a Madrid, donde se dará a sus estudios la extensión correspondiente para que sean dignos de la capital de la Monarquía. 2.º No permitiendo, sin embargo, los pocos días que restan hasta la apertura del próximo curso verificar por ahora esta traslación en su totalidad, se hará sólo en la parte relativa a los estudios de Jurisprudencia; pero la Dirección cuidará de tomar oportunamente las disposiciones sucesivas, con el fin de que para el curso que haya de empezarse en octubre de 1837 esté realizado aquel proyecto en todas sus partes y queden organizados los estudios de la capital del Reino, de modo que la enseñanza que se dé sea la más completa posible, aprovechando los establecimientos científicos que en el día existen y proponiendo a S. M. cuanto crea conveniente para remover obstáculos y efectuar las mejoras que medite, en la inteligencia que la Universidad de Madrid, además de presentar un modelo a los establecimientos de igual clase, debe también servir de Escuela Normal en que se forme un plantel de profesores idóneos, que lleven a las provincias las sanas doctrinas y los buenos métodos de enseñanza. 3.º Los nuevos profesores que para formar la Escuela provisional de Jurisprudencia habrán de trasladarse de Alcalá a Madrid, además del haber que les corresponda como profesores de aquella Universidad, recibirán por razón del mayor gasto a que se verán obligados en la corte, la indemnización de 5.000 reales cada uno. Igual cantidad se dará a otro profesor interino o sustituto que habrá de nombrarse para completar la enseñanza. 4.º Se trasladará también a Madrid uno de los bedeles, remunerándole con un sobresueldo de 2.000 reales y habrá un portero con 3.000. 5.º Los profesores de la Escuela provisional de Jurisprudencia formarán un Claustro particular, haciendo uno de ellos de Rector, y se gobernarán por el Reglamento que para este efecto forme la Dirección de Estudios. 6.° La Escuela provisional de Jurisprudencia se establecerá en el edificio que ha sido Seminario Cristino y en ella se dará al Rector habitación correspondiente. 7.º La Dirección general de Estudios queda autorizada para hacer en dicho edificio las obras que considere precisas para habilitar la parte que haya de servir a este objeto, procurando que su coste no exceda de 6.000 reales. Igualmente podrá disponer de todos los efectos que existan en él y sean de utilidad para las aulas. 8.° Los cursantes pagarán los 60 reales de matrícula según está prevenido; y los gastos a que den lugar las anteriores disposiciones se satisfarán por la pagaduría de este Ministerio, con cargo a los artículos de imprevistos y de premios para estímulo a las ciencias y las artes. 9.º La Dirección General de Estudios tomará todas las disposiciones que juzguen convenientes para que esta traslación se verifique del modo más conforme a los deseos de S. M.; y para que las cátedras se abran en el día fijado por el Real decreto del 8 de este mes. De Real orden, &c. Madrid, 29 de octubre de 1836.- Joaquín María López.- Sr. Presidente de la Dirección General de Estudios.
Los locales destinados a la Escuela provisional de Jurisprudencia eran los ya muy maltrechos del mencionado Seminario de Nobles, fundado por Felipe V en 1725 para dar a los hijos de la aristocracia una educación conforme a su clase. Influyó decisivamente en la fundación de tal Seminario el confesor del Rey, jesuita P. Daubenton, que ya había procurado a sus hermanos de Compañía un digno alojamiento, cerca del Monasterio de San Bernardo, en la calle a la que dio nombre, en la casa e iglesia del Noviciado, donde hoy, tras de una total reconstrucción, está emplazada la sede de nuestra Universidad. Ocupaba el Seminario de Nobles una amplia zona de las afueras de Madrid, junto al palacio del Duque de Alba. Formaba parte del que en 1800 se llamaba barrio del cuartel de Guardias de Corps, que principiaba en el Seminario, cruzaba la plazuela del Duque de Liria, entraba por la calle de San Dimas, se prolongaba por la de San Benito, torcía hacia la del Portillo, pasaba por la plazuela de las Comendadoras y la de San Juan la Nueva y terminaba en la Puerta del Conde Duque. El edificio en cuestión daba su fachada a la plazuela del Seminario y puede apreciarse su situación en el plano adjunto. El inmueble, ni sólido ni elegante, quedó sin concluir, y allí fue, en 1836, a mal alojarse la Escuela provisional de Jurisprudencia. Fernández de los Ríos dice que había en el Seminario un vasto teatro o paraninfo en el que el dicente sufrió exámenes, y Mesonero añade que la huerta extensísima del Seminario avanzaba un largo trecho más allá de la Puerta de San Bernardino, emparejando su esquina con la de la Montaña del Príncipe Pío, en cuya confluencia sobre este solar se ha construido la barriada de Pozas.
Al año siguiente (octubre de 1837) las Facultades de Filosofía y Teología, que, como hemos dicho quedaron en Alcalá, a cargo del Vicerrector, fray Manuel Arango, fueron trasladadas a Madrid, instalándose todas las enseñanzas en el convento de las Salesas Nuevas, fundado en la calle de San Bernardo, frente a la iglesia de Montserrat, por doña Manuela de Centurión, marquesa de Villena, en 1798. Cuando en 1836 las medidas desamortizadoras suprimieron las Salesas Nuevas, estas religiosas de San Francisco de Sales se incorporaron a las del Barrio del Barquillo, es decir, a las que vivían en el Monasterio que fundara Doña Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI.
Con los datos precedentes, podemos asistir con algún conocimiento a la iniciación de los estudios facultativos de Alcalá en Madrid, cuyo proceso seguiremos hasta la promulgación de la ley Moyano (septiembre de 1857).
A virtud de la Real orden de 28 de octubre de 1836 fue aprobado el Arreglo provisional de Estudios, para el curso de 1836-37. Firman el susodicho arreglo Quintana, Tapia, Sanz de Villavieja, Gutiérrez, Montesino, Olózaga (Celestino) y Sandalio de Arias, miembros de la Dirección general. Respecto de la naciente Escuela provisional de Jurisprudencia civil y canónica, embrión de la Universidad de Madrid, el Libro de acuerdos del Claustro de la misma, que constituye base inédita de nuestra labor comienza con el acta de 27 de noviembre de 1836. Según ésta se reunieron en Junta los señores doctores Aniceto Moreno, como Rector; don Joaquín de Aguirre, don Pedro Castelló, don Juan Manuel Montalván, don Juan Miguel de los Ríos, y, como Secretario don Pedro Angelis. Leyose por la Junta el Reglamento que había de regularla, y en consecuencia se tomó el acuerdo de darse por instruida del mismo en lo que afectaba al cumplimiento de las obligaciones que incumbían a los Profesores y de que se hicieran públicas por anuncio las que correspondían a alumnos y subalternos del Centro. En punto a libros de texto se convino en que se esperara a los Doctores don Andrés Leal y don Francisco de Paula Novar, que seguían en Alcalá, y respecto del horario de clases se dio comisión a los Sres. Montalván y Ríos para que lo concertasen.
A la sesión del siguiente día, 28 de noviembre, asistieron con los Doctores en la anterior citados, los Sres. Leal y Novar. Procedieron los presentes a leer la propuesta de horario formulada por los Doctores Montalván y de los Ríos, quedando aprobada en la siguiente forma: a los cursantes del primer año les explicaría el doctor Montalván Derecho natural y de gentes, de nueve a diez y media, y Lecciones de Principios de Legislación universal, de once a doce; a los de segundo les explicaría el Doctor Novar Elementos de Derecho romano, de nueve a diez y media, y Elementos e Historia del Derecho romano, de once a doce; a los de tercero, el Doctor Castelló, Elementos de Derecho romano, de nueve a diez y media y los mismos Elementos y Derecho público general, de once a doce; a los de cuarto, el mismo profesor Elementos de Derecho público, civil y criminal de España, y el Doctor Aguirre, Instituciones canónicas y Derecho público eclesiástico, de once a doce; a los de quinto, el Doctor de los Ríos, Elementos de Derecho público, civil y criminal de España, de nueve a diez y media, y el sustituto que se nombrara, Instituciones canónicas, de once a doce; a los de sexto, Novísima Recopilación y Partidas, de nueve a diez y media, y Economía política, de once a doce, el Doctor Leal; a los del séptimo, el Sr. Angeli, secretario, Práctica forense, de nueve a diez y media, y el Doctor Moreno, Jurisprudencia mercantil, de once a doce, y el Doctor Montalván, Elocuencia forense, de once a doce; a los de octavo, el Doctor de los Ríos; Derecho político, de once a doce, y el Secretario dirigiría ejercicios forenses, de una a dos; a los de sexto de Cánones, el Doctor Aguirre, Instituciones canónicas, de doce a una y media, y el Doctor Lumbreras, Historia eclesiástica, de dos a tres, y a los de séptimo, de Cánones, el Doctor Lumbreras, Disciplina general y particular de España, de doce a una y media; finalmente, Elocuencia sagrada, que correría a cargo del sustituto, que había de ser nombrado.
La cuestión de los libros de texto quedó aplazada hasta que los claustrales presentaran las listas, y asimismo la designación del sustituto de Cánones y de los catedráticos que habían de componer la Junta de Hacienda.
Quedó esta Junta nombrada en la sesión del 2 de diciembre, resultando designados los Doctores Lumbreras, Aguirre y Castelló. En la misma reunión participó el Sr. Rector el nombramiento del Doctor Lumbreras como Vicerrector de la Escuela. Y en la sesión del día 10 vemos, junto a los claustrales mencionados uno nuevo: el Doctor don Pablo González Huebras, catedrático sin ser Doctor, nombrado en el mismo mes de diciembre de 1836 y encargado de la cátedra de Derecho público. En la sesión del 14 ocupose el Claustro de pequeños desórdenes escolares en la clase del Doctor Montalván, y a fin de evitar el menor pretexto para la perturbación se tomaron adecuadas medidas que evitaran la aglomeración de doscientos alumnos en una misma clase.
Un nuevo claustral aparece como asistente a la Junta del día 19: el Doctor don Juan Miguel de los Ríos, titular de Leyes desde el 10 de marzo de 1826 y nombrado ahora para el desempeño de las cátedras de Ampliación de las Instituciones canónicas y de Jurisprudencia mercantil. Como suplentes de los profesores fueron designados: para don Juan Manuel Motalván, el Bachiller don Carlos Coronado; para don Francisco Novar, el Bachiller don Severiano Ontarria; para don Pedro Castelló, el Bachiller don Prudencio Berriazábal; para don Aniceto Moreno, el Licenciado don Manuel González de Castro; para don Pablo González Huebras, el Bachiller don Rafael Joaquín de Lara; para don Andrés Leal, el Doctor don Juan José Aróstegui; para don Joaquín Lumbreras, el Doctor don Pedro Sáinz de Baranda; para don Joaquín de Aguirre, el Bachiller don Víctor Arnau; para don Juan Miguel de los Ríos, el Bachiller don Ramón Eussa y para el Secretario, el Doctor don José Fernández Martínez.
Ninguna circunstancia digna de mención registran las actas de la Escuela hasta enero de 1837, fuera de las minucias relativas a solicitud de matrículas, reclamaciones de atrasos por algunos catedráticos y mejor procedimiento de administrar los fondos recaudados en Alcalá y en Madrid.
Durante el mes de enero del citado año dio fe de vida, una vez más, la indisciplina escolar promoviendo escandalosas perturbaciones en la clase del catedrático Sr. Huebras. La alteración de ahora era de tal índole, que no pudo ser silenciada, tanto por lo que significaba de desacato como por lo que suponía de ruido, ya que consistió en que el alumno Juan González Castejón llegó al sitial del profesor remedando sus ademanes en presencia de éste, y el colega del citado González, Eugenio del Conde, se propasó a quemar en plena aula, por lo que se colige, vistosa serie de fuegos artificiales. Pirotécnico e imitador fueron expelidos de la Escuela por su desafuero.
Sin más graves accidentes prosiguió la Escuela su labor docente. En el Claustro celebrado el 15 de abril (1837) se dio cuenta de que la Superioridad había aceptado la dimisión presentada por el Sr. Rector y dispuesto que la sustituyera con carácter interino D. Francisco de Paula Novar. En su consecuencia fueron tomados a éste los juramentos de rigor y el de fidelidad a la Constitución política de la Monarquía, que, a la sazón, era todavía la de 1812. En Junta de 11 de mayo se dio posesión al Licenciado D. Manuel González de Castro de la sustitución pro universitate de la cátedra vacante por jubilación del Dr. Moreno; y en la de 19 de julio se leyó una orden de la Dirección general de Estudios, fecha 11 del mismo mes, ordenando la traslación a Madrid del resto de las enseñanzas que habían quedado en Alcalá, es decir, las Facultades de Teología y Filosofía, y disponiendo que se nombraran dos Comisiones, una de Catedráticos de Alcalá para el envío de efectos y otra de Catedráticos de Madrid para su recibo. Compusieron aquélla el Vicerrector y los Sres. Montserrat, Robles, Lebrún y Palacios; la de la Corte los Sres. Rector, Lumbreras, Angelis, Leal y Enterría.
Asistimos, pues, al consignar estos detalles, a los últimos momentos de la Universidad complutense. Los dos postreros grados que en ella se confirieron fuéronlo de Teología; tuvieron lugar el 22 y 23 de julio (1837), resultando distinguidos con ellos los Bachilleres don Santiago Martínez y don Vicente de la Fuente, ambos después catedráticos de Madrid. Todavía se les declaró, según era tradicional, con derecho a optar a canonicatos en la Iglesia de San Justo.
En la sesión celebrada el 23 de noviembre se dio por enterada oficialmente la Junta del nombramiento de catedrático de Hebreo de esta Universidad al que lo había sido de igual asignatura en Sevilla D. Antonio María Blanco, y el de don Alberto Lista para desempeñar la cátedra de Matemáticas superiores y Cálculo diferencial e integral.
Desde el Claustro celebrado el 28 de noviembre anotamos ya, junto a los nombres que nos son familiares, a saber: Novar, Lumbreras, Aguirre, Castelló, Moltalván, Huebras, Angelis y Ríos, los recién nombrados y los procedentes de Alcalá, tales como don Antonio María Alonso y don Alberto Lista, entre los primeros, y los señores Fernández Montserrat, Carrasco, Palacios, Lebroz, Rodríguez y Mardones, entre los segundos.
El horario de las Facultades fue aprobado en la sesión del 23 de noviembre, a propuesta de una ponencia compuesta por el Sr. Rector y los claustrales Sres. Lumbreras, Aguirre, Montalván, Enterría y Lista. A tenor de lo propuesto las clases de las Facultades de Leyes, Cánones, Teología y Filosofía se darían de nueve a once y de una a tres, y de once a una las de Matemáticas, Lengua y demás ornamentales.
A 24 de enero de 1838 manifestó la Junta quedar enterada de la comunicación que le dirigió la Dirección General de Estudios con fecha 29 de diciembre último, insertando la Real orden del 16 del mismo mes por la que S. M. había tenido a bien al establecer la Universidad de Madrid, añadir a las enseñanzas trasladadas de la Universidad de Alcalá, las de primero y segundo año de Matemáticas, Matemáticas sublimes, Física experimental y Literatura, nombrando para desempeñarlas a don Juan Cortázar, don Alberto Lista, don Vicente Masarnáu y don Felipe Enciso, respectivamente. Asimismo, en la sesión celebrada el 19 de octubre de 1839 fueron propuestos para ocupar interinamente las cátedras de Filosofía, tercero de Teología y quinto de la misma Facultad, los Sres. Coronado, Golmayo y Zurita.
A virtud de Real orden de 24 de junio de 1839, se dispuso la constitución en la Universidad del Claustro general de Doctores. La Junta cumplió lo que se le ordenaba, y a ello debemos el poder insertar aquí el cuadro completo de Catedráticos y Doctores de nuestra Universidad de Madrid en 1839.
Lista de los señores Doctores matriculados en la Universidad literaria de Madrid desde el día 20 de octubre de 1839 al 2 de noviembre del mismo año con expresión del día en que recibieron su grado en la Universidad de Alcalá o en esta de Madrid.
Teología
D. Tomás Palacio, catedrático, en 25 de enero de 1791.
D. Juan González Caboreluz, catedrático, en 6 de febrero de 1803.
D. Francisco Lebrón, catedrático, en 31 de mayo de 1803.
D. Gil Alberto Acha, en 23 de febrero de 1817.
D. Ramón Durán, en 4 de junio de 1826.
D. Manuel Arango, catedrático, en 2 de febrero de 1830.
D. Francisco Troncoso, catedrático, en 23 de junio de 1838.
D. Bernardo Carrasco, catedrático, en 24 de septiembre de 1838.
D. Víctor Zurita, en 17 de octubre de 1839.
Cánones y Leyes
D. Vicente González Arnao, en 12 de junio de 1783.
D. Francisco Antonio Ocharan, en 23 de marzo de 1801.
D. Aniceto Moreno, catedrático jubilado, en 27 de marzo de 1802.
D. Jacinto Hurtado Rodríguez, en 11 de junio de 1803.
D. Joaquín Lumbreras, catedrático, en 19 de marzo de 1804.
D. Matías Jarabo, en 23 de abril de 1808.
D. Felipe López Valdemoro, en 23 de mayo de 1808.
D. Francisco Mardones, catedrático, en 14 de octubre de 1808.
D. Eugenio Benito Sancho, en 10 de agosto de 1816.
D. Mariano Bodega, en 20 de junio de 1817.
D. Juan Dagerre, catedrático, en 18 de agosto de 1818.
D. Pedro Sáinz de Baranda, en 22 de octubre de 1820.
D. Francisco de Paula Novar, catedrático en 12 de octubre de 1824.
D. Joaquín de la Cortina, catedrático jubilado, en 16 de junio de 1829.
Cánones
D. Miguel Gutiérrez Parada, en 4 de septiembre de 1828.
D. Joaquín Aguirre, catedrático, en 8 de julio de 1832.
D. Pascual Morales, en 28 de junio de 1833.
D. Manuel Arango, catedrático, en 2 de febrero de 1835.
D. Marcos Ariano González, en 14 de abril de 1839.
Leyes
D. Pedro Angelis, en 14 de mayo de 1825.
D. José Muñoz Maldonado, en 22 de mayo de 1825.
D. Críspulo Artaiz, en 17 de junio de 1825.
D. Domingo Pérez, en 23 de octubre de 1825.
D. Juan Miguel de los Ríos, catedrático, en 10 de marzo de 1826.
D. José Díaz Mardones, en 27 de marzo de 1826.
D. Pablo de la Torre, en 28 de marzo de 1826.
D. Juan Nepomuceno Francisco, en 16 de abril de 1826.
D. José Díaz Mardones, en 27 de mayo de 1826.
D. Pedro Sabau, en 23 de mayo de 1826.
D. Gregorio Catalina, en 5 de junio de 1826.
D. Francisco Vila Cedrón, en 11 de junio de 1826.
D. Agustín Contreras, el 12 de julio de 1826.
D. Andrés Leal, catedrático, en 21 de octubre de 1827.
D. Guillermo Elorz, en 22 de junio de 1828.
D. José Fernández Quesada, en 2 de julio de 1828.
D. Manuel León de Berriozábal, en 17 de octubre de 1828.
D. Antonio Campesino, en 24 de noviembre de 1833.
D. Claudio Sanz Ibarea, en 17 de enero de 1834.
D. Ramón Villa, en 2 de febrero de 1834.
D. Pedro Castelló, catedrático, en 13 de junio de 1834.
D. Francisco Bringas, en 17 de junio de 1834.
D. Manuel Larragán, en 17 de junio de 1834.
D. Ángel Gómez Enterría, catedrático, en 25 de junio de 1835.
D. Antonio Cantero, en 9 de agosto de 1835.
D. Joaquín Ballo, en 18 de junio de 1836.
D. Juan José Aróstegui, en 20 de junio de 1836.
D. Antonio Olarria, en 26 de junio de 1836.
D. José Fernández Martínez, en 30 de junio de 1836.
D. Juan Manuel Montalván, catedrático, en 9 de junio de 1837.
D. Carlos María Coronado, en 14 de junio de 1838.
D. Juan José Blázquez, en 4 de agosto de 1838.
D. Julián Pando, en 21 de julio de 1839.
D. Cándido Alejandro Palacio, en 22 de septiembre de 1839.
Señores catedráticos no doctores de la Universidad
D. Pablo González Huebras, nombrado en 29 de diciembre de 1836.
D. Juan Cortázar, nombrado por Real orden ministerial de 16 de diciembre de 1837.
D. Eduardo Rodríguez, nombrado en 2 de enero de 1838.
D. Félix Enciso Castrillón, nombrado por Real orden ministerial de 16 de diciembre de 1837.
D. Vicente Masarnáu, nombrado por Real orden ministerial de 16 de diciembre de 1837.
D. Antonio García Blanco, trasladado de Sevilla por Real orden ministerial de 22 de octubre de 1837.
D. Eusebio María del Valle, trasladado por Real orden ministerial de 4 de octubre de 1838.
Señores Catedráticos de la Universidad
D. Félix Enciso Castrillón.
D. Eduardo Rodríguez.
D. Juan Cortázar.
D. Vicente Masarnáu.
D. Ángel Gómez Enterría.
D. Eusebio María de Valle.
D. Bernardo Carrasco.
D. Francisco Lebrón.
D. Manuel Arango.
D. Francisco Troncoso.
D. Tomás Palacios.
D. Joaquín Aguirre.
D. Francisco Mardones.
D. Joaquín Lumbreras.
D. Fernando Llorente.
D. Pedro Castelló.
D. Francisco de Paula Novar.
D. Juan Manuel Montalván.
D. Pablo González Huebras.
D. Andrés Leal.
D. Juan Miguel de los Ríos.
D. Juan Pedro Daguerre.
D. Aniceto Moreno.
D. Joaquín de la Cortina.
Reuniose el Claustro general, es decir, de Doctores en Facultad mayor el 18 de diciembre de 1839, y nunca hasta entonces con mayor asistencia de universitarios. En efecto, el acta cita los siguientes: González Arnao, Palacios, Moreno, Lumbreras, Jarabo, Mardones, Hacha, Bodega, Leal, Masarnáu, Cortázar, Huebras, García Blanco, Rodríguez, Caboreluz, Ocharán, Lebrón, Hurtado. Valdemoro, Aguirre, Serna, Castelló, Arango, Enterría, Llorente, Cortina, Valle, Montalván, Daguerre, Camaleño, Arvinoso, Castrillón, Ríos, Sancho, bajo la presidencia del Rector, D. Francisco de Paula Novar. Dio éste cuenta de que teniendo presentada su dimisión, le había sido aceptada por Orden de 13 del mismo mes de diciembre. En consecuencia, procedía que los señores Doctores, a tenor del artículo 231 del Plan de estudios de 14 de octubre de 1824, sacaran por suerte entre ellos siete individuos compromisarios, quienes por mayoría de votos formularían una propuesta en terna, sujetándose al hacerlo a la condición de que el cargo de Rector recayese «en hombres de edad provecta y Profesores acreditados por su talento, prudencia y doctrina». Formada la lista de los 35 claustrales presentes, se procedió al sorteo, saliendo los nombres de los Sres. Bodega, Jarabo, Caboreluz, Montalván, Valdemoro, Rodríguez y Castrillón. En la sesión del 5 de enero de 1840, el Dr. Novar, cumplidas las condiciones administrativas que le permitían desligarse del Rectorado, encargó de éste al Catedrático más antiguo, que era D. Vicente González Arnao, que prestó en forma el juramento, «dándose el abrazo de estilo» con el Rector saliente. En la misma sesión, los Catedráticos Sres. Castelló y Aguirre protestaron de que el Sr. Gómez de la Serna hubiera sido matriculado en la categoría de Doctor cuando tenía derecho a serlo en la de Catedrático; detalle al parecer de poca monta, pero que, dada la ideología liberal de la Serna y la perturbación del panorama político, constituía claro testimonio de cómo se preocupaban algunos claustrales de colocar a sus candidatos en condiciones de asumir la más alta magistratura universitaria.
La insuficiencia de las Salesas Nuevas para alojar las enseñanzas universitarias, movió a gestionar la devolución del antiguo Seminario de Nobles, donde se inició el funcionamiento de la Escuela provisional de Jurisprudencia. Comenzó a practicar las oportunas diligencias el nuevo Rector interino Sr. González Arnao, auxiliado por D. Francisco Mardones, a quien había designado Vicerrector. La vida universitaria aparecía desasosegada al terminar el curso de 1839 al 40; hubo reacciones excesivas de algunos Catedráticos, singularmente de la Comisión de Hacienda, y S. M. la Reina Gobernadora dictó, con fecha 8 de junio de 1840, una Real orden encargando al señor Rector de la Comisaría Regia de la Universidad. Tal determinación se tomaba en vista de la visita de inspección que se había girado hacía meses a la Universidad, y perseguía la finalidad de «llevar a cabo la definitiva y completa traslación de la Universidad de Alcalá a esta Corte» y el conveniente arreglo y organización de la enseñanza, administración y disciplina de la Universidad, para que ésta llegase a ser «un establecimiento que pudiera presentarse a los demás de la Monarquía como modelo digno de imitarse, proveyéndola al mismo tiempo de Profesores que desempeñasen este cargo cual su importancia exigía».
Desde junio a septiembre de 1840 se produjeron acontecimientos políticos de singular importancia. La Corte se trasladó a Cataluña, a fin de que la Reina Doña Isabel pudiera someterse a la cura de baños en Caldas y en el mar. Con tal motivo, tramitándose en las Cortes el famoso proyecto de ley de Ayuntamientos, el general Espartero se opuso a la sanción de dicha ley, y como la Regente la otorgó en Barcelona a 14 de julio, se produjo el choque violento entre Doña María Cristina y el prepotente Duque de la Victoria. Tal colisión tuvo como eco el alzamiento en Madrid el 1 de septiembre. Constituyose para encauzarlo una Junta provisional de Gobierno, y ésta, a 23 de septiembre ordenó suspender provisionalmente, y hasta que S. M. resolviera lo más conveniente, a don Vicente González Arnao de la Comisaría Regia y del Rectorado que venía ejerciendo, y a don Manuel Fernández Arango, don Francisco Rodríguez Troncoso, don Ángel Gómez Enterría y don Pablo González Huebras de las cátedras que desempeñaban en la Universidad. Y a virtud de la misma Orden acordó el Claustro proceder al nombramiento del nuevo Rector, que así, tan sin estímulos progresistas, resultó designado por 14 votos (frente a cuatro que obtuvo el Sr. Palacios y dos el Sr. Baranda) el Dr. D. Pedro Gómez de la Serna.
Como complemento del triunfo de éste, los Sres. Montalván y Aguirre presentaron en el Claustro de 28 de septiembre una proposición que decía así: «Existiendo en esta Universidad diferentes alhajas de plata, que, útiles en otro tiempo, al Establecimiento, no lo son hoy, en que ni hay funciones festivas ni se sostiene el culto que antes las hiciera indispensables ocasionando su custodia cuidados, pedimos que el Claustro, en uso de sus atribuciones, acuerde lo siguientes: 1.º Las alhajas de la Universidad, a excepción de las absolutamente indispensables para las misas de precepto, serán convertidas en otras útiles al Establecimiento. 2.º Se comprará con su producto por su orden una escribanía de plata, unos candeleros o candelabros, los efectos indispensables para la colación de grados, y el arreglo de la Sala Rectoral. 3.º Una comisión especial, nombrada por el Claustro, entenderá en este encargo y dará cuenta a la mayor brevedad. 4.º Este acuerdo no es extensivo a lo que tenga un mérito especial artístico, o sea un monumento venerable de la antigüedad.» El Claustro, tomándola en consideración, acordó que pasara a la Junta de Hacienda para su informe.
Tal acuerdo, el de que una representación de la Universidad saliera a recibir al excelentísimo señor Duque de la Victoria, al que ya había honrado S. M. con el encargo de formar Gobierno, y la designación por el Rector del Sr. D. Pedro Sáinz de Baranda como Vicerrector, son los extremos más dignos de notar del Claustro celebrado en la predicha fecha de 28 de septiembre de 1840. En la sesión del 6 de octubre se dio lectura al informe de la Junta de Hacienda sobre la venta de las alhajas de la Universidad. Según él, debían conservarse únicamente, por su mérito artístico, un cáliz cincelado y las preciosas obras de Santo Tomás de Villanueva con sus cubiertas de plata con esmaltes; por su antigüedad y por ser un monumento respetable para la institución, el cáliz y el anillo del Fundador Jiménez de Cisneros; por la utilidad que prestaba, otro cáliz de plata, y por su poco valor, un copón y una sacra que en su mayor parte eran de bronce. El resto de las alhajas debía ser enajenado, y lo constituían: una Cruz de plata con el lignum Crucis; dos cálices, patenas y tres hijuelas de plata sobredorada; tres paces de plata; un incensario de plata, naveta y cuchara del mismo; dos platos ovalados de plata; dos coronas de plata; una chapa cuadrilonga de plata; una ampolla de plata para el Santo Oleo y dos misales guarnecidos de plata. El Claustro aprobó el informe de la Junta de Hacienda, acordando además que el señor Rector nombrara una comisión que se encargara de la venta de tales objetos y de la compra de los efectos necesarios para la Universidad.
En el Claustro del 16 de octubre se tomaron los acuerdos oportunos para la ceremonia de apertura del curso de 1840-41 que había de verificarse al día siguiente. Entre ellos figura en acta el relativo a la posible asistencia de los miembros de la Dirección general de Estudios y el lugar que habían de ocupar en la mesa. A tal efecto, se dispuso que el Presidente de la Dirección se sentara a la derecha del Rector, y el resto de los Directores, a la derecha de los Decanos.
Como la Junta provisional de Gobierno había suspendido en el ejercicio de sus funciones docentes a varios catedráticos, se presentaron no pocos aspirantes al título de sustitutos. Facultado el señor Rector para hacer el nombramiento, designó a los Sres. Bodega, Morales, Coronado, Zurita, Landeira, Moralejo, Palacios, Carrasco y Amézaga. Uno de los aspirantes había sido D. Julián Sanz del Río, que no fue nombrado entonces, sino el 6 de diciembre, por renuncia del señor Bodega.
A 21 de noviembre (1840) se participó al Claustro el nombramiento por la Regencia provisional del Rector Don Pedro Gómez de la Serna como Corregidor político de Vizcaya. Con tal motivo se habilitó al Catedrático más antiguo, Doctor Don Juan Palacios, como Rector interino, y se nombraron los compromisarios para que eligieran el definitivo. El 25 de enero de 1841 se participó al Claustro la conformidad de la Regencia provisional con la propuesta formulada por los compromisarios, que, por mayoría de votos, habían elegido Rector a Don Joaquín Gómez de la Cortina, el cual, con el protocolo de rigor, tomó posesión del cargo el 27 de enero.
En el Claustro de 1 de febrero renunció la Secretaría el que venía desempeñándola desde noviembre de 1836, Dr. Don Pedro Angelis. Fundó su renuncia en haber sido nombrado por la Regencia teniente Gobernador de la Nueva Filipina, en la Isla de Cuba. Tal dimisión y la necesidad de nombrar quien sustituyera al Dr. Angelis, puso de manifiesto que el sueldo que percibía este era escandaloso, sobre todo si se le comparaba con el modestísimo a que se veían reducidos los Catedráticos. Los de Instituciones de Derecho civil, por ejemplo, cobraban 5.000 reales; el Sr. Angelis, en cambio, venía haciendo efectivos, entre sueldo y derechos, sumas superiores a 50.000 reales. El Claustro, al anunciar para su provisión la vacante, redujo su sueldo a 5.500 reales, aparte las propinas de los grados, que quedaron prudencialmente tasadas. El cargo recayó a la postre, por votación, en Don Victoriano Mariño, que tomó posesión el 20 de abril de 1841.
Como la insuficiencia del local de las Salesas Nuevas era notoria, y además sabíase que el Gobierno estaba dispuesto a declarar de propiedad particular el edificio, instó el Claustro del día 27 de enero de 1842 que el señor Rector realizara oficialmente las gestiones a fin de que se diera a la Universidad un domicilio suficiente a sus necesidades. Demostró Gómez de la Cortina las diligencias que había a tal respecto realizado, leyendo sus comunicaciones a la Dirección, fechadas el 8 de agosto y el 1 de octubre del año último, y el Claustro acordó destacar una Comisión, presidida por el señor Rector, para que fuera recibida por el señor Ministro de la Gobernación. Integraron la Comisión Gómez de la Serna, Aguirre y Montalván, recibiendo las más seguras promesas en relación con su objeto. En Claustro de 21 de febrero se leyó el oficio de la Dirección general de Estudios, fecha 19 del mismo mes, transcribiendo el del 7, en que comunicaba el señor Ministro de la Gobernación que el señor Rector podría hacerse cargo del edificio de San Francisco el Grande para Universidad, realizando el examen del inmueble y proponiendo las obras que habían de realizarse para habilitarlo en forma. No debieron los claustrales sacar buena impresión de su visita, por lo que comisionaron a los Doctores Sabau, Lara y García Blanco a fin de que gestionaran la concesión de otro edificio. El éxito coronó todos los esfuerzos, pues en Claustro de 18 de mayo (1842) se leyó la Orden del 5 de abril por la que S. A. el Regente del reino se servía conceder a la Universidad el edificio del Noviciado de la calle Ancha de San Bernardo, de esta Corte, nombrando por Real orden de 11 de mayo al Jefe de Negociado D. Pedro Bravo, Director administrativo de las obras que debían realizarse.
Por motivos familiares que le obligaban a salir de España hizo renuncia del Rectorado don Joaquín Gómez de la Cortina. Le fue admitida por el Regente el 3 de septiembre de 1842; en Claustro del 12 y bajo la presidencia del Rector interino D. Eusebio María del Valle, resultaron elegidos los Compromisarios llamados a designar a su sucesor; pero hasta el 20 de septiembre de 1843, y a virtud de la Real orden de 15 del mismo mes, no tomó posesión el nuevo Rector propietario D. Pedro Sabau y Lorroya. Hasta tal data se habían producido las siguientes mudanzas: la refundición de las Facultades de Leyes y Cánones, en la de Jurisprudencia por Decreto de S. A. el Regente del Reino, fecha 1.º octubre de 1842 (publicado en la Gaceta del día 2) y las gestiones de la Comisión nombrada por la Universidad, e integrada por los doctores Sabau, Coronado y Castelló para aplicar los bienes de la Universidad de Alcalá a las obras que ya se efectuaban en el Noviciado.
En la ya indicada fecha, 20 de septiembre de 1842, tomó posesión del Rectorado el Doctor D. Pedro Sabau, con las formalidades protocolarias en vigor. «¿Juráis guardar la Constitución (la de 1837) y las leyes, ser fiel a la Reina (Isabel II) y cumplir bien y lealmente las obligaciones que os impone el honroso cargo de Rector de esta Universidad? Sí juro –contestó el Dr. Sabau. Si así lo hicierais –dijo el Dr. Valle– Dios os lo premie; y si no, os lo demande.»
Una Comisión nombrada por el Rectorado y compuesta por los Dres. Don Antonio Campesino, Don Claudio Sanz y Varea y Don Carlos María Coronado, se incorporó a la Junta directiva y económica de las obras que ya se estaban ejecutando en el edificio del Noviciado, por Real orden de 6 de junio de 1843. Los claustrales designados tuvieron que aplicarse con todo entusiasmo al importante menester a que eran llamados. «V. I. sabe –dicen los comisionados en oficio al Rector, fechado el 21 de febrero de 1845– que desde el primer momento en que entraron en el ejercicio de su cargo, su proyecto fue, atendidos los fondos que podían destinarse para las obras, ir terminando éstas por trozos, logrando así que ya en el primer año pudiesen constituirse algunas enseñanzas en el nuevo local y que lo hayan sido en el segundo la mayor parte de ellas. Proponíanse que en el año corriente y hasta el curso próximo, se hiciese el trozo de obras, que dirige desde lo actualmente concluido hasta la de la calle de los Reyes, habilitando toda esta parte, haciendo un grande salón para Academias, que es de urgente necesidad, algunas cátedras y singularmente una puerta de entrada y su correspondiente comunicación al edificio, todo con el proyecto de proceder en el año inmediato al derribo y edificación sucesivos de la fachada principal y parte destinada a Biblioteca. Así lo habían hecho presente a la Junta de Centralización de los fondos de Instrucción Pública; en este concepto se había formado el oportuno presupuesto y se iban facilitando los fondos convenientes con la esperanza de aumentarlos para iniciar el insinuado proyecto.»
Al iniciarse las obras de habilitación del Noviciado había sido encargado de las mismas el arquitecto Don Francisco Javier Mariátegui. Este dibujó y acompañó explicación de los planos, que fueron aprobados por S. M. La Junta actuó siempre de acuerdo con él, y muy a su satisfacción. Pero el arquitecto Mariátegui hubo de sucumbir cargado de merecimientos, y entonces fue nombrado para sustituirle Don Narciso Pascual Colomer. Este era, por lo visto, menos flexible; creyó que podía prescindir del asesoramiento docente para abroquelarse en el puramente ministerial, es decir, en el político, y tal pugna de concepciones dio lugar al conflicto entre la Universidad y Colomer. «Habiendo observado esta Junta (habla de la de los Doctores) que después de demolidas las dos paredes del edificio, destinado para Universidad, lindantes con el jardín del Sr. Marqués de Bendaña (Avendaño, dice el acta) y demolida también hasta la sillería de las fachadas que caen a la calle de los Reyes, se contrae la nueva edificación a sólo la pared de las galerías, sin que nada se haga en la otra que le es contigua y sin que continúe el derribo de la iniciada fachada para su reedificación conforme a los planes aprobados; y como haya asimismo notado que en la semana próxima no se invirtió la cantidad asignada semanalmente ni se verificó en la actual y que lejos de dar mayor impulso a las repetidas obras como convenía en la época en que nos hallamos, se haya acordado despedir algunos de los operarios que no pueden tener ocupación, manifestando que dichas obras han de continuar con sujeción a los planos aprobados por S. M. mientras no haya otra Real resolución en contrario; que las repetidas obras se han de contraer a la conclusión y habilitación de la parte de edificio desde lo actualmente concluido y habilitado hasta la calle de los Reyes inclusive, con la distribución que tenía trazada el anterior arquitecto y que habiendo ofrecido la Junta (se refiere a la de Instrucción pública), comprometiéndose en cierto modo con la de la Central a concluir para el curso próximo la referida parte de obras, a fin de que por este lado pueda darse entrada a la Universidad, será conveniente que lejos de disminuir el número de operarios se aumenten no sólo para cubrir la cantidad semanalmente asignada, sino para ampliarla si es posible de modo que pueda conseguirse el plan proyectado».
De los curiosos documentos a que acabamos de hacer referencia se deduce: que por Orden de S. A. el Regente, de 6 de junio de 1843, se había aumentado la Junta económica directiva de las obras del Noviciado con una representación de los catedráticos; que oyendo muy especialmente el dictamen de éstos en punto a las exigencias docentes, se habían formado los planos, bajo la dirección técnica del arquitecto Don Francisco Javier Mariátegui; que, fallecido éste, se siguieron las directrices por él trazadas, resultando que pudo lograrse que durante el curso académico de 1844-45 se instalaran en el Noviciado casi todas las enseñanzas; y que en tal situación las obras, el nombramiento del nuevo arquitecto Don Narciso Pascual Colomer motivó una alteración en el ritmo de los trabajos y un propósito decidido de independizarse del asesoramiento de los técnicos docentes, a pretexto de que no admitía otras advertencias ni otros estímulos que los que recibiera de la superioridad ministerial.
Como era de esperar, el Claustro de la Universidad de Madrid se solidarizó con los comisionados Doctores Campesino, Sanz y Varea y Coronado, y acudió a las gradas del Trono formulando su protesta. Debió resolverse la espinosa cuestión cediendo una y otra parte en pro del superior designio que a todos animaba, por cuanto continuaron las obras y al principiar el curso de 1846 al 47 estaba ya acabada la parte de edificio recayente a la calle de los Reyes. Mientras se tramitaban tales obras, se trasladaron a San Isidro las oficinas de la Secretaría General, el despacho oficial del Rector y la Sala de Claustros.
Durante el Gobierno Provisional, constituido al cesar la Regencia del Duque de la Victoria, se publicó el plan de estudios médicos de 10 de octubre de 1843, inspirado por el célebre Doctor Don Pedro Mata, plan por el que se suprimían los Colegios de Medicina y Cirugía de Madrid, Barcelona y Cádiz, los de Farmacia de Madrid y Barcelona y la enseñanza de dichas ciencias en las Universidades literarias, fundándose en su lugar para la docencia de la Medicina, Cirugía y Farmacia dos órdenes de escuelas: el primero con el nombre de Facultades, de las que habría dos únicamente (Madrid y Barcelona) y el segundo, con el título de Colegios, de los que se establecerían uno en cada una de las siguientes ciudades: Sevilla, Valencia, Zaragoza, Valladolid y Santiago. Las enseñanzas médicas venían dándose, desde 1797, en el Colegio de San Carlos, de Madrid; las de Farmacia tuvieron edificio propio en la calle de San Juan (actualmente de la Farmacia), donde se instalaron el 28 de noviembre de 1830.
Elevado al Ministerio de la Gobernación don Pedro José Pidal y puesto al frente de la Instrucción pública el antiguo oficial de Secretaría D. Antonio Gil de Zarate, ambos personajes, auxiliados por el funcionario D. Pedro Juan Guillén, acometieron la obra de reformar la organización universitaria, oyendo antes a todos los Claustros y nombrando Comisiones especiales cuyos dictámenes fueron examinados por el Consejo de Instrucción pública. «La historia de lo sucedido en los nueve años anteriores –dice Gil de Zárate– me convenció de que nada se conseguiría por los medios parlamentarios y que era preciso hacer lo que en 1836, esto es, publicar el nuevo plan por un Real decreto.» En efecto, por el de 17 de septiembre de 1845 vio la luz pública el que nos ocupa. Exigiendo este plan de estudios la obligada reglamentación, publicose por Real decreto de 22 de octubre de 1845.
En 1.º de noviembre de este mismo año se celebró la solemne apertura del curso académico de 1845-46. Tuvo como marco el nuevo Salón de Grados del edificio del Noviciado, correspondiente entonces a la Facultad de Jurisprudencia, es decir, el habilitado hoy para aula de Física, con techo de bóveda de medio cañón y ventanas recayentes al jardín. Presidieron el acto el excelentísimo señor Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, Don Ramón María Narváez; Don Pedro José Pidal, Ministro de la Gobernación; Don Francisco Martínez de la Rosa, Ministro de Estado, y Don Luis Mayans, Ministro de Gracia y Justicia. Era a la sazón Rector interino y Comisionado regio Don Fermín Arteta y Sesma, jefe político de la provincia, y ocupó la tribuna como profesor encargado de llevar la voz del Claustro, Don Lorenzo Arrazola, Catedrático de la Facultad de Jurisprudencia y Decano de la misma. Su discurso versó acerca de «La educación de los pueblos es la mejor garantía del porvenir y el áncora de los Estados».
La apertura del curso de 1846-47 se verificó en el mismo Salón de Grados que la anterior. Ocuparon la mesa presidencial los Excmos. Sres. don Francisco Javier de Istúriz, Presidente del Consejo y Ministro de Estado; don Pedro José Pidal, Ministro de la Gobernación, y don Florencio Rodríguez Vaamonde, Rector de la Universidad. La oración inaugural corrió a cargo del Catedrático de Teología Doctor Juan González Caborreluz, que trató de «La Teología, lejos de condenar el estudio de la ciencia, la considera como muy útil para la explicación y defensa de la doctrina de la Religión». Una indisposición del Sr. Caborreluz obligó al Doctor Don Francisco Landeira, también de la Facultad de Teología a leer el trabajo de su compañero.
Asimismo, el 1.º de octubre y en el Salón de Grados, tuvo lugar la inauguración del curso de 1847-48. Se trataba ahora de aplicar el Nuevo Plan General de Estudios, de 8 de julio de 1847, refrendado por el flamante titular de la cartera de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, don Nicomedes Pastor Díaz. La reforma por éste introducida variaba muy poca cosa el Plan de Pidal. Seguía, en efecto, centralizado en la Universidad de Madrid el Doctorado, y en punto a la organización de las Facultades emplazaba la de Filosofía como una más junto a las de Teología, Jurisprudencia, Medicina y Farmacia, es decir, que suprimía la consideración de Facultad Menor que venía teniendo aquélla, dándole idéntico rango universitario que a sus hermanas.
Durante la apertura a que estamos refiriéndonos ocuparon los puestos más destacados los señores don Modesto Cortázar, Ministro de Estado; don Patricio de la Escosura, de la Gobernación, y don Antonio Ros de Olano, de Comercio, Instrucción y Obras Públicas. Fue catedrático disertante el Doctor don Pedro Sabau y Larroya, que desarrolló el siguiente tema: «Utilidad de las Ciencias». Ejercía el Rectorado a la sazón don Nicomedes Pastor Díaz.
Con idéntico protocolo e igual fecha que la anterior se verificó la sesión de apertura del curso 1848-49, asistiendo a ella don Juan Bravo Murillo, Ministro de Comercio, Industria y Obras Públicas; don Lorenzo Arrazola, de Gracia y Justicia, y don Mariano Roca de Togores, del de Marina. Leyó el discurso el ya famoso Doctor Don Pedro Mata y Fontanet, Catedrático de sexto año de la Facultad de Medicina, quien trató «Del secreto en Medicina».
En la apertura del de 1849-50 asistieron los ministros don Manuel de Seijas Lozano (Comercio, Instrucción y Obras Públicas) y don Lorenzo Arrazola (Gracia y Justicia). Ocupó la tribuna el Catedrático de Farmacia don Juan María Pou, y como en las dos inauguraciones precedentes, el Sr. Rector don Nicomedes Pastor Díaz, que se sentaba a la izquierda de la mesa presidencial, declaró abierto el curso.
Los mismos personajes ministeriales honraron con su presencia la inauguración académica de 1850-51, en la que actuó el Catedrático de Estudios Superiores de Literatura don José Amador de los Ríos, y figuró como Rector don Claudio Moyano.
Ya en esta ceremonia se aplicó la nueva norma vigente, decretada el 28 de agosto de 1850 con el refrendo ministerial de don Manuel Seijas Lozano. Según dicha norma, seguían siendo Facultades universitarias, las de Filosofía, Farmacia, Medicina, Jurisprudencia y Teología. Pero en la de Filosofía se introducía junto a las Secciones de Literatura (comprensiva de lo filosófico y lo literario) la de Ciencias Físico Matemáticas y la de Ciencias Naturales, una nueva que se llamaba Sección de Administración y que perseguía la finalidad de organizar las enseñanzas para las diferentes carreras de la Administración pública. Esta variante y la de dar solemnemente el título de Central a la Universidad, son las que específicamente nos interesa poner ahora de relieve. «Las Universidades del Reino –decía textualmente el artículo 67 del Decreto de 28 de agosto– serán diez; una Central y nueve de distrito. La Central existirá en Madrid...»; artículo 68: «En la Universidad Central se enseñarán todas las Facultades y sólo en ella se harán los estudios del tercer período de las mismas, o sea los necesarios para el grado de Doctor», y artículo 144: «Los Catedráticos de Facultad disfrutarán en Madrid cuatro mil reales de sueldo, además del que les corresponda por antigüedad y categoría.» De suerte que desde el Informe de la Junta creada por la Regencia, fechado en Cádiz el 9 de septiembre de 1813, informe en el que se propone la creación en Madrid de una Universidad Central, no vemos dicha propuesta realizada hasta el Decreto de 29 de junio de 1821, seguido del establecimiento de la Universidad Central, en Madrid, donde empezó a funcionar el 7 de noviembre de 1822. Volvió la matritense a Alcalá, durante el mes de julio de 1823, y allí continuó hasta que la Facultad de Leyes y Cánones pasó a la Corte con el nombre de Escuela provisional de Jurisprudencia en 1836, y al año siguiente se la incorporaron las de Filosofía y Teología. Pero ni entonces, ni durante las reformas sucesivas hasta el Real Decreto de 28 de agosto de 1850 vuelve a designarse Central la de la Corte. La forma en que el citado Real decreto la establece queda más arriba consignada y aun remachada por el Reglamento de 10 de septiembre de 1851, que autoriza con su firma ministerial don Fermín Arteta, y que en su artículo 589 dice: «El Rector de la Universidad Central tendrá el tratamiento de ilustrísima. Los Rectores de las demás Universidades el de señoría.»
La apertura del curso de 1851 a 52 tuvo como escenario, al igual que en años anteriores, el Salón de Grados, y la presidieron los ministros don Fermín Arteta (Comercio, Instrucción y Obras Públicas) y don Ventura González Romero (Gracia y Justicia) disertando el Catedrático de la Facultad de Medicina Doctor Don Tomás del Corral y Oña.
En la inauguración del curso 1852-53 que se verificó el día 2 de octubre en atención a haberse celebrado el día 1.º las exequias del Excelentísimo señor Duque de Bailén, honraron con su asistencia la solemnidad académica el señor Bravo Murillo, Presidente del Consejo y Ministro de Hacienda; don Ventura González Romero, Ministro de Gracia y Justicia y como tal del Ramo de Instrucción Pública; don Melchor Ordóñez, Ministro de la Gobernación; don Mariano Miguel de Reinoso, Ministro de Fomento; don Juan José Bonell y Orbe, Cardenal Arzobispo de Toledo; monseñor Brunelli, Nuncio de Su Santidad en estos Reinos; el señor Patriarca de las Indias; el Obispo de Teruel, don Francisco Landeira, y don Antonio Escudero, Subsecretario de Gracia y Justicia. Tan selectísima representación de la España Oficial a la que naturalmente se incorporó la específica universitaria con el Rector, Marqués de Morante, a su cabeza, se dirigió procesionalmente al magnífico salón de actos «nuevamente habilitado en el mismo local que ocupó la iglesia del edificio del Noviciado, en que se halla establecida esta Universidad Central»{2}. Pronunció la oración inaugural el Catedrático de Farmacia don Manuel Ruiz y Pedraza, el cual, tras de la lectura, tomó asiento entre los demás claustrales. «En seguida y a tenor de lo prevenido en el artículo 64 del Reglamento de Estudios de 10 de septiembre de 1852, el Excmo. Sr. Rector (que con el excelentísimo señor Vicerrector y conmigo, ocupaba el primer banco de la izquierda de la Presidencia) anunció que iba a proceder a distribuir a los alumnos premiados los diplomas de los premios ordinarios y extraordinarios, lo cual verificó por su mano el Excmo. Sr. Ministro de Gracia y Justicia, entregando a cada uno de los alumnos premiados a quien yo, el Secretario General, llamaba, leyendo su nombre en voz alta; dichos alumnos ocupaban un lugar de distinción en la primera fila del sitio destinado a los convidados, inmediato a la barandilla que divide el sitio destinado para el Claustro del que ocupaba el público. Concluida la distribución de los diplomas, el Excmo. Sr. Rector se levantó y dijo en alta voz dirigiéndose a los circunstantes: En nombre de S. M. la Reina (q. D. g.) declaro abierto en esta Universidad Central el curso académico de 1852 a 1853.»
En la apertura de 1853-54 ocuparon la Presidencia de honor los Excmos. Sres. D. Luis José Sartorius, Conde de San Luis, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Gobernación; Sr. Marqués de Gerona, Ministro de Gracia y Justicia; Sr. Marqués de Molín, Ministro de Marina; don Francisco Félix Domenech, Ministro de Hacienda; don Agustín Esteban Collantes, Ministro de Fomento. Asímismo asistieron el Reverendo Patriarca de las Indias; el Sr. Subsecretario de Gracia y Justicia y lucida representación del Consejo Real de Instrucción. En el primer banco de la izquierda se sentaron el Sr. Rector Excmo. Sr. Marqués de Morante, el Vicerrector y el Secretario general. Leyó el discurso el Dr. D. Pedro Felipe Monlau, Catedrático de Psicología y Lógica en la Facultad de Filosofía, y como era ya costumbre se distribuyeron los diplomas y el Sr. Rector pronunció la fórmula de la apertura con las palabras de estilo.
Se inauguró el curso de 1854-55, no el 1.º de octubre como venía siendo lo corriente, sino el 1.º de noviembre en razón al levantamiento de O’Donnell, conocido por la Vicalvarada, causa de la etapa de Gobierno llamada bienio progresista. La Presidencia de honor en esta apertura la ocuparon el Duque de la Victoria y de Morella, Presidente del Consejo de Ministros; don José Alonso Martínez, Ministro de Gracia y Justicia; don Joaquín Francisco Pacheco, Ministro de Estado; don Francisco de Santa Cruz, Ministro de la Gobernación y don Francisco Luján, Ministro de Fomento, aparte otras altas jerarquías y personajes autorizadísimos dentro del Claustro. El Rector Don Tomás del Corral y Oña había designado como Catedrático encargado del discurso inaugural a don Pedro Sabau y Larroya que desarrolló este tema: «Del estado social en relación con los progresos de la Industria y de las Ciencias». Leído que fue se distribuyeron los diplomas entre los alumnos y por el señor Rector se pronunciaron las palabras de rigor.
De igual modo se retrasó la fecha inaugural del curso académico 1855-56. En efecto, hasta el 18 de noviembre no se celebró; bien es verdad que la magnificencia de que se la rodeó, dieron por bien justificadas cuantas demoras se habían impuesto.
«S. M. la Reina, dice el acta, se había dignado significar su deseo de asistir a la apertura de esta Universidad y de entregar por sus Reales Manos a los alumnos sobresalientes los diplomas de los premios, que en el curso académico de 1854 a 1855 habían ganado por oposición. Dispuesto el Paraninfo y hechos los demás preparativos de la manera correspondiente a la solemnidad del acto que SS. MM. habían de honrar con su presencia, a las doce de la mañana del citado día 18 se abrieron las puertas del edificio de la Universidad a todas las personas invitadas, y conducidas por las Comisiones del Claustro nombradas al efecto, tanto las que habían de ocupar el centro del Paraninfo como las que por su categoría debían tomar asiento entre los individuos del Claustro, pasaron estas últimas al antiguo Salón de Grados, que hacía de Sala Rectoral en este acto en razón de la numerosa concurrencia. Los excelentísimos señores Ministros habían sido invitados con un día de anticipación por una Comisión compuesta del Excmo. e Ilmo. Sr. Don Tomás de Corral y Oña, Rector de esta Universidad; del Vicerrector el Dr. D. Francisco de Paula Novar y Moreno y del Dr. D. Vicente Asuero y Cortázar, Catedrático de la Facultad de Medicina y encargado del discurso inaugural, y otras Comisiones recibieron en el vestíbulo de la puerta principal y acompañaron hasta el Salón de Grados a los señores Ministros, que se sirvieron asistir, a saber: los Exmos. Sres. don Baldomero Espartero, Duque de la Victoria y de Morella, Capitán general de los Ejércitos Nacionales y Presidente del Consejo de Ministros; don Juan de Zabala, Conde de Paredes de Nava, Teniente general y Ministro de Estado; don Manuel de la Fuente Andrés, Ministro de Gracia y Justicia; don Julián de Huelves, Ministro de la Gobernación, y don Manuel Alonso Martínez, Ministro de Fomento.
Reunidos con anticipación a la venida de Sus Majestades el Gobierno, las personas notables invitadas y el Claustro, se trasladaron desde el Salón de Grados al Paraninfo, en el cual ocuparon los asientos de la derecha del Trono los excelentísimos señores Ministros por el orden en que se les ha mencionado; los excelentísimos señores Teniente general don Isidoro de Hoyos, Capitán general de Castilla la Nueva, y don Martín de los Heros, Intendente general de la Real Casa y Patrimonio; el Ilmo. Sr. don Juan Manuel Montalbán, Director general de Instrucción Pública, y los señores Rector y Vicerrector; los de la izquierda por este orden: el excelentísimo señor Teniente general don Facundo Infante, Presidente de las Cortes Constituyentes; el excelentísimo señor Cardenal Bonel y Orbe, Arzobispo de Toledo; los excelentísimos señores Teniente general don Valentín Ferraz, Alcalde primero constitucional de esta Muy Heroica Villa; el Capitán general de los Ejércitos Nacionales don Evaristo San Miguel, Inspector general de la Milicia Nacional del Reino; don Francisco Martínez de la Rosa, Presidente de la Real Academia Española; don Salustiano de Olózaga, Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de S. M. C. cerca de S. M. el Emperador de los franceses; don Antonio González, Ministro Plenipotenciario y Enviado extraordinario, de S. M. C. cerca de S. M. la Reina de Inglaterra; don Francisco de Luxán, Ministro que ha sido de Fomento y actualmente Diputado a Cortes; don Cayetano Cardero, Gobernador de la provincia de Madrid, y el General Dodge, Ministro de los Estados Unidos en esta Corte; y los de la derecha e izquierda, indistintamente, gran número de Diputados a Cortes, de Vocales del Real Consejo de Instrucción Pública, de Directores de periódicos, que reúnen el carácter de Diputados, y de otras personas notables en la Administración, en las Ciencias y en las Letras, y los individuos del Claustro general de esta Universidad.
En cuanto se supo que se acercaban al edificio SS. MM., salieron al vestíbulo del Paraninfo los excelentísimos señores Ministros y los señores Rector, Vicerrector, Decanos de las Facultades y Directores de los Institutos de esta Universidad, precedidos del Maestro de Ceremonias, de los maceros y seis bedeles vestidos con el traje académico. La comitiva aguardó en el vestíbulo un breve rato, y al llegar SS. MM., se adelantaron hasta la puerta el Gobernador de la provincia, y el Rector de esta Universidad, y cuando Sus Majestades entraron en el vestíbulo, el Rector dirigió a S. M. la Reina la siguiente arenga: «Señora: La Universidad Central conservará siempre en sus fastos literarios y colocará entre sus timbres de más gloria el recuerdo de este día, en que V. M. dispensa a las Ciencias y a las Letras la inestimable honra de visitar su pacífico santuario, porque no se oculta a la alta penetración de Vuestra Majestad que, después del principio religioso, el elemento más civilizador de los pueblos se encuentra en la cultura de los conocimientos humanos.
Dígnese V. M. de acoger benévolamente los sentimientos de profunda gratitud de esta Universidad, creada en el reinado de V. M., y el amor y respeto de la brillante juventud que acude a sus aulas; de esta juventud, Señora, que es la esperanza de la Patria.»
Su Majestad la Reina tuvo a bien recibir las palabras del Rector con su acostumbrada benevolencia, y precedida de la comitiva, entró con su Augusto Esposo y con los jefes y damas de Palacio de que se hará mención en el Paraninfo, por cuyos ámbitos hizo resonar una completa orquesta con los sonoros ecos de la Marcha Real, levantándose y vitoreando a S. M., así el Claustro como las señoras y concurrentes colocados en los asientos del centro y los alumnos, que ocupaban un sitio especial a los pies del Salón.
Sus Majestades tomaron asiento en el Trono, que bajo el dosel les estaba preparado, y a la derecha del mismo se situaron los excelentísimos señores Conde de Altamira, Caballerizo Mayor de S. M. y Mayordomo Mayor interino, y Duque de Sevillano, gentilhombre de cámara de servicio, y a la izquierda, las excelentísimas señoras Duquesa viuda de Berwick y Alba, Camarera Mayor de S. M., y Duquesa de San Carlos, dama de servicio; el excelentísimo señor Mariscal de Campo D. Joaquín Fitor y Álvarez, jefe del Cuarto de S. M. el Rey, y los ayudantes de Campo de S. M. el Rey los Coroneles don Victoriano Ametller y don Francisco Gutiérrez de Terán.
El excelentísimo señor Ministro de Fomento, obtenida la venia de S. M. la Reina, pronunció las palabras siguientes: «Su Majestad permite a los concurrentes sentarse y a los Doctores cubrirse.»
Acto continuo el Rector y Vicerrector, llevando en medio al Dr. Asuero, se acercaron a las gradas del Trono, besaron las Reales manos y pidieron a S. M. la Reina el permiso que obtuvieron para que el Dr. Asuero pasara a la Cátedra a leer la oración inaugural, y le acompañaron hasta la misma, volviendo a ocupar los respectivos asientos. Oída la oración en el mayor silencio y con muestras de agrado de parte de la concurrencia, el Dr. Asuero, también acompañado del Rector y Vicerrector, volvió a acercarse al Trono, teniendo la honra de que SS. MM. le manifestaran su satisfacción.
El excelentísimo señor Presidente del Consejo de Ministros presentó a SS. MM. dos ejemplares del discurso inaugural lujosamente encuadernado. S. E., los demás señores ministros y las personas notables antes mencionadas, que ocupaban la primera fila del estrado, recibieron otros de manos del Rector, y en seguida los bedeles entregaron un ejemplar a cada uno de los demás concurrentes, que tomaron asiento en el Claustro, y a los individuos de éste.
En seguida se procedió a la distribución de premios. El Rector llamó por lista a los alumnos que los habían ganado; entregó los diplomas al excelentísimo señor Ministro de Fomento y éste los pasó al excelentísimo señor Presidente del Consejo, quien los ponía en manos de S. M. la Reina, de las cuales tuvieron la honra de recibirlos los alumnos, dignándose S. M. permitirles que besaran su Real mano. El excelentísimo señor Ministro de Fomento, previo el permiso de S. M. la Reina, pronunció ante las gradas del Trono el siguiente discurso:
«Señora: Cumpliría muy mal con los deberes que me impone el cargo, que V. M. se dignó conferirme sin merecerlo si no diese a V. M. las gracias en nombre del Profesorado español, por haberse dignado concurrir a la inauguración del curso académico de 1855 a 1856, solemnizando con su presencia una de las ceremonias más importantes en la vida de los pueblos cultos. Gracias, Señora, porque, apartando V. M. la vista de la arena ardiente, en que pelean sin tregua ni descanso los partidos, se ha dignado visitar esta mansión tranquila de las Ciencias y las Letras, donde profesores tan modestos como sabios consagran sus días al culto pacífico de la inteligencia. La presencia de V. M. en este recinto no significa sólo la estimación que a V. M. merece la antigua y célebre Universidad de Alcalá, de que han sido siempre patronos los Reyes de Castilla, y eso que esta circunstancia, y más que todo, los varones insignes que ha producido, gloria de la Magistratura y de las Letras, los nombres que están ahí escritos y que no pueden leerse sin inclinar reverentemente la cabeza la hacen ciertamente acreedora a esta honra distinguida. Perdone V. M. este arranque de orgullo a favor de la Universidad a quien, como yo, tiene la dicha de contarse entre sus hijos.
Pero la Universidad Central no es sólo para V. M. una Escuela determinada, que tiene una historia gloriosa, que goza de gran popularidad, que cuenta con abundantes medios de enseñanza. La Universidad Central es hoy sin duda a los ojos de V. M., como a los míos, la representación de todas las Universidades, Institutos y Escuelas del Reino, el símbolo de la instrucción, de la fuerza pensadora, de la vida intelectual de toda la nación. Al concurrir, pues, V. M. a esta ceremonia, ha querido de seguro dar una prueba inequívoca de la predilección con que mira la instrucción de la juventud, que tiene en sus manos las llaves del porvenir, y la consideración que merecen sus maestros, árbitros de los destinos de la Patria.
Gracias otra vez, Señora, y ruego a V. M. que acepte mis palabras como un testimonio de la profunda gratitud del Profesorado español por la honra que V. M. ha dispensado a las Ciencias y a las Letras.»
Terminado con este discurso el acto de la apertura, y habiendo el excelentísimo señor Ministro de Fomento declarado abierto en esta Universidad el curso académico de 1855 a 1856, Sus Majestades se dignaron pasar por la puerta del Paraninfo, que está a la derecha del Trono, al antiguo Salón de Grados, donde se hallaba preparado un delicado refresco. SS. MM. no sólo tuvieron a bien aceptar el obsequio, sino que permanecieron largo rato en el salón y dirigieron la palabra a muchas personas de las invitadas y a varios individuos del Claustro, manifestando a todos su satisfacción por la solemnidad y magnificencia con que se había celebrado la apertura y sus vivos deseos de fomentar la instrucción pública. Pasaron después SS. MM., acompañadas del Gobierno y del Claustro, a visitar los departamentos de esta Universidad y a examinar en la Sala Rectoral el precioso manuscrito, en pergamino folio imperial, escrito a dos columnas en la segunda mitad del siglo XIII, que contiene los cuatro libros de las Estrellas y las del Astrolabio del Cuadrante y del Relogio, fruto de la erudición de los árabes y hebreos más notables en el cultivo de las ciencias fisicomatemáticas; la carta del Rey Católico, en 1506, al Papa Julio II pidiéndole crease Cardenales al Arzobispo de Toledo don Fray Francisco Ximénez de Cisneros y a don Francisco de Rojas, su embajador en Roma; las llaves de Orán, las banderas conquistadas por el Conde Pedro Navarro, el cáliz, el anillo, el amito, el alba, el breviario y el incensario de usó del mismo Cardenal Cisneros; el magnífico ejemplar de la Polyglota complutense, el Sermonario latino escrito por Santo Tomás de Villanueva, colegial que fue del mayor de San Ildefonso, y algunos otros monumentos históricos de la Universidad de Alcalá, que se custodian en la biblioteca de esta Central para perpetua memoria.
Su Majestad la Reina, al despedirse del Claustro en el vestíbulo de la puerta principal, se dignó manifestar en voz alta al Rector cuán complacida quedaba del acto de la apertura y del buen orden que había observado en toda la Universidad. El Claustro acompañó a SS. MM. hasta el estribo del coche en que regresaron al Real Palacio en medio del numeroso pueblo, que llenaba la calle Ancha de San Bernardo, y que, entusiasmado, vitoreaba a S. M. la Reina.»
Habiendo de dar una idea del local en que se celebró, tan solemne apertura, el Dr. D. José Amador de los Ríos, Catedrático de Literatura extranjera de la Facultad de Filosofía, publicó la «Noticia histórica de la solemne regia apertura», en la que dice:
«Magnífico, sorprendente fue el espectáculo que presentó ya entonces aquel santuario de las Letras y de las Ciencias, sin duda uno de los más bellos y suntuosos de Europa; su planta casi elíptica, muy adecuada al linaje de ceremonias que en él se celebran, comprendiendo una superficie de 36,12 metros de longitud por 15,40 metros de latitud, dejaba gozar perfectamente desde todas partes las bellezas artísticas, los emblemas científicos y los recuerdos literarios atesorados en aquel recinto. Su ornamentación, tomada de la más brillante edad de las artes españolas, traía a la imaginación las fastuosas producciones de los Egas, Siloes y Berruguetes; sobre un basamento liso, bien estucado con suma propiedad e inteligencia, se alzan veinte pilastras, que dividiendo el muro en otros tantos compartimientos, reciben el vistoso arquitrabe, presentando en los simbólicos adornos que las decoran la más completa idea del culto que en aquel lugar se tributa. Elévase en todas sobre un plinto que significa la protección concedida por el Gobierno a las escuelas públicas una graciosa ánfora, depósito del saber, de cuyo centro brota robusta planta, y de ésta, una sencilla flor, las cuales representan la unidad y el método en la enseñanza, alimentándose de su simiente dos lindos pajarillos, como para denotar la aplicación y el estudio. Dos caballos alados anuncian que tras esta primera época de la vida intelectual, toma rápido y peligroso vuelo la imaginación, habiendo menester de los mutuos avisos de las ciencias y de incesantes y doctas vigilias para salvar toda suerte de escollos; ideas ambas interpretadas por dos genios que tejen coronas de azucenas y por un búho, que, personificando la meditación, preludia la próxima recompensa de los desvelos literarios y científicos, determinada en las insignias doctorales que resplandecen en el centro de las pilastras. Una matrona coronada de laurel proclama el triunfo del talento y del ingenio, y apóstoles ya de la ciencia, aspiran éstos a revelar al mundo sus verdades, penetrando los arcanos de la Naturaleza, de que son emblema dos gallardas esfinges, y llegando con la abundancia de sus descubrimientos, que simboliza el cuerno de Amaltea, a sorprender las leyes de la creación entera. Al cabo, un genio celestial, en cuya frente brilla el fuego divino, y cuyas alas parecen prontas a remontarse al espacio, fija la vista en el cielo, y apoyado en el último vástago de aquella portentosa planta, cierra y remata tan rico y bien meditado ornato, revelando que inclinada sin cesar la ciencia humana a su primera fuente, sólo puede hallar su verdadero fin y complemento en la grandeza e infinita sabiduría del Hacedor Supremo.
Mas si en las bellas pilastras que exornan los muros del Paraninfo, y cuya invención y ejecución son debidas al entendido estatuario don Ponciano Ponzano, halló la ilustrada concurrencia que llenaba aquel inmenso gimnasio retratada la vida activa y laboriosa del escolar y del maestro, en el ancho friso que rodea y corona tan suntuoso edificio descubrían la apoteosis del genio y del talento, hermanando la pintura en cuadros monumentales los más celebrados cultivadores de las ciencias y de las letras. Contemplábase allí la noble figura de un Isidoro de Sevilla, el más docto varón de su tiempo, destinado por la Providencia a salvar de la barbarie que por todas partes amenazaba al mundo los últimos restos de la civilización antigua; veíase un Alfonso X, que reuniendo en su Corte de Toledo los sabios de todas las razas o naciones, alentaba y presidía sus admirables trabajos, conquistando también con sus ilustradas vigilias el envidiado renombre de Sabio; divisábase más allá un Cardenal Cisneros, el más profundo repúblico de su época; un Luis Vives, honor preclaro de nuestros modernos filósofos; un Melchor Cano, gloria de los teólogos españoles del siglo XVI; un Antonio Agustín y un Covarrubias, oráculos de ambos Derechos; un Arias Montano, padre y laureado maestro de nuestros más señalados filólogos; un Mariana, modelo de historiadores; un Lope de Vega, príncipe del teatro español; un Brocense, el más acabado de nuestros latinistas; y leíanse, finalmente, bajo sus venerables retratos, los nombres de Campomanes y Jorge Juan, de Valles y Agüero, de Ruiz López, Carbonell y Cavanilles, timbres de la Jurisprudencia y de la Astronomía, de la Medicina, de la Química y de las Ciencias naturales.
Lástima que al apartar la vista de estos frescos, fruto del afamado pintor don Joaquín Espalter, levantándola sobre la gallarda y bien perfilada cornisa que a la altura de los 11,14 metros termina su decoración, no pudieran todavía admirarse en la espaciosa bóveda del Paraninfo, la cual se eleva a 18,38 metros, los grandiosos cuadros que deben enriquecer sus veinte compartimientos, encerrando la historia de la enseñanza pública en España. A estar ya realizado tan digno pensamiento, hubiera encontrado la distinguida concurrencia que poblaba el salón representada por completo la fecunda idea que sirve de base a la Universidad Central: idea que se concebía, sin embargo, fácilmente al ver en los siete escudos que exornan las puertas del suntuoso gimnasio estas inscripciones:
I.
Universidad de Alcalá.
II.
Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos.
III.
Museo de Ciencias Naturales.
IV.
Colegio de Farmacia de San Fernando.
V.
Observatorio Astronómico.
VI.
Facultad de Ciencias Médicas.
VII.
Estudios de San Isidro.
Y para que no pudiera abrigarse duda alguna, ostentábase en el compartimiento central superior el doble escudo de las armas de España y de la Escuela matritense, cobijado por la Corona Real, y lucía a la misma altura del opuesto extremo la siguiente leyenda latina:
regnante elisabeth II, fuit hic litterarum
ludus structus, atque exornatus,
que solemnia academica inaugurarentur.
anno MDCCCLIV
Deseosa la Universidad de perpetuar la memoria de la honra que SS. MM. le dispensaron, presidiendo la apertura del curso de 1855 a 1856, encargó al escultor don Ponciano Ponzano la construcción de una lápida que había de ser colocada en el vestíbulo del Paraninfo, sobre su puerta de entrada, con la siguiente inscripción, compuesta por el Catedrático de Literatura latina Dr. D. Alfredo Adolfo Camus:
XIV. kal. decembr. a. d. MDCCCLV
regina - catholica - elisabeth – II
rege - dilectissimo - comitata - coniuge.
vestigiis - maiorum - praeclarissimis – insistens
annua - academiae - hispanarum - primatis – studia
inaugurare - ipsa - libenter - dignata – est
praemia - bene de scientiis - literisque - merentibus
augusta - manu - benignissima - tribuit
celsissimae - suae – patronae
pro - clementia - liberalitate – munificentia – ordo – magistrorum
grati - animi – signum
D. D. D.
La sentida lamentación que formulara el insigne Amador de los Ríos al no poder en 1855 admirar la precitada decoración de la bóveda del Paraninfo, dejó ya de tener fundamento en 1858 por haber sido felizmente llevada a cabo en dicho año. El Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras y orador elocuentísimo don Emilio Castelar nos ha dejado una bella descripción de tal obra, debida a los inspirados artistas don Ponciano Ponzano, escultor, y don Joaquín Espalter, pintor.
«La bóveda –dice Castelar– es elíptica. En uno de los focos, sobre el Trono, se levanta la imagen de S. M. la Reina Doña Isabel II como fundadora de la Universidad Central. A la derecha, en dos grandes compartimientos del techo, los bustos de San Atanasio, San Jerónimo, San Agustín, Gregorio IX y San Justino, como lumbreras de la Teología; y Solón, Minos, Licurgo, Numa, Servio Tulio, como lumbreras del Derecho. Después se levanta la figura que representa la Teología y le siguen la Jurisprudencia, la Literatura, la Administración, la Historia. En los cuatro extremos de cada uno de estos grandes cuadros que representan las ciencias hay cuatro medallones que contienen bustos de hombres célebres en cada una de las ciencias que las figuras significan. A la conclusión de las figuras, en los dos compartimientos extremos, se ven los bustos de Homero, Píndaro, Eurípides, Plutarco y Terencio, en apoteosis de la Literatura; y los bustos de Thales, Hiparco, Ptolomeo, Eratóstenes y Methon, en apoteosis de la Astronomía y Ciencias exactas. A la izquierda del Trono se levantan en dos grandes compartimientos Sócrates; Pitágoras, Anaxágoras, Jenófanes, Heráclito, en representación de la Filosofía, e Hipócrates, Galeno, Areteo, Cornelio Celso, en representación de la Medicina. Siguen las figuras de Filosofía, Medicina, Farmacia, Ciencias Naturales y Astronomía, con sus correspondientes medallones. Al pie se levantan los compartimientos que contienen medallones donde se hallan esculpidos los bustos de Méssue, Serapion, Dioscórides, Abenzoar, Herófilo, en representación de las Ciencias Naturales. En el foco de la elipse que da enfrente al Trono se levanta la Reina Doña Isabel I. En el borde inferior de la bóveda se extiende un friso donde se hallan esculpidas las armas de todas las Universidades de la Península y de sus posesiones marítimas, como en significación, de que la Universidad Central las reúne a todas en su seno; y allí se ven retratos de Alfonso V, fundador de la Universidad de Barcelona; Carlos V, fundador de la Universidad de Granada; el Príncipe de Anglona, fundador de la Universidad de la Habana; Don Felipe IV, fundador de la Universidad de Manila; el Arzobispo de Sevilla D. Fernando de Valdés y Salas, fundador de la Universidad de Oviedo; Don Alfonso IX, fundador de la Universidad de Salamanca; el Arzobispo don Alonso de Fonseca, fundador de la Universidad de Santiago; Maese Rodrigo Fernández de Santaella, fundador de la Universidad de Sevilla; San Vicente Ferrer, fundador de la Universidad de Valencia; Alfonso IX, fundador de la Universidad de Valladolid, y Don Juan II de Aragón, fundador de la Universidad de Zaragoza. La decoración de esta bóveda es por extremo elegante y rica. La luz que penetra por el lucernario, por ser demasiado viva, está mitigada por los cristales raspados y por los varios colores con que ha sido adornada aquella parte de la bóveda. Los tarjetones donde campean las figuras simbólicas de la ciencia, y los bustos y retratos de los más esclarecidos varones que se han consagrado a su culto, prestan, aparente apoyo al lucernario y descienden hasta la cornisa inferior del techo. Por la parte superior de los cuadros corre una moldura, en la que se ven extenderse palmas atadas con cintas doradas, que resaltando en un fondo oscuro, dan rica entonación al techo. En la parte inferior se extiende una zona donde se hallan las armas de las Universidades y los retratos de los fundadores, que resaltan admirablemente del fondo rojo oscuro. Los paramentos destinados a recibir las figuras han sido adornados también con junquillo de oro y embutidos de pórfido y mármol rojo de Granada. Una faja, cuyo fondo imita el jaspe amarillo de Aragón, guarnecida de moldura blanca muy bien labrada, se extiende en torno de los marcos y sigue todos los movimientos del reparto arquitectónico de la techumbre. Para que las figuras encerradas en estos cuadros resalten más, se han empleado a su alrededor colores muy suaves, como de color de tórtola. En la parte superior figuran guardamalletas que sostienen, alternando, en uno de los lados tres flores de lis, y en el otro el sol de la Universidad Central. Hay, además otra zona formada por un cordón de oro, anudado en agremanes de diversas formas: cordón que tiene varias y ricas joyas, igual para todos los cuadros, y que sólo varía en los dos puntos extremos del salón, donde se encuentran los retratos de las dos Reinas. Sobre cada uno de los puntos alto y bajo de los cuadros hay un remate en bajo relieve, que tiene en el centro su origen y que parte con igualdad a uno y otro lado, enlazando con hojarasca, flores y capullos, las dos fajas que recorren toda la obra, y en cuyo bajo relieve se ven genios alados que sostienen una blanca cinta, donde está pintado el nombre o nombres de lo que el cuadro significa. A los lados de cada uno de los veinte tarjetones, se ven famas sentadas en banquetas. Visten ligeras pero largas túnicas; gracioso manto prendido con elegante descuido las envuelve; coronas de flores ornan sus sienes; trompetas de bruñido oro ocupan sus manos; varios colores, sabiamente combinados, esmaltan sus ligeras alas; formando así un riquísimo ornamento. Al pie de los cuadros que contienen las imágenes de las dos Reinas, se ven niños que perfuman unas hermosas coronas. Esta variedad de colores y de adornos, da al techo una magnificencia indescriptible.
Como se ve, dos grandes pensamientos han presidido a esta obra: primero, consagrar un recuerdo a todas las ciencias; segundo, consagrar un recuerdo a las ciencias españolas. Las ciencias en abstracto, en su idea general, están representadas por las grandes figuras del techo; que son como sus brillantes personificaciones. Las ciencias, en su historia, están representadas por los bustos de todos esos célebres hombres, que son como los mundos del gran sistema planetario que forman las ideas. La ciencia española está representada por los fundadores de las grandes Universidades que han educado a tantas generaciones. Hoy, después de transcurrido tanto tiempo de la existencia de las Universidades, hoy, en que las condiciones del siglo les quitan mucha de su antigua importancia, no miramos estos institutos con la religiosidad que merecen, no comprendemos los progresos que trajeron a la sociedad el día en que empezaron a derramarse por el mundo. En el fondo de esas aulas, en sus bancos gastados por el tiempo, se educaron aquellos maestros en artes, aquellos doctores, aquellos jurisconsultos, que levantaron del polvo el estado llano, que erigieron la obra del Derecho sobre los anchos fundamentos de las tradiciones romanas, que forjaron la clave para demoler el feudalismo, y dieron su corona a los Reyes, su unidad a las naciones. Por eso hemos dicho que el techo de la Universidad es un gran poema centelleante de inspiración y de gloria.»
En todos los grandes edificios, el genio del artífice se ha extremado siempre en la bóveda, como para recordar que del cielo viene la luz, del cielo la vida, y que el cielo es el punto donde debemos fijar siempre nuestros ojos. Los dos eminentes artistas, Espalter y Ponzano, que dejaron en el Paraninfo de nuestra Universidad tan bellísima exornación, fueron asesorados en el ingente empeño de personificar todas las Ciencias y de trazar las directrices del progreso humano, entre otros, por los eruditísimos catedráticos don Alfredo Adolfo Camús, don Pascual Gayangos, don José Amador de los Ríos, don Pedro Sabau, don Fernando de Castro, don José Camps y Camps, don Juan Castelló, don Venancio González Valledor y don Manuel y don Miguel Colmeiro.
A guisa de mera curiosidad, insertamos la nota del importe de la decoración de los muros del Paraninfo, verificada en 1854, y del techo del mismo llevada a cabo en 1858:
«Nota del importe de la decoración de los muros del Paraninfo verificada en el año de 1854 y del techo en 1858, por los varios conceptos expresados a continuación:
Años | Reales de vellón | Rs. vn. Total | |
Escayolado | |||
1854 | Escayolado por subasta… | 26.240 | |
1858 | Restauración del mismo y de la cornisa del lucernario con la traslación de algunos medallones y variación de letreros… | 15.309 | 41.549 |
Escultura | |||
1854 | Decorado de las veinte pilastras de los muros y de cinco sobrepuertas; escudos e inscripciones en ellas, escudo de la presidencia, con inclusión de modelos y de los preparativos de la composición… | 45.170 | |
1858 | Decoración del techo que comprende veinte grandes compartimientos, veinte fajetones, las correspondientes guardamalletas y diez escudos de armas de las Universidades del Reino, dieciséis trofeos, dos coronas, dos escudos de armas y ochenta y ocho medallones… | 114.379 | 159.549 |
Pintura | |||
1854 | Veinte retratos de hombres célebres colocados en el espacio de capitel a capitel… | 13.900 | |
1858 | Diez figuras alegóricas de las Ciencias y los dos retratos de las Reinas Doña Isabel I y Doña Isabel II… | 50.000 | |
Nueve retratos de fundadores de las Universidades del Reino… | 5.000 | 68.900 | |
Dorado | |||
1854 | Dorado de los muros del salón, según subasta… | 45.854 | |
Dorado de las seis puertas laterales y de la del centro… | 890 | ||
Dorado de la cornisa y de la silla de presidencia… | 4.240 | ||
1858 | Pintado y dorado del techo y de la moldura del lucernario… | 39.251 | 90.235 |
Telas para el tapizado de los muros… | |||
1854 | Por 600 varas de cáñamo… | 2.401 | |
358 varas de lienzo para los bastidores de los compartimientos… | 1.254 | ||
92 varas de lana para el lucernario… | 414 | ||
579 y 8/4 id. de Reps brocatel carmesí de seda fina de las fábricas del Reino… | 27.828 | 31.897 | |
Dosel | |||
1854 | 164 1/2 varas de terciopelo carmesí de tres pelos, de clase superior… | 11.515 | |
69 varas de angulema para el forro… | 293 | ||
130 id. de galón de oro fino… | 3.250 | ||
Cordón de oro… | 38 | ||
Muletillas de seda para el dosel… | 12.044 | ||
Imperial del mismo nombre… | 1.490 | ||
23 borlas grandes de oro entrefino con pendientes y cordón del mismo metal… | 4.600 | ||
348 pendientes grandes también de oro entrefino… | 4.524 | ||
54 muletillas grandes de seda… | 864 | ||
50 varas de medio gro para las guardamalletas… | 500 | 39.118 | |
Tapicería | |||
1854 | Hechura de dibujos del dosel, armadura del mismo y su colocación; hechura y colocación del tapete, colocación de los lienzos y telas de seda en los muros del salón, alfombras del mismo, cordonadura y adornos de las entrepuertas… | 11.074 | 11.074 |
Mesa de la Presidencia | |||
1854 | Veinte varas de terciopelo carmesí de tres pelos de clase superior… | 1.000 | |
14 1/2 id. de angulema para forro del tapete… | 909 | ||
48 borlas finas de oro… | 1.536 | ||
24 muletillas del mismo metal… | 80 | ||
20 varas de galón de oro fino… | 750 | ||
Escudo de armas del frontis del tapete… | 3.700 | 7.975 | |
Cátedra | |||
1854 | Una cátedra de caoba maciza, con pilastras, capiteles y molduras… | 22.740 | |
Un veladorcito de caoba macizo para dentro de la misma… | 80 | ||
Banqueta de la misma madera… | 160 | 22.980 | |
Banquetas | |||
1854 | Hechura de 18 banquetas de haya y roble para los asientos del claustro, según subasta… | 58.698 | |
427 varas de terciopelo carmesí doble para las mismas… | 23.912 | ||
514 ídem de galón de oro angosto para guarnecerlas… | 5.895 | 88.505 | |
Carpintería | |||
1854 | Hechura de la mesa de la Presidencia… | 372 | |
Ídem de las puertas, mamparas y bastidores… | 8.000 | ||
Maderas gastadas en la plataforma… | 13.677 | 22.049 | |
Herrería | |||
1854 | Una barandilla de hierro, tallada en todos sus balaustres, pasamanos y pilastrones de adorno… | 21.320 | |
Otra ídem para la tribuna pública, con balaustre tallado… | 5.136 | ||
Escudos de latón, manivela, manillones, espigas, dorados a fuego, fallebas y demás herraje de las puertas del salón… | 2.341 | ||
Clavazón para el entarimado, restroles y demás artículos de esta clase… | 2.000 | 30.797 | |
Cantería | |||
1854 | Ciento dieciséis pies de antepecho en la plataforma… | 2.784 | |
41 pies de peldaños… | 599 | 3.383 | |
Total general… | 618.011 |
Y aquí damos por terminada nuestra reseña, enderezada a entroncar la historia de la Universidad de Alcalá, con la de Madrid, su continuadora. El título de Central que le fue otorgado a ésta en el Proyecto de 1813 y reconocido en las reformas de 1821 y 1850, recibió su más alta consagración en la ley general de Instrucción pública de 9 de septiembre de 1857. De entonces acá casi sin excepción, con la denominación de Central ha sido reconocida. La legislación vigente no se la da, pero sólo en Madrid establece el cuadro completo de enseñanzas de todas las Facultades, pues si las correspondientes a la Sección de Historia de América de la Facultad de Filosofía y Letras no aparecen desarrolladas en el decreto de 7 de julio de 1944, es por haberse reservado la Superioridad el derecho de hacerlo mediante una disposición especial.
——
{1} A la manera que la Central matritense, se organizarían Universidades del mismo tipo en Lima, Méjico y Santa Fe de Bogotá.
{2} «Otro edificio religioso de mayor importancia –dice Mesonero– hubo en la misma calle (se refiere a la de San Bernardo) y era el que se alzaba más adelante conocido por la casa Noviciado de Padres Jesuitas, y a la extinción de éstos, ocupado por los Padres del Salvador. Era una suntuosa fábrica, especialmente la iglesia, clara, espaciosa, y elegantemente adornada, en la cual había un magnífico altar de mármol y bronces dedicado a San Francisco de Regis, que fue construido en Roma y creemos que no existe ya; y en su bóveda el suntuoso sepulcro de la célebre Duquesa de Alba, doña María Teresa, trasladado hoy al cementerio de San Isidro. Coronaban la fachada de esta famosa iglesia dos torres laterales, que contribuían a embellecer la espaciosa calle de San Bernardo. Pero destinado este edificio a Universidad Central, en que se refundió la de Alcalá, los arquitectos encargados de su reparación o apropiación a aquel objeto, juzgaron del caso echarle abajo y sustituirle por otro de nueva planta, que por cierto nada tiene de particular.
Entre las muchas demoliciones de edificios religiosos verificadas en la última época, ninguna, a nuestro entender, ha sido tan sensible y menos justificada como la de la hermosa iglesia del Noviciado.»
Rectores del Colegio y Universidad de Alcalá y de la Universidad de Madrid
1508-1509.– Bachiller Pedro del Campo, natural de la Diócesis de Zamora, electo colegial en 6 de agosto de 1508; fue insigne orador y Obispo de Utica, ciudad de África.
1509-1510.– Bachiller Pedro Díaz de Santa Cruz, natural de Salvatierra, Diócesis de Calahorra, electo colegial en 7 de agosto de 1508; murió en el Colegio.
1510-1511.– Bachiller Miguel Carrasco, natural de la Abadía de Medina, electo colegial en 6 de agosto de 1508; fue Tesorero de la Iglesia de San Justo y confesor de Cisneros.
1511-1512.– Bachiller Diego de Valladares.
1512-1513.– Bachiller Pedro del Campo, elegido segunda vez.
1513-1514.– Bachiller Balbás, natural de la Diócesis de Zamora; fue Catedrático de Teología, Canónigo Tesorero, Maestrescuela y Abad de la Iglesia de San Justo.
1514-1515.– Maestro Alonso Gómez de Portillo, natural de Portillo, Diócesis de Palencia; fue Canónigo de Ávila.
1515-1516.– Bachiller Jerónimo Ruiz, natural de Soria; fue familiar del Cardenal Cisneros. Licenciado en Teología y Racionero de la Iglesia Magistral de San. Justo y Pastor.
1516-1517.– Bachiller Miguel Carrasco, reelegido por segunda vez.
1517-1518.– Bachiller Miguel Carrasco, reelegido por tercera vez.
1518-1519.– Bachiller Juan de Berzosa, natural de Torrelaguna.
1519-1520.– Bachiller Jerónimo Ruiz, reelegido.
1520-1521.– Maestro Juan de Ontañón, natural de Medina de Pomar; murió visitando el Obispado de Plasencia.
1521-1522.– Maestro Luis Ramírez de Arellano. Aparece. en el Libro de recepciones como Antonio Ramírez de Arellano, natural de Villaescusa de Haro, Diócesis de Cuenca; que fue Regente de Artes, Deán de Málaga y Obispo de Calahorra y Segovia, habiendo entrado Colegial en 15 de noviembre de 1514.
1522-1523.– Doctor Pedro Ciria, natural de Tarazona; entró Colegial el 9 de noviembre de 1516.
1523-1524.– Maestro Miguel Sánchez de Villanueva, natural de Villanueva de Alcardete; fue Canónigo de Cuenca.
1524-1525.– Doctor Pedro Hernández de Saavedra; que dejó la beca para entrar en religión.
1525-1526.– Maestro Juan Gonzalo de Pedraza, natural de la Diócesis de Palencia; fue Canónigo Tesorero y Maestrescuela de la Iglesia Magistral.
1526-1527.– Maestro Antonio de Cascante, natural de Yanguas, Diócesis de Calahorra, fue Canónigo de Tuy.
1527-1528.– Maestro Sebastián de Vilches, natural de Jaén; fue visitador de las Diócesis de Calahorra y Canónigo de Osuna.
1528-1529.– Bachiller Mateo Pascual, natural de la Diócesis de Tarragona; fue Provisor de Zaragoza y Arcediano de Daroca en esta misma Iglesia.
1529-1530.– Doctor Cristóbal de Loaisa, natural de Ocaña; fue Canónigo de Osma, Deán de Sigüenza y Arcediano en la Iglesia de Sevilla.
1530-1531.– Maestro Juan Gil; fue Canónigo de Sevilla y Obispo de Tortosa.
1531-1532.– Doctor Pedro Alejandro, andaluz; fue Canónigo de Sevilla.
1532-1533.– Doctor Pedro Vivas, natural de Huelva; fue visitador de Madrid y Canónigo de San Justo.
1533-1534.– Maestro Juan de Céspedes, electo colegial en 22 de diciembre de 1529.
1534-1535.– Doctor Juan Rodríguez de Barrientos; fue Canónigo de Ciudad Rodrigo y de la Magistral de Alcalá.
1535-1536.– Maestro Cristóbal Pérez.
1536-1537.– Doctor Martín Malo, natural de Valdepeñas; fue Canónigo Tesorero de la Magistral de Alcalá.
1537-1538.– Doctor Bonifacio de la Muela; fue Canónigo de Osma y uno de los que llaman Canónigos Cardenales de la Catedral de Santiago.
1538-1539.– Maestro Andrés Navarro, de la Diócesis de Palencia; fue Canónigo de la Magistral de Alcalá.
1539-1540.– Maestro Alonso Rodríguez de Vergara, natural de Cala, Diócesis de Sevilla; fue Visitador de la Diócesis de Cuenca, Canónigo y Consultor de la Inquisición en la misma ciudad. No quiso admitir los Obispados de Sigüenza y Cuenca ni ser maestro del Príncipe Don Carlos. Murió en Cuenca cuando había sido elegido Inquisidor General. Fundó el Colegio de Jesuitas de Alcalá, adonde se trasladó su cuerpo en 1621.
1540-1541.– Doctor Pedro Martínez, natural de la Diócesis de Toledo; fue Canónigo de San Justo y Pastor.
1541-1542.– Doctor Bernardo de Zurbarán, natural de la Diócesis de Calahorra.
1542-1543.– Maestro Andrés de Cuesta; fue Catedrático de la Universidad, Canónigo de San Justo y Pastor y Obispo de León; asistió al Concilio de Trento y murió en el Monasterio de Montserrat.
1543-1544.– Doctor Francisco de Zornoza; fue Canónigo de San Justo y Pastor.
1544-1545.– Maestro Andrés Abad; murió siendo colegial después de haber sido Rector y haberse graduado de Doctor.
1545-1546.– Maestro Jorge Genzor, de la Diócesis de Toledo; fue Canónigo de San Justo, Visitador del Arzobispo de Toledo y Canónigo de Granada.
1546-1547.– Maestro Emeterio Ramírez.
1547-1548.– Maestro Fernando Barriobero, natural de la Diócesis de Calahorra; fue Visitador del Arzobispado de Toledo, Capellán de los Reyes nuevos, Catedrático de Teología y Canónigo Magistral de la Catedral.
1548-1549.– Maestro Jerónimo Vela, natural de la Diócesis de Ávila; fue Canónigo y Capellán Mayor de San Justo y Pastor.
1549-1550.– Doctor Francisco Fuentenovilla, natural de la Diócesis de Toledo; fue Capellán Mayor y Colegial de San Ildefonso y Canónigo de San Justo y Pastor.
1550-1551.– Maestro Domingo Roldán, natural de Sigüenza; fue Canónigo de Pamplona. Al ser desterrado sin justo motivo fue elegido Rector Luis de Antezana, que fue Canónigo de Guadix, donde murió.
1551-1552.– Doctor Juan Ruiz, fue Canónigo de Alcalá.
1552-1553.– Maestro Diego de Entrena; fue Canónigo de San Justo y Pastor de Alcalá.
1553-1554.– Doctor Antonio Calvo, natural de Medina de Rioseco; fue Canónigo de Segovia.
1554-1555.– Maestro Pedro Sánchez, natural de San Martín, Diócesis de Toledo; siendo Catedrático de Filosofía entró en la Compañía de Jesús.
1555-1556.– Doctor Pedro Calvo de Ages, natural de la Diócesis de Burgos; fue Canónigo y Abad de San Justo y alcanzó de Felipe II la confirmación de los Privilegios de la Universidad.
1556-1557.– Doctor Marcos Sánchez, natural de la Diócesis de Toledo; fue Canónigo de San Justo.
1557-1558.– Doctor Juan García Redondo, natural de Rocaelmoro, Diócesis de Osma; fue Catedrático de Teología, Canónigo de San Justo y Obispo de Almería.
1558-1559.– Doctor Diego Sobaños, natural de Quintanarraya, Diócesis de Osma; fue Canónigo y Arcediano de Villamuriel en la Catedral de León y asistió al Concilio de Trento con el Obispo de esta Iglesia.
1559-1560.– Doctor Pedro Calvo de Ages, reelegido.
1560-1561.– Doctor Juan Zenoz, natural de Zenoz; fue célebre predicador, obtuvo el beneficio de Fuente la Higuera y luego la Abadía de San Salvador de Leyre.
1561-1562.– Doctor Diego López, natural de Ocaña; fue Catedrático de Teología, Canónigo de San Justo y Deán de la Iglesia de Guadix, donde murió.
1562-1563.– Doctor Beltrán Eulate, natural de Sorlada, Diócesis de Pamplona, y por su muerte fue elegido Rector el Doctor Juan Segura, natural de Cañaveras, Diócesis de Cuenca; fue Canónigo de San Justo.
1563-1564.– Bachiller Martín Ramos, natural de Caltojar, Diócesis de Sigüenza; fue Canónigo de San Justo y Rector del Colegio de los Manriques.
1564-1565.– Doctor Andrés Uzquiano, natural de Uzquiano, Diócesis de Calahorra; fue Catedrático de Durando y luego en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
1565-1566.– Doctor Alonso de Mendoza, hijo del Conde de Coruña; fue Catedrático de Sagrada Escritura, Chantre de San Justo y Pastor y Magistral de Toledo. Dejó el Rectorado en el mes de junio, siendo elegido en su lugar el Maestro Juan Cantero, natural de la Torre, Diócesis de Palencia, el cual fue Catedrático de Santo Tomás y Sagrada Escritura y Canónigo de San Justo y Pastor.
1566-1567.– Doctor Diego Muñoz, natural de Villaseca, Diócesis de Toledo.
1567-1568.– Doctor Juan Calderón, natural de Soria; fue Catedrático de Escoto, Canónigo Penitenciario de Toledo, murió electo Obispo y en opinión de Santo.
1568-1569.– Doctor Miguel de Agorreta, natural de Agorreta, Diócesis de Pamplona; fue Canónigo Tesorero de San Justo y Pastor.
1569-1570.– Bachiller Francisco de Astorga, natural de la Diócesis de Palencia; fue Catedrático de Artes y Filosofía en El Escorial y luego de Vísperas de Teología.
1570-1571.– Bachiller Martín de Valdivieso. Aparece un asiento referente a Alfonso Ruiz de Valdivieso, natural de Quecedo, Diócesis de Burgos, electo Colegial en 24 de mayo de 1564. Fue Canónigo y Arcipreste de la Iglesia de San Justo.
1571-1572.– Bachiller Domingo de Lizaur, natural de San Sebastián; fue Canónigo y Catedrático de Teología en la ciudad de Sevilla.
1572-1573.– Bachiller Juan Ramírez, natural de Segura; murió de Arcediano de Coria.
1573-1574.– Doctor Pedro de Iraña, natural de Madrid; fue Catedrático de Durando y luego Canónigo de Sigüenza; dejó a los pobres toda su hacienda.
1574-1575.– Doctor Pedro González, natural de Fresno de Málaga; fue Catedrático de Filosofía, Canónigo y Capellán Mayor de San Justo y Visitador durante mucho tiempo de la Universidad. Murió en 1609.
1575-1576.– Doctor Gaspar de Bustos, natural de Cazorla; fue Canónigo de Salamanca.
1576-1577.– Licenciado Bartolomé Marcos, natural de la Calzada, Diócesis de Ávila.
1577-1578.– Licenciado Juan Portillo, natural de la Diócesis de Oviedo; fue Visitador del Obispado de Córdoba y Canónigo de San Justo y Pastor.
1578-1579.– Maestro Juan Continente, elegido Colegial en 25 de mayo de 1573.
1579-1580.– Doctor Fernando Valdivieso; fue Chantre de Cartagena.
1580-1581.– Licenciado Martín Vidaxun de Monreal, natural de Monreal, Diócesis de Pamplona; estuvo en Roma, fue electo dos veces Canónigo de Pamplona y luego Arcediano de la misma Iglesia.
1581-1582.– Licenciado Martín Urdániz y Zenoz, natural de Urdániz, Diócesis de Pamplona; murió en el Colegio.
1582-1583.– Doctor Juan Pérez de Aricunde, natural de Olite; fue Visitador del Obispado de Segovia y después religioso de la Compañía de Jesús.
1583-1584.– Licenciado Francisco Martínez, natural de Ceniceros, Diócesis de Calahorra, fue Catedrático de Teología, Canónigo de San Justo y Obispo de Canarias.
1584-1585.– Licenciado Martín de Munárriz, natural de Estella; fue Canónigo de Pamplona.
1585-1586.– Doctor Juan de Talavera, natural de Fuentidueña; fue Capellán Mayor de la Iglesia de San Justo y se distinguió por su caridad.
1586-1587.– Doctor Pedro Martínez, natural de Coriano, Diócesis de Calahorra, y, por su muerte, Francisco González.
1587-1588.– Doctor Gabriel Correa, natural de Valdemoro; fue Canónigo de San Justo y murió siendo Catedrático de Artes. Le sucedió en el Rectorado el Doctor Luis Tena, natural de Guadix, que fue Catedrático de Artes y Teología, Canónigo de San Justo y después de Toledo. En 1615 fue de Limosnero con la Reina de Francia Doña Ana, mujer de Luis XIII, de la que fue confesor; nombrado Obispo de Tortosa y Virrey de Cerdeña.
1588-1589.– Doctor Juan de Talavera; reelegido.
1589-1590.– Doctor Jerónimo Ruiz, natural de los Santos, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo y Administrador del Hospital de San Lucas.
1590-1591.– Doctor Miguel Domínguez, natural de Albalate de Almonacid; fue Catedrático de Artes y Filosofía y Canónigo de San Justo. Ocuparon también la Rectoría en este año Juan Sandi, natural de Ochagavia, Diócesis de Pamplona, y por su muerte Lorenzo Chacón y Pedro Martínez.
1591-1592.– Doctor Lorenzo Chacón, natural de Yepes; fue Catedrático de Retórica y pasó luego a una Canonjía de Ávila.
1592-1593.– Doctor Pedro González Hierro, natural de Villaporquera, Diócesis de Calahorra; fue Canónigo de San Justo y Rector del Colegio del Rey.
1593-1594.– Doctor Juan de Urroz, natural de Olite; fue cura de Añover y luego Cartujo en el Paular.
1594-1595.– Licenciado Pablo García, natural de Santa Gadea, Diócesis de Burgos; fue Catedrático de Artes y murió en el Colegio.
1595-1596.– Licenciado Alonso García, natural de Cavanillas, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y Cura de Yébenes.
1596-1597.– Licenciado Alonso Sánchez de Lizarazu, natural de Aldeavieja, Diócesis de Segovia; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo. Murió siendo Rector.
1597-1598.– Doctor Francisco Millán Guijarro, natural de Cañaveras, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo.
1598-1599.– Doctor Pedro González Hierro, reelegido.
1599-1600.– Doctor Juan Vázquez de Velasco, natural de Valladolid; fue Canónigo de San Justo y Administrador del Colegio de San Lucas y San Nicolás.
1600-1601.– Doctor Pedro Ruiz Malo, natural de Valdepeñas; fue Rector tres veces y murió siendo Colegial.
1601-1602.– Maestro Pedro Zapata, natural de Castil Ruiz, Diócesis de Tarazona; fue Canónigo de San Justo y Visitador del Arzobispado de Toledo.
1602-1603.– Maestro Juan Vázquez de Velasco, reelegido.
1603-1604.– Doctor Pascual Calvo, natural de Tamajón; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo. También ocupó la Rectoría el Maestro Dionisio Gamarra y Urbina, natural de Covarrubias, que era Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo y murió en este año.
1604-1605.– Doctor Pedro Ruiz Malo, reelegido.
1605-1606.– Maestro Juan Sánchez Valdés, natural de la Villa del Campo, Diócesis de Toledo; fue Sacristán Mayor del Colegio y graduado de Maestro en Artes.
1606-1607.– Maestro Adriano Gutiérrez de Luzón, natural de Soria; fue también Rector del Colegio de los Manriques, Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo y Pastor.
1607-1608.– Maestro Pedro Fernández Bravo, natural de Guadalajara; fue Catedrático de Artes y Administrador del Hospital de San Lucas.
1608-1609.– Licenciado Baltasar de Cisneros, natural de Aranda, Diócesis de Zaragoza; fue Catedrático de Artes; cura de Abajuz y Mosqueruela y Canónigo de La Seo.
1609-1610.– Maestro Francisco de Arellano, natural de Tendilla; fue Catedrático de Artes, Canónigo Tesorero y Maestrescuela de San Justo, Visitador muchos años del Colegio y Universidad y examinador sinodal. Murió en el Colegio.
1610-1611.– Doctor Juan Alonso Gutiérrez, natural de Meco; fue Catedrático de Artes, Visitador muchas veces del Colegio, Canónigo de San Justo y Administrador del Hospital de San Lucas y San Nicolás, en el cual murió.
1611-1612.– Doctor Melchor Fernández de Bolívar, natural de Mondragón; fue Catedrático de Artes y Teología, Canónigo de Toledo en el quinto año de Colegial y Consultor del Santo Oficio. Murió muy joven.
1612-1613.– Doctor Próspero Espínola Doria, natural de Génova; fue Nuncio de Su Santidad, Gobernador de Roma y Obispo de Carzano.
1613-1614.– Doctor Baltasar Fernández de Contreras, natural de Argecilla, Diócesis de Sigüenza; fue Catedrático de Artes, Tesorero y Canónigo de la Iglesia de Baza y Dignidad en la de Málaga.
1614-1615.– Doctor Antonio García Giménez, natural de La Rada; fue Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo.
1615-1616.– Maestro Simón García de Paredes, natural de Pinto; fue Canónigo de Toledo.
1616-1617.– Maestro Diego de la Fuente, natural de Cetina; fue Abad de San Victorián en Aragón y electo Obispo de Huesca.
1617-1618.– Maestro Martín de Jáuregui, natural de Mondragón; fue Catedrático de Artes, Visitador del Obispo de Ávila, cura de Alarilla y de la Parroquia de Santiago de Madrid y Canónigo de Toledo. Acabó el Pleito de la Conservaduría del Colegio en favor del Rector.
1618-1619.– Doctor Andrés Pérez Bermejo, natural de Valfermoso de las Monjas; fue Colegial de Sigüenza, donde fue Rector, Colegial y Catedrático de Artes de Alcalá, y cura de la Puebla de Montalbán, donde murió.
1619-1620.– Doctor Gabriel González Serrano, natural de Colmenar de Oreja; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo.
1620-1621.– Doctor Diego Gómez de la Peña, natural de Madrid; fue Catedrático de Artes, Prior de Guadix, Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo y Canónigo de Málaga.
1621-1622.– Licenciado Luis Felipe de Villegas, natural de Entrambasmatas, Diócesis de Burgos; fue Catedrático de Cánones y murió en el Colegio a los treinta y tres años de edad.
1622-1623.– Doctor Juan de la Orden Quijano, natural de Alarcón; fue Capellán de Honor de S. M. y Visitador del Arzobispado de Toledo en el Partido de Alcalá.
1623-1624.– Doctor Álvaro de Ayala, natural de Toledo, hijo de los quintos Condes de Fuensalida; fue el primer Colegial jurista que hubo en el Colegio, Catedrático de Cánones y murió a los quince días de dejar el Rectorado.
1624-1625.– Doctor Dionisio Pérez Manrique, natural de Tarazona; fue primero Colegial en el de Santiago de Huesca; y después en el de San Ildefonso de Alcalá; fue Alcalde y Oidor de la Audiencia de Lima, Presidente de la Santa Fe, Gobernador y Capitán General del Nuevo Reino de Granada. Era hijo del Justicia Mayor de Aragón, Caballero de Santiago y Marqués de Santiago.
1625-1626.– Doctor Pedro Yagüe, natural de Valfermoso. Diócesis de Sigüenza; fue cura de Yepes y Villaconejos. Dejó sus bienes a los pobres y murió en opinión de Santo.
1626-1627.– Doctor Gaspar de Alfaro y Zapata, natural de Arnedo; fue Catedrático de Artes, cura de Campo Real, de Brea de Santa Cruz de Madrid, de la Parroquia de San Juan y Capellán de S. M.
1627-1628.– Doctor Rodrigo Gutiérrez, natural de Madrid; fue Catedrático de Artes y Teología, Canónigo de San Justo, Magistral de Cuenca y Obispo de Canarias.
1628-1629.– Licenciado Manuel de Peralta. Aparece un asiento referente al Colegial Miguel Escudero y Peralta, natural del Reino de Navarra; fue Rector, Catedrático de Cánones, Oidor de Canarias, Sevilla y Granada y Gobernador de Sanlúcar.
1629-1630.– Licenciado Pedro Quiroga y Moya, natural de Jaén; fue Catedrático de la Facultad de Cánones, Alcalde de Corte de Sevilla y electo de Valladolid. Murió en la colisión que hubo para tomar la residencia el Virrey de Méjico.
1630-1631.– Doctor Francisco de Torres, natural de Becerril de Campos; fue Catedrático de Durando, Canónigo Magistral de Murcia, Arzobispo de Monreal en el Reino de Sicilia, y luego Obispo de Lugo.
1631-1632.– Licenciado Benito de Cisneros y Castro, pariente del Cardenal Cisneros; fue Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo.
1632-1633.– Doctor Juan de Escobar, natural de Prajal, Diócesis de León; fue Catedrático de Artes y Magistral de Segovia.
1633-1634.– Doctor Roque Román, natural de Fontanar, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y murió corriendo un caballo el día de la Garena.
1634-1635.– Doctor Juan García García Ibar, natural de Madrid; fue Catedrático de Cánones, Canónigo de San Justo en 1635 y Doctoral de Toledo en 1640.
1635-1636.– Doctor Juan Ruiz Colmenero, natural de Budia; fue Catedrático de Artes, Canónigo de Ciudad Rodrigo, Magistral de Sigüenza y Obispo de Guadalajara en las Indias.
1636-1637.– Pedro de Avalos, natural de Hortigosa, Diócesis de Calahorra; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo y Confesor de las Religiosas Descalzas de la Encarnación de Madrid.
1637-1638.– Doctor Pedro Romero, natural de Priego, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y cura de Honrubia.
1638-1639.– Juan Parzón de Buendía, natural de Almadén; fue Catedrático de Artes y Teología y Canónigo de San Justo.
1639-1640.– Doctor Juan Zafrilla y Azagra, natural de la Pesquera, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y Teología, Predicador de S. M. y Canónigo de Toledo.
1640-1641.– Doctor Alonso Fernández Ortega; fue Rector al segundo año de Colegial y el tercero murió de veinticinco años de edad.
1641-1642.– Doctor Roque Sierra y Huerta, natural de Celadas, Diócesis de Teruel; fue Catedrático de Artes, Canónigo del Pilar de Zaragoza y electo Obispo de Ampurias en Cerdeña.
1642-1643.– Doctor Manuel de la Parra Vela, natural de Segovia; fue Catedrático de Artes, Magistral de Segovia, Canónigo de Toledo en 1661 y electo Obispo de Mondoñedo en 1662.
1643-1644.– Licenciado Juan Pardo de Monzón, Caballero de Santiago; fue Catedrático de Cánones, Alcalde de la Audiencia de Sevilla, Oidor de la de Coruña, Alcalde de Corte y del Consejo de Hacienda.
1644-1645.– Doctor Diego Gutiérrez de Albornoz, natural de Villar de Cañas, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y cura de su pueblo.
1645-1646.– Doctor Miguel de Cetina, aragonés; fue Catedrático de Artes, Canónigo del Pilar; consiguió que Roma declarara por primera Catedral de Zaragoza a esta Iglesia y fue también Camarero Mayor de Clemente IX.
1646-1647.– Maestro Pedro Díaz Mayorga, natural de Manzanares; fue Rector dos veces y explicó la cátedra de hebreo.
1647-1648.– Licenciado Julián Romero, natural de Torrejoncillo, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes.
1648-1649.– Doctor Diego Ordás de Villalta, natural de Iznatorafe, Diócesis de Jaén; fue cura de Espinosa.
1649-1650.– Licenciado Miguel López Dicastillo y Azcona, natural de Dicastillo; fue Catedrático de Cánones, Asesor de la Universidad, Alcalde de Corte de Navarra en 1661, electo Alcalde de Casa y Corte en 1671, Ministro del Consejo de Indias en 1679 y del Consejo y Cámara de Castilla; era Caballero de la Orden de Calatrava.
1650-1651.– Licenciado Pedro Gil de Alfaro, natural de Erce, Diócesis de Calahorra, Caballero de Santiago; fue Catedrático de Cánones, Asesor de la Universidad, Oidor en Sevilla, Presidente en la Chancillería de Valladolid, Consejero de Castilla y Presidente de este Consejo.
1651-1652.– Doctor Pedro Díaz Mayorga, reelegido.
1652-1653.– Licenciado Francisco López Dicastillo, natural de Madrid; fue Catedrático de Cánones, electo Doctoral de Cuenca y Asesor de la Universidad.
1653-1654.– Doctor Juan López de Herreros Jaraba, natural de Ciruelas, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y Teología, Canónigo de San Justo, Magistral de Cuenca, miembro de la Junta de la Concepción, Obispo de Badajoz y promovido para serlo de Plasencia en 1680. Ocuparon, asimismo, la Rectoral en este año el Dr. Antonio Freire de Andrade, natural de San Jorge de Mueche, Diócesis de Mondoñedo, que fue Catedrático de Artes, Deán de Almería y Procurador de S. M. y el Dr. Sebastián de Medina.
1654-1655.– Doctor Pedro de Gurpegui, natural de Tudela; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo y Administrador del Hospital de San Lucas.
1655-1656.– Licenciado Diego de Alvarado y Arredondo, natural de Limpias; fue Catedrático de Cánones, Asesor de la Universidad, Oidor de Sevilla y Granada, Fiscal de Millones, del Consejo de Indias, y en 1683 del Consejo Real.
1656-1657.– Licenciado Diego de Alvarado, reelegido.
1657-1658.– Licenciado Diego de Ayllón Toledo, natural de la Parra, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y Filosofía Moral y Canónigo de San Justo.
1658-1659.– Licenciado Antonio Sanz y Lozano, natural de Cabanillas; fue Obispo de Cartagena de Indias y promovido al Arzobispado de Santa Fe, donde murió.
1659-1660.– Doctor Tomás del Castillo y Herrera, natural de Quito en el Perú, y fue Catedrático de Cánones, Asesor de la Universidad, y Juez Mayor de Vizcaya en la Chancillería de Valladolid.
1660-1661.– Doctor Diego de Bácena, natural de Madrid; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo.
1661-1662.– Doctor Domingo de la Fuente y Pardo, natural de Framacastillo, Diócesis de Jaca; fue Catedrático de Artes y luego Religión de San Francisco.
1662-1663.– Doctor Pedro de Urila Yarza, natural de Lequeitio; fue Catedrático de Cánones y Oidor de la Casa de la Contratación de Sevilla.
1663-1664.– Doctor Gil de Castejón y Funes, natural de Godojos, Diócesis de Tarazona; fue Catedrático de Artes.
1664-1665.– Doctor Domingo de la Fuente y Pardo, reelegido.
1665-1666.– Doctor Francisco Calderón de la Barca, natural de Orgaz; fue Catedrático de Artes, Canónigo de Málaga, Magistral de Murcia y Toledo y Obispo de Salamanca.
1666-1667.– Doctor Baltasar Santos de San Pedro, natural de Santervás de la Vega, Diócesis de León; fue Catedrático de Artes y Teología, Abad de Santa Fe, Deán de Granada y Obispo de Ceuta.
1667-1668.– Doctor Antonio de Lacanal y Tovar, natural de Cebreros; fue Catedrático de Artes y Deán de Guadix.
1668-1669.– Doctor Francisco Álvarez, natural de Lagüelles, Diócesis de Oviedo; fue Catedrático de Artes, de Teología en Sigüenza, Magistral de Sigüenza y Sevilla, Arzobispo de Mesina y Obispo de Sigüenza.
1669-1670.– Licenciado Bernardo de Vicuña y Zuazo, natural de Logroño; fue Inquisidor de Logroño, Abad de Santillana y Obispo de Canarias.
1670-1671.– Doctor Pedro Fernández Pando, natural de Segovia; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo.
1671-1672.– Doctor Antonio de Lacanal y Tovar, reelegido.
1672-1673.– Doctor José de Orcasitas, natural de Madrid; fue Catedrático de Artes y Canónigo y Arcediano de Talavera en la Catedral de Toledo.
1673-1674.– Licenciado Cristóbal Ordóñez de Guzmán, natural de Gumiel de Izan, Diócesis de Osma; fue Prior y Canónigo Magistral de Palencia, en donde explicó Artes.
1674-1675. Doctor Francisco Antonio Guisombart, natural de Moyuela, Diócesis de Zaragoza; fue Catedrático de Artes y Canónigo del Pilar.
1675-1676.– Licenciado Pedro Nicolás de Orellana, natural de Covarrubias; fue Catedrático de Instituto, Juez Mayor de Vizcaya en 1636 y Fiscal y Ministro del Consejo de las Ordenes.
1676-1677.– Doctor Salvador de Lacasa y Urdinavia, natural de Fuenterrabía; fue Catedrático de Artes, Magistral de Málaga en 1631 y Arcediano de Ronda en la misma Iglesia.
1677-1678.– Doctor Francisco Antonio Guisombart.
1678-1679.– Doctor Esteban Sanz del Val, natural de Torres, Diócesis de Toledo; fue Canónigo de San Justo, Catedrático de Artes, Administrador del Hospital de Estudiantes y Magistral de Ávila en 1688.
1679-1680.– Licenciado Juan Antonio González Andrade, natural de Molina de Aragón; era primogénito del Marqués de Villel y casó con la Marquesa de la Rambla.
1680-1681.– Doctor José de Alvarado y Velasco, natural de Gibaja; fue Catedrático de Artes y Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo.
1681-1682.– Doctor Francisco Martínez Casado, natural de Varros, Diócesis de Osma; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo y religioso de San Francisco. Murió en 1689.
1682-1683.– Doctor Gonzalo López de Pandiello, natural de Pandiello, Diócesis de Oviedo; fue Canónigo penitenciario de Sigüenza en 1679 y luego Canónigo de Toledo.
1683-1684.– Licenciado Juan Tomás de Varona Chumacero, Caballero de Alcántara, natural de Valladolid; fue Catedrático de Cánones y murió en el Colegio el 21 de octubre de 1696, siendo enterrado en el Colegio de San Bernardo.
1684-1685.– Doctor Pedro Luengo.
1685-1686.– Licenciado Sebastián de Montúfar, natural de Madrid; fue Alcalde y Oidor de la Audiencia de Granada, Fiscal del Consejo de Guerra y Ministro del Consejo de Castilla.
1686-1687.– Doctor Juan Bautista Beltrán de Gayarre, natural de Garde, Diócesis de Pamplona; fue Catedrático de Artes y Canónigo penitenciario en Santo Domingo de la Calzada.
1687-1688.– Doctor José Antonio de Lizaranza y ligarte, natural de Legazpia, Diócesis de Pamplona; fue prebendado de la Iglesia de Osma.
1688-1689.– Licenciado Pedro García Román, natural de Esteban Vela, Diócesis de Sigüenza; fue cura de la Puebla de Montalbán.
1689-1690.– Licenciado Juan Francisco Santos de San Pedro, natural de Valladolid; fue Catedrático de Cánones, Oidor de Valladolid, Gobernador de Asturias, nombrado para el Consejo de Hacienda, Corregidor de Segovia y Oidor del Consejo de Indias.
1690-1691.– Doctor Francisco Campuzano Villegas, natural de Cuchía, Diócesis de Burgos; fue Canónigo de San Justo en el año de 1700.
1691-1692.– Doctor Juan de Otalora y Castejón, natural de San Sebastián; se doctoró en Cánones en el año de su Rectorado.
1692-1693.– Doctor Pedro García Ramón, reelegido.
1693-1694.– Doctor Francisco Conde Santos de San Pedro, natural de Villaturde, Diócesis de León; fue Fiscal de la Audiencia de Canarias en 1703 y Oidor en 1705.
1694-1695.– Doctor Francisco Pingarrón Cabello, natural de Pinto; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo en 1703.
1695-1696.– Doctor Lucas de Nurueña y Caniego, natural de Hita; fue Fiscal de la Junta de Obras y Bosques y luego Fiscal y Ministro del Consejo de Ordenes.
1696-1697.– Doctor Juan Bautista Gómez Escalante, natural de Fonseca, Diócesis de Toledo; fue tres veces Rector, Catedrático de Teología y Canónigo de San Justo.
1697-1698.– Doctor Fernando Aguado y Pardo, natural de Santa María del Campo, Diócesis de Burgos; fue Doctor en Cánones.
1698-1699.– Doctor Francisco Salvador Cabezudo, natural de Morales de Toro, Diócesis de Zamora; fue Catedrático de Artes y Canónigo lectoral de Burgos.
1699-1700.– Doctor Juan Bautista Gómez Escalante, reelegido.
1700-1701.– Doctor Valeriano Silvestre Cardenal, natural de Pesquera de Duero; fue Doctor en Teología y Maestro en Artes.
1701-1702.– Doctor Francisco Ramírez Moreno, natural de Cifuentes; fue Catedrático de Artes y Canónigo penitenciario de Sigüenza en 1703.
1702-1703.– Doctor Juan Bautista Gómez Escalante, reelegido.
1703-1704.– Doctor Felipe Sanzolero y Ortega, natural de Orbita, Diócesis de Ávila.
1704-1705.– Doctor Antonio Grande Barrientos, natural de Villarino de la Rivera, diócesis de Salamanca; había sido Rector de la Universidad de Salamanca en 1696 y fue nombrado Abad de Ampurias en 1707.
1705-1706.– Doctor José Sánchez Granados, natural de Arganda; fue Catedrático de Teología, Canónigo de San Justo, Abad de la Iglesia de Santander y Obispo de Salamanca.
1706-1707.– Doctor Francisco Blas Martínez Pulgarón, natural de Casa de Uceda, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y Teología, Canónigo de San Justo y luego religioso de San Felipe de Neri.
1707-1708.– Doctor Bartolomé Hernández Carretero, natural de Navarredonda, Diócesis de Ávila; fue Catedrático de Artes y murió en el Colegio en 27 de noviembre de 1714.
1708-1709.– Doctor Francisco Gamboa y Tamayo, natural de Cifuentes; fue Fiscal de la Inquisición de Zaragoza y Abad de Montearagón.
1709-1710.– Doctor José Sancho Granado, reelegido. Por encontrarse enfermo actuó todo el tiempo de su Rectorado el Vicerrector Hilario de Rivera Mendigaña y Cardenal.
1710-1711.– Licenciado Felipe Aguado y Requejo, natural de Ventosilla, Diócesis de Osuna; fue Doctoral de Sevilla en 1719, Catedrático de Instituto en Alcalá y Obispo de Barcelona.
1711-1712.– Doctor José Sancho Granado, reelegido.
1712-1713.– Doctor Lorenzo Bernardo Moscoso y Romay, natural de La Coruña; fue Catedrático de Artes, Canónigo lectoral de Astorga y Magistral de Santiago.
1713-1714.– Doctor Felipe Núñez y Tovar, natural de Quintanilla de los Oteros, Diócesis de León; fue Catedrático de Artes y murió en el Colegio a los dos años de entrar en él.
1714-1715.– Doctor Hilario de Rivera Mendigaña y Cardenal, natural de Pesquera de Duero, Diócesis de Palencia; fue Catedrático de Instituto y luego Fiscal y Ministro de la Audiencia de Barcelona.
1715-1716.– Doctor Celedonio Arnedo y Bretón, natural de Villar de Arnedo, Diócesis de Calahorra; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo, Capellán de los Reyes Nuevos de Toledo y renunció ser Tesorero de la Catedral de Granada.
1716-1717.– Doctor Gaspar Vázquez de Tallada, natural de Montalvo, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Cánones, Asesor de la Universidad, Canónigo de San Justo, Alcalde y Oidor de la Chancillería de Valladolid, Obispo de Oviedo, Gobernador del Consejo y Obispo de Sigüenza.
1717-1718.– Doctor Francisco Gaona y Sosa, natural de Almagro; fue Catedrático de Teología, Canónigo y Tesorero de San Justo y Canónigo de Toledo.
1718-1719.– Licenciado Manuel Carrillo del Toro, natural de Arbeteta, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y murió en el Colegio.
1719-1720.– Doctor Juan Matías de Eguíluz y Garcés, natural de Vallecas; fue Catedrático de Instituto, Asesor de la Universidad, Alcalde del Crimen de Valencia, y Alcalde de Casa y Corte.
1720-1721.– Licenciado Alfonso Muñiz Caso Ossorio, natural de Villamayor de Campos, Diócesis de León; fue Catedrático de Instituto, Alcalde y Oidor de Granada, Regente de La Coruña, Secretario de Despacho Universal de Gracia y Justicia y Consejero de Estado. Murió en 16 de marzo de 1765 y llevó el título de Marqués de Campo del Villar.
1721-1722.– Doctor Manuel García de la Vega, natural de Santiago del Campo, Diócesis de Coria; fue Catedrático de Filosofía, Canónigo lectoral de Badajoz y después Dignidad de la misma Iglesia.
1722-1723.– Doctor Baltasar Fernández de Quiñones, natural de Villarrubia, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y Teología y Canónigo de San Justo.
1723-1724.– Doctor Francisco de Gaona y Sosa, reelegido.
1724-1725.– Doctor Francisco Gómez Manzanilla y Balluga, natural de Quismondo, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Filosofía, Canónigo lectoral de Coria y Penitenciario de Murcia.
1725-1726.– Licenciado Diego Laureano de Morales y Velasco, natural de Madrid; fue Caballero de las Ordenes de Santiago y Calatrava y Dignidad y Hospitalario en la Iglesia de Tortosa en 1726.
1726-1727.– Licenciado Esteban Fernández de las Alas Cienfuegos, natural del Villar, Diócesis de Oviedo; fue Catedrático de Cánones y Fiscal de la Audiencia de Panamá en 1744.
1727-1728.– Licenciado Antonio Fernández Cantos, natural de Albacete; fue Canónigo lectoral y Catedrático de Valladolid, Magistral de Cuenca y consultado para los Obispados de Coria, Salamanca y Ávila.
1728-1729.– Licenciado José Ramón Díaz Elexpuru, natural de Bilbao; fue Catedrático de Artes y Canónigo lectoral de Santo Domingo de la Calzada. Murió en 1740.
1729-1730.– Licenciado Manuel Garrido de la Llana, natural de Valdeolivas, Diócesis de Cuenca; fue Catedrático de Artes y Canónigo de San Justo en 1744.
1730-1731.– Doctor José Ruiz de la Madrid, natural de Bielva, Diócesis de Oviedo; fue Catedrático de Artes y murió en el Colegio en 7 de noviembre de 1735.
1731-1732.– Doctor Gabriel Antonio Madridano y Nava, natural de Yuncos, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes y Canónigo penitenciario de Calahorra en 1740.
1732-1733.– Doctor Luis Lázaro Pozo y Cañas, natural de Budia; fue Canónigo de San Justo y Pastor.
1733-1734.– Licenciado Diego Antonio Arredondo, natural de Bárcena, Diócesis de Burgos; fue consultado para la Fiscalía de Valencia y murió en el Colegio el 8 de julio de 1739.
1734-1735.– Doctor Gabriel Ruiz Corchón, natural de Castilfrío, Diócesis de Osma; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo y Penitenciario de Jaén.
1735-1736.– Doctor Bernardo Antonio Calderón y Lázaro, natural de Budia, Diócesis de Sigüenza; fue Canónigo y Maestrescuela de San Justo, Asesor de la Universidad, Inquisidor de Llerena y Granada y Obispo de Osma.
1736-1737.– Doctor Antonio Gómez Tarobeitia, natural de Bilbao; fue Catedrático de Artes en 1742. Magistral de Sigüenza en 1746, de Granada al siguiente año, Obispo de Ceuta en 1761 y de Jaén en 1769.
1737-1738.– Licenciado Gómez Gabriel Gutiérrez de la Barrera y Tordoya, natural de Villafranca; Caballero de Alcántara; fue Catedrático de Cánones, Alcalde del Crimen de Valladolid en 1754, de Casa y Corte en 1760, Consejero del de Ordenes en 1764 y de Castilla en 1767.
1738-1739.– Doctor Rodrigo Manuel de Riero y Godoy, natural de Trujillo, Diócesis de Plasencia; fue Canónigo de San Justo, Catedrático de Artes. Rector perpetuo del Colegio de los Manriques y Canónigo de Cuenca en 1759. Murió al siguiente año.
1739-1740.– Doctor Francisco Javier Delgado y Venegas, natural de Villanueva del Ariscal; fue Catedrático de Artes, Magistral de Badajoz en 1743, de Córdoba al siguiente año, Obispo de Canarias en 1761 y de Sigüenza en 1768.
1740-1741.– Licenciado Diego Miguel de Arredondo y Zorrilla, natural del Valle de Ruesga, Diócesis de Burgos; fue Catedrático de Leyes en 1747, Alcalde del Crimen en Valencia en 1751, y en Granada, en 1757.
1741-1742.– Doctor Bernardo Antonio Calderón y Lázaro, reelegido.
1742-1743.– Licenciado Pedro Prudencio de Taranco y Otáñez, natural de Castro Urdiales; fue Catedrático de Cánones, Alcalde Mayor de la Audiencia de Oviedo en 1758, Alcalde de la Casa y Corte en 1769 y murió en 1771.
1743-1744.– Doctor Francisco García de la Cruz y Obregón, natural de Oviedo; fue Catedrático de Cánones, Alcalde del Crimen de Valladolid en 1755, Oidor en 1767 y después Consejero del de Ordenes y del de Castilla.
1744-1745.– Doctor Juan Miguel de Mendinueta, natural de Elizondo; fue Catedrático de Artes en 1747, Canónigo de San Justo en 1750 y Capellán Mayor en 1754.
1745-1746.– Doctor Diego Alonso Monasterio, natural de Santa María de Viego, Diócesis de Oviedo; fue Catedrático de Artes, Canónigo de San Justo en 1749, y siendo Rector por segunda vez en 1751, murió en su país.
1746-1747.– Licenciado Carlos Romanillos y Botija, natural de Barcones, Diócesis de Sigüenza; fue Canónigo y Arcediano de Molina en esta Iglesia en 1758 e Inquisidor de Llerena en 1763.
1747-1748.– Doctor León Martín del Campo, natural de Mora, Diócesis de Toledo; fue Catedrático de Artes en 1748, Canónigo penitenciario de Coria en 1751, Canónigo de Toledo en 1756 y murió en el año de 1769.
1748-1749.– Licenciado Cristóbal Rivero Calderón, natural de Sopeña, Diócesis de Burgos; fue Catedrático de Cánones en 1762 y luego Alcalde Mayor de la Audiencia de Oviedo.
1749-1750.– Doctor Francisco José Fuertes Piquer, natural de Valbona, Diócesis de Teruel; fue Catedrático de Artes, Canónigo de Tarragona en 1755 y Cancelario de la Universidad de Cervera en 1762.
1750-1751.– Doctor Diego Alonso Monasterio, reelegido.
1751-1752.– Doctor Cristóbal Rivero Calderón, reelegido.
1752-1753.– Doctor Francisco José Fuertes Piquer.
1753-1754.– Doctor Francisco Fuertes Piquer, reelegido.
1754-1755.– Doctor Pedro Bayón, natural de Rueda, Diócesis de Valladolid; fue Catedrático de Instituto en 1764 y Canónigo de León en 1792.
1755-1756.– Doctor Buenaventura Ferrán y Valls, natural de Barcelona; fue Oidor en la Audiencia de Barcelona.
1756-1757.– Doctor Antonio Aguado y Rojas, natural de Illescas; fue Catedrático de Artes en 1755, electo Canónigo de León en 1757, Magistral de Granada en 1762, de Toledo en 1755 y luego Obispo de Pamplona.
1757-1758.– Doctor Antonio Domingo Villanueva y Pacheco, natural de Plasencia; fue Regente del Consejo de Navarra y Ministro del Consejo de Castilla.
1758-1759.– Licenciado Antonio Heredia y Cárdena, natural de Valdeolivas, Diócesis de Cuenca. Murió en el año de su Rectorado.
1759-1760.– Doctor Francisco de Borja Toledo y Briones, natural de Alberca, Diócesis de Cuenca; fue Canónigo doctoral de Badajoz en 1762 y luego Canónigo de Cuenca.
1760-1761.– Licenciado Tomás Lorenzana y Butrón, natural de León; fue Doctoral de Tuy en 1762, Canónigo penitenciario en Salamanca, Deán de Zaragoza en 1770 y Obispo de Gerona.
1761-1762.– Doctor Mateo Muñoz, Caballero de Santiago, natural de Villamayor de Campos, Diócesis de León; fue Canónigo de Zamora en 1766; renunció a la Abadía de San Justo en Valladolid, siendo luego Dignidad en Valladolid.
1762-1763.– Doctor Domingo Garcés de Marcilla, natural de Zaragoza. Murió en 29 de octubre de 1764 en su casa.
1763-1764.– Licenciado Luis de los Ríos y Velasco, natural de Naveda, Diócesis de Burgos; fue Fiscal de la Audiencia en Santo Domingo en 1770.
1764-1765.– Doctor Juan Arias Saavedra y Verdugo, natural de Atienza; ingresó en la Orden de Santiago en 1769.
1765-1766.– Doctor Joaquín Pérez de los Cobos y Galiano, natural de Yecla; fue Canónigo de Plasencia.
1766-1767.– Licenciado Ignacio Laínez de Orgaz Manuel, natural de La Calahorra, Diócesis de Guadix.
1767-1768.– Licenciado Antonio Carrillo Mayoral, natural de Palencia.
1768-1769.– Licenciado Tomás Fernández Rábago, natura] de La Lombraña, Diócesis de Palencia; fue Canónigo doctoral de Osuna en 1771.
1769-1770.– Doctor Felipe Antonio Fernández Vallero, natural de Ocaña; fue Canónigo de Zaragoza en el año de su Rectorado, canónigo y Maestrescuela de Toledo, Obispo de Salamanca y Gobernador del Consejo de Castilla.
1770-1771.– Doctor Antonio Resinas y Criado, natural de Pilas, Diócesis de Sevilla; fue Catedrático de Artes en 1767 y Canónigo de Sigüenza en 1771.
1771-1772.– Doctor Antonio Carrillo Mayoral, reelegido.
1772-1773.– Licenciado Juan Miguel Pérez Tafalla, natural de Obanos, Diócesis de Pamplona; fue Canónigo de Sevilla.
1773-1774.– Licenciado Simón de Salazar y Rubio, natural de Belinchón, Diócesis de Cuenca; fue Canónigo de San Justo.
1774-1776.– Doctor Sancho de Llamas y Molina, natural de Ricote (Cartagena). Era el último colegial mayor, ya que no habían sido provistas becas desde 1771. Cuando instó prórroga de la que disfrutaba se le negó y además fue exonerado de la Rectoral, que se acumuló al Cancelario Pedro Díaz de Rojas.
1776-1781.– Doctor Pedro Díaz de Rojas, Abad de la Iglesia Magistral y Cancelario. Fue Rector hasta el 1 de octubre de 1781, en que tomó posesión el elegido, conforme a los nuevos Estatutos, por el Cancelario y los Consiliarios y para un bienio.
1781-1783.– Doctor Ramón Antonio Herrera de Tejada, Canónigo de San Justo.
1783-1785.– Doctor José Quintana.
1785-1787.– Doctor Juan Francisco Valle, Canónigo de San Justo.
1787-1789.– Doctor Antonio Herrero Coronado.
1789-1790.– Doctor Vicente Sánchez.
1790-1791.– Doctor Manuel Maldonado Guevara.
1791-1793.– Doctor Diego Parada y Bustos.
1793-1795.– Doctor Pedro González de Tejada.
1795-1797.– Doctor Benito José Callejo.
1797-1799.– Doctor José Ruperto Molina.
1799-1801.– Doctor Diego de Parada y Bustos.
1801-1803.– Doctor Francisco Domingo Ferro.
1803-1805.– Doctor Mariano Martín Esparza.
1805-1807.– Doctor Miguel de Andrés y Peña.
1808-1811.– Doctor Manuel Francisco Carretero y Cuesta.
1812-1814.– Doctor Tomás López de Regó.
1814-1816.– Doctor Francisco José de Mardones.
1816-1818.– Doctor Francisco Gerónimo de Haro.
1818-1820.– Doctor José Ruperto Molina.
Universidad Central
1822-1823.– Doctor Andrés Navarro. Rector interino de la nueva Universidad Central.
1823.– Doctor José Ruperto Molina. Al constituirse la Regencia hasta la reintegración de Fernando VII, acordó establecer la Universidad de Alcalá, en 16 de julio de 1827, y en el oficio en que se comunica al Dr. Molina tal acuerdo, se le llama Rector antiguo en la Real Universidad de Alcalá.
1824-1825.– Doctor Fr. Francisco García Casarrubios, Obispo de Ceuta, comisionado para implantar el llamado Plan de Calomarde.
1825-1827.– Doctor Pascual de la Puerta Martínez.
1827-1830.– Doctor José García Sánchez Abad.
1830-1832.– Doctor Juan Miguel de Iriarte.
1832-1834.– Doctor Francisco de Paula Novar.
1834-1837.– Doctor Aniceto Moreno. Este fue Catedrático de Derecho Canónico en Alcalá, y al trasladarse a Madrid (noviembre de 1836) las Facultades de Leyes y Cánones, lo hicieron en el Seminario de Nobles, y bajo el título de Escuela provisional de Jurisprudencia, siendo elegido Rector de la misma el Dr. Aniceto Moreno, que tomó posesión el 13 de noviembre (1836). Dos Facultades de Filosofía y Teología, que quedaban en Alcalá, fueron dirigidas por un Vicerrector.
1837-1840.– Doctor Francisco de Paula Novar. Rector que había sido de 1832 al 34 de la Universidad hasta el 5 de enero de 1840, en que, admitida la dimisión, que ya tenía presentada desde diciembre de 1839, fue designado para reemplazarle el Catedrático más antiguo, que resultó ser Don Vicente González Arnao.
1840.– Don Vicente González Arnao. Toma posesión del Rectorado y de la Comisaría Regia el 5 de enero de 1840.
1840-1841.– Doctor Pedro Gómez de la Serna. Tomó posesión del Rectorado el 24 de septiembre de 1840. Cesó el 27 de enero de 1841.
1841-1842.– Don Joaquín Gómez de la Cortina. Tomó posesión el 27 de enero de 1841. Por su renuncia y Real orden de 3 de septiembre de 1842 cesó en el cargo.
1842-1843.– Don Eusebio María del Valle, Rector interino desde septiembre de 1842 a septiembre de 1843.
1843-1845.– Don Pedro Sabau y Larroya. Rector hasta 17 de septiembre de 1845.
1845.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Fermín Arteta. Rector interino, Comisario regio. Tomó posesión en 29 de septiembre de 1845.
1845.– Excmo. e Iltmo. Sr. Marqués de Vallgornera. Tomó posesión en 17 de noviembre de 1845.
1846.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Florencio Rodríguez Vaamonde. Tomó posesión en 29 de abril de 1846.
1847.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Nicomedes Pastor Díaz. Tomó posesión en 9 de septiembre de 1847.
1850.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Claudio Moyano y Samaniego. Tomó posesión en 20 de abril de 1850.
1851.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Joaquín Gómez de la Cortina, Marqués de Morante. Tomó posesión en 25 de mayo de 1851.
1854.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Tomás de Corral y Oña, Marqués de San Gregorio. Tomó posesión en 21 de febrero de 1854.
1862.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Juan Manuel Montalbán. Tomó posesión en 17 de febrero de 1862.
1865.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Diego Miguel Bahamonde y Jaime, Marqués de Zafra. Tomó posesión en 10 de abril de 1865; y Excmo. e Iltmo. señor Dr. Don Juan Manuel Montalbán, que tomó posesión en 16 de noviembre de 1865.
1866.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Diego Miguel Bahamonde y Jaime, Marqués de Zafra. Tomó posesión en 28 de septiembre de 1866.
1868.– Iltmo. Sr. Dr. Don Fernando de Castro. Tomó posesión en 1 de noviembre de 1868.
1870.– Iltmo. Sr. Dr. Don Lázaro Baldón. Tomó posesión en 21 de noviembre de 1870.
1871.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Juan Antonio Andonaegui, Rector interino. Tomó posesión en 10 de noviembre de 1871.
1872.– Iltmo. Sr. Dr. Don José Moreno Nieto. Tomó posesión en 1 de marzo de 1872.
1874.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Juan Antonio Andonaegui. Tomó posesión en 23 septiembre de 1874.
1875.– Iltmo. Sr. Dr. Don Francisco de la Pisa Pajares. Tomó posesión en 21 de febrero de 1875.
1875.– Iltmo. Sr. Dr. Don Vicente de la Fuente. Tomó posesión en 9 de abril de 1875.
1877.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don Manuel Rioz y Pedraja. Tomó posesión en 16 de julio de 1877.
1881.– Iltmo. Sr. Dr. Don Francisco de la Pisa Pajares. Tomó posesión en 11 de marzo de 1881.
1884.– Excmo. Sr. Dr. Don Francisco Creus y Manzo. Tomó posesión en 20 de noviembre de 1884.
1885.– Iltmo. Sr. Dr. Don Francisco de la Pisa Pajares. Tomó posesión en 5 de diciembre de 1885.
1890.– Excmo. Sr. Dr. Don Miguel Colmeiro y Penido. Tomó posesión en 11 de julio de 1890.
1894.– Iltmo. Sr. Dr. Don Francisco de la Pisa Pajares. Tomó posesión en 16 de abril de 1894.
1895.– Excmo. Sr. Dr. Don Francisco Fernández y González. Tomó posesión en 1 de junio de 1895.
1903.– Excmo. Sr. Dr. Don Rafael Conde y Luque. Tomó posesión en 13 de noviembre de 1903.
1916.– Excmo. e Iltmo. Sr. Dr. Don José Rodríguez Carracido. Tomó posesión en 19 de diciembre de 1916.
1927.– Excmo. e Iltmo. Sr. Don Luis Bermejo y Vida. Tomó posesión en 4 de marzo de 1927.
1929.– Excmo. Sr. Don Elías Tormo y Monzó. Tomó posesión en 30 de septiembre de 1929.
1930.– Excmo. Sr. Don Blas Cabrera y Felipe. Tomó posesión en 1 de marzo de 1930.
1931.– Excmo. Sr. Don Pío Zabala y Lera. Tomó posesión en 30 de marzo de 1931, cesando en 16 de abril del mismo año.
1931.– Excmo. Sr. Don José Giral y Pereira. Posesión en 7 de julio de 1931.
1932.– Excmo. Sr. Don Claudio Sánchez Albornoz y Menduiña. Tomó posesión en 20 de enero de 1932.
1934-1935.– Excmo. Sr. Don León Cardenal Pujals. Tomó posesión en 3 de febrero de 1934.
1936.– Don Fernando de los Ríos. Tomó posesión en 1 de septiembre de 1936.
1936.– Don José Gaos y González Pola. Posesión en octubre de 1936.
1939.– Magnífico y Excmo. Sr. Don Pío Zabala y Lera. Tomó posesión en 5 de mayo de 1939, continuando a la fecha de esta publicación en el desempeño del cargo.
[ Edición íntegra del texto contenido en un librito impreso sobre papel en Madrid 1945, de 178 páginas. ]