Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español
Tercera parte ❦ Las concepciones sociológicas contemporáneas y los problemas de la regeneración española
§ II
Los problemas de la educación
La agitación cultural en el extranjero.– La labor de la Restauración.– Preocupación de la vanidad.– La labor de las izquierdas.– Los intelectuales extranjeros en la política.– Pro cultura.– Determinantes de la ignorancia.– La dignidad y la necesidad de las clases humildes.– Insuficiencia manifiesta de nuestras atenciones culturales.– La campaña cultural.– Cooperación de las clases sociales.– Los medios económicos en España.– Los gastos de la instrucción remuneradores.– Significado de la victoria contra el analfabetismo.– España ante Europa.– Nuestros esfuerzos por la cultura.– El despertar del interés colectivo en Europa.– Sin agitación psicológica.– Nuestro atraso.– El resurgimiento por la cultura.– Misión de la escuela.– Los ideales frustrados.– El remordimiento.– El sexto sentido.– Los tres factores de la escuela. La riqueza en función de cultura.–Educación estética.– La culturación intensiva.– La educación cívica condicionando la democracia.
LA AGITACIÓN CULTURAL EN EL EXTRANJERO.– En Francia se ha discutido recientemente acerca del papel que desempeñan los elementos radicales y socialistas en el desenvolvimiento político de la nación; y un insigne escritor, Eugenio Fournière, ha aportado a ese tema, de palpitante actualidad, razonamientos de tal importancia que bien merecen ser glosados, siquiera sea a grandes rasgos, para difundir aquí las provechosas enseñanzas de su estudio.
Las grandes analogías existentes entre la manera de ser de los pueblos latinos, cuyas cualidades y defectos se diferencian tan sólo en la proporción y la medida, hacen que lo escrito por el ilustre diputado francés refiriéndose a su país, pueda ser aplicado a España, sin otras modificaciones que un sencillo cambio en la nomenclatura. Treinta años atrás, la situación de las fuerzas sociales en España era semejante a la de Francia, si bien en estos últimos lustros se ha intensificado el espíritu de asociación en la vecina República y una tendencia realista informa el criterio legislativo de los últimos Gabinetes franceses.
Con la perspicacia que distingue siempre sus indagaciones, hechas en vivo, con gran objetividad y hondo espíritu científico, señala Fournière que la atonía íntima del pueblo francés no ha de achacarse a que los principios doctrinales que informan el credo del radicalismo hayan fracasado, sino al desfallecimiento de los portavoces, que no acertaron a incorporar lo máximo del programa a las tareas del poder. ¡Con cuánta facilidad se advierte la enorme distancia que media entre los hombres representativos de las naciones latinas y sus congéneres de Inglaterra, Holanda, Suiza y los países escandinavos! ¡Cuán distinta es la labor que se realiza en unos pueblos y otros en las esferas del Gobierno! No hay punto de comparación, y sería ridículo buscar semejanzas en un solo aspecto, porque no hay paridad, ni probablemente la habrá jamás, entre los pueblos nórdicos y septentrionales y los meridionales, por lo que respecta a la condición moral, al nivel mental y, como es consiguiente, a la educación cívica.
La energía psíquica, el vigor intelectual, la rectitud en el proceder y el entusiasmo, cuando realmente existen, pugnan por exteriorizarse, manifiéstanse por doquier y acaban por imponerse, es decir, nunca dejan de triunfar. La lectura de los periódicos extranjeros nos ofrece a diario datos, que para nosotros constituyen sorpresas, en los que se evidencia la enorme impulsión del espíritu transformador en todos los órdenes de la actividad, que necesariamente cristaliza en ventajas y conquistas que, al condicionar a los distintos elementos sociales, multiplican la intensidad de vida de aquellos pueblos.
El bienestar de las naciones está en relación directa del aprovechamiento de todos los factores que integran el agregado social, y a medida que el empleo de sus fuentes de riqueza es más rápido, no sólo crece su productividad, sino que disminuye la resistencia pasiva para aceptar las innovaciones. Los llamados intereses creados, lo consuetudinario, cede el paso a las reformas y llega a ser compatible con el perfeccionamiento, cuando la obra de los partidos avanzados lleva en sí misma un contenido que plasma y vigoriza las energías todas, y en vez de destruir hábitos y costumbres arraigados, los substituye por otros más ventajosos y que rinden mayor utilidad.
LA LABOR DE LA RESTAURACIÓN.– En nuestro país, la obra de los partidos avanzados habría de dirigirse, en primer término, a poner en evidencia de una manera diáfana los gravísimos yerros cometidos por el régimen monárquico. Para llevar a cabo esta tarea, sería preciso que fueran poniendo de manifiesto la manera como se emplean los recursos de la nación, haciendo una crítica, severa y razonada de las leyes elaboradas durante el periodo de la Restauración, la regencia y el reinado actual.
El pueblo español desconoce casi en absoluto lo que significa la función del Estado y sus organismos. La ignorancia es tan crasa, que son muy contados los ciudadanos que conocen de visu la contextura íntima de las leyes que fueron votadas en Cortes. Las mismas personalidades políticas prestigiosas rehuyen la discusión de los asuntos importantes, porque existe entre ellas la falsa creencia de que, consagrándose a estas materias transcendentales, no es fácil llamar la atención pública ni lucir cualidades de hábiles parlamentarios y de oradores floridos y elegantes. Y así vemos que la inmensa mayoría de los políticos militantes siente una invencible atracción por los torneos retóricos. Muchos de los hombres que en política son objeto de una cierta cotización, van siempre en busca de otra mayor.
PREOCUPACIÓN DE LA VANIDAD.– Nuestros políticos esquivan el ahondar en las cuestiones difíciles y espinosas, como las que conciernen a la vida material del país, por temores reales o fingidos, prefiriendo los temas meramente políticos y circunstanciales, porque para tratar de ellos les basta con poseer algunas dotes de ingenio y facilidad de palabra con que glosar los comentos de círculos y corrillos, o, lo que es lo mismo, mariposear en torno a futesas. En cambio, para dirigir una interpelación seria al Gobierno o entablar un debate de verdadera utilidad acerca de asuntos de vital importancia, no poseen condiciones muchos de los actuales padres de la patria, porque no basta con haber explorado la corteza de las cosas, sino que precisa, además, poseer una sólida preparación para el análisis de las cuestiones, después de haber estudiado a conciencia los antecedentes de las mismas, esto es, la génesis inherente a todo fenómeno en el curso del tiempo. De otra suerte, se enfocan, y consiguientemente se plantean, los problemas desde un punto de vista parcial, y por lo tanto, notoriamente falso.
El sinnúmero de inexactitudes que se han ido sucediendo en la manera de apreciar los acontecimientos que han tenido lugar en España, depende precisamente de la precipitación y ligereza con que se formulan y emiten los juicios. En general, partimos casi siempre de meros supuestos, porque nuestro temperamento es reacio a la investigación y desdeñamos la labor de indagación callada y circunspecta, silenciosa y asidua.
LA LABOR DE LAS IZQUIERDAS.– A los partidos de la extrema izquierda les incumbe emprender la gran tarea de reconstituir al país, tanto porque son los que se encuentran mejor colocados y ocupan una posición ventajosísima y envidiable, cuanto porque son los únicos que se hallan completamente libres de toda responsabilidad en los desastres ocurridos en España durante el último cuarto del siglo pasado y la década del actual. Por rigurosa y severa que fuese la crítica de las desdichas aquí acontecidas, no podría inculparse a los extremoizquierdistas de la serie de vergüenzas y desastres registrados en la dirección de los negocios públicos, porque ninguno de los partidos ultraavanzados ha tenido la más leve coparticipación en la funestísima gestión de las oligarquías imperantes.
Es obvio que la extrema izquierda –radicales y socialistas– no colaboró, ni siquiera indirectamente, en las funciones del Gobierno de nuestro país. El partido radical no había surgido todavía, pues su fundación data de fines de 1907, y el socialista, que cuenta con veintitantos años de existencia, se movía en una esfera reducidísima, por lo que su acción era limitada y escasa.
A estas dos agrupaciones les corresponde llevar a cabo la obra magna de restaurar las energías de los organismos colectivos, infundiendo en todos los núcleos sociales el calor de vida indispensable para incorporar a España al mapa de Europa. Y esta empresa, que sin hipérbole cabría calificarla de gigantesca, sólo podrá realizarse trabajando con ardimiento, poniendo al servicio del resurgir de la patria los valiosos elementos ahora aislados y dispersos, juntándolos, aunándolos en un esfuerzo común. Acaso el peor de los males de España haya sido el atomismo. La misma indiferencia de los intelectuales era, en gran parte, debida a la desconfianza que sentían por los inspiradores y portavoces del republicanismo histórico, en sus distintas modalidades y acepciones. Ahora, que parece haberse iniciado una corriente de aproximación entre los forjadores de ideas, los laborantes del pensamiento, es seguramente llegada la oportunidad de rectificar los horrores cometidos por los primates de los antiguos partidos republicanos que, durante cerca cuarenta años, malgastaron el tiempo en discusiones esté, riles y en planear programas sin contenido doctrinal, sin enjundia, faltos de idealidad y de hondo sentido realista y constructor.
LOS INTELECTUALES EXTRANJEROS EN LA POLÍTICA.– En otras naciones de Europa, la gran fuerza de los partidos burgueses avanzados, y del socialista, especialmente, ha de atribuirse, en primer lugar, a la continua relación afectuosa que media entre los leaders de los respectivos grupos y los cultivadores de las disciplinas científicas experimentales, singularmente los historiógrafos, los sociólogos, los pedagogos, los economistas, los críticos, los higienistas, &c. Ya que, por desgracia, en nuestro país la Universidad y el Profesorado, en todos sus grados, no sienten las palpitaciones del espíritu contemporáneo; permanecen en una actitud pasiva, meramente expectante, y no se conmueven ante los dolores y las aflicciones que conturban al asalariado y a la pequeña clase media, a esos millones de individuos desventurados que carecen de lo más inmediato e indispensable para la subsistencia, y para los cuales parece que aún no ha sido consagrado por la Historia el derecho de ciudadanía, precisa con toda urgencia crear algo que llene el vacío que entre nosotros ha dejado la institución universitaria.
PRO CULTURA.– El problema de la cultura es en la actualidad el que en España ofrece más interés, porque en el fondo significa la posibilidad de nuestra completa reconstitución. La cual podrá llevarse a cabo con mayor o menor rapidez, según la intensidad del esfuerzo que empleemos en conseguirla. Ante todo hay que revelar al país que el peor de los achaques que pesan sobre la nación, estriba en la indiferencia con que la gran masa del pueblo español presencia las tentativas que se han llevado a cabo para combatir el analfabetismo. Cuantas iniciativas surgieron en distintas ciudades de la Península para iniciar la lucha pro cultura, fueron puramente superficiales, muy rumorosas en apariencia, pero sin llegar a revestir el carácter de un movimiento intensivo. Es notorio que estadísticas recientes nos presentan a la faz de Europa como el pueblo en el que el analfabetismo alcanza mayores proporciones, singularmente por lo que respecta a una gran parte de Levante y del Mediodía.
DETERMINANTES DE LA IGNORANCIA.– Las causas principales determinantes y ocasionales de la ignorancia y la incultura, podrían reducirse a tres: la primera, en general; es el analfabetismo inicial, que es el factor más decisivo de la persistencia y de la propagación de nuestro tan deplorable atraso; la segunda, nos la ofrece la falta de sanción penal contra aquellos que, debiendo cumplir con la obligación y la necesidad de la instrucción, han permanecido cruzados de brazos –la veracidad de esta afirmación la comprueba el incumplimiento de los preceptos legales, a partir de las disposiciones dictadas por Moyano hace más de medio siglo–; la tercera, la hallamos en nuestras miseras condiciones económicas. Es incontestable que la miseria no ha consentido a muchísimos millones de ciudadanos el que llegaran a proporcionarse una mediana instrucción. La energía mental se halla en una íntima relación con las condiciones biológicas, y éstas con el Standard of Life. ¿Cómo ha de ser posible que las familias menesterosas envíen a la escuela los niños que con su trabajo proporcionan un auxilio, aunque pequeño, a los ingresos con que cuentan?
El raquitismo moral, como la caquexia fisiológica, sólo puede extinguirse con el reconstituyente del dinero, empleando en atenciones de enseñanza la suma cuantiosa de millones que lo aciago de las circunstancias requiere. Hay un imperativo ético al que no pueden substraerse los pueblos que aspiran a vivir la vida del derecho. Esté imperativo –lo diremos una y mil veces– es reducir el analfabetismo a la más mínima expresión. No caben en este punto vacilaciones. Hay que encaminarse derechamente a la consecución del propósito, sin que nos arredre la magnitud de la empresa. No hemos de inventar nada ni hemos de descubrir ningún Mediterráneo. Nuestra tarea se ha de circunscribir pura y simplemente a imitar con fidelidad lo que en otras naciones es ya un hecho. Ya que nos sobran aquí aptitudes simiescas para importar las extravagancias de la moda, lo mismo en el vestir que en la literatura, seamos una vez prácticos y decidámonos a implantar entre nosotros las reformas pedagógicas, que privan en el extranjero.
LA DIGNIDAD Y LA NECESIDAD DE LAS CLASES HUMILDES.– Para que concurran los niños a la escuela, sus padres necesitan medios para vestirlos, siquiera con un minimum de decencia, porque también los pobres tienen su dignidad. En el seno del hogar, las clases humildes se resignan a vivir con estrechez, y a fuerza de inhibición conservan arrestos para proseguir el vía crucis que suponen todas las privaciones que les impone el destino, con fatalidad cruel. Y es natural que sea así: el decoro no está reñido con la modestia, y a poco que se haya observado las virtudes que atesoran las clases pobres, salta a la vista que hacen bien en disimular sus apremios y su penuria. Es obvio que, más que la propia miseria, sonrojan a quien la sufre las miradas escrutadoras de los bien hallados. De ahí que todo el que padece los rigores de la adversidad, procure que no transciendan al exterior las dificultades de su vivir angustioso.
Además, nuestros legiferadores, que no conocen las agobiantes exigencias del vivir cuando se cuenta con pocos recursos, ignoran, asimismo, que para asistir a la escuela se necesitan algunos medios, aunque escasos, con objeto de adquirir el material de estudio –libros, atlas, papel, plumas, &c.– y presentarse relativamente aseados, medio vestidos siquiera, delante del maestro, que forzosamente ha de inculcarles el amor al aseo como máxima rudimentaria de la higiene.
Por otra parte, para que el cerebro del niño se halle en condiciones de aprender y asimilar las enseñanzas que ha de recibir en la escuela con un minimum de provecho, necesita indispensablemente una alimentación lo suficiente reparadora para que su nutrición se realice en condiciones de normalidad y no sobrevenga la fatiga anticipada.
INSUFICIENCIA MANIFIESTA DE NUESTRAS ATENCIONES CULTURALES.– Las pésimas condiciones económicas en que viven la generalidad de los españoles, demuestran de una manera fehaciente que los Presupuestos del Estado y de los Municipios no prevén ninguna de las exigencias inherentes a la vida contemporánea. Por esto son del todo insuficientes las partidas destinadas a las atenciones para sostener la escuela con una cierta probabilidad de que pueda desempeñar su cometido social, no fragmentariamente como ahora, sino con una mayor amplitud y eficacia. La relación que existe entre los recursos empleados para sostener la escuela y los resultados obtenidos, nos prueba de un modo irrebatible las proporciones que aquí alcanza el analfabetismo. La consignación destinada en España a la instrucción primaria es, a todas luces, mezquina y casi irrisoria.
LA CAMPAÑA CULTURAL.– Para combatir la plaga social que el analfabetismo supone en nuestra época, hace falta realizar una cruzada que ponga en evidencia las concausas que crearon y mantienen nuestra incultura y que señale la causalidad de ese padecimiento tan grave para el país, con objeto de emplear aquellas medidas que una terapéutica política podría desarrollar, hábil y desinteresadamente dirigida. El impulso reconstructor debe partir de lo alto y tender a intensificarse en todos aquellos organismos en que sea mayor la conciencia y se sienta más viva la necesidad de subvenir a ese enorme vacío que se advierte en toda la nación. No hay otro tratamiento que emplear que el que el deber de la propia superioridad impone: la acción constante, afirmativa, constructora, en fin. También sería forzoso que la asistencia a la escuela fuera obligatoria, y que se hicieran efectivas las sanciones penales, siempre y cuando fueran acompañadas de aquellos auxilios económicos que son absolutamente indispensables para mejorar la situación de infinidad de familias que carecen de lo más elemental para la subsistencia. Al propio tiempo, sería muy conveniente instituir determinados premios y ventajas a aquellas familias que, siendo numerosas, hubieran conseguido educar a todos sus hijos. Podría, por ejemplo, abreviarse el plazo del servicio militar a los mozos que supieran leer y escribir y tuvieran algunas nociones de otras materias. Independientemente de esto cabría hacer efectiva la escuela en el cuartel, que tan excelentes resultados ha dado y está dando en algunas naciones de Europa.
COOPERACIÓN DE LAS CLASES SOCIALES.– Pero es ilusorio pensar que la Instrucción pública se extienda sin poner de su parte el Estado, el Municipio, las Corporaciones, la Asociación y las iniciativas privadas, todo cuanto pueden para fortalecer la escuela. Hay que proclamar de una vez para siempre que la lucha contra el analfabetismo no se puede emprender con probabilidades de éxito, sin contar desde luego con la decidida cooperación de todas las clases sociales, igualmente interesadas en extirpar de raíz el achaque que va minando el cuerpo nacional.
LOS MEDIOS ECONÓMICOS EN ESPAÑA.– La situación económica de España en la última década, digan lo que quieran los pesimistas a ultranza, ha mejorado un tanto. Aun cuando en algunos aspectos subsiste el malestar y todavía la paralización de los negocios continúa, nuestro crédito se ha acrecentado y las operaciones financieras se realizan con menos dificultades; el precio de los francos se ha abaratado considerablemente, lo que permite que las transacciones comerciales se puedan llevar a cabo en condiciones menos onerosas que hace diez años. El mercado nacional, en su más amplia acepción, va lentamente reobrando y todo hace presumir que un aura de confianza irá poco a poco fortaleciendo los ánimos. Cabe, pues, preguntar si, teniendo en cuenta el robustecimiento paulatino de la energía productora, el Gobierno, los Municipios y las Corporaciones todas, lo propio que la iniciativa privada, podrían imponerse nuevos gastos para destinarlos al capítulo de Instrucción pública. Es incontestable que sí, sobre todo pensando en la utilidad extraordinaria que habrían de reportar cuantos esfuerzos se hicieran en el sentido de elevar el nivel intelectual de las clases sociales más necesitadas, y que en la actualidad carecen hasta de los más elementales medios de relación, porque su existencia es meramente somática.
LOS GASTOS DE LA INSTRUCCIÓN REMUNERADORES.– El estudio del dinamismo de las naciones contemporáneas ha venido a demostrar de un modo categórico que el analfabetismo y la ignorancia son fermentos de disociación y de ruina. Para que cobren vida un gran número de elementos sociales, es preciso aunar un cúmulo de esfuerzos que hoy no rinden más que una mínima parte de su utilidad, precisamente porque las circunstancias los mantienen separados, dispersos y aun encontrados, a veces. El Estado puede y debe prestar su concurso decidido a los organismos provinciales y locales, a las corporaciones oficiales y a las entidades que la Asociación creara y que cuentan con algunos años de existencia. La obra más provechosa que podría realizar el poder público en España, es, sin duda, la de contribuir a infundir más alientos a todos los núcleos laborantes, con objeto de integrar todas las fuerzas sociales. Cuantos sacrificios se encaminasen a este propósito, resultarían sumamente beneficiosos, ya que cuantas empresas tiendan a difundir la instrucción y la educación del pueblo, forzosamente han de dar ópimos frutos. Por esto hay que desvanecer la errónea creencia, muy extendida, de que los gastos que ocasiona la Instrucción pública no son inmediatamente reproductivos.
SIGNIFICADO DE LA VICTORIA CONTRA EL ANALFABETISMO.– La lucha, con probabilidades de victoria, contra el analfabetismo, nos pondría en breve plazo al nivel de los pueblos civilizados, devolviéndonos el decoro internacional, al dejar de ser la triste excepción del mundo occidental. La instrucción prepararía a nuestro pueblo para la realización de los fines inherentes a esta época, que en la Historia se señalará como el período en que el esfuerzo ha devenido más intensivo. La instrucción es el medio más eficaz para lograr un mayor incremento en la producción, porque dinamiza todas las fuentes de riqueza del país, incluso aquellas que por incuria permanecen estadizas. La instrucción revela y rinde, al hacerlos efectivos, todos los valores humanos que, sin el acicate de aquélla, seguirían ocultos, porque serían desconocidos y no significarían otra cosa que potencias inaprovechadas. El incremento de la instrucción tiene consecuencias políticas en alto grado beneficiosas, por cuanto en la esfera social es una ilusión el aguardar la destrucción de algunas formas de la delincuencia, por ejemplo, el homicidio, que tantas vidas roba a la sociedad, sin el auxilio de la obra cultural. La instrucción, en fin, es una necesidad, una utilidad máxima universal, y por lo tanto, la Escuela y todas las instituciones anejas, como la Biblioteca, la Cátedra, el Laboratorio, la Extensión universitaria, el Ateneo, &c., en España, tienen una misión especialísima que cumplir, toda vez que significan, en suma, la reconstitución nacional y el ingreso de nuestro país en el ámbito de la civilización.
ESPAÑA ANTE EUROPA.– En el extranjero, desde nuestro desastre colonial de 1898, se nos venía estudiando y se consideraban las cosas de España desde un punto de vista de mera curiosidad, y casi siempre los escritores hacían hincapié en el aspecto pintoresco de los hábitos y costumbres más arraigados entre nosotros. Ahora, desde hace dos años, a partir de los acontecimientos de Julio, se ha empezado a estudiar en Francia, Italia, Bélgica, Alemania, en Inglaterra y hasta países tan apartados como Holanda, los Países Escandinavos, Hungría, los Principados Danubianos y sobre todo los Estados Unidos, la estructura y vida, la manera de ser del pueblo español, y se han publicado en periódicos y revistas acreditadísimos, contribuciones históricas, económicas, psicológicas y sociales, respecto a la situación presente de España.
Ya no se nos mira como a un pueblo que conserva notas típicas y caracteres peculiarísimos, sino que se explora, indaga y analiza la contextura intima de la célula hispánica. En varios de los estudios analíticos que el que esto escribe ha podido leer en publicaciones importantes y de gran circulación, se observa que resplandece una gran imparcialidad, digna de encomio. No se nos juzga con apriorismos, ni malquerencia, ni despectivamente; antes al contrario, con cierta benevolencia hacia el país caído. Sin embargo, ¡cuán desconsoladora resulta la lectura de la opinión que merecemos a las personalidades insignes del mundo científico que nos han estudiado! ¡Y es que el solo relato de nuestras desventuras y de nuestro atraso tiene una fuerza incontrastable!
NUESTROS ESFUERZOS POR LA CULTURA.– La mayoría de los sociólogos, sin distinción de nacionalidad, de escuela filosófica, ni de doctrina política, que fijan su atención en los acontecimientos aquí registrados durante los cuatro últimos lustros, buscan en el dato el modo de interpretar la enorme brutalidad que revelan las cifras del analfabetismo, por una parte, y por otra, la criminalidad de sangre, que, como es sabido, reviste proporciones alarmantes.
En La Petite République, de París, apareció recientemente un documentado artículo del publicista A. Chaboseau, quien da pruebas de conocer muy a fondo el desenvolvimiento de la actividad española. Lo mismo este escritor que otros que le precedieron y algunos que le han seguido, estudian detenidamente nuestro presupuesto de Instrucción pública y lo examinan con especial cuidado, haciendo resaltar su insuficiencia para cumplir las necesidades, cada vez más apremiantes, que el estado paupérrimo del país demanda. Chaboseau hace notar que la cantidad que destinamos a Instrucción pública, es cinco veces inferior a la que destina Bélgica, que cuenta con una población menor a la de España en cerca de dos tercios. «El número de maestros y maestras en España –prosigue el articulista– es inferior, asimismo, en más de un cuarto, al de los que tiene la ciudad de Nueva York, que cuenta con un número de habitantes inferior en cuatro quintos a la población de España. La proporción de los iletrados –agrega el publicista francés– no es menor en ninguna de las provincias españolas a dos quintos de la población y en algunas sobrepasa de los tres quintos.»
Estos datos causan en la opinión pública internacional una impresión dolorosísima. Para la consideración que puede inspirar España a las demás naciones, son mil veces peor estudios tan acabados como el de Chaboseau, que los relatos fantásticos y exagerados que Teófilo Gautier, Alejandro Dumas y Próspero Merimée publicaron hace cuarenta años, y que los conceptos desaprensivos y desafectuosos de Emilio Werhaaren e Ives Guyot.
Jamás en ningún país se han dictado tantas leyes y disposiciones como en España, para que luego quedaran incumplidas. Sabido es que, en virtud de una disposición dictada por D. Claudio Moyano en 1857, debían existir, como base, 34.300 escuelas primarias en España, y después de transcurridos cincuenta y cuatro años, no hay en la actualidad más que 24.900, de las cuales 2.200 se han fundado durante los cuarenta años últimos. Hemos necesitado, pues, cerca de medio siglo para llevar a cabo esta insignificancia, que nos retrata de cuerpo entero. En cambio, en igual lapso de tiempo, Alemania se ha reconstituido, llegando a ser la primera potencia de Europa; los Estados Unidos han duplicado su población y centuplicado su riqueza; la Unidad italiana se ha afianzado; el Japón se ha incorporado a las avanzadas de la civilización; Francia ha consolidado las libertades modernas y ha dado a la conciencia universal un contenido ético independiente de los credos confesionales; Inglaterra ha llegado a reunir un imperio colonial más vasto aun de lo que podía columbrar en sus audaces ensueños de dominio, y Bélgica, Suiza, Dinamarca, Holanda, Suecia y Noruega, finalmente, se han hecho respetar de los colosos que las acechaban para arrebatarles su independencia y han logrado adquirir una personalidad diferenciada.
EL DESPERTAR DEL INTERÉS COLECTIVO EN EUROPA.– Es indudable que el despertar de todas las naciones que hoy figuran a la vanguardia de Europa y que han dado lugar a la civilización contemporánea –ofreciendo modalidades en la apariencia distintas y aun diversas, pero que en el fondo guardan una íntima analogía–, es debido, predominantemente, al interés, a la devoción sincera que sintieron por la cultura y al fervor con que se consagraron a perfeccionar la individualidad, multiplicando la aptitud, que, bien cultivada, es el supremo don reservado a los humanos. El progreso colectivo de aquellas naciones débese, en síntesis, primeramente a la obra de la escuela y después a la postescolar; esto es, siempre al decidido afán de culturar más y más a todas las clases sociales sin excepción.
SIN AGITACIÓN PSICOLÓGICA.– En España hemos permanecido ajenos a cuanto significa laboreo mental, agitación psicológica. Nuestra sociedad presenta hoy los mismos caracteres que ofrecía a principios del siglo pasado. Todavía luchamos por hacer efectiva la libertad política, la que conquistaron nuestros antepasados y nosotros nos hemos dejado arrebatar, porque la falta de cultura nos ha impedido comprender su alcance y la honda transcendencia que para el ciudadano reviste el pleno ejercicio de los derechos constitucionales.
La experiencia, cuyas enseñanzas sólo pueden llegarse a comprender por completo cuando el individuo se percata de que, cultivando la propia personalidad, se pone en condiciones de interpretar genuinamente el sentir colectivo, aconseja imperativamente que cada cual procure su mejoramiento para obtener así una resultante de bienestar común. Por esto, el único individualismo sano es aquel que tiende a concentrar en el espíritu subjetivo los efluvios, las corrientes ideales de la época, para sentirse pletórico en sí mismo de anhelos de perfección y labrar con la suya la prosperidad colectiva.
NUESTRO ATRASO. En España estamos todavía huérfanos de los medios más indispensables para ir elevando el nivel mental de las muchedumbres. Carecemos incluso de aquellos conocimientos básicos que en la hora presente son de todo punto necesarios y sin los cuales es imposible que ningún movimiento prospere. Ni en lo más primordial, que es la instrucción primaria, se ha hecho la menor transformación que merezca ser mencionada. Nuestro presupuesto de Instrucción, más que de pobre, ha de calificarse de paupérrimo. El problema de la cultura no se ha planteado jamás de un modo integral, porque aquí casi nadie se ha dado cuenta de la inmensa gravedad que reviste. Nunca se ha concedido a nuestro atraso las terribles proporciones que de hecho tiene. En este respecto, la realidad, como diría el inolvidable Alfredo Calderón, es mil veces más pródiga que la fantasía más fértil.
Hay que rendirse ante los datos que nos ofrece a diario la mera observación de los acontecimientos. España es un pueblo que no tiene ni una sola de las características que son comunes a las naciones contemporáneas. Todos los signos externos revelan que en lo íntimo de nuestro pueblo perduran los instintos de barbarie y que la ferocidad anida en los corazones. Y si hubiese alguien que por miopía no hubiera aún visto claro respecto al tremendo y abrumador atraso en que nos hallamos, a nuestra deplorable y nunca bastante deplorada ignorancia, le bastaría para convencerse un examen comparativo entre el contingente de iletrados de España y el de las otras naciones del viejo continente. Nuestro país tiene el triste privilegio de ser una excepción, la única quizás, pues apenas si habrá, a juzgar por la estadística, otro pueblo europeo en que el analfabetismo alcance proporciones tan crecidas, tan aterradoras.
Y hay que declararlo con honrada franqueza: en España no existe para los espíritus sinceros, veraces, más que un gran afer: el de la cultura. Los demás tienen un valor secundario y han de subalternarse a aquél, que es previo y perentorio. Para acometerlo, toda audacia y arrojo han de parecernos poco ante la magnitud de nuestra desdicha: Hemos, pues, de trabajar sin tregua, sin cejar en nuestro propósito, con ardimiento y fe, para hacer comprender a todas las clases sociales que mientras en nuestro viejo solar sea tan ínfima la proporción de los individuos inteligentes, la enfermedad y la miseria, el desvalimiento y el crimen, la superstición y el infortunio nos azotarán constantemente.
EL RESURGIMIENTO POR LA CULTURA.– El resurgir de España ha de ser obra de la socialización de la educación cívica. Todos los devotos entusiastas de la europeización de nuestro país, tienen el deber ineludible de libertar del yugo del romanismo a las clases humildes, que constituyen la masa muscular del cuerpo social, con objeto de ponerlas en tensión y dispuestas para los movimientos graduales y sucesivos, que las pondrían en condiciones de avanzar por el camino a seguir, sin hacer alto hasta haber realizado, por lo menos, la parte principalísima de este trabajo de reconstitución nacional.
Pero hay una exigencia a la que no podemos substraernos, porque nos la impone la concatenación inherente a los fenómenos sociales. La dinámica de los organismos colectivos es infinitamente más compleja que la de los individuos, con serlo ésta mucho y escaparse bastantes veces a las miradas escrutadoras del fisiólogo más perspicaz. Para acelerar el ritmo de las muchedumbres, es de todo punto indispensable nutrir su cerebro por medio de la alimentación espiritual intensiva, vigorizando su mente con el alcaloide de la idea, que se asimila con facilidad cuando se acierta a propinarlo en dosis mínimas al principio, pero siempre tendiendo a aumentarlas, en tanto veamos que el pueblo las resiste, pues no hay duda de que a pesar de su depauperación conserva aún energías bastantes para ello.
La misión de los intelectuales, su compromiso de honor, es devolver a las multitudes lo que ellas con su abnegación les permitieron adquirir. Sin el rudo y titánico esfuerzo que realizan con desinterés insólito esos millones de hombres obscuros y anónimos, aquéllos no hubieran podido cultivar su personalidad. Cómo, de qué manera y con qué elementos y recursos podríase realizar esta hermosa y redentora tarea para la nación, será objeto de exposición en sucesivos apartados.
MISIÓN DE LA ESCUELA.– Ahora, que se está debatiendo más que nunca el problema de la escuela popular, que es el de mayor transcendencia de cuantos preocupan a los hombres de gobierno perspicaces y que motiva apasionadas controversias en las asambleas que celebran los profesionales de la enseñanza, es la ocasión más adecuada para discurrir extensamente acerca de la misión altísima que ha de desempeñar la escuela en el resurgir de España. En nuestro tiempo, las personalidades de espíritu cultivado sienten una gran inquietud ante la decadencia moral en que parece precipitarse, con peligro inminente, un gran número de elementos de la sociedad actual. La postración se advierte en casi todas las clases sociales. Hallamos muestras patentes de hondo descontento en distintas esferas de la vida nacional. En el Parlamento, entre los educadores y por donde quiera, se observan signos que evidencian un hondo malestar, revelador de una perturbación profunda del cuerpo social. Los deberes de justicia y la conciencia colectiva se imponen lentamente, aun a los mismos despreocupados que hicieron del poder y de la influencia materia maleable y fácil de manejar, para convertir de esta suerte la función directora y tutelar en torpe y banal comercio.
LOS IDEALES FRUSTRADOS. Acaso lo que no ha podido conseguir el imperativo ético, lo consiga el remordimiento. La eficacia que en toda ocasión tiene para el individuo la fuerza de los ideales frustrados, es muchas veces superior a los impulsos que emergen de la conciencia. En España, nuestra regeneración, probablemente, será un producto no tanto de la potencialidad de las afirmaciones, como de la reversión que en los espíritus se producirá el día en que las gentes se percaten del influjo maléfico de las concepciones negativistas. El dolor intensísimo, la enorme aflicción que tarde o temprano hará presa en el ánimo de quienes realizaron esa tarea, Verdaderamente incalificable, de detentar la soberanía del pueblo, acaso tengan un mayor valor terapéutico y una energía propulsora que en cierto modo equivalga a la fuerza expansiva que alienta en el corazón de las muchedumbres, inspira a los agitadores y mueve el brazo de los revolucionarios.
EL REMORDIMIENTO.– El temor vago e indeterminado que lentamente se apodera de la psiquis de los gobernantes desaprensivos y contumaces, acaba por convertirse en un padecimiento físico, que lleva a la ruina mental a los sustentadores de la ficción, a los corifeos de la farsa. El remordimiento, estudiado a fondo, tiene una fuerza enorme, pues es indudable que el ser y el conocer se reducen a una sola cosa y se identifican en la conciencia.
A pesar de que en nuestra época los politicastros hacen gala de desconsiderar al pueblo, se engañan a sí mismos cuando presumen de una fortaleza de espíritu que están lejos de poseer. Más que las falsas suposiciones, puede y se adueña de la individualidad la noción que todos los individuos tienen del valor y de la utilidad de sus actos. Muchas veces, independientemente de nuestra intención, se sobreponen, aun en el hombre más cínico, las imprecaciones que surgen del somatismo del ser, o bien que mecánicamente y sin proponérnoslo, nos reprochamos el haber cometido ciertos actos o dejado de realizar otros.
EL SEXTO SENTIDO.– No es fácil imaginar el triste porvenir que deparará a nuestros país el relajamiento de los vínculos morales; pero es notorio que aun los hombres más disolutos pasan instantes, momentos, en que se dan cuenta del vacío inmenso de su yo. Con lo cual se patentiza que el sentido moral reviste tal alcance, que podría ser considerado como un sexto sentido. Es obvio, pues, que un nuevo soplo vendrá a orear la sociedad española contemporánea, que actualmente semeja un dilatado páramo. El remedio vendrá por imperio de las circunstancias, y a la situación preñada de peligros sucederá otra menos aflictiva. Pero para llegar a esta regeneración es preciso poner una gran suma de esfuerzos, con el fin de mejorar la educación en general y, sobre todo, la de las clases populares. Hay que poner en condiciones a un gran contingente de individuos, para que puedan adquirir por su propia cuenta aquellos principios y normas que les faltan, para hacer compatible el desenvolvimiento de su personalidad con las costumbres y los hábitos dominantes. El papel de la educación no es otro que el de procurar la adecuación del individuo al medio circundante; no para hacerle un servil imitador, sino para que sepa emplear sus facultades, obteniendo el máximo rendimiento en el esfuerzo.
LOS TRES FACTORES DE LA ESCUELA.– Veamos, siquiera de una manera compendiada, cuáles son los medios más seguros y eficaces de que dispone la escuela popular en España y cuáles habrían de ser, respondiendo a los ideales y la tónica que la Pedagogía moderna preconiza. La escuela, como es sabido, es una institución algo más compleja de lo que a primera vista parece. Consta de tres factores, en cierto modo igualmente importantes y que, si bien pueden analizarse aisladamente, no cabe prescindir de ninguno de ellos, porque cada uno cumple su cometido, que en muchos respectos se asemeja a una función. Estos tres elementos son: el maestro, la enseñanza y la familia.
El maestro es el primero de los tres factores de la escolaridad y de él depende, en gran parte, la obra educativa. Para elaborar al ciudadano futuro, haciendo de él el hombre de mañana, precisa confesar que no siempre el maestro español posee el conocimiento intrínseco de la tarea que le está encomendada, ni de los efectos que la misma ha de surtir. ¡Cuántos educadores retribuidos de una manera misera, que constituye una vergüenza para la nación, carecen de la seguridad que da el poseer una base de sustentación y por esto laboran en la escuela sin entusiasmo! ¡Cuántos ignoran en qué medida el decoro de una profesión está en relación directa con el servicio que presta y la utilidad que rinde! Ninguna otra es más digna de honores que la del magisterio, porque su influjo bienhechor alcanza a todos los hombres. Si quienes a la escuela se consagran, singularmente a la primaria, comprendiesen el bien que pueden realizar y se condujeran con el fervor necesario para enaltecer su profesión, convirtiéndola en una obra grande y generosa, cual la de dedicarse día tras día a preparar operarios diestros y laboriosos, ciudadanos inteligentes, hombres, útiles, en suma, la situación de España mejoraría considerablemente. Pero nos hallamos, por desdicha, en la actualidad un poco alejados todavía de ese sentido practicista inherente a la misión del educador, a quien para ser un buen maestro le falta asimilarse y connaturalizarse con la noción de que la escuela exige de él todo género de esfuerzos, incluso el sacrificio. La inmensa mayoría de los maestros no sabe lo que la escuela demanda del que ejerce el sacerdocio de la enseñanza. Sobra amor propio a nuestros maestros y les falta desinterés y abnegación. En aras de un menguado provecho inmediato, desdeñan los triunfos remotos.
La fatiga que ocasionan las lecciones diarias, la ganancia insignificante, la penuria en que han de vivir los maestros y sus familias y la perspectiva de una vejez penosa, forman un dogal que oprime su espontaneidad. Bajo esta deprimente influencia, el maestro pocas veces halla en la satisfacción de los imperativos de la conciencia la propia dicha y la de los suyos. Esto explica, por lo menos en parte, el desmayo y la falta de idealidad que caracteriza al Magisterio español. Para corregir estas deficiencias, que se observan en casi todos los maestros españoles, sería indispensable que el Estado procurase por todos los medios el mejoramiento económico y moral del institutor, asignándole una remuneración más en consonancia con la labor que les compete, y para ello fuera conveniente que las escuelas pasaran a depender directamente del Estado. Además, habría de ser muy beneficioso que de las escuelas normales saliesen maestros preparados y dispuestos para sostener las luchas a la moderna, llenos de entusiasmo y de cordialidad, capacitados para servir de padres a miles de escolares a quienes habrían de inculcar intenso amor a las virtudes domésticas y cívicas; maestros que supieran predicar con el ejemplo a sus alumnos, y así las lecciones de la escuela no serían estériles y la existencia entera del educador llegaría a ser fecundísima.
El segundo factor de la escuela, o sea la enseñanza, no reviste, más que una importancia mínima, siendo así que debiera tenerla máxima. Al niño no se le lleva a la observación directa de las cosas, de los seres, de las formas y de las leyes de la naturaleza y de la sociedad, y, sin embargo, todos los pedagogos han proclamado que de la observación se deriva la educación de los sentidos y la actividad de las facultades y que con el análisis y el cotejo se habitúa gradualmente el educando a los trabajos de la inteligencia. El educador ha de procurar que el niño arranque del ejemplo para llegar a comprender la regla, y no dictarle los temas sin poner antes al alcance de los sentidos externos los hechos todos, aun los más insignificantes de la vida. Las jornadas escolares, para que sean provechosas, han de conducir a las tareas del cálculo y a los usos y costumbres de la vida práctica; partiendo de la geografía local, extenderse a la provincia y luego a la nación, y de los monumentos más conocidos en la población, como los edificios públicos, llevar como de la mano al niño a las reseñas históricas, para más tarde narrarle a grandes trazos, de una manera sugestiva, la obra de los bienhechores de la Humanidad, y así, como por sucesión, poner de relieve en líneas generales lo que fue la civilización española.
Nuestra enseñanza se resiente de árida y por eso resulta poco educativa. Es necesario, pues, que la escuela, como decía María de Maeztu, con razón, sea más interesante, para que en ella halle el niño ancho campo a su imaginación y no una jaula que confine su entendimiento. La escuela ha de fomentar las buenas inclinaciones del ánimo, vigorizando los sentimientos honrados e inculcando en el niño la idea de solidaridad moral. En nuestras escuelas se sacrifica el corazón a la mente, de tal modo, que la exigua cultura que el niño adquiere no va acompañada ni la guían los saludables efluvios del cariño, con lo cual la enseñanza tiene escasa influencia educadora y muchas veces se convierte en una verdadera calamidad pública. Hace falta que los maestros hablen a los niños de sus progenitores y les vayan acostumbrando a que se imaginen a menudo que la figura del padre, de la madre o del abuelo, han de ser las que despierten en su corazón los afectos más inefables, para que con el tiempo lleguen a ser los recuerdos más queridos de su vida. Hay que sugerir asimismo al niño las ideas de correlación, de mutualidad, de desenvolvimiento armónico de todas las fuerzas sociales y la confianza intima en el porvenir.
El tercer factor de la escuela es la familia. A los padres incumbe, pues, elaborar en el espíritu del niño la noción de lo que significa el hogar, y al maestro, el hacer desarrollar el germen que anida en el alma del niño, procurando despertar en su cerebro la idea de la costumbre, del conocimiento y de la sabiduría; de las virtudes prácticas, que tanta falta hacen a las generaciones actuales, tal vez porque el materialismo económico ha creado un ambiente letal, en que la apostasía ocupa el lugar que debiera ocupar la creencia honrada y el desdén substituye a la efusión. Es necesario afirmar el sentimiento del honor, sin el cual el decoro desaparece. Hay que despertar en el niño la noción de que la disciplina moral santifica el hogar, y procurar que el alumno, al ingresar en la escuela, sepa ya, porque la madre se haya anticipado al maestro, que la cultura es el supremo don reservado a los humanos y la conciencia el único guía del hombre. Infortunadamente, en España nos hallamos en unos tiempos en que la corrupción ha llegado a imprimir carácter a la nación entera. La situación de la sociedad española acusa una gran debilidad y una carencia de energía para reobrar en contra de las preocupaciones ambientes, que hacen de la inmensa mayoría de los españoles sujetos sin deseo ideal, sin estímulo y sin vigor para las luchas que la existencia lleva aparejadas en el momento histórico actual.
LA RIQUEZA EN FUNCIÓN DE CULTURA.– ¿Cómo emprender alguna tarea realmente provechosa para la industria, para el comercio, para la vida mercantil terrestre y marítima, si no contamos aquí con una mediana organización de la técnica de los oficios y de las profesiones? Hay que convertir en patrimonio de los más el conocimiento de la Geografía aplicada a las relaciones del intercambio comercial. En la actualidad, el conocimiento de la Geografía y la Estadística, es el fundamento en el despertar de las iniciativas aplicadas a todos los ramos de la producción. Y estos conocimientos en España están muy poco difundidos.
Y ¿qué decir de lo poquísimo que aquí sabemos de la Historia y la Economía de los pueblos de Europa y América? Lo poco que conocemos es anticuado y referido a datos que cuentan veinticinco o treinta años, cuando precisamente de entonces acá se han operado, en los principales pueblos de Europa y América, las mayores transformaciones.
EDUCACIÓN ESTÉTICA.– A pesar de ser España una de las naciones que cuenta con una tradición literaria más gloriosa, es, no obstante, el país donde menos se conoce a las grandes figuras de la literatura. Lo propio nos sucede con las Bellas Artes. Apenas los mismos que se consagran a su cultivo tienen una noción aproximada de nuestros colosos del mundo artístico. No hay que hacerse ilusiones, que con el tiempo han de desvanecerse, porque el poder disolvente del tiempo es fatal; si de veras abrigamos un firme propósito de erguirnos sobre el ambiente letal que nos envuelve, hemos de buscar en el trabajo nuestro único incentivo. El ciudadano, en la época contemporánea, ha de formarse por su propio y casi exclusivo esfuerzo, entendiendo como tal el cultivo de las facultades cuyo total desenvolvimiento conduce a adquirir la plena capacidad. Hoy no se concibe en ningún país culto a un individuo medianamente dispuesto y pertrechado para las luchas del vivir, sin que se haya asimilado antes ese conjunto de conocimientos de carácter general, que en cualquier momento son primera materia para no encontrarse desplazado y completamente fuera de la órbita en que se desarrolla la actividad en sus formas más elementales.
LA CULTURACIÓN INTENSIVA.– Estos conocimientos, que ya se designan ordinariamente con el nombre de preparación general y como nociones sumarias, en España todavía no han llegado a ser patrimonio de la mayoría de los ciudadanos, y, sin embargo, sería sumamente conveniente y provechosísimo imponerlos a todos los españoles menores de treinta años. La más eficaz de las obras sociales habría de ser el ampliar la instrucción de ese contingente inmenso de individuos que se hallan en la edad de rendir el máximum de utilidad, porque su cerebro y su músculo podrían adquirir una energía potencial. superior a la que hoy tienen, al recibir los efluvios del perfeccionamiento ulterior, que es inherente al completo desarrollo psíquico, al despertar integral de las aptitudes. La función social que representa la tutela del Estado contemporáneo, intervencionista, tal cual la conciben los más insignes sociólogos, consiste en extender el radio de acción del poder público, con objeto de llevar a cabo, de una manera integral, la organización de la enseñanza. En España, como en Rusia, el problema fundamental para asegurar el porvenir de la raza estriba principalmente en disminuir, hasta hacerlo desaparecer, el monstruo del analfabetismo. Mientras subsista la cifra aterradora que aquí alcanzan los analfabetos, será estéril todo intento de mejora en la condición de las clases humildes. Cualquiera que fuese el partido que usufructuara el poder, habría de fracasar en sus planes de reconstitución, porque el gregarismo es un factor que impediría el resurgir de la nueva sociedad. De ahí que cada instante sea más apremiante la exigencia de acometer con resolución el problema de la instrucción y educación primarias. Es fundamental, porque es previo, el planteamiento, con todas sus consecuencias, del problema de la instrucción pública nacional en los dos aspectos primordiales que abarca, esto es: el acabar con el analfabetismo por una parte, y por otra el disminuir los terribles estragos que causa la ignorancia de todas las clases sociales, ya que es obvio que los intelectuales, los políticos y las clases directoras, en general, no pueden cumplir su misión de una manera efectiva en aquellos países en que el contingente de los iletrados supera al de los instruidos y semicultos, en primer lugar porque las cerebraciones conscientes no llegan a la muchedumbre, o cuando llegan han perdido ya fuerza intensiva, y en segundo, porque es imposible pedirle al productor de ideas, desinterés y entusiasmo, cuando abriga la triste convicción de que su esfuerzo ha de perderse en el vacío.
LA EDUCACIÓN CÍVICA CONDICIONANDO LA DEMOCRACIA.– Sólo cabe esperar el funcionamiento normal de la democracia con toda la amplitud que exigen las crecientes necesidades económicas y psicológicas de nuestra época, cuando la educación cívica se haya extendido hasta los últimos confines de la Península, y su eficacia sea patente entre las clases sociales humildes y menesterosas. Es obvio que el sufragio universal requiere necesariamente una gran difusión de la cultura. Sin el influjo creador y remozador de la escuela, es irrisorio pensar que el ciudadano pueda ejercer sus derechos de elector. La situación angustiosa, terrible y casi desesperada en que se halla sumido el país, nos impone el acometer sin vacilaciones la tarea hermosa y fecunda de la educación nacional, porque ¿qué valen y significan todas las tentativas de mejora en la esfera legislativa, mientras existan doce o trece millones de analfabetos? Nada absolutamente. La complicada máquina político-administrativa en España puede decirse, pues, que carece de todo valor efectivo, y queda reducida a una de tantas ficciones que nada representan, que no tienen substantividad.
En la época contemporánea, sólo viven lozanamente en las colectividades aquellos principios que en el fondo llevan un contenido ideal, que tiene los atributos y las características que se asignan a lo verdadero, considerado en su sentido filosófico, tal cual lo expresan Roberto Ardigó, E. de Roberty, Marchesini, Ratzenhofer y otros filósofos que han defendido la concepción del monismo positivo.
Es indudable que para que el principio dinamogénico encarne en los organismos sociales, es preciso que éstos se hallen en equilibrio inestable, lo cual sólo se consigue adecuándose a los principios de la preceptiva realista, que busca siempre la verdad social. De otra suerte no es posible substraerse al mísero galvanismo de las pasiones individuales, de que hablaba en cierta ocasión el gran Ríos Rosas.