Filosofía en español 
Filosofía en español


Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español

Tercera parte ❦ Las concepciones sociológicas contemporáneas y los problemas de la regeneración española

§ III
Crisis de la crítica en España

La crítica y los críticos.– La estética y las artes dependiendo de la cultura.– Los intelectuales españoles desconocidos por la carencia de crítica.– La misión de los espíritus elevados.– La crítica extendiendo el ideal entre las multitudes.– La labor privada y la colectiva.– La tenacidad en el anhelo.
 

LA CRÍTICA Y LOS CRÍTICOS.– En España, de entre todos los géneros literarios, el que atraviesa una crisis más acentuada es la crítica. Motivos y razones de ello los ofrece al lector el más somero examen de la producción intelectual. Para convencerse de esto no es necesario seguir atentamente el movimiento bibliográfico, sino que basta con hojear los periódicos y revistas.

En general, hay en nuestro país escasa afición a los estudios que reclaman una preparación honda y en ciertos respectos sistemática. Es sabido que entre nosotros apenas existe el interés que demandan los trabajos que forzosamente exigen un lapso de tiempo dilatado para orientarse y luego poder emprender con menores riesgos una dirección cualquiera en el ámbito de las disciplinas filosóficas. Para adquirir agilidad mental, robustecer la potencia discursiva y desplegar las facultades reflexivas indispensables para el ejercicio de la crítica, hacen falta una gran dosis de circunspección y un tenaz sondeo de las energías psíquicas. Sin la total adecuación del sujeto a la misión que trata de realizar, es vana toda tentativa individual que pretenda influir de manera positiva en el conjunto social.

La labor del crítico, por el sincretismo que la informa, ha de considerarse como la función sociológica más importante por su índole propulsora y en cierto sentido revolucionaria, en el más genuino significado de esta palabra. No cabe duda que de todas las disciplinas contemporáneas, la crítica es la que penetra en lo íntimo de las colectividades, ya que forma, por así decirlo, la conciencia y la intencionalidad en los organismos sociales. Por esto precisamente se le ha de asignar el alcance que reviste y el influjo que ejerce en el público, al determinar los estados de opinión encaminándolos y dirigiéndolos. De ahí el valor educativo que se concede a la tarea del crítico, cuando se desempeña con la alteza de miras y la rectitud de juicio que son las condiciones primordiales que se han de presuponer en quien ejerce tan elevado ministerio.

La misión transcendentalísima que la crítica desempeña en las naciones prósperas se conoce, más que por los efectos inmediatos y rápidos, al cabo de dos décadas o de un cuarto de siglo. En Francia, por ejemplo, se aprecia, ahora mejor que hace veinte años, la profunda influencia didascálica y el enorme valor social de las obras de Taine, Renán, Sainte-Beuve, Littré, Anatole France, Tarde, Fouillée, Guyau y Hannequin; de aquella brillante pléyades de insignes historiógrafos, que fueron asimismo críticos excelentes e investigadores sagaces. Lo propio cabe decir de Italia. ¿Quién puede desconocer los grandes elementos que aportaron al despertar de las iniciativas populares, al elevar el nivel intelectual y ético de la plebe de la península itálica, Gioberti, Gallupi, Rosmini, Ferrari, Franchi, Mamiani, Arturo Graf, Alejandro Chiapelli, Benedetto Croce y Guillermo Ferrero, para no mencionar más que a los espíritus sobresalientes, los consagrados por la posteridad como encarnación de las aspiraciones de todo un pueblo? Todos aquellos hombres que acertaron a interpretar los secretos impulsos que latían en las entrañas de sus compatriotas, contribuyeron poderosamente con su ingenio y su civismo a elaborar los ideales que se hubieron de sintetizar más tarde en la unidad del reino italiano, y, por último, en el afianzamiento del régimen conquistado.

 
LA ESTÉTICA Y LAS ARTES DEPENDIENDO DE LA CULTURA.–  Analizando con solicitud la evolución operada en todas las naciones de Europa, hallaremos que el proceso genético de las mismas obedece a móviles muy semejantes, y que guardan estrecha conexión el progreso político y el bienestar económico con el grado de desenvolvimiento intelectual de las distintas clases sociales, de tal suerte, que el desarrollo industrial está íntimamente relacionado con el nivel de cultura. Del mismo modo, y observando la intensidad de la producción literaria en sus diversos géneros, se puede inducir cuál es su educación estética, y, por lo tanto, conociendo el gusto del público, se descubren los defectos y las virtudes de los pueblos, sus condiciones para las luchas de nuestro tiempo y, en una palabra, su capacidad y sus energías en todos los órdenes de la existencia.

Al referirse a España, no le queda al investigador o al curioso más recurso que confesar de plano la dolorosa impresión que causa en el ánimo más frío y sereno, dotado de mayor bravura, el espectáculo siniestro que ofrece todo el país. Para convencerse de ello no hay que recurrir a la exploración sostenida y paciente, pues la ausencia de civilidad, como suele decirse ahora, se echa de ver en cuanto pisamos nuestro viejo solar. Es tan manifiesto el atraso, tan enorme la diferencia que media, aun entre los mismos pueblos hermanos de raza, que en ciertos respectos la más pequeña de entre todas las latinas, Rumanía, nos aventaja, en fuerza psíquica, por lo menos. Y quien lo dude puede hallar pruebas irrefragables con sólo pasar la vista por los catálogos de las casas editoriales francesas, en los que encontrará no pocos nombres de publicistas rumanos, y alguno de ellos, como el de Draghicesco, citado y repetido por los tratadistas más insignes en Sociología con extraordinario encomio. Los portugueses cuentan también con una docena de prestigios que han traspuesto las fronteras de su patria, como el historiógrafo Oliveira Martins, el pedagogo filósofo Teófilo Braga y otros varios de menos renombre, pero de verdadero mérito.

 
LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES DESCONOCIDOS POR LA CARENCIA DE CRÍTICA.– En cambio, el intelectualismo español es absolutamente desconocido en el extranjero. Muy pocos cultivadores de la Filosofía, el Derecho y la Sociología han sido traducidos en Francia ni en Italia. D. Francisco Giner de los Ríos, Sales y Ferré, Azcárate, son casi desconocidos para el público docto internacional. Adolfo Posada y Sanz Escartín, son los dos únicos publicistas españoles que, merced a Giard y Briére y Alcan, han llegado a París; pero sus obras han obtenido un éxito muy relativo y no son citados, de ordinario, más que por un reducido número de sociólogos. Es evidente que no han alcanzado la pannacionalidad, usando la terminología de Gabriel Alomar, con los honores que se reservan a los tratadistas de verdadero renombre. Indudable es, pues, que en el extranjero se tiene un pobre concepto de la ciencia española y se menosprecia a nuestros científicos. El mismo Ramón y Cajal, Olóriz, Salillas, y algún otro, varias de cuyas obras han sido traducidas o citadas con elogio, no gozan, sin embargo, de la alta estimación a que son acreedores por su grandísimo saber.

De la generación nueva, apenas son conocidos dos o tres escritores, Dorado y Quirós, entre los juristas, Altamira entre los historiógrafos, y Menéndez Pidal y Adolfo Bonilla, entre los filólogos y los historiadores de la filosofía. A Unamuno se le conoce muy poco y en un círculo muy reducido de eruditos o cultivadores de los estudios hispanistas. A Julio Cejador y Said de Armesto, se les empieza a hacer algún caso, pero están muy lejos todavía del renombre que han conquistado publicistas de otros países que se dedican a estudios análogos.

Todos estos datos revelan la desconsideración en que en el mundo culto se nos tiene, y acaso en el fondo no sería difícil aducir razones de peso para explicarnos la actitud de silencio y de indiferencia con que se acoge a nuestros obreros intelectuales. En nuestro propio país acontece lo mismo. Para los profesionales del profesorado, la judicatura, la abogacía y la burocracia, son casi ignorados la mayoría de los nombres antes apuntados. ¿Qué de extraordinario tiene que si aquí no hay críticos, no exista la labor depuradora que exalta a los individuos que atesoran grandes merecimientos y avalora y enaltece la acción de la alta crítica al socializar los nombres y las obras? Pero, infortunadamente, carecemos de esta función, tan útil por lo que de tutelar tiene, y por lo mismo es ilusorio creer que los sabios y doctos españoles puedan alcanzar una cotización en el mercado mundial, en tanto no adquieran carta de naturaleza en su patria.

 
LA MISIÓN DE LOS ESPÍRITUS ELEVADOS.– Para que la aristocracia del intelecto ocupe el lugar preeminente que le corresponde, es preciso que sus cerebraciones sean patrimonio de la nación entera. Mientras al pueblo se le tenga en la situación humillante en que yace, los intelectuales nada significarán, seguirán siendo plantas de estufa. Para que nuestros productores de ideas lleguen a obtener la extraterritorialidad, es preciso que libertemos a la masa del país de las garras del analfabetismo y de la ignorancia, y que no detenten la soberanía del pueblo las clases mal llamadas directoras.

Esta reivindicación es la gran empresa redentora que hemos de acometer sin perder un instante. La verdadera revolución ha de ser esencial y predominantemente labor cultural. Lo único que acaso aún podría salvarnos, sería que todos los espíritus libres, de verdad, se lanzasen a predicar por donde quiera los frutos de bendición que supone la educación individual y cívica. La política pedagógica podría significar nuestra resurrección y quizás, a la larga, determinar un porvenir más lisonjero para España, incorporándola al concierto de los pueblos que gozan de la esplendidez y los encantos de la civilización contemporánea.

Se impone el llevar a cabo con empeño decidido, que revista los caracteres de un verdadero apostolado, la obra colosal de predicar como elemento de santidad, que diría Pedro Corominas, la obligación de hacernos cultos, y sólo entonces conquistaríamos todos los bienes que reserva la existencia a aquellos pueblos que poseen aptitudes para gozarlos. De todas las gestiones inmediatas a realizar en España, ninguna es tan urgente, consiente menos aplazamientos, que aquella que, siendo competencia de los intelectuales, ha de promover una intensísima agitación en el cuerpo social, difundiendo las doctrinas del intervencionismo del Estado en sus distintas modalidades. La Historia evidencia el enorme poder sugeridor que ha obtenido en todas las épocas la propagación de las grandes concepciones filosóficas, religiosas, jurídicas, artísticas, &c., y cómo transcendieron a la organización social, dando lugar a que se constituyeran costumbres y normas de conducta, que más tarde cristalizaron en instituciones y leyes.

 
LA CRÍTICA EXTENDIENDO EL IDEAL ENTRE LAS MULTITUDES.– Lo que importa sobremanera en España es convertir las concreciones de las mentalidades más elevadas en temas de la discusión y la controversia diaria y corriente. Sin despertar la curiosidad del público y sin interesar la atención de las muchedumbres con ingenio y habilidad, poniéndoles de manifiesto las ventajas de adquirir y poseer nuevas nociones acerca de las cosas y de los hombres, los conceptos científicos no llegarán a difundirse de una manera positiva en el alma de la nación. Para que los descubrimientos del biólogo, las indagaciones del psicólogo y las observaciones del científico, en general, no pasen poco menos que inadvertidos se ha de hacer partícipes de ellos a cuantos, sintiéndose preocupados por el drama de la existencia, aspiren a conocer el proceso continuo de integración de los organismos de la sociedad. Pero, ante todo, ha de tenerse en cuenta la absoluta precisión en que se halla nuestro país de recibir el rocío bienhechor de las doctrinas igualitarias, a cuyo influjo habrían de modificarse poderosamente la idiosincrasia y la contextura del psiquismo individual y colectivo.

La resurrección de España es un problema netamente educativo y, como es consiguiente, abarca todos y cada uno de los órdenes de la actividad. Ha de plantearse, pues, desde los distintos aspectos en que puede ser examinado, sin prescindir de sus diversas fases. Por esto no cabe desconocer la suma transcendencia que le está reservada a la crítica y, por ende, a cuantos escritores hacen del ejercicio de la misma lo que, en realidad, habría de ser un verdadero sacerdocio laico.

La tarea del crítico es ardua, no sólo por la gran variedad de los asuntos que ha de tratar, sino también por la extensión y la amplitud que ha de abarcar el análisis y por la vasta cultura que presupone la emisión de un juicio, por elemental y fácil que se nos antoje. De todas suertes, es innegable que la crítica en la actualidad es de suyo insustituible. Y así como al árbol se le conoce por sus frutos, la vitalidad de las naciones se averigua por el nivel intelectual de sus críticos, por el prestigio de que gozan y la atmósfera y la aureola de que se hallan rodeados.

España necesita críticos, porque casi no existe la crítica. Es forzoso, pues, que los escritores que están más capacitados para acometerla se lancen a cultivarla sin jactancias, pero también sin temores; un poco de audacia no sentaría mal a un considerable número de publicistas que, poseyendo envidiables condiciones de idoneidad y de ilustración, podrían emplearlas en esta obra tan hermosa para ellos y fecundísima para el pueblo.

 
LA LABOR PRIVADA Y LA COLECTIVA.– La vitalidad de las naciones hállase en razón directa de su potencialidad económica, y su riqueza circulante en intima conexión con el nivel medio de cultura. En todos los aspectos en que se considere la fuerza expansiva de los organismos colectivos, ha de tenerse muy en cuenta la transcendencia que reviste un factor hasta hace poco tiempo desconocido: la iniciativa privada, la tarea individual. Los esfuerzos aislados, por originales que sean, por sublimes que se supongan sus móviles ideológicos, han de producir escasos rendimientos y exigen un lapso de tiempo largo para imponerse. Esto es indudable. En cambio, la labor en colaboración, en comunidad, es más fácil, se realiza con mayor rapidez, evita los escollos, qué no pocas veces originan el fracaso, y en toda ocasión significa ahorro de energías.

Por grande que sea el influjo de las leyes de la imitación, tan admirablemente estudiadas por el insigne Tarde, existen en la colectividad, de una manera más o menos acentuada, gérmenes de renovación constante que pugnan por encontrar su forma adecuada de expresión en todas las esferas del hacer social. René Worms ha expuesto, en su conocido y estimable libro Organisme et Société, los factores elementales y complejos que constituyen la servidumbre de las sociedades contemporáneas. La gran mayoría de los economistas y sociólogos, sin distinción de creencias y nacionalidades, que consagran sus esfuerzos a las tareas de investigación, permanecen alejados de las luchas candentes, pero las siguen de cerca y observan cuidadosamente los movimientos operados en las diversas capas y planos –lo que se consideran cristalizaciones– y los fermentos que en un lapso de tiempo más o menos breve habrán de condensarse en la esfera social, porque tienen realidad en el pensamiento. El nexo que existe entre la aspiración puramente ideológica y el dinamismo de las sociedades, lo atestigua la historia de las concepciones teóricas. Todas se truecan en fórmulas prácticas y devienen en programas de la acción inmediata que tienden a difundir tales o cuales preceptos, que al fin acaban por ser normas de conducta individual y colectiva. Esta trayectoria es inherente a todas y cada una de las disciplinas científicas. Con ligeras diferencias describen una curva semejante hasta adquirir la eficiencia indispensable para alcanzar la infuturación.

 
LA TENACIDAD EN EL ANHELO.– Pero hemos de convenir en que todos los individuos que fían en su propia energía la conquista del porvenir lejano, tal vez remoto, columbran el éxito de su obra, porque se sienten fuertes y audaces y resisten los embates de la adversidad. Las más caras ilusiones, los ensueños acariciados con mayor recogimiento, se desvanecerían ante la inclemencia de un medio tan infecto como el nuestro, saturado por los miasmas deletéreos de la doblez y la hipocresía, si en el ánimo de todos los luchadores no hubiese un contenido afirmativo que, al inmunizarles, les capacita para lanzarse en el torbellino de la acción social con probabilidades de triunfar. La pujanza del anhelo es tanta, que tiene fuerza de obligar y se nutre de las mismas contrariedades que se convierten en acicates que estimulan y enardecen la acometividad del agente. La virtualidad del entusiasmo es superior a cuanto podría concebir la imaginación más fértil. Asombra sólo el pensar de qué no podría ser capaz el cuarto estado, llegado el instante de la emancipación. ¡Cuántos riesgos desaparecerían para siempre y qué de dificultades no se habrían orillado para emprender con decisión la obra magna por excelencia de librar a la individualidad del peso muerto de las tradiciones medioevales! La psicología colectiva ha puesto de relieve el cúmulo de errores que todavía gravita y hace imposible la liberación de las clases obreras.

El único derrotero que permitiría afianzar las conquistas de las doctrinas igualitarias, nos lo ofrece la Educación cívica. La democracia socialista no es meramente niveladora, como dicen algunos escritores superficiales, sino que, asimismo, por sus marcadas tendencias a exaltar la personalidad, contribuye a la diferenciación y, gradualmente, al elevar el nivel general, hace resaltar los méritos individuales acrisolados.